Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
TEATRO
E L H O M B R E D E S H A B IT A D O
TERCERA EDICION
E D IT O R IA L LO SA D A , S. A.
BUENOS AI R EI
Queda hecho el depósito que
previene la ley núm. 11.723
(§ ) Editorial Losada^ S. A.
Buenos A irts, 1950.
PRINTED IN ARGENTINA
193 0
La t e n t a c ió n
C ria d o 1
C r ia d o 2
V oces
PRÓLOGO
9
Rafael Alberti
10
El hombre deshabitado
11
Rafael Alberti
12
El hombre deshabitado
13
Rafael Alberti
14
El hombre deshabitado
15
Rafael Alberti
E l c a b a l l e r o . — ¡Oh, no lo sabía!
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — U na fru ta exquisita que va usted a
probar ahora mismo.
E l c a b a l l e r o . — ¡Oh!
E l v ig il a n t e n o c t u r n o (La monda y le da un g ajo)-----Tome.
A bra la boca y m astique, m astique suavemente. A sí, así. Le gusta,
tiene que gustarle. Es dulce y está llena de agua. Sirve para qui
ta r la sed en el desierto, para aliviar la fatiga de los calores y
despertar en la sangre la pasión por el infinito.
E l c a b a l l e r o . — Siento que se me atirantan los labios y que un
tem blor inexplicable me sacude la lengua. Quiero más, más. La
quiero toda, toda. Démela. H ay algo que me achicharra la g ar
ganta, algo q u e .. .
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — Déjela. (La tira sobre el carbón.)
M uy pronto, así que su alma sepa lo que son los contactos y se
estremezca al roce del aire o bajo ia presión caliente de unos
dedos, no sólo para aliviar su sed deseará una naranja, sino otras
fru tas mejores, algunas difíciles, m u y difíciles de conseguir en
un solo día, que irán saliéndole ai encuentro por todas las ca
lles y lugares del mundo.
E l c a b a l l e r o . — O tras fru tas m e jo re s ... d if íc i le s ..., m uy d i
fíciles. . .
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — Lo com prenderá usted en seguida, no
se im paciente. Ya dentro de su cuerpo, su alma se desvive, sal
tando, por saberlo todo. Y antes de que el amanecer borre esas
estrellas, yo le juro que será sabia y dispondrá de esos cinco bal
cones que le pro m etí al principio para poder dom inar el U n i
verso. Ya sólo le falta el últim o, el que se abre a las caricias in
finitas: el tacto. (Enciende la linterna, la enfoca hacia abajo y
con el pie golpea la tierra por tres veces. Se abre u n escotillón
y asciende una figura enrollada como las momias en una cinta
blanca.)
E l c a b a l l e r o . — ¡Oh! ¿Q ué es eso que sube de las profundidades
de la tierra?
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — U n misterio enfundado en una cin
ta blanca.
E l c a b a l l e r o . — U n m iste rio .. . ¿Y qué es un misterio?
16
El hombre deshabitado
17
Rafael Alberti
18
El hombre deshabitado
ellas, en este mismo instan te en que com ienzan a salir de las som
bras. (U na lu z am arillenta va ilum inando la escena.)
E l c a b a l l e r o y L a m u c h a c h a ( cayendo de rodillas con L os c in c o
s e n t id o s ). — ¡Señor!
E l c a b a l l e r o . — ¿A quién debemos tantísim os favores?
L a m u c h a c h a . — ¿Q uién es usted, Señor? D íganos su nombre·
E l c a b a l l e r o . — Le debemos la vida, necesitamos saberlo. ¿Cómo
se llama?
L a m u c h a c h a (besándole las m anos). — Señor, dígalo. Quiero lle
varlo siempre escrito en m i corazón.
E l c a b a l l e r o (lo m ism o ). — Y yo en mi sangre.
L a m u c h a c h a . — D íganos su nom bre, Señor. Sea bueno.
E l c a b a l l e r o . — Ya ve usted, Señor, se lo pedimos llorando y de
rodillas.
L a m u c h a c h a . — D íganoslo, por favor.
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — Bien. Y o s o y . . . Más adelante lo sa
brán. Váyanse.
