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¿Hacia el fin del panamericanismo?

Por Eduardo Mackenzie


Colaboraciones nº 2495 | 14 de Enero de 2009
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A la luz de los últimos acontecimientos internacionales se puede concluir que hay un


retorno sutil e inesperado, pero fuerte, de los intereses geoestratégicos europeos
hacia Latinoamérica. El episodio mayor que confirma claramente ese fenómeno
ocurrió en diciembre de 2008. En ese mes, el gobierno de Brasil firmó una alianza
estratégica con Francia. Esa alianza había sido anunciada discretamente por Nicolas
Sarkozy y Luis Inacio Lula da Silva once meses atrás. En virtud de esos acuerdos, el
gobierno de Brasil le comprará al Estado francés cuatro submarinos de ataque
Scorpène y uno más a propulsión nuclear. Esto último romperá la línea del mismo
Brasil y de otros países, como Colombia, de mantener el continente latinoamericano
alejado de las armas atómicas [1]. Brasil también adquirirá una treintena de
helicópteros EC-725 para transportar tropas. Se habla igualmente, aunque sin
mayores precisiones, de la compra de aviones de combate a Francia. Para resumir: la
modernización de las fuerzas armadas brasileñas se hará esta vez con Francia y sin
Estados Unidos.

Lula había puesto una condición para firmar esa compra de armamento: que Francia
acepte la transferencia de la tecnología involucrada en ese plan de adquisiciones, y
que París acepte que esas compras estén conectadas con la idea brasileña de crear
una fuerte industria bélica para la exportación. Para alcanzar ese nivel de intimidad
comercial-militar con la potencia emergente del continente latinoamericano, el
gobierno de Nicolas Sarkozy aceptó esas cláusulas. La citada operación global
aumentará considerablemente el peso político de Francia en el continente americano.

“Los franceses han ofrecido lo que estadounidenses y rusos no están dispuestos a


dar: la instalación en Brasil de líneas de producción de aviones de combate de última
generación, y la libertad para vender esa tecnología a terceros países”, subrayó el
observador venezolano Edgar C. Otálvora. La nueva estrategia de defensa de Brasil
no se limita, en todo caso, a temas como la defensa de la soberanía, sino que avanza
en el terreno de la producción de armamentos con alta participación de la industria
privada y del estamento militar.

Las compras de Brasil a Francia serán del orden de los 8,6 mil millones de euros (la
cifra fue dada por el vespertino francés Le Monde). Por otra parte, el Congreso
brasileño discute un nuevo plan, el segundo desde 2005, de refuerzo del presupuesto
de las fuerzas militares de un 50%. Eso va de la mano con un esquema diplomático
continental específicamente brasileño: crear nuevas instancias diplomáticas regionales
(como Unasur y el Consejo Suramericano de Defensa) sin la presencia de Estados
Unidos y con la participación directa de Cuba.

La evolución brasileña no puede dejar de ser cotejada con la que ocurre por el lado de
Venezuela. Existe ya, de hecho, entre Caracas y Moscú una alianza estratégica aún
más inquietante. El presidente Hugo Chávez no sólo invita al presidente Dimitri
Medvedev a Caracas, y realiza maniobras marítimas con navíos de guerra rusos en el
mar Caribe [2], sino que le compra armas a Moscú por valor de 4,5 mil millones de
dólares [3]. Chávez también trata de reestructurar el sistema militar venezolano con
apoyo ruso [4], mientras que los planes políticos-doctrinarios del gobierno “bolivariano”
para la región latinoamericana, desde México a la Patagonia, son cada vez más
ambiciosos y visibles. Todo ello pretende encontrar una coherencia con un plan
político continental más vasto: introducir e instalar a Rusia, China e Irán en el mundo
latinoamericano [5], mediante operaciones diplomáticas, militares y comerciales, tan
desiguales como opacas, para minar la influencia política-económica y cultural del
coloso Norteamericano y de Occidente en general, en el continente.

Tal proyecto en esa zona geográfica sólo tiene un antecedente, bastante desgraciado
y fracasado por cierto: las actividades de penetración legal, subversiva y sangrienta de
la ex URSS en Latinoamérica durante la Guerra Fría.

