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LIBRO PRIMERO DE LA

«MITOLOGIA»
DE NATALE CONTI

Cap. 1: Cuál es el tema de toda la obra

Cuando advierto, Serenísimo y Optimo rey Carlos ', que la utilidad del conocimiento
de las antiguas fábulas que los poetas y los antiguos sabios introdujeron en sus escritos es
tanta cuanta no podría abarcar con ningún tipo de elocuencia, en efecto suele parecerme
algo admirable por qué nadie desde los antiguos escritores hasta el día de hoy ha dado una
explicación en conjunto de las importantes fábulas ". Y aun más porque bajo estas mismas
fábulas se contenían desde antiguo los preceptos universales de la filosofía puesto que, en
efecto, no muchos años antes de los tiempos de Aristóteles, de Platón y de los restantes
filósofos todos los dogmas de la filosofía se transmitían no abiertamente sino de modo
obscuro bajo algunos velos. Pues como los griegos trajeran de Egipto a su patria el secreto
modo de filosofar con la intención de que las cosas dignas de admiración no se revelasen al
vulgo para que éste, mal comprendidas aquéllas, se apartara con facilidad a menudo de la
religión y de una completa integridad, ellos mismos empezaron a filosofar de manera
oculta por medio de fábulas. Después como, con el transcurrir del tiempo, quedara al
desnudo el contenido y fuese sacado de ellas a la luz todo el recto modo de filosofar, unos
pocos examinaron atentamente las fábulas, antigua sede de la filosofía por así decir, y
creyeron que éstas habían sido o bien una inútil teología de hombres ignorantes o bien
nadenas de viejas y vanas ficciones de poetas embusteros. [Por esta razón los sagrados y
muy honestos escritores de la verdadera teología y los padres ortodoxos censuran de
manera destacada el uso de muchas palabras de aquellos que, a lo largo de los tiempos,
mediante una vana superstición, han trasladado los cultos divinos y los divinos honores del
Dios verdadero, sempiterno, sumamente perfecto y vivo a las cosas naturales y a las
ficciones de los antiguos.] Esta fue la única razón, según yo opino, a saber el desconoci-
miento del arte de las fábulas, de por qué nadie ha asumido después la explicación de estas

8 Todos los libros comienzan con una dedicatoria a Carlos IX según las ediciones de 1567 y 1568, mientras
que en la edición de 1616 tienen como destinatario a Iohannes Battista Campeggi.
9 Ya desde este capitulo olvida mencionar las obras que en este campo le han precedido, como son la G. D.
de Boccaccio y la Multiplex historia de Gyraldi.
fábulas o, en el caso de que alguien haya explicado alguna, solamente ha rozado esa
aclaración que se refena a la corteza exterior de las fábulas, esto es a una explicación
simple y obvia para todos. Pero hasta ahora, según me parece, no se ha encontrado a nadie
aceptable que haya dejado al descubierto los más profundos y ocultos secretos de las
fábulas, que haya sacado a la luz desde las obscuras tinieblas de las fábulas los dogmas de
la filosofía que tienden o a poner de manifiesto las fuerzas y acciones de la naturaleza o a
conformar las costumbres y regular la vida con rectitud o a entender las fuerzas y movi-
mientos de los astros. Y por ello esto es más admirable, porque sin esta afanosa investiga-
ción de las fábulas no podemos comprender rectamente las opiniones de los poetas ni de los
filósofos ni de escritor alguno, puesto que de modo especial la utilidad de este conoci-
miento tiene que ver en no pequeña medida con todos. Así las cosas, me afanaré con todas
las fuerzas [cuanto me sea concedido por la divina bondad] para que aquello que ha sido
omitido por los autores antiguos para este conocimiento, o no ha llegado a nosotros con
seguridad, sea evidente para los que leen nuestros escritos, puesto que sé con certeza que
este tipo de composición reportará gran utilidad y placer. Pues, por los dioses inmortales,
¿quién hay que desprecie tanto las ciencias que no ansíe con mucho empeño conocer
aquellos preceptos de la sabiduna que, para que no llegaran al vulgo, fueron ocultados por
los antiguos sabios bajo diferentes ficciones? No obstante, que nadie espere de nosotros
aquello que sea enojoso para los escritores e inútil para los lectores; no ofreceremos
ninguna interpretación de hombres cambiados en árboles o en cuerpos que carecen de
sentido o de razón, a no ser las que han podido ser transmitidas por utilidad; no tendremos
ninguna explicación de aquellas fábulas que fueron pensadas tontamente por algunos. Y no
intentaremos llevar de nuevo al ingenioso trabajo de la naturaleza portentos o monstruos
prodigiosos, puesto que hemos de explicar sólo esas fábulas que elevan a los hombres al
conocimiento de las cosas celestes, que les dan reglas para las buenas costumbres, que los
apartan de los placres ilegítimos, que ponen de manifiesto los arcanos de la naturaleza, que
los conducen o bien finalmente al conocimiento de las cosas necesarias para la vida
humana o las que los conducen a la honradez y las que la mayona de las veces los preparan
para conocer rectamente a cada uno de los mejores escritores.

Cap. 2: Sobre la utilidad de las fábulas

En verdad es tan grande la utilidadad que obtenemos del conocimiento de las fábulas
que no puede explicarse con palabra alguna, lo que sin embargo casi no es evidente para
nadie a no ser que haya alguien dotado por la naturaleza de preclaro ingenio y que haya
examinado con todo cuidado los muchos escritos de los antiguos. Así pues nosotros
debemos actuar del mismo modo que suelen hacerlo los médicos, quienes obtienen incluso
de las hierbas ponzoñosas o de los animales iármacos útiles y eligen de cada uno lo que es
mejor e incluso convierten lo pernicioso en totalmente adecuado para la salud gracias a
mezclas convenientes. En efecto escudriñando rectamente los más profundos significados
de las fábulas debemos investigar qué se contiene bajo éstas que sea útil para la vida
humana, de lo que obtendremos mucha utilidad, despreciadas entre tanto aquéllas que no
parecen aportarnos nada. Porque además conseguiremos de este conocimiento mucho be-
neficio, al menos eso es un argumento de gran importancia ya que incluso el divino Platón
ordenó comenzar la primera instrucción de los ninos a partir de fábulas honestas cuando
dice así en el libro 11 (377c) de la República: Exhortaremos a las nodrizas y a las madres
a contar a los niños fábulas escogidas y a modelar con las fábulas sus almas mucho más
que los cuerpos con las manos. Pues ¿quién no sabe, en efecto, que casi todos los misterios
de los dioses de los paganos fueron ocultados por los antiguos bajo fábulas? Y así, como la
religión, el temor de los dioses, la fe, la honradez y la templanza se hubieran introducido
en los ánimos de la muchedumbre de las mujeres y de la ignorante multitud, quienes no
comprendían la naturaleza de Dios ni anteponían sin ningún miedo de los dioses la integri-
dad a la rapiña y al placer, no sólo fueron pensadas por los sabios narraciones fabulosas
acerca de dioses sino que también fueron introducidas figuras fabulosas y representaciones
casi semejantes a monstruos. Así se le atribuyen a Júpiter los rayos, el tridente a Neptuno,
las flechas a Cupido, la antorcha a Vulcano, y diferentes instrumentos de terrores a los
restantes dioses. Pues al no ser inexpugnable la naturaleza de los mortales y al no contar
con las máquinas más poderosas, ya que ella contiene dentro de sí las semillas
de todas las calamidades, si Dios desvía un poco los ojos de la custodia, por sí
misma, sin otros instrumentos de lucha, se debilitará al punto. Así expresó con toda
claridad el gran provecho que debe obtenerse de las fábulas Dionisio de Halicarnaso en el
libro 1 (11 2 0 , l ) de las Cosas Antiguas: Y nadie piense que yo ignoro que de los mitos
griegos hay algunos muy útiles para los hombres, los que muestran las acciones de la
naturaleza por medio de alegorías, los elaborados para consuelo de las desgracias huma-
nas, los que alejan las agitaciones del alma y los terrores y destruyen las opiniones
deshonestas y los que han sido imaginados para utilidad de cada uno. Por ello nosotros
hemos pensado que debe hacerse de este modo una completa división de las fábulas, puesto
que unas fábulas contienen los secretos de la naturaleza, como aquella de que Venus nació
de la espuma, que Febo mató a los Cíclopes y la de que ellos fabricaban los rayos para
Júpiter. Otras ponen de manifiesto la veleidad de la fortuna y nos enseñan a soportarla con
ánimo decidido, como las que se cuentan acerca de Febo sobre que apacentó los rebaños de
Admeto; otras nos alejan de los pensamientos impuros [y de la crueldad y de toda perfidia
y del deshonesto placer], como la fábula de Licaón; otras fueron creadas para apartar a los
hombres de las acciones vergonzosas, como el suplicio de Ixíon en los infiernos; otras nos
exhortan al valor, como las que se han transmitido sobre Hércules; otras nos elevan de las
bajezas de la avaricia, como la sed de Tántalo. Otras se inventan para reprimir la temeri-
dad, como la desgracia de Belerofontes y la ceguera de Marsias; otras nos invitan a las
virtudes, a la honradez de la vida, a la fidelidad, a la equidad, a la religión, como el
maravilloso encanto de los Campos Elisios; otras por fin hacen salir de todas las ignomi-
nias, como los rigurosísimos Triúnviros ' O que juzgan en los infiernos las almas de cada
difunto y los muy severos castigos de los criminales. Ciertamente pienso así, que la
invención de las fábulas es casi el más suave lenitivo de la vida humana y un consuelo no
pequeño de las fatigas que soportamos en vida; pienso que, también por ello, fueron
pensadas por los sabios. Pues a partir de ellas aprendemos con singular deleite los precep-
tos para pasar la vida con rectitud, a los que continuamente volveríamos la espalda sin el
atractivo de las fábulas. En modo alguno pueden captar esta utilidad tan grande de las
fábulas aquellos que no han escudriñado los más profundos significados de las fábulas y
quienes, enredados en lo extraordinario de la corteza exterior por así decirlo, creyeron que

10 Da el titulo de Triúnviros a Minos, Eaco y Radamantis


no había nada más excelente bajo ella. En efectos éstos, como los niños pequeños que
durante el invierno se sientan junto al fuego, beben de los poetas nadenas y cuentos de
vieja, cuando entretanto en modo alguno son atraídos por una opinión más útil e íntegra.

Cap. 3: Sobre la diversidad de las fábulas

Son también muchas las clases de fábulas, que han obtenido el nombre bien de los
lugares en los que fueron inventadas, bien de los inventores o de la naturaleza de los
argumentos. Así del lugar las Ciprias, Cicilias y Sibaritas. Al haber sido muchos los
inventores de aquéllas, la costumbre consiguió que todas fueran llamadas Esópicas, olvi-
dando en el silencio a los restantes inventores, ya que Esopo fue un artífice más ingenioso
que todos los otros en inventar fábulas. Las que recibían el nombre de Sibaritas trataban
sobre los animales, las Esópicas de hombres. Se llamaron Políticas aquellas que utilizaron
los sabios para dulcificar los ánimos de los poderosos y para guiar a la muchedumbre a un
modo más humano de vida. Otras a su vez son llamadas Morales, otras Racionales, otras
son una mezcla de estas dos formas; entre las fábulas Políticas han de ser enumerados los
argumentos de las comedias y de las tragedias porque, si bien a través de éstas no son
apartados los hombres de la vida agreste, sin embargo son llevados de los placeres ilegíti-
mos y de todo tipo de intemperancia a la moderación de la vida. Más diversos son los
nombres de estos argumentos, ya que unos reciben el nombre de togatae, de las togas de
los actores; otras palliatae, de los palios de los griegos; otras tabernariae, por los vestidos
y la condición de los personajes representados; otras planipediae, porque los actores de
estos argumentos no llevaban ni zuecos ni cotumos como en las demás. Otras Atelanas, del
lugar donde fueron inventadas, aunque sin embargo el nombre de las Tragedias es uno solo,
Arktóteles en la Retórica (11 20,2, 1393a) separó las fábulas Líbicas de las Esópicas "
porque las Líbicas trataban acerca de los hombres, las Esópicas de animales, y esto se hizo,
en efecto, porque muchas de otros estuvieron mezcladas con las Esópicas. Bajo el nombre
de fábulas se contienen tanto los apólogos, que son ficciones esópicas, como las fábulas,
que son argumentos de los poetas, según las formas bajo sus clases. Aquellas que vamos a
explicar, las fábulas y ficciones de los sabios antiguos, no inciden particularmente en
ninguno de estos géneros sino que por su valor están casi mezcladas con todos éstos y de
alguna manera están formadas de todas las clases. Porque, en efecto, o bien contienen la
creación de las cosas naturales, o tratan de la naturaleza de los dioses inmortales, o de la
fuerza de los planetas, o de cómo debe regularse rectamente la vida de los hombres; un
poco después será explicada por nosotros la naturaleza de cada una de ellas.

Cap. 4: Sobre la diferencia entre apólogos, fábulas y ainoi

Pero antes de iniciar la explicación de las fábulas poéticas y de aquellas que hemos
decidido exponer, pienso que yo he de hacer algo que valga la pena si demuestro qué
diferencia hay entre estos mismos géneros. Así pues, de entre las fábulas hay algunas que

11 Cf. Quintiliano, Inst. Or. V 11, 20

50
son llamadas por los griegos logos o apólogos: otras son llamadas mythoi o fábulas
simplemente. Los apólogos o son sobre animales solamente o hacen que los hombres
dialoguen con ellos, y la función de los apólogos es la de usarse como ejemplos en los
discursos, como atestigua Aristóteles en la Retórica (11 20,2, 1393a). Aquellas fábulas que
se llaman mythoi, puesto que abarcan argumentos de tragedias y de comedias y en último
término toda la esencia de la poesía que se da por imitación, contienen también bajo un
nombre común las ficciones poéticas que vamos a tratar. Y así como los apólogos son en
los discursos ejemplos de las cosas que deben realizarse u omitirse, del mismo modo se
representan en escena las fábulas para corregir o formar las costumbres de los hombres, lo
que también testifican las formas de música atribuidas a cada una de las clases de poemas,
como la Lidia para el género cómico, la Dórica para el trágico, la Satírica para la sátira.
Además hubo bailes propios para estos géneros como atestigua Plutarco en el librito Sobre
la Música (Mor. 1 13 1- 1 147) y pensaron algunos antepasados que en modo alguno podía
realizarse con rectitud nada que no estuviera de acuerdo con las normas musicales y que
por tanto nada podía haber para formar las costumbres de los hombres como la simetría de
los versos y la armonía de las voces y de las liras, a cuyo ritmo se acomodan todos los
movimientos del alma y del cuerpo. Pero, ya que hemos mencionado superficialmente los
tipos de poemas, quizá no será enojoso si explico en pocas palabras lo que sobre ellos me
viene a la mente, bien porque con éstos están mezcladas las fábulas de las que nos
ocuparemos o bien, seguramente, porque no se apartan mucho de ellos. En efecto la fuente
común de todos los poemas es aquello que se llama poema con el nombre común a causa de
su excelencia, pues éste comparte los argumentos con los restantes géneros. Estos se
diferencian entre sí en el tiempo, según dice Aristóteles en la Poética (23, 1459a) porque el
llamado poeta por excelencia abarca las hazañas de largo tiempo, mientras que los restantes
poemas resuelven dentro de un solo día su asunto y solamente contienen una única acción.
Por el contrario, todos estos poetas están de acuerdo en esto, en que para todos hay un
único objetivo y todos dirigen su ánimo a un único fin para hacer a los hombres mejores.
Por ello Homero, para representar a Ulises sabio y colmado de todas las virtudes, le
impone los goces de los Feacios y los placeres de Circe y le pone ante los peligros de los
Cíclopes y los terrores de los monstruos marinos a causa de los cuales mueren sus compa-
ñeros, aunque sin embargo hace que éste, con una prudencia en cierto modo admirable y
una decisión divina, supere todas estas cosas. Por el contrario él mismo hace que Agame-
nón esté rodeado de muchas dificultades, provoca luchas de los héroes más valerosos,
presenta al ejército casi abatido por la ira de Apolo; alguna vez recuerda que la fuerza
divina favorece a los troyanos y que los dioses les proporcionan un admirable valor; para,
con todas estas cosas, dejar claro que la fortaleza y constancia de Agamenón fue increíble
puesto que él, a pesar de tantas dificultades colocadas ante sí, sin embargo venció a
Pnamo. Pues fue digno de gloria por soportar con ánimo valiente los peligros para proteger la
justicia y en defensa del violado derecho de hospitalidad, no por recuperar a una mujer-
zuela, ya que la gloria está colocada en las cosas desfavorables y más difíciles y nada
importante se pone a merced de hombres cobardes y llenos de desidia. La Tragedia [que
inventó el primero Glauco] se aproxima mucho al poema por la dignidad de los personajes
ya que en ella nada hay que no sea regio o heroico, por esta razón las tragedias no tienen
prólogo como las comedias [cuyo inventor fue Susarión] porque así como nadie, a no ser
docto, puede conocer los asuntos privados, nadie puede ignorar las calamidades públicas
por mucho que lo desee. Pues ¿quién no ha oído las caídas de los reinos y el fragor de las
ciudades arrasadas, de las que nacen las tragedias? ¿o quién no ha visto desde una región
lejana el denso humo de las ciudades y fortalezas incendiadas? Así pues se diferencian del
poeta por excelencia estos dos poemas en el tiempo, y entre sí por la dignidad de los
personajes. Y es suficiente sobre estos argumentos de los poemas. Se diferencia el Ainos
de los Apólogos porque en ellos está la pura y simple opinión de los animales, a no ser que
hayas añadido el consejo, que llaman epimythion; en éste junto con la opinión se mezcla la
admonición, como dice el comentarista de Aristófanes (Avispas 1259) en estas palabras: El
ainos .re diferencia del mito en que el ainos se compone no para los niños sino para los
hombres, y no se da sólo para el placer sino que tiene algún consejo, pues quiere
uconsejar y enseñar algo disimuladamente. Así pues ni el simple apólogo ni esas fábulas
que son los argumentos de los poemas se llaman ainoi, sino lo que de alguna manera ha
sido compuesto de unos y otros incluida dentro de sí la admonición. Y esto es suficiente
sobre la diferencia entre apólogos, ainoi y fábulas 1 2 .

Cap. 5: Sobre las partes de las fábulas

Las partes de las fábulas, a saber las de aquellas que reciben el nombre de apólogos son
dos: el desarrollo del asunto y aquello por cuya causa se da; ya que los ainoi y los
argumentos de los poemas tienen una fuerza de tal tipo que contienen implantadas dentro
de sí estas partes que no hay casi nadie que no pueda arrancarlas con su propio ingenio.
Pero, puesto que los apólogos simples son la mayona y todas las fábulas se hacen a causa
de la honradez y la prudencia, fue necesario aplicar a cada uno sus límites. Así pues,
cuando disponemos la primera parte del discurso para formar las costumbres, precede el
llamado promythion, como consejo que va delante de la fábula; cuando has compuesto la
última parte para regular las costumbres, se producirá el epimythion, esto es el consejo
que sigue a la fábula. Las fábulas que no hayan tenido una de estas partes sino encerrada
dentro de sí, han de ser colocadas en la primera clase. Las fábulas que lo son simplemente
de genealogía de dioses, ésas, puesto que los poetas las utilizan sobre todo para adornar sus
poemas, son llamadas poéticas, las cuales se refieren o a la creación de los elementos, o a
los asuntos secretos de la naturaleza, o a los movimientos y fuerza de los planetas; todas
éstas, pues, tienen una narración no simple. Cuando hemos llevado estas fábulas a la
interpretación verdadera, debe ser atribuido a la interpretación un nombre propio, pero
todavía permanece sin él a no ser que le llamemos alegona. Por otra parte son casi
únicamente estas fábulas las que hicieron agradables, magníficos, admirables los poemas
de los antiguos y los embellecieron; pues, si se quitaran estas fábulas de los escritos de los
poetas, no quedana en ellos casi nada admirable o agradable.

Cap. 6: Sobre los escritores de fábulas

Fueron muchos los escritores antiguos de apólogos y de fábulas poéticas; sin embargo

12 Respecto a la distinción entre apólogos, ainoi y fábulas, véase R. Adrados, F., Historia de la fábula
greco-latina (1), Madrid 1979, especialmente pp. 19-22: «El término ainosn.
no han sido muchos, en verdad, los que han llegado a nuestra época. Esopo de Samos fue
el autor más ingenioso en la invención de apólogos, por el cual todos los apólogos
posteriores se llamaron Esópicos. Además Hesíodo cantó en sus versos los fabulosos
nacimientos de los dioses. Eusebio trae a la memoria (Preparación Evangélica 111 6-8,
97-99) que también Porfirio compuso libros en los que intentó llevar al plan y al trabajo de
la naturaleza las fabulosas genealogías de los dioses. Zenón, Cleantes, Crisipo, según dice
Cicerón en los libros de Sobre la naturaleza de los dioses (1 14-15), habían reunido en sus
volúmenes explicaciones de las antiguas fábulas que, sin embargo, no han llegado hasta
nosotros. Esto mismo hizo Orfeo, Museo, Mercurio, Lino, antiquísimos poetas, y Furnuto,
Paléfato y Heraclides Póntico, Sileno de Quíos, Anticlides, Evartes y otros muchos mitólo-
g o ~cuyos
, comentarios junto con los nombres de sus escritos casi han desaparecido, de los
cuales Ovidio extrajo sus argumentos de los cuerpos cambiados en diferentes formas. Pues
jen qué volúmenes había tantas ficciones cuanto es creíble que fuera extraordinario de las
otras fábulas? Y tanto sobre los escritores de fábulas.

