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Rose M.

Becker

Entrégame

Volumen 2
1. Come back to me

Desde hace una hora estoy recostada en el sofá, con las piernas al aire y los pies sobre la
pared. Por décima vez, busco el número de David, registrado en la lista de llamadas. Espero
con el teléfono pegado a la oreja y con la cabeza en medio de los cojines del sofá. Una vez más,
escucho el tono agudo, punzante. Una vez. Tres veces. Cinco veces. Y… la llamada me manda
directamente a la contestadora donde la voz calmada y fría del doctor Wagner me pide que
deje un mensaje o, en caso de emergencia, que lo contacte directamente en la clínica Saint-
Peters.

– Sí, ¿David? Es Hope…

Siento como si estuviera recitando un texto, sólo que esto no es una obra de Shakespeare. Este
es por lo menos el cuarto –o el décimo cuarto, ya dejé de contar, por amor propio- mensaje
que le dejo. No dejo de lanzar botellas al mar en su dirección.

– Me gustaría hablarte del tema de la otra vez, de Christina, de tu madre…

Pasan algunos segundos. Recuerdo su partida precipitada, hace una semana, y enrollo una
mecha cobriza de mi cabello. ¿Qué más podría decir? ¿Que lo amo? ¡Como quiera, no voy a
declararle mi amor en un mensaje de voz! ¿Que quisiera que volviera? Ya han pasado siete
días en los que no he tenido noticias de mi Vikingo. Desde que descubrió la identidad de mi
abuela, que tuvo que ver con la muerte trágica de su madre, no he tenido ningún contacto con
él.

– Bueno… colgaré… porque seguramente no estás ahí… o no tienes ganas de responderme…


Pero pienso en ti… Eso es todo… Te dejo… Hasta pronto, David… Goodbye… Arrivederci… Auf
Wiedersehen… Sayonara…

Termino por cortar la comunicación y pongo el teléfono junto a mí, sobre el sofá. Qué triste.
Sólo esto faltaba. Un segundo después, me caigo del sofá al piso… justo en el momento en el
que Claire abre la puerta de la sala. Sólo veo sus piernas desnudas que vienen
apresuradamente hacia mí.

– ¡Hope!

Sus tobillos se acercan a toda velocidad.

– ¡¿Pero qué estás haciendo?!

Si me dieran una moneda cada vez que escucho esta frase…

– Nada, nada.
Tirada en el piso, me enderezo, un poco desconcertada por mi caída sobre el entarimado.
¡Auch! Mi mejor amiga se inclina hacia mí y me ayuda a sentarme mientras me froto la parte
más alta de la cabeza, pues creo que tendré aquí un hermoso golpe.

– ¿Te lastimaste?

– No… estoy bien.

– ¿Qué estabas haciendo sobre el sofá?

Claire, con su vestido corto color pastel y sus zapatos blancos, me levanta de pronto para
detenerme antes de que abra la boca:

– Tengo miedo de tu respuesta… Espero que no hayas decidido inscribirte a una escuela de
acrobacia…

– Intento hacer que las buenas vibras circulen… y llamar a David– digo haciendo una mueca de
decepción y con los ojos empañados–.

– ¡Oh, no!

Mi compañera de apartamento no puede ocultar su desaprobación.

– ¿Otra vez le dejaste ese mensaje?

– Sí, por supuesto.

Para mí esto es normal. Sólo pienso en él, todo el tiempo. Nunca me había sentido tan
destrozada ni tan sola. Es como si estuviera a la deriva… Aunque apenas hace poco conozco a
este hombre, me doy cuenta de la importancia tan grande que tiene en mi vida. Es tanta que
hasta me da vértigo.

– Júrame que no le dijiste «hasta pronto» en diez lenguas diferentes como la última vez.

– Sí, ¿por qué?

Me sonrojaría si no estuviera triste. Claire sacude la cabeza. Parece estar agobiada.

– ¡Hope! – me regaña–.

Yo levanto los hombros.

– Necesito hablar con él, Claire. Desapareció en un instante después de que me contó la
historia de su madre. Ni siquiera me dio una oportunidad para explicarle.

– Lo sé, querida.

– Hoy se cumple una semana. ¿Crees que es una mala señal? ¿Que todo está perdido?

– Seguramente necesita pensar las cosas– dice tomándome y sonriéndome–.


Mientras pone detrás de mi oreja una mecha de mi cabello cobrizo, me mira con compasión.
Sin duda tengo una cara aterradora, debido a que no he dormido mucho… Afortunadamente
no he echado ni un solo vistazo a mi espejo desde hace días. Claire se apodera de mis manos y
me lleva hasta el sofá donde me siento a su lado y, en el buen sentido, pongo las nalgas sobre
los cojines.

– En mi opinión, David prefiere estar solo mientras digiere la noticia.

– ¿Lo viste durante tu guardia?

– De lejos. Y puedo decirte que no se veía muy bien. Estaba más autoritario que de costumbre.

– ¿En verdad?

Miro a Claire con los ojos llenos de esperanza. Esta confesión me conmueve el alma, incluso si
no hago más que pensar en mi historia con el doctor Wagner. ¿Formábamos una pareja antes
de que se fuera? ¿Estábamos oficialmente juntos? ¿Quién soy exactamente para él? ¿Acaso se
asustó a causa de mis visiones, de mi parecido con Christina? La partida de David me ha hecho
distorsionar mis angustias con respecto a mis «poderes» de médium, aunque me pregunto por
qué no he tenido ningún sueño premonitorio. ¿Quizá sólo debía salvar a David? ¿Acaso esa era
mi misión?

Si ese es el caso, puedo ver una señal –la señal de que estamos hechos para encontrarnos,
incluso si no tengo la prueba–. ¡Dejé de ser un fenómeno inexplicable desde hace algún
tiempo! y, secretamente, me da gusto no poder seguir previendo el futuro. Por otro lado, no
tengo ganas de que esas imágenes violentas regresen, pues extrañamente nunca vi situaciones
simpáticas en mis flashes, sólo horrores, accidentes, crímenes… Hablé mucho de esto con mi
mejor amiga ayer en la noche y ella también parece estar tranquila de que vuelva a ser normal.

– Deberías hablar con él en persona– encadena Claire sacándome de mi reflexión– No pueden


explicar las cosas por teléfono.

– Olvidas algo: quizá no tenga ganas de volver a verme.

– En ese caso, al menos sabrás lo que te espera.

Pone un brazo sobre mis hombros y agrega suspirando:

– Si estuviera en tu lugar, iría a visitarlo. ¿O tienes ganas de volver a ser parte del club de los
eternos solteros?

***

A la mañana siguiente, coloco flores en pequeñas cestas donde dominan las de color rosa y
blanco. Flower Power logró un contrato importante la semana pasada: el bautizo de la nieta
del alcalde de San Francisco. Se esperan doscientos invitados para la ceremonia y tenemos que
enflorecer la iglesia y la casa de los felices padres. ¡Es un trabajo sagrado! Con los audífonos en
las orejas, trabajo sin parar durante horas. Lila se ocupa de nuestros clientes en la parte de la
boutique. Cantando con una voz falsa el refrán de Gloria Gaynor, me sobresalto al sentir una
mano sobre mi hombro.

– ¡Rayos!

Arranco uno de mis audífonos y volteo hacia Lila emitiendo un sonido ahogado.

– Lo siento. No quise asustarte.

Mi patrona, con sus gafas graduadas sobre la nariz, me sonríe. ¡Oh, oh! Esto me huele mal.
Gafas + expresión seria = discusión. Me aterran las grandes conversaciones. Si no tuviera sus
sandalias de suelas de corcho y su pantalón blanco y ajustado, Lila casi parecería una mujer de
negocios.

– Me gustaría hablar contigo dos minutos, querida.

¿Qué estaba yo diciendo?

– ¿Tiene algo que ver con el orden de los papeles? –propongo, temerosa–.

Lila sacude la cabeza y, para evitar perder el tiempo, se apodera de los pequeños capullos de
rosas blancas y los inserta conmigo en sus bases. No podemos permitirnos perder ni un
minuto.

– En parte.

– ¡Puedo explicar todo!

– Pero no, tranquila. La manera en la que los ordenaste no me da tanto problema como
piensas– me asegura–.

Agrega unos listones rosas a su arreglo mientras yo espolvoreo el mío con un montón de
pequeñas perlas plateadas. Se supone que tenemos que entregar nuestras cestas mañana en
la mañana.

– Planeo retirarme pronto del trabajo, Hope.

¡Alto! ¡Regresen la cinta!

Con un movimiento brusco, casi tiro la regadera junto a mí y contemplo a mi patrona como si
se hubiera caido y golpeado la cabeza. ¿Ella? ¿Retirarse? ¿Ahora que se está comiendo a
jóvenes efebos como desayuno y que mantiene su línea de sueños con sesiones de pilates?

– Lo sé… Es difícil de creer con mi plástica de ensueños.

– ¡Me dejaste sin palabras!

– ¡Por eso eres mi empleada favorita, Hope!

– Sólo tienes una…

– Es cierto.
Ríe a carcajadas antes de agregar, con una expresión seria:

– Hablo en serio. Pienso irme de aquí dentro de algunas semanas… pero no quiero que la
boutique cierre. Flower Power es como mi bebé. Creé esta tienda hace veintisiete años y aquí
he vivido mis mejores momentos entre tres divorcios catastróficos.

– ¿Pero te irás así, de una sola vez?

Estoy anonadada.

– He pensado en esto desde hace un tiempo, desde que me hicieron los exámenes médicos el
año pasado. Creí tener cáncer de seno, aunque al final el tumor resultó ser benigno. En ese
momento me di cuenta de que pasé toda mi existencia trabajando y de que mi vida privada
pasó a segundo plano. ¡No estoy diciendo que me arrepiento de mis decisiones! ¡Amé mi
trabajo pero también tengo que aprovecharlo un poco! A los cincuenta años, ya es tiempo de…

Sesenta años serían más exactos, pero me retengo de intervenir, además de que ella agrega,
con una expresión seria:

– Hope, me gustaría que te ocuparas de la boutique después de que me vaya.

– ¿Yo?

Estoy en shock.

– Te propongo el puesto de administradora, Hope. Evidentemente yo seguiré siendo la


propietaria de los fondos de ventas pero tendrás el control de todo en cuanto me vaya. Podrás
contratar un asistente, dirigir las órdenes y las cuentas. ¡En resumen, te ocuparás de todo!

Me quedo boquiabierta. Esta propuesta es extraordinaria, claro está, pero no estoy segura de
tener las competencias que se necesitan. Incluso estoy impresionada por la amplitud de la
tarea y sus responsabilidades.

– Nunca hice estudios de contabilidad o de comercio, Lila…

– Pero eres la mejor florista que conozco. ¡Al menos eres mucho más talentosa que yo! ¡Lo
llevas en la sangre! Además, todos los clientes te adoran y sólo quieren que tú los atiendas.
Eres el alma de esta boutique.

Lo dudo.

– Además, no te voy a dejar así a la deriva. Pensaba darte una capacitación en las próximas
semanas, joven Padawan.

Eso no sería razonable, pero ¿desde cuándo lo soy? Sólo tengo ganas de algo: de aceptar, de
arremangar mi camisa y superar el desafío. Además Lila no tiene hijos ni herederos. Soy la
única persona a quien puede confiarle su boutique –el gran logro de su vida, como siempre
repite antes de incriminar a sus tres ex maridos–. Además amo profundamente este lugar,
igual que ella.

– ¡Acepto!
– ¿En verdad?

– ¡Síííí! Estoy muy alagada por tu confianza, Lila. Ahora, si no quieres que te dé un discurso
digno de la ceremonia de los Oscares, ¡dame un abrazo!

Con risas, mi patrona me presiona hacia su corazón mientras yo la estrecho con fuerza. ¿Acaso
no es esta la oportunidad más hermosa de mi carrera? Esto me sube la moral que tenía hasta
el piso desde que se fue David, ya que siempre estoy pensando en el abandono.

– ¿Qué dices si empezamos con la contabilidad? Pensé en organizar una cita contigo y mi
banquero.

Hago una mueca –una horrible y terrible con bizcos y la boca torcida, abriendo las fosas
nasales.

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

***

Con la autoestima más alta después de esta noticia, decido probar mi suerte en la clínica
Saint-Peters, incluso si me da miedo regresar al lugar del drama. Es verdad, no he vuelto a
poner los pies en esa calle desde la tentativa de asesinato contra David. Por otro lado, ningún
sueño premonitorio ha vuelto a agitar mis sueños y, a parte de los breves deslumbramientos,
ya no he tenido más visiones. ¿Acaso se acabó? ¿Ya volví a ser una chica como las demás?
¿Terminé con esta historia de médium?

– ¡Buenos días! – exclamo alegremente a las recepcionistas de la entrada– ¿Podrían decirme


dónde está el área de curaciones oftalmológicas?

Un minuto después, me encuentro en el segundo piso del enorme edificio inteligente. Nunca
antes me había aventurado en los pasillos. No hay olores de medicamentos o de cloro en el
corazón de este edificio ultramoderno. Sin embargo, hay flores frescas que decoran el
escritorio de las enfermeras y magníficos cuadros impresionistas que ornamentan las paredes.
También veo los asientos elegantes de tela marrón de la sala de espera y su alfombra gruesa
color ciruela. ¿En verdad estoy en un centro médico? Sin las batas blancas no lo creería ni un
segundo.

Un poco desconfiada, miro a los médicos circular cerca de mí. Me provocan miedo. Es por eso
que nunca vengo a consultarlos. Siempre he pensado que van a anunciarme mi muerte
inminente cuando sólo tengo una insignificante gripe. En uno de los escalones, me acerco a un
auxiliar de enfermería cuando una voz familiar me llama.

– ¿Hope? ¿Hope Robinson?

Detrás de mí está Gregory, el mejor amigo de David. Acaba de salir de uno de los consultorios.
Con el estetoscopio en el cuello, se acerca a mí con una gran sonrisa.

– ¡La reconocí de inmediato!


– ¿Por el cabello cobrizo? – le sonrío–.

– El cabello y la falda– responde señalando mi gran faldón de holanes–.

Esta prenda es una maravilla confeccionada a mano. ¡Tuve una etapa de sastre y era más
talentosa para eso que para la pintura en cerámica o la alfarería! Es una pieza inspirada en la
cultura gitana, una tela ligera y multicolor con un dobladillo que termina con una franja
delicada. También puse algunas perlas y colgantes aquí y allá. ¡Es mi prenda preferida. ¡La elegí
especialmente para David y para mi misión de «reconquista»!

– Uno puede reconocerle desde lejos– concluye divertido–.

Le doy un beso en la mejilla. Desde nuestro encuentro en la noche caritativa, lo aprecio


mucho. Incluso si lo conozco poco, tengo la costumbre de seguir mi instinto para analizar a las
personas y creo que Gregory Lawrence es muy simpático.

– ¿Vino a ver a David?

– Sí. Pensaba esperarlo por aquí.

– Está muy ocupado en este momento. En teoría, debería llegar dentro de una hora, máximo.

– Oh… de acuerdo.

Siento un poco como si estuviera en Grey’s Anatomy, en medio de los médicos que corren de
un lado a otro, que pasan por los pasillos e intercambian palabras tenebrosas.

– Le digo un secreto, estoy contento de que haya pasado… con un poco de suerte, esto le
devolverá la sonrisa.

Gregory me mira con complicidad.

– ¿Por qué? ¿Pasó algo?

– Oh, casi nada… Sólo tuvo una crisis, una de esas rabietas famosas que hielan, porque la
enfermera de guardia invirtió los expedientes de dos pacientes. Digamos que nuestro maniaco
está un poco más estresado que de costumbre.

¿El Señor Sicorígido habrá hecho de nuevo de las suyas? ¿Acaso habrá sido por mi culpa? Evito
preguntar mucho al respecto, pues sé que se niega a dirigirme la palabra desde hace una
semana.

– Estuvo como ensimismando toda esta semana. No deja de rumiar en su rincón. Es una
lástima porque parecía diferente después de haberla conocido a usted. Se veía más abierto,
más caluroso…

En ese mismo momento, el bíper del médico emite un sonido estridente.

– ¡El deber me llama! –me lanza antes de tocarme el hombro– Bueno, lo importante es que
usted está aquí. Intente hacer que regrese su sonrisa, por favor… ¡a nombre de todo el
personal de Saint-Peters!
Sonrío mientras él se dirige al área de terapia intensiva, o al menos eso es lo que dicen los
letreros. Un poco sorprendida, me quedo inmóvil. ¿Será posible que nuestra ruptura afecte a
David? Comienzo a jugar con los brazaletes hindúes atados a mi muñeca, luego voy hacia la
sala de espera… donde me quedo sentada treinta segundos. Es imposible quedarme en mi
lugar. Estoy demasiado nerviosa y pronto me encuentro caminando de un lado a otro en el
pasillo.

¿Y si se pone furioso con mi visita?

¿O si me confiesa su amor?

¿Y si llama a seguridad?

Por lo menos que me bese apasionadamente…

Mientras arranco pequeños pedazos de piel alrededor de mi pulgar, llego al fondo del pasillo
de ladrillos blancos. En un extremo se encuentra la farmacia de la clínica, una enorme pieza
cerrada con puertas de cristal y resguardada con un código digital. Veo junto a la farmacia el
gran pizarrón de avisos. Hay decenas de pequeños anuncios puestos por los pacientes o por
miembros del personal. Aprovecho la ocasión para leerlos. Un estudiante de medicina ofrece
cursos privados de matemáticas. ¿Y aquí? ¿Qué es lo que veo? ¡Cursos para controlar el estrés!

– Justo lo que necesito…

Me apodero de mi teléfono. Un viejo modelo un poco anticuado que viene con un estuche de
cebra pero que tiene cámara fotográfica. Sería casi un campeón de las nuevas tecnologías si no
me tardara más de diez minutos en encender la cámara. Quiero guardar el número de teléfono
del anuncio. Cuando oprimo el botón me doy cuenta de que un hombre está justo donde
quiero tomar la foto.

– Yo lo conozco…

Sesenta años, pequeño, nervioso, el cabello grisáceo y despeinado, como lo usaba Einstein.
Tiene una pequeña barra roja en el rostro, sobre las mejillas y la nariz. ¿Acaso no es Charles
Thompson, el mentor de David? Me quedo con el brazo extendido y con mi cámara en la
mano. ¿Qué está haciendo en la reserva de medicamentos? Lo observo mientras mete algunas
cajas dentro de su bolso de cuero, llenándolo por completo. Al mismo tiempo, echa un vistazo
furtivo a la redonda, como si vigilara la entrada.

¡Oh, mierda!

¡Me vio! ¡Me desenmascaró! De inmediato bajo el brazo, avergonzada. No tenía la intención
de espiarlo. Sin embargo, desaparece antes de que pueda reaccionar. Retrocedo y regreso al
pasillo, rozando las paredes. De pronto me siento muy incómoda, como si hubiera hecho –o
visto– algo malo.
2. Frente a frente

– ¿Hope?

Me despierto de inmediato. Escapo de mi somnolencia cuando escucho una voz tranquila.

– ¡No estaba dormida, señor! –digo sobresaltada–.

Hace media hora me quedé dormida al recargar la cabeza entre mis brazos sobre el escritorio.

– ¿Señor? – repite la voz tranquila–.

Entonces lo veo. Es David, en la entrada de la oficina. Necesito un segundo para despejar mi


mente y volver en mí. Después de haber sorprendido a Charles Thompson en la farmacia de la
clínica, fui a refugiarme al cubículo de mi ex novio, que Gregory me abrió mientras estaba en
un descanso después de su última consulta. Quería huir como diera lugar del hombre que me
provoca escalofríos. El director de Saint-Peters me hace sentir incómoda. En su presencia, mi
intuición no deja de encender la alarma de emergencia –ya aprendí a escucharla estas últimas
veces–.

– ¿David? –digo un poco aturdida–.

Por un minuto creí que estaba en el colegio. En ese entonces, solía quedarme dormida en el
fondo del salón… y mi profesor de matemáticas se daba gusto interrumpiendo mi sueño. Por
alguna razón desconocida ponía todo su empeño en enseñarme las ecuaciones con dos
incógnitas. Frente a mis ojos de búho, David sonríe a pesar de su ceño fruncido –es una señal
que no augura nada bueno–.

– ¿Te sorprende verme en mi propia oficina? – me hace notar–.

He aquí al sentido común hecho hombre.

– Ehhh… no…

Domo mi melena con la ayuda de mis dedos para ver si así recupero mi figura humana. Estoy
muy impresionada por David. Es la primera vez que lo veo ejerciendo su labor. Acaba de salir
del quirófano y todavía trae puesta su bata blanca… y también su fatiga a cuestas. Con esos
hombros encorvados y la expresión de cansancio, ya no se parece al doctor serio y
concentrado que yo conocí. Ahora se ve más vulnerable, más accesible.

Menos señor Sicorígido.

– Veo que estás cómoda…– nota cerrando la puerta detrás de él–.

Con una mirada recorre todo el desorden que hice sobre la mesa en tan solo unos minutos. No
estuve más de media hora en esta pieza pero, como quiera, logré dejar mi huella, mi estilo en
este lugar…
Mi desorden.

– ¿Qué es? – me pregunta inclinándose sobre la mesa–.

Estoy sentada sobre su asiento blando y negro cuando toma los hilos de colores que están
frente a mí.

