Está en la página 1de 5

LOS JUGUETES ORDENADOS

Érase una vez un niño que cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vio que estaba llena de juguetes, cuentos, libros, lápices...
todos perfectamente ordenados. Ese día jugó todo lo que quiso, pero se acostó sin haberlos recogido. Misteriosamente, a la mañana
siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados y en sus sitios correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su
habitación, aunque el niño no le dio importancia. Y ocurrió lo mismo ese día y al otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a coger el
primer juguete, éste saltó de su alcance y dijo "¡No quiero jugar contigo!". El niño creía estar alucinado, pero pasó lo mismo con cada
juguete que intentó tocar, hasta que finalmente uno de los juguetes, un viejo osito de peluche, dijo: "¿Por qué te sorprende que no
queramos jugar contigo? Siempre nos dejas muy lejos de nuestro sitio especial, que es
donde estamos más cómodos y más a gustito ¿sabes lo difícil que es para los libros subir
a las estanterías, o para los lápices saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea de lo incómodo y
frío que es el suelo! No jugaremos contigo hasta que prometas dejarnos en nuestras casitas
antes de dormir"
El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había estado
una vez que se quedó dormido en una silla. Entonces se dio cuenta de lo mal que había
tratado a sus amigos los juguetes, así que les pidió perdón y desde aquel día siempre acostó
a sus juguetes en sus sitios favoritos antes de dormir.

LA PRINCESA DE FUEGO

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir
sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de
flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y
entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo
llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció
el joven, y este se explicó diciendo: Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa:
es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se
llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro. El joven se marchó tranquilamente, dejando
a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes,
y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra
en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la
arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma
tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante. Durante
los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su
sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y
las gentes del país tuvieron comida y libros.

