Está en la página 1de 1

EL JINETE NEGRO

Hace muchos pero muchos años, Juan y Luis, un par de hermanos que ya rebasaban la mayoría de
edad, vivían en el pueblo de San Francisco, junto con su padre hacía machetes para vender a los
campesinos. Una noche, después de que la lluvia cesara, su padre les ordenó que a la mañana
siguiente debía ir a vender los machetes a El Mesón, un pueblo lejano al que únicamente se podía
llegar a caballo. Al día siguiente los hermanos se encontraban al lomo de los caballos rumbo al
pueblo donde irían a ofrecer los machetes. Al poco tiempo de su salida una fuerte lluvia casi nubló
por completo su camino, así se detuvieron por varias horas. La lluvia no bajó su intensidad hasta a
eso de las 6:30 de la tarde. Los hermanos continuaron su camino a paso lento hasta toparse con un
río. Al llegar a la orilla no podían creer lo que veían, el agua era de un tono chocolate y algunos
troncos pasaban flotando a lo largo de su hondo cauce. En ese momento les sería imposible cruzarlo
y ya empezaba a anochecer, Juan ordenó descansar y esperar que bajara el cauce.

Los dos hermanos amarraron sus caballos en un árbol pequeño cerca de donde dormirían, se
cobijaron junto a un gran roble y persignaron antes de acostarse; hacer eso antes de dormir era algo
que en la familia y en gran parte del pueblo era algo habitual. A media noche Luis se levantó para
observar si el cauce había bajado, pero no fue así, seguía crecido el río y también pudo ver a un gran
caballo negro cabalgado por un jinete que comenzó a cruzar el río sin complicaciones. Creyendo que
ellos también podían cruzar el río, despertó a su hermano a empujones sin importar molestarlo. El
hermano observó al jinete negro, teniendo un mal presentimiento se le puso la piel de gallina. Juan
con voz baja le dijo a Luis que se hiciera el dormido y no se moviera pasara lo que pasara.

Así que los dos hermanos se acomodaron como si volvieran a dormir y por instinto o creencia se
persignaron nuevamente. Escucharon cuando el caballo salió del agua, sintieron cuando el jinete
bajó de él y se dirigió hacia ellos, una oleada de frio se apoderó de los dos. Juan fue el primero en
sentir unas enormes manos frías que lo tomaban de los pies. Parecía que aquel desconocido quería
levantarlo para llevárselo consigo, pero fue imposible; era como si en ese momento pesara una
tonelada, no lo movió un solo centímetro. Siguió sus pasos hacia Luis, al momento de hacer lo mismo
el desconocido tampoco pudo moverlo. Sintieron la furia de aquel misterioso jinete, hasta el gran
caballo negro relinchó de enojo y se fueron acelerando el paso. Los hermanos no se movieron para
nada, así pasaron toda la noche sin pronunciar palabra alguna.

Al primer rayo de sol tomaron las riendas de sus caballos y sin dirigirse la palabra partieron hacia
San Francisco y al primero que se toparon fue a su papá. Le contaron todo lo que les había pasado.
Juan pudo comprobar sus sospechas; su padre dijo que lo que vieron en la noche no era cualquier
jinete, que su abuela decía que todas las noches después de las 12 de la noche siempre andan
rondando seres de oscuridad que tratan de llevarse a la gente que no cree en el bien, gente que se
embriaga y pierde la conciencia, gente que apuesta y desprecia a su familia, y gente que al dormir
no se protege de todo mal. Que al persignarse no hay fuerza maligna que sea capaz de derribar esa
protección y por eso aquel demonio que quería llevárselos no pudo hacerlo.

No tardaron mucho en que contaran su historia a la gente del pueblo y que la misma gente contara
esa historia a conocidos de otras comunidades. De boca en boca circuló la leyenda del jinete negro
del que los dos hermanos lograron librarse, de cómo el persignarse, que para muchos era una simple
acción, logró salvarles la vida.

También podría gustarte