– Estaba confeccionando un brazalete hindú cuando me quedé dormida.

– ¿Como los que traes puestos?

– Sí… me ayuda a relajarme.

¡Dios sabe que necesito hacer uno ahora!

– Es muy…

David busca las palabras. ¿Horrible? ¿Aterrador? ¿Kitsch? Casi puedo leer lo que está
pensando antes de que vuelva a dejar la joya artesanal. La pone sobre la mesa como si fuera
una granada activada. Hay un shock cultural entre nosotros. Todo el tiempo. Y si es así, ¿por
qué el aire no deja de crepitar en nuestra presencia, saturado de electricidad? Desde que
entró en su oficina, toda la atmósfera cambió.

– Es muy lindo– concluye–.

– ¡Mentiroso!

– Yo diría más bien «diplomático» –contesta con una sonrisa maliciosa–.

Río a carcajadas, feliz de reencontrar nuestra complicidad. Por un instante, siento como si
nada hubiera pasado, como si no hubiera descubierto la identidad de mi abuela, como si no se
hubiera ido de mi apartamento sin volver a darme noticias suyas. Él está pensando lo mismo y
nuestras miradas se cruzan. Intensas. Ansiosas. Al menos para mí.

– Ya no contestabas el teléfono– digo de pronto levantándome de su asiento– ¿Tú… recibiste


mis mensajes?

– Sí. Catorce.

Lo admito, fueron muchos… Mientras lo contemplo con los ojos llenos de esperanza y mientras
rodeo su gran escritorio negro para ir hasta él, David no puede evitar agregar, visiblemente
divertido:

– Gracias a ti aprendí a decir hasta luego en diez lenguas diferentes.

– ¡Fue un placer enseñártelas!

Ríe suavemente. Es un sonido tan raro, tan precioso, que mi corazón se estremece. David es de
esos hombres serios e intelectuales. Muy intelectual. Y muy, muy serio, incluso si sé que hay
un gran fuego apasionado que se esconde detrás de su máscara de hielo. Esa máscara sólo es
una fachada que lo protege. ¿De lo demás? ¿De los sentimientos? ¿De un mundo que no
puede controlar por completo? No lo sé, pero, ¿acaso no vine aquí para saberlo?

– Lo lamento si no contesté, Hope. Necesitaba un poco de tiempo para pensar.

– Sólo espero que no hayas puesto una demanda en mi contra por acoso.

– No, aún no.

Con una sonrisa, se sienta en el borde de su escritorio, frente a las pilas de sus expedientes
perfectamente ordenados. Todo está acomodado en el milímetro exacto en esta oficina donde
no existe ni el mínimo grano de polvo. Yo también me siento cerca de él. Como él es mucho
más alto que yo, mi frente se encuentra a la altura de su hombro.

– Me cuesta mucho trabajo mi pasado, Hope.

– ¿Quieres hablarme de ello?

Espero a que me mande a volar pero, para mi gran sorpresa, David respira profundamente y
empieza a hablar, con los ojos mirando a la nada:

– Mi padre no siempre golpeó a mi madre, sabes. Todo empezó cuando perdió su trabajo en el
banco. Empezó a volver a la casa cada vez más tarde y a beber más seguido… Al principio sólo
eran discusiones y riñas verbales. Puedo recordarlo incluso si yo tenía tres o cuatro años en
ese entonces. Me acuerdo de mi padre gritando. Ese es uno de mis primeros recuerdos.

Me muerdo los labios para evitar intervenir. Tengo miedo de que, si digo la mínima sílaba, deje
de hablar y ya no quiera seguir con su confesión. Me conformo con escuchar.

– Luego empezó con una bofetada en la mejilla por la que se disculpó al día siguiente con un
ramo de flores. Después otra. Y otra más. Hasta que las bofetadas se convirtieron en los
primeros puñetazos. Terminó golpeándola regularmente hasta hacerla sangrar. Mi madre no
tenía familia y mi padre alejó a todos sus amigos. Nuestros vecinos cerraban los ojos para
«evitar tener problemas». Nadie quería entrometerse.

Sacude la cabeza, irónicamente.

– Después de varias semanas de suplicio, mi madre se encontró en el camino a Christina


McKinney, una médium conocida. No sé cómo se conocieron pero tu abuela fue varias veces a
la casa a partir de ese día. Ella le leía el futuro a mi madre a domicilio, pues tenía mucho miedo
de salir de casa y hacer enojar a su esposo.

– Qué horror.

No encuentro otra cosa que decir, incluso si mi frase fue débil e insuficiente. Me cuesta trabajo
imaginar el calvario que sufrió Pamela Wagner en manos de un esposo alcohólico y violento.
¿Y David? ¿Y Adrián? ¿Cómo pudieron crecer estos niños pequeños en medio de ese ambiente
hostil y agresivo?

– ¿Qué es lo que mi abuela le decía a tu madre?


– Le leía el tarot. A pesar de que yo era tan solo un niño, recuerdo sus cartas. Aunque casi
siempre solo hablaban. Creo que le daba apoyo a mi madre. Le daba ánimos para que hiciera
sus maletas y se fuera, hasta que le contó su última visión, donde veía a mi padre atentar
contra su vida…

De pronto hay tanta rabia en la voz de David que hasta me enfría los huesos. Ya no está
escondido detrás de su habitual escudo de hielo. Con cuidado, pongo una mano sobre su nuca,
acariciando de paso su cabello sedoso y rubio. Sólo veo su perfil regular con la mandíbula
tensa y me doy cuenta de todas las emociones que ha reprimido y asfixiado tanto tiempo. Este
hombre es una verdadera bomba a punto de explotar.

– Una visión que provocó la muerte de mi madre.

– David, no…

Voltea la cabeza hacia mí y hundo mis ojos en los suyos.

– Christina le reveló su premonición pero, cierta o falsa, esta visión no provocó la muerte de tu
madre.

David no responde pero mi corazón se deshace frente al sufrimiento visible en su expresión.


Un doblez doloroso marca sus labios y un claroscuro ensombrece su frente ¿Y qué decir de su
mirada atormentada?

– Estuve ahí cuando mi madre murió. Estuve presente en la tragedia. Esperé en la escalinata de
la casa, junto a mi maleta. Vi a mi padre bajar de su pick-up, lleno de rabia. Lo vi atacar a mi
madre, abofetearla con todas sus fuerzas y lanzarla contra la pared… Su cabeza golpeó tan
fuerte la puerta del garaje que escuché su nuca tronar, incluso si yo estaba lejos.

– ¡Oh, no!

– Todavía puedo escuchar ese sonido horrible en algunas pesadillas durante la noche.

– David, lo lamento.

– Mi padre terminó en prisión después del asesinato, incluso si no fue culposo. Al menos según
el jurado. Para mí, cuando se golpea a una mujer todos los días, es como si se programara su
muerte a largo plazo.

Asiento con la cabeza, confundida. Entiendo mejor por qué siempre es reservado y por qué
siempre quiere silenciar sus emociones. Esconde un nudo de emociones detrás de la pantalla
de control personal que muestra a los demás… Aunque creo que se equivoca de culpable.
Quizá se equivoca porque quiere encontrar a otro responsable de este drama, fuera de su
familia…

– No conocí a mi abuela– digo dulcemente– Mi madre siempre me mantuvo lejos de ella. No sé


si era una verdadera médium o una estafadora. ¿Sabes si Christina cobraba cuando visitaba tu
casa?
– No…–piensa David con cierta reticencia– Nunca vi a mi madre darle dinero. Creo que eran
amigas. Pero yo era un niño. Quizá no lo sé todo.

Esta confesión me tranquiliza y confirma mi intuición. Efectivamente, ¿por qué mi abuela


estaría encariñada con una mujer que sufría tanto y que no tenía recursos si quería estafarla?
No tenía nada que esperar de Pamela Wagner. Como David se queda en silencio, yo sigo:

– Al contarle esa visión, creo que ella quería provocar un electroshock en tu madre y motivarla
a tomar una buena decisión. Quería ayudarla a huir de un marido que amenazaba su vida.
Aunque Pamela le hubiera pagado a Christina por alguna otra cosa, ¿por qué otro motivo le
habría contado eso? Si hubiera querido estafarla, se habría callado para conservar a una
clienta fácil de impresionar y de timar. No dudo que tuviera muchos defectos pero estoy
segura de que quería salvar a tu madre.

Silencio largo.

– Sé que tienes razón –dice al fin David–.

Pasa una mano sobre sus párpados, antes de pellizcar con sus dedos el borde de su nariz,
dando un gran suspiro.

– Seguramente no estoy tomando la distancia adecuada con relación esta historia…

– Es normal.

– Es desgastante. Esto me devora por dentro desde hace años.

Su sufrimiento me conmueve en lo más profundo. En este instante, haría lo que fuera para
ayudarlo y apoyarlo.

– David…

Entonces se endereza bruscamente. En una fracción de segundo, su expresión cambia. El


sufrimiento desaparece, reprimido por su control perfecto. Se quita del borde del escritorio,
jala su bata blanca con movimientos ágiles y controlados, casi calculados. Lo veo recobrar su
imperio al precio de un esfuerzo sobre humano. ¿Cómo ayudarlo? ¿Cómo permitirle exorcizar
un pasado que sepulta voluntariamente en el fondo de su alma? Sin duda lo hace como un
mecanismo de defensa, o de sobrevivencia…

– No sé lo que me pasa. Estoy hablando demasiado esta noche– dice sonriendo y molesto–
Debe ser tu presencia…

– Me gustaría hacer algo.

– No es necesario, Hope. Además, todo está muy bien. Soy un niño grande ahora. Ya tuve el
tiempo para asimilarlo.

¿Por qué esta frase suena tan irreal? Me sonríe falsamente y de pronto siento que nuestros
caminos no se cruzaron sólo por coincidencia. El hecho de que mi abuela y su madre se
conocieran es prueba de que no fue simple azar –aunque David diría lo contrario–. Él y yo
teníamos que conocernos, pero no sé por qué.

Entonces voltea hacia mí para hacerme una última confesión.

– Me arrepiento de haberme ido tan rápido la última vez. Debí haber escuchado tus
explicaciones… además no tenía nada que reprocharte. Perdóname si te lastimé.

Esta vez soy yo quien no tiene nada más que decir.

– Estoy contento de que hayas venido, Hope. En verdad me da gusto.

Nuestras miradas se cruzan, intensamente. De pronto, David me interroga sin dejar de mirar
mis iris color esmeralda:

– ¿Has tenido nuevas visiones recientemente?

Sonrío. Creo que David nunca se imaginó hacerle este tipo de preguntas a alguien.

– No. Creo que todo ha vuelto a la normalidad.

Al parecer esto lo tranquiliza mucho, como lo atestigua su suspiro discreto.

Sí, todo está mejor, sobre todo desde que me mira con esos ojos…

***

Algunos minutos después, David me lleva a los pasillos de la clínica. Él, serio, tan distante y
mesurado, parece un chico que sale de casa sin permiso. ¿La prueba? Espera a que dos
enfermeras de guardia desaparezcan de la sala de espera para intentar escapar.

– No quiero que nos vean– me explica en voz baja–.

Me aguanto la risa mientras David entra al pasillo de las escaleras, tomándome de la mano.
Sus dedos rodean los míos con una fuerza sorprendente y no tengo ganas de que los suelte.
Nunca. Juntos, subimos las escaleras rápidamente de dos en dos.

– Se supone que no tenemos derecho de subir– agrega con guiño de ojo que me derrite–.

¿David Wagner está haciendo algo prohibido? ¡Tengo que ver esto! Mi Vikingo seductor no
parece estar para nada acostumbrado a romper las reglas.

– ¿Estamos a punto de violar el reglamento? –le susurro en la oreja cuando se detiene detrás
de un gran letrero que dice «Prohibido»–.

– Sí, al menos dos o tres artículos– me responde, entre serio y sarcástico–.

Con una sonrisa encantadora, saca un estuche de su bolsillo y abre una puerta cerrada con
llave. Esta da acceso a otra escalera de metal, completamente rudimentaria. Con mi palma en
la suya, me va guiando… sobre el techo de la clínica. Una ligera brisa estival acaricia mi rostro y
mis hombros desnudos por mi top colorido. La vista de San Francisco está maravillosa, sin
mencionar el cielo que reina sobre nosotros, hundido bajo las estrellas.

– ¡Es magnífico!

– Y tengo otra sorpresa…

Parece estar tan emocionado como un niño y creo que es increíblemente conmovedor. Sin
darse cuenta, me está develando otra cara de su personalidad, esa que no tuvo tiempo de
crecer. La cara que está lejos del médico autoritario o del amante seguro de sí mismo. Un
tercer rostro me conmueve el corazón. Alejándose un poco, extiende un brazo para mostrarme
un pequeño espacio adaptado al final del techo. Hay dos divanes, algunos cojines, un cobertor
grande, una hielera y un telescopio que forman un ensamble heterogéneo.

– ¿Dónde estamos?

– Gregory y yo instalamos este lugar para respirar un poco cuando tenemos guardia. Es una
especie de guarida.

– ¿De quién fue la idea?

– Mía, ¿por qué?

Lo examino con atención.

– Usted es un hombre sorprendente, doctor Wagner.

Después de que me invita a pasar, tomo asiento en uno de los divanes y, en la parte más alta
del edificio, David me ofrece una lata de jugo de frutas. Fascinada, admiro el cielo sobre
nuestra cabeza mientras él se instala a mis pies, quitando el otro diván para estar cerca de mí.
Por algunos instantes, bebemos en silencio.

– ¿Sabías que conozco el nombre de todas las constelaciones? – fanfarroneo, con una mirada
maliciosa–.

– Yo también.

– No me sorprende eso de ti, señor Lo-Sé-Todo, pero dudo que lo sepas tan bien como yo.

– ¿Me estás retando? – pregunta, divertido–.

Su mirada brilla. Evidentemente, a David le gusta competir. Eso lo atestigua el éxito que ha
tenido. Entonces señalo un cúmulo de estrellas.

– ¿Ves esa forma?

Con tan solo buscar un poco en su conocimiento enciclopédico, me responde de inmediato, sin
dudarlo ni un poco:

– El Cisne.

– Para nada. Es una botella de coca. Mira, ahí se ve el pico y más lejos...
– ¿Andrómeda?

– ¡Perdiste! Es el barman que va a servirte. Ahí están sus brazos y su charola. Pobre, está
corriendo. Se está hundiendo entre sus órdenes. Y junto a él está la constelación de la araña de
nueve patas. Siempre me ha dado mucho miedo.

Sonrío antes de señalar con el dedo hacia otro lado.

– ¡La constelación de la marca de zapatos Stiletto! Si inclinas la cabeza hacia un lado, puedes
ver el tacón de aguja.

Volteando hacia mi compañero, le sonrío, muy satisfecha de mi demostración. Descubro su


mirada en mí, tan intensa que me sorprende. Sorprendida, retrocedo en mi diván, con las
piernas extendidas sobre la tela a rayas. Siento que no ha contemplado la Vía Láctea ni un solo
segundo, pues prefiere concentrarse en mí.

– Me gusta tu manera de ver el mundo, Hope. Todo se vuelve extraordinario contigo.

Se acerca a mí, avanzando centímetro a centímetro y tiemblo cuando pone una mano sobre mi
muslo, a través de mi vestido de algodón.

– Haces que la vida sea mágica. Incluso para un hombre que ha dejado de creer en casi todo.

– ¿Ya no crees en nada? –pregunto con la voz ronca–.

Su rostro se acerca al mío mientras extiende el cuello, sentado sobre el cobertor grueso
extendido en el piso.

– Creo en mí.

Su respiración cosquillea mi boca antes de que me bese, antes de que todo se desborde. El
deseo se hace más grande entre nosotros, evidente y enorme. Desde el instante en el que
atravesamos la puerta del techo, supe que esta noche terminaría de esta forma.

– Y en ti– agrega–.

Nuestros labios se encuentran, ávidos, en este beso tan explosivo como nuestra relación.
Nunca antes dos seres tan alejados uno de otro han estado tan cerca. Nuestras lenguas se
juntan en una caricia ardiente… y me olvido de todo. Olvido nuestra riña, su semana ausente.
Olvido todo excepto sus brazos, su calor, su boca, esta noche que está por comenzar…

Bajo la bóveda celeste, David me besa con una pasión muy alejada de su personaje frío y
distante. Le regreso el beso con fuga mientas ato mis brazos alrededor de su nuca. Me
enderezo en mi diván y me inclino hacia él que está arrodillado a mis pies. Por primera vez yo
soy quien lo domina con mi pequeña estatura. Paso mis manos por su cabello rubio que con
sus mechas sedosas acaricia mi piel. Lo encuentro. Al fin lo encuentro. Después de está
insoportable lejanía, lo tengo contra mí, entre mis dedos febriles.

– No quiero que te vuelvas a alejar…

Las palabras se me escaparon.


– Aquí estoy, Hope. No me iré más.

Nuestros murmullos se mezclan a nuestro beso, diluyéndose en nuestra saliva. De nuevo,


nuestra boca se acaricia mientras su lengua entra en mí, golosa. No resisto más. Inclino la
cabeza y me dejo ir en sus brazos que me envuelven. David me aprieta hacia él, hacia su torso.
Entonces la evidencia de nuestros dos cuerpos, su alquimia, me salta a la cara. Cada gesto es
natural, como si estuviéramos hechos uno para otro, como las dos caras de una misma
moneda.

Llevada por el deseo, me abandono. David me hace bajar del diván y pronto me encuentro
sentada sobre sus muslos. En ningún momento dejamos de besarnos. Al contrario, cada vez lo
hacemos con más pasión y ardor. Sentada sobre él con una pierna de cada lado, mordisqueo
su labio inferior, embriagada por su sabor. Su perfume de ámbar me llega en deliciosas
oleadas, mezcladas con el olor masculino de su piel. Siento que me marea. Afortunadamente,
ya estoy sentada… si no este hombre me haría caer de espaldas.

Mis manos empiezan a recorrer su camisa blanca, después de haberle quitado la corbata. Uno
por uno, abro los botones, pero cuando retrocedo un poco, David no me deja seguir. Viene a
mi encuentro y se apodera de mis labios con más voracidad, sin dejarme tiempo para respirar.
¡Como si quisiera hacerlo! Él es mi oxígeno, mi respiración, mi aire. Nuestras lenguas se rodean
mientras abro su camisa, separando las solapas para liberar sus músculos nerviosos y atléticos.

– Mmm…

Mi gemido, o el suyo. ¿Qué importa? Estamos fundiéndonos uno en el otro, diluyéndonos


poco a poco en la cima de la clínica.

– Te extrañé mucho– digo–.

Mis dedos se deslizan sobre sus pectorales, saboreando las líneas armoniosas y poderosas de
su cuerpo. Siento una ola de calor subir en mí. David me responde con un beso más salvaje
que me clava a él. Sin detenerme, le quito la prenda, deslizándola por sus hombros. La tela cae
detrás de él, sobre el cobertor que nos sirve como terreno de juego. Con el torso desnudo,
David se presiona hacia mí y mis senos que ya están duros bajo la tela de mi top. La excitación
está creciendo, al igual que la temperatura.

La noche podría ser ardiente…

Me alejo del embrujo de sus labios y doy pequeños besos sobre su barbilla, en su cuello,
bajando lentamente hacia su pecho. Con las manos, exploro sus grandes hombros y acaricio su
espalda. Sus músculos se mueven bajo mis dedos, haciendo crecer estas ganas que se abren
como una flor hambrienta, carnívora, en el centro de mi vientre. Pronto me veo obligada a
levantarme de sus piernas para besar su torso. Esparzo en su pecho una lluvia de pequeños
besos tiernos. Nunca me cansaré de su anatomía.

– Me toca ocuparme de ti– digo en un susurro–.

Mi voz vacila como una flama de una vela sometida al viento del deseo. Los ojos de David
brillan cuando me apodero de la hebilla de su cinturón. Abro el pequeño palo de metal y
deslizo la larga cinta de cuero. ¿Estará adivinando lo que voy a hacer? Si juzgo por la vena
azulada que punza en su cuello, creo que sí… Para volver loco al barómetro, me divierto
pasando la punta de mi lengua sobre mis labios.

– Hope…

Es a la vez una súplica y una especie de suave amenaza pues estoy jugando con sus emociones
mientras bajo lentamente su bragueta. Luego, con una mano autoritaria sobre su pecho
desnudo, lo empujo hacia atrás. David se recuesta bocarriba sobre el cobertor. Ahora sólo
tengo que quitarle el pantalón que deslizo por sus piernas después de que se quitó los zapatos.
Este hombre es perfecto de los pies a la cabeza.

Es criminal.

Antes de ir sobre él, me quito también la falda, dejándola caer en el piso antes de mandar a
volar mi top sobre mi cabeza. Con este gesto, libero mis senos desnudos, ya que no uso sostén
–suelo no usarlos durante el verano–. Veo la manzana de Adán de mi acompañante moverse
rápidamente y luego veo sus brazos tensarse.

– No puedes hacerme esto…– me regaña–.

– ¡Oh, claro que sí! – digo sonriendo–.

No voy hacia él –o al menos no de inmediato–. Sólo con mis pequeñas bragas blancas en el
cuerpo, me quito las sandalias y me apodero de la última barrera de tela entre nosotros: su
bóxer. Primero, pongo una mano sobre la tela. Masajeo su sexo con mi palma mientras se hace
más grande. Lo cosquilleo, tomándolo con toda la mano en un delicioso frote. Un rugido sordo
se le escapa cuando le quito el bóxer, liberando su erección.