Cap. 7: Sobre los dioses de los distintos pueblos

En verdad, puesto que toda la religión y la teología de los antiguos estaba oculta bajo
fábulas y en ellas muchas cosas que se refieren a los nacimientos y a las hazañas de los
considerados dioses, parece que es necesario decir cuándiferentes fueron las opiniones de
los distintos pueblos sobre los mismos dioses, antes de comenzar a desarrollar las propias
fábulas; cuánta utilidad y beneficio reportará al trabajo emprendido esto se hará manifiesto
después a todos, según pienso. Y en primer lugar ha de hacerse así la división de los
dioses. De entre los antiguos dioses unos fueron considerados celestes, otros terrestres,
otros acuáticos; y de los acuáticos a unos les fue encargado el cuidado del mar, a otros el
de los nos, a otros el de las fuentes. A su vez entre los terrestres unos fueron de los
montes, otros guardianes de las selvas y los pastos y otros de los agricultores, y se pensaba
que éstos en su mayona vivían en lugares llanos. Algunos de los celestes gobernaban el
conjunto de las cosas humanas, otros eran consejeros, otros dominaron las tempestades y
determinadas regiones del cielo; otros se pensaba que habitaban sólo los lugares infernales
y que dirigían los castigos de los criminales; y ningunos, a excepción de éstos, podían ser
considerados dioses. Pues aunque todos los pueblos creyeron que había dioses y no hubo
gentes tan fieras (para callar las opiniones de los hombres más necios que se atrevieron a
llamarse sabios) que pensaran que este mundo o había nacido de manera fortuita o era
regido sin ninguna increíble providencia puesto que ha sido unido con un orden tan bien
dispuesto a partir de cosas tan variadas, sin embargo fueron pocos los que se atrevieron a
introducir dioses, a no ser que hubieran sido adoptados por otros. Así pues, al tener los
persas sus magos, los egipcios los profetas, los asirios los caldeos y otros pueblos otros
sacerdotes llamados con otros nombres, se creyó que el origen de casi todas las religiones se
había extendido de los egipcios a Grecia y antes a los persas, después a los otros pueblos.
Aunque todos éstos se engañan en un solo orden porque, antes de los egipcios, los hebreos
adoptaron los primeros de todos los mortales no sólo la religión sino también el verdadero
culto de Dios y recibieron leyes para la verdadera religión no con decisiones humanas sino
con preceptos divinos. Después, con el correr de los tiempos, al empezar Grecia a florecer
por la celebridad de su gloria bélica, poco a poco cambió los ritos de los sacrificios y
aumentó tanto el número de los dioses, a pesar de que adquiría el conocimiento de las
disciplinas, que legó a las restantes ciudades después la gran colonia de los dioses. Sin
embargo sólo en esto estaban de acuerdo en principio las opiniones de casi todos los
pueblos y gentes, en que veían que aquellas cosas que parecían divinas, los cuerpos
celestiales, el sol, la luna y los restantes astros, se movían con un movimiento continuo y
por aquella rapidez los llamaron dioses y creyeron que lo eran, como atestigua Platón en el
Cratilo (397c-d). Y casi no se encontró ningún pueblo que creyera en principio que los
dioses eran otra cosa que los mismos cuerpos celestiales. Parece seguir esta opinión
Homero, puesto que dice que el Sol oye todas las cosas y ve todas las cosas, lo que es,
según dice Platón en el libro 11 de las Leyes solamente don de dios; pero así es el verso de
Homero (11. 111 277; Od. IX 109): Sol que oyes todas las cosas y que las ves todas.
Defensores de esta opinión fueron los egipcios, de quienes los griegos llevaron a su patria
el modo de construir templos, de las imágenes y de los ritos sagrados, como atestigua
Heródoto en Euterpe (11 4) con estas palabras: Y decían que los egipcios fueron los
primeros en hacer uso de los sobrenombres de los doce dioses y que los griegos los
tomaron de ellos y que aquéllos les asignaron por primera vez altares, estatuas y templos y
grabaron representaciones en piedras. Y no sólo transmitieron los egipcios a Grecia el
modo de construir éstos sino también los propios nombres de algunos dioses, según atesti-
gua el mismo escritor en el mismo libro (11 50): Y los nombres de casi todos los dioses han
llegado a Grecia procedentes de Egipto. Y más adelante: Porque en realidad, a excepción
del de Posidón v de los Diúscuros. como ya he dicho poco antes, de Hera, de Hestia, de
Temis, de las Gracias y de las Nereidas, los nombres de los otros dioses existieron siempre
para los egipcios en su país. Y la ingenuidad egipcia no rindió culto sólo a estos dioses
sino también a algunos monstruos y animales en parte perjudiciales para los hombres, en
parte útiles, como los perros, los bueyes, las anguilas, según dice Heródoto en el mismo
libro (11 72-73): Además pensaron que, de los peces, el llamado «escamoso» " era sagrado,
también la anguila.. . y de las aves los gansos zorrunos. Hay también otra ave sagrada cuyo
nombre es fénix. Al haberse inclinado poco a poco desde la misma religión a la supersti-
ción (pues la superstición es un defecto cercano a la religión más rígida, como el ahorro a
la avaricia. En efecto, según dice el divino Pablo A los Romanos 12(6), que vuestro don
esté de acuerdo con la medida) con razón el poeta cómico Anaxandrides de Rodas [se ne]
así de la locura de los egipcios en estos versos que, recogidos por Ateneo (VI1 2990, en
otro tiempo pusimos en latín 14: No puedo ser camarada vuestro, al no estar de acuerdo ni
las costumbres ni las leyes, que distan entre sí por grandísimas dijerencias. Rindes culto al
buey, yo sacrijico un buey a los dioses. Tú consideras que la anguila es un gran dios, yo la
he considerado el mus delicado de los manjares. Tú te guardas de las carnes de cerdo pero
yo me regocijo ron ellas en gran manera; rindes culto al perro, al que yo a:oto [cuando
por casualidad lo agarro comienzo manjares]. Y sin embargo no se contentaron los
egipcios con estos animales como dioses, sino que incluyeron en el número de los dioses
muchas clases de hierbas, según atestigua Juvenal (XV 1-2) cuando critica la ingenuidad
egipcia de este modo: iQuiét1 no sabe a qué cluse de prodigios rinde culto el loco Egipto?

13 Aceptamos la traducción que el propio Conti da para lepidotos: squamosus. Sobre las dificultades para la
identificación de este pez, véase Heródoto. Historias, trad. y notas de C. Schrader, Madrid 1977, vol. 1, p. 362,
n. 285.
14 Se refiere a su traducción de Ateneo al latín, publicada en Venecia en 1556.
Adora el cocodrilo. Y en otro lugar (XV 9-1 1): Es impío violar el puerro y la cebolla y
quebrantarlos de un mordisco. ;Oh sagradas gentes. a quienes les nacen estas divinidades
en los huertos! Pero los griegos no aceptaron de los egipcios monstruos tan absurdos en el
número de los dioses, sino otros quizá no mucho mejores que éstos. Qué dioses fueron
transmitidos en primer lugar a Grecia lo puso de manifiesto Homero en el libro 111 (276-9)
de la Ilíada diciendo así: Padre Zeus, protector del Ida, gloriosísimo y máximo; Sol, que
todo lo ves y todo lo oyes y ríos y tierra, y los de abajo, que castigáis a los muertos. Y es
casi infinita la muchedumbre de aquellos dioses a los que Grecia aumentó después con
ceremonias, altares y templos de gran magnificencia. Los persas consideraron que eran casi
dioses, como los antiguos griegos, los que no hubieran nacido de hombres mortales, según
cuenta Heródoto en Clío (1 131) con estas palabras: Estos tienen por costumbre hacer
sacrificios a Zeus subiendo a las cimas de las montañas, llamando Zeus a toda la bóveda
del cielo. Hacen sacrificios también al sol y a la luna y a la tierra, al fuego, al agua y a
los vientos; antaño ofrecían sacrificios sólo a éstos. Como éstos conservaran solamente la
antigua teología, haciendo burla de los nuevos dioses de los griegos, cuando Jerjes llegó a
Grecia con un ejército incendiaron todos los templos de los dioses de Grecia por instigación
de los magos, porque decían que no debía encerrarse en ningún lugar el poder de los
dioses, para quienes todo debe estar libre y a la vista de todos, según atestigua Cicerón en
el libro 11 (10,26) de Sobre las leyes. Pues los persas tuvieron por costumbre reírse de los
que hacían las cosas de este modo, como dice Heródoto en Clío (1 131) con estas palabras:
Sé que los persas hacen uso de estas normas, no teniendo por costumbre levantar estatuas,
templos y altares, sino que a los que lo hacen los acusan de locura. [Y los romanos
durante mucho tiempo no tuvieron ninguna estatua de los dioses, ya que Numa enseñó que
Dios era una mente pura, de ningún modo engendrada o sometida a la vista de los mortales
o que pudiera ser representada por otro ingenio humano, porque también dice Demóstenes
en Contra Aristogitón que el pecho de los mortales es un templo agradable a Dios, y el
mejor, el más augusto, fortalecido por la justicia, el ;espeto y la observancia de las leyes.]
Quizás esta teoría no hubiera sido excesivamente rechazable si todos los hombres fuesen
sabios o si la mente de los sabios siempre hubiese estado dirigida a cosas divinas en los
momentos oportunos y no se apartara del culto establecido con reflexiones humanas. Pero,
puesto que la realidad es de otro modo, se tuvieron que disponer templos en donde se
reunieran para el culto divino, e imágenes de Dios y de los hombres santos como monu-
mentos de los amigos de Dios. Pues si las estatuas de los hombres ilustres y de aquellos
que habían muerto valientemente en defensa de la patria se levantaban con todo derecho
entre los romanos y los otros pueblos como preclaros ejemplos de virtud con los que era
estimulada la generación futura a la virtud, ipor qué no habrán de erigirse del mismo modo
por todas partes con mucho mayor derecho las imágenes de los hombres buenos y de los
amigos de Dios y de los que han muerto valientemente en defensa de la verdad y de la
república cristiana como preclaros monumentos de la virtud, de la fe, de la constancia y de
aquellas que utilizamos al ser suplicantes ante Dios? Pues el más augusto de los templos es
el pecho de los mortales dispuesto y fortalecido con la fe, la piedad, la inocencia, la
santidad, la bondad en lugar de los más hermosos tapices. Y paraque no desapareciera así
poco a poco la religión de los dioses, que es el alma de las ciudades y el fundamento de
toda la vida humana, se dispusieron pmdentemente en las ciudades templos, imágenes, días
solemnes, los ritos de los sacrificios y ceremonias públicas. Así contó los dioses de los
escitas Heródoto en Melpómene (IV 59): Ofrecen sacrificios sólo a estos dioses, princi-
palmente a Hestia, después a Zeus y a Gea, pensando que Gea es la esposa de Zeus;
después de éstos a Apolo, a Afrodita Urania, a Hércules y a Ares, considerando los escitas
que todos éstos son dioses. Y en el mismo libro (IV 188) escribe más adelante que los
pueblos de Libia hacen sacrificios al sol y a la luna y además consideran que no hay otros
dioses. Pero los judíos, según trajo a la memoria Cornelio Tácito en el libro XXI (Hist. V
5), desde antiguo entendieron una sola mente y una sola divinidad y pensaron que eran
profanos aquellos que reprodujeran las imágenes de los dioses en materias mortales con
apariencia de hombres; y que aquélla era un ser supremo, eterno, inmutable e imperece-
dero. Y así no hubo ninguna estatua en sus ciudades y ni siquiera en los templos, pero
Estrabón en el libro XVII (1, 40. C812-3) de su Geografía dijo que fueron tan variados los
dioses de las diferentes naciones que casi cada ciudad tenía sus propios dioses, pues por
una parte todo Egipto rinde culto a tres de los animales terrestres, el buey, el perro, el gato;
de las aves al halcón, al ibis; de los acuáticos al escamoso 15, al oxirrinco 16; por otra parte,
según dice, los habitantes de Sais y los tebanos a la oveja sobre todo; los latopolitanos al
lato, pez del Nilo; al lobo los licopolitanos, al cinocéfalo los hermopolitanos, al cepo " los
babilonios que viven junto a Menfis, al águila los tebanos, al león los leontopolitanos, a la
cabra y al macho cabrío los de Mendesia; al ratón y a la araña l 8 los atribitas. Sería largo
enumerar las opiniones o más bien los delirios sobre los dioses de todas las naciones y
pueblos que, al haber recibido de los egipcios el origen de la religión o bien no sosteniendo
la antigua teología se rieron de los maestros después o bien ellos mismos cayeron en peores
supersticiones. Así, como en primer lugar los hombres tuvieran esta idea de los dioses y
advirtieran que el mundo se gobernaba por una providencia pero no podían conocer de
quién, y como se dieran cuenta de que los astros actuaban en gran manera sobre los asuntos
humanos pero que no todo era gobernado según el arbitrio de aquéllos, investigando el
asunto durante mucho tiempo y cautivos de la desesperanza del conocimiento, poco a poco
se desviaron de la religión a las supersticiones y algunos introdujeron otros dioses. Pues ha
sido dispuesto por la propia naturaleza que cuando los hombres son oprimidos por un
excesivo miedo a los dioses, caen en las cosas más despreciables y sórdidas y piensan que
no puede ser cometido nada por pequeño que sea que no castiguen los dioses con la mayor
cólera y tormento. Esta situación hizo que los propios griegos, que se habían reído de las
supersticiones recibidas por ellos de los egipcios y de los otros pueblos, se precipitaran
después en errores mucho mayores. Pues rindieron culto como a dioses a hombres adúlte-
ros, ladrones, borrachos y malhechores, que eran mucho más impuros que los animales;
por esta razón cuando hablaban acerca de los dioses les añadían adulterios, robos, parrici-
dios, luchas y crueldad, acciones que son más propias de ladrones y de hombres criminales
que convenientes a semejantes dioses. Sin embargo los atenienses, como eran más sabios y
se daban cuenta de lo vergonzoso de estos dioses y pensaban que nadie podía ser dios si no
era eterno y el mejor, puesto que sabían totalmente que existía e ignoraban quién era o bien
no se atrevían a confesarlo por miedo a los restantes griegos, elevaron un altar a un dios
desconocido. Después enredaron esta tan grande muchedumbre de dioses con tantas en-
volturas de fábulas, puesto que a todos les estaba permitido inventar sobre los dioses lo que

15 Cf. nota 13.


16 Literalmente de hocico puntiugudo, especie de esturión
17 Son dos especies de simios.
18 O bien araneus mus: musaraña.
les apeteciera, que, aunque muchos lo intentaron después, sin embargo hasta hoy nadie ha
podido liberar a aquéllos de estas envolturas sino que todavía quedan muchos enredados y
quizá algunos permanecerán a perpetuidad. Pues quien piense que ha de llevar todo lo que
ha sido dicho por los antiguos acerca de los dioses a un buen fin, que él mismo tenga la
confianza de que él puede conducir todos los navíos que navegan por todas partes sin daño
alguno a puerto. Porque no siempre deliraron con intención los llamados antiguos sabios o
los poetas al crear estas ficciones. Perduró la opinión de este tipo sobre la muchedumbre de
los dioses hasta la época de Platón, quien cambió de algún modo la primitiva teología de
los griegos al considerar que había un solo dios y que éste gobernaba continuamente el
universo, al que llamó o bien alma del mundo o bien el propio mundo, y a veces aquella
fuerza que estaba difundida y mezclada en todos los cuerpos naturales, a la que antes había
llevado Pitágoras a la mónada. Y cada uno de éstos rectamente, si hubiesen permanecido
durante mucho tiempo en la misma opinión. Dejo, pues, con gusto las banalidades de los
otros que se llamaban sabios. Después los romanos, sometida Grecia, llevaron casi cautiva
a la patria la religión de los griegos, puesto que también antes tenían muchos ritos de los
sacrificios griegos y, si algo faltaba para la superstición absoluta, muy a menudo todo esto
lo hicieron venir de Etriiria; hasta que Cristo, destructor de todas las supersticiones, no sólo
azotó tan gran muchedumbre de dioses impuros sino que introdujo la religión verdadera,
santa y absolutamente saludable para todos, la cual nunca se debilitará por la frivolidad de
las gentes o por la impureza y crimen de los pueblos o por la avaricia de los sacerdotes o las
calumnias de los herejes. Pues es necesario que por todas partes emerja la verdad. Y se
haya hablado tan brevemente sobre la división de los dioses de los distintos pueblos.

Cap. 8: Por qué es necesario un solo Dios

Aunque es una cuestión que pertenece más a la verdadera teología que a la explicación
de las fábulas preguntar si pueden existir uno o muchos dioses, sin embargo, puesto que la
exposición de las fábulas no se aparta por completo de la teología, parece estar de acuerdo
con este lugar que se pongan de manifiesto brevemente las cosas que probablemente fueron
dichas por los antiguos sabios sobre un solo Dios. Y nunca he pensado que deba ser
aprobada especialmente aquella opinión de Platón, quien decía que no es lícito revelarlo al
vulgo cuando has encontrado al padre de esta totalidad, como si fuera más útil o más
necesario para todos otro tipo de conocimiento que conocer a Dios como autor de todos los
bienes, o como si fuera conveniente que se reverenciara una cosa no conocida. A no ser
que quizá diga así que no es conveniente que el vulgo esté atenazado por la religión y
respeto de Dios y que rinda culto a un no sé qué y le honre con benevolencia, cuando es
preciso amar a Dios sobre todas las cosas. Así pues, son muchas las razones que muestran
que hay uno y no muchos dioses; pues si los dioses son muchos es necesario que exista este
mismo número de dioses debido a la debilidad de cada uno. Si éstos son débiles, ¿cómo
pueden ser llamados dioses? Pues de esta manera serán suplicantes ante el más poderoso y
en algún momento morirán; ya que una y otra de estas cosas es digna de lástima, ¿quién
podrá adaptarse a la naturaleza de Dios? Si verdaderamente vemos que en todos los seres
animados hay una providencia de la naturaleza tal que, cuanto más débiles son cada uno y
más rápidamente mueren, en tanta más cantidad nacen de ellos y son más fecundos. Porque
si tan grande era el número de los dioses como el que tuvieron los antiguos y entre éstos
varones y hembras, en poco tiempo debía ocurrir que para tantos dioses faitaran magistra-
turas y poderes y, a no ser que prefirieran vivir ociosos y desocupados, tendnamos dioses
artesanos, agricultores y obreros y ya no quedaría tierra para que la habitaran los hombres
en nuestro tiempo. Pero, puesto que es contradictorio que haya dioses y que sean muchos,
y que sean varones y hembras, se deja toda la tierra a los hombres. Además, si hay muchos
dioses, es necesario que sean de poder igual o desigual, según dice Jenófanes de Colofón.
Si algunos son desiguales, que ellos mismos vean de qué modo hay dioses más débiles. Si
por el contrario son todos iguales y uno que no quiere le pone impedimentos al que quiere,
el asunto ya ni puede ni deja de poder realizarse, cosa que no puede comprenderse sin risa.
Así pues entre estos dioses continuamente se interpondrán muchos odios y pugnas, ya que
se interpondrán causas sempiternas que nunca cesarán; y en efecto nunca un igual castigará
a un igual, a no ser la fortuna. Por tanto es necesaria una de estas cosas: o que la fortuna
sea también dominada por los dioses o que haya entre los dioses continuas discordias y
luchas; ninguna de estas dos cosas puede convenir en modo alguno a Dios. Así pues existe
un solo Dios, sempiterno, poderosísimo, óptimo, felicísimo, nada de lo cual puede existir
con la perturbación del alma. No existen, pues, los dioses de los antiguos, porque son
muchos, porque el cielo está lleno de luchas, porque son mucho más dignos de lástima que
los mortales, porque los poetas dijeron que ellos dormían y se complacían con las bebidas y
los banquetes y se turban extraordinariamente con los estímulos de Venus. Pues ¿quién
desconoce que el sueno y las comidas existen a causa de la debilidad del cuerpo, dado que
aquél repara el cuerpo para las fatigas, éstas se buscan para conservar la fuerza de la
naturaleza? Por ello ocurrió que Alejandro de Macedonia respondiera a los aduladores que
pregonaban que él era un dios que conocía por experiencia cosas muy alejadas de la
naturaleza divina, ya que sentía el sueño y los cosquilleos de Venus. Porque si la natura-
leza de estos dioses faltara al faltar el alimento y ellos fueran incitados al placer, ¿cómo
pueden no ser mortales o cómo puede no dejar de existir la clase de éstos a no ser que se
recupere? Por tanto no existen aquellos dioses de los antiguos sino que esas fábulas en
parte tienen ocultas las cosas de la naturaleza, en parte forman las costumbres, en parte son
vacíos inventos del vulgo, como decíamos.