E l c a b a l l e r o (levantándose con la m uchacha) . — Lo que usted
m ande, Señor. (A m bos, cogidos del brazo, avanzan hacia el fo n d o ,
cortejados por Los c in c o s e n t id o s . La lu z del amanecer aumenta.
Se abre el escotillón, y E l v ig il a n t e n o c t u r n o comienza a h u n
dirse lentam ente. Cuando ya casi van a desaparecerle los hombros,
E l c a b a l l e r o vu elve la cabeza, y levantando el brazo le indica la
claridad que va ilum inando la escena.) ¿Y esto, Señor, qué es esto?
E l v ig il a n t e n o c t u r n o (desapareciendo). — Eso, caballero, es
la luz.
t e l ó n
19
A C T O
20
El hombre deshabitado
21
Rafael A l be r t i
22
El hombre des h * b i i λ do
23
Ra f λ el A l ber ti
24
El hombre deshabitado
La vista ----- Si es p la te a d o .. .
El gu sto. — ¡Sabrá salado!
La v ista . — Si es co lo rad o .. .
Ei. g u st o . — ¡Sabrá a m iel! ( E l t a c t o saca un gran pez rojo.)
El t a c t o (a E l o íd o ) . — Tom a, vivo te doy el pez. (Se lo da·)
El o í d o . — ¿Para qué?
25
Rafael Alberti
El g u st o — Gustar.
El t a c t o *. — Y tocar. jY o soy tocar!
¡N unca m e prodréis alcanzar!
( Todos corren tras él, alrededor del eitanque.)
V o z de m u j e r (en la pláya). — ¡Socorroooooo! (T u m u lto y golpes
tras la puerta de la tapia, en la parte central de la escena· Los
c in c o se n t id o s interrumpen el juego y escuchan asustados.)
V oces d is t in t a s . — ¡A quí, aquí! ¡É sta es la casa! ¡Auxilioooo!
V oz d e m u j e r . — ¡Malos hombres! ¡Cobardes!
O tra s v o c es . — ¡Abrid! ¡Abran pronto la puerta! ¡Abrid, abrid!
V oz de m u j e r . — ¡Socorroooooo! ( Mientras sigue el tum ullo, salen
de la casa E l h o m b r e y los C riados 1 y 2. Los c in c o se n t id o s
vuelven a sus árboles.)
E l h o m b r r e , — ¿Qué sucede? ¿Qué pasa? Seguidme.
C r ia d o 1. — H abrán herido a alguien·
C riado 2. — Lo habrán asesinado.
E l h o m b r e (intentando abrir la puerta.) — ¡Horrible! Está duro el
cerrojo.
V oz d e m u j e r · — ¡Por favor! (Siguen los golpes y el tum ulto.)
C r iad o 1. — Perm ítam e, señor, yo lo abriré.
E l h o m b r e . — ¡Pronto! De prisa. Algo horrible sucede. (Queda
abierta la puerta, y aparece en su marco, sola, descalza, desgreñada
y medio desnuda, una muchacha·. L a t e n t a c i ó n . E s m u y bella.)
E l h o m b r e y Los C r ia d o s 1 y 2. — ¡Oh!
L a t e n t a c ió n (Jébihnente). — A g u a ... Tengo s e d . . .
E l h o m b r e . — P e r o ... ¿tú sola? ¿Quiénes alborotaban?
La t e n t a c ió n (apoyándose contra el quicio). — N a d ie ... N o
s é . . . Vengo m uerta.
C r ia d o 2 (asomándose a la playa). — ¿Nadie?
E l h o m b r e . — ¿Y los que te seguían, los que te gritaban o ape
dreaban? ¿Dónde e«tán?
La t e n t a c ió n . — A g u a. . . Dame ag u a. . .
El. h o m b r e . — E ntra. (L a t e n t a c ió n da un paso y medio se des
vanece. E l h o m b r e y Los criados la levantan. La t e n t a c ió n
vuelve en st. Sostenida pos los tres, la hacen andar lentamente.)
Al j a r d ín .. . al esta n q u e .. . al e sta n q u e .. .
L a t e n t a c ió n . — Calor. . . M uerta. . . A g u a. . . Calor. . .