Sólo me queda trepar sobre él, sentarme sobre sus piernas, inclinarme. Con los ojos febriles,
David está recargado sobre sus codos y sus párpados se cierran cuando me apodero de su
sexo. Lo presiono entre mis dedos, ni muy fuerte ni muy suave. Le imprimo a mi muñeca un
movimiento lento de vaivén… Por un minuto miro el rostro de mi amante relajarse y veo que
su mandíbula se contrae. Me gusta darle placer. Me inclino para meterlo en mi boca.

– Me vas a volver loco…

Eso espero.

Entre mis labios, descubro su sabor particular, la suavidad de su piel tibia. Hago que resbale
dentro de mí, enrollándolo con la lengua. Por algunos minutos, me consagro a este suave
suplicio. Ya no puedo ver a mi amante pero siento su mano en mi cabello, acariciando mi
cabeza y acompañando mis movimientos. David se deja llevar. No interviene. Él que siempre
quiere controlar todo, ahora se abandona a mi boca. Pronto, adivino las tensiones en todo su
cuerpo. El placer está cerca, como una ola gigantesca.

– Espera, espera…

Toma suavemente mi rostro entre sus grandes palmas. Puedo ver en sus ojos ensombrecidos
que ya no puede más.
– Te quiero a ti, Hope. Quiero compartir esto contigo.

Negándose a tener un placer solitario, David me ayuda a enderezarme. Yo sólo tengo que
extender los brazos para tomar uno de los preservativos guardados en mi bolso, al pie del
diván. Nuestro pasaporte para el placer. Sentada sobre David, gimo cuando sus manos se
cierran sobre mis pequeños senos. David da un suspiro de satisfacción. Mientras juega con los
pezones apuntados hacia él, lo excito, poniendo nuestra protección con una última caricia.

– No –digo–.

Lo detengo antes de que me atrape de la cadera y de que tome el control.

– Déjate llevar…

Quiero seguir teniendo el control. Un brillo extraño enciende su mirada… pero ya no resiste.
Entonces yo me enderezo y me encajo en él. Galopo sobre él mientras su sexo entra dentro de
mi cuerpo. Su calor me invade, me llega hasta el corazón y me da vueltas en la cabeza. Me
pierdo por un segundo. Luego, sentada en él, empiezo a ondular con las dos manos agarradas
de sus hombros. Él me acaricia, deslizando sus palmas por mi cadera y por mis senos que
rodea con sus dedos. Mi impulso nos lleva a los dos. Mis entrañas se encienden cuando él llega
hasta la luna.

Gozamos al mismo tiempo. Juntos. A mi ritmo desenfrenado. Con las palmas pegadas a mi
cintura, David emite un largo suspiro. Hundo la cabeza en su cuello, sin fuerzas, llena de él.
Sumergida por el placer, me desintegro, me fundo en él. Ahora soy sólo una con su piel, sus
músculos, su cuerpo. Sobre el techo de la clínica, nuestras dos siluetas se mueven al ritmo de
nuestros gemidos, ondulando en medio de las estrellas donde aterrizamos.
3. Un salto hacia el pasado

Por enésima vez, echo un vistazo a la fachada de la boutique donde tengo cita. Recobré
energía después de haber pasado una noche mágica en los brazos de David. Decidí aclarar las
cosas con respecto a mis sueños premonitorios y a su desaparición, aunque también intenté
entender por qué mi madre nunca tuvo visiones. ¿Qué es lo que debo pensar de mi abuela?
Tengo un millón de preguntas sin respuestas. Este asunto me obsesiona, me da vueltas en la
cabeza sin cesar. Me gustaría conocer el pasado de mi familia, saber de dónde vengo. Eso es lo
más importante. En mi mente se enciende y se apaga una insignia de neón en forma de cuarto
de luna.

– Ya veremos…

Dejo de tergiversar las cosas. Vestida con un vestido azul cielo con un holán alrededor de los
hombros, atravieso el marco de la puerta. No tuve tiempo de cambiarme después de trabajar
hoy en Flower Power. Vine directamente aquí donde me espera la única mujer capaz de
ayudarme. O al menos eso espero. Según mi búsqueda en internet, ella es de las pioneras en el
terreno de la clarividencia. Una campanita tintinea cuando atravieso el marco de la entrada.

– ¿Hay alguien?

Me encuentro en un gran salón desierto, con una mesa de centro en medio, donde hay una
gran bola de cristal. Es la primera vez que veo una de verdad. ¡Parece una bola de boliche!
Examino el resto de la decoración. En las paredes hay pósters con imágenes del tarot y dibujos
de estrellas de cinco puntos que anuncian un festival de clarividencia en California… Detrás de
la recepción, veo grandes estantes llenos de libros esotéricos y de objetos extraños (péndulos,
un tablero de güija), sin mencionar un torniquete detrás de mí que exhibe diferentes
talismanes. Tomo un lindo medallón.

– ¡Antimonio! –anuncia una bella voz grave–.

Me sobresalto.

– Ese metal tiene la característica de proteger a su posesor de los espíritus malignos y de los
demonios.

¡Deme un kilo de estos, por favor!

– ¿En verdad? –pregunto volteando hacia la única puerta lateral–.

Una mujer joven está en el marco de la puerta, con una mano artísticamente sobre el marco y
la otra sobre la cadera. Es… espectacular. Es la reencarnación de Eva Mendes con sus inmensos
ojos de cierva negros, su boca carnosa y su espesa cabellera color chocolate. Me impresiona
más su largo kimono negro con un gran escote en V que su belleza. Parece como si la hubieran
sacado de una película.
– No lo sé… ¡Nunca me he encontrado a un demonio! – sonríe, enigmática–.

– ¿Sofia Morales?

– ¡En persona! Supongo que usted es Hope Robinson.

Asiento con la cabeza mientras se acerca a mí haciendo sonar un delicado frufrú con la tela.

– ¡Son como dos gotas de agua! Es sorprendente.

– ¿Perdón?

– ¡Me refiero a Christina, claro! Usted tiene sus extraordinarios ojos verdes. Se ve a leguas que
usted también es clarividente.

Me pongo tensa, un poco desconcertada. ¿Qué debo entender? No tengo tiempo de pensar en
la respuesta porque la guapa italiana me toma calurosamente entre sus brazos. Me truena un
beso ruidoso en la mejilla, tan fuerte que hasta me deja una marca de labial sobre el pómulo…

– ¡Encantada de conocerla!

– Yo también…

Me parece simpática pero también… no lo sé. Hay algo que se me escapa. Tiene una actitud
híper social. Me encanta conocer nuevas personas pero hay algo que no me convence, algo
inexplicable. Afortunadamente, esta mala impresión se evapora a medida que Sofia habla,
guiándome hacia la mesa de clarividencia. Sólo me estaba imaginando cosas malas, eso es
todo. Estas cosas de videntes terminaran volviéndome paranoica.

– Usted es joven, señorita Morales.

– En agosto festejaré mis 30 años. Y llámeme Sofia, por piedad. Siento como si fuera una
anciana acabada…

No parece estar sorprendida por mi comentario. Sonrío mientras ella guarda sus cartas del
tarot en una caja de decoración oriental. Estamos sentadas una frente a otra, con la bola de
cristal rosa entre nosotras. Las cortinas de terciopelo rojo, muy teatrales, que cubren las
ventanas, nos impiden ver la calle. En la pared, un péndulo indica que ya son más de las ocho
de la noche.

– Si se lo digo es porque…

– …le gustaría saber si conocí a su abuela.

– Sí. ¡Exactamente! – digo un poco impresionada–.

Es muy buena.

¿Intuición, azar o verdadero don? No sabría decirlo, incluso si pasé varias noches buscando en
la web para colectar información respecto de Sofia. Desde que mi madre dijo su nombre en
nuestra última discusión, esta mujer me obsesiona. ¡No es una obsesión de serial killer, eh!
Aún pienso como una persona normal, pero ella representa un nuevo lazo con mi pasado, mi
familia, mi abuela. Sofia Morales es una vidente muy reconocida –una pequeña eminencia en
su medio–. Gracias a su actitud de diva, supo atraer a una multitud de clientes en búsqueda de
predicciones.

Yo soy una de esas…

– Tuve la oportunidad de convivir con ella varias veces. Christina era una mujer excepcional, la
mejor médium que he conocido. Carmen, mi abuela, la admiraba.

– ¿Trabajaban juntas?

– Carmen era su asistente y le ayudaba durante sus sesiones de espiritismo, sobre todo cuando
los espíritus hablaban por su boca y se apoderaban de ella. A veces también recibía a algunos
de sus clientes. Chistina era tan popular que no podía responder sola a todas las peticiones.
¡Era una locura en ese entonces!

Me meneo en mi silla. ¿Espiritismo? ¿Posesión? Para mí, esas prácticas sólo existen en el cine…
o en los engaños. Una vez más, dudo que mi abuela no fuera parte de esa categoría y, mientras
golpeteo uno de mis brazaletes, dudo en hacer la pregunta que me quema los labios:

– ¿Cómo era Christina?

No sólo me interesa la médium… también la mujer, la madre, la abuela. Con un don o sin él,
quiero saber más de ella. ¿Acaso no es parte de mi familia? ¿No soy parte de su sangre?
Contemplo ávidamente a Sofia que esboza una sonrisa. Mis motivos son transparentes.

– Según mi abuela, y lo que yo pude ver, era una mujer autoritaria. Tenía un carácter fuerte.
Demasiado fuerte en ocasiones. Podía ser demasiado prepotente ante sus seres queridos– dice
sonriendo– Hacía que su mundo se moviera con su barita mágica. También tenía muchas
cualidades: era fuerte, segura de sí misma y generosa. Nunca dudaba en ofrecer su tiempo
para ayudar a los demás. Además, no le importaba mucho lo que opinaran las personas de ella.

Al menos en eso tenemos algo en común…

– Ella…

Sigo dudando pero Sofia me motiva con un gesto de la mano.

– ¿Sabes si hablaba de mi madre? O quizá… ¿de mí?

– Algunas veces sí. Ya no ver a su hija la ponía muy triste. Qué lástima. Yo no era tan cercana a
ella. Era demasiado joven como para que confiara en mí. Hablaba siempre con mi abuela… que
hoy en día está en la clínica, pues padece Alzheimer.

– ¡Lo lamento!

Sofia golpetea mi mano y, después de un minuto, me atrevo a hacerle la pregunta que me


agobia desde hace días.

– ¿Los poderes de mi abuela eran reales?


– ¡Oh, claro! Nunca fue una charlatana, créame…

– Pero los periódicos…

– ¡Los periódicos escriben muchas tonterías! – me interrumpe Sofia–.

Veo fácilmente que se sale por la tangente. Sofia no me da argumentos ni pruebas concretas.
¿Qué debo pensar? ¿Que tiene razón o que se equivoca? Mi experiencia y mis visiones me
incitarían a creerlo pero este mundo es nuevo y misterioso para mí. La vidente sigue hablando
con una pequeña sonrisa en los labios:

– Obviamente recuerdo el primer transe que presencié…

Por unos quince minutos, me cuenta anécdotas donde mi abuela habría logrado levantar el
velo del futuro.

– También era tan divertida… Recuerdo un día que una cliente le pidió entrar en contacto con
su perro desaparecido. ¡Tu abuela se puso a ladrar! Y confesó que no lograba traducir lo que
decía.

Río a carcajadas mientras una otra descripción de mi abuela comienza. Es una descripción muy
diferente a las mentiras creadas por la prensa y a la bruja que mi madre describía. No sé quién
tiene razón o quien se equivoca… Quizá Christina McKinney tenía una parte de luz y de
sombra, como todo el mundo. Yo sigo triturando mis brazaletes, nerviosa, pues no vine
solamente para remover el pasado… sino para una consulta. Astuta, Sofia parece adivinar lo
que pienso con sólo mirar detalladamente mi expresión.

– ¿Si nos interesamos ahora un poco en usted, Hope? Me habló de sus sueños ayer por
teléfono…

Pone las manos abiertas en la mesa, con las palmas hacia el techo y me incita a deslizar mis
dedos en los suyos. No lo dudo ni un segundo pues estoy en búsqueda de respuestas. También
tengo ganas de probar los poderes de Sofia.

– Me gustaría saber si yo también tengo un poder de médium y, si es así, ¿por qué mi «don» se
despierta ahora y se queda dormido justo después? Por otro lado, ¿por qué nunca había
tenido premoniciones antes de estas últimas semanas?

Sofia sonríe con los ojos ya cerrados.

– Muchas preguntas. Una sola cosa a la vez, Hope.

En la penumbra, apenas alumbrada por una lámpara de mesa encendida en una esquina, Sofia
empieza a balancearse hacia adelante y hacia atrás. Al inicio es sorprendente, claro. Me
sobresalto en mi silla antes de entender que está en transe. ¿O está mostrando sus verdaderos
talentos de actriz? De pronto, su voz se eleva, alterada y diferente. Está frente a mí pero siento
como si estuviera lejos, como si sus palabras me llegaran a través de una pared o de una tela
gruesa.

– Veo…
Me paralizo, estoy en stand-by. No sé si debo reír o estar aterrada.

Sí, ¿qué es lo que ve?

– Veo una sombra detrás de usted…

Volteo hacia atrás de inmediato como si fuera a sorprender a alguien detrás de mí, alguien
como un sicópata. Nunca rompo el contacto con Sofia que sostiene firmemente mis manos.

– Una sombra que te cuida…– precisa–.

– Usted… ¿cree que es? – me atrevo a preguntar–.

– Yo…

Los ojos de Sofia se trastornan. Sus párpados, siempre cerrados, vibran y su córnea aparece
bajo la línea de las largas pestañas negras. Esto es… aterrador. Me retengo para no moverme,
anonadada por este espectáculo extraño. No logro saber si es una escena de teatro o la
realidad. Sin embargo, sé que este tipo de poderes sí existen. Yo soy la prueba misma.
También tuve una experiencia parecida.

– Usted siempre ha tenido este poder…

Tiemblo pero Sofia no me suelta, apretando mis muñecas hasta lastimarle, como un torno.

– Estaba dormido, inactivo desde hace años…

– Pero, ¿por qué se despierta? ¿Por qué ahora?

– Espere… El espíritu se aleja...

– ¿Cuál espíritu?

Sofia da un largo y terrible gemido que me pone los cabellos de punta.

– ¡No! – grita, en el colmo de la agitación– ¡No se vaya!

Brutalmente, su cabeza se va hacia atrás, movida por una fuerza invisible. Parece como si
acabara de recibir un puñetazo en la barbilla. Retrocedo en mi silla sin que Sofia decida
soltarme. Sus manos se transformaron en esposas alrededor de mis brazos. No puedo
levantarme. Invadida de pánico, del ambiente extraño, tengo ganas de que este transe se
detenga. Cierto o falso, me hace sentir ansiosa.

– El espíritu… se aleja…

– ¿Cuál espíritu? – repito febrilmente–.

Sofia se desploma de pronto sobre la mesa. Suelta mis manos y se deja caer frente a su bola de
cristal, hundiendo la cabeza entre sus brazos bajo un torrente de cabello castaño. Ya no se
mueve. Está en silencio. Imagino lo peor. Me levanto de mi silla y rodeo la mesa para presionar
uno de sus hombros.
– ¡Sofia! Sofia, ¿todo bien?

Ninguna señal de vida. La sacudo… hasta que emite un débil gemido que me tranquiliza. Y,
lentamente, se endereza, empujando hacia atrás algunas mechas locas. El rostro que levanta
hacia mí está pálido, deshecho, cansado. Al parecer, las conexiones con el más allá no son en
alta velocidad. Estas son fatigantes y dolorosas. Al ver su palidez dudo de mi incredulidad.
Nadie podría actuar una escena de este modo. En definitiva tiene un don.

– Lo lamento, Hope. No pude retener al espíritu que cuida de usted, pero ese ser la protege. En
cuanto a sus poderes, no se despertaron en vano. Hay una buena razón. A usted le toca
descubrirla.

Asiento con la cabeza, sorprendida y, cinco minutos después, mientras ayudo a Sofia a recoger
su boutique, cruzo mi mirada lívida en uno de los espejos en forma de mariposa que está en la
pared. Me veo aún más pálida que la vidente que parece recobrar su energía después de
algunos minutos. Toma su chaqueta mientras me sujeta del brazo para llevarme hacia la salida:

– Lamento mucho no haber podido ayudarla más.

– Ya ha hecho suficiente.

– Y gracias por quedarse hasta el cierre. ¡No tengo ganas de ser el siguiente objetivo del
asesino del cuchillo que recorre las calles!

***

De regreso al apartamento, me instalo en la alfombra de la sala frente a la pared de


«creatividad», llena de manchas de colores, de pinturas y dibujos. Pongo dos álbumes sobre la
mesa de centro antes de girar lentamente mis muñecas y de agitar mis dedos. Me preparo
para descubrir el contenido de estos archivos que me prestó Sofia. Antes de que me fuera, la
vidente regresó corriendo a su almacén para dármelos.

– Le serán más útiles a usted que a mí…

Inhalo profundamente para seguir relajada y ser positiva… incluso si espero lo peor. También
bebo un trago de mi famoso té de pimienta para darme valor. Cuando decidí investigar acerca
de mi abuela, siempre supe que los descubrimientos no serían forzosamente agradables. Abro
la primera carpeta después de encender una vara de incienso de sándalo.

– Veamos…

En la primera página, una foto muestra a mi abuela acompañada de otra mujer –


probablemente Carmen Morales, su asistente que se parece enormemente a Sofia–. Miran el
objetivo con una gran sonrisa. Están vestidas con sus harapos de los años 1980 dignos de Joan
Collins. Río discretamente al ver las chaquetas con hombreras y los peinados con crepé. Luego
me inclino hacia Christina. Tenemos los mismos ojos verdes, es verdad.

Todo se me hace extraño…


Empiezo a hojear las páginas. En estos álbumes, Sofia juntó toda la información que pudo
compilar acerca de mi abuela y de la suya. Fotos, notas… pero, sobre todo, innombrables
artículos recortados de los diarios. La mayoría se refieren a mi abuela, más famosa que
Carmen, que siempre estuvo en la sombra.

– «Una verdadera médium en San Francisco» –leo en voz alta–.

Los primeros recortes son crónicas ditirámbicas… o escépticas. Algunos periodistas parecen
fascinados por los dones de Christina después de haber asistido a una de sus sesiones. Otros, al
contrario, se muestran más reticentes, incluso si reconocen que tenía un cierto talento para
representar escenas y una verdadera empatía. Paso la vista rápidamente por los artículos
antes de que mi corazón casi se detenga.

– «¿Estafadora, estás ahí?»

Mi voz resuena extrañamente en el apartamento desierto y me subo el viejo chal tejido con
estambre multicolor que tengo sobre los hombros. Sigo descifrando en voz alta:

– «La familia de un viejo cliente de la famosa médium, Christina McKinney, pone una denuncia
por abuso de confianza…»

¿Qué fue exactamente lo que pasó? Cambio frenéticamente las páginas hasta encontrar un
titular del San Francisco Chronicles. «Suicidio bajo influencia». Cierto Alexander Lloyd habría
atentado contra su vida después de caer en la ruina por culpa de mi abuela. Un poderoso
banquero habría invertido toda su fortuna en la Bolsa gracias a los consejos de Christina,
fiándose ciegamente en sus visiones.

– No es posible…

Encuentro otros recortes de periódicos en los álbumes. El nombre de Alexander aparece todo
el tiempo. Su suicidio desencadenó todo. La esposa del Sr. Lloyd puso la primera demanda
contra Christina después de encontrar el cuerpo de su marido, colgando de una cuerda atada
al cuello, en su garaje. Sentada con las piernas cruzadas, retrocedo bruscamente. La imagen
del cuerpo balanceándose en el vacío danza frente a mis ojos. ¡Qué horror!

– «Otras víctimas se manifiestan» –leo–.

Luego el abogado de Mr Lloyd conoció a otros clientes inconformes, estafados o defraudados


por mi abuela. Estaban haciendo una acción colectiva jurídica en su contra. En la foto, veo a mi
abuela bajando las escaleras de la comisaría de la policía, con un brazo tapando su cara para
escapar de los objetivos de los fotógrafos. Se ve nerviosa, perdida.

– «Quince victimas en ruina»… «La médium resultó ser una ladrona»… «La estafa del más
allá»… «¡El engaño de los espíritus!»… «El truco de la desesperación»…

Cierro la carpeta con un gesto seco. Tengo en la mente estos horribles títulos y empujo los
enormes volúmenes como si se tratara de bombas de dinamita a punto de explotar. Según
Sofia y varios periodistas, mi abuela estaba dotada de poderes clarividentes y lo habría
probado en varias ocasiones. Sólo que se excedió y se perdió en el camino. Corrompida por el
señuelo del dinero, robó y manipuló a varias personas… antes de morir de un paro cardiaco
algunas semanas antes de su proceso.

