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JUNTA CENTRAL
DE LA
ACCIÓN CATÓLICA ARGENTINA
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“Y yo, por amor a ellos, me santifico a mí mismo, con el fin de que ellos sean
santificados en la verdad” Jn. 17,19
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Monseñor Manuel Moledo
LEVADURA EN LA
MASA
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LEVADURA EN LA MASA
CONSAGRACIÓN DE TU VIDA
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No retrocedas ante los sacrificios y los esfuerzos duros de la
misión. Prefiere los puestos donde el sacrificio y la tarea sean
más arduos. Busca en tu ambiente de vida, y con preferencia,
aquellos seres en los que nadie piensa y hazlo, porque, si tú no
vas hacia ellos quizás nadie llegue a decirles que Jesús los ama y
que ha sufrido y muerto por ellos.
Y no escuches a los que te digan que será tiempo perdido ir
en pos de estas ovejas descarriadas cuando hay otras mejor
dispuestas, porque tú sabes que Jesús murió por ellas y que su
precio es la Sangre de Jesús.
Nada llenará de más puro e intenso goce tu corazón que el
traer a alguna de estas ovejas, abandonadas y sin pastor, de las
“sombras de la muerte” a la Luz de Cristo.
Ten en cuenta que este trabajo significará más de una vez
para ti humillaciones y sufrimientos, sobre todo espirituales.
Muchas serán las veces que sembrarás y no recogerás; hasta
podrá ocurrir que jamás llegues a conocer uno solo de los
frutos de tu desvelo. Sé más fuerte que todo fracaso y no
desfallezcas ante las decepciones inevitables en toda vida de
apóstol.
TU HORIZONTE ES EL UNIVERSO
AUSTERO Y HUMILDE
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Esto será para ti un problema de lealtad, no sólo para con
Jesús, sino también para con la verdad que pregonas. No tienes
derecho a honrarte con el título de apóstol suyo, si no vives
dentro de tu condición con el desapego y la humildad y la
humildad que caracteriza la doctrina y la vida de Nuestro Señor
Jesucristo.
Carecer del espíritu de desapego y humildad es traicionar
su pensamiento.
Por lo tanto tienes que despojar tu corazón del amor a las
cosas materiales por medio de la pobreza interior, no usando de
las cosas materiales sino en la medida en que lo consienta un
verdadero amor a Dios y lo requieran las reales exigencias de tu
estado. Sin caer, ni mucho menos, en actitudes escrupulosas.
Prefiere en esto lo menos, no lo más, gozando en privarte por
amor a Dios y al prójimo aún de aquellas cosas lícitas que no
fueren necesarias para un correcto desempeño de tus deberes y
exigencias del propio estado. No te rijas en esto por ninguna
regla prestablecida ni norma concreta, sino por lo que te pida tu
amor al amor al Espíritu del Evangelio y el prudente y necesario
consejo de tu confesor. Te asemejarás así dentro de tu condición
de laico, a Aquel que no tenía dónde reclinar su cabeza y que
pedía se diera la túnica sobrante al que tuviera necesidad de ella.
Esto es amar el último lugar y vivir en la humildad. Sólo una
vida así te proporciona el gozo de los humildes.
Trabaja en las tareas de tu condición profesional u operaria
(sea cual fuere tu situación económica y social), dándole a tu
trabajo todo su valor y como un verdadero pobre (aun cuando
no lo fueras), firmemente convencido de que no tienes derecho
a lo que te brindan tus medios económicos o los de tu familia, si
no lo ganas con una aplicación altamente responsable a tu labor
(estudio, ejercicio de una profesión, trabajo manual, tareas
domésticas o lo que fuere). Imitarás así a Jesús que vivió como
un pobre de su trabajo.
Profesa como Jesús, un amor de predilección a los pobres y
a los humildes, porque es a Cristo a quien alcanza todo gesto de
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amor y de bondad hecho en favor de cualquiera de los pequeños
entre los hombres. Debes recibirlos con respeto y amor, con las
atenciones más delicadas, como quiera que son los miembros
doloridos del cuerpo de Cristo.
En el seno de nuestras organizaciones de apostolado y en el
seno de la comunidad cristiana ama al último lugar. Sé humilde y
sencillo tanto ante los grandes como ante los pequeños, ante los
éxitos y ante los fracasos, ante las alabanzas y ante las
reconvenciones y juicios desfavorables.
Actúa siempre con dulzura aun en los casos en que sea
indispensable la energía.
Recuerda siempre la serena actitud de Jesús ante sus
jueces.
Sé siempre dulce, tolerante y equilibradamente
indulgente con los que te rodean. No te desanime que sean
muchos los que no comprendan este modo de vivir. Son los que
todavía no captaron, o no captaron totalmente la luz de Cristo de
la encarnación y de la pasión, en quien el despego y la humildad
nacen del amor. Ten tus ojos siempre fijos en el modelo único,
Jesús, que nació, vivió y murió en la humildad; en Jesús,
escándalo para los judíos y locura para los gentiles.
LEVADURA EN LA MASA
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TU FORMACIÓN
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TU ORACIÓN
LA EUCARISTÍA Y EL EVANGELIO
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Practica las virtudes en función de Jesús, para asemejarte
cada vez más a Él.
Vive en la obediencia para ser: uno con Jesús, así como Él es
por la obediencia, uno con su Padre Celestial: “Mi Padre y Yo
somos una sola cosa”. “Yo hago siempre lo que place al Padre
Celestial”.