Junto con Brasilia, Caracas aspira, por otra parte, a crear varias instancias
diplomáticas en el espacio latinoamericano, sin la presencia y más bien contra los
intereses de la democracia estadounidense. En cambio, la participación de la dictadura
cubana en los nuevos organismos será no solo requerida sino que se ve como algo
obligatorio. La Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), integrado por doce
países, aunque su estatuto de base sólo ha sido aprobado sino por Venezuela y
Bolivia, es junto con el Foro de Sao Paulo la instancia más activa. El Consejo
Suramericano de Defensa fue creado en diciembre de 2008, durante la cumbre de
Costa do Sauipe, Brasil, donde 33 mandatarios latinoamericanos y del Caribe se
reunieron bajo la batuta de Lula. A ello se suman los cónclaves ya existentes como el
Grupo de Río y Mercosur, más específicos y consolidados, que también hacen parte
de alguna manera de esa ambición.

Lo de Costa do Sauipe fue la mayor cumbre hemisférica sin representación de


Estados Unidos. Allí Raúl Castro fue recibido como un héroe. Algunos de los
presidentes creyeron inaugurar ese día una “nueva era de independencia regional” de
Washington.

Los planes continentales de Luis Inacio Lula da Silva y de Hugo Chávez tienen un
elemento clave común: la destrucción del sistema interamericano, la demolición del
ideal panamericano, que fue durante varias décadas la “póliza de seguros para la
integridad de América”, como dijera en 1933 el diplomático chileno Nieto del Río.
Gracias a ese sistema, ningún litigio inter-latinoamericano se prolongó en el tiempo, ni
dio origen a largos conflictos bélicos. Empero, el propósito liquidador del
panamericanismo avanza rápidamente, ante la aparente indiferencia de Washington y
el conformismo de los gobiernos latinoamericanos, incluso de aquellos, como
Colombia, Perú y México, contrarios al desafío subversivo del “socialismo del siglo
XXI”.

Para resumir: tras las actividades de dos jefes de Estado latinoamericanos de


izquierda, de dos izquierdas que todo el mundo dice diferentes, pero que tienen,
ambas, excelentes relaciones con la dictadura cubana, se proyecta ahora la ambición
de dos potencias europeas, que todo el mundo ve con destinos disímiles: Rusia y
Francia.

Lo que viene ocurriendo en la Organización de Estados Americanos (OEA) es la


consecuencia de esa evolución, pero también de la inercia de los gobiernos
democráticos del continente. La OEA, organismo interamericano por excelencia,
creado en abril de 1948 por la Novena Conferencia Panamericana de Bogotá, a pesar
del golpe soviético que buscaba impedir esa creación [6], viene siendo objeto desde
hace más de diez años de complicadas intrigas destinadas a obtener un control
“bolivariano” del mismo. Lo que comenzó con la entronización en la secretaría general
de la OEA del socialista chileno José Miguel Insulza, con el apoyo explícito del
chavismo internacional, será continuado con una eventual candidatura para ese alto
cargo de otro líder “bolivariano”, particularmente agresivo respecto de Colombia, el ex
vicepresidente venezolano José Vicente Rangel, en el caso de que Insulza renuncie a
la OEA y lance su candidatura presidencial en Chile.

La labor de Insulza al frente de la OEA ha sumido ese organismo en la parálisis y el


descrédito. El deterioro de la democracia en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador
y Nicaragua, bajo los golpes calculados y constantes del chavismo, encontraron en
Insulza un observador pasivo. Insulza tampoco tuvo éxito en el arreglo del conflicto
entre Colombia y Ecuador tras la muerte de un jefe de las Farc en Ecuador, ni en la
solución de la crisis interna de Bolivia.

En ese contexto vale la pena preguntar: ¿La alianza estratégica de Brasil con Francia
abre una nueva etapa, una etapa diferente, en los planes latinoamericanos de Brasil?
¿Brasil se alía de manera durable a Francia pues ve que la creciente imbricación de
Rusia en el rearme de Venezuela constituye una amenaza a sus intereses regionales?