Apenas puedo tragar saliva. Estoy desconcertada. ¿Esta es mi herencia? ¿Esto es lo que me
espera? ¿En verdad debo creer en esto? Intento imaginar un retrato real de mi abuela. Al inicio
de su carrera, parecía que no abusaba de la debilidad de las personas pero, ¿qué significan
esas sesiones de clarividencia? ¿Acaso ella también actuaba como Sofia? Estoy quebrantada. El
don de Christina me parece más bien una maldición. En mi interior, temo que mis visiones o
mis sueños empiecen de nuevo. Incluso tengo menos miedo de los flashes que de empezar a
cambiar profundamente, como mi abuela antes que yo. No quiero que esta herencia me
transforme, me canibalice. Paso una mano sobre mi boca, reteniendo un gemido de angustia.
En verdad tengo miedo del futuro que podría ver de nuevo, de mi pasado, del presente que ya
no controlo. Necesitaría una señal para ver más claro. Cuando de pronto, resuena el timbre…

***

Pido una señal… ¡y llaman a mi puerta! ¡Wow! La próxima vez, pediré una pizza de salmón y
un millón de dólares. Mientras me levanto de la alfombra de la sala, atravieso el pasillo en
pantuflas. Se escucha de nuevo el timbre ahora más vivo, más insistente. Sorprendida, echo un
vistazo por la mirilla… sin ver a mi visitante. Sólo puedo discernir una forma agitada que se
mueve, que camina de un lado a otro sobre el tapete de la entrada en forma de corazón. Y
antes de que mi visitante presione de nuevo el timbre y me reviente los tímpanos, quito el
cerrojo de la puerta y la cadena.

– ¿Sí?

Me encuentro frente a… Charles Thomson. El mentor de David, el hombre que lo agredió en el


balcón del Palace Hotel.

– ¿Hope… Robin… Robinson? – pregunta con una voz pastosa–.

Tiene que guardar la calma varias veces para pronunciar mi nombre. Por la dicción dudosa y el
tono rojizo de sus mejillas, puedo adivinar fácilmente que no está sobrio. Incluso parece estar
demasiado borracho. Para evitar tambalearse, se sujeta con una mano temblorosa del marco
de la puerta. Soy la primera en atacar:

– ¿Qué hace usted aquí?

– Tengo que hablarle.

– ¿Cómo supo dónde vivo?

La información no pudo haber salido de David, de eso no tengo ninguna duda. El neurocirujano
me dirige una mirada borrosa, trastornada por el alcohol. ¿Cuántas copas tuvo que beberse
antes de llamar a mi puerta? Cuando separa los labios, percibo el olor embriagante del vodka y
de la ginebra.

– Yo…miré el expediente de Claire Barnett… su expediente… su pago…


Me quedo sin moverme. No me siento más tranquila. Este hombre no me inspira confianza,
sobre todo después de lo que me contó David acerca de él. Sé que uno de sus pacientes estuvo
a punto de morir por su culpa, en la mesa de operaciones. ¿De qué es capaz este doctor?
¿Hasta dónde puede llegar?

– Es su compañera de apartamento. ¡Lo sé! – me dice apuntando el índice acusador hacia mí–
Gregory Lawrence hablaba de ello… con David…

Todo se explica. Efectivamente, le hablé a David de Claire antes de nuestra breve separación,
cuando me preguntó de quién era la otra habitación del apartamento. Además, le divertía
mucho la coincidencia de saber que vivía con una de sus enfermeras. ¿Coincidencia? Yo no lo
creo… Al contrario, todo parece atraernos uno al otro, desde el inicio, pero esa es otra historia.

– ¿Qué es lo que quiere?

– Usted lo sabe muy bien.

Esta vez, su timbre es mucho menos dudoso y entrecortado. Un pequeño brillo ilumina su
mirada hostil. Me sujeto de la puerta, la tomo entre los dedos, lista para cerrarla al menor
signo de agresividad. Me siento en peligro.

– Me vio en la clínica… ayer… o antier…

Fue ayer pero no le importa mucho.

– Quizá usted piensa haberme visto… porque no es para nada lo que se imagina… en verdad…

– Si usted lo dice.

– Soy médico. ¿Entiende? ¡Y la clínica Saint-Peters me pertenece! ¿Entiende quién soy?

Me contengo de contestarle pero Charles Thompson se molesta. Sube el tono mientras me


mira con ira.

– ¡Tenía todo el derecho de estar en la farmacia de mi establecimiento!

– Nunca he dicho lo contrario.

– ¡Esos medicamentos me pertenecen, al igual que las paredes, como todo en Saint-Peters!

Escupe las últimas palabras en mi cara con un aliento alcohólico. Retrocedo un poco, molesta
por sus salivazos y, sobre todo, por sus ojos que brillan de coraje. Juraría que sólo tiene ganas
de algo: rodear mi cuello con sus manos y estrangularme. Esta imagen llega a mí como si
pudiera descifrar su pensamiento. Maquinalmente, pongo mis dedos en mi garganta.

– No entendió nada. Tomé los medicamentos para los pacientes.

– No lo he acusado de nada, doctor Thompson.

– Entonces borre esa foto.


Incómoda, no reacciono. En verdad me vio bien cuando estaba fotografiando la pared para
poder memorizar el número de los cursos anti estrés. ¡Esto me enseñará que siempre debo
cargar con pluma y papel!

Respira, Hope, respira.

– ¡Es mejor que se vaya, señor Thompson! – digo tan determinante como puedo–.

No estoy segura de que lo impresione mucho.

– No.

¿Qué estaba yo diciendo…

– No hasta que no haya borrado esa foto… esa foto… ¡frente a mí! – dice aclarando su
garganta–.

– Váyase, por favor.

– ¡NO!

Su grito explota desde la entrada hasta mi rostro.

– ¡Borre esa foto de inmediato!

– Señor…

– ¿Qué es lo que quiere ganar? ¿Dinero? – declara, enojado– ¿Quiere chantajearme?


¿Dejarme en la ruina?

– ¡No, claro que no!

Aterrada, intento cerrar la puerta pero en el último segundo, Thompson avanza un pie para
interceptarla y bloquearla. La empuja con un violento rodillazo y me toma del brazo. Es fuerte,
increíblemente fuerte a pesar de sus sesenta años y su borrachera. Sus dedos aprietan mi
muñeca como una pinza. Me quejo, desesperada. Y, de pronto, todo es borroso a mi
alrededor. En cuanto entramos en contacto, pierdo el equilibrio, me desconecto de la realidad.

Un flash.

Otro flash.

Frente a mis ojos, aparecen otras imágenes. Miro un breve filme en blanco y negro de
imágenes temblorosas. Con la respiración entrecortada, descubro al profesor Thompson
dando un maletín lleno de dinero a un hombre de alta estatura y de apariencia espeluznante.
Nunca había visto su rostro de nariz aguileña y cejas pobladas. Sin embargo sé quién es. Quizá
lo sé gracias al revolver que le muestra a Charles Thompson después de haber recibido su
paga. Abre una de las solapas de su chaqueta de cuero para mostrar su holster.

– Me encargaré de Wagner la próxima semana.

– No quiero saber nada.


– Nunca volverá a escuchar hablar de él.

– Dije que no quería saber nada. ¡Ahora, largo de aquí! ¡Váyase!

Ahora entiendo todo. El sonido se corta, la visión se diluye como si hubieran apagado el
proyector. En un sobresalto, abro y cierro los párpados, regresando a la realidad. Abro la boca
para tomar aire, desesperadamente. Siento como si hubiera nadado sin respirar por horas y
me encuentro frente al doctor Thompson, en carne y hueso.

– ¡Usted! –digo inhalando–.

Él fue quien le pagó a un hombre para asesinar a David. ¡Fue él! ¡No fue Rachel Banks, la rubia
alta y agresiva, ni nadie más que tuviera que ver con el laboratorio farmacéutico en ruina! Lo vi
en mi visión incluso si no sé por qué tengo, de pronto, visiones del pasado y no del futuro.

– ¡Fue usted! –repito–.

Bajo el efecto de la adrenalina, me zafo de su poder y azoto la puerta frente a él. Luego, cierro
con llave y me recargo en ella, aterrada.
4. Al rescate

Me quedo bloqueada en la entrada, inmóvil, mientras espero a David. Se supone que ya no


debe tardar. Por teléfono me dijo que llegaría de inmediato, que no abriera la puerta a nadie y
sobre todo, que no me moviera. Con respecto a esto último, seguí las indicaciones al pie de la
letra. Parezco una estatua adosada a la pared del pasillo. Con un nudo en el estómago,
recuerdo mi última visión y mi «poder». Esto significa que no es efímero. Mi poder regresó
como una enfermedad de la que nunca se logra curarse. No se trataba de una coincidencia o
de sueños para salvar a David. Estoy sudando frío.

A pesar del miedo, me fuerzo a mirar a través de la mirilla, mientras imagino que en cualquier
momento veré a Charles Thompson resurgir. Después de dar pequeños saltos impacientes
durante cinco minutos, al fin se va. ¡Cinco minutos son muy largos cuando un tipo enfermo
intenta derribar tu puerta! ¡Demasiado, demasiados largos!

Intento respirar tranquilamente y no ceder al pánico. ¿Debería llamar a la policía? Decido no


hacerlo después de echar un vistazo ansioso hacia el teléfono que está sobre un pequeño
mueble rojo en la entrada de la sala. ¿Qué les diría? ¿Que tuve una visión? ¿Que un célebre y
respetado neurocirujano vino a mi casa para atacarme? ¡Pensarán que estoy loca! ¿Y Claire?
No, no, no voy a molestarla. Sería inútil hacer un escándalo. Esperaré a David. De todos modos
lo quiero a él. Lo necesito a él.

Él y a nadie más.

Cuando, de pronto, el timbre resuena, haciéndome saltar casi hasta el techo. Lo escucho casi
como si fuera el sonido de un balazo. Sin embargo, corro hasta la mirilla.

– ¿Hope? –escucho del otro lado de la puerta–.

El timbre resuena de nuevo, determinante. Es él. Es David que vino rescatarme… Durante mi
agresión en medio de los gritos, sólo su número vino a mi mente y mientras la puerta vibraba
sobre la bisagra debido a los golpes de Charles Thompson, le pedí ayuda a David incluso si
estaba en medio de una cena cualquiera. Escuché ruido de voces detrás de él cuando lo llamé
y, sin embargo, atravesó de inmediato media ciudad para llegar lo más rápido posible hasta mí.

– ¡Si supieras lo contenta que estoy! – digo abriendo la puerta–.

Con lágrimas en los ojos, me lanzo a sus brazos como una bola de cañón. David me recibe de
inmediato. Tomada de su cuello, hundo mi cabeza en su camisa negra e inhalo su perfume de
ámbar con todas mis fuerzas, como si me devorara una dosis de valentía. Sus manos acarician
mi espalda y por un largo minuto, nos quedamos silenciosos, acurrucados uno contra otro.

– ¡Estás temblando! – nota David–.


Con dos dedos levanta mi barbilla para forzarme a mirar sus ojos translúcidos. Leo la
preocupación en su expresión mientras él me examina atentamente. Nada se escapa a sus
ojos.

– No es nada. Sólo estoy un poco nerviosa.

– Charles no te hizo daño, ¿verdad? – pregunta con la mandíbula tan tensa que apenas
reconozco su rostro–.

De pronto parece ser tan frío, tan cerrado, como si estuviera a punto de morder o de saltar
para protegerme. A pesar de la situación, mi corazón se enternece –y escucho una señal en un
rincón de mi mente–. Me doy cuenta perfectamente de que estoy enamorada de este hombre.
¿Acaso no es la primera persona a la que acudí? ¿No es el único que quería ver aquí?

– Más miedo que daño– digo al fin, intentando no pensar demasiado en mi visión– Ahora estoy
mejor–.

Y agrego, abrazándolo más fuerte:

– Sobre todo desde que estás aquí.

David me sonríe. Sin darle tiempo de responder porque no estoy segura de sus sentimientos
hacia mí, lo llevo a dentro. Lo tomo de la manga y lo guío hacia la entrada antes de correr
hasta la puerta. A toda velocidad, pongo el cerrojo, deslizo la cadena y doy vuelta a la llave en
la cerradura.

Listo. El puente levadizo está cerrado.

– No temas más, Hope– murmura David– Estoy contigo.

Toma el chal de crochet que dejé sobre la consola de la entrada y lo pone sobre mis hombros.
No sin haberlo examinado antes con curiosidad. Tiene una pequeña sonrisa traviesa cuando
me envuelve.

– ¿Qué?

– Nada…

– Dilo.

– No, nada. Es sólo que…

– …parezco un abanico?

Los ojos de David resplandecen como si estuviera sonriendo sólo con la mirada.

– Te pareces a ti misma.

Touché. Casi me derrito.

Un segundo más tarde, me lleva a la sala donde me siento sobre el sofá. Él se arrodilla frente a
mí, tranquilo y metódico. El señor Racionalidad me va a examinar con sus preguntas.
– ¿A qué hora vino Charles?

– Como a las diez de la noche, más o menos.

– ¿Qué pasó exactamente? ¿Recuerdas todo lo que dijo?

Me analiza seriamente. A veces sospecho que es un robot, un robot muy sexy, pero un robot al
final.

– Vino a pedirme que borrara una foto de mi teléfono.

Pasando de la palabra al gesto, tomo mi teléfono y se lo doy a David para que pueda ver
detalladamente la foto. En ella está el doctor Thompson guardando cajas de medicamentos en
su bolso.

– Estaba tomando una foto de la pared para guardar un número de teléfono…

– ¿De clases anti estrés? – pregunta David, divertido e irónico–.

– ¡Necesito aprender a controlar el flujo intenso de mis emociones! ¡No puedo hacerlo si todo
hierve en mi interior! Pero no estamos hablando de eso…

David no me escucha para protestar. Está demasiado concentrado en su análisis con rayos X.

– ¿Te pidió que la borraras?

– Obviamente me amenazó para que lo hiciera– digo mostrando mi muñeca aún roja con la
marca de sus dedos– También me preguntó si quería dinero…

Mi doctor favorito me asegura que mi lesión no es muy grave. Su caricia sobre mi brazo me
provoca muchos escalofríos incluso si intento sacar mi ansiedad. Más tranquilo de verme un
poco mejor, David asiente con la cabeza antes de pasar una mano sobre mi rostro, como si
pudiera quitarme la fatiga y el cansancio.

– Es justo lo que pensaba. El doctor Thompson roba en la farmacia de la clínica.

– Quizá… quizá necesitaba esas cajas para algún paciente…

No puedo evitar defenderlo, incluso si no me agrada su persona. Es sin duda mi lado justiciero
en la sombra.

– Hay todo un trámite que debe seguirse, Hope. Hay reglas muy estrictas para evitar este tipo
de robos, justamente. Somos médicos pero no tenemos derecho a tomar lo que queramos del
almacén. ¡No es barra libre! – declara David, molesto–.

Deja mi teléfono, con la pantalla hacia la mesa para ya no ver la imagen. Sin duda le cuesta
trabajo mirarla.

– Desde hace varias semanas me di cuenta de que las reservas de Codeína, Vicodin y
Metadona bajaban de manera anormal… Sospechaba que había algún médico detrás de los
robos. La accesibilidad a la farmacia es mediante un código y una llave inteligente que solo el
personal médico posee.

– ¿Y no sospechabas de tu mentor?

– Más o menos. Al menos esto explica el por qué de sus cambios de humor… agresivo y
apático. El alcohol no era el único responsable de su estado de ánimo.

Incómoda, me quedo en silencio. No sé cómo abordar el tema que me preocupa. Me gustaría


contarle mi visión pero temo una mala reacción del señor Racionalidad. ¿Me va a creer? ¿Me
tomará por una loca sin remedio? Me aclaro la garganta.

– Tuve otra visión, David. Cuando el doctor Thompson me tocó, el contacto desencadenó una
especie de flash…

No dice nada mientras le cuento la escena. Su viejo amigo y padre sustituto… pagándole a un
hombre para eliminarlo.

– Sé que parece algo tonto…

– ¡No bromees!

– Pero los vi, ¡del mismo modo que te estoy viendo!– digo tocando su brazo– Fue tan real, tan
vivo. Sentí que estaba con ellos en esa oficina. Te lo suplico, confía en mí. Estoy tan segura de
que el doctor Thompson está detrás de tu intento de asesinato, como estoy tan segura de que
me llamo Hope Robinson.

David me contempla con intensidad antes de respirar profundamente. Estamos nadando en lo


paranormal, en el seno de eventos inexplicables, pero David intenta guardar la calma,
sujetarse de su lógica fracturada, atacada, resquebrajada. Está frente a mí y siento como si
estuviera a punto de saltar desde lo alto del Gran Cañón… hasta que las palabras salen de su
boca:

– Te creo.

– ¿Perdón?

Mis ojos casi se salen de mi cara. Estaba esperando todo excepto esto.

– ¿Me crees? ¿Así? ¿Sin pruebas?

– Sí.

– ¿Aunque me esté basando en una visión del pasado? ¿Aunque lo que afirme parezca una
locura?

Un poco más y casi podría convencerlo de que estoy en un error. A esto se le llama
contradicción. Sin embargo, David está seguro de lo que dice. Hace un esfuerzo considerable
para entrar en mi mundo, para dar un paso hacia donde estoy.
– No creo en las visiones ni en las videntes… pero te creo a ti. Si me dices que Charles
Thompson planeó mi asesinato, cosa que, dicha sea de paso, no me sorprende mucho. Debo
ceder.

– Oh, David…

No me sentiría más emocionada si acabara de hacerme una declaración de amor. De cierta


manera, ¿no es un poco lo que está haciendo? Este hombre tan hermético que casi es
irracional acepta tomar en cuenta mi advertencia. Me cuelgo de su cuello cuando me abre sus
brazos y me acurruco en su torso. Y, en la seguridad de este caparazón, no puedo evitar
agregar, invadida por un mal presentimiento:

– Te lo ruego, ten mucho cuidado en la clínica. No sabemos lo que pueda pasarte.

***

Esta noche, David se niega a dejarme sola y me lleva a mi habitación. Cuando salgo del baño,
lo sorprendo acomodando mis cosas. En dos minutos logró hacer dos pilas de ropa. ¡Esta pieza
es sin duda una tortura para un obsesivo por el orden! Todavía tiene mucho trabajo por hacer
pero quiero dejarlo ir. ¿No es esta su misión? Él intenta hacerme razonar y poner todas las
cosas en orden. Antes de dormir, aprovecho un momento de intimidad para intentar hablarle
de su padre.

Cuidado: ¡Terreno minado!

Sus últimas confesiones me dejaron muy marcada. Sobre todo cuando supe que Samuel
Wagner está en la cárcel. Apenas hago la pregunta y David ya se pone nervioso.
Evidentemente, no está listo para evocar su pasado. A la mañana siguiente, hablamos un poco
de todo y de nada cuando estamos desayunando. Ni su padre, ni Charles Thompson, ni mis
visiones del día se mencionan.

– ¡No debí haber tomado tanto en la cena! – declara una voz en el pasillo–.

David levanta la cabeza y deja de mirar el pan tostado. Me quedo paralizada, con la taza en la
mano.

– Me siento adormilada…

Claire bosteza tanto que parece que se le va a zafar la mandíbula mientras entra a la cocina.
Cuando, de pronto, su mirada se cruza con la de David. Tengo que retenerme para no reír –ya
sé, soy mala–. Con un grito agudo, mi mejor amiga cierra de inmediato la bata de satín que usa
para dormir. Mi acompañante voltea la cabeza, como todo un caballero que no quiere que se
sienta más incómoda.

– ¡¿Doctor Wagner?! – grita Claire–.

Mi compañera de piso está roja, roja como un tomate, roja hasta la punta del cabello. Su
rostro parece encenderse con fuego en dos segundos.
– Pero… pero…

Entra en pánico. Encontrarse cara a cara con su jefe en la cocina después de levantarse de la
cama le parece una pesadilla, lo admito. Yo, sin ser muy solidaria, río discretamente… y mi
compañera de piso me mata con una mirada furiosa. Si pudiera disparar con los ojos, yo ya
estaría perforada por las balas. Intento explicar las cosas antes de terminar frente al pelotón
de ejecución.

– David pasó la noche aquí.

– Debimos haberte dicho– se disculpa– Lo lamento si mi presencia les incomoda. Puedo…

– ¡No! – exclama– Para nada.

Mientras se desplaza como cangrejo hacia mí, intenta poner en orden su cabello castaño. No
tiene por qué sentirse avergonzada de su aspecto. Se ve mucho más presentable que yo,
después de mi noche de medio insomnio que pasé recopilando los últimos sucesos.

– Pudiste habérmelo dicho…– me dice en voz baja–.

– Lo siento pero regresaste a casa muy tarde. Ya estaba dormida.

– Es mi jefe…

– ¿Están conscientes de que estoy a un metro de ustedes y de que puedo escucharlas? – nos
interrumpe David, divertido–.

Mi amiga me lanza una última mirada asesina que significa claramente que tendré que pagar
por este mal rato. Ya puedo ver que tendré la tarea de lavar los trastes. De por vida. Un poco
avergonzada, Claire se sienta a nuestra mesa.

– Lo siento, doctor Wagner…

– Puede llamarme David, aquí. Así será más normal.

Le sonríe de manera encantadora. Aprovecho para levantarme, decidida a tranquilizar los


ánimos.

– ¿Quieres que te sirva un café?

– ¿Tú lo preparaste? – me pregunta Claire, sospechosa–.

Sacudo vigorosamente la cabeza.

– No, lo hizo David. Está delicioso. ¡Te va a encantar!