EL COHETE DE PAPEL

Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y dispararlo hacia la luna, pero tenía tan poco dinero que no podía comprar
ninguno. Un día, junto a la acera descubrió la caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al abrirla descubrió que sólo contenía un pequeño
cohete de papel averiado, resultado de un error en la fábrica. El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un cohete,
comenzó a preparar un escenario para lanzarlo. Durante muchos días recogió papeles de
todas las formas y colores, y se dedicó con toda su alma a dibujar, recortar, pegar y colorear
todas las estrellas y planetas para crear un espacio de papel. Fue un trabajo dificilísimo,
pero el resultado final fue tan magnífico que la pared de su habitación parecía una ventana
abierta al espacio sideral. Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete
de papel, hasta que un compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario,
le propuso cambiárselo por un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le volvió
loco de alegría, y aceptó el cambio encantado. Desde entonces, cada día, al jugar con su
cohete nuevo, el niño echaba de menos su cohete de papel, con su escenario y sus planetas,
porque realmente disfrutaba mucho más jugando con su viejo cohete. Entonces se dio
cuenta de que se sentía mucho mejor cuando jugaba con aquellos juguetes que él mismo
había construido con esfuerzo e ilusión. Y así, aquel niño empezó a construir él mismo todos sus juguetes, y cuando creció, se convirtió
en el mejor juguetero del mundo.
EL GRAN LIO DEL PULPO
Había una vez un pulpo tímido y silencioso, que casi siempre andaba solitario porque, aunque quería tener muchos amigos,
era un poco vergonzoso. Un día, el pulpo estaba tratando de atrapar una ostra muy escurridiza, y cuando quiso darse cuenta,
se había hecho un enorme lío con sus tentáculos, y no podía moverse. Trató de librarse con todas sus fuerzas, pero fue
imposible, así que tuvo que terminar pidiendo ayuda a los peces que pasaban, a pesar de la enorme vergüenza que le daba
que le vieran hecho un nudo. Muchos pasaron sin hacerle caso, excepto un pececillo muy gentil y simpático que se ofreció
para ayudarle a deshacer todo aquel lío de tentáculos y ventosas. El pulpo se sintió aliviadísimo cuando se pudo soltar, pero
era tan tímido que no se atrevió a quedarse hablando con el pececillo para ser su amigo, así que simplemente le dio las
gracias y se alejó de allí rápidamente; y luego se pasó toda la noche pensando que había perdido una estupenda oportunidad
de haberse hecho amigo de aquel pececillo tan amable. Un par de días después,
estaba el pulpo descansando entre unas rocas, cuando notó que todos nadaban
apresurados. Miró un poco más lejos y vio un enorme pez que había acudido a
comer a aquella zona. Y ya iba corriendo a esconderse, cuando vio que el horrible
pez ¡estaba persiguiendo precisamente al pececillo que le había ayudado! El
pececillo necesitaba ayuda urgente, pero el pez grande era tan peligroso que nadie
se atrevía a acercarse. Entonces el pulpo, recordando lo que el pececillo había
hecho por él, sintió que tenía que ayudarle como fuera, y sin pensarlo ni un
momento, se lanzó como un rayo, se plantó delante del gigantesco pez, y antes
de que éste pudiera salir de su asombro, soltó el chorro de tinta más grande de su
vida, agarró al pececillo, y corrió a esconderse entre las rocas.
LOS MALOS VECINOS
Había una vez un hombre que salió un día de su casa para ir al trabajo, y justo al pasar por delante de la puerta de la casa de
su vecino, sin darse cuenta se le cayó un papel importante. Su vecino, que miraba por la ventana en ese momento, vio caer
el papel, y pensó:
¡Qué descarado, el tío va y tira un papel para ensuciar mi puerta, disimulando descaradamente!
Pero en vez de decirle nada, planeó su venganza, y por la noche vació su papelera junto a la puerta del primer vecino. Este
estaba mirando por la ventana en ese momento y cuando recogió los papeles encontró aquel papel tan importante que había
perdido y que le había supuesto un problemón aquel día. Estaba roto en mil pedazos, y pensó que su vecino no sólo se lo
había robado, sino que además lo había roto y tirado en la puerta de su casa. Pero no quiso decirle nada, y se puso a preparar
su venganza. Esa noche llamó a una granja para hacer un pedido de diez cerdos
y cien patos, y pidió que los llevaran a la dirección de su vecino, que al día
siguiente tuvo un buen problema para tratar de librarse de los animales y sus
malos olores. Pero éste, como estaba seguro de que aquello era idea de su vecino,
en cuanto se deshizo de los cerdos comenzó a planear su venganza. Y así, uno y
otro siguieron fastidiándose mutuamente, cada vez más exageradamente, y de
aquel simple papelito en la puerta llegaron a llamar a una banda de música, o una
sirena de bomberos, a estrellar un camión contra la tapia, lanzar una lluvia de
piedras contra los cristales, disparar un cañón del ejército y finalmente, una
bomba-terremoto que derrumbó las casas de los dos vecinos...
EDUARDO Y EL DRAGON Eduardo era el caballero más joven del reino. Aún era un niño, pero era tan valiente e
inteligente, que, sin haber llegado a luchar con ninguno, había derrotado a todos sus enemigos. Un día, mientras caminaba
por las montañas, encontró una pequeña cueva, y al adentrarse en ella descubrió que era gigantesca, y que en su interior
había un impresionante castillo, tan grande, que pensó que la montaña era de mentira, y sólo se trataba de un escondite
para el castillo. Al acercarse, Eduardo oyó algunas voces. Sin dudarlo, saltó los muros del castillo y se acercó al lugar del
que procedían las voces. - ¿hay alguien ahí? - preguntó. - ¡Socorro! ¡ayúdanos! -respondieron desde dentro-llevamos años
encerrados aquí sirviendo al dragón del castillo. ¿Dragón?, pensó Eduardo,
justo antes de que una enorme llamarada estuviera a punto de quemarle vivo.
Entonces, Eduardo dio media vuelta muy tranquilamente, y dirigiéndose al
terrible dragón que tenía enfrente, dijo: - Está bien, dragón. Te perdono por lo
que acabas de hacer. Seguro que no sabías que era yo - ¡Prepárate para luchar,
enano!, ¡me da igual quien seas! -- rugió el dragón. - Espera un momento.
Está claro que no sabes quién soy yo. ¡Soy el guardián de la Gran Espada de
Cristal! -siguió Eduardo, que antes de luchar era capaz de inventar cualquier
cosa- Ya sabes que esta espada ha acabado con decenas de ogros y dragones,
y que si la desenvaino volará directamente a tu cuello para darte muerte.
Cuando estuvo seguro de que el dragón estaba lejos, Eduardo salió de su escondite, entró al castillo y liberó a todos los
allí encerrados.
LAS ARRUGAS
Era un día soleado de otoño la primera vez que Bárbara se fijó en que el abuelo tenía muchísimas arrugas, no sólo en la
cara, sino por todas partes.
- Abuelo, deberías darte la crema de mamá para las arrugas.
El abuelo sonrió, y un montón de arrugas aparecieron en su cara.
- ¿Lo ves? Tienes demasiadas arrugas
- Ya lo sé Bárbara. Es que soy un poco viejo... Pero no quiero perder ni una sola de mis arrugas. Debajo de cada una guardo
el recuerdo de algo que aprendí.
A Bárbara se le abrieron los ojos como si hubiera descubierto un tesoro, y así los
mantuvo mientras el abuelo le enseñaba la arruga en la que guardaba el día que
aprendió que era mejor perdonar que guardar rencor, o aquella otra que decía que
escuchar era mejor que hablar, esa otra enorme que mostraba que es más
importante dar que recibir o una muy escondida que decía que no había nada
mejor que pasar el tiempo con los niños...
Desde aquel día, a Bárbara su abuelo le parecía cada día más guapo, y con cada
arruga que aparecía en su rostro, la niña acudía corriendo para ver qué nueva
lección había aprendido. Hasta que, en una de aquellas charlas, fue su abuelo
quien descubrió una pequeña arruga en el cuello de la niña:
- ¿Y tú? ¿Qué lección guardas ahí?
Bárbara se quedó pensando un momento. Luego sonrió y dijo
- Que no importa lo viejito que llegues a ser abuelo, porque.... ¡te quiero!