Los designios de Moscú en ese juego latinoamericano son más o menos previsibles,
pues no difieren de los que tiene a nivel global: rehacer el espacio político-diplomático
ruso-soviético que el derrumbe de la URSS había dejado en ruinas, creación de
nuevas zonas de influencia rusa en Europa, Medio Oriente, África y América Latina [7].
Nadie ignora que las relaciones entre Rusia y Cuba han vuelto a ser “prometedoras”,
según la fórmula escogida por Felipe Pérez Roque, ministro cubano de relaciones
exteriores. Dos importantes delegaciones ministeriales rusas viajaron a La Habana en
julio y septiembre de 2008. Una de éstas incluyó al general Nikolai Petrushev,
secretario del Consejo de Seguridad ruso. “Nosotros aumentamos nuestra presencia
en América Latina. Los países de la región lo piden. Hay una gran potencia al norte,
ellos necesitan un contrapeso”, argumentó en septiembre Igor Lyakin-Frolov, vocero
del ministerio ruso de Relaciones Exteriores. [8]

¿Qué busca Francia a largo plazo en América Latina? Los objetivos del París en
América Latina, sobre todo tras la consolidación de su influencia en Brasil, son poco
conocidos.
¿Qué hará París con esa poderosa palanca? ¿Fomentará el deterioro del
panamericanismo y del sectarismo populista en el continente y, por lo tanto, el
deterioro de la influencia de Estados Unidos en el continente americano? Por el
momento París no tiene una respuesta al respecto.

Sería lamentable que Francia fomentara o fuera indiferente ante tales aventuras.
Cometería un grave error respecto del continente americano y respecto de la misma
Unión Europea. París requiere de la ayuda de Estados Unidos y de la Alianza Atlántica
para hacerle frente a las ambiciones hegemonistas de la Rusia de Putin-Medvedev
respecto de la Unión Europea, cristalizadas por el momento en la propuesta de un
“pacto de seguridad pan-europeo”, propuesto por Medvedev a Alemania, en junio de
2008. Plan que en el fondo es la misma falacia que Moscú presenta a los
latinoamericanos: como hay una potencia vecina de ustedes, ustedes necesitan el
contrapeso ruso.

Por el momento el presidente Nicolas Sarkozy tiene una línea que no coincide del todo
con los cálculos de Putin. La ampliación al Este de la UE y la propuesta de Sarkozy de
Unión del Mediterráneo no le gustan nada a Moscú. Durante el encuentro de Evian,
entre Nicolas Sarkozy y Dimitri Medvedev, en octubre de 2008, el mandatario francés
le dijo a su interlocutor ruso que “la democracia y los derechos del Hombre son
factores esenciales” para “una seguridad estable” del mundo. El mandatario francés
fue incluso más lejos al exigir que se “renuncie definitivamente a la ambición de las
esferas de influencia”, pues, recordó, el “extranjero próximo de Rusia es
frecuentemente la misma Unión Europea”.
Otro buen signo: la UE decidió aplazar las negociaciones de un nuevo acuerdo UE-
Rusia cuando las tropas rusas ocuparon Georgia. En julio de 2008, el presidente
Sarkozy declaró: “Con más Francia en la OTAN, Europa podrá hacer oír mucho más
su voz”. [9]

Sin embargo, la línea de fondo de la UE frente a Rusia está lejos de ser votada y de
haber conquistado la unanimidad. Fuerzas políticas europeas, de derecha y de
izquierda, algunas extremistas [10] y otras de centro, quieren imponer a los europeos
una línea de alianza estratégica con Rusia, en lugar de un reforzamiento de la Alianza
Atlántica, lo que inquieta sin duda a los Estados Unidos y a los países europeos que
integraban hasta el verano de 1991 la llamada Europa del Este, como Polonia,
Checoslovaquia, Ukrania, los países bálticos, etc. Los más ardientes defensores de
esa idea se encuentran en Alemania y hasta ministros de Angela Merkel piensan en
eso [11].