Voy hacia el fregadero, alegre a pesar de los eventos del día anterior. El solo hecho de
despertar al lado del hombre que amo es suficiente para mi felicidad. Por ahora, me niego a
pensar en mis problemas –en el doctor Thompson, en mis visiones, en mi abuela…– al menos
son muchas cosas ¡no me faltan temas para estresarme! Con la cafetera en la mano, voy a la
mesa con un paso de danza… hasta que una mancha blanca aparece en mis ojos.
– ¡Mierda!

La cafetera se me cae de las manos, rompiéndose sobre los mosaicos y expandiendo el color
negro sobre mis pantuflas. Está caliente pero ni siquiera me da tiempo de gritar. En vez de eso,
me tomo de la mesa antes de caer, completamente ciega. Ya no distingo nada, sólo un gran
velo transparente que me tapa la vista.

– ¡Hope!

David está cerca de mí. Las patas de su silla rechinan en el piso y siento su mano sobre mi
hombro y en mi espalda. Escucho el eco de la voz de Claire que me llama angustiada. No veo
nada, absolutamente nada. La sangre pulsa dolorosamente en mis sienes.

– Otra vez me desmayé…– digo tan tranquila como puedo–.

– ¿Ya no ves nada? – pregunta Claire preocupada–.

– Si, empiezo a ver un poco…

Aunque el proceso es lento, percibo de nuevo algunas formas y colores, pero todo lo demás es
borroso, comenzando por el rostro tenso de David, inclinado sobre mí. Al contrario de mi
amiga, no se deja llevar por el pánico y conserva la sangre fría. Me ayuda a sentarme en una
silla mientras Claire empieza a poner agua sobre mis heridas.

– Lo siento por el café…

– ¡Ya basta, Hope! – me interrumpe David– Ven a que te consulte esta semana–.

– ¿Por esta tontería? No quiero que pierdas tu tiempo.

– Estos desmayos son muy frecuentes. No debes tomar tu salud a la ligera– me contesta
secamente–.

Está molesto. Eso es evidente pero ¿acaso no le había prometido antes que iría a ver a mi
médico hace dos semanas?

– Tengo mucho cuidado para tener una vida saludable. No bebo, no fumo y hago yoga. ¡Y me
estoy curando! – preciso para relajar el ambiente, sacudiendo mi frasco de complementos
alimenticios que está sobre la barra–.

David frunce el ceño, quizá porque se da cuenta del miedo que escondo tras mis palabras. ¿La
verdad? comienzo a estar muerta de miedo. Esto me pasa demasiado seguido. A veces temo lo
peor, aunque intento pensar que todo está bien. Mi compañero me quita el frasco de las
manos y, después de leer la etiqueta, levanta los ojos al cielo, un poco agobiado.

– No sabes lo que estás haciendo. ¡No porque comas flores estarás mejor, Hope! Estoy
hablando en serio– agrega cuando sonrío–.

Despreciando mi enorme bote de plástico, pone las dos manos sobre mis rodillas. Cuando se
inclina hacia mí, no veo más que la belleza de sus ojos brillantes –nunca me había sentido tan
contenta de volver a recuperar la vista–.
– Di un paso hacia ti, Hope. Es tú turno de concederme tu confianza.

Lo que dice es cierto. Tiene razón. David acepta mis visiones, toma en cuenta mis avisos, mis
premoniciones… Entonces, ¿no debería yo hacer lo mismo, comenzar a dar un paso hacia él,
hacia su universo científico?

– De acuerdo. Iré a consulta.

– Buena decisión. Te esperaré en mi consultorio mañana en la tarde, cerca de las cinco. Te


atenderé entre dos consultas…

***

Una migraña atroz no me deja en todo el día. Y algo más preocupante, sigo viendo borroso de
reojo. Veo muy bien de frente pero los costados se diluyen en una sombra un poco lechosa.
Siento que los dolores tienen que ver con mis visiones. Después de cada flash, tengo un
terrible dolor de cabeza. ¿Y si mi don me hace daño? Ya no puedo negar que exista pero no sé
cómo controlarlo y canalizar esas imágenes que llegan sin avisar. ¿Debería pedirle un consejo a
Sofia? Mil preguntas me agobian pero me esfuerzo por seguir concentrada mientras atiendo a
los clientes de Flower Power.

– ¿Qué opina si ponemos una mezcla de claveles?

Volteo a ver a la mujer de edad avanzada que me mira molesta. Tengo una veintena de flores
en mis manos, listas para colocarse en el arreglo.

– Si no es muy caro…

Voltea rápido los ojos para evitar mi mirada. Puedo darme cuenta, por su aspecto, que no
tiene mucho dinero. El desgaste de sus zapatos y los codos raspados de su chaqueta de lana no
deja mucho espacio a la duda. Le dirijo una gran sonrisa a pesar de que siento que me va a
explotar la cabeza.

– Puedo hacerle un arreglo hermoso por cinco dólares.

– Eso sería perfecto– suspira mi clienta, tranquila–.

– ¡Entonces deje que la experta se encargue!

Dentro de un rato, pondré de mi bolsillo la diferencia del precio en la caja, incluso si yo


tampoco tengo millones de dólares en el banco. Mi paga es suficiente y me basta para todo lo
necesario. No necesito gran cosa. Después de algunas maniobras, logro darle una apariencia
campestre a mi ramo, adornado con algunas hojas decorativas. La señora parece estar
encantada.

– ¡Magnífico!

Cuando extiende la mano para acariciar los pétalos, frota mi brazo y, justo cuando nuestra piel
entra en contacto, se nubla mi vista. La boutique de flores desaparece, dejando lugar a… un
granero. ¡Es una nueva visión! Puedo distinguir claramente techos altos con agujeros que
tienen sólo una ventana redonda, como el ojo de buey. Estoy completamente aislada del
mundo, protegida en esta sala que no conozco, cerca de un piano muy polvoso, medio tapado
por un cobertor.

– ¿Señorita? ¿Todo bien?

Me quedo mirando a la nada. Un anciano desconocido entra en mi campo de visión para


levantar una tabla delgada del suelo… y mete allí un cofre de madera. Cuando levanta la tapa,
percibo pequeños lingotes de oro. Los esconde bajo el entarimado, antes de jalar una alfombra
de un color rojo desgastado por encima.

– ¿Alguna persona de su familia compró oro? – la interrogo con una voz un poco lejana–.

– Ehhh, sí, claro… Mi marido tenía algunos lingotes.

– Y están escondidos, ¿verdad?

Sigo mirando el granero y presiono la mano de mi clienta. Es como si estuviera al mismo


tiempo en el granero y en la boutique.

– Ehhh, sí… ¿Pero cómo lo sabe? Stephen los escondió pero murió hace tres años antes de
poder decirme dónde estaba el escondite.

– Están en el granero, en un cofre.

– Es imposible… Busqué en todas partes después de su muerte.

– Debajo de su alfombra roja, junto al piano, hay una lámina de madera que se mueve.
¡Levántela y encontrará el oro!

Mi flash se detiene, dejándome agotada. ¿Acaso mis poderes están creciendo,


desarrollándose? Por segunda vez tengo una visión del pasado. Al parecer, ahora puedo
recorrer todo el tiempo. Un poco desconcertada, cruzo los ojos sorprendidos de mi clienta.
Parece estar estupefacta bajo la lana desgastada de su sombrero de campana.

– ¿Cómo puede saber todo esto?

– Yo… tengo una intuición.

Le sonrío rezando para ser vagamente convincente a pesar de mi evasiva.

– ¿Usted es una especie de clarividente?

– ¡Oh no, no!

Miento con vehemencia y le doy su ramo. Mi compradora me estrecha la mano, mirándome


dudosamente, un poco incrédula. Creo que piensa que soy extraña… Luego sale rápidamente
de la boutique, sin voltear atrás. Al menos sus problemas de dinero se acabaron. Yo me siento
mejor. Es como si me hubiera hecho más ligera. ¿No acabo de hacer una buena acción gracias
a mis poderes? Mi don ya no sólo se manifiesta para prevenir un peligro o develar la
naturaleza malvada de algunas personas. También puedo ayudar a alguien, cambiar las cosas.

Acabo de inventar la benevolencia de la clarividencia.

Sonrío a pesar del dolor de cabeza. Mis visiones son numerosas y cada vez más repetitivas.
Quizá debería sentir miedo pero tengo la impresión de que la maldición familiar se aleja de mí,
retrocediendo con la marea. No tengo por qué parecerme a mi abuela y estafar a las personas,
aunque haya heredado su talento oculto. Puedo ser yo misma, simplemente.
5. In the dark

Se me hace tarde, tarde, muy tarde. Antes de caer en una madriguera de conejos, empujo con
una mano la puerta de cristal del restaurante donde tengo cita con mi madre. Obviamente,
ella ya está esperando en la mesa, cerca de la ventana abierta, en una avenida del Financial
District. Johanna Robinson es la puntualidad en persona. En cuanto a mí, suelo llegar
frecuentemente, muy frecuentemente mea culpa tarde.

– Hola, mamá…

Me acerco para darle un beso rápido en la mejilla. La última vez que nos vimos, no quedamos
en buenos términos al despedirnos debido a mis incesantes preguntas acerca de Christina.
Tengo un poco de miedo de que este nuevo encuentro también termine mal pues también
planeo hacerle muchas preguntas.

Bajo mi propio riesgo y responsabilidad.

– Temí que ya no vinieras– declara mi madre–.

– ¿Aún estás molesta?

– No.

– Basta, mamá. Puedo verlo en tu pequeña arruga de puma en el entrecejo.

Al fin esboza una verdadera sonrisa y, mientras me siento frente a ella y tomo el menú de
papel plastificado, ella toca la fina línea de la edad entre sus cejas.

– La mía es más bien una arruga de león, querida.

– ¿Estás segura? – me sorprendo– Porque a mí me hace pensar en un puma.

Mi madre me envuelve con una mirada prolongada, mientras detalla mi vestido hindú con
cuello en V y de mangas cortas. Sus rayas blancas, rojas y azules realzan mi melena cobriza
donde puse lindas plumas negras. La sonrisa de mi madre se alarga.

– ¿Por qué es imposible seguir enojada contigo después de cinco minutos?

– Porque soy irresistible, mamita hermosa.

– ¿Acaso estás intentando manipularme?

– Sí, claro. ¿Está funcionando?

Empieza a reír –creo que esto es una buena señal– mientras yo parpadeo con cara de
inocencia. Nuestra relación es bastante caótica en este momento. Normalmente, somos muy
cómplices pero a partir de mis ganas de escarbar en el pasado, siento que pongo en peligro
nuestro lazo. Justo en este momento, el mesero nos ofrece una feliz distracción. Yo ordeno un
carpaccio de verduras y un pan de harina de castañas. Mi madre me lanza una mirada de
desaprobación. Muere de ganas de decirme herbívora pero se contiene. Sin duda, siente que
debe tener mucho cuidado también. En cuanto a mí, prefiero esperar al final de la comida
antes de empezar con mis preguntas incómodas. Empiezo hasta que llegan los postres:

– Investigué un poco acerca de las estafas de Christina…

Listo. Ya lo dije.

Mi madre no contesta. Sigue picando con la cuchara su copa de helado. Hasta parece que no
me escuchó. Necesito compartir mis descubrimientos acerca del tema de mi abuela. Esta
historia me perturba. ¿Cómo una mujer, que primero describen como generosa y altruista,
pudo terminar estafando, ruinando y provocando el suicidio de un hombre como Alexander
Llyod? Le digo a mi madre que cada vez está más concentrada en su postre:

– Es extraño, ¿no lo crees? Siento que el fin de su vida no cuadra con el resto. ¿Qué opinas?

Silencio. Mi madre degusta tranquilamente su helado. Luego deja su cuchara sobre el mantel.

Esto no huele bien… nada bien.

– ¿Qué te pasa, Hope?

– ¿A mí? Nada…

Todavía no le he mencionado mis visiones. No lo entendería. Ni siquiera me creería o quizá se


enojaría conmigo. Temo que pueda compararme con Christina, que me confunda con ella si le
confieso nuestro inexplicable punto en común. Este parecido también me aterra, para ser
honesta. Es la razón por la que hurgo tanto en el pasado.

– ¡Christina! ¡Christina! – exclama mi madre, agresivamente– ¡Sólo tienes ese nombre en la


boca!

– ¿Por qué te enojas tanto cuando hablamos de ella?

– ¡Oh, pero no estoy enojada! Es solo que me siento… traicionada.

Desconcertada, no encuentro nada que contestar. ¿Yo? ¿Traicionar a mi madre?

– No te reconozco. Sabes cuánto me hizo sufrir esa mujer y cómo me arruinó la vida. Y tú te
diviertes enterrando más el cuchillo en la herida.

– ¡Claro que no! No quiero lastimarte…

– ¡Pues lo estás haciendo!

– Necesito conocer mi pasado. Mi familia se resume en ti, mamá. Tengo veinte años y no sé
nada, absolutamente nada de mis ancestros. ¿Abuela? Te vuelves de plomo en cuanto
menciono su nombre. ¿Papá? A la menor alusión, te niegas rotundamente a contestar mis
llamadas durante quince días.
Mi madre se endereza y el mesero, que estaba a punto de recoger nuestra mesa, da
prudentemente media vuelta. Un ambiente tenso reina en este lugar del restaurante, como si
una nube gris se acumulara sobre nuestra cabeza.

– ¿Y qué tiene que ver Clive aquí?

– ¡Es mi padre, mamá! No sé casi nada de él además de su nombre. ¿No crees que es normal
que te haga preguntas?

– ¡No! ¡Creo que esto es muy cruel para mí!

Ella me fusila con la mirada.

– Te eduqué sola, Hope. Sin ayuda de nadie y mucho menos de ese tipo.

– Nunca he dicho lo contrario y tampoco pretendo amar a ese hombre. Solo me gustaría tener
raíces, como todos. Saber de dónde vengo…

Sólo para saber a dónde voy.

– ¡Qué tontería! – interrumpe mi madre, determinante–.

Se está cerrando. En este momento ya es casi imposible poder sacar cualquier información de
ella. Me siento terriblemente mal cuando nuestra entrevista se vuelve un desastre, ¡una
catástrofe!

– Mamá, por favor…

– Ya no te reconozco.

– ¿Por qué no quieres decirme nada de mi padre? Sólo me gustaría saber qué fue de él y
donde vive ahora…

Al igual que en el encuentro anterior, mi madre se levanta, raspando los pies en su silla,
volviendo a hacer la misma escena con un enojo aún peor. Toma su bolso y al mismo tiempo
su ligero impermeable.

– Ese desgraciado nos abandonó a las dos, no sólo a mí, su compañera, a ti también, su hija.
¿En verdad tienes ganas de conocer a un tipo como él?

– Quiero entender por qué se fue.

Johanna sacude la cabeza:

– Créeme, Hope, no te quedarán ganas de conocer la verdad.

***

Mi abuela, mi padre… todo se revuelve en mi mente. Por las primeras horas de la tarde, me
encuentro frente a la boutique de Sofia Morales. A pesar de que tengo migraña por enésima
vez, espero el regreso de la vidente frente a la puerta cerrada. Primero le llamé por teléfono
para decirle que vendría. Quiero obtener información y Sofia me dijo que estaba dotada de
poderes inmensos. ¿Por qué no explotarlos? Si puede ver el futuro, si es capaz de entrar en
contacto con los espíritus de los muertos, no se sentiría aterrada por hacer una pequeña
búsqueda más.

– ¡Hope!

Caminando por la calle después de una comida al aire libre, Sofia se acerca a mí, sonriente. Se
ve tan hermosa como en mis recuerdos, con su melena obscura y sus ojos de borrego. Hoy trae
puesto una túnica larga de seda azul turquesa que debe haberle costado una fortuna.

– Estoy tan contenta de verla– me asegura dándome un beso en la mejilla–.

– Gracias por recibirme entre dos citas.

– ¡No es nada! Usted es la nieta de Christina. Es un poco como si fuera parte de la familia.

Girando la llave en dos cerraduras, abre la puerta y desaparece frente a mí. Dentro hay un
perfume de benjuí que flota en el aire y me tranquiliza. También me doy cuenta de que hay
más objetos en este lugar: una colección de cartas postales consagradas a los ángeles de la
guardia y algunos péndulos de diferentes tamaños, expuestos en la vitrina. Esta es una
verdadera cueva de Ali Baba.

– No sabía a quién dirigirme– confieso, nerviosa–.

– Entonces así sin más, ¿quiere encontrar a su padre?

Su voz es cálida y segura. Asiento con la cabeza a pesar de mi incomodidad, invadida de


sentimientos contradictorios. Siento como si estuviera traicionando a mi madre. Detesto esto
pero ¿no tengo derecho de conocer al hombre que me dio la vida? Ya resumí la situación a
Sofia por teléfono.

– Sí, pero no tengo ninguna pista. En realidad no sé nada de él, sólo que se llama Clive Harper.

Sofia asiente mientras quita la mascada vaporosa que cubre su cuello, colgándola en un
perchero clavado en la puerta lateral. Yo me quedo frente al mostrador donde hay un montón
de folletos que elogian los méritos de un naturópata o los efectos milagrosos de la
hipnoterapia.

– ¿Tiene lo que le pedí? – me interroga–.

– Espero que sea suficiente…

Meto una mano dentro de mi bolso y logro sacar de mi desorden un viejo reloj bastante
maltratado. No se ve muy bien con su correa de cuero barata pero se lo doy a Sofia como si
fuera una reliquia.

– ¿Este reloj era suyo?


– Sí, era de mi padre. Es la única cosa que conservo de él. Mamá tiró el resto de sus cosas
cuando se fue.

Yo diría más bien que se dio gusto (o se sintió triste) haciéndolo, pero prefiero evitar
mencionar algunos detalles. Vuelvo a recordarla vaciando el armario de Clive y colocando sus
camisas en una gran bolsa antes de lanzarlas al contenedor de basura situado en la parte
trasera de nuestro edificio.

– Perfecto– me asegura Sofía–.

– ¿En verdad piensa poder localizarlo gracias a este objeto?

– Claro… no es la primera vez que lo hago. Frecuentemente me piden que encuentre a


familiares desaparecidos. Si su padre aún está vivo, lo encontraré.

– Usted tiene un don excepcional.

– Pero usted también podría lograrlo. Sólo tendría que practicar un poco…

Me quedo atónita, sorprendida por su comentario. ¿Yo? ¿Practicando para ser médium? Con
estas palabras, el rostro de Christina me viene a la mente, como una alarma. No tengo ganas
de acabar como ella, de involucrarme en este camino peligroso.

– No sé cómo agradecerle, Sofia.

– No hace falta. Lo hago con gusto…

Le doy un beso en la mejilla después de echar un vistazo a su reloj. Si esto sigue así, llegaré
tarde para abrir Flower Power. Mi pausa para comer ya casi se termina pero, cuando estoy a
punto de salir, Sofia se aclara ruidosamente la garganta.

– ¿No olvida algo, Hope?

Doy la vuelta y la miro, sin entender.

– Lamento pedirle esto pero esta investigación me tomará un buen tiempo y me exige mucha
energía astronómica…

– Oh…

– Preferiría que me pagara de una vez el precio de esta misión.

– ¡Sí, claro! ¡No sé en qué estaba pensando!

Regreso a ella y saco mi tarjeta de crédito de mi bolso de mano y Sofia toma de inmediato una
terminal como se hace en cualquier tienda.

– Serán dos mil dólares– me anuncia la vidente con un tono tranquilo– Le estoy dando precio
preferencial.

¡¿Perdón?!
– ¿Dos mil dólares? – repito con la boca seca–.

Y sin aire, ni latidos del corazón.

– Si le parece que es muy caro…

– No, no dije eso…

Que me den electroshocks, por favor.

Meto mi tarjeta en la hendidura. Voy a derrochar todo mi dinero con esto. En ningún
momento pensé que me pediría dinero – ¡y mucho menos tanto! – Creí que iba a ayudarme,
no a vaciar mi cuenta bancaria… Por un instante no puedo evitar pensar en las estafas de mi
abuela al final de su vida. Esto me hace sentir incómoda. Siento que Sofia se aprovecha de mi
desesperación pero intento olvidar esta idea. De todos modos quiero encontrar a mi padre. Lo
necesito. Después de todo, ¿qué estaba esperando? Sofia es una de las videntes más
solicitadas y cotizadas de la ciudad, y sus tarifas van acorde a su reputación. Esta es una
manera de confirmar que sus poderes son verdaderos. Aunque de todos modos no me siento
tan bien.

– Encontraré a su padre, Hope– me recuerda Sofia– Esto vale la pena, créame.

Eso espero.

***

Al final de la tarde, cumplo la promesa que le hice a David y voy a su consultorio médico, pero
ahora como su paciente.

– ¿Jugaremos al doctor? – le pregunto, maliciosamente–.

Por un instante percibo una ligera sonrisa en sus labios, incluso si la oculta de inmediato y me
regaña severamente. Trae puesto un pantalón negro y una camisa blanca que me provoca
calor en todos lados.

– ¡Esta visita es seria, Hope! – se indigna con su voz grave– Es una cuestión de salud.

Bajo la mordedura de sus ojos transparentes, me coloco en mi asiento. No tengo ganas de


hacer enojar al impresionante doctor Wagner, lo que le provoca sonreír de nuevo, tan
discretamente como al inicio. Y, cuando me hace una señal, me siento frente al clásico letrero
con números y letras que hay que descifrar. Es algo que hago fácilmente pero, para mi gran
sorpresa, el examen continúa. Pronto, David deja de hablar por completo mientras examina mi
retina con la ayuda de enormes aparatos que parecen salidos de la película de Matrix.

