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Breve Elogio al silencio

El ruido puede llegar a ser exasperante, el ruido sobresatura de igualdad e imitació. Todo sonido
atraviesa sin aviso la capa más fuerte de protección, para igualar, para ser escuchado. Hoy todo
quiere ser escuchado, todos quieren hablar, todos quieren ser hablantes y olvidan que las palabras
se desintegran en la igualación. Somos una voz y eco, nos escuchamos en el ego de Narciso,
reproduciendo nuestra pulsión ineludible de ser escuchados sin escuchar, porque ya no nos
escuchamos. Y ¿no es sobrecogedor el ruido de nuestra boca? ¿Cuánto podremos decir hoy de
nosotros mismos sin tener la noción leve de lo dicho? Una vez nos sentimos escuchados tememos
de nuestras palabras, porque son reveladoras. El ruido nos expone ante una masa de insufrible
igualdad, de estar siempre en la aventura digitalizada de comunicarnos pero ¿hay comunicación
cuando nadie escucha? ¿es posible comunicarnos sin silencio? El silencio es un tope, es un espacio
para la soledad, la soledad es molesta. La soledad es ruidosa para el ruido y hermosa para el
silencio. El ruido quiere destruir el silencio porque el silencio es otro, no tiene lugar. Y allí donde
algo no tiene lugar, no existe la posibilidad de comparar.

Tememos tanto al otro que queremos someterlo a nuestra dictadura de lo igual, porque el otro es
diferente. El otro no es una pantalla negra que nos refleja la faz y nos permite ver el ogro. El otro es
afuera de nuestra mirada, es singular y nos sobrepasa, está lejos y eso es una cura, porque es
silencioso. Amar el silencio es necesario, sobre todo por lo poético que yace en él y que nos
permite vivir desde una extraña pasividad. El silencio es transgresor y no es lo mismo que
manterse callado, callarse es estar oprimido. Pero silencio no prime, libera y no libera
individualidades, libera espíritus.

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