Cap. 9: De qué manera fueron sempiternos los dioses de los antiguos

Y para que se vea claramente que es verdadero aquello que hasta ahora se ha dicho
sobre la condiciór. mortal de los dioses de los antiguos, consideramos qué ha sido escrito
por los poetas acerca del propio Júpiter, el más importante de todos los dioses,
al que unas veces llamaron padre, otras rey de todos los dioses, como
Homero en el libro 1 (28) de la Odisea: A éstos comenzó a hablarles el padre de los
hombres y de los dioses; otras sempiterno, como mostró Virgilio en estos versos del libro 1
(229-30) de la Eneida: Oh tú, que gobiernas los asuntos de los hombres y de los dioses
con eternos poderes y aterrorizas con el rayo; y Orfeo en los Himnos (15, 1): Oh veneradí-
simo Zeus, oh Zeus eterno, al mismo que presenta como autor de todas las cosas, según
pone de manifiesto a partir de estos versos (15, 3-5): jOh Soberano, gracias a tu poder
salieron a la luz fácilmente estas cosas, la divina madre Gea y las resonantes alturas de
los montes, y el mar y todo cuanto el cielo colocó dentro. Sin embargo a este Júpiter
sempiterno y autor de todas las cosas Virgilio lo consideró criado en el monte Dicteo de
Creta, del que escribe también que fue alimentado por las abejas en el libro IV (149-52) de
las Georgicas, según queda claro en estos versos: Ea, ahora explicaré las naturalezas que
el propio Júpiter otorgó a las abejas, en recompensa porque, siguiendo los melodiosos
sonidos de los Curetes y los bronces que retumbaban, alimentaron al r q del cielo en la
cueva dictea. Pero quizá parecerá más admirable el hecho de que sin embargo no se sabe
con certeza dónde fue criado este brillante e ilustre padre de los dioses de los antiguos.
Pues los mesenios sostenían que entre ellos había nacido y se había criado Júpiter, del que
mostraban la cuna en su territorio, y afirmaban que había sido guardado por las nodrizas
Neda e Itome y por los Curetes, según dice Pausanias en Los asuntos de Mesenia (IV
33, 1). Calímaco trata esta misma rivalidad sobre el nacimiento de Júpiter de este modo en
los Himnos (1 6-7): Zeus, dicen que tú naciste en los montes Ideos, Zeus, que tú en
Arcadia; ¿quién de los dos, Padre, miente? Porque si miramos con atención la diversidad
de nodrizas, si es verdad la opinión de Aetio, ilustrísimo médico, de que el carácter y las
costumbres de las nodrizas se transmiten en la leche, jacaso no parecerá más una fiera que
un hombre Júpiter, que ha mamado leche de tantos animales, que ha tenido como nodrizas
a las más truculentas fieras, que fue criado por abejas, por cabras, por osas? Y que mamó
leche de cabra lo dice así Ovidio en el libro V (1 12-1 13) de los Fastos: Se elevará el a.rtro
lluvioso de la cabrita Olenia, que fue servicial en la cuna de Júpiter I y . Por ello dio un
nombre a esta Cabra de Júpiter Arato en los Fenómenos (164) según está en este verso: A
ella, a la Cabra de Zeus, la llamaron los intérpretes de los dioses Olenia. Y de las Osas,
cuya leche mamó Júpiter, se acuerda así el mismo Arato en estos versos (27-35): Las Osas
giran a la vez, por lo que son llamadas Carros. Una de ellas siempre tiene la cabeza en la
cadera de la otra, se mueven siempre suspendidas por la espalda. girando en sentido
contrario hacia sus hombros. Si es verdad, aquéllas subieron al cielo desde Creta por
voluntad del gran Zeus porque entonces, siendo todavía un niño, lo ocultaron en la
perfumada cueva Dictea, cerca del monte Ida, y lo alimentaron durante un año, cuando
los Curetes Dicteos engañaron a Crono. La opinión más difundida fue que este mismo
Júpiter, al que Hesíodo en la Teogonía (457) llamó padre de hombre,^ y de dioses, murió y
fue sepultado en Creta, aunque en vano Calímaco intente desmentir esa fama, como se
pone de manifiesto en estos versos (Hymn. 1 8-9): Y, oh Soberano, los cretenses constru-
yeron un sepulcro; pero tú no has muerto, pues simpre vives. Porque si estaba sometido a
la necesidad de los hados, según atestigua Esquilo en el Prometeo (516-7) diciendo así:
PR. Las Moiras de tres formas y las Erinies que recuerdan. CO. así pues Zeus es más
importante que éstas?, ¿de qué manera podía ser llamado dios y padre y rey de los

19 El único lugar de los Fastos en que Ovidio hace alusión a la cabra Olenia, no es en el libro 111 como
aparece en las ediciones de 1567 y 1568, sino en el V como rectifica en la de 1616; no obstante, el texto de
Fastos V 1 12- 1 13 no nos ha llegado tal como Conti lo refleja:
Oleniae surge! sydus pluviule capellae
quae fuii in cunis oficiosa lovis
sino con términos y orden distintos. Nos parece que Conti ha formado un distico a partir de tres versos ovidianos,
Fast. V 111-113:
Ah love SVRGAT opus! prima mihi nocfr vidrnda
siella es/ ir1 CVNAS OFFICIOSA IOVIS
nasciiur OLENIAE signum PLVVIALE CAPELLAE
y que la sustitución de signum por sidus puede deberse al recuerdo de Met. 111 594: Oleniae sidus pluviale
capellae. Cf. nuestro articulo citado en Introducción, n. 52.
hombres y de los dioses? Pero no consideremos sólo las palabras de los hombres sino
también las opiniones de los propios dioses sobre Júpiter. El mismo Plauto en el proemio
del Anfitrión (Lindsay 29-31 y 26-28) imaginó que éste era llamado mortal por Mercurio
con estas palabras: No es justo admirarse si teme por anticipado, e incluso también yo, que
soy hijo de Júpiter, temo el mal por contagio de mi padre. Pues ese Júpiter por cuya orden
vengo aquí reme el mal no menos que cualquiera de nosotros, al haber nacido de una
madre humana, de padre humano * O . Por tanto, si este mismo nació como los restantes
hombres, murió y tuvo su origen de mortales, ¿de qué modo pudo ser sempiterno? Si en
efecto todas las cosas que nacen es necesario que mueran en algún momento. Pero ¿por qué
es llamado Júpiter sempiterno? Porque, como se dirá cuando tratemos sobre él, puesto que
fue muy ávido de gloria y se afanó en que se le construyeran templos por todas partes, la
vulgar opinión de aquellos que sienten admiración por las magistraturas y los cargos hizo que
fuera considerado el más grande de los dioses; por ello después llamaron Júpiter a la fuerza
del destino o a la providencia de Dios, o al propio Dios, al que algunos llamaron alma del
mundo, o al éter y, dado que estas cosas son eternas, consideraron que Júpiter era eterno.
Así, cuando en lugar de la fuerza divina que se difunde a través de las aguas se entiende
Neptuno, es llamado sempiterno. En lugar de Vulcano el fuego; en lugar de Venus el deseo
natural de engendrar; por Ceres la fertilidad de la tierra. Y si son aceptados de este modo
los dioses de los antiguos serán eternos, según la opinión de aquellos que consideraron
eternos el mundo y sus elementos. Pero si investigamos su genealogía, todos fueron
mortales y engendrados por hombres, como quedará de manifiesto después. Por tanto fue
absurdo llamar a las cosas eternas con nombres de hombres y cubrir el esplendor de la
providencia divina bajo estas coberturas humanas; porque, en efecto, no conviene en
absoluto mancillar las cosas admirables con la mancha de estos nombres profanos. No
obstante, puesto que los sabios veían que los ánimos de la muchedumbre no podían ser
llevados a la ciencia con razonamientos abiertos, los atrajeron hacia sí con la suavidad de
estas ficciones, causa que fue la única de por qué se inventaron después tantas fábulas.

Cap. 10: Sobre los sacrificios de los dioses celestes

Y, para que quede claro que fueron llamados con estos nombres por los sabios las
virtudes de los elementos y de las cosas naturales así como las fuerzas de esos démones que
habitaban en aquellos que fueron considerados dioses por la muchedumbre de ignorantes,
no será absurdo si explico brevemente las clases de sacrificios atribuidos a cada uno de los
dioses: porque, en efecto, fueron muchas las clases de sacrificios establecidas por los
antiguos según la naturaleza de cada dios, y distintas las víctimas, y diferente el tipo de
perfumes, y no era idéntico el atuendo de los que hacían el sacrificio. Porque ni se ofrecía
a todos la harina sagrada 2 1 , ni se encendían para todos luces, ni se hacían siempre los
sacrificios sobre altares elevados, ni siempre durante el día. Finalmente, según la costum-
bre de cada nación, según la diversidad de la época, según la naturaleza de los considera-
dos dioses, se ofrecían distintos sacrificios por doquier, ya que unos eran adecuados para

20 Al presentar este testimonio de Plauto, Conti o bien no se da cuenta, o bien no ha querido darse cuenta
del juego plautino entre Mercurio-actor y Júpiter-actor.
21 Comúnmente denominada salsa mola en larín y mantenida así por nosotras en algunos casos.
los dioses del cielo, otros para los de la tierra, otros para los del agua, otros para los
infernales, de los que unos se realizaban en privado, otros en público. Así pues, lo primero
de todo conviene saber que la fuerza de los alimentos y la templanza del aire contribuye
mucho para la fortaleza y bondad de cada uno no sólo en los animales o en las plantas sino
también en aquellos démones de los que dijeron los sabios que está lleno este universo
que contemplamos. Pues los que habitan en obscuras cavernas son mucho más crueles y
fieros y de una materia más densa ya que ésta se acerca más al cuerpo, como atestigua
Pselo en los libros que escribió Sobre los Démones (Migne Patr. Gr. 122, pp. 876-82),
que lo son aquellos démones que viven en la región del fuego o del aire, lo que sucede por
la naturaleza de su habitáculo o la fuerza de los astros. ¿Pues qué de admirable hay en que
los astros tengan mucho poder sobre éstos, ya que se considera que dominan en los
metales, en las piedras más duras y en las plantas? LO quién desconoce que unos metales
han sido atribuidos al sol, otros a la luna, otros a Venus, otros a Mercurio, otros a otros
astros a causa de algunas propiedades y semejanzas, lo que también ocurre con otros
cuerpos? Así pues, consideraban que toda la fuerza de los sacrificios y cualquier modo de
apaciguar a los dioses conforme a un ritual consistía en conocer la naturaleza de los
démones. Por ello, ya que creían que los cuerpos celestes eran de fuego, opinión que no
fue sólo de Anaxágoras y de Empédocles sino también de muchos otros filósofos, en los
sacrificios de éstos añadieron luces, figuras y muchas cosas que conciernen a la vista; sus
altares se constmían elevados, y sobre ellos se encendían luces y se colocaban las
víctimas inmoladas. Por tanto cuando se hacían sacrificios a los dioses de arriba, y a
Júpiter especialmente, los altares se construían en lugares elevados, como dice Melantes en
el libro Sobre los sacrificios de este modo: Todo el monte recibía el nombre de Zeus pues
era costumbre entre los antiguos, al ser el dios supremo, hacer sacrificios en la altura. Así
también, de acuerdo con el oráculo del propio Júpiter, se hacen sacrificios en los montes,
según Apolonio en el libro 11 (522-524) de los Argonáutica: Y levantó un gran altar de
Zeus Icmeo y celebró sacrificios en los montes a aquella estrella Sirio y al propio Zeus
Crónida; por esta razón ... Y según está en Heródoto en Clío (1, 131), lugar que he citado
cuando hablaba sobre los distintos dioses de las diversas gentes. También a Apolo le
levantaron un altar en la costa los Argonautas y, como allí no hubiese ningún monte, lo
hicieron elevado, según dice el mismo poeta en estos versos (11 688-9): Y sacrificaremos lo
que hay levantando un altar junto al mar. Sirve como pmeba de este asunto el hecho de que
también entre los latinos fue llamado altar, como si fuera alta área. Existía además la
costumbre de erigir templos de modo que no sólo se construían elevados y amplios sino
también para que recibieran al punto al sol naciente, como dice Plutarco en Numa Pompi-
lio (14) y que no estuvieran obstaculizados por nada sino que estuvieran libres por todas
partes y en modo alguno ocupados, como atestigua Promáquidas Heracleota y Dionisio el
Tracio con estas palabras en el libro 111 de Sobre las diéresis: Pues los templos de los
antiguos solían recibir al punto al sol que se inclinaba sobre ellos y llenarse rápidamente
con la luz de las puertas iluminadas cuando hacían sacrificios. [Y no pensana yo que debe
ser dejado de lado que los antiguos pretendieron incluso que los estilos de los edificios
estuvieran muy de acuerdo con la naturaleza de los dioses a quienes eran dedicados. Porque
se pensó que a Júpiter, Marte, Hércules, les convenía sobre todo no otro que el dórico; a
Baco, Apolo, Diana el jónico; el corintio a la virgen Vesta, aunque algunas veces se
utilizaban todos estos estilos en un mismo templo, pues en el santuario de Minerva Alea en
Tegea, cuyo arquitecto fue Escopas de Paros, al tener un triple orden de columnas, la
primera fila que se presentaba a los que entraban en él era de factura dórica; la segunda
corintia; la tercera, que estuvo junto al templo, había sido elaborada en arte jónico. Esto se
hacía, además, cuando los santuarios estaban consagrados a varios dioses o cuando estaban
dedicados a aquellos dioses cuyas propiedades eran múltiples y los elementos hacían
alusión a los varones y a las hembras. Y en la Elide a la vez que se erigió un templo a
Júpiter Olímpico en construcción dórica, en cuya parte exterior se mostraban las columnas
con entablamento dórico, también se construyó el templo de Juno Trifilia, que fue erigido
por el arquitecto Oxilo, con factura de forma dórica y con columnas del mismo estilo que
lo rodeaban por todas partes, para explicar, según creo, la enorme fuerza del aire y
para señalar que Juno era hermana de Júpiter, es decir, que el aire no se dife-
rencia en gran medida en su parte superior de la naturaleza del fuego. Ahora bien, estos
mismos templos se construían así para recibir al punto por sus abiertas ventanas el sol al
nacer, como atestigua Posidipo 2 2 , poeta de epigramas, en estos versos: Temprano los
templos abiertos del Latoida y del divino Hefesto recibían la primera luz del sol, y así con
sabiduría Virgilio en el libro XII (172) de la Eneida presenta a los que celebran sacrificios
vueltos a la salida del sol cuando dice así: Ellos con sus ojos vueltos al sol que nacía.]
Existía además la costumbre de hacer sacrificios al amanecer, con la salida del sol, a los
dioses celestes, como a la puesta del sol a los difuntos y a los infernales, según dice de este
modo Calixeno de Rodas en aquello que escribió Sobre Alejandría: Hacemos sacrificios a
los muertos a la puesta del sol, a los dioses del cielo con la aurora, cuando el sol sale. [En
estos sacrificios además se ponían coronas a las víctimas, los altares y los hombres que los
hacían, como atestiguan estos versos del oráculo de Delfos que están en el discurso de
Demóstenes Contra Midias (52): Me dirijo a vosotros, hijos de Erecteo, cuantos habitáis
la ciudad de Pandíon y reguláis las fiestas según las leyes de vuestros antepasados,
acordaos de Buco y todos formad coros por vuestras largas calles para dar gracias a
Bromio por los frutos del año y poned coronas en vuestras cabezas haciendo humear los
altares. El propio Demóstenes en el discurso Contra Neera (78) señaló que se observaba
esto en los sacrificios de otros dioses con estas palabras: Estoy en estado de pureza, limpia
de toda clase de mancha y en especial de la unión con varón.] Y puesto que unos árboles
fueron consagrados a unos dioses, por ello los sacerdotes que tenían que hacer sacrificios a
distintos dioses se adornaban con distintas coronas, como por ejemplo en las Dionisiacas
con el mirto, según dice Timáquidas en el libro Sobre las coronas y Aristófanes alude a
ello en las Ranas (328-30) en estos versos: Agitando la corona de mirtos llena de frutos
que se cubre de brotes sobre tu cabeza. Pero en las Fiestas de Ceres se coronaban con la
encina para eterna memoria del beneficio recibido de aquella diosa, como puso de mani-
fiesto Virgilio en el libro 1 (347-50) de las Geórgicas en estos versos: Y que nadie ponga la
hoz en las espigas maduras antes de que cubiertas las sienes con encina retorcida dé en
honor de Ceres pasos sin demasiado ritmo y le cante canciones. En los sacrificios a
Hércules se coronaban con álamo, como atestigua el mismo en el libro VI11 (286): Están
presentes ceñidas las sienes con ramas de álamo. En los sacrificios de Apolo se coronaban
con laurel, como dice Apolonio en el libro LI (159) de los Argonáutica: Coronadas sus
rubias frentes con el laurel colocado encima. Dejó escrito Andretas de Ténedos que en la
navegación de la Propóntide los antiguos utilizaron una triple hilera de coronas en los
sacrificios, lugar que también mencionó el comentarista de Apolonio (Arg. 11 159-60),