– ¿Todo está bien?

– Mira el punto rojo, por favor– me responde–.


Tengo la barbilla recargada sobre una especie de base mientras miro un par de binoculares
futuristas. Después de varios intentos, mi ojos empiezan a llorar. En mi opinión, sufro una
severa conjuntivitis.

– ¿Cómo se llama este aparato?

– Refractómetro.

Breve silencio. O más bien, largo, largo silencio.

– ¿Ves algo? – le pregunto– Claro, sin juego de palabras…

David ni siquiera sonríe del otro lado del aparato. No puedo leer ninguna expresión en su
rostro cuando se levanta de su asiento. Su expresión es impasible. Volvió a ponerse su máscara
fría y distante. Sólo puedo ver que frunce ligeramente el ceño cuando se dirige hacia el
biomicroscopio –para hablar con términos exactos–.

– ¿Todo bien, David?

No hay respuesta. Creo que empiezo a sentir miedo. Al fin levanta la cabeza hacia mí,
profesionalmente pero tenso.

– Espera un minuto. Regreso de inmediato…

Sin más explicaciones, sale de su consultorio. Aprovecho esto para ir a su oficina que está a un
lado. Para matar el tiempo, examino sus numerosos diplomas colgados en la pared, sin
mencionar los premios de Medicina que ha recibido a lo largo de su carrera. Al menos sé que
estoy en buenas manos. David es un genio, probablemente el mejor en su medio. Paso un
dedo por el marco y dejo una pequeña marca. Tomo la tela de mi vestido para intentar
limpiarla cuando la puerta se abre detrás de mí.

– ¡No hice nada! – miento de inmediato, escondiendo las manos en la espalda–.

David no se preocupa. De hecho no le presta atención a mi juego.

– Tengo los resultados.

Oh.

Regreso a sentarme en un sillón pero él no regresa a su escritorio. Prefiere quedarse a mi lado,


con unos papeles en la mano, y una expresión muy seria. Algo está mal. Lo sé antes de que
pueda abrir la boca, tan solo con ver su mirada preocupada sobre mí.

– ¿Es grave?

Pone una mano sobre las mías, cruzadas sobre mis muslos y se arrodilla frente a mí para que
nuestros ojos estén a la misma altura.

– Tienes una degeneración de retina muy rara, sobre todo para una paciente tan joven.
– ¿Una… qué?

¿En qué lengua me está hablando?

David presiona mis dedos, rodeándome con su palma cálida como si quisiera apoyarme y
ayudarme a asimilar la noticia. Después del miedo difuso viene el pánico, hasta que me aferro
a sus ojos azul pálido.

– ¿Qué tengo exactamente?

– Hope, te estás quedando ciega.


6. Acorralada

Ciega. Me estoy quedando ciega. La palabra se repite en mi cabeza como si fuera un disco
rayado. ¿Cómo pude ignorar una enfermedad tan grave y tratar con indiferencia todos estos
deslumbramientos? ¡Si tan sólo no me estresara tanto frente a las batas blancas! Hoy estoy
pagando caro el precio de mi descuido. Ignoré los síntomas durante semanas convenciéndome
de que se trataba de una secuela de mis visiones. No es nada grave. ¿Y qué resultó? Estoy
perdiendo la vista.

Recostada sobre mi cama del hospital, trato de guardar la calma. Energía positiva, energía
positiva. Me niego a entregarme al miedo, incluso si un gran nudo aprieta mi estómago,
incluso si una bola de angustia obstruye mi garganta. Deslizo mi amuleto debajo de mi
almohada: un trébol de cuatro hojas atrapado en el ámbar. Espero que esto ayude a mi
recuperación dentro de la clínica Saint-Peters. Ya que, dos días después del anuncio del
diagnóstico, David me encontró en una habitación de urgencias dentro de su establecimiento.

David.

Mi corazón se emociona. Él ha sido extraordinario en el transcurso de estas últimas cuarenta y


ocho horas. Sólido como una roca. Fuerte, tranquilizador y responsable. Tal vez me hubiera
derrumbado si él no se hubiera hecho cargo de la situación. Incluso no tuve tiempo de titubear
ni de negarme… él ya había programado mi operación. Desde luego, ésta sólo tiene el 30% de
tener éxito. Digamos que las estadísticas están un poco, ligeramente, un tantito contra mí.
¡Afortunadamente, siempre fui mala para los números!

– ¡Mira lo que te traje!

Levanto de inmediato la cabeza y descubro a Gregory a un paso de la puerta. Desde el


principio de mi hospitalización, el me tutea como a una amiga. Echando un vistazo de derecha
a izquierda, se asegura de que no haya nadie en el pasillo. Y con las manos escondidas en la
espalda, entra a la habitación. Le noto una cara de conspirador mientras cierra la puerta…
antes de levantar dos bolsas de plástico con el logotipo de un restaurante vegetariano.

– ¡Abastecimiento! –me anuncia-.

– Gregory… ¡Bendito seas! ¡Quemaré un cirio por ti junto al que bailaré totalmente desnuda a
la luz de la luna llena en los bosques!

– ¡Wow! Ninguna mujer me había dicho eso antes…

Mientras que se muere de risa, me levanto de mi cama. No por el hecho de que mi vista siga
deteriorándose al punto de ver casi borroso, quiere decir que perdí mi legendaria energía. Al
contrario, me siento como un animal enjaulado. ¡Y eso que apenas llevo un día hospitalizada!
Me hubiera gustado cerrar la puerta para que nadie nos moleste, pero no hay ningún cerrojo
en la habitación de los pacientes debido a los casos de emergencia.
– ¡Y ahora, muéstrame tu provisión!

– ¡Tengo de la buena, ya verás…! –replica el irreverente doctor-.

¡Como diría un traficante y su cliente!

Entre risas ahogadas e intentando no alertar a la enfermera en jefe; quien es muy devota a sus
pacientes pero un verdadero cancerbero, empujo la mesita con ruedas donde descansan los
restos de mi comida anterior. A penas mordisqueé tres hojas de lechuga. No es que la comida
sea mala, sobre todo en un establecimiento de esta calidad, sino que el cocinero no sirve un
menú vegetariano.

– ¡Un panecillo vegano!

– También encontré crepas de leche de almendra. No sabía que eso existiera.

– ¡Oh! ¡Una ensalada de soya!

Clavo alegremente mi tenedor en el primer platillo. Sentada en la orilla del colchón, me como
rápidamente las semillas de girasol y de calabaza.

– Tal vez debería esconder la planta… –bromea Gregory escondiendo el ficus que se encuentra
delante de la ventana-.

Me muero de risa.

– ¡Tranquilo! Gracias a ti ella no tiene nada que temer.

– Entonces, al menos explícame cómo consigues tragar esos horrores. ¿Nunca tienes ganas de
un bistec sangriento?

– Sí… pero a eso le llamo un impulso asesino.

El doctor se ríe a carcajadas. Luego se pone junto a mí… sin picar para nada mi plato. Al
parecer, mi dieta no se le antoja en lo más mínimo. Pone solamente una mirada inquieta sobre
mí. Y de repente, la atmósfera se hace más grave y más tensa.

– ¿Cómo estás? –me pregunta con precaución-.

– Bien.

– ¿No tienes mucho miedo?

Bebo de un trago el agua de mi vaso, quizá para hacer tiempo. Porque una vez que pasó la
hermosa sorpresa, siento cómo la angustia me vuelve a subir en forma de grandes sofocos.
Gregory no me quita la vista de encima, atento.

– Estoy muerta de miedo. Tengo miedo de quedarme ciega.

Y añado, no sin ironía:

– ¡Eso sería el colmo para una chica que tiene visiones!¬


El doctor esboza una sonrisa, aunque no es tonto. Quizá porque mi expresión me delata.
Sobretodo mis ojos llenos de miedo. ¿Y si nunca volviera a ver? ¿Cómo vivir en un mundo de
tinieblas? No vería más el rostro de David. Eso fue lo primero que pensé cuando me dieron el
diagnóstico. No vería más esas pupilas translúcidas y apasionadas cuando hacemos el amor o
su sonrisa crispada cuando digo una barbaridad. Gregory pone una mano sobre mi hombro
mientras que yo dejo de comer, contrariada.

– David es el mejor cirujano ocular en el mundo.

– Este tipo de casos fracasan en un 70%.

– Hablamos de David. Y él nunca ha sido menos que excepcional. Créeme, le ha devuelto la


vista a pacientes en situaciones desesperadas.

Sus palabras me tranquilizan. Gregory se divierte en picar una de mis ensaladas antes de hacer
como si se asfixiara. Por supuesto, sus bromas funcionan. Sonrío a pesar de lo que siento, a
pesar de las nubes negras en mi cabeza.

– Ya en serio, todo va a salir bien, Hope.

– Confío en David. Pero me pregunto si esta enfermedad…

Me detengo, conteniendo un poco mi confesión.

– ¿Qué ibas a decir?

– Nada, te vas a burlar de mí.

– ¡Eso es lo que hago siempre! Vamos… dime qué te acongoja.

Sus ojos brillan, sinceros y gentiles. Es un buen hombre. Seductor y coqueto con las mujeres,
pero leal y generoso con sus amigos.

– Tengo la impresión de que esta enfermedad está ligada a mi poder. Como si mi vista se
debilitara a medida que llego a ver de otro modo, con mi sexto sentido más que con mis ojos.

Para mi gran alivio, no muere de risa a pesar de mi teoría tan personal y para nada científica.
Se contenta con asentir con la cabeza, meditando mis palabras.

– Es una hipótesis interesante. No te voy a esconder que siendo médico, encuentro otras
causas de la degeneración de tu retina… pero entiendo lo que quieres decir.

– Gracias.

Pongo una mano sobre la suya.

– Gracias por escucharme. Gracias de corazón.

– Sabes bien que estoy fascinado por tus visiones. Imposible dudar de ti después de lo que
supiste de antemano…

¡Wow! Me hace mucho bien escuchar eso.


– Personalmente, me encantaría tener poderes parecidos.

– No, te aseguro que no es tan divertido. A veces, preferiría no saber nada a tener que ver
todo lo malo que está por pasar.

– ¿Bromeas? Me bastaría con rozar a una chica para saber si me va a rechazar o no.

Me echo a reír ya con el corazón más liviano. De nuevo, Gregory llega para destensar la
atmósfera y a reventar esta gran burbuja de miedo que no para de inflarse con el paso de las
horas.

***

A la mañana siguiente, David se aísla conmigo en la habitación. Desde mi última comida, estoy
en ayunas para la operación, lo que no mejora mi humor. Mi estómago al igual que mis
músculos está hecho nudo de la angustia. Tengo la impresión de encontrarme al borde de un
trampolín, lista para saltar pero ignorando si hay agua en la piscina.

– ¿Cómo te sientes?

La voz de David no es más que un murmullo cuando se acerca a mí. Sus hombros anchos tiran
el tejido de su bata blanca revelando la amplitud de su espalda tan impresionante. Con dos
metros de altura, mi enamorado llena el espacio como si se apropiara de él. No puedo quitarle
la vista… como si lo viera por última vez.

Lo observo ávidamente, tratando de grabarme cada detalle: su boca fina, su nariz derecha y
regular, sus ojos penetrantes de un azul glacial, sus cejas eternamente fruncidas por su
concentración y su frente de pensador a veces marcada por una pequeña arruga de reflexión.
Todo en él emana inteligencia, gravedad, deducción… y pasión. Esta flama intensa y ardiente,
que él reprime bajo la armadura del autocontrol.

No quiero olvidarlo.

Quiero llevárlo conmigo… pase lo que pase.

– Tengo un poco de miedo…

Trato de minimizarlo. No quiero derrumbarme. Atravesando la habitación, David se acerca a


mí. Nuestros ojos no se separan, unidos por un hilo invisible. Y nuestras manos se rencuentran,
apresuradas. Cuando se sienta en la orilla de mi colchón, plegando su gran anchura de espalda
para adaptarse a la pequeña cama médica, enreda nuestros dedos. A su contacto, siempre
siento la misma descarga eléctrica.

– Es normal, Hope. ¿Quieres que te vuelva a explicar el desarrollo de la operación?

– No, estaré bien.

Muy profesional, mi doctor sexy ya me explicó con detalle todas las etapas del acto quirúrgico
que va a practicar en mí, específicamente con un láser. Renunciando a su jerga científica, me
resumió el proceso con gran claridad, sin esconderme los riesgos, pero sin aumentar mis
inquietudes. Una verdadera proeza. Descubriéndolo en su papel de médico, no pude evitar
admirar su humanidad, su calma y su confianza tranquila. Escogió muy bien su camino. David
está hecho para ayudar a otros y salvarles la vida.

Y ahora es mi turno. Es mi turno de ser salvada.

– En el fondo, creo que preferiría no saber –agrego con una sonrisa-. Quiero quedarme
dormida y ¡Puff! despertarme sana. Aquí entre nos, ¡Te toca arreglártelas para que todo salga
bien!

Él sonríe.

– Tu vista va a sanar, Hope.

– Lo sé.

Le creo porque es él. Porque si alguien es capaz de hacerlo es este hombre excepcional. Un
manto espeso sobre la habitación nos aprisiona. Nuestras manos no dejan de tocarse y de
acariciarse. Después, acercándose a mí, David atrapa los mechones cobrizos de mi cabello
detrás de mis orejas. No tengo permiso de usar una liga o un broche. Por otro lado, estoy
totalmente desnuda bajo mi bata verde, lista para ir al quirófano. Las grandes palmas de sus
manos envuelven mis mejillas mientras se sumerge en mi mirada.

– No perderás la vista. No lo permitiré. Tienes una mirada única en el mundo como para que se
apague.

Sonrío.

– Y unos ojos demasiado bellos.

Cuando pega su frente a la mía, la punta de nuestras narices se tocan. Siento también su
aliento fresco al menor de los susurros y su soplo a cada inspiración. Nos transformamos en
uno en la casi penumbra de la habitación, apenas alumbrada por el sol que se filtra entre las
laminillas de la persiana. Nuestra intimidad crece segundo a segundo. Esta prueba nos acerca
más. Sus ojos claros me examinan con intensidad, como si esperara que cediera. Degluto
difícilmente… y me echo entre sus brazos.

– ¡Me muero de miedo! ¡Tengo ganas de cancelar todo!

– No lo dudo.

Su voz tranquilizadora se pega como una curita sobre mi miedo y su mano acaricia mi espalda
de abajo hacia arriba, siguiendo el frágil camino de mi columna vertebral. Es tan estable y tan
sólido conmigo. Una roca en la tempestad. Exactamente lo que yo necesito en el centro de la
tormenta.

– ¿Quieres que te diga algo? –confieso con una risa que se parece de forma extraña a un
sollozo-. Hice mi maleta anoche y la escondí bajo mi cama.
David entierra sus labios en mis cabellos, abrazando mi sien con viveza, como si procurara
retenerme para después.

– Pero te quedaste, tomaste una buena decisión.

– Te juro que estaba a dos pasos de huir.

– ¿Qué es lo que te detuvo?

– Tú –respondo-.

Después de dudar un poco:

– Tú y Rosalie, preciso con un pequeño escalofrío de horror mientras pienso en la enfermera


del bigote, que sube constantemente a hacer guardia al final del pasillo.

La risa de David resuena contra mi oído, cosquilleando mi lóbulo y mi tímpano haciéndome


mucho bien.

– Sabía que teníamos razón en contratarla. Desde que ella entró a Saint-Peters, ningún
paciente se atreve a violar el reglamento.

Pronunciando estas palabras, me estrecha más contra él, al punto de hacer que me dolieran
los huesos, algo de lo que le estoy enormemente agradecida. Necesito que me estreche, que
me toque y que me recuerde que estoy viva.

– Todo va a estar bien –murmura-.

– Mientras que estés aquí…

Y aún entre sus brazos, no puedo evitar añadir:

– Yo…

– ¿Si?

– ¿Puedo llevar mi amuleto al quirófano?

– ¡Hope! –exclama David, mitad agobiado, mitad divertido-.

– ¿Qué? No puedes reprocharme que lo intente…

***

Menos de dos horas más tarde, estoy recostada en la fría mesa de la sala de operaciones. No
estoy muy tranquila, y verdaderamente extraño mi trébol. Desgraciadamente, los objetos de
ese tipo están prohibidos en el quirófano, para garantizar que el lugar esté esterilizado. ¡Qué
lástima! Me habría caído bien llevarme un kilo de amuletos en los bolsillos de mi bata.
Recostada sobre mi espalda, entrecierro los ojos, incómoda por la lámpara colocada encima de
mí.
– Siempre soñé con estar bajo los reflectores –le digo al anestesista-.

Con la edad de unos cuarenta años, la figura redonda y simpática, el especialista sonríe.

– ¡Entonces regocíjese, señorita Robinson! Es la estrella del día.

Con gran esfuerzo sonrío. Trato de mantenerme positiva mientras que del otro lado de la
habitación dos enfermeras ayudan a David a colocarse sus guantes de plástico. Ya tiene puesto
su cofia, sin un cabello que escape de ahí. Respiro con calma, fiel a mis técnicas de relajación,
incluso si no es fácil dentro de esta sala llena de azulejos blancos y cargada de instrumentos de
tortura.

– ¿Están seguros de que no forman parte de la inquisición? –pregunto inquieta dando un


vistazo en dirección a las pinzas y otros artefactos expuestos en la bandeja al lado de mi
cabeza-.

Las risas resuenan. Por lo menos pongo ambiente. David se acerca a mí en el momento en el
que el anestesista prepara las grandes garrafas.

– Si tan sólo todos nuestros pacientes fueran como usted –me dice una enfermera auxiliar
mientras me guiña un ojo-.

Le devuelvo la sonrisa, cegada por la bombilla de encima de mí. Durante este tiempo, David
revisa las máquinas que registran mis funciones vitales. Mi corazón golpea con gran fuerza mi
pecho; como lo demuestra la línea verde del electrocardiograma. Traicionada por la
tecnología. Estoy muerta de miedo. Tengo escalofríos. Un miedo encabronado. Cuando el
anestesista levanta una máscara de plástico…

– ¿Lista para un sueñito?

– ¿No me van a inyectar?

– ¿Por qué? ¿Lo preferirías? –me dice David, malicioso-.

Le saco la lengua… aunque esté endemoniadamente guapo en su uniforme de cirujano. Está


como pez en el agua. Y el hombre encargado de dormirme concluye:

– ¡Las inyecciones son cosa del 2006 ! Estamos en el 2016, señorita Robinson. Hay que
modernizarse.

Con una última sonrisita tranquilizadora, pone la máscara sobre mi cara y comienza a difundir
su gas sin que yo sienta nada. No detecto el menor olor. Durante un instante, hasta tengo
miedo de que esto no funcione. ¿Y si me quedara despierta? ¿Si presenciara todo? ¡Qué
horror! David se inclina hacia mí, supervisando las intervenciones. Acaricia mi frente,
protector. Mis párpados, comienzan a cerrarse solos.

Cuando de repente… imágenes. O más bien, sonidos. Pero no tienen ninguna relación con la
realidad, la cual se borra bajo el efecto de la anestesia. Escucho una puerta abrirse con un
rechinido. Luego ruidos de pasos. Intento reabrir los ojos pero mis pestañas están pegadas,
soldadas. Y me doy cuenta de que: ¡Es una visión! ¡Una nueva premonición! Esta vez, sin
embargo no tengo imágenes desfilando delante de mí. Siento solamente unas manos
alrededor de mi cuello, aprisionando mi tráquea… ¡Y aprieta, y aprieta, y aprieta!

¡Auxilio!

Auxilio, ¡Me sofoco! ¡No puedo respirar! ¡Alguien me está estrangulando! ¡Alguien me quiere
matar! Trato de levantar una mano para llamar a David, para prevenir a las enfermeras. Pero
no tengo éxito. Mis dedos tiemblan sobre la mesa de operaciones. Una persona va a atentar
contra mi vida. Estoy en peligro. Luego todo se apaga, en lo alto como si de repente hubieran
bajado la cortina. Entonces, me deslizo hacia la oscuridad total, hacia el silencio absoluto.

Dormida.
7. Sola en la noche

Oscuridad. Por doquier oscuridad. Un mar de tinieblas, un océano de sombras. Mi corazón


golpea fuertemente en el momento en el que emerjo lentamente de los humos del sueño. ¿En
dónde estoy? ¿Qué sucedió? Necesito un largo minuto para aclarar mis pensamientos. Cuando
por fin, los recuerdos vuelven a mí: la mesa de operaciones, el equipo médico, mi doctor sexy
inclinado sobre mí y mi visión, esta horrible premonición. A causa de este pensamiento abro la
boca para respirar, como si durante mucho tiempo me hubiese hecho falta respirar. Al menos
estoy viva.

¡Siempre es bueno saberlo!

¿Y mis ojos? ¿Qué le sucedió a mis ojos? ¿Me quedé…? No me atrevo a terminar la frase, a ir al
final de mis pensamientos. Tengo demasiado miedo. Acostada sobre mi cama médica
comienzo a agitarme, a recuperar mis facultades. Me debato contra la torpeza que anestesia
todos mis músculos y trato de levantarme. No veo nada, nada de nada. Con un gemido, me
siento y me deshago de las sábanas, presa de un terror creciente. Y toco mi rostro, cubierto de
vendas.

- No…, -digo, con la boca seca-.