EL ARBOL MAGICO
Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel que decía: soy un
árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.
El niño trató de acertar el hechizo, y probó con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras,
pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol.
Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía: "sigue haciendo magia".
Entonces el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una
luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.
El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del
mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras
mágicas
EL DIBUJO PARLANTE
Pintín Tilirín era un niño pequeño que disfrutaba yendo al cole y haciendo
cualquier cosa, menos pintar y escribir. A Pintín no se le daba muy bien eso de usar los lápices, así que sus dibujos no le
salían muy bonitos y él se disgustaba y no quería seguir pintando. Pero un día, Pintín encontró un lápiz de colores tan
chulo, que no pudo resistirse y se puso a pintar un círculo.
- Pss, no irás a dejarme así, ¿verdad? Píntame unos ojos por lo menos.
Pintín, alucinado, dibujó dos puntitos dentro del círculo.
- Mucho mejor, así ya puedo verme - dijo el círculo mientras se observaba... - ¡¡¡Argggg!!! ¡pero qué me has hecho!
El niño comenzó a excusarse:
- Es que yo no dibujo muy bien...
- ¡Bueno, no pasa nada! -le interrumpió el acelerado dibujo-. Seguro que
si lo vuelves a intentar te sale mejor ¡Venga, puedes borrarme!
Pintín borró el círculo y trazó otro nuevo. Como el anterior, no era muy
redondo.
- ¡Ey!, !los ojos, que se te olvidan otra vez!
- ¡Ah, sí!
- Hmmm, creo que voy a tener que enseñarte a pintar hasta que me dejes
bien -dijo el muñeco con su vocecilla rápida y gritona.
A Pintín, que seguía casi paralizado, no le pareció mala idea, y
enseguida se encontró dibujando y borrando círculos.

EL GENIO CHAPUZAS Hubo una vez un genio, de esos que salía de lámparas maravillosas concediendo deseos, que se
hizo tristemente famoso por sus chapuzas. Cada vez que alguien frotaba la lámpara, y el salía a responder "¿Qué deseas?",
surgía una gran nube de humo y volaban cientos de cosas por los aires. Y si alguno de sus amos quedaba con ganas de pedir
un deseo, al concedérselo, el regalo salía entre una nube de porquería y cubierto de polvo. Tantas y tan penosas eran sus
chapuzas, que nadie deseaba tener un genio así. Su lámpara terminó sirviendo sólo para dar patadas, como un bote
cualquiera, y el genio estuvo años sin salir, triste y deprimido. Hasta que un niño solitario encontró la lámpara y pudo
escuchar los lamentos del genio. Entonces decidió hacerse su amigo, y su único deseo fue poder entrar y salir de la lámpara
para estar con él. Éste se mostró encantado, pero en cuanto el niño puso el pie en la lámpara, comprendió el problema de
aquel genio chapuzas. No es que fuera un mal genio, ¡es que no podía ser más desordenado! Todo estaba tirado por cualquier
sitio, sin importar si se trataba de joyas o libros, barcos, o camellos, y se notaba que no había pasado un plumero en años.
Como era un genio, tenía de todo, y como la lámpara también era pequeña, estaba todo tan apretujado que era normal que
saltara por los aires en cuanto se movía la lámpara y el genio trataba de conseguir
algo.El niño se llevó las manos a la cabeza, y el genio se excusó diciendo que el
trabajo de un genio era muy importante y no tenía tiempo para esas cosas, Pero su
amigo, que recordaba los buenos consejos de su madre, le explicó que cuanto más
importante fuese su trabajo, más orden debía guardar con todas sus cosas, y juntos se
dedicaron a dar un buen repaso a la lámpara. Les llevó unos cuantos días, pero al
terminar, todo estaba reluciente y cada cosa tenía su sitio especial. Resultaba
facilísimo encontrar cualquier regalo y cogerlo sin romper nada.
Así, el genio volvió a ser admirado y respetado por todos, y aprendió que nada grande
puede llegar a conseguirse sin tener orden y limpieza con cada cosa pequeña.

También podría gustarte