22 Este epigrama atribuido por Conti a Posidipo no está recogido en la Anth. Gr.
puesto que unos se ponían coronas en la parte más alta de la cabeza, otros las oprimían en
las sienes, otros las dejaban caer hasta el cuello; pero no sólo se coronaban en los sacrifi-
cios los sacerdotes o los que realizaban el sacrificio sino también los vasos que se utiliza-
ban y las víctimas que habían de ser inmoladas, a las que se ponían coronas alrededor del
cuello y se doraban sus cuernos y se entrelazaban con algunas vendas de colores agradables
a los dioses, según está esto en el libro VI1 (428-9) de las Metamorfosis de Ovidio: Las
segures hieren los cuellos robustos de los b u e y e ~ceñidos en sus sienes de vendas. Y que
también se coronaban los vasos está así atestiguado en el libro 111 (525-6) de la Eneida de
Virgilio: Entonces el padre Anquises vistió un gran cratero con una corona y lo llenó de
vino e invocó a los dioses. Y en verdad no se elegía para los sacrificios cualquier víctima
sino que se reservaban mucho antes las que eran más destacadas; por ello, porque se
elegían del rebaño, fueron llamadas víctimas egregias; mas, ya que eran escogidas de los
ganados a los que se ponían marcas sagradas, eximias. Pues los antiguos dividían los
ganados en tres clases, porque una parte la destinaban a la reproducción, otra a los trabajos
y otra la reservaban para los altares, según afirma Virgilio en el libro 111 (158-60) de las
Geórgicas: E inmediatamente graban las marcas y los nombres de la casta y a quiénes
prefieren dejar para tener ganado o guardarlos consagrados a los altares o para que
rompan la tierra. Además, las víctimas que se dedicaban a los sacrificios de los dioses eran
elegidas con especial cuidado no sólo por su destacada belleza sino también por la pureza
del color, ya que por distintas causas se rechazaban totalmente y no estaba permitido llevar
al altar una víctima mutilada o que careciera de alguna parte del cuerpo; y a este cuidado
hace breve alusión Luciano así en el diálogo Sobre los sacrificios (12): Pero los que hacen
sacrificios, coronando a la víctima y examinando mucho antes a fondo si estaba en
perfecto estado para no degollar una de las inútiles, la conducen al altar. Después
pensaron que era conveniente que las túnicas de los sacerdotes fuesen puras y no estuvie-
ran mancilladas por ninguna mancha, lo que a f m a así Virgilio en el libro XII (169-71): Y
el sacerdote con una túnica pura llevó la cría de un cerdo de pelo erizado y la oveja de dos
años sin esquilar y empujó a los animales junto a los perfumados altares. Pues pensaron
que no eran adecuadas para los dioses víctimas acostumbradas a los trabajos ni aquéllas de
las que se hubiera obtenido alguna utilidad. También eran más idóneos vestidos de dife-
rentes colores para los distintos dioses, ya que a los dioses de los infiernos les convenían
vestidos negros, a los del cielo los de púrpura, como dice Menandro en el libro Sobre los
misterios, y a algunos blancas, como en los sacrificios de Ceres, según atestigua Ovidio en
el libro X (431-3): Las piadosas madres celebraban las fiestas anuales en honor de Ceres,
ésas en las que, cubriendo sus cuerpos con níveos vestidos, ofrecen como primicias de sus
cosechas guirnaldas de espigas, y en el libro 1V (619-20) de los Fastos: Lo blanco
conviene a Ceres; coged los vestidos blancos para las fiestas de Ceres; ahora está lejos el
uso del vellón obscuro. También a unos dioses se les inmolaban solamente víctimas
hembras, a otros sólo machos, y en todos los sacrificios se expiaba la culpa si se había
acercado a los altares alguien manchado con un asesinato o por otra infamia; y de ninguna
manera eran gratos los sacrificios que ofrecían las manos impuras de hombres criminales.
Por ello era necesario que al menos durante nueve días y noches se abstuvieran de todo
placer los sacerdotes o las mujeres guardianas de los templos o las que se iban a iniciar,
según está en estos versos (Ov. Met. X 434-5): Durante nueve noches consideran prohibido
a Venus y el contacto con los hombres. [Así también los sacerdotes de Cibeles se cortaban
con una piedra el miembro viril para vivir castamente, y en Atenas otros bebían cicuta
para quitar la fuerza del miembro viril y además las mujeres que iban a iniciarse recubrían
sus lechos de hojas de vid para refrenar el deseo, por lo que con toda razón escribió
Demóstenes en el discurso Contra Timócrates (186) esto sobre los que estaban al frente
de los sacrificios: Yo pienso que para entrar en un lugar sagrado y tocar Las urnas
lustrales y las cestas sagradas y para presidir el servicio de los dioses no basta con
permanecer puro el número de días prescrito sino que es necesario tener tras de sí una
vida pura de prácticas tales.] No le estaba, pues, permitido a nadie acercarse a los
sacrificios a no ser con las manos lavadas, razón por la que Eneas rechaza así tocar lo
sagrado o bien por la gran condición de su piedad en el libro 11 (717-20) de Virgilio:
Padre, coge tú en tus manos las cosas sagradas y Los Penates de La patria. No esta
permitido que yo, salido de una guerra tan grande y de una matanza reciente, Lo toque
hasta que me haya lavado en agua corriente. Y Hornero en el libro VI (266-8) de la Ilíada:
Temo Libar rojo vino a Zeus con las manos sin lavar. Y de ninguna manera es posible
dirigir un ruego al Crónida de sombrías nubes salpicado de sangre y lodo. Porque pensa-
ban los antiguos que la limpieza del espíritu era la misma que la del cuerpo, de modo que
al haber lavado alguien sus manos o su cuerpo en un río después de una matanza, al punto
quedaba purificado; por ello escribe así Anticlides (Jac . 140 F 6 bis) en el libro LXXIV de los Re-
gresos:Era pues costumbre de los antiguos, lo que también ahora está en vigor, cuando mata-
ban a hombres u otras víctimas lavar las manos con agua corriente para purificación de la
mancha, razón por la que Hesíodo ordenó que no convenía realizar un sacrificio a ninguno
de los dioses antes de que las manos estuvieran lavadas al amanecer, cuando escribe así en
Los trabajos (724-5): Nunca al amanecer libes rojo vino con Las manos sin lavar a Zeus ni
a los otros inmortales. Pues, ya que Dios es puro e inmune por completo a toda suciedad,
creyeron que no era adecuado que el ministro que se acercara al altar tuviera las manos o
alguna parte del cuerpo sucia o impura. Por ello si alguno se había acercado a sus altares
despreciando la purificación, pensaban que los dioses no escuchaban ni prestaban atención
a sus ruegos. Además había un cuidado no pequeño en elegir la leña que convenía a cada
tipo de sacrificios, puesto que no se encendía fuego con cualquier madera sino de los leños
nombrados en las leyes de los sacrificios. Así en los sacrificios de Baco desde antiguo no
se quemaba ninguna madera a no ser de oporobasilis o de higuera de Fibalea o de
sauzguillo con hojas de vid, según dice Hegemón en el libro 11 de las Geórgicas. En los
sacrificios de Venus se quemaba mirto; pero en Sición no se hacía fuego a no ser de
madera de enebro, a la que añadían hojas de paideros como dice Pausanias en Los asuntos
de Corinto (11 10, 5-6). En los sacrificios de Júpiter madera de encina, en los de Marte de
fresnos, en los sacrificios de Hércules de mesto o de carrasca, o de cornejo, según escribió
Eforo en el libro 11 de Sobre los pesos de Asia y Epígenes en Heroína. [Sirve como
prueba de esto lo que escribió Timeo de Sicilia en el libro 11 de las Historias de este modo:
Después de la toma de Troya muchos de Los Locrios murieron al naufragar junto a Gereas.
Los restantes con Ayax fueron con dificultad a Lócride. Dominando después de tres años
la ruina y la peste la tierra de éstos a causa de la impía acción de Ayax con Casandra, dio
como respuesta el dios en su oráculo que era necesario que durante mil años aplacaran a
la Atenea de Ilio enviando dos doncellas sacadas a suerte. Después de esto era costumbre
entre los troyanos que encontraban a las que habían sido enviadas retenerlas, matarlas y
quemarLas con maderas salvajes y estériles, Lo que realizaban hasta La guerra de La
Fócide, pues entonces abandonaron este tipo de sacrificios más que la impiedad. Y sirve
como prueba el hecho de que los antiguos pusieran gran cuidado en elegir las maderas para
los sacrificios, puesto que presidían los sacrificios junto con los guardianes de los templos,
los feciales, los intérpretes, también los llamados leñadores, cuya preocupación era tan
sólo la de preparar las maderas de acuerdo con la ley y disponerlas artísticamente sobre el
fuego.] Porque si no se observaban en los sacrificios todas las cosas de acuerdo con la ley,
como consecuencia de ello surgían calamidades públicas; sirve como prueba de esto el
hecho de que si alguno hubiese entrado en el templo de Júpiter Liceo, o incluso en el
terreno, sin llevar a cabo previamente las purificaciones según la ley, era totalmente
necesario que muriese en el plazo de un año, según escribe Hegesandro en el libro XVII y
Pausanias en Los asuntos de Arcadia (VI11 38,6). [Por ello fue escrito por Pausanias en
Los primeros asuntos de la Elide (V 13,2-3) que en el templo de Júpiter Olímpico, donde
los magistrados realizaban los sacrificios con un carnero negro y no se daba ninguna
porción de la víctima al sacerdote sino solamente el cuello al leñador según la costumbre de
los antepasados, se ordenó al leñador el encargo de que, para uso de los sacrificios,
entregase maderas a un precio fijo bien públicamente a las ciudades, bien en privado a
cualquiera, maderas que no eran de otro árbol que de álamo blanco; este honor fue
atribuido al árbol (V 14,2) porque Hércules lo había traído por primera vez desde Tesprotia
a Grecia y lo encontró junto al río Aqueronte de Tesprotia, con cuyas maderas quemó
también los muslos de sus víctimas. Decían (V 27,s-6) que había en la Lidia llamada con
el sobrenombre de Persa dos ciudades, Hipepa y Hierocesarea, en las que había sendos
templos muy amplios con celas y altares sobre los cuales había una ceniza de color muy
distinto al de la ceniza común. Al entrar aquí el sacerdote ponía sobre los altares las
maderas en una lengua desconocida para los griegos, cubría su cabeza con una tiara,
implorabla el sobrenombre de un dios desconocido; tras haber recitado un poema de un
libro en lengua totalmente desconocida para los griegos y haber acabado las plegarias,
espontáneamente de las maderas, sin que se hubiera removido ningún fuego, brillaba una
purísima llama a lo lejos sobre todos los que se habían alejado, como dice Teágenes en el
libro Sobre los dioses y Pausanias en Los primeros asuntos de la Elide.] Convenía hacer
uso de tan gran cuidado en las purificaciones y en todo tipo de sacrificios. Entre los
antepasados los templos de los dioses gozaron además de gran consideración y respeto,
pues si alguno se había refugiado como suplicante junto al los altares de los dioses no
estaba permitido arrancarlo de allí gracias a la religión, según escribe Pausanias en Los
asuntos de Acaya (VI1 25, 3-4). Por ello, como los magistrados de los atenienses fueran
crueles contra aquellos que se habían refugiado con Cilon en la ciudadela de Minerva, ellos
mismos y todos sus descendientes sufrieron los castigos por haber violado la religión de
Minerva. Del mismo modo, como los lacedemonios maltratasen a los que se habían
refugiado en calidad de suplicantes en el templo de Neptuno, fue agitada Esparta con tan
enormes y repetidos movimientos de tierra que apenas casa alguna desconoció tan gran
ruina; y sería largo recordar las desgracias de aquellos que a causa de la despreciada o falsa
religión de los antiguos cayeron en grave peligro de muerte. Había además en algunas
ciudades ciertas familias que eran las únicas en iniciarse en los sacrificios de algunos
dioses, como los Pinarios a Hércules, según está en el libro VI11 (269-72) de Virgilio. Pero
en Atenas sólo se iniciaban en los sacrificios de Ceres los Eumólpidas porque Eumolpo fue
el primero en celebrar aquellos sacrificios, según atestigua Acestodoro (Müller 11, 464=
Schol. O. C. 1053) con estas palabras: Cuentan que en primer lugar vivían en Eleusis los
autóctonos, después los tracios que vinieron con Eumolpo en su auxilio en la guerra
contra Erecteo. Dicen también que Eumolpo descubrió la iniciación de los preceptos que
se celebran cada año en Eleusis en honor a Deméter y Core. Pero Androtión, en el libro 11
de Sobre los sacrificios (Jac. 10 F13 =Schol. O. C. 1053) 2 3 dice que no inventó aquellos
sacrificios este Eumolpo sino otro Eumolpo que fue el quinto desde el primero que luchó
contra Erecteo; y dice así: Pues de Eumolpo nació el heraldo, de éste Eumolpo, de éste
Antifemo, de éste Museo el poeta, de éste Eumolpo, el que enseñó la iniciación y llegó a
ser el iniciador de los misterios. [Existía además la costumbre de llevar a los altares
víctimas blancas con los cuernos dorados, según atestigua Valerio Flaco
en el libro 1 (89-90) de los Argonáutica: El padre entregará al fuego los
cuellos con los cuernos dorados y los níveos rebaños rodearan los altares.] Y se
ponía un cuidado no pequeño en observar si las víctimas estaban de buen grado después de
haber sido conducidas ante los altares, pues si mostraban alguna resistencia se las apartaba
de los altares porque se consideraba que no eran gratas a los dioses. Por ello escribe así
Virgilio en el libro 11 (395) de las Geórgicas: Y el macho cabrío, llevado por el cuerno,
estará quieto ante el altar. [Además ponían a prueba la voluntad de las víctimas mediante
salpicaduras de salsa mola con la que rociaban los cuchillos y los lomos de las víctimas y
solían llevar el cuchillo inclinado desde la frente hata la cola antes de la inmolación, lo que
afirma Virgilio en el libro XII (173-4): Ofrecen,frutos salados con las manos y señalan con
el hierro la parte mas alta de la sien de los animales.] En efecto era tan grande el empeño
en observar las víctimas que no parecía suficiente si estaban tranquilas ante el altar salvo
que también movieran la cabeza afirmativamente en los sacrificios, como dice Mírtilo en el
libro 11 de Los asuntos de Lesbos con estas palabras: Pues los sacerdotes tenían por
costumbre echar agua en la oreja de la víctima para que diera su asentimiento en los
sacrificios. [Había además aguas específicas que se consideraban las más adecuadas para
cada sacrificio, pues en los sacrificios y en las bodas en Atenas fue costumbre no hacer uso
de agua de otra fuente que la de Calírroe. En Delos no solían utilizar el agua del templo en
ninguna otra cosa a no ser en los sacrificios y ni siquiera el agua de todos los restantes nos
se consideraban adecuadas para todos los sacrificios, si bien a Júpiter Olímpico le fue grata
el agua del Alfeo según atestigua Pausanias en Los asuntos de Arcadia (Elide 1, V
1 3 , l l ) . Pero Pensaban que no era lícito usar el agua de la fuente llamada de Anfiarao, que
estaba en el campo de los oropios cerca del templo de Apolo y Anfiarao, ni para purificarse
ni para lavarse las manos, tan grande era el celo y el cuidado de los antiguos
en realizar los asuntos sagrados conforme al rito. Además, de las normas de los
sacrificios se respetaba la de emplear el número tres pues, según escribió Porfirio en el
libro Sobre los sacrificios, fue costumbre de los antiguos ofrecer antes a los démones,
junto con las flores, hierbas, ramas de árboles y animales, cuando se disponían a ofrecer un
sacrificio al más alto dios, cosa que ciertamente hacían tres veces para que esos mismos
démones, a los que consideraban mensajeros del dios supremo, trasladaran al sumo dios los
votos y plegarias de los que sacrificaban. Y a éstos les daban gracias por los beneficios
obtenidos del dios, les pedían cosas saludables y los honraban como a los ministros de
aquel sumo y excelso dios.] Observadas así estas cosas, los sacerdotes comenzaban enton-
ces los ruegos y , apartadas unas pocas, vertían vino entre los cuernos de las víctimas, como

23 Androtión aparece en los FGrH de Jacoby con el n.O 324 y en el F70 leemos que acerca de la obra de
este autor Sobre los sacrificios se da como fuente Natal. Com. Myth. 1 10 (ed. Genev. 1651, p. 30) y se
reproduce este texto. Sin embargo, este dato pertenece a Andrón, aunque sin titulo de obra y está recogido en Jac.
10F13 procedente de Schol. O. C. 1053, tal como nosotras indicamos entre paréntesis.
asegura Ovidio en el libro VI1 (593-4) de las Metamorfosis: Cuántas veces traídos a los
templos mientras el sacerdote recita las plegarias y derrama vino puro entre los cuernos.
Y Vugilio dice en el libro IV (60-61) de la Eneida que no sólo los sacerdotes acostumbra-
ron a derramar el vino entre los cuernos sino también aquellos en honor de los cuales se
hacían los sacrificios: Ella misma, la hermosísima Dido, sosteniendo en su diestra la
pátera, lo derrama en medio de los cuernos de la blanca vaca. Después, intercaladas
unas pocas plegarias, en primer lugar se esparcía agua de cebada mezclada con sal en el
lomo de la víctima, la cual por este motivo había sido rociada por el ministro con un poco
de agua, como una ligera lluvia; y a estas mezclas las llamaban molae, a las que los
griegos dieron el nombre de oulochutai, puesto que está formado de oule, cebada, y cheo,
esparzo. Así pues, una vez que las víctimas así rociadas hubiesen permanecido quietas
durante algún tiempo, mientras llevaban a cabo las plegarias los sacerdotes y los encarga-
dos de los sacrificios, se preparaban cuchillos o segures para degollarlas e hidrias llenas de
agua para lavar las manos de los ministros. Luego, tras algunas súplicas, lanzaban una
parte de salsa mola con pelos arrancados de la frente de la víctima al fuego encendido
entonces en el altar, lo que se llamaban las primeras ofrendas. Lo seiialó así Homero en el
libro 111 (445-6) de la Odisea: Inició las abluciones y la esparsión de cebada; hizo muchas
súplicus a Atetiea al comien:~del sacrificio, lanzando al .fuego cabellos de la cabeza, y
después el mismo poeta también en el libro XIV (422-3): Pero, al comenzar el sacrificio
arrojó al fuego los pelos de h cabeza del cerdo de blancos dientes y rogó a todos los
dioses. Así Virgilio en el libro VI (245-6) de la Eneida: Y cogiendo la punta de las cerdas
de en medio de los cuernos las colocó sobre los fuegos sacros, primeras ofrendas. Había
además la costumbre de que aquéllos por quienes se realizaban los sacrificios sujetaran
durante las plegarias el altar con una mano, a saber la derecha, rito al que alude así Virgilio
en el libro IV (219-20) de la Eneida: Al que suplicaba coti tales palabras y sujetaba su
altar, lo oyó el omnipotente. Y pronunciadas algunas plegarias en un intervalo no largo,
golpeaban a las víctimas con la segur, según se pone de manifiesto en el libro 111 (442-3)
de la Odisea donde están estos versos: Y Trasimedes 2 4 se presentó con una aguda hacha
en la mano para herir a la novilla. Y si se hacían sacrificios a los dioses del cielo no había
ninguna necesidad de sangre. Efectivamente, que éste fue el rito de los sacrificios también
en Roma y que se observaba en los sacrificios lo que hemos dicho lo explicó sumariamente
así Dionisio de Halicamaso en el libro VI1 (72,15) de Las cosas antiguas: Acabada la
procesión rápidamente realizaban un sacrificio de bueyes los cónsules y aquéllos de los
sacerdotes a quienes se les estaba permitido, y la manera de hacer los sacrificios era la
misma que entre nosotros; pues estos mismos, lavándose las manos y purificando las
víctimas coti agua pura y extendiendo los frutos de Deméter sobre las cabezas de aquéllas,
haciendo después súplicas, ordenaban a los ministros que las sacrificaran. De éstos, unos
golpeaban con un bastón las sienes de la víctima todavía en pie, otros ponían debajo de la
que caía los cuchillos y después de esto, quitándole la piel y despiexíndola, cogían las
primicias de cada víscera J los miembros de todo el resto, las cuales, rociándolas con
harina de cebada, llevuban en cunastillos a los que hacían el sacr$cio quienes, colocán-

24 Traducimos los versos de Hornero siguiendo la edición de Allen. Oxonii 1979 (=1908) y no el texto
griego con traducción latina que Conti ofrece, donde en lugar de meneptolemos Thrasymides aparece Neopto-
lemos thrasymethes: Neoptólerno de espíritu valeroso.

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dolas en los altares, encendían fuego debajo de ellas y derramaban vino sobre las que
estaban siendo purificadas por el fuego, esto sumariamente por Dionisio. Se añadían
también otras luces en los sacrificios de los dioses celestiales además del fuego necesario
para quemar los sacrificios, mediante las cuales señalaban que la fuerza de los dioses se
manifestaba muy clara en todas las cosas y por estas mismas luces ponían de manifiesto
incluso la pureza de los propios dioses a cuyos sacrificios no estaba permitido acceder a no
ser puros. Así pues, cuando las víctimas habían sido purificadas, rociadas de salsa mola y
desmembradas, antes de poner los miembros de aquéllas en los altares encendidos se
arrojaba incienso a las llamas y sobre él vino de las copas en las llamas para honor de los
dioses, lo que afirma así Ovidio en el libro XIII (636-7) de las Metamorfosis: Entregado el
incienso a las llamas y derramado vino sobre el incienso y quemadas según la costumbre
las entrañas de los bueyes inmolados. Después de haber hecho estas cosas y haber elegido
las partes de las víctimas que debían ofrecerse a los dioses, reservaban las restantes para los
banquetes que en todas las solemnidades se hacían en honor de los dioses. Pero aquellas
partes que se destinaban a los sacrificios eran rociadas de salsa mola para que admitieran
más fácilmente el fuego, según se deduce del libro VI11 (1 429-36) de Apolonio: Anceo,
golpeando en el ancho cuello del otro con hacha de bronce, cortó los fuertes tendones. Se
derrumbó vacilante sobre los dos cuernos. Los compañeros los degollaron rápidamente,
quitaron la piel de los bueyes, los cortaron, los distribuyeron y dividieron los muslos
consagrados; y cubriendo todas estas cosas juntas de grasa con cuidado las echaban al
fuego sobre los leños. El Esónida vertía libaciones de vino puro. Una vez que el fuego
había empezado a arder, para que se levantara todavía más, derramaban sobre estas cosas
vino, como dice Homero en el libro 1 (462-3) de la Ilíada: Y el anciano sobre la leña
encendida derramó después rojo vino. En los sacrificios de aquellos dioses que se consi-
deraban del aire además del fuego se añadían también cantilenas porque pensaban que ellos
se deleitaban con la armonía. Y eran considerados dioses de este tipo todos aquellos
démones que gobernaban toda la región que va desde la tierra y el agua hata el más elevado
lugar de las estrellas. Pues escribe Hesíodo que hay hasta treinta mil démones que son
ministros de Júpiter y observan qué hace cada hombre; así pensaron que no existe nada que
sea desconocido para Dios. [Y dice así (Trab. 252-5): Hay treinta mil inmortales puestos
por Zeus sobre la tierra fecunda como guardianes de los hombres'mortales; éstos vigilan
las opiniones y las malas acciones yendo y viniendo envueltos en niebla por toda la tierra.]
Pero Jámblico, Trismegisto, Pselo y muchos de los restantes sabios no sólo consideraron
que había treinta mil démones sino que creyeron que todo el aire y los cielos estaban llenos
de démones que vagaban ocultamente por el aire y coman al olor de los sacrificios. En
efecto, al realizar sacrificios en honor de estos démones de los aires, además de luces y
olores de las víctimas inmoladas, añadían también cánticos y muchos perfumes e incienso,
según lo atestigua Virgilio en el libro 111 (547) de la Eneida: Olemos los honores ordena-
dos para Juno Argiva así como en el libro V (745): Suplicante venera con torta sagrada y
un incensario lleno. [Por ello Medea, como es natural en una hechicera muy experta en los
ritos de los sacrificios, al hacer sacrificios a los vientos en el libro IV (442-4) de Apolonio
de Rodas, ofrece sacrificios suaves y que en gran manera exhalan olores según está en
estos versos: Al decir estas cosas esparció sobre el aire y las brisas los hechiceros filtros,
los que hubieran podido hacer bajar de un escarpado monte a una fiera salvaje por más
que estuviera lejos.] Y Homero en el libro 1 (66-67) de la Ilíada, para alejar la peste,
ofreció también a Apolo los olores de las víctimas en estos versos: Si por casualidad
quiere, acercándose al olor de la grasa de los corderos y cabras inmolados, alejar de
nosotros la peste. Y dado que el canto, la armonía y los sonidos de los instrumentos
musicales agitan el aire no sin un cierto placer, por este motivo creyeron que esos démones
se deleitaban con el canto, como dice Homero en el mismo lugar (11. 1 472-4): Los jóvenes
aqueos, cantando durante todo el día un bello peán, aplacaron al dios con el canto,
cantando al Flechador el cual, al escucharlo, se alegró en su corazón. Tanto en los
sacrificios de la Madre de los dioses como en los de algunos dioses se añadían también
instrumentos musicales, por lo que dice Ovidio en el libro 1 (1, 39-40) de las Pónticas:
Cuando ante la Madre de los dioses canta el flautista de curvo cuerno, ¿quién puede
negarle una moneda de poco valor? [Pensaban que esto, hacer uso de las flautas en los
sacrificios, conseguía que los ánimos de los hombres que estaban presentes se volvieran de
sus pensamientos particulares a la reverencia de los dioses inmortales, porque la fuerza de
la música imprime un no sé qué divino en nuestros espíritus.] Y a Júpiter, cuando era
considerado la suprema mente divina, no se le añadía nada a no ser luces en los sacrificios,
pero cuando Júpiter era la parte mas elevada del aire, entonces se le añadían instrumentos
musicales como en los sacrificios de algunos de los otros dioses, puesto que con sacrificios
simulados se dice que mediante el estrépito de aquéllos, siendo todavía niño, fue arreba-
tado de la crueldad paterna. En los antiguos sacrificios de éste se cantaban ritmos de estrofa
y antístrofa a imitación de los movimientos de las estrellas, como dice Aristoxeno en el
libro 1 de Sobre los agujeros de las flautas y Bito en el libro que escribió a Atalo Sobre
los instrumentos musicales. Pues en medio de esos sacrificios daban vueltas saltando unas
veces a un lado, otras a otros, y con la estrofa señalaban el primer movimiento de este
universo, con la antístrofa los movimientos propios de cada uno de los planetas. Por otra
parte en los sacrificios las cantilenas no eran otra cosa que los recuerdos de aquellos
beneficios que los propios dioses habían proporcionado con benignidad a los hombres con
el engradecimiento de las fuerzas, clemencia y generosidad de los mismos dioses y con
ruegos para que, de buen grado y con facilidad, accedieran a los ruegos que se les hacían,
como dice Filócoro en el libro Sobre los sacrificios (Jac. 328F81), como señalan los
Himnos Orficos y ordena toda la teoría de escrlbir himnos, tal como está en el libro 11
(701-8) de Apolonio: Alrededor de los fuegos formaron un amplio corro cantando: «Her-
moso Febo, Iepaiona, lepaiona~entre ellos el noble hijo de Eagro inició un sonoro canto
con la lira bistonia: cómo una vez al pie de la rocosa garganta del Parnaso mató con sus
flechas al monstruo de Delfos cuando aún era un niño sin vestido, ya orgulloso de sus
rizos. Ojalá seas propicio. Así en Virgilio (VI11 185 SS.)Evandro, después del banquete,
recuerda a Eneas, que ha llegado junto a él, qué motivo lo indujo a instaurar esos sacrifi-
cios; puesto que no sólo en medio de los sacrificios sino incluso en los banquetes y en
todas las solemnidades de los antiguos había conversaciones acerca de los hechos realiza-
dos por aquellos dioses. Por otra parte se cantaban alabanzas e himnos a los dioses
alrededor del mismo altar mientras se quemaban las porciones de las víctimas colocadas
sobre el altar. Pero cuando ya estaban quemadas aquéllas y cocidas las que habían sido
reservadas para el banquete, comían de éstas. Luego, después del banquete y antes de
disgregarse, dando gracias a los dioses porque los habían aceptado en el banquete, como
última parte de los sacrificios arrojaban a los fuegos sagrados las lenguas de las víctimas y
un poco de vino sobre ellas, como atestigua Apolonio en el libro 1 (517-8): Mientras se
derramaban sobre las lenguas que ardían. Así también Homero en el libro 111 de la Ilíada
(Od. 111 341): Arrojaban las lenguas al fuego. Esto se hacía en todas partes en honor de
Mercurio, a quien le habían sido consagradas las lenguas. Y después de quemadas las
lenguas, dando gracias a los dioses, todos volvían alegres desde aquellos sacrificios hacia
sus casas. Pero ahora hablemos sobre los sacrificios de los marinos.