26
El hombre deshabitado
C r ia d o 1 . — Cuidado.
C r ia d o 2. — N o tro p ie c e .. .
E l h o m b r e . — A quí. (Sientan a L a t e n t a c i ó n al borde del es-
tanque. E l h o m b r e la sostiene, pasándole u n brazo por la cin
tura. Mientras, con la otra mano, moja su pañuelo en el agua y
le refresca la frente. Los c r i a d o s 1 y 2 permanecen de pie, a dis
tancia. L a t e n t a c i ó n , de pronto, quita el pañuelo a E l h o m
b r e , lo desgarra con los dientes y lo arroja al agua· Mira después
a E l h o m b r e con fijeza. Luego, a Los c r ia d o s . Y otra vez a
E l h o m b re .)
L a t e n t a c ió n . — Dile a ¿sos que se vayan.
E l h o m b r e (extrañado.) — Retírense.
C riadoIj 1 y 2. — S e ñ o r ... (Inclinan la cabeza y desaparecen por
la puerta de la casa.)
E l h o m b r e . — Se han ido.
L a t e n t a c ió n (después de mirarle largam ente). — N o tenía sed,
era m entira.
E l h o m b r e (asombrado, pero contenido). — ¿Quién eres? N unca
te he visto.
L a t e n t a c ió n (seca) . — Era m entira. Q uería en trar en tu casa.
Verte. H ablar contigo. Saber cómo e r a s ... Y aquí estoy ante
ti. N o pienso irme.
E l h o m b r e (después de mirarla impasible, levantándose bruscamen
te ) . — N i te conozco ni me im porta. ¡Fuera! ¡Pronto! ¡Fuera de
este jardín!
La t e n t a c ió n (colérica). — N o me voy. H e llamado a tu casa
para pasar la noche, o quizá toda la vida. Ya lo sabes: para pasar
la noche o la vida entera. Y tendrás que m atarm e, que arrastrar
me después de m uerta hasta la playa. Y aun así no te verás libre
de mi persona, de este cuerpo macizo que tú aún no conoces: el
m ar y el viento volverán a arrojarm e contra los muros de tu
alcoba, contra la misma cabecera de tu cama. Si me echas, te
quedarás sin sueño, te lo juro. M uerta, continuaré presente en
todos tus instantes.
E l h o m b r e (sentándose desconcertado). — ¿Qué dices? (Más sua
ve.) H abíam e c la r o .. . Es que no te comprendo.
La t e n t a c ió n (más suave y suplicante) . —. Yo sabía que existías
27
Rafael Alberti
28
El hombre deshabitado
29
R ë f ae l A l b e r t i
30
El hombre deshabitado
31
Rafael A i ber t i
La m u j e r . — ¿Te quedas?
La t e n t a c ió n -----Sí, hasta la madrugada.
La m u j e r . — jO h, que alegría! (A E l h a m b r e .) ¡Se queda!
E l h o m b r e . — Tenía que ser así. Sin m ás remedio. (Pausa.) Aho
ra, abrígala en tus pieles, véndale las heridas y acompáñala hasta
tu cuarto. Está cansada y tendrá sueño·
La t e n t a c ió n . — Mis heridas son antiguas y no me duelen. H an
ido siempre al aire y las vendas me las lastim arían. Puedo an
dar sin molestia.
L a m u j e r . — Pero acepta mi gabán sobre tus hombros. Estás he
lada· (Se lo echa sobre ellos.)
La t e n t a c ió n . — Sí, hace frío.
E l h o m b r e . — Mucho, aunque la noche está templada y en los
árboles se han parado las hojas. (Λ L a m u j e r .,) Acompáñala.
Yo iré a dorm ir dentro de un rato. (Van andando, parándose.)
La t e n t a c ió n . — Tengo sueño.
La m u j e r . — Dormirás en mi cama.
L a t e n t a c ió n . — Eres m uy buena. Soy m uy amiga tuya· Despiér
tam e al amanecer.
La m u j e r . — ¿Cómo te llamas? Todavía no nos hemos dicho nues
tros nombres. Dime primero el tuyo. ( E l h o m b r e escucha
atento.)
