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• Nº páginas: 885
• Introducción: 23-55
• Prólogo: No contiene prólogo del autor.
• Prefacio: Contiene dos, uno a la Edición Revisada por Donald A. Hagner, y
otro a la Primera Edición(1974) por el propio autor
• Ilustraciones: No contiene
• Medidas: 14,5X 23 X 3,5
• Índice del contenido temático en páginas 5 y 6
3.- INTRODUCCIÓN.
Para este lector, con una vívida expresión de la Pneumatología, sorprende que
el autor no se detenga en posicionamientos desde, el mismo marco de la diversidad
de la que es un referente, de teólogos pentecostales. Afirmaciones al respecto del
Bautismo, anunciado por el “Bautista” y su conexión con la recepción del bautismo
del Espíritu Santo, no parecen que se le dedique un tratamiento muy ecuánime,
atendiendo a la teología pentecostal; Juan 20:21, 22 es analizado como una metáfora,
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igualmente la interpretación que señala de Hech 19 afirmando que aquellos
creyentes efesios, lo eran, no en Cristo, sino en cuanto al arrepentimiento de Juan el
Bautista; dejando definitivamente abierto a que la experiencia del Bautismo del
Espíritu Santo se diluya en la experiencia del nuevo nacimiento, sin argumentar
nada al respecto del pensamiento pentecostal. Si bien, ya hemos admitido que la
historia como tal, tiene que ser subjetiva “toda buena Historia es Historia
interpretada” y hemos de reconocer que el autor tiene un pensamiento, un corazón
determinado, pero a pesar de ello, sea en este asunto, o cuando trata la cuestión
dispensacionalista o la realidad del estadio intermedio, son diferentes aspectos en los
que pareciera que “pasa de puntillas”, a modo de ejemplo podríamos argumentar su
conclusión sobre la realidad del castigo del infierno en la que recoge: “ La esencia
del infierno es la exclusión de la presencia de Dios y del disfrute de sus bendiciones”
que sin dejar de ser cierto, se nos antoja demasiado superficial para una obra y
reflexión teológica de tal calado como la que tenemos entre manos.
En realidad, esto nos enfoca hacia un desafío, el que se pueda desarrollar una
teología de carácter pentecostal, que complemente con autoridad y relevancia todo
el quehacer teológico tanto referido al Nuevo como al Antiguo Testamento. No es
que sea una intención ambiciosa, sino que –entendemos- el propio autor infiere esta
intención, pues la investigación, de ninguna manera está cerrada, mientras haya
pensamiento, mientras haya inquietud intelectual, mientras haya devoción por la
Palabra, la Escritura sigue dispuesta a seguir siendo no solo objeto de estudio, sino
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elemento de transformación interior y por ende de la sociedad, tal y como habremos
de ser luz en medio de tinieblas.
Con todo, la obra de Ladd se nos antoja de máximo interés. Dejando al lector
la inquietud por seguir avanzando en el estudio de la reflexión teológica, conectando
la realidad inmensa de Dios con las enormes simplicidades del ser humano, que
aunque ahora vemos como por espejo, somos llamados por Dios a conocerle a Él y
por lo tanto a desentrañar las riquezas insondables de Su Palabra.