Hay pues un evidente regreso de Europa sobre el continente latinoamericano, después


del fin de la guerra fría, y justamente en pleno comienzo de una nueva fase de tensión
global que algunos ven como una “segunda guerra fría”. Ese regreso ocurre en
momentos en que el ideal panamericano se halla debilitado y el desafío a las políticas
liberales-democráticas en América del Sur es considerable. Ese regreso de Europa es
incierto pues no contribuye a disipar las amenazas totalitarias que pesan sobre el
continente americano. Rusia tiene la política que tiene y Francia no es especialmente
activa en la crítica del modelo que preconizan Hugo Chávez y Fidel Castro. París fue
especialmente dura con el gobierno del presidente Alvaro Uribe durante los seis años
de cautiverio de Ingrid Betancourt, secuestrada por las Farc. Rusia no oculta su
hostilidad ante los países occidentales y no vacila a acudir al expediente altamente
explosivo del cambio unilateral de las fronteras de un Estado vecino. Lo ocurrido
recientemente en Georgia, Ossetia del Sur [12] y Abkazia, es una muestra de ello.

La propagación de tales métodos puede tener efectos nefastos en Latinoamérica


donde los regímenes autoritarios venezolano y ecuatoriano, clientes de Moscú,
trabajan contra la estabilidad en Colombia. Por otra parte, el brusco manejo del asunto
de las exportaciones de gas ruso a Ukrania y a Europa, muestra que los líderes
moscovitas son capaces de ir lejos y hasta cortar brutalmente el suministro de gas no
sólo a países que ellos había satelizado en el pasado, sino a los poderosos mercados
de Europa occidental de los cuales depende el desarrollo de la industria de
hidrocarburos rusos.

Toda pérdida de espacio de Estados Unidos en América Latina será interpretada por la
ambición rusa y china como una invitación a actuar, con el pretexto de que Venezuela
y Cuba lo “solicitan”. La aparente complicidad en esos planes del gobierno de Luis
Inacio Lula da Silva no hace sino agravar la amenaza. Todo refuerzo del autoritarismo
chavista, corriente decidida a acabar con el panamericanismo, es una mala noticia
para las democracias liberales del mundo entero. Por eso será de capital importancia
la actitud que Francia tome frente a la contienda en América Latina entre democracia
representativa y totalitarismo. ¿Reforzará París el campo del sectarismo? ¿Ayudará,
por el contrario, a la recuperación del terreno perdido por el sistema democrático en el
continente?

Washington, por su parte, se muestra poco lúcido respecto de la evolución negativa en


América Latina, vasto espacio que antes era una de sus prioridades estratégicas. De
hecho, la influencia de Estados Unidos en Latinoamérica parece estar en su punto
más bajo desde el fin de la Guerra Fría. El presidente George W. Bush, quien apoyó
con determinación la lucha de Colombia contra el narco-terrorismo de las Farc, y quien
visitó varias veces la región e invitó a varios presidentes latinoamericanos a la Casa
Blanca, no le prestó la debida atención al accionar subversivo del castro-chavismo y a
las escaramuzas del Foro de Sao Paulo.

Thomas A. Shannon Jr., el jefe de asuntos hemisféricos del Departamento de Estado,


no parece inquieto ante la actual coyuntura. En diciembre pasado dijo: “Preferimos
considerar estos acontecimientos [lo ocurrido en la cumbre de Costa do Sauipe] como
escalones hacia una cumbre más grande, que es la Cumbre de las Américas
[patrocinada por Estados Unidos] que se celebrará en abril, en la que sí estaremos
presentes''. [13]

Coincidiendo con Shannon, el analista Andrés Oppenheimer tampoco pierde el sueño


ante los avances del chavismo. El estima que “el deterioro de las relaciones entre
Estados Unidos y Latinoamérica es un fenómeno real, pero probablemente pasajero,
que podría empezar a revertirse en la cumbre estadounidense-latinoamericana de
abril”. [14]

Colombia no debería esperar hasta abril para dotarse de una visión de conjunto de la
evolución en Latinoamérica y de sus remedios. Bogotá parece tener un plan de
reforzamiento de sus relaciones diplomáticas y comerciales con Estados Unidos pero
no exhibe la misma energía frente a la UE, ni ante sus aliados en América Latina,
entre los cuales cuentan no sólo varios gobiernos democráticos sino los pueblos de
Venezuela, Bolivia y Ecuador. Esa carencia no parece alarmar a la clase política
colombiana. Todo parece como si hubiera sido dejado en el congelador a la espera de
que el nuevo presidente de Estados Unidos, Barack Obama, comience a ejercer su
mandato y exteriorice una visión más precisa sobre América Latina y el continente
europeo. Hasta el momento, Barack Obama no ha sido prolijo en anuncios sobre las
perspectivas del continente latinoamericano, aunque ha dejado pensar que él podría
cambiar la orientación de Washington frente al régimen cubano.