Cap. 11: Sobre los sacrificios de los dioses marinos

Sin embargo, puesto que se pensaba que aquellos démones que estaban al cuidado del
mar eran por la naturaleza del lugar más gruesos, por ello en los sacrificios de éstos se
ofrecían unos cuerpos más grasos de lo que lo eran los vapores o los cantos, que tenían que
ver con el gusto y tenían un cuerpo más sólido. Pues como se ofrecía en los sacrificios de
los dioses de arriba vino y las partes elegidas de las víctimas, sin embargo de aquellas
arrojadas al fuego y quemadas no les llegaba a estos dioses otra cosa a no ser el vapor y el
humo de los animales quemados o el olor del incienso. Pero se creía que en los sacrificios
de los dioses marinos se tenía una situación muy distinta, pues cuando se inmolaba un toro
a Neptuno se recogía la sangre en crateros y las víctimas no eran golpeadas con el hacha
sino que eran degolladas con cuchillos. Existían además aquellas víctimas negras que se
ofrecían a los dioses de los infiernos o a las tempestades o a los dioses marinos, según se
deduce del libro 111 (5-6) de la Odisea, porque siempre se realizaban los sacrificios a los
dioses marinos en la orilla del mar: Estos realizabati sacrificios en la arena del mar, toros
totalmente negros en honor del que sacude la tierra, de azulada cabellera. Y ya que se le
inmolaba un toro a Neptuno agitado, en el momento en que estaba aplacado se le sacrifi-
caba un cordero y a veces un jabalí, animales que, dado que indicaban la naturaleza del
mar en distintos momentos, a veces se mataban todos juntos en los sacrificios de Neptuno,
según indica Homero en el libro XI (130- 1) de la Odisea: Realizando hermosos sacrtficios
eri honor del soberano Posidón, un cordero, un toro y un jabalí, semental de cerdas. Más
adelante en los sacrificios de los dioses marinos se vertía al mar con una pátera toda la
sangre recogida de las víctimas degolladas con oraciones, tipo de ritual que se conservaba
por los que hacían sacrificios en la costa. Pero si se iniciaban en el mar las víctimas se
degollaban no sobre una pátera sino sobre el mar con oraciones, según dice Apolonio en el
libro IV (1601-2) en estos versos: Dijo a la vez que degollándolo con súplicas lo lanzó a
las aguns desde la popn. Una vez que habían degollado y despedazado las víctimas,
primero arrojaban al agua las vísceras con plegarias, después vino, según dice Virgilio en
el libro V (774-6) en estos versos: El mismo, ceñida su cabeza con ramas de olivo cortado,
de pie a lo lejos en la proa sostiene la pátera y arroja a las saladas aguas las entrañas y
derruma límpidos linos. Y Valerio Flaco, que escribe así en el libro 11 (610) de los
Argonáutica: Entonces, derramatido i9inoen el mar, el general comenzó con tales pala-
bras. Y en verdad no parece estar acorde con la naturaleza de estos dioses aquello que
escribe Ovidio en el libro XI (247-8) de las Metamorfosis, quien atribuye también el olor
del incienso a los dioses marinos, puesto que este tipo de sacrificio que tiende a las alturas
conviene sólo a las divinidades del aire, como hemos dicho, pero no también a los
acuáticos; y dice así: Y éstr adora u los dioses del mar con lino vertido sobre las aguas,
con las eritrañas del ganado v el humo del incieriso. Además en Virgilio, en el libro 1V
(381-5) de las Geórgicas, en los sacrificios de Océano, que son llevados a cabo por las
ninfas, se vierte vino en las llamas pero no en el mar, lo que no está en contra de las leyes
de los sacrificios, ya que ellas estaban bajo las aguas. aunque el muy agudo matemático y
filósofo Héctor Ausonio piensa que, según la opinión de los antiguos, este asunto tiene que
ver con el arte de la alquimia. Y tampoco conviene este rito a Océano por este motivo,
porque mediante Océano los antiguos señalaron unas veces el padre de todos, otras el
líquido divino que se difunde por todos los cuerpos naturales y por toda la materia; dice así
Virgilio: «Hagamos libuciones a Océano», dice. Al mismo tiempo ella eleva una plegaria a
Océano, padre de las cosas, v a las Ninfas, sus hermanas, que cuidan cien selvas, que
cien ríos. Tres veces roció a la ardiente Vesta con el líquido néctar, tres i w e s brilló la
llama elevada u lo alto de la morada. Hacían uso del número tres en los sacrificios porque
ése es el número perfecto no sólo por las dimensiones de los cuerpos, como dice Aristóte-
les en el libro 1 (268a) del Cielo, sino también porque Dios es el moderador de todo lo que
se ve y también de lo que no puede verse. Y no de otro modo la tríada tiene la fuerza de lo
par y lo impar, ya que todos los números son pares o impares; y así como Dios es el
principio de todas las cosas que se realizan, así el número tres, el primero de todos los
demás robustecido por sí mismo, forma el triángulo de lados iguales que es la primera de
esas figuras que constan de muchos lados. Pues bien, que se hacía uso de este número en
los sacrificios lo atestigua así Valerio en el libro 1 (193) de los Argonáutica: El mismo
vertiendo tres copas en honor del padre del mar. Pero no está dicho por Virgilio que el
dios se deleite con cualquier número impar sino con aquél que es el primero de los números
impares y el comienzo de los cuerpos,sólidos que están formados de distintas superficies.
También en los sacrificios de los dioses de los ríos y los nacionales y de los héroes, si
algunos navegaban por el mar (pues los antiguos tuvieron la costumbre de hacer sacrificios
a los dioses de aquellos lugares a los que iban llegando antes de bajar de la nave, para que
recibieran benignos y favorables a los que se acercaban) se guardaba este mismo rito, ya
que se vertían vinos a los nos con plegarias, como dice Apolonio en el libro 11 (1271-5): El
propio hijo de Esón vierte en el río con una copa de oro libnciones dulces como la miel de
i h sin mezcla, en honor de Gea, los dioses del lugar y las almas de los héroes muertos.
Suplicaba que fueran saludables protectores con benevolencia. Del mismo modo las Nin-
fas, dado que se consideraba que eran diosas de las aguas, reclamaban sacrificios algo más
gruesos y propios, en los que se ofrecía miel, leche y vino mezclado con miel. Pero ahora
sobre los sacrificios de los Infiernos.

Cap. 12: Sobre los sacrificios de los dioses de los infiernos

Los sacrificios que se hacían en honor de los dioses inferiores son muy diferentes no
sólo por el momento sino también por el color de las víctimas y por el rito; pues, como
dijimos, no acostumbraban llevarse a cabo estos sacrificios sino durante la noche, como
dice Virgilio en el libro VI (252): Después, en la noche, dispone altares en honor del rey
estigio. Y que se inmolaban víctimas negras a los dioses infernales lo atestigua así el
mismo poeta ( V 735-6): Hasta aquí te conducirá la casta Sibila con la abundante sangre
de negras ovejas. Y así como las víctimas que se sacrificaban para los dioses de arriba,
cuando se las degollaba, eran obligadas a volver la garganta hacia arriba, así las que se
inmolaban a los de abajo tenían la cabeza bajada hacia la tierra, según dice Cleón en el
libro 1 de los Argonáutica y Mírtilo en el 11 de Los asuntos de Lesbos con estas palabras:
Los sacerdotes tenían la costumbre de cortar las cabezas en tierra a las víctimas que se
sacrificaban a los dioses de abajo, pues de este modo se celebraban los sacrificios a los de
bajo tierra. En honor de los celestes, los sacrificantes volvían hacia arriba el cuello de las
víctimas. Así pues, en los sacrificios de estos dioses se degollaban las víctimas
en hoyos excavados, según está en el libro IiI (1207-8) de Apolonio: Luego,
excavando un hoyo de un codo en el suelo, amontonó leños, después cortó el cuello de un
cordero. Así también Ovidio en el libro VI1 (243-5) de las Metamorfosis: En dos fosas
con tierra sacada no lejos de allí hace sacrificios y clava el cuchillo en la garganta de
negro vellón e inunda las amplias zanjas con sangre; una vez que las habían degollado en
el hoyo, después vertían vino con plegarias en la sangre, por lo que dice así el mismo (VI1
246-8): Vertiendo después encima jarras de fluido vino y vertiendo otras jarras de caliente
leche, al mismo tiempo profiere las palabras mágicas. Sin embargo Luciano en la Nigro-
mancia (9) parece pensar que los hoyos tan sólo se salpicaban de sangre pero que todo no
se inundaba con ella. Algunas veces también se recogía la sangre de las víctimas degolla-
das en estos sacrificios y no se vertía en los hoyos, según está en el libro VI (248-51) de
Virgilio: Otros ponen debujo los cuchillos y recogen en las páteras la caliente sangre; el
propio Eneas hiere con su espada una cordera de negro vellón para la madre de las
Euménides y su poderosa hermana, y para ti, Prosérpina, una vaca estéril. Pero, ya que
estos sacrificios se realizaban en honor de Plutón, el rey de los Infiernos, y se consideraba
a éste la mente divina que se difunde por toda la mole de la tierra y penetra en todas las
cosas gobernándolas, como se cree que Océano penetra en el mar, sus sacrificios no se
alejaban por completo de los sacrificios de los celestes, porque se añadía fuego a los
sacrificios de éste y las porciones elegidas para él de las víctimas sacrificadas se colocaban
para ser quemadas, según se deduce del mismo (Aen. VI 252-4): Después, en la noche,
dispone los altares en honor del rey estigio; y coloca sobre las llamas las vísceras enteras
de los toros, derramando por encima, al estar ya ardiendo las enirarias. graso aceite, pues
se añadía aceite en lugar de vino en los sacrificios de Plutón. Y en verdad a los dioses que
eran benéficos se les sacrificaban víctimas blancas y mansas, pero pensaban que a los malé-
f i c o ~para
, que no hicieran daño, les convenían negras y más fieras; sin embargo se mantuvo
la norma de que se inmolaran a los varones víctimas masculinas y a las hembras víctimas
femeninas. Además el vino se aplicaba en los sacrificios de casi todos los dioses, pero no
en los sacrificios de Ceres: en los sacrificios de ésta no convenía que se llevara vino, según
atestigua Plauto en la Aulularia (354-5): -¿Van a celebrar éstos las bodas de Ceres,
Estróbilo? -¿Por qué? -Porque veo que no se ha traído nada de vino. Pero qué rituales
de sacrificios convienen a cada una de las clases de démones y qué víctimas fueron
consagradas a cada uno y casi todo lo que se observaba en estos sacrificios, no sólo
fueron escritos con todo cuidado en las leyes de los sacrificios sino que
también los antiguos se veían obligadas a observarlas al detalle por el mandato del oráculo,
las normas de todos los cuales fueron así transmitidas por Apolo, según está la decisión de
éste en el libro IV (9, 145-6) de la Preparación evangélica de Eusebio: Esfuérzate, amigo,
al entrar en este camino regalo de un dios, y no te olvides de matar las víctimas de los
bienaventurados; por una parte u estos reyes de la tierra, a los del cielo, a los del éter y a
los del aire pre está sobre el mar, a los marinos y a todos los subterráneos. Pues con la
plenitud de la naturaleza de éstos todo es posible. Pero cantaré cómo está permitido por
los dioses llevar a cabo los sacrificios de animales; grabad en tablillas mi oráculo. Tres a
los terrestres, tres a los dioses del cielo; a los celestes resplandrcientes, de piel semejante
a los ctonios; distribuye en tres partes al sacrificarlas las víctimas de los ctonios, entierra
las de los infernales y arroja la sangre en un hoyo. Vierte en honor de las ninfas miel y los
dones de Dioniso. En honor de todos cuantos van siempre volando en derredor de la
tierra, llenando de sangre por completo el altar repleto de fuego, arroja al fuego, al
ofrecerlo en sacrificio, el cuerpo de un animal volador. Y mezclando allí mismo la miel
con harina, lanza por encima vapores húmedos de incienso y granos de cebada. Luego
camina sobre las arenas del mar, vierte resplandeciente agua del mar y ofrece el sacrificio
de la cabeza y arroja todo el animal a la profunda ola del mar. Después de realizar estas
cosas. dirígete al amplio coro de los habitantes del cielo, que atraviesan los aires.
Después, en honor de los estrellados y de todos los etéreos, derramar alrededor sangre de
las gargantas de las víctimas a chorros, preparar para los dioses en el banquete los
miembros, entregar a Hefesto los extremos, comer lo restante, llenando todo el fluido aire
con vapores de agradable olor. Además, enviad súplicas a éstos, así vertidos en latín *':
Realiza estas cosas tú que, con anuencia de los dioses, has entrado amigablemente en el
camino de esta vida: abundantes víctimas deben ser sacrificadas a todos los dioses, bien
que vivan en la tierra o en el vasto mar o en el aire o los que poseen el anchuroso éter o
los lugares más elevados del cielo o quienes poseen los profundos reinos del abismo. Te
diré de qué modo han de ser observados cada uno de éstos. Tú retén mis palabras en tu
ánimo que recuerda los preceptos. En efecto, a los dioses del cielo debe inmolarse una
víctima triple y ella misma blanca, triple u los terrestres y ésta negra, pues los celestes se
alegran y son cautivados con los altares abiertos; por el contrario, las divinidades infer-
nales reclaman hoyos inundados de negra sangre. Y no les agrada, a no ser que sea
confiada a la tierra, una víctima enterrada. A las Ninfas les agrada la miel y que se
ofrezca vino fluido. Pero las divinidades que vuelan alrededor de la tierra desean que
se encienda el fuego en sus aras y se ponga encima un cuerpo negro. Y que se vierta
incienso y a la vez granos salados y dulces libaciones. Haz esto. Pero aquéllos a quienes
se ha confiado el cuidado del mar, a éstos hazle siempre los sacrificios en la costa y arroja
a las olas el animal entero. En cambio a los del cielo les entregarás las porciones
extremas y las quemarás en el fuego. Y la causa de por qué se realizaban sacrificios en
honor de los dioses infernales fue porque se consideraba que eran los autores de todos los
males, según señaló Sófocles en la Electra (291-2) al escribir así: jOjalá mueras mala-
mente y los dioses de abajo nunca te liberen de tus sufrimientos de ahora! A éstos solían
realizarse sacrificios por aquellos que convalecían de alguna enfermedad, como si mirasen
por su salud, por lo que llamaban a este tipo katharismós, casi lustración. Sólo existieron
unos sacrificios, los de las Euménides, que tenían el rito especial de ser realizados en
silencio por sacerdotes que se llamaban Hesíquidas, antes de cuyos sacrificios se inmolaba
un carnero al héroe Hesico, según dice Polemón en lo que escribió a Eratóstenes (F49
Preller=Schol. O . C. 489) con estas palabras: El linaje de los Eupátridas no participaba
en este sacrificio sino sólo los Hesíquidas, linaje que es grato a las augustas diosas y tiene
la hegemonía, y antes de los sacriJicios inmolan un carnero sagrado al héroe Hesico,
al que llaman así a causa de su buen agüero, cuyo santuario está junto al Cidonio,
fiera de las nueve puertas. [Se revestían de vestiduras negras los que hacían los
sacrificios a los dioses infernales en el momento negro, esto es nocturno, según se deduce
de estos versos de Apolonio en el libro 111 (861-3) de los Argonáutica: Después de haber
invocado siete veces a Brimo, la criadora de jóvenes, a Brimo la noctámbula, la ctonia,

25 Ofrecemos la traducción del texto griego de Eusebio así como la de la versión latina dada por Conti del
original griego por tratarse de una traducción latina poco acorde con el original.
la soberana de los muertos, en la noche tenebrosa con negros mantos.] Para éstas se
inmolaba una oveja negra preñada, según se dirá en su lugar, y no era apropiado el vino en
los sacrificios de estas diosas ya que se llamaban Nefalias 26; pero ahora hablemos sobre
los sacrificios de los difuntos.

Cap. 13: Sobre los sacrificios de los muertos

Pero no sólo eran realizados sacrificios por los antiguos en honor de los dioses que se
consideraba que gobernaban los asuntos humanos, sino que también se ofrecían sacrificios
a los muertos, como si algunos fueran ellos mismos démones, y bien porque se considerara
que alguno había bajado a los infiernos, bien porque se les hiciera venir de los infiernos en
las solemnidades del aniversario o por otras causas, a éstos les tributaban honores. Así
pues, al haber muerto algún pariente. fue costumbre de los antiguos cortarse los cabellos y
llorar en honor de aquél que había muerto, como señaló Homero en el libro IV (195-8) de
la Odisea: Entonces no sentiré ninguna vergüenza de llorar a quien haya muerto de los
mortales y haya experimentado el destino. Esta es tatnhién ahora la única recompensa
para los miserables mortales. cortarse la cabellera y que las lágrimas corran por su
mejillas. [Así también Alceo, el escritor de epigramas, en estos versos (Anth. Gr. VI1
412, 1-2): Toda la Hélade llora tu desaparición, Pílades, cortando su cabellera despei-
nada al rape.] Fue costumbre consagrar a los muertos en calidad de exequias estos cabellos
que se cortaban y arrojarlos como último presente al túmulo, según se ve claramente en la
Ifigenia entre los Tauros (702-3) de Eurípides: Que me levantes una tumba y me erijas un
monumento sepulcral, y que mi hermana ofrezca a mi tumba sus lágrimas y su pelo. [Pues
fue costumbre de los antiguos llorar durante tres días a los muertos antes de cumplir con lo
debido, según testimonia Apolonio en el libro 11 (836-42) de los Argonáutica en estos
versos: Y aguardaron apesadumbrados alrededor en honor del muerto lamentándose du-
rante tres días completos. Al tercero ya lo enterraron con magnificencia. Le tributó
honores fúnebres la muchedutnbre junto con el rey Lico en persona. Además, según el
ritual de los muertos, degollaron innumerables ovejas destinadas al sepulcro. Y desde
entonces está levantada en aquella tierra la tumba de este varón. Y todavia les es posible a
los nacidos más tarde ver su sepulcro.] Una vez que morían los varones más destacados y
más ricos, se les construía una pira eminente y, si habían muerto en la guerra, se quemaban
con ellos los cautivos como víctimas, tal como afirma Virgilio en el libro XI (81-2): Y
había atado con las manos a la espalda a aquéllos a los que iba a enviar como exequias a
las sombras, para rociar las llamas con la sangre de los muertos. No obstante no sólo se
enviaban a la pira los cautivos sino también a la vez las cosas más queridas o los animales
con los que habían disfrutado estando vivos. según testimonia Homero en el libro XXIII
(173-6) de la Ilíada: Tenía el soberano nueve perros domésticos y, degollando a dos de
éstos, los echó a la pira, y a doce nobles hijos de troyanos ilustres los mató con el bronce;
así Virgilio en el libro X (518-20): Entonces coge a cuatro jóvenes todavia vivos y a otros
tantos a los que cría Ufente, a los que inmolará como exequias a las sombras, y rocía las
llamas de la pira con la sangre de los prisioneros. Cuando se habían ofrecido estas