La t e n t a c ió n (a media vo z, ya en los escalones de la p u e rta ).—
¿El mío? ¿Mi nombre? ¿Quieres saber mi nombre? Verás. Yo
me lla m o .. . (Entran en la casa.)
E l h o m b r e (cayendo al filo del esta n que). — N o puedo más. N o
sé ya quién soy. (Los c in c o se n t id o s le rodean, encendiendo
cada uno su linterna.)
E l t a c t o . — Levanta, hombre dichoso, levanta*
E l o íd o . — ¿Has oído? Va a pasar la n o ch e en t u m ism o lecho.
La v i s t a . — N ingún hombre del m undo verá lo que tú.
E l g u st o . — G ustará lo que tú.
E l o l f a t o · — Aspirará las esencias celestes que tú vas a aspirar
en esta noche.
E l h o m b r e . — ¡Dejadme, por favor! ¡N o os conozco! N o sé quié
nes sois. N unca os he visto. Me espantan vuestras voces, vues
tras máscaras horribles y monstruosas. Quiero dormir.
32
El hombre deshabitado
33
Rafael Alberti
34
El hombre deshabitado
35
Rafael Alberti
36
El hombre deshabitado
38
El hombre deshabitado
U na paloma blanca
duerme en la nieve.
Quisiera despertarse,
pero no puede.
¡Ay, pero no puede!
Quisiera despertarse,
ir por la nieve.
Pero no puede, ¡ay!,
ir por la nieve.
. . .Quisiera despertarse,
pero no p u e d e .. .
¡Ay!
U na paloma b lan ca. . .
39
Ra f a e / Alberti
40
El hombre deshabitado
(Le hace levantar la cabeza hacia lo alto.) ¡Oh! ¡Tiemblan las es
trellas! Bésame.
E l h o m b r e (después de besarla) ----- ¡Oh crim en sin castigo!
La t e n t a c ió n . — Deja. N o recuerdes. Ven. (Lo coge del brazo.) Ya
me has besado. Ahora, déjate guiar. Ven donde yo te lleve* (Len
tam ente van andando hacia el granero. Los c in c o s e n t id o s , en
fija, los siguen.)
E l h o m b r e . — Llévame adonde quieras. Me abandono a ti.
1 a t e n t a c ió n · — A m í, sólo a m i.
E l h o m b r e . — A ti, sin remedio.
L a t e n t a c ió n . — A m í sólo.
E l h o m b r e . — Para siempre.
La t e n t a c ió n . — Para siempre- (A l entrar, el granero se oscurece
hasta no verse nada. Los c in c o « s e n t id o s quedan alineados a lo
largo del m uro de la puerta.)
L a v ista . — Feliz.
E l o íd o . — Dichoso.
E l o l f a t o (aspirando) . — ¡Oh!
E l g u st o . — Feliz.
E l t a c t o . — ¡Amor! ¡Amor!
La m u j e r (en espectro, transparentándose una teia de araña del fo n -
do del granero, aparece, empuñando un revólver). — ¡Amor!
¡Amor! (Pega un tiro a E l h o m î r e y desaparece.)
E l h o m b r e (cayendo sobre los haces de tr ig o ). — ¡S eñ o r!.. . ¡Se
ñor! . . . ¡Señor!. . .
Los c in c o s e n t id o s (sim ultáneam ente, con estridencia, apagando las
linternas) . — ¡Ji, ji, ji, ji! (Empieza a clarear·)
La t e n t a c ió n (saliendo del granero). — El hombre ha m uerto.
Amanece. Sigamos adelante. (Seguida de Los c in c o s e n t id o s ,
huye por la puertecilla que da a la playa. A l pasar junto al m on
tón de azufre, se incendia solo. La lu z de la mañana aumenta.
Sobre el mar remonta, inmenso, el sol. Una enorme araña de ten%
táculos negros baja, lentam ente, hasta cubrir la cara de E l h o m
b r e . Soñoliento, uno de los criados abre la puerta de la casa.
La vida sigue.)
TELÓN
41
E P Í L O G O
42
El hombre deshabitado
43
Rafael Alberti
44
El hombre deshabitado
45
Rafael A l ber t i
46
El hombre deshabitado
H l h o m b r e . — «Q ue g r ita n , señor?