Los círculos oficiales en Colombia no tienen todavía una visión crítica de las opciones
diplomáticas espúreas (Unasur, CSD, etc.) que se están formando, ni ante la
degradación acelerada del ideal panamericano. Por el contrario, Bogotá da la
impresión de querer acomodarse a los nuevos engendros como Unasur. Las
dificultades que plantea Venezuela a Colombia en el terreno diplomático, comercial y
político (sobre todo por la ayuda que Caracas le presta a las Farc), ha monopolizado la
atención de los responsables colombianos. Ello explica en parte la actitud discreta y
neutralista de Bogotá ante hechos como la llegada de la flota rusa al Mar Caribe,
donde Colombia tiene jurisdicción y posesiones.

No sería un error si Colombia se plantea el tema de cuán actual puede ser pensar en
un nuevo plan de modernización de sus fuerzas armadas. Hasta el momento, los
sectores gobernantes consideran que esa modernización ya fue hecha con la
importante ayuda norteamericana y gracias al Plan Colombia y al Plan Patriota. Los
triunfos militares y políticos recientes de Bogotá contra las Farc hacen pensar a la
clase política que esa amenaza contra la estabilidad está relativamente dominada. Sin
embargo, el núcleo dirigente de las Farc sigue en pié, y el rearme venezolano y
brasileño, y los otros desafíos que están surgiendo en el entorno geográfico más
vasto, obligan a un replanteamiento de este tema. Tampoco sería inútil replantear el
tema de la OTAN.

En años pasados, Colombia se mostró favorable a una participación en esa alianza.


Pero ese expediente fue aparentemente soslayado. No obstante, en agosto de 2008,
el presidente Alvaro Uribe reveló que la OTAN le había pedido a Colombia aportar su
ayuda en Afganistán, no con tropas de combate, sino enviando un grupo de expertos
en erradicación de minas antipersonales y en erradicación de cultivos ilegales.
Discretamente, Bogotá estudia esa propuesta. Si la acepta, contaría con el apoyo del
contingente español en Afganistán. Si eso se realiza, Colombia sería el único país
latinoamericano que haría parte del l'ISAF (International Security and Assistance
Force), la coalición de 40 países que dispone de más de 50.000 hombres en
Afganistán. Ante la llegada de armas y navíos de guerra rusos al continente
latinoamericano, es hora de reabrir el tema de la OTAN y Latinoamérica.

En todo caso, Colombia cometería una falta si no reacciona rápidamente, junto con
sus aliados hemisféricos, contra la degradación sistemática y artificial de la OEA y del
sistema panamericano [15]. El trabajo que le queda por hacer a Colombia antes de la
Cumbre de las Américas en abril próximo es voluminoso. ¿Se lanzará Bogotá a tiempo
a esa empresa?

Eduardo Mackenzie. Periodista, última obra publicada: Les FARC où l’échec d’un
communisme de combat. Colombie 1925-2005