No quiero quedarme en la oscuridad hasta el fin de mis días. Trato de arrancarme el grueso
vendaje frente a mis ojos. Necesito saber. Enseguida. Cuando de repente, un contacto muy
suave. Muy suave… y muy firme. Dos grandes manos se posan sobre las mías, cálidas,
envolventes. Unas manos que reconocería entre todas, incluso desde el fondo de la noche,
incluso privada de la vista. Es suficiente que me toque para que lo sepa. Es él. Es David.

- Cuidado, Hope…

Su voz tranquila. Su manera de pronunciar mi nombre. La presión de sus manos sobre las mías.
Mi corazón se expande en mi pecho cuando adivino su presencia cercana en el cuarto. Me
refugio en mi oído, en mi tacto, en mi olfato; como si estos otros tres sentidos se hubieran
exacerbado. Aspiro el perfume ambarino de David, inclinado sobre mí. Percibo su amplia
envergadura al lado de la cama antes de que se siente sobre el borde del colchón. Invade mi
espacio con su presencia, sin soltar mis dedos ni por un segundo.

- No debes tocar tus vendas.

- David…

Después del susto de la operación me lanzo a sus brazos. O mejor dicho, él viene a mi
encuentro, tomándome contra él antes de que yo me abata contra su pecho (o al lado…). Bajo
mi mejilla adivino la tela un poco rugosa de su bata blanca. Luego sus labios posados en mis
cabellos. Ya no soy más que una bola de sensaciones.

- Aquí estoy. No va a pasarte nada.


Hunde entonces su boca en mi larga crin pelirroja, apretándome más fuerte. Sus brazos se han
cerrado alrededor de mí, como una prensa de calor de la que nunca quisiera escaparme. En
ese capullo, el miedo comienza a ceder. Ya que en el fondo de mí, estoy aterrorizada por la
situación.

- ¿Acaso…?

No necesito terminar mi frase. David comprende, a pesar de mis labios pegados a su hombro.
Inclinando la cabeza hacia mí, pone su mejilla contra la mía. Estamos completamente soldados,
pegados el uno al otro. Y es todavía más intenso, más visceral que la entrega de dos amantes.

- ¿La operación salió bien? –termina mi pregunta-. Sí, muy bien.

Adivino su sonrisa. Ignoro cómo pero lo sé. Tal vez a causa de un pequeño sonido que produce
cuando dobla los labios. Tal vez a causa de nuestra conexión, aún más evidente en las tinieblas
en las que me debato. Todo parece multiplicado por diez en este mundo ciego, incluso mis
sentimientos por él. De repente, él es todo. Tal vez esta terrible noche que me es impuesta
sólo lo revele.

- No me digas que dudaste de mí…, -se divierte-.

- Ni un solo segundo.

- ¡Mentirosa!

- Bueno, de acuerdo… confieso que tuve un poco de miedo.

Logra hacerme sonreír a pesar de mi situación. Con los brazos anudados alrededor de su torso,
me oprimo contra él, como si quisiera entrar en él. Al pasar una mano entre sus cabellos, David
me produce escalofríos. No puedo anticipar sus movimientos antes de que los esboce. Es una
sensación extraña. Me siento al mismo tiempo sin defensa, vulnerable y… segura. Tiene razón.
Nada me puede suceder estando a su lado.

- Sólo hubo una pequeña complicación, -retoma con su seria voz de médico.

- Entonces, ¿acaso…?

Trago saliva con dificultad, con las palabras atoradas en mi tráquea

- ¿Estoy curada?

Escucho a David tomar una gran bocanada de aire y mi estómago se anuda de nuevo.

- Tenemos que esperar algunos días antes de afirmar nada. No lo sabremos hasta el momento
en el que quitemos tus vendas. En principio, tus posibilidades son excelentes, Hope. A
condición de que no te quites el vendaje bajo ningún pretexto.

- ¿Por qué?

- Exponerte a la luz podría deteriorar tu retina, que necesita tiempo para cicatrizar.
Asiento con la cabeza.

- Ciega por algunos días para no terminar siéndolo toda la vida, -resumo con una sonrisa
crispada-.

- Así es, más o menos.

Por una vez en mi vida seré obediente. Me quedo en los brazos de David saboreando su
cercanía. Ignoro desde hace cuánto tiempo está cerca de mí, a mi lado. Sin embargo otros
pacientes deben estarlo esperando. ¿Tal vez su guardia haya terminado? En ese caso, debería
estar en su casa, descansando después de esas interminables horas en vela e intervenciones.
Pero no… eligió quedarse conmigo. Lo que me conmueve profundamente.

- Hope…

Sus labios están pegados a mi oreja. Su aliento cosquillea mi tímpano, como una caricia.

- Yo…

Duda. El Sr. Autocontrol, siempre tan directo, parece luchar para encontrar sus palabras. ¿Qué
sucede? Entrelazados en la cama, permanecemos en silencio algunos instantes mientras la
atmósfera cambia a nuestro alrededor. Mis dedos se crispan sobre su bata.

- Estoy…

No lo logra. Él, tan confiado, tan seguro de sí mismo, parece perdido.

- ¿Tú…? –digo para animarlo-.

¡Cómo me gustaría ver su expresión en este instante! Pero debo contentarme con mi
imaginación, que adorna sus ojos translúcidos con una sombra, de un resplandor incierto. Su
lengua tropieza una vez más.

- Yo… De hecho…

¿Qué puede ser tan difícil de decir?

- Te amo, Hope.

Mi corazón deja de latir, tampoco respiro. Afortunadamente es médico… ya que esto es una
muerte clínica. ¿Escuché bien? Por un instante, tengo la impresión de que mis oídos desvarían
tanto como mi vista. Poniendo mis manos sobre sus hombros, retrocedo un poco, como si
pudiera mirarlo de frente.

- ¿Qué es lo que… qué es lo que acabas de decir?

- Estoy enamorado de ti, Hope.

Silencio.

- Te amo a tal punto que no lo puedes imaginar. Cuando estabas en la plancha de operaciones,
entre mis manos… nunca tuve tanto miedo en mi vida. Es la primera vez que sentía tanta
presión, incluso si he llevado a cabo operaciones aún más difíciles, casi imposibles. Porque eras
tú. Porque quería salvarte, más que nada, más que a nadie en este mundo.

Ni siquiera puedo hablar. Ciega y muda. ¡No puede ser!

- En unas semanas te has convertido en el centro de mi existencia, Hope. O el corazón. Trajiste


una explosión de vida, de luz, de colores a mi reducido mundo en blanco y negro, siempre tan
ordenado. Al principio, tuve la impresión de que un huracán arrasaba mi vida cotidiana. Y
luego, me gustó encontrarme en el ojo del ciclón.

Sonrío débilmente.

- No debes hacerme llorar, - le recuerdo con una voz quebrada-. Sería malo para mis ojos.

Él también sonríe, estoy segura. Y de repente, siento sus dos manos sobre mi cara. Entre las
palmas de sus manos, toma mi rostro. Tiemblo de los pies a la cabeza, sentada sobre mi cama,
en medio de las sábanas arrugadas. Estamos solos en el mundo, solos en este cuarto, solos en
la oscuridad. Nada existe en el mundo aparte de nosotros… y de sus palabras.

- Toda mi vida seguí muchas reglas para construirme un mundo estable, sin altibajos, sin
riesgos… pero sin sabor. No me daba cuenta de eso. Creo que solamente quería evitar sufrir
como lo hice en mi niñez, después de la muerte de mi madre.

- Oh, David…

Su dedo pulgar pasa sobre mi boca, estirando mis labios con sensualidad.

- No era ni feliz ni desdichado. Amaba profundamente mi trabajo al que me entregaba en


cuerpo y alma… pero pasaba de largo en todo lo demás. Y luego llegaste tú, -agrega en voz
baja-. Cambiaste todo, Hope. Contigo, todo se ha vuelto tan imprevisible, tan sorprendente,
tan… mágico.

Estoy anonadada. Sus palabras me llegan al corazón.

- Te amo, Hope. A pesar de nuestras diferencias. A pesar de todo lo que nos separa. A pesar de
esos dones y esa parte de ti que no comprendo. Te amo como el hielo ama al fuego, o como la
noche busca al día.

- Yo también te amo, David. Desde el principio… incluso si me irritabas un poco.

Suelta una carcajada y yo también. Un poco de oxígeno entra de nuevo en la habitación,


aligerando la atmósfera saturada por las tensiones.

- ¿Lo ves? Es justo por eso que te amo. Por eso y por tu mirada única en el mundo. Con tu sola
presencia haces que todo sea más bello.

- David… no sé qué decir.

- Entonces no digas nada.


Y de repente, los actos reemplazan a las palabras, a las miradas que no podemos intercambiar.
En la penumbra, sus dedos dibujan los contornos de mi cara. A mi vez, toco su rostro para
adivinar su expresión. Nos comunicamos con nuestras manos. Es otro lenguaje, otra manera
de amar. Solamente necesitamos nuestras pieles para hablarnos. Paso mis pulgares sobre sus
mejillas, luchando con todas mis fuerzas para no llorar, con el corazón henchido por la
emoción.

Lo amo con las palmas de mis manos. Lo amo con mi cuerpo que se acerca al suyo. Así como él
me ama con su boca. Siento enseguida su contacto suave, sedoso. Luego su lengua entra en
mí, uniéndose a la mía para el más emotivo de los besos. Ya no es únicamente una cuestión de
pasión o de deseo. Es una cuestión de amor. Un amor que me inunda, que me ilumina desde el
interior.

Que me inunda de luz en las tinieblas.

***

Esa noche, duermo como un bebé a pesar de mi miedo. Calmada por las palabras de David,
caigo en un descanso reparador, sin sueño ni pesadilla. Cuando repentinamente, percibo un
ruido extraño. Desde el fondo de mi letargo, tengo la impresión de que unas manos aprietan
mi garganta. Por el recuerdo de mi visión, me despierto de golpe. Como si estuviera en peligro.
Una alarma se dispara en un rincón de mi cabeza. En alerta, me quedo recostada en mi cama,
obstaculizada por mi vendaje.

Un rechinido.

Con la respiración entrecortada escucho el débil gemido de las bisagras de mi puerta que se
abre. Alguien entra a mi cuarto, sobre la punta de sus pies. ¿Una enfermera? ¿Qué vendrá a
hacer a esta hora? Instintivamente deslizo una mano bajo mi almohada y mis dedos se cierran
sobre mi amuleto. El ámbar se siente frío en mi mano, frío y reconfortante.

¿Sería pedir demasiado un poco de suerte?

Me aclaro la garganta, incómoda. ¿Tal vez me he equivocado? Ningún ruido se produce. Si


solamente no estuviera hundida en una completa oscuridad. No veo nada. No sé nada. Me
siento tan expuesta, tan indefensa. Poniendo más atención percibo unos pasos. Suelas de
zapatos se pegan ligeramente al azulejo. Ya no estoy sola. ¿Pero entonces por qué nadie se
anuncia? Temiendo la respuesta, dudo en si hablar en voz alta. Escuchar mi voz, y mi miedo, le
daría a esta escena demasiada realidad. Sólo que no tengo otra elección…

- ¿Quién está ahí?

No hay respuesta.

- ¿Hay alguien ahí?

Nada. Silencio absoluto.


Cuando dos manos se cierran alrededor de mi cuello. Brutalmente, las imágenes de mi
premonición se sobreponen al presente. De nuevo, la sensación de ahogo, insoportable. Los
dedos me aprietan con todas sus fuerzas, aplastando mi glotis. Enloquecida, me apoyo sobre el
colchón, tratando de resistirme a ese monstruoso poder.

¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Están tratando de matarme!

- Aaaah…

De ninguna manera puedo rendirme. Aterrorizada, extiendo desesperadamente los brazos


hacia el florero puesto sobre el buró. Casi me disloco el hombro para alcanzarlo cuando, por
fin, mis dedos lo toman por un borde. Lo cojo para golpear a mi adversario en plena cabeza.
Escucho un ruido sordo. No he fallado. Lo he golpeado en la frente o en la sien… como lo
sugieren sus quejidos.

- ¡Maldita perra!

Una voz masculina, vagamente familiar. Pero eso no importa, aspiro el oxígeno a grandes
bocanadas para llenar mis pulmones antes de lanzar las sábanas y lanzarme fuera de la cama.
Privada de la vista, estoy perdida.

- Me las vas a pagar.

- ¿Quién está ahí? ¿Quién es usted?

Al retroceder, me golpeo con la mesa de ruedas en el momento en el que mi agresor se


precipita sobre mí. Se lanza. Lo sé por sus pasos, por la tela de su ropa que chasquea alrededor
de él. ¿Acaso trae una capa? ¿Y por qué estoy pensando en algo así en este instante? Sin
dudarlo, lanzo la mesa a sus piernas.

Ruido de caída. Gemidos. Sonido metálico de mueble que golpea el azulejo. Todo se mezcla. Ya
no sé en dónde estoy parada. Demasiados sonidos, demasiado miedo. Aprovechando la
distracción, me lanzo a tientas y me golpeo de lleno con la pared. Con mis manos, rodeo el
muro. Mi corazón late desbocado cuando llego a la puerta cerrada. Tanteo hasta encontrar el
picaporte mientras que el hombre se levanta a mis espaldas. Lo escucho empujar el mueble.

Y vuelve a la carga.

- ¡No se me acerque! –digo-.

Abro la puerta y me precipito hacia el corredor titubeando, con los brazos extendidos frente a
mí para detectar eventuales obstáculos. Y esta vez, grito con todas mis fuerzas:

- ¡Ayúdenme! ¡Auxilio!

No debo entrar en pánico. Pensar. O por lo menos intentarlo. Bajo la descarga de adrenalina,
me cuesta dominar mi estrés. Me quieren matar. Corro en el pasillo pidiendo auxilio. ¿El
problema? Ignoro en qué lugar me encuentro. No conozco la distribución del lugar… lo que no
me impide correr a toda prisa. Tampoco sé en dónde se encuentra mi adversario. Su ventaja
sobre mí es aplastante.
- ¡Ayuda!

Corro, corro sin dar vuelta.

- ¡No te me escaparás!

- ¡Por favor! ¡Ayúdenme!

Mi voz resuena en el corredor desierto. ¿En dónde están las enfermeras, los auxiliares? ¿Todo
el personal del hospital ha desaparecido, aspirado por una falla en el continuo espacio-
tiempo? ¡No encuentro otra explicación! Con la garganta seca y las manos húmedas me golpeo
con una puerta. ¿El cuarto de otro paciente? No tengo la menor idea. Entro sin titubear. Y
aterrorizada, cierro la puerta detrás de mí con los brazos extendidos para fungir como muralla.

¿Y ahora?

¿Alguna idea genial?

- ¿Qué haría David?

Él ya hubiera matado al hombre que me persigue. Pensando en mi amante, trato de recobrar


mi sangre fría. Y empiezo a hurgar en la habitación, en la búsqueda de un arma, o de cualquier
cosa. Un armario en el que esconderme, por ejemplo. Incluso si todo el mundo sabe que los
asesinos desquiciados siempre empiezan abriendo los estantes. Ayudándome con las manos,
descubro una repisa y unas camas dispuestas a lo largo de la pared. Es la sala de descanso de
las enfermeras. ¡Vacío!

NUNCA más creeré en mi amuleto.

- ¡Maldición!

No tengo otra opción…

Abandonada a mi suerte, arranco las vendas que rodean mis ojos. No sobreviviré sin la vista.
Lo sé de cierto mientras escucho los pasos de mi agresor que se acercan. Corren en el pasillo.
Me vio entrar en esta habitación.

- ¡Ni modo!

Desgarro la tela blanca, deshaciendo la venda rápidamente. Luego me ocupo sin vergüenza de
las compresas frente a mis ojos. ¡Rápido! ¡Rápido! ¡Ya casi está aquí! Apretando los dientes,
me quito los apósitos y… siento la luz a través de mis pupilas cerradas. Armándome de coraje,
trato de despegar mis largas pestañas.

Y… ¡veo!

Borroso, mal… pero la habitación aparece con su mobiliario simple y funcional. A pesar del
hormigueo, distingo una canasta de ropa sucia, llena de batas viejas. Percibo también una pila
de libros. En tres palabras: nada útil. Nada para defenderme. Nada para salvar mi vida.

- ¡Se lo había advertido! –grita una voz aterradora.


Con un golpe de hombro, la puerta cede. Ni siquiera pude cerrarla ya que no hay ninguna
cerradura en esta maldita clínica. Retrocediendo contra la pared, distingo a mi agresor. ¡Es
Charles Thompson! ¡El mentor de David! En el umbral, parece un loco que se ha escapado de
un asilo. Con los cabellos hirsutos, los ojos inyectados de sangre, parece en plena crisis.
Impotente, me dejo caer apoyada contra la pared y me hago ovillo en el suelo, con las rodillas
contra mi pecho.

- ¡Le había dicho que me escuchara!

Da un paso hacia mí. Parpadeando, lo veo cada vez menos. El antiguo neurocirujano extiende
los brazos hacia mí cuando… se paraliza. ¡No! Definitivamente algo lo arrastra hacia atrás,
como aspirado hacia el corredor. Dos brazos lo toman por la cintura con brutalidad,
deteniendo su impulso. Levanto la cabeza, incrédula.

- ¿David?

Es él. Es su alta silueta que empuja a Thompson y lo lanza de lado. Inmovilizándolo con la
ayuda de una llave al brazo, aplasta su cara y el torso del viejo hombre contra la pared,
oprimiendo su espalda con todo su peso. SU mentor no tiene ninguna oportunidad para
escaparse. Sobre todo porque un batallón de enfermeras llega detrás de él, estupefactas y
asustadas.

- ¡Llamen a la policía! –les ordena David-.

- Pero…

Una pequeña morena trata de resistirse, perpleja por la escena. ¿No es al director de la clínica
a quien ella está a punto de denunciar? David la mira fijamente, con sus cabellos rubios
cayéndole sobre el rostro. Al mismo tiempo, mantiene a Thompson inmóvil. Con los brazos
torcidos, éste ha dejado de revolverse, neutralizado.

- ¡La policía! –repite David, con un tono que no admite negativas.

Una de las chicas se precipita sobre el pasillo, en dirección del escritorio de recepción y del
teléfono. Yo no me muevo.

- ¿Hope?

La voz del hombre que amo. Sólo que ya no puedo verlo. Agredida por la cruda luz de los
neones, escondo mis ojos como puedo, hundiendo mi cara en mis rodillas, hecha bola en una
esquina.

- ¿Hope? ¿Está todo bien? –se acongoja David-.

No puede soltar a su presa y correr hacia mí como estoy segura que muere por hacerlo, como
yo también lo deseo.

- Sí, eso creo.

Mi voz parece llegar de ultratumba por lo ronco y grave.


- Pero me quité las vendas…

Y sé perfectamente lo que eso significa.


8. No place like home

Instalada en la orilla de la mesa de auscultación, todo mi cuerpo tiembla… incluso si trato de


esconder mi nerviosismo. David se prepara para retirar mis vendas una semana después de la
operación y del ataque. Esta vez no traigo mi amuleto. Gracias, ya tuve suficiente. Prefiero
invocar a mi buena estrella, esperando que ella sea más eficaz que un pedazo de alfalfa. Y me
quedo al acecho del menor ruido. Aparentemente, mi doctor sexy está preparando sus
instrumentos…

- Todo estará bien, -me tranquiliza-.

Su paso familiar me indica que se acerca a mí. A fuerza de pasar mis días en completa
oscuridad, he logrado identificar la forma de caminar de la gente que me rodea. La de mi
madre, rápida y decidida. La de Claire, discreta como un ratoncito. Y la de David, en largas
zancadas llenas de determinación. Mi corazón golpea fuertemente, peor que si se tratara de
un solo de batería. Ya que no dejo de pensar en esa horrible noche en la que me arranqué mis
vendas.

- ¿Y si…?

David me detiene poniendo una mano sobre mi pierna.

- Esperemos antes de inquietarnos, Hope.

- ¿Y si he lastimado mi retina?

O mi córnea. No conozco demasiado. En el fondo, sólo he pensado en una cosa: corro el riesgo
de quedar ciega. Y la operación tal vez fracasó por culpa de Charles Thompson.

- Esperemos, -me repite David con una voz tan tranquila y suave que apacigua en un instante
mi inquietud.

Ese es su poder mágico: su capacidad para conservar la sangre fría en cualquier circunstancia.
De nuevo, sus dedos oprimen mi pierna, inyectándome un poco de su valor, de su certeza. Él
parece convencido de que voy a curarme y volver a ver. Aspiro profundamente, decidida a ser
más positiva. ¡Buena vibra, por favor! Cuando de repente, la mano de mi cirujano se posa
sobre mis sienes para desenrollar las tiras de tela en un pesado silencio.

El momento de la verdad.

Miles de pensamientos me invaden. ¿Y si me quedara en la oscuridad? ¿Y si lastimé mi vista de


manera irreversible al huir del neurólogo? ¿Y si nunca más puedo ver los ojos translúcidos de
mi gran amor? ¿Y si estuviera obligada a abandonar mi trabajo en Flower Power? ¿Y si, si…?

- Estoy retirando las compresas.


David me explica todos sus movimientos. Y ya que conozco hasta la menor inflexión de su voz,
adivino su tensión. Está crispado. Mi angustia sube un poco más, alcanzando su punto más
alto. ¡OH MY GOD! Desanuda completamente mi rostro antes de pasar un algodón
ligeramente empapado sobre mis párpados. Me estremezco.