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — Llaman* Te están llamando.
E l h o m b r e . — ¿A m í?
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — A ti. Levántate.
E l h o m b r e . — Señor, déjame aquí clavado, de rodillas, para siem
pre, ¿A dónde me llevas? N o m e martirices.
E l v ig il a n t e n o c t u r n o (levantándolo)· — Levanta. (Llevándo
lo hacia la boca de la alcantarilla.) Ahora vas a asomarte a tu
nuevo camino. (Y a delante de la boca.) Mira hacia abajo.
E l h o m b r e (tapándose los ojos y retrocediendo). — ¡Oh!
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — Ese camino oscuro te bajará hasta los
séptimos pozos de la tierra.
E l h o m b r e · — ¡Señor, perdóname! Yo luché, com batí contra tus
cinco m o n s tru o s ... G rité, me desesperé hasta caer r e n d id o ...
¡No quería, Señor, no quería! T ú tam bién lo s a b e s ... F ui de
rrotado, porque q u i s i s t e . p o r q u e tú así lo habías dispuesto
desde mil siglos antes de concederme la vida. Y hubiera sido in
ú til toda súplica, todo llanto, toda llamada a t i . . .
E l v ig il a n t e n o c t u r n o (sin hacerle caso) . — Allá en lo hondo,
en la últim a cueva, te espera nuevam ente tu crimen. Toda la
eternidad» de segundo en segundo, como en sueños, volverás a
repetirlo. Fíjate. ¡Toda la eternidad! ¡Siempre! Cuando llegues
abajo, un puñal de sangre, avivada con fuego, saldrá a recibirte.
(A u m en ta el hum o de la alcantarilla.)
La t e n t a c ió n (sacando medio cuerpo por la boca de la alcantarilla,
mientras Los c in c o s e n t id o s asoman sus máscaras por los toneles,
encendidas las linternas)· — Soy yo, mi amor, la que sale a tu en
cuentro. Vas a vivir conmigo para siempre. Es la hora de la llama.
Acércate. N o te había olvidado. ¡Ven!
E l h o m b r e . — ¡Esa m ujer, Señor, esa m ujer! ¡Que yo nunca la
oiga! ¡Y estos m onstruos, Señor! ¡Q uítalos de mi vista! ¡Que no
se queden dentro de mis ojos cerrados! ¡Que sea la oscuridad
más absoluta y no esas cinco lámparas siniestras la que viva por
siempre en mis cuencas vacías. (L a vista se aproxima a E l
h o m b r e , enfocándole la linterna a los ojos·) Sí, tú eras mi vista,
los ojos que me hicieron ver la luz de los a s tr o s ... (X a vista
ipaga su linterna, volviendo a su tonel.)
47
Rafael Alberti
48
El hombre deshabitado
aun eres menos que el últim o de todos: ¡un simple hombre con'
denado! {A um enta el hum o mientras L a t e n t a c i ó n se hunde
m u y lentam ente.)
V o c es s u b t e r r á n e a s . — ¡Señor! ¡Señor! ¡Señor!
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — Oye sus voces: me llaman para malde
cirme.
E l h o m b r e . — Yo tam bién te maldigo.
E l v i g i l a n t e n o c t u r n o (cogiéndole por el cuello de la chaqueta
y haciendo ademán de levantarlo para arrojarle por la boca da
la alcantarilla) · — Ya no eres de este mundo. T u alma ya es
desprecio de las llamas. Ahora va a arder tam bién tu cuerpo.
( Despacio , lo hace descender.)
E l h o m b r e . — Eres injusto.
E l v ig il a n t e n o c t u r n o . — Sé m uy bien lo que hago.
E l h o m b r e . — Te aborreceré siempre.
E l v i g i l a n t e n o c t u r n o . — Y yo a ti, por toda la eternidad- (D·"*-
aparce E l h o m b r e . La boca arroja una espesa columna de hum o
negro. E l v i g i l a n t e n o c t u r n o lo ahoga , echándole la tapa·
Luego , la cierra, dándole varias vueltas a su llave.) Así. Mis ju i
cios son un abismo profundo. (A oscuras, en silencio , desaparece
por el fondo.)
te ló n
4i)