26 De la misma raíz que nephaleno: hacer libaciones sin vino. Cf. el antes citado Schol. O. C. 489.

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exequias, el cadáver era trasladado a la pira; una vez colocado éste en la pira, se prendía
fuego por el familiar más cercano, pira a la que todos los amigos llevaban los últimos
presentes que tenían que ver con el olor o el gusto o para que la pira se quemara más
fácilmente; después se recogían las cenizas y lo que quedaba de huesos y se rociaba de vino
para que se consumiera con agradable olor, y se encerraba en una vasija, unas veces de
oro, otras de plata, otras de bronce, según dice Virgilio en el libro VI (223-8): Y vueltos de
espalda sostuvieron la antorcha inclinada según l a costumbre de los antepasados. Se
queman las ofrendas de incienso amontonadas, los manjares y los crateros de aceite
derramado. Después que comenzaron a caer las cenizas y se apaciguó l a llama, lavaron
con ~ i n olos restos y el sediento rescoldo, y Corineo guardó los huesos recogidos en una
urna de bronce. Pero cuando se realizaban las exequias de aniversario también ponían
presentes sobre los altares levantados, según está en el libro V (100-1) del mismo: Y
tamh~énlos aliados, según l a riqueza que cada uno tiene, llevan contentos sus presentes,
cargan los altares e inmolan novillos. Existía empero la costumbre de sacrificar la mayona
de las veces una vaca estéril a las almas de los muertos, según dice Hornero en el libro XI
de la Ilíada (Od. XI 29-31): Y suplicaba muchas cosas a las cabezas iacías de los,
muertos. que a l volver a Itaca sacrificaría una vaca que no hubiera tenido hijos, l a que
fuera l a mejor, en mi palacio y llenaría l a p i r a de riquezas. Puesto que se recogían los
huesos y las cenizas de los muertos al haberse consumido por completo la pira, no puedo
entender con facilidad por qué las cenizas que se recogían eran más del cadáver que de los
maderos, si se quemaba el cuerpo colocado sobre la pira, por lo que fácilmente llego a la
siguiente opinión, la de creer que hubo algunas arcas de piedra en las que se quemaban los
cadáveres encerrados en ellas, ya que dice sobre todo Teofrasto en el libro Sobre el
fuego (46) que todos los cadáveres encerrados dentro de una piedra circular se convierten en
ceniza cuando quemados, además, dejan restos: Y de nuevo, ¿por qué el cadáver total-
mente quemado en el fuego se convierte en restos, al que la piedra circular, de l a que
hacen las urnas, y las que son similares a ésta lo consume todo y lo convierte en ceniza
dentro de si? Pero si hubieran muerto en su casa los que se quemaban y no hubiera cautivos
que fueran degollados en su pira, se quemaban con ellos las cosas que les eran más
queridas. Por eso Virgilio hace que Dido lleve consigo a la pira (Aen. IV 507-8) entre las
demás las cosas dejadas por Eneas. Pero si se hacían exequias por aquellos que habían
muerto estando ausentes, se les levantaban túmulos en lugar de altares y se ofrecían a éstos
vino y la sangre de las víctimas hasta las raíces del túmulo, [y a veces leche con sangre,
según dice Luciano en la Nigromancia (9) y en Caronte (22), e invocaban a las almas
para que bebieran la sangre, como afirma Virgilio en el libro 111 (302-4) de la Eneida:
Delante de la ciudad, en un bosque sagrado junto a l agua del falso Simois, Andrómaca
hacia libaciones a l a ceniza e invocaba a los Manes ante el túmulo de H é c t o r . ] Se
adornaban además los altares o túmulos, que se levantaban en honor de los muertos
ausentes, con el ciprés, que era considerado el árbol funerario, y con bandas negras o azul
obscuro. Y las mujeres no solían estar presentes en estas exequias si no era con los cabellos
sueltos; de este tipo son las exequias en el libro 111 (62-8) de la Eneida de Virgilio: Así
pues, celebramos el funeral de Polidoro y se amontona una gran cantidad de tierra para el
túmulo; en honor de los Manes se elevan tristes altares de azules bundas y negro ciprés. Y
en derredor las mujeres de I l i o , con sus cabellos en desorden según l a costumbre. Ofren-
damos espumeantes vasos de leche caliente y púteras de sagrada sangre, encerramos su
alma en el sepulcro y lo llamamos en voz alta por última ve:. Tuvieron la costumbre de
hacer estas cosas por los ausentes, todas las cuales fácilmente pueden ser conocidas por
cualquiera a partir de los escritos de los poetas. [ Existía también la costumbre de adornar
las puertas de aquellas casas en las que había muerto alguno con ciprés, para que nadie se
mancillara al entrar sin saberlo; este árbol fue juzgado funerario porque una vez cortado no
vuelve a retoñar.] Pero las cenizas de los que ardían en su casa se sepultaban, según
atestigua Sófocles en el Edipo Rey (Antig. 23-5; 194-7). Mas cuando se llevaban a cabo
las exequias de aniversario se inmolaban ovejas negras y la sangre de éstas, recogida en
crateros, se derramaba con plegarias en hoyos excavados y eran invocadas las almas para
que la bebieran, como señaló Eunpides en Hécuba (535-7): Recibe estas libaciones mías
apaciguadoras, evocadoras de muertos. Ven a beber la negra sangre pura de esta doncella
que te ofrendamos. Así también Homero en el libro 111 (XI 152-3) de la Odisea: Pero yo
me quedé allí mismo hasta que vino mi madre y bebió la obscura sangre. Y no sólo sangre
sino que también derramaban vino en la tierra, según está en el libro XXIII (220-1) de la
Ilíada: Sacando vino lo vertió a tierra, humedeció la tierra invocando el alma del desgra-
ciado Patroclo. También fue costumbre añadir leche a éstos, como se ha visto claramente
más arriba en las exequias de Polidoro, [a los que también añadió flores Virgilio en el libro
V (75-81) en estos versos: El iba con muchos miles desde la asamblea en dirección al
túmulo en medio de una gran muchedumbre que le acompañaba. Allí, haciendo libaciones
según el rito, derrama en tierra dos jarras de Buco puro, dos de leche fresca, dos de
sagrada sangre. Y lanza flores rojas y habla así: «Os saludo de nuevo, santo padre, os
saludo, cenizas en vano recuperadas, alma y sombra de mi padre»]. Además se arrojaban
al hoyo sobre el vino y la sangre hidromiel, agua y salsa mola, según dice Homero en estos
versos del libro XI (23-8) de la Odisea: Allí Perimedes y Euríloco sostuvieron las víctimas.
Yo, desenvainando la aguda espada junto al muslo, excavé un hoyo de las dimensiones de
un codo por uno y otro lado, y en derredor de él hice una libación a todos los muertos, en
primer lugar con hidromiel, después con vino dulce, al punto en tercer lugar con agua. En
seguida esparcí bla,nca harina. Y en general se arrojaban a los hoyos muchas otras cosas; y
lo que se pensaba que sena de provecho a los muertos o aquellas cosas que no se
desvanecenan desde el hoyo, en un espacio no muy largo de tiempo después de terminadas
las ceremonias de las exequias se quemaban, según señaló así Luciano en Caronte (22): Y
excavando un hoyo queman esos magníficos manjares y, según parece al menos, vierten en
los fosos vino e hidromiel. Cuando invocaban a las almas se subían sobre el túmulo
amontonado y desde allí llamaban tres veces en voz alta a las almas de los propios muertos,
según dice Eurípides en Orestes (115-6): Derrama miel mezclada con leche y obscura
espuma de vino, y de pie en el elevado túmulo di lo siguiente. Porque si las almas
invocadas no acudían a estas exequias no eran contados aquéllos entre los muertos, razón
por la que escribe así Virgilio en el libro 1 (21 8-9) de la Eneida: Y dudosos entre el miedo
y la esperanza, vacilan en creer si viven o si han sufrido sus últimas vicisitudes y,
llamados, no escuchan. Pero es suficiente sobre las exequias de los muertos, ahora hable-
mos sobre las purificaciones.

Cap. 14: Sobre las purificaciones

Y dado que toda la teología de los antiguos tenía la vista puesta en conducir a los
hombres a la honradez y al miedo a los dioses, por ello dijeron que en absoluto eran gratos
a los dioses inmortales los sacrificios que eran ofrecidos por los hombres impuros, ya que
las normas de llevar a cabo los sacrificios según un ritual ordenaban que con anterioridad se
depusiera toda iniquidad y toda crueldad, porque se creía que aquellos que se acercaban a
los altares manchados con alguna ignominia de ningún modo eran escuchados por los
dioses, sino que provocaban todavía más contra sí la ira de aquéllos. Por este motivo se
limpiaban no sólo los hombres sino también los animales, los lugares y las vasijas antes de
ser recibidos en el altar. Y se realizaban además purificaciones, o expiaciones, no de un
modo sencillo pues, antes de que llegaran a los sacrificios, se lavaban las víctimas
para que no tuvieran absolutamente ninguna inmundicia y los lugares o animales y
vasijas eran levemente perfumados por los que iban a hacer el sacrificio con olor de
azufre, según lo testimonia Juvenal (11 157-8): Desearían pur@carse si se les propor-
cionara un poco de azufre con antorchas. Así también en el libro XVI (228-30) de la
Nada de Homero se limpia y se purifica en primer lugar el vaso que van a utilizar en
los sacrificios, después se lava con el agua de un n o inagotable, según aparece en estos
versos: Entonces, sacándola del arca, en primer lugar la limpió con azufre, después la
lavó con cristalinas corrientes de agua, lavó él sus manos, vertió brillante vino. [En efecto
hubo también vasijas propias de algunos dioses, según parece afirmar Homero en el libro
XVI (225-7) de la Ilíada, reservadas para uso de determinados dioses, puesto que dice así
sobre Aquiles: Tenía allí una copa muy bien hecha y ningún otro de los hombres bebía
brillante vino de ella ni hacía libaciones a ninguno de los dioses que no fuera al padre
Zeus. Por parte de los Romanos se añadían también cebollas, cabellos y alevines de
anchoa, según dice Plutarco en Numa (15).] También añadían a estas purificaciones
huevos, que utilizaban junto con el azufre, según está en Ovidio en el libro 11 (329-30) del
Arte de amar: Y que venga una anciana que purifique el lecho y el lugar y que con su
temblorosa mano ofrezca azufre y huevos. [Pues en el momento en que alguien hubiese
instituido sacrificios para purificarse a causa de un crimen cometido o de un asesinato,
entonces era inmolada una cría de cerda por los sacerdotes y lavaban sus manos con la
sangre de ese cerdito, sangre con la que pensaban que se limpiaban también las manchas de
las almas. Así hace mención de esta costumbre Apolonio de Rodas en el libro IV (704-7):
En primer lugar, como remedio del irreversible crimen, extendiendo encima la cría de una
cerda recién parida, cuyas mamas todavía colgaban del vientre, bañó sus manos con la
sangre cortándole la garganta.] En estas purificaciones, que llamaban katharsia, se que-
maban las crías de cerdo. Después de haber purificado los lugares con el humo del azufre
encendido, era costumbre echar sal al agua y rociar ligeramente el lugar con una rama de
laurel o de olivo o de otro árbol consagrado al dios en cuyo honor se realizaban los
sacrificios, sumergida en esa agua, lo que se hacía según la norma de las purificaciones y
señaló Teócrito en El pequeño Hércules (XXIV 96-8): En primer lugar purificad la casa
con azufre puro; después, según es la costumbre, rociaréis agua limpia mezclada con sal
con una rama coronada de cintas. Y ninguna lustración se consideraba que había sido lo
suficientemente de acuerdo a la ley a no ser que fuera realizada por aquellos que estuvieran
vueltos hacia la salida del sol, tal como dejó escrito con estas palabras Cratino en Quirón
(Edmonds l,263=Schol. O. C. 477): Ea, lo primero de todo, estate en pie hacia la aurora
y coge en tus manos un gran junco, derrama estas cosas, derrama el agua de los crateros.
Por otra parte, se salpicaban tres veces aquéllos que se rociaban con el agua de la purifica-
ción, según dice Virgilio en el libro VI (229-30): El mismo rodeó tres veces a sus
compañeros con agua lustral rociándoles con suave rocío y con una rama de fértil olivo.
Cuando se hacían también las purificaciones de los labrantíos, las víctimas eran llevadas
tres veces alrededor de las mieses, como dice él mismo en el libro 1 (345) de las Geórgi-
cas: Y que tres veces vaya la víctima fecunda ulrededor de lus nuevas mieses. Así pues, si
alguien hubiese entrado donde hubiera muerto alguien o en un lugar impuro, ése era
rociado así con este agua, por lo que, después de haber bajado Juno a los Infiernos, cuando
se dispuso a regresar a los lugares de arriba fue purificada por Iris, según está en el libro 1V
(479-80) de las Metamorfosis: Vuelve alegre Juno, a la que, al disponerse a entrar en el
cielo. purqkó la Tautnríntide Iris con aguus de rocío. No obstante no se rociaban con este
agua sin algunas plegarias, según está en el libro V (Fast. 679-80) de Ovidio: Y él en
persona rocía sus cabellos con luurel que destila rocío y pronuncia sus plegarias con su
voz acostumbradu a engañar. Y en el VI1 (189-91) de las Metamorfosis: Se volvió tres
wces, tres veces roció su cabellera con aguus cogidas del río y soltó su boca con tres
alaridos. Y , todavía más, antes que todos los tipos de purificaciones era preciso para todos
los que se iban a acercar a los altares que se lavaran las manos, puesto que los suplicantes
tenían que tocar, según la costumbre, los altares de los propios dioses, y no les estaba
permitido acercarse con la manos sucias o manchadas por alguna inmundicia, por lo que
dice Héctor en el libro VI (266-8) de la Ilíada de Hornero: No me atrevo a libar rojo vino a
Zeus con las manos sin luvar. Y de ninguna manera es lícito dirigir un ruego al Crótlida de
sombríns nubes salpicado de sangre y lodo. Pues no sólo no se permitía a los que estaban
sucios acercarse a los altares sino ni siquiera que se suplicara a los dioses, [quienes volvían
toda su iracundia o indignación contra los que suplicaban de manera impura, ya que
Timárquidas en el libro Sobre las coronas dice que Asterio fue golpeado por un rayo
porque había tocado con sus manos impuras el altar de Júpiter, como también se ve
claramente en estos versos: Ofreciendo sucrificios coti las manos sucias tocó el altar de
Zeus. Por este motiilo el padre lo quemó con un rayo portador de JUego. Pues es preciso
que un mortal i m e r e los cultos divinos extraordinariamente limpio.] Existía además esa
diferencia de las purificaciones de manera que quienes fueran a hacer sacrificios a los
dioses de arriba se lavaran por completo, si podía hacerse, o si no al menos las manos; pero
quienes iban a hacer sacrificios a los infernales sólo se rociaban con agua ligera, como se
deduce de lo anterior. También se mancillaban quienes hubiesen visto un cadáver insepulto
en el camino, a no ser que al menos le hubiesen arrojado un poco de polvo, según está en
el Edipo Rey (Antig. 255-6) de Sófocles. Asimismo se purificaba el campo o la flota que
tuviera un cadáver sin enterrar, según está en el libro VI (1 49-50) de Virgilio: Además yace
sin vida el cuerpo de un amigo tuyo (;ay, lo descotioces!) y rontamitla con su cadáver toda
la flota. Porque, a no ser que se le enterrara, era considerado la causa de alguna calamidad
pública, si es que no se consideraban también impíos y totalmente enemigos de los dioses
aquellos que hubieran muerto, pues entonces eran los responsables de las calamidades
públicas de aquellas regiones en las que estaban enterrados, siempre que esto no se hubiese
hecho por orden del oráculo, tal como dejó escrito sobre Edipo Lisímaco Alejandrino en el
libro XIII de Los asuntos de Tebas (Jac. 382F2=Schol. O . C. 91) de este modo: Al
morir Edipo e intentczr sus amigos enterrarlo en Tebas, los tebanos lo impidieron a causa
de las desdichas que habían acaecido anteriormente, por ser impío. Transportándolo éstos
a un lugar de Beocia llamado Ceo, lo enterraron. Como sobrevinieron algunos infortutlios
a los que vivían en esta aldea, creyendo que lu causa era el sepulcro de Edipo. dijeron a
sus amigos que lo ulejaran de la región. Estos, perplejos por los sucesos, tornándolo lo
trrinsporturon a Eteotlo. Queriendo hacer el entierro en secreto, lo etzterruron de noche en
el recinto sagrado de Dernéter, sin conocer el lugcir. Cuando se hizo evidente el hecho, los
habitantes de Eteono enviaron a preguntar al dios qué debían hacer. El dios dijo que no se
turbara al adorador de la diosa. Por eso fue enterrado allí. [Pero ahora hablemos sobre
los ritos propios de algunos dioses que hubo en algunos pueblos.

Cap. 15: Sobre los ritos propios de algunos dioses entre los distintos hombres ''
Hubo además diferentes ritos de sacrificios en algunas naciones en que se celebraban
los solemnes sacrificios de algunos dioses, que no eran comunes con los de otros dioses en
alguna parte, lo que ciertamente se hizo en parte por el desconocimiento de los hombres
estúpidos y desconocedores de cuanto reclama la razón y la religión, en parte por las
insidias de aquellos sacerdotes que mediante la variedad de las ceremonias intentaban
mantener el asunto en estimación, puesto que las cosas que se hacían a quienes las miraban
correctamente más podían parecerles ridículas que contener alguna santidad. En parte se
producía también esto por el engaño de los demonios malignos, que se esforzaban en
retener a los hombres en la servidumbre mediante estos rodeos y atarlos con la cadena
eterna de la falsa religión y la idolatna, y no concedían ninguna posibilidad de respirar
libremente a los espíritus oprimidos por esas supersticiones, para que tan sólo puedan
considerar consigo mismos en poco tiempo las falacias y conocer a veces cuán absurda,
cuán vana, cuán ridícula, cuán contaminada de todo tipo de crímenes es la religión que
abrazan, y para que podamos conocer fácilmente cuán múltiple y cuán escrupuloso era el
culto de aquellos dioses, además de aquellas observaciones de los dioses, los momentos,
las víctimas, las purificaciones, los templos, los ritos y demás cosas que han sido recorda-
das por nosotros más arriba. También podrá demostrar el asunto el hecho de que en esos
sacrificios de aniversario que los Patrenses hacen según el rito de su patria en honor de
Diana con el sobrenombre de Lafria, fue costumbre que se distribuyeran en círculo alrededor
del altar de la diosa leños verdes de dieciséis codos de longitud y que dentro de este mismo
y cercano al altar los más secos. Entonces acostumbraron a cubrir por todas partes con
barro el lugar a la manera de un seto; realizadas estas cosas conducían la procesión con
esplendidísimo boato en honor de la diosa; mediante esta procesión una doncella núbil, que
sena la considerada la más hermosa y más sabia de todas, ejercía el sacerdocio en estos
sacrificios, la cual seguía la última de todos a la procesión montada en una biga con ciervos
en lugar de caballos que tiraban del carro; después, al día siguiente de este día en el que
había sido conducida la procesión hasta el templo, con gran diligencia de todos los conve-
cinos, tanto en privado como en público, se celebraban los sacrificios según el ritual y
dentro de aquel seto del altar fue costumbre echar muchos animales vivos en calidad de
víctimas, a saber jabalíes y cnas de ciervo, cabras, lobos y osos y a veces fieras ya muy
crecidas, así como múltiples clases de aves adultas con algunas plumas arrancadas. A éstas
se añadían las semillas de casi todos los árboles frutales y, una vez arrojados éstos dentro
del seto, se encendían los leños más secos acercando los fuegos. Porque si alguna de las
fieras arrastradas por casualidad se hubiesen escapado de aquel seto, los que allí estaban
com'an a cazarlas y arrojaban las fieras recuperadas dentro del ardiente seto, según atesti-

27 Este capítulo y el siguiente no aparecen más que en la edición de 1616.


guó Porfirio en el libro Sobre los sacrificios y Pausanias en Los asuntos de Acaya (VI1
18,8-13). Y tampoco en aquellos sacrificios arcanos que se celebraban en Arcadia en
honor de Hera, llamada la Diosa, de la que algunos creyeron que fue hija de Neptuno, fue
costumbre degollar a las víctimas, según obtuvo el uso en los sacrificios de otros dioses,
sino que, al inmolarse muchas y muy lucidas víctimas a esa diosa, de acuerdo con las
riquezas de cada uno se ordenaba, según las leyes de aquellos sacrificios, cortar el miem-
bro de las víctimas que cada uno cogiese el primero por azar y casualidad Fue costum-
bre primero ofrecer este miembro sólo a los sacrificios de la diosa; una vez quemado éste
como primicias, se añadía a las víctimas que iban a ser ofrecidas. En los sacrificios de Isis,
con el sobrenombre de Titorea, en Focea, que se hacían todos los años, fue costumbre que
en las horas del mediodía los hombres más ricos inmolaran bueyes y ciervos, pero que
quienes tuvieran una fortuna más pequeña inmolaran gansos o aves meleágrides u otras
pequeñas víctimas de este tipo, ya que las cabras y los cerdos no eran en modo alguno
admitidos en estos sacrificios como animales impuros. Estaba también ordenado por las
leyes de los rituales de los sacrificios y las normas de aquella diosa que aquellas víctimas
que ofrecieran las arrojaran a una pira que estaba levantada dentro de un sagrario, atadas
con vendajes de lino burdo o de lino fino, cosas todas que ciertamente se llevaban a cabo
con pompa y con la algarabía de los instrumentos musicales, según está contado por
Antiménides en las Historias 29. Y el rito de los sacrificios de Ceres en Figalia fue que no
se mataran ningunas víctimas sino que llevaran al altar, que se levantaba junto a una cueva,
los frutos de los árboles cultivados, panales y lana recién cortada, a los que, después de
derramar sobre ellos aceite, se prendía fuego; acostumbraron a celebrarse estos sacrificios
todos los años tanto en público como en privado, según está escrito por Pausanias en Los
asuntos de Arcadia (VI11 42,ll). Cuánta diligencia se ofrecía a esta misma diosa con el
sobrenombre de Ctonia o Indígena en esos sacrificios que se llevaban a cabo en Argos en
días establecidos durante el verano, se pone de manifiesto por ese rito de que no sólo
conducían una procesión con gran pompa los encargados de los sacrificios, que desempe-
ñaban las magistraturas ese año, a los que seguían los hombres y mujeres y todos los niños
revestidos con vestiduras blancas y llevando en sus cabezas coronas tejidas de múltiples
jacintos, sino que además, en la última parte de la fila, seguían vacas de gran prestancia
atadas con cuerdas muy duras y retozonas, que eran arrastradas hasta el templo. Una vez
que hubiesen llegado allí, fue costumbre conducir dentro una de las vacas, soltadas las
cuerdas, y los que estaban en las puertas, cuando veían que había entrado, acostumbraban
cerrar los postigos. Habían dejado en este templo a cuatro ancianas con hoces, a cuyo
cuidado estaba matar la vaca que hubiera entrado. Y una de ellas, cuando le tocara en
suerte, tenía la orden de cortar el cuello de la víctima. Entonces, abiertas las puertas,
introducían otra para ser inmolada con este mismo rito, y por estas ancianas eran inmoladas
de una en una cuantas vacas se ofrecían 'O. Pero mucho más ridícula era aquella costumbre
que se conservaba en los sacrificios de Júpiter con el sobrenombre de Polieo, sobre el que
escribió Nicócrates de Chipre en Los asuntos de la patria y Pausanias en Los asuntos del
Atica (1 24,4); pues en esos sacrificios fue costumbre poner sobre el altar cebada mezclada
con trigo y no se permitía que hubiera allí vigilante alguno. Cuando una vaca se acercaba al

28 Cf. Pausanias VI11 37, 8-9.


29 Cf. para todo esto Paus. X 32, 16-17, que no cita a ningún autor.
30 Cf. Paus. 11 35, 5-7.
altar a causa de los sacrificios preparados y tocaba aquellos granos sobre el altar, uno de
los sacerdotes arrojaba una segur cogida de repente contra la vaca y al punto huía. Los que
allí estaban, como si no hubieran visto al matador, llamaban a juicio a la segur como
autora y rea del asesinato, la cual era condenada a ser destrozada: pero la víctima, ya que
consideraban que no podía vivir, decidían que fuera inmolada a Júpiter Polieo con los votos
de todos y de común acuerdo. Con todo, si quisiera recordar cuán variados rituales de los
sacrificios introdujo la antigua locura en diferentes lugares y en diferentes momentos, sena
un trabajo largo y laborioso y que sin duda podna llenar un gran volumen. Por ello,
abandonado este argumento de escritura, digamos brevemente unas palabras sobre los
himnos de los antiguos.