Notas
[1] Algunos estiman que un submarino con propulsión nuclear no es un submarino
nuclear; que sólo cuenta la naturaleza de las ojivas que él porta. Otros piensan que sí,
pues la propulsión de un submarino de combate es parte esencial de su sistema
defensivo/ofensivo.
[2] Entre el 1 y 3 de diciembre de 2008, cuatro navíos de guerra rusos fueron recibidos
con honores por la Armada venezolana. Se trata del crucero de propulsión atómica
“Pedro el Grande”, el destructor “almirante Chabanenko”, el tanquero “Ivan Bubnov” y
el remolcador “Nikolay Chiker”. La tripulación de esos navíos fue de 1 600 militares.
Las maniobras fueron realizadas “en puerto” y en “alta mar” y en ella participaron 700
marineros venezolanos a bordo de tres fragatas, un transporte anfibio y ocho
guardacostas. Algunos aviones Sukhoi de Venezuela participaron también en la
maniobra.
[3] Entre 2005 y 2007 Venezuela firmó doce contratos de compra de armas con
Rusia. Así pudo adquirir 24 cazabombarderos Sukhoi-30, 50 helicópteros MI-17, MI-
26, MI-35, y cien mil fusiles Kalashnikov AK-103 y sistemas de defensa antiaéreos.
[4] Durante la visita de Dimitri Medvedev el presidente Chávez habló con él de la
posibilidad de comprar un nuevo lote de armas rusas. El jefe del Comando Estratégico
Operacional venezolano, mayor general Jesús Gregorio González González, declaró
que Caracas compraría a los rusos tanques T-72 M, carros blindados de infantería
BMP-3, lanzaderas de misiles de bocas múltiples, sistemas de defensa antiaérea
TOR-1, así como un número no determinado de submarinos, aviones patrullas y
nuevos helicópteros. En noviembre de 2008, Moscú y Caracas anunciaron que Rusia
construirá una planta nuclear en Venezuela.
[5] En diciembre de 2006, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, viajó a Quito y
asistió a la toma del poder del presidente Rafael Correa. Este estableció relaciones
diplomáticas con la República Islámica de Irán. En diciembre de 2008, Rafael Correa
reveló que está pidiendo asistencia militar a Irán para proteger la zona fronteriza con
Colombia. El citado mandatario espera que Teherán le suministre a Quito, a precios
políticos, equipos de comunicaciones, radares, visores nocturnos y medios de
transporte.
[6] El 9 de abril de 1948, cuando comenzaban en Bogotá los debates de la Novena
Conferencia Panamericana, un atentado mortal contra una figura política colombiana
de primer plano, fue seguido de un intento de golpe de Estado contra el gobierno
elegido de Mariano Ospina Pérez. Ello estuvo a punto de hacer fracasar la aprobación
de la carta fundamental de la OEA. Agentes de la Internacional Comunista, así como
un personaje cubano desconocido en esa época, Fidel Castro Ruz, actuaron en esos
incidentes que destruyeron el centro histórico de Bogotá.
[7] Las maniobras de los rusos en el Caribe ocurrieron poco después de que el
presidente Medvedev realizara una visita oficial a Brasil, Venezuela y Cuba. Al mismo
tiempo, el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, quien firmó varios ''acuerdos
estratégicos'' con Bolivia y Venezuela, se reunía en Teherán con el presidente
ecuatoriano Correa.
[8] Ver el artículo de Jean-Michel Caroit, « Réchauffement des relations entre La
Havane et Moscou », Le Monde, Paris, 23 de septiembre de 2008.
[9] Ver la entrevista concedida por Nicolas Sarkozy a la revista francesa Politique
Internationale, N. 120, verano de 2008, página 15.
[10] En el partido de Jean Marie Le Pen, en Francia, hablan del “gran presidente
Putin” y de la “santa” Rusia como el nuevo Norte para el continente europeo. Hay un
auge de un cierto neo-estalinismo en sectores de la extrema derecha francesa,
alimentado por su violento antiamericanismo.
[11] El ex canciller alemán Gerhard Schröder es el gran impulsor de la idea de una
alianza estratégica de la Unión Europea con Rusia. El actual ministro alemán de
Relaciones Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, prosigue esa política, a pesar de las
reticencias de la canciller Angela Merkel. Lo mismo hace el ministro del Medio
Ambiente, Sigmar Gabriel, partidario del abandono de la energía nuclear, lo que
acentuaría la dependencia europea de los hidrocarburos rusos.
[12] Sólo el gobierno de Nicaragua, dirigido por Daniel Ortega, ha reconocido la
“independencia” de la Ossetia del Sur, como lo desea Moscú.
[13] Ver el artículo de Andrés Oppenheimer en El Nuevo Herald, Miami, del 21 de
diciembre de 2008. Sobre la presencia de Irán en Latinoamérica, Shannon le dijo a
Oppenheimer: “Podemos lidiar con los chinos y con los rusos. Pero Irán, debido a las
sanciones a las que está sometido por sus programas nucleares, debido a lo que
Ahmadinejad dice sobre Israel, y debido a la conexión histórica de Irán con el
terrorismo en las Américas, especialmente [el atentado de 1994] en Argentina, es algo
preocupante''.
[14] Ibid.
[15] Colombia siempre hizo parte de los pilares de la OEA. Dos expresidentes
colombianos, Alberto Lleras Camargo y César Gaviria, fueron secretarios generales de
ese organismo.

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