Sé dulce como el Cordero Divino, dando un lugar de
preferencia en tu alma a los pensamientos caritativos,
indulgentes y comprensivos de Jesús. No vivas pendiente de tus
derechos; recuerda la conducta de Jesús ante sus jueces y
detractores.
Sé pobre y humilde con Jesús convirtiéndote en el servidor
de todos. “El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino
para servir y dar su vida por la salvación de muchos”. (Mt. 20,28).
Sé casto, para que, liberadas todas tus potencias, puedan
expandirse en un amor universal sin frenos ni ataduras.
Conságrate a una fraternal y universal Caridad, cultivando
en tu vivir tan solo aquellos pensamientos, palabras y acciones
que pudieren ser admitidos en el hogar y compañía de Jesús de
Nazareth, y así se pueda reconocer en ti a un verdadero discípulo
de Cristo: “En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os
amáis los unos a los otros”. (Jn. 13,35).
Alienta una caridad inmensa para con todos y, como Jesús,
reparte con el pobre hasta tu último pedazo de pan.
Ayuda a tu Parroquia para que pueda ser la Casa de Jesús,
el techo del Buen Pastor, donde todos: enfermos y sanos, ricos y
pobres, felices y desdichados, sean fraternalmente recibidos,
atendidos y deseados, como si fuera cada uno de ellos el mismo
Jesús, como seres sagrados en los que vive el mismo Jesucristo.
Que sea tu celo el Celo de Jesús, para marchar como Él a la
búsqueda de las ovejas extraviadas, poniendo toda tu alegría en
ser de alguna manera útil en el servicio de los demás y, si fuera
necesario y contando con su Gracia, dar la vida por ellos. Tendrás
una Fe invencible en el poder de Jesús, Señor de lo Imposible,
una Fe invencible en el triunfo de Jesús por la acción de su Amor
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y de su Presencia, pues es su Sangre la que conquistó su victoria
sobre el mundo.
Pon tu Alegría espiritual en la certeza de la Gloria y la
Bienaventuranza eterna de Jesús. Él es bienaventurado, tú lo
amas, ¿qué te puede faltar?
En una generosa inmolación oculta y silenciosa entrégale a
Jesús, gota a gota, toda tu vida sobre el altar del deber cotidiano.
Jesús-Caridad será el secreto de tu santidad, la explicación
de la fecundidad de tus trabajos. Él será la fuerza de tu
personalidad.
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Jesús será la pasión de tu vida: Él en ti, tú en Él, para que
puedas decir con el apóstol Pablo: “ya no soy yo quien vive, es
Jesús quien vive en mí”.
Y podrás decir también: “¿Quién, pues, podrá separarme
del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿O la angustia? ¿O el
hambre? ¿O la desnudez? ¿O el riesgo? ¿O la persecución? ¿O el
cuchillo?... Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni virtudes, ni lo presente, ni lo venidero,
ni la fuerza, ni lo más alto, ni lo más profundo, ni otra criatura
podrá jamás separarme del amor de Dios que se funda en Cristo
Jesús, Señor Nuestro” (Rm 8).
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Aquí lo tienes a Jesús dictándote la lección de la infancia
espiritual, que no es sólo para ciertas personas
excepcionalmente elegidas, sino un deber para todos, desde le
momento aquél en que Jesús, tomando de la mano a un niño, lo
colocó en medio de los adultos que se disputaban los primeros
lugares del Reino, diciéndoles: “Si vosotros no os hacéis como
este niño, no entraréis en el Reino de los Cielos”.
Jesús Niño desde su cuna te grita: “¡Confianza,
Familiaridad! ¡No tengas temor de Mí! ¡Ven a Mí!....
¡Tú no serás tímido ante este Infante que te tiende los
brazos! ¡Es tu Dios, pero es todo confianza!
Por un exceso de amor quiso Jesús pasar por este estado de
impotencia propio del infante, el único estado que pone a un ser
en la mano de otros seres en situación de total abandono.
Por esta impotencia el niño pequeño se vuelve
constantemente hacia su madre y de ella lo espera todo. Tiene
en ella una confianza enternecedora. A su lado no teme el mal ni
el peligro.
Como todos los niños pequeños del mundo, el Cristo de
Nazareth, el Cristo de la Vida Pública, el Cristo de la Pasión, el
Cristo Glorioso de la Resurrección tuvo, cuando era infante,
necesidad de una madre junto a su cuna, necesitó la ternura
vigilante de la Virgen María, necesitó su amor, amor que le
acompañó desde Belén hasta la Cruz.
Contempla el Pesebre y verás en él a Jesús, tu Dios, que te
invita a seguirlo por los caminos de esta infancia espiritual de
confianza y abandono en Dios.
Él te invita a que confíes, como Él entonces, en el Padre
Celestial. Te invita a que confíes con su misma ternura de Belén
en Aquella que ven los ojos de tu Fe junto al Pesebre, la Virgen
María, su madre. Tienes que sentir por Ella la misma confianza y
la misma necesidad de ayuda que experimentaba el Niño Jesús.
¡Qué triste sería tu vida si sobre ella no estuviera inclinada, como
sobre el Pesebre de Belén, la solicitud tierna y maternal de
María!
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Conserva siempre para esta Madre tu corazón de niño
pequeño. Nunca te sientas adulto frente a Ella. Para Ella, como
para todas las madres, su Hijo será siempre un niño.
No seas jamás grande para la Virgen Santísima.
Deja que te rodee con su ternura maternal. Pídele que te
dé a conocer los secretos de su delicado amor a Cristo. Ruégale
que te enseñe el camino de la humildad y de la ofrenda.
Manuel Moledo
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