Cap. 16: Sobre los himnos de los antiguos

Quizá no sena inútil ni desagradable de oír si explicamos brevemxte de qué tipos de


plegarias hacían uso los antiguos en los sacrificios, ya que ello conseguirá de un modo
nada modesto que se conozca o la simpleza de aquellos hombres o la naturaleza de esos
dioses que eran honrados por éstos. Así pues, hubo esa forma de los himnos para que
cantaran en medio de los sacrificios las alabanzas de los dioses y las hazañas llevadas a
cabo antes por ellos y con qué beneficios actuaban los propios dioses sobre los mortales,
con qué benignidad envolvían y protegían las ciudades, con qué benignidad acostumbraron
a estar con los hombres suplicantes; y fácilmente podrá mostramos la doctrina de componer
himnos aquel himno que fue escrito por Calímaco en Alabanza de Apolo que en primer
lugar canta así las facultades de este dios (11 42-7): Nadie tan grande en el arte como
Apolo. El recibe en suerte al hombre que dispara flechas, él al aedo (pues a Febo le esta
encomendado el arco y el canto), de él son las Trías y los adivinos. De Febo aprenden los
médicos el aplazamiento de la muerte. Lo solemos invocar como Febo y como Nomio. Y
un poco después (55-9): Siguiendo a Febo distribuyeron los hombres las ciudades, pues
Febo siempre disfruta con la fundación de ciudades y el propio Febo construye los
cimientos. A los cuatro años ensambló por primera vez los cimientos de la bella Ortigia.
Después recuerda el mismo poeta de qué modo destruyó con múltiples flechas a Pitón,
serpiente perniciosa y portadora de muerte para muchos mortales, que devastaba el campo,
los rebaños y todas las cosas cercanas, según está en este mismo Himno en estos versos
(100-2): A ti, que te dirigías a Pito, te salió al encuentro la extraordinariafiera, la terrible
serpiente. Tú la mataste lanzándole una tras otra agudas flechas. El pueblo lanzó gritos.
Pues Orfeo mantuvo este orden en sus himnos, de modo que en primer lugar recuerda las
virtudes y el poder de los dioses, por los que pueden llegar beneficios a los hombres,
mediante la fuerza de los nombres que se le añaden; después ruega que se presenten
favorables y prósperos, lo que fácilmente podemos colegir de aquel Himno muy breve a
Latona (35) que se escribe así: Latona, de peplo azulado, diosa que pariste dos gemelos,
venerable, hija de Ceo, de gran corazón, reina muy invocada con plegarias, te tocó en
suerte el dichoso parto ,fecundo de Zeus al dar a luz a Febo y a Artemis, la flechadora, a
ella en Ortigia, a él en la pedregosa Delos, óyeme, diosa soberana. y teniendo el corazón
propicio ven a la ceremonia común a todos los dioses trayendo su feliz término, pues
existía la costumbre de, una vez realizados todos los sacrificios, preparar banquetes en
honor de aquellos dioses para quienes se habían instituido esos sacrificios. Y esto se hacía
todos los años sobre todo en el día en que ocurrió que habían sido liberados de una
calamidad aquellos que habían instituido los sacrificios, según atestiguan los versos de
Virgilio en el libro VI11 (185-9): El rey Evandro dice: «No nos impuso estas solemnidades,
estos banquetes según la costumbre, este altar de una divinidad tan importante, una
superstición vana y desconocedora de los antiguos dioses: los hacemos, huésped troyano,
salvados de crueles peligros y renovamos los honores merecidos*. Y este mismo poeta un
poco después presenta a los sacerdotes que ante el altar de Hércules cantan sus alabanzas y
sus hazañas, divididos en grupos de jóvenes y ancianos y por último lo invocan después de
las alabanzas para que se acerque feliz y favorable, pues dice así (VI11 285-302): Entonces
se colocan para el canto alrededor de los altares encendidos los Salios, ceñidas sus sienes
con ramas de álamo, éste el coro de los jóvenes, aquél el de los ancianos, que con sus
cantos refieren las alabanzas y las hazañas de Hércules: cómo estranguló oprimiéndolas
con su mano los primeros monstruos de su madastra, las dos serpientes; cómo él mismo
destruyó con la guerra importantes ciudades, Troya y Ecalia; cómo soportó mil crueles
trabajos bajo el rey Eurisreo y según los designios de la inicua Juno: «Tú invicto, con tu
mano matas a los bimembres hijos de la Nube, a Hileo y Folo, tú al monstruo de Creta y al
descomunal león bajo la roca de Nemea. Temblaron ante ti los Lagos Estigios, ante ti el
portero del Orco que se recuesta sobre los huesos medio roídos en el antro ensangrentado;
y no te aterrorizó ningún fantasma, no el mismo Tifoeo, de gran estatura, enarbolando sus
armas; no te rodeó privándote de razón la serpiente de Lerna con la turba de sus cabezas;
te saludo, verdadero hijo de Júpiter, añadido como gloria a los dioses, ven favorable hasta
nosotros y a tus sacrijcios con pie propicio». Y una vez que invocaban a esos
dioses, decían que las aves consagradas a esos dioses señalaban con su canto la
llegada de los dioses, según hizo Calímaco en el Himno a Apolo cuando hace que los
cisnes canten la llegada del dios ( 5 ) , o el mar o el tranquilo éter, y hace que todas las cosas
tristes se conviertan en muy alegres a causa de la presencia de los dioses, pues con la
llegada del dios ni Tetis llora a Aquiles ni Níobe a la muchedumbre de sus hijos (18-24),
sino que por el contrario los animales estériles se quedan preñados y son fecundos y los
preñados paren gemelos (50-4) y con la presencia del dios abandonan su fiereza todos los
crueles. Por lo que, imitando la naturaleza y elegancia del himno, Lucrecio hace que,
mediante la llegada de Venus, la tierna esparza flores y dice que el mar se queda tranquilo y
que todos los vientos se apaciguan y que todo se alegra admirablemente, según está en
estos versos (1 6-9): De ti, diosa, de ti huyen los vientos, de ti y de tu llegada las nubes del
cielo, en tu honor la tierra industriosa hace brotar blandas flores, en tu honor ríen las
aguas del mar y el cielo aplacado brilla con su luz difusa. Y toda la naturaleza de los
himnos constaba de estos elementos (para terminar el asunto en pocas palabras) de modo
que así prepararan mediante éstos la llegada de los dioses a los que llevaban delante de sí
por todas partes la alegría, y cantaran ante los altares sus alabanzas y hazañas y recordaran
los beneficios que habían llevado a los hombres; y que después rogaran que complacientes,
benignos y propicios se acercaran a aquellos sacrificios que se hacían en su honor. Y se ha
dicho brevemente tanto sobre los himnos.] Ahora digamos unas palabras sobre las vícti-
mas.
Cap. 15 [17] 31: Sobre las víctimas

Había además un cuidado no pequeño en elegir las víctimas para los sacrificios de cada
uno de los dioses, puesto que unas se sacrificaban en honor de los dioses buenos para que
fueran favorables, otras a los malos para que no fueran dañinos. Y para los malos
eran adecuadas las negras, para los buenos las blancas; a los estériles las estériles,
a los fértiles las preñadas, a los masculinos los machos, a las femeninas las hembras, de
manera que a la Tierra se le inmolaba una ternera preñada, a Prosérpina una estéril, la
ceremonia sagrada en honor de Ceres se realizaba no con un cerdo macho sino con una
hembra, pero a Baco se le sacrificaba no una cabra sino un macho cabrío. Además a veces
se inmolaban vícitimas a causa de alguna semejanza, como el caballo al Sol por su rapidez,
según está en Ovidio en el libro 1 (385-6) de los Fastos: Persia aplaca a Hiperíon 32,
rodeado de rayos, con un cnballo, para que no se conceda a un dios rápido unu víctima
lenta. Pero a Ceres [fue costumbre que se le ofrecieran] las primicias de los frutos [según
atestigua Filipo en estos versos (Anth. G r . VI 36): Un puñado de tierra de pequeños
surcos a ti, oh Deó amante del trigo, te consagró el agricultor Sosicles. En los sacrificios
de esta diosa también a veces] se ofrecía y mataba una cerda porque este animal era dañino
para los inventos de la propia diosa, según dice el mismo Ovidio (Fast. 1 349-50): Ceres
fue la primera en complacerse con la sangre de una cerda glotona, vengando sus bienes
con la merecida muerte de la culpable. Así se cree que Baco, puesto que el macho cabrío
es un animal daiiino para sus inventos, se contenta con la muerte de éste, según dice
Virgilio en el libro 11 (380-1) de las Geórgicas: No por otra culpa se mata en todos los
altares un macho cabrío en honor de Baco. Pero al furibundo Marte se acostumbraba
inmolarle un toro, fiero animal, y a Apolo, ya que excitaba la peste por el excesivo calor, y
al resonante Neptuno y al implacable Plutón, por lo que dice así Virgilio en el libro VI (111
118-9; VI 252-3): Hablando así, inmoló en los altares los honores merecidos; un toro a
Neptuno, un toro a ti, hermoso Apolo. Entonces, de noche, dispone los altares para el rey
estigio y coloca sobre las llamas las entrañas enteras de los toros. Pero no era lícito
inmolar un toro a Júpiter, el moderador de todas las'cosas, u otro animal furioso, porque no
es conveniente pensar que el gobernador de todas las cosas sea furibundo y fiero, sino que
toda su excelencia está colocada en la reflexión, la humanidad y la prudencia. Pues propio
de los emperadores es la humanidad y la generosidad así como la prudencia en la adminis-
tración de los asuntos; si falta una de éstas, no veo de qué modo puede separar a alguien
del vulgo la nobleza de sus antepasados, o las enormes riquezas, o todas las otras cosas que
están fuera del espíritu, a no ser que digamos que los árboles silvestres que tienen mucho
estiércol a su alrededor son más nobles que los demás, no los que han producido frutos del
mejor y más tierno jugo. Por tanto se creía que se cometía sacrilegio si alguien inmolaba un
toro a Júpiter. [Sin embargo el labrador de vez en cuando sacrificaba una vaca al de
Dodona, según se deduce del discurso de Demóstenes Contra Midias (53).] Homero
en el libro XIX (197) de la Ilíada hace que sea inmolado un jabalí manso a Júpiter y al Sol,
animal que no es cruel ni fiero; y dice así: Y que se disponga a degollar un jabalí en honor
de Zeus y de Helio. Así también Teócrito en El pequeño Hércules (XXIV 99): Y sacrificar

31 Va entre corchetes el número de capitulo que corresponde a la ed. de 1616.


32 Como se ve llama al Sol con el nombre de su padre Hipenon, de la misma manera que a veces se le llama
Titán por ser Hipenon uno de los Titanes.
u Zeus supremo un cerdo macho. [Luciano en el Diálogo de Ganimedes (Dial. Deos.
4,2) dice que también se acostumbraba inmolar a Júpiter un camero.] Homero en otro lugar
ofreció corderos al Sol, la Tierra y Júpiter en los sacrificios, cuando dice así (11. 111 103-4):
Traed corderos, uno blanco y otra negra, para Gea y Helio. Nosotros traeremos otro para
Zeus. También se inmolaban a veces al Padre Líber junto con Apolo, Ceres y Juno terneras
que no habían sufrido el yugo, según está en el libro IV (57-9) de la Eneida: Sacrifican las
de dos dientes, elegidas según la costumbre, a la dadora de leyes Ceres, a Febo y al padre
Lieo y antes de todos a Juno, a cuyo cuidado están los vínculos conyugales. [No parece
que deba ser dejado de lado en silencio el hecho de que en las situaciones firmes y con el
futuro estable presentaban víctimas que estaban creciendo, pero en las poco firmes las que
envejecían, porque dice Virgilio en el libro XII (170-1): Llevó la cría de un cerdo de
pelo erizado y una oveja de dos años sin esquilar.] Solía inmolarse una cierva a Diana,
según dice Ovidio en el libro 1 (387-8) de los Fastos: Porque una vez fue matada en honor
de la triple Diana en lugar d~ una virgen, también ahora cae una cierva sin sustituir a
ninguna doncella. En honor de Fauno se mataba una cabra, como dice este mismo en el
libro 11 (361): A Fauno, de pies de cuerno, se le sacri&ca una cabrilla según la costumbre,
aunque alguna vez la ceremonia sagrada se realizaba con una cordera o un macho cabrio,
según dice Horacio en el libro 1 (4,ll-12) de sus Poemas: Ahora también conviene inmolar
en los sombríos bosques sagrados en honor de Fauno, bien lo reclame con una cordera o
lo prefiera con un macho cabrío. En Roma se hacían los sacrificios al dios Término con
frutos arrojados al fuego y con panales de miel, vino y un cordero, según dice Ovidio en el
libro 11 (651-5) de los Fastos: Después, cuando ha lanzado tres veces los frutos en medio
de los fuegos, su hija pequeña le alarga panales cortados, otros sostienen los vinos; se
hacen libaciones de cada uno sobre las llamas; observan y la blanca muchedumbre guarda
respetuoso silencio. Y Término, el dios común, es rociado con un cordero muerto. Pero
para las Ninfas eran adecuadas la leche y la hidromiel, y se ofrecían diferentes tipos de
sacrificios a los diversos dioses, como se tratará en su lugar cuando hablemos de cada uno
en particular. Y los sacrificios o se hacían por aquéllos que se hubieran restablecido de
alguna enfermedad o por algún sacrilegio cometido, los cuales recibían el nombre de
víctimas animales. Otras se inmolaban para consultar, que eran llamados consultorios; en
éstos, una vez matadas, era observado atentamente por los harúspices el estado del hígado
y de los lóbulos, a partir de los cuales predecían la voluntad de los dioses; porque los
antiguos hacían sacrificios a los dioses por muchos motivos: ora cuando daban las gracias,
ora cuando pedían algo, ora cuando aplacaban a los airados, ora sólo para honrarlos cuando
les rendían culto. Hubo también muchos tipos de adivinaciones, bien por la contemplación
de las aves, de donde los auspicios, o del alimento, de donde el solistimo y tripudio 3 3 ; del
gorjeo los augurios, del canto los oscina; además, del vuelo, según fuera desde la
derecha o desde la izquierda, del soplo divino los vaticinios, de la observa-
ción de los resplandores y de los astros la pericia, según dice Virgilio en el libro 111
(359-61): Troyano, intérprete de los dioses, que conoces la voluntad divina de Febo, que
los trípodes y los laureles del Clario, que los astros, el lenguaje de los pájaros y los
presagios de las aves favorables. Así Ovidio en el 1 (9,49-50) de las Tristes: No me

33 Solistimum: agüero favorable. Se obtenía del hecho de que los pollos dejaban caer del pico a tierra
algunos granos que volvían a comer ávidamente después. Tripudium es sinónimo del anterior. Incluso pueden
aparecer juntos: solistimum tripudium, cf. Cic. Div. 11 72.
dijeron estas cosus ni los lóbulos de las ovejas ni los truenos que resonaron a la izquierda
o la lengua de la observada o la pluma del ave. Adivinaban, además observando atenta-
mente el fuego, o el agua o la tierra, o con los fenómenos contemplados, o prodigios,
portentos, maravillas, sueños y otras señales de este tipo. [También adivinaban los vates,
como lo fue Anfiarao, de donde Iofón de Cnosos abarcó en sus poemas muchos oráculos de
vates, los cuales acudían al templo para consultar; en primer lugar se purificaban todos y
después inmolaban carneros y, durmiendo sobre las pieles de éstos extendidas, contempla-
ban las visiones nocturnas, de los cuales hace mención Pausanias en Los asuntos del Atica
(1 34,3-5)y Virgilio en el libro VI1 (85-91): De aquí piden respuestas en las situuciones
dudosas los pueblos ítalos y toda la tierra de Enotria; aquí, cuando el sacerdote llevó las
ofrendas y en el silencio de la noche se ha rendido sobre las pieles extendidas de las ovejas
sacrijicadas y reclamado los sueños, ve muchos fantasmas que revolotean de modo admi-
rable y oye distintas voces y se deleita con la conversación de los dioses.] Una vez que
hubieran ocurrido estas cosas, creyeron que era necesario aplacar a los dioses mediante
sacrificios o preguntar su voluntad. Y sobre [los ritos de los sacrificios, las observaciones
y] las víctimas es suficiente; ahora sigamos con lo que queda.

Cap. 16 [18]: Que, según los dioses, así fueron después los votos y las plegarias

Esta doctrina tan variada y tan cuidadosa de los sacrificios, que se ha contado arriba a
partir de las respuestas del oráculo dadas en distintos momentos, podía quizá impulsar a los
hombres a creer que había algo de divinidad en estos dioses, si junto con la pureza de las
víctimas que inmolaban hubiese ordenado el mismo que se limpiaran las inmundicias más
del espíritu que del cuerpo de los que sacrificaban, y en lugar de la pulcritud del cuerpo se
hubiese reclamado la integridad del espíritu, fidelidad y templanza. Pues quien tan cuida-
dosamente hubo transmitido qué ritos debían ser observados en los sacrificios de cada uno
de los dioses y qué víctimas debían ser inmoladas, ¿de que modo pudo, sin mácula de
olvido o avaricia, pasar por alto aquello que era más propio de Dios, a saber advertir a
los hombres que Dios casi tan sólo contempla el espíritu de los que sacrifican, pues
considera en poco los restantes presentes terrenos? A no ser que por casualidad no sea
propio de un parásito o de un demon glotón gozar con la abundancia de víctimas y con los
vapores de las cosas quemadas sobre los altares sin tener en ninguna consideración si
aquellas víctimas habían sido ofrecidas por ladrones impuros o por hombres buenos.
Porque si son más recibidas por Dios las plegarias de los hombres buenos, como lo son en
realidad, y se reciben los regalos que más placer causan de las manos de los amigos, en
éstos fue dejado de lado aquello que era más necesario, a saber que la integridad de la vida,
la justicia y la templanza son las mejores víctimas y las más aceptadas por Dios: si alguien
piensa que hay algún sacrificio más grato que éstas o es profano o es impío o, todavía más,
desconoce la bondad de Dios. Porque si Dios se complaciera con los regalos más que con
la santidad y la integridad de la vida, los ricos tendrían a Dios muy amigo y en cambio los
pobres serían odiosos para Dios y los hombres. Pero, ya que ninguna mentira puede ser
durable ni puede ser tomada mucho tiempo como verdad, dado que los hombres impuros,
envueltos después con las ficciones de las fábulas, fueron honrados como dioses, fue
necesario que estuvieran en el olvido aquellos mandatos de la divinidad, que eran el
fundamento de una religión no verdadera y digna de aprobación, para que después cedieran
su puesto a la verdadera. Y como el error, por pequeño que sea en su comienzo, se hace
muy grande al final, resultado de ello fue que al frente de los altares y los sacrificios de los
dioses impuros estuvieran los sacerdotes más impuros, quienes con su artificio se burlaban
de los hombres y no descuidaban ninguna clase de falacias para retener a los oprimidos por
la superstición en su deber. Pues hubo en las leyes de los antiguos sacrificios un suplicio no
leve propuesto para aquéllos, según dice Dionisio el Tracio en el libro 11 de las Diéresis,
que introducían otros dioses o no los honraban; por ello, a los que no podían retener con
engaños en su religión impura, porque levantaban por todas partes altares y templos como
tiendas de lucro, a ellos los aterrorizaban con el miedo a los dioses o de las leyes de los
sacerdotes o con el miedo del vulgo agitado. Pues ninguna deshonra, ningún tipo de
ignominias, ninguna crueldad acostumbró estar ausente de los altares y de los templos de
estos dioses, según se seguía de estos principios, ya que actuaban cruelmente contra los
animales, que experimentaban todos los cnmenes y se rociaban muy cruelmente con la
sangre de éstos; y se hubiese hecho perfectamente si aquella fiereza no se hubiese lanzado
también contra los hombres. Para que se haga más claro el asunto, de los casi infinitos
explicaremos unos pocos de éstos que tienen que ver con el conocimiento de la crueldad de
estos dioses. Dejó escrito Dionisio de Halicarnaso en el libro 1 que una vez se originó una
gran peste en la región de los Pelasgos y que casi todos los animales murieron por la ira de
los dioses y las mujeres o parieron niños mutilados o abortaron. Y esto había ocurrido
porque, al surgir la esterilidad de los campos, para librarse de ella habían prometido que
consagrarían a los dioses las mejores cosas que nacieran; al punto de hechos los votos,
obteniendo lo que deseaban no entregaron lo que habían prometido, ya que retuvieron lo
que era de mucho más valor que los demás. Después, a los que quenan saber de qué modo
podrían librarse de esta calamidad tan grande, les respondió el oráculo (1 23,4-5): Que
obteniendo lo que deseaban no entregaron lo que habían prometido, sino que además
debían lo de más valor. Pues los Pelasgos, al haberles sobrevenido la esterilidad de todos
los bienes en esta tierra, habían prometido que consagrarían a Zeus, a Apolo y a los
Cabiros los diezmos de todo lo que naciera, lo que también atestigua Eusebio en el libro
IV (15,158-9) de la Preparación evangélica. Que al punto fueron reclamados los diezmos
de hombres por el mismo oráculo lo atestigua así Dionisio (24,2): Y al presentar uno la
proposición de que se preguntara al dios si le sería grato recibir los die:mos de los
hombres, enviaron por segun& vez a [os consultores del oráculo y el dios aceptó que se
hiciera así. Con todo, de todos los dioses que fueron célebres, fue costumbre inmolar a
Satumo, casi el más antiguo, un hombre, según atestigua el mismo Dionisio (1 38,2):
Dicen que los antiguos realizaban en honor de Crotio sacrificios en que mataban a
hombres, como en Cartago todo el tiempo que la ciudad permaneció y se hace entre los
Celtas en este tiempo y rn algunos otro3 pueblos occidentales. [Pues, según dice Plutarco
en el librito Sobre la superstición (171C12), los cartagineses inmolaban por propia
voluntad sus hijos a este dios: quienes no tenían hijos, los compraban de sus padres para
sacrificarlos. Estaban presentes los padres quienes, si derramaban lágrimas o gemidos, en
el futuro pasaban su vida sin honor y no obstante eran inmolados los hijos, y ante la estatua
de Saturno hacían resonar todas las cosas con flautas y tímpanos para que, mientras eran
inmolados, no se pudieran escuchar las lamentaciones y llantos de los niños.] Después
cambió esta fiereza de los sacrificios por un rito más benigno Hércules cuando llegó a Italia
para levantar un altar a Satumo, y ordenó que en Italia se arrojaran al Tíber imágenes de
hombres en lugar de verdaderos hombres, según dice Ovidio en el libro 11 (V 623-32) de
los Fastos, o para que no pareciera que destruía la religión o porque pensaba que este dios
habría de tenerse por más suave si suavizaba el asunto y no lo quitaba del todo. Así pues,
ha quedado claro que a Júpiter, Apolo, Saturno, alguna vez les fueron inmolados hombres
en calidad de víctimas, lo que también se hacía en Cartago en honor de Juno. Pero para
Diana, que impedía la navegación de los Griegos a Troya y los retenía en Aulide, ¿qué se
solicitaba? ¿Acaso no le fue preciso a Agamenón, antes de alejarse del litoral, inmolarle a
Ifigenia? ¿O no recibieron la orden del oráculo de hacer esto? Así aludió brevemente al
tema Virgilio en el libro 11 (1 14-7): Indecisos enviamos a Eurípilo a interrogar al oráculo
de Febo y éste trae estas tristes palabras del sagrario: aplacásteis los vientos con sangre y
con una doncella sacrificada cuando vinísteis por primera vez a las riberas troyanas,
Dánaos. Y Lucrecio dice con razón en el libro 1 (83-5): La religión ha engendrado actos
criminales e impíos. De este modo en Aulide mancillaron torpemente el altar de la donce-
lla Trivia con la sangre de IJ~anasa.Y Eurípides compuso una tragedia muy hermosa sobre
esta misma, Ifigenia en Aulide, en la que declara toda esta crueldad del sacrificio. [Y sin
embargo pienso que no debería ser dejado de lado en este lugar lo que se cuenta en fábulas
sobre Ifigenia para disculpar la crueldad de esos dioses. Escribió el historiador Fanodemo
(Jac. 325F14b=Schol. Lyc. 183) que Diana, movida por la compasión hacia Ifigenia,
la convirtió en osa; pero Nicandro (fr. 58 Sch. =Ibid.) que en novilla, otros en cierva, otros
en una anciana desdentada por lo que, no siendo reconocida, huyó a Escitia hasta el templo
de Diana y allí, poniendo en práctica un ánimo hostil contra todos los griegos, los senten-
ciaba al mismo tipo de sacrificio al que ella misma había estado sentenciada antes de huir.
Hesíodo, en el libro que escribió Sobre las mujeres célebres (fr. 23b, M.-W. =Paus 1 43,
l ) , contó que Ifigenia ni fue sacrificada ni transformada en fiera sino que fue convertida
por Diana en Hécate. Además en la isla de Sardo 3 4 , que no está muy lejos de las columnas
de Hércules, los ancianos que hubiesen llegado al seputuagésimo ano de su edad solían ser
matados con leños por sus hijos, en medio de risas, en honor de Satumo y después eran
arrojados desde un precipicio, de donde procede el proverbio de risa sardónica, según
escribió el historiador Tirneo en Los asuntos de Delos (Jac. 566F64=Schol. Lyc.
796).] Y sin embargo no se sacrificaban hombres tan sólo a los dioses sino también a los
hombres y a los manes de los muertos. Se ha transmitido a la posteridad que en la región
de los Tauros, sobre los que gobernaba Toante en esos tiempos, existió la siguiente ley de
los sacrificios, a saber que cualquiera que allí fuese arrojado por la tempestad
del mar o, en fin, cualquiera que llegase, fuese inmolado como víctima a la Diana
Táurica, lo que puede conocerse por la Ifigenia entre los Tauros (380-4) de Eurípides,
quien también dice que existía esta religión impura en estos versos: Yo censuro los pensa-
mientos retorcidos de esta diosa, la cual, si uno de los mortales comete un asesinato o si
toca con sus manos a una parturienta o a un cadáver, lo separa de sus altares por
considerarlo infame, pero ella se goza con los sacrificios en los que se cometen homici-
dios. Sin embargo, dejó escrito Heródoto en Melpómene (IV 103) que entre los Tauros se
acostumbraba a inmolar no a Diana sino a Ifigenia, la hija de Agamenón, los náufragos que
se hubiesen dirigido hasta allí o cualquiera que hubiese sido capturado de los griegos.
También se sacrificaban en Escitia hombres a Marte, según testimonia el mismo (IV 62)
con este rito: De cuantos enemigos capturan con vida, sacrifican de cada cien hombres un

34 Mantenemos Sardo, antiguo nombre de Cerdeia, para que se entienda el proverbio de risa sardónica a
que aquí se alude.
hombre. no con el mismo procedimiento con el que los ganados, sino con otro. Pues,
después de haber derramado vino sobre las cabezas, degüellan a los hombres sobre una
vasija. Pues, como honraban a Marte con singular religión, hacían esto en honor de Marte.
Pero, ¿,ha de pensarse que fue más humano Neptuno? Porque éste envió contra Idomeneo,
que volvía a la patria desde la guerra de Troya, una tempestad tal que fue obligado a
prometer que él sacrificana a Neptuno el primero de los seres animados que le hubiese
salido al encuentro cuando bajara de su nave; al punto, como su hijo fue el primero que
corriese hacia él, fue preciso que lo sacrificara. También a la Luna en Albania, región que
no está muy lejos del Mar Caspio, se le solía inmolar un hombre, porque allí la Luna
recibía el mayor culto de todos los dioses, pues muchos de los siervos adivinaban allí
inspirados por la divinidad: quien de ellos fuese muy arrebatado por la divinidad, errante
solo por las selvas, era encadenado por los sacerdotes atado con una cadena sagrada y era
alimentado suntuosa y opíparamente durante un año, después se le conducía, para ser
inmolado con otras víctimas, a los sacrificios de la diosa, según dice Estrabón en el libro
XI (4,5-7,C502-3). Y ni siquiera los lacedemonios, que se afanan por aventajar a los
demás hombres en la severidad de su vida y en prudencia, pudieron evitar esta superstición;
pues, según escribe Pausanias en Los asuntos de Laconia (111 16,7-1 l ) , a la diosa llamada
Ortia o Ligodesma, que consideraban que era una estatua de Diana robada a los Tauros
por Orestes e Ifigenia, se le sacrificaban los hombres destinados por el sorteo, rito que
después Licurgo trasladó a los adolescentes. [Y estos mismos inmolaron al sabio Ferecides
y su piel, de acuerdo con la respuesta de un oráculo, la confiaron a los reyes, según dice
Plutarco en Pelópidas (21). Como se hubiese iniciado a consecuencia de las matanzas la
acción que cometieron Astrábaco y Alópeco, hijos de Irbo, cuando, al descubrir el simula-
cro de la diosa, se volvieron locos y en medio de los sacrificios de la propia diosa fue
respuesta del oráculo que era conveniente rociar el altar con sangre humana y, pese a que
antes eran conducidos por sorteo los que debían ser sacrificados, se pasó a tan sólo los
azotes, para que así se empapara, con todo, de sangre. Presidía estos sacrificios una
sacerdotisa que sostenía la durante tanto tiempo pequeña y ligera estatua de la diosa
mientras los niños eran golpeados, pero si aquellos a los que se había confiado la misión de
golpear, llevados por la compasión a causa de la belleza o buena presencia de los efebos,
hacían esto moderada y suavemente, se decía que la imagen se hacía tan pesada que la
sacerdotisa no podía sostenerla, según dice Sileno de Quíos en las historias fabulosas A
esta misma diosa, con el sobrenombre de Triclaria, se le sacrificaba en Acaya una doncella
y un joven, según está en Los asuntos de Acaya (VI1 19,4) de Pausanias. ¿Qué necesidad
hay de recordar el rito de los de Uucade? Pues ellos, para alejar la ira de los dioses y sobre
todo la de Apolo, elegían a un hombre impuro, al que solían inmolar; pero después fue
cambiado el ritual, ya que se cuidaban de que se salvara el que arrojaban desde una cueva
atado con muchas plumas y aves para que así se alejara sano y salvo fuera de la patria,
según dice Estrabón en el libro X (2,9,C452). Y pasaré en silencio la costumbre de las
víctimas de los Semnones, Druidas, Liceos y Pergeos y de otras naciones que solían
sacrificar hombres a los dioses. Diré esto únicamente, que con tan grande crueldad de los
dioses y con una religión tan impía. nc pudo existir en absoluto ninguna integridad. Pues,
¿qué fiereza y crimen debe pensarse que estuvieron ausentes de estos altares muy impíos de
los dioses? Y no sólo actuaron cruelmente a veces contra los hombres uno a uno sino

35 Cf. Paus. 111 16, 9-11


contra los ejércitos enteros, pues al haber sufrido Breno, emperador de los Galos, una gran
derrota de los Griegos, con los que había guerreado en formación de batalla, después
durante la noche fue agitado el ejército con los restantes hasta tal punto con el furor de
Pan j 6 , que las columnas galas lucharon de tal modo entre sí que fueron totalmente destrui-
das. Así pues, al tener los antiguos a los dioses como los autores de los homicidios y de
todo tipo de crueldad, no es admirable si hacían votos por las matanzas, adulterios y cosas
impuras de este tipo. Porque, como esos dioses eran crueles, se esforzaron sobre todo a
causa de su avaricia, el más grande de todos los vicios, por lo que pensaban que fácilmente
podían ser llevados con regalos a toda ignominia y a perdonar a los hombres todos los
pecados. Por esta razón fue dicho brillantemente por Eunpides en Medea (964): Se dice
que los regalos convencen incluso a los dioses, y esto mismo por Ovidio en el libro Sobre
el arte (111 653-4): Los regalos, créeme, seducen a los hombres y a los dioses y el propio
Júpiter se aplaca con las ofrendas entregadas. Pero, ¿qué necesidad hay de muchas cosas?
El propio Júpiter, cuando estaba dispuesto a conceder que la ciudad de Troya fuera
destruida por los Griegos, no tuvo tan en consideración, ciertamente, la crueldad o la
insolencia de los vencedores ni la justicia u honradez de los Troyanos cuanto la pérdida de
los sacrificios que recibía muy a menudo de Príamo y de los restantes troyanos, cuando
dice así en el 1 (IV 44-9) de la Ilíada: Pues de las ciudades de los hombres terrestres que
están situadas bajo el sol y el estrellado cielo, tenía gran preeminencia en mi corazón la
sagrada Tropa, Príamo y el pueblo de Príamo, experto en el manejo de la lanza. Porque
nunca mi altar estuvo privado de su correspondiente festín, de libaciones y de grasa; este
presente nos corresponde. ¿Cómo puede suceder que sea justo y bueno este dios que
reconoce que una ciudad es buena y piadosa y sin embargo permite que sea destruida sin
que se dé una razón lo suficientemente honorable de su decisión? Así también Neptuno,
para liberar a Eneas de Aquiles, no dio a conocer ninguna buena costumbre de Eneas sino
que temía verse privado en lo sucesivo de presentes y sacrificios, según está en el libro VI1
(XX 298-9) de la Ilíada: Ha ofrecido siempre presentes gratos a los dioses que habitan el
vasto cielo. Así pues no hay que admirarse si muy a menudo es convocado a los parrici-
dios, porque es un dios tan avaro que, según los presentes recibidos, cierra los ojos ante
todos los cnmenes, por lo que casi con el mejor de los derechos es llamado el más cruel de
todos los dioses por Filetio en el libro XXI (XX 202-3) de la Odisea: Padre Zeus, ningún
. te compadeces de los hombres. [Y con razón lo
otro de los dioses más funesto que t ~ í No
llama Palas loco y malvado en el libro VI11 (360-1) de la Ilíada en estos versos: Pero mi
pudre está loco con sus malos pensamientos, cruel, siempre malvado y desbaratudor de
mis propósitos.] Y Aquiles en el último libro de la Ilíada (XXIV 524-30) demostró que era
el autor de todos los males y de todas las calamidades en estos versos: Ningún provecho se
obtiene del terrible llanto, pues los dioses concedieron a los miserables mortales i'ivir
afligidos. Pero ellos están sin preocupaciones. En el umbral de Zeus hall dos tinajas de
dones que él entrega, una de los males, la otra de bienes. Aquél a quien Zeus, que se
complace con el rayo, se los da mezclados, una veces se encuentra con la desgracia, otras
con la dicha. En éstos Hornero consideró a Júpiter no sólo autor de las desgracias sino
también desconsiderado y temerario quien, no con reflexión o razón sino según ha caído en
suerte, reparte los bienes a cada uno. También Eunpides en Hécuba (232-3) lo presenta
como autor de males: Y Zeus no rne aniquiló, sino que me mantiene con vida para que vea

36 Es decir fueron presa dtl pánico.

89
yo, la desgracicuia, otras desgracias mayores que las desgracias pasadas. Pero Venus
llama no sólo a Júpiter sino a todos los dioses crueles en el libro 11 (601-3) de la Eneida de
Virgilio, porque han destruido Troya a causa de la envidia y los presentes recibidos de los
Griegos, pues dice así: No es la belleza odiosa de la Tindáride Laconia o el culpable
Paris, es la crueldad de los dioses, de los dioses, la que te ha destruido estas riquezas y ha
derribado Troya de su cima. El propio Júpiter, llevado por los atractivos de Juno, fue el
responsable de que se violara el tratado que se había firmado entre Griegos y Troyanos,
según está en el libro IV (68-72) de la Ilíada, cuando ordenó a Palas que bajara al
campamento de los troyanos y los incitara a violar el tratado: Así dijo, y no la desobedeció
el padre de los hombres y de los dioses; al punto dirigió a Atenea aladas palabras: «Ve
rápidamente al campamento en medio de los Troyanos y los Aqueos, procura que los
Troycinos setcn los primeros en comenzar a herir a los gloriosos Aqiieos en contra de los
juratnenros». Y , dado que la mentira es propia del hombre muy inconstante e impío, ni
siquiera estuvo privado de este pecado Júpiter, que así fue llamado embustero por el hijo de
Hírtaco en el libro XII (164-5) de la Ilíada: Padre Zeus, en verdad rú también te has
convertido ahora en un completo embustero. Al haber sido considerado también Apolo
responsable de la crueldad, muy a menudo fue invocado para [llevar a cabo] las matanzas,
según está en el libro X (861-3) de Virgilio: Rebo ".
si hay algún asunto muy duradero
para los morrales. hemos vivido. U hoy llevarás vencedor esos depojos y la cabeza del
sangirint~rioEneas. [Y muchas veces oyó a los mortales para llevar a cabo asesinatos,
según testimonian los versos del libro VI (56-8) de Virgilio: Febo, compadécete de los
grandes sufrimientos, de la siempre desgraciada I'roya, tú que dirigiste lasf2echas dárda-
nas y las manos de Paris contra el cuerpo del Eácida; y en el libro IX (X 773-4): Que
ahora me sean favoralbes mi diestra, un dios para mí, y el dardo que lanzo por los aires; y
también Homero en el libro VI (V 117-8) de la Ilíada: Asísteme de nuevo, Atenea.
Concédeme coger al hombre. No obstante, son mucho más crueles las súplicas de Polinices
en las Fenicias (1365-8) de Eunpides cuando dice así: iOh Soberana fiera (pues soy tuyo,
ya que me uní en matrimonio a la hija de Adasrro y vivo en su país), concérjeme matar a
mi hermano y que mi diestra victoriosa llene de sangre al enemigo! Y , lo que es peor, no
siente horror, una vez conocido lo vergonzoso de la petición, de esas plegarias tan impías,
pues dice (1369): pidiendo la gloria más infame: matar a un hermano. También eran
invocados a los robos los dioses de los antiguos, que se creía que favorecían a los ladrones
y a los que tendían emboscadas, ya que estaban llenos de impureza, por lo que escribió así
Horacio en las Epístolas (1 16, 59-62): Cuando ha dicho abiertamente, sin fingimiento:
((Padre Jano, Apelo)), mueve los labios temiendo ser oído: «Hermosa Laverna j8, concé-
deme engañar, concédeme ser visto como justo y santo, extiende la noche sobre mis
pecados y una nube a mis engaños>,.] Por último, muchos creyeron que eran favorecidos
por estos dioses para los asesinatos, para muchas acciones infames, para los latrocinios,
para los adulterios, y no dudaron en suplicar que se les favoreciera, bien porque sabían que
los hombres más inocentes habían sufrido suplicios por causa de estos dioses o porque tan
sólo les venía a la mente Hipólito. En efecto, puesto que no es eterno nada que haya

37 En realidad son las palabras que Mecencio, tras la muerte de su hijo Lauso a manos de Eneas, dirige al
caballo Rebo (Rhaebe, voc.) y no a Febo (Phoebe). Sin duda Conti se dana cuenta de su error y de ahí que no
aparezcan estos versos en la ed. de 1616.
38 Diosa protectora de los ladrones.
llegado a la extrema infamia, fue mucho más tolerable que honrar a éstos como dioses
aquella opinión del Cíclope que exhorta a los hombres a aprovecharse de todos los placeres
y goces de la vida, que derrumba toda esa religión. Pues dice así en el Cíclope (332-8) de
Eurípides: La tierra por fuerza, quiera o no quiera, pariendo hierba engorda mis orejas,
~ U yoP no sacrifico a nadie excepto a mí, de ningún modo a los dioses, v a este estómago,
la más grande divinidad. Pues beber y comer cada día es el mismo Zeus para los hombres
sabios, y no afligirse por nada. Y esta es la reflexión no de un hombre sino de un hijo de
Neptuno y sobrino del propio Júpiter, a quien fácilmente puede dársele el crédito de que
fue infundado ese culto de los dioses. Pero, por el contrario, no puede suceder que viva
agradablemente y no sea afectado por ninguna tristeza quien es arrastrado por completo a
los placeres sin tener ningún motivo de inocencia, puesto que ésta es la única que puede
dar con generosidad la dulzura de la vida. Pero, ¿qué necesidad hay de más cosas? Tanta
fue la crueldad de estos dioses que Homero dijo que la injuria [a la que llaman Ate] era hija
del propio Júpiter en el libro VI1 (XIX 91) de la Ilíada: Hija venerable de Zeus, Ate, que
perturba a todos. De lo que hasta aquí se ha dicho queda suficientemente claro, según
pienso, que los votos de los hombres fueron de la misma clase que lo fueron los sacrificios
de los dioses y según se creía que eran estos dioses, de los que recibían la norma de vida, y
que se creía que esos dioses estaban contaminados de todos los vicios y que ninguna
religión o ciudad que haya llegado al extremo de la maldad puede ser eterna. Ahora
consideremos de qué clase fueron los dioses entre sí.

Cap. 17 [19]: De qué clase fueron los dioses entre sí

Y no es en modo alguno admirable que los dioses fueran tan crueles para con los
hombres y que de estos mismos dioses procedieran todas las semillas de la discordia, la
crueldad y la perfidia, puesto que fue tanta la lucha que hubo entre estos dioses ya desde el
comienzo cuanta no pudo contener ni el cielo ni la tierra. Porque si es criminal perseguir
con las armas a aquél de quien has recibido algún beneficio, sin duda muy criminal fue
Satumo, que persiguió a aquél de quien había recibido el disfrute de la vida, pero
no sólo lo persiguió sino que también, una vez cautivo, le cortó los miembros viriles,
según atestigua Ovidio en Ibis (273-4): Corno Soturno cortó aquellos miembros de los que
había nacido. Al haber puesto Júpiter ante sus ojos este ejemplo paterno para ser imitado,
él en persona persiguió con las armas a su padre Saturno y lo obligó a huir a Italia; por
haberse ocultado de él en Italia junto al rey Jano, una parte de Italia recibió el nombre de
Lacio, según está en el libro VI11 (319-23) de Virgilio: Saturno vino el primero desde e1
etéreo Olimpo huyendo de las armas de Júpiter y exiliado de los reinos arrebatados. Este
reunió a la raza indomable y dispersa por los elevados montes y les dio leyes; y prefirió
que fuera llamado Lacio porque en estas regiones se había ocultado seguro. Pero, ¿cuán
grande fue ya la fiereza de Satumo, que devoraba a sus hijos? ~ A C ~puedeS O ser indulgente
con otros quien fue tan fiero con sus propios hijos? ¿Acaso puede haber existido la Edad de
Oro, es decir el gobierno lleno de justicia, humanidad, castidad y equidad, bajo este rey
que fue tan impío para con sus padres e hijos? No obstante, ni siquiera Júpiter sofocó todas
las guerras, una vez arrojado su padre del reino, ni pudo ser dueño de un reino pacificado,
puesto que los Gigantes, como vengadores de la injuria paterna, conspiraron contra él y
casi lo arrojaron del reino. Y sin embargo, cuando ya hubo acabado con estas luchas y
hubo alcanzado la victoria, tampoco tuvo en su poder un reino tranquilo, sino que casi
todos los dioses se levantaron una vez contra él y estuvo a punto de ser atado con cadenas
por sus parientes, según está en Homero en el libro 1 (397-400) de la Ilíada: Que declara-
bas haber apartado, tú la única entre los inmortales, una indecorosa calamidad del
Crónida, que cubre el cielo de negras nubes, cuando lo quisieron encadenar los otros
olímpicos, Hera, Posidón y Palas Atenea. Reino totalmente ilustre y verdaderamente digno
de que su Rey sea llamado feliz, en el que ni la esposa, ni la hermana, ni la hija ni el
hermano fue amigo. Y sin embargo estos dioses no sólo pusieron en práctica continuas
enemistades entre sí sino que también el uno contra el otro transmitieron a los hombres
tanta autoridad y fuerzas que muy a menudo fueron heridos por los hombres, como Juno
por Hércules con una flecha, según dice Homero en el libro 1V (V 392-4) de la Ilíada: Lo
soportó Hera cuando el vigoroso hijo de Anfitrión la hirió en el pezón derecho con una
jlecha de tres puntas. También fue herido Plutón por este mismo, según está en estos
versos (V 395-7): Entre éstos lo soportó el espantoso Hades cuando este mismo hombre,
hijo de Zeus portador de la égida, lanzándole una aguda flecha en la Puerta del Infierno lo
entregó a los dolores entre los muertos. Tampoco Marte, el propio dios de los beligerantes,
pudo evitar las armas de los mortales, según está en el mismo Homero en estos versos (V
858-9): Golpeando aquí mismo lo hirió, desgarró de través la hermosa piel y de nuevo
extrajo la lanza. Gritó el broncíneo Ares. Este mismo después fue encadenado por Oto y
Efialtes. También fue herida Venus por Diomedes. Y sena largo recordar cuántas molestias
soportaron los dioses de los hombres. Así pues fácilmente me inclino a creer que fueron
muy duros los ingenios de aquellos hombres en cuyos ánimos debía imprimirse el miedo de
la religión y de los dioses, puesto que no podían ser guiados hasta allí con los ejemplos
de los hombres buenos y las palabras de los sabios, sino que tenían que ser conducidos al
culto de los dioses por la autoridad de los criminales, a los que ellos mismos admiraban, o
por las complicadas ficciones de las fábulas. Pero todas estas cosas fueron contadas por los
antiguos no por ningún otro motivo que no fuera para enseñar a los hombres las buenas
costumbres y poner al descubierto las cosas obscuras de la naturaleza, como explicaremos
en sus lugares respectivos.

Fin del Libro Primero

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