- No es nada. Sólo para ayudarte a abrir los ojos.

- ¿Lo intento?

- Sí. Es tu turno, Hope.

Y lo hago. Despegando mis largas pestañas soldadas las unas a las otras, logro separar mis
párpados y…

- ¡No veo nada!

Nada de nada.

- Es normal. Le tomará a tu vista algunos momentos para adaptarse.

Me aferro al borde de la mesa, con las piernas en el vacío. Acompañándome en este trance,
David se apodera de una de mis manos para estrecharla. Él está aquí, cerca de mí. No me
abandona. Cuando repentinamente, una pequeña mancha blanca. Al principio, pienso haberla
soñado… hasta que la luciérnaga se transforma en destello y horada mis tinieblas.

- Veo…, -digo, incierta.

Es su rostro el que emerge primero de las sombras. David, de pie frente a mí, escrutándome.
Todavía borrosos, los contornos de su cara oscilan frente a mis ojos cansados. Su frente alta e
inteligente, su boca fina, sus rasgos finos, sus ojos de lobo estepario, estirados hacia las sienes
y color de hielo. Reconozco también su expresión tan seria.

- Te veo…, -digo, un poco más fuerte-. David, te veo…

Me aparece en medio de una decoración cada vez más nítida, en su consultorio. Reconozco la
pared cubierta de diplomas y de reconocimientos, las repisas atiborradas de libros médicos.
Entonces, la barrera cede en mí, llevada por esta oleada de emociones. Saltando de la mesa,
me lanzo a su cuello para estrujarlo, para casi estrangularlo.

- ¡VEO! ¡VEO TODO!

Creo que David estallaría en una carcajada… si no le estuviera obstruyendo la tráquea. Con mi
pecho pegado al suyo, lo tomo y lo llevo a una danza de alegría, parada sobre la punta de mis
pies. Esto es un espectáculo bastante cómico a causa de nuestra diferencia de alturas. David
termina por detenerme poniendo sus manos sobre mis caderas… tan rápido que mi cabeza
comienza a dar vueltas.

- ¡Cuidado, Hope! Aún no estás en condiciones para…

Llena de ímpetu, titubeo y David me ayuda a sentarme sobre una de las sillas de su escritorio.
- Tienes que contenerte. Esto es muy serio.

- ¿Te das cuenta? ¡Veo! ¡Lo lograste, David!

Esboza una sonrisa al observar mi retina. Sin duda todavía va a someterme a una batería de
pruebas y de exámenes antes de dar su veredicto definitivo. Las paredes giran a mi alrededor.
A mi vista le cuesta adaptarse, demasiado esforzada por mi pequeño baile. Sin embargo, nunca
los colores me parecieron tan intensos, las formas tan nítidas ni David tan guapo.

- Me salvaste, -le digo-.

Pongo mis labios sobre los suyos, aunque no sea muy profesional, aunque David se ponga
tenso, dudando en si dejarse llevar en su propio consultorio, en su lugar de trabajo. Sólo que
mi boca se hace más insistente, mi lengua más insidiosa. Y no puede resistirse a mi fogosidad,
devolviéndome el abrazo con pasión. Con un beso sellamos mi cura; el milagro que hizo para
mí, arrancándome de una noche eterna.

- Te había dicho que lo lograría, -suspira contra mi rostro, retrocediendo apenas-.

- ¿Porque eres el mejor?

Sus ojos me sonríen, tan cerca de los míos que puedo distinguir el menor de sus detalles, los
increíbles matices de azul muy pálido, matinal con pequeñas manchas blancas. Son los ojos
más bellos del mundo.

- No. Porque te amo.

Sus palabras llegan a mi corazón. Nunca podría olvidarlas. Y nuestras miradas se enganchan.
Ellas también hablan a su manera… ¡Y decir que estuve a punto de perder esto! Me hundo en
él, muda por la emoción.

- Oh, David… gracias… gracias por todo lo que has hecho por mí…

- Hubiera hecho cualquier cosa para salvarte.

Me cuelgo a sus dedos, no queriendo terminar de tocarlo, de contemplarlo, de examinarlo


hasta en los más mínimos detalles. Me abrevo de él, completamente decidida a aprovechar
mis nuevos ojos. Y antes de que David me arrastre hacia sus aparatos extraños, no puedo
evitar agregar:

- Estoy segura de que esto es una señal.

- Sabes bien que no creo en esas cosas y esta recuperación no tiene nada de milagroso, esto es
obra de la ciencia.

Y de su amor.

- ¡No, quiero decir que mi restablecimiento abre una nueva era! –exclamo, encantada-. ¡Vas a
ver! ¡Todo va a arreglarse!

- Con respecto a eso…


Parece dudar por un segundo, como si buscara ocultarme algo. Pero mi sexto sentido es algo
que no he perdido…

- ¡Tú quieres hablarme de tu mentor!

- No se te puede esconder nada, -confiesa-. Pero eso puede esperar. Está detenido y es lo que
cuenta.

Sintiendo sin duda que no estoy lista, que no tengo la fuerza, se inclina hacia mí para
abrazarme y hacer callar todas mis aprensiones.

***

- ¿Sabes qué tengo ganas de hacer? –murmuro al oído de David, mordiendo el lóbulo de su
oreja-.

Estamos los dos frente al pasillo de mi apartamento. Ya que por fin he abandonado la clínica
Saint-Peters. ¡Por fin soy libre! ¡Que vengan los edredones de pluma! ¡Que vengan los helados
de dos mil calorías! ¡Y que venga el doctor más sexy del mundo!

- ¡Sólo voy a tomar un bocado de ti! –le digo, colgada a su cuello-.

Trato al mismo tiempo de abrir la puerta, con un brazo torcido en la espalda para poder meter
la llave en la cerradura. La risa de David se aplasta contra mi boca, a causa de nuestros labios
unidos… Y sigo pegada a su cuerpo, giro el pomo detrás de mí y abro la puerta con un firme
golpecito con las nalgas.

- ¿Sabes que tengo muchas ideas en la cabeza para esta noche? –le susurro-.

Liberada de mi celda esta mañana, perdón, de mi cuarto de hospital, almorcé con Claire, quien
prometió dejar libre el apartamento para dejarme a solas con mi vikingo. Sólo que el
interesado se escapa de mí, buscando zafarse de mis brazos.

- En tu lugar, esperaría un poco, -me previene-.

- ¿Esperar qué? Porque yo, tengo muchas ganas de…

- ¡Detente! ¡no digas nada más! –me interrumpe David, divertido-.

Arqueo las cejas, y en este segundo… todas las luces se encienden en el apartamento al mismo
tiempo que unos gritos retumban:

- ¡SORPRESA!

Abro desmesuradamente los ojos mientras mis amigos y mi familia surgen de todos lados.
Todo el mundo está aquí. Claire, por supuesto, que me dedica un guiño cómplice. Viviane,
Sandra y Chloé, nuestras más antiguas compañeras de la escuela. Allison, nuestra vecina de
piso y su prometido Mitch. Veo también a Gregory, el mejor amigo de David y mi
inquebrantable apoyo durante mi hospitalización. Su presencia me llena el corazón. ¡Vino! Y
no es el único. Adrian, el hermano de David me saluda con un movimiento de su cabeza
mientras que su esposa, Amy, pone una mano sobre su vientre redondeado por su embarazo.

Con las dos manos sobre mis hombros, David no pierde detalle de mis reacciones. Decir que
estuve a punto de hacerle propuestas indecentes frente a todo el mundo.

- ¿De quién fue la idea?

- Mía, -me responde David con sencillez-.

- ¿Tuya? ¿Me organizaste una fiesta sorpresa?

Dicho de otra forma, el señor Controlador improvisó.

- Ya ves, también soy capaz de sorprenderte…, -agrega con una sonrisa de soslayo-.

- ¡De eso nunca tuve la menor duda! Es genial, David. No sé cómo agradecerte.

Esta vez, es él quien se inclina a mi oído.

- Tengo una o dos ideas yo también…

Pasamos el resto de la velada lanzándonos miradas eléctricas, mezclados entre los invitados.
Ni por un instante pienso en Charles Thompson, en mis visiones o en la historia de mi abuela.
Solamente disfruto el momento presente.

- Resplandeces, -observa Claire al llenar de nuevo su vaso con jugo de piña-.

Durante la noche, conozco mucho mejor a Amy, incluso si la conversación parece limitarse a lo
trivial, a las carriolas y a los precios exorbitantes de los pañales. ¡Ella brilla, como todas las
mujeres felices y enamoradas! ¡A mí me está sucediendo!

David hizo las cosas en grande al ordenar un bufet pantagruélico y exquisito con un servicio de
catering cinco estrellas. Como de costumbre, lo que organiza es perfecto. Como él. Durante
este tiempo, Claire abre la puerta a un nuevo invitado mientras yo bailo frente a la tarja
poniendo los trastes sucios.

- ¡Tú no tienes que hacer esto! –me regaña la rubia alta que acaba de surgir en la cocina con
una gran vela rosa en la mano-. ¡Y siento mucho llegar tan tarde, Hope! –agrega mi amiga
Marion-.

- Estoy contenta de que estés aquí, -le sonrío limpiando mis manos húmedas con un trapo-.

- Y yo, si supieras lo feliz que estoy por tu recuperación. No puedes imaginar cómo nos
preocupamos por ti…

Marion y yo íbamos juntas a la preparatoria. Estábamos en la misma clase de física y de inglés.


¿No fue entre los muros de esa vieja escuela que conocí a la mayoría de mis amigas?

- Me hubiera gustado llegar más temprano, -me comenta, sin dejar su vela-, pero estaba
atorada en la noche de velas más larga de lo que había previsto.
- ¿Qué noche de velas?

- ¿No estás al tanto? –se sorprende, antes de recordar que estuve desaparecida estos últimos
diez días-. Sí, evidentemente… no podrías saberlo.

- Dime entonces.

- Una chica que vive en Pacific Heights desapareció hace dos días. Sus padres organizaron una
gran noche con velas en el parque para alertar a la prensa y atraer la atención de los otros
habitantes.

Mi amiga me explica que ella fue para apoyarlos. Ella veía a Gaby Reynolds, la desafortunada
desaparecida, que pasaba bajo su ventana casi todos los días cuando la adolescente iba a la
parada del autobús.

- Su madre está desesperada, -concluye Marion-.

Asiento con la cabeza, llena de tristeza. Desde hace algunas semanas, estoy cada vez más
sensible a los sentimientos de otros. Trastornada por este relato, me apodero de la hermosa
vela rosa de Marion. Es en ese momento que sucede. En el mismo instante en el que mis
dedos entran en contacto con la cera tibia.

Una visión.

Mis ojos permanecen muy abiertos aunque ya no distingo los muebles alrededor de la cocina.
Las paredes amarillas, el refrigerador, los estantes desaparecen para ser remplazados por un
espacio estrecho, sombrío, solamente iluminado por dos pequeños neones artificiales de color
naranja. Veo una forma que se agita en las tinieblas. Una adolescente. Con una mordaza en los
labios. Acostada y atada en la cajuela de un coche. Le falta el aire. Está aterrorizada. Todas las
emociones que ella siente me atraviesan como si yo estuviera en su lugar.

- ¿Hope?

Una voz, muy lejana. Una voz mezclada con los sollozos de la misteriosa chiquilla.

- ¿Hope?

Una mano me toca, me sacude. Y brutalmente, la visión termina en el momento en el que


Marion oprime mi hombro. Su rostro familiar aparece de nuevo frente a mí, con sus grandes
ojos azules y sus facciones de cheerleader.

- ¿Estás bien?

- Yo…

Al dejar la vela sobre la mesa, me derrumbo sobre la silla más cercana, con mis piernas que
flaquean. Estoy helada hasta los huesos. Mi amiga me mira con inquietud. Atribuye sin duda
mi curioso malestar a mi reciente operación.

- ¿Fue secuestrada? –pregunto débilmente-.


- ¿Gaby? No, para nada. Según la policía, se fugó y las probabilidades de encontrarla son muy
elevadas. Pero yo no debería estar hablándote de esto… Estás todavía cansada, ¡no necesitas
este tipo de historias!

Siento un alivio indescriptible. Mi visión es errónea. No se trata de un secuestro. Paso una


mano temblorosa por mi cara. Con todas mis fuerzas me aferro a esta idea. ¿Entonces por qué
tengo la impresión de que algo no está bien?

***

Sin recuperarme bien de mi emoción, me sobresalto al escuchar el timbre. Me quedé sola en


la cocina y me levanto para ir a abrir y, al pasar por el pasillo, le lanzo una mirada a David, en
plena plática con Adrian. Está recargado contra la pared con su traje azul noche, con los brazos
cruzados sobre el pecho. Su ropa oscura resalta su cabello de un rubio nórdico, sus ojos de
iceberg, su envergadura de vikingo. Me dirige un ligero saludo con la mano y el sólo verlo me
tranquiliza.

Al abrir finalmente la puerta, me encuentro frente a… Sofia Morales.

- ¡Buenas noches, Hope!

La doble de Eva Mendes trae puesto un vestido entallado que revela su pecho generoso y sus
piernas de gacela. ¿Fue invitada a mi fiesta? Sin embargo, nadie sabe que la frecuento. A
menos que haya usado su don de médium para saber que… ¡Detente! ¡Me estoy volviendo
paranoica! Además, la explicación llega diez segundos más tarde:

- No la molesto por mucho tiempo. Sólo pasé a entregarle la dirección de su padre.

Me extiende un pequeño pedazo de papel.

- ¿Lo logró? –pregunto estúpidamente, sin atreverme a tomarlo-.

Me dirige una sonrisa llena de seguridad.

- Como se lo expliqué, tengo la costumbre de encontrar personas desaparecidas. Y estos


últimos días, logré tener varias visiones en relación con su padre. Al principio, era bastante
borroso, veía solamente una especie de pantano, una naturaleza hostil y abundante… hasta
que su casa apareció ante mis ojos.

- ¿Usted provoca sus visiones?

- Evidentemente.

- ¿Pero cómo lo hace?

Hay en mi voz un acento de desesperación que Sofia no puede ignorar. Muy sacudida por mi
última visión, con la que no sé qué hacer, la miro con intensidad, buscando su ayuda. Mis
poderes me exceden totalmente. Peor aún, me asustan.
- Me entrené. Después, el tiempo y el hábito hicieron su trabajo.

- ¿Existen ejercicios para eso?

- Sí, por supuesto. Se parecen bastante a una sesión de meditación. Al principio, encendía una
vela y miraba fijamente la flama. Es suficiente con dejar vacío el pensamiento y dejarse invadir
por las imágenes. También tenía la costumbre de tocar objetos impregnándome del aura de su
propietario. En general, las visiones suceden rápido con este método.

Asiento con la cabeza, suspendida a sus labios. No logro olvidar el terror sentido durante mi
visión. Nunca más quiero volver a sentir eso, sobre todo por sorpresa. Trago saliva con
dificultad.

- ¿Y realmente funciona?

- Tengo estos métodos por su abuela, -replica Sofia-. Ella conocía bien…

- Sofia…

Dudo por un segundo, pero su mirada me anima a continuar.

- ¿Acaso cada visión es verdadera? Quiero decir… ¿Cómo saber si lo que vemos ya sucedió o va
a suceder en el futuro? ¿Cómo saber si aún hay tiempo para actuar, para modificar el curso de
las cosas?

- La experiencia, Hope. Los mejores de entre nosotros llegan a saber, los otros están
condenados a las hipótesis.

Dirigiéndome un signo con la mano, la vidente gira sobre sus talones y se mete al ascensor,
dejándome en la entrada de mi apartamento, carcomida por la incertidumbre y las dudas.
Ciertamente ya recobré el uso de mis ojos… pero nunca deseé poder ver tanto.
9. Acerca de mí

Lanzo una mirada a las columnas de cifras que me dan dolor de cabeza. ¿Qué es este
galimatías? Trato de concentrarme en las hojas desplegadas frente a mí por el banquero de
Lila. Desde que mi jefa decidió retirarse, trato de familiarizarme con su contabilidad. Por el
momento, no tengo la impresión de ser muy buena para estas cosas. Me debato en medio de
tasas profesionales y otros impuestos… ¿Realmente se tiene que pagar todo esto?

- Es un poco complicado al principio…, -me declara mi consejero-.

Levanto la cabeza con una sonrisa forzada. Mi sesión de tortura con el banco no mejora. ¡Y sin
embargo, Claire me está acompañando! Eso es solidaridad entre amigas. ¿O tal vez lo haya
hecho porque siente piedad de mí? Ella se inclina por encima de mi hombro señalándome un
montante con su uña-.

- ¿Ves esto?

- Sí.

Es la primera vez que lamento haber recuperado la vista…

- Son los dividendos del año pasado. Todo lo que las cuentas profesionales de Lila produjeron
gracias a las inversiones que hizo en los viveros.

- ¡Oh, de acuerdo! –digo con la apariencia más inspirada que puedo-.

Pero… ¡¿qué es un dividendo?!

- Usted tiene razón, -sonríe el señor Bailey detrás de su escritorio mirando a Claire con
intensidad. Es usted muy buena para las cifras. ¿Trabaja usted acaso en el sector de las
finanzas?

Mi amiga se sonroja.

- No, soy enfermera.

Los observo con una creciente curiosidad. ¡Esta pequeña escena de ligue es netamente más
cautivante que toda esta serie de cifras! Claire y Theodore; puesto que él se llama Theodore,
mide un metro ochenta y posee unos ojos negros de brasa, se contemplan. Interesante.

- Es uno de los oficios más bellos del mundo, -coquetea mi consejero-.

- Siempre quise trabajar en un hospital para servirle a los demás.

- Es una elección admirable.


Finalmente, esta cita en el banco me gusta mucho. Cuando repentinamente, el dúo recuerda
mi presencia. El primero, mi banquero, se pone a toser mientras que Claire sacude la cabeza,
con sus pómulos en llamas. Yo no dejo de sonreír, encantada por este sainete.

- Voy a… voy a buscar los expedientes de las inversiones de la Sra. Jacobs. Regreso en un
minuto.

Sale de su gran oficina de paredes de vidrio, abierto sobre las ventanillas de atención, y
aprovecho para darle un golpecillo con el codo a mi mejor amiga, que se acomoda en su sillón,
como si se le hubiera descubierto haciendo algo malo.

- ¿Me lo estoy imaginando, o te gusta?

- ¿Qué vas a imaginar, Hope?

- “Es una elección admirable”, -repito, imitando la voz un poco pomposa del Sr. Bailey.

La tez de Claire se torna escarlata mientras sigo molestándola.

- ¿Puedo verla con su bata blanca, señorita Barnett? –digo haciendo una voz grave-. Necesito
que me ausculte…

- ¡Dices puras tonterías! –ríe mi coinquilina-.

Me asesta un golpe en el hombro, al mismo tiempo divertida y molesta. Y en el momento en el


que mi consejero regresa, con los brazos cargados de folders de cartón, tratamos de adoptar
una apariencia inocente. El resto de la cita ya no es tan divertido. Tomada como rehén por el
Sr. Bailey, termino por penetrar en los complejos mecanismos de la administración de una
boutique. Aunque trato de no bostezar, tengo la cabeza en otra parte… Entre dos
explicaciones, pienso en la partida de Lila. Me cuesta imaginar la boutique sin ella, su bata de
cuero y sus novios diez veces más jóvenes que ella.

Y hay otra cosa. Mi visión. No dejo de ver a esta adolescente atada en la cajuela de un carro.
¿Tal vez mi imaginación está jugando conmigo? ¿Tal vez inventé todo después de haber
escuchado la terrible historia de Gaby, la pequeña prófuga de Pacific Heights? No soy un
aparato de radio que capta todas las frecuencias paranormales… ¿o sí? Esta noche, otra vez
tuve esa pesadilla. Un bosque. Árboles. Aullidos. Gritos que se elevaban hasta las cimas,
dispersando en el cielo a una parvada de cuervos. Todavía siento escalofríos.

¿Pero qué puedo hacer al respecto? Cuando abandonamos el banco, Claire se apodera de mi
brazo:

- ¿Tenías la cabeza puesta en otra parte?

- No… bueno, sí… Estoy un poco agitada por la partida de Lila.

Lo que es la mitad de una mentira.

- ¡Estoy segura de que serás una administradora de excepción! –replica mi amiga con dulzura-.

- Cuando por fin aprenda a hacer cuentas, seguramente…


Como ríe, me obligo a imitarla, aunque suene completamente falsa.

- ¿Estás segura de que todo está bien?

- Sí, es sólo que estoy un poco cansada. ¡Pero no trates de cambiarme de tema, Claire! ¿Qué
sucedió entre tú y mi seductor banquero?

Llegamos a la parada del autobús riendo, con negativas y bromas. Olvido casi esos gritos
horribles que desgarraron mi noche. Casi.

***

Unos peces payaso bailan detrás de los vidrios del acuario de la ciudad que visitamos,
atrayendo a una muchedumbre de niños que reclaman a Nemo con grandes gritos. Río
tontamente, llevada por Claire en medio de los niños en su visita escolar. Mi madre está con
nosotras. Preferí no almorzar sola con ella vistas nuestras últimas experiencias… desastrosas.

- Es magnífico, -señala Johanna.

Las tres caminamos por un largo pasillo en forma de tubo, como si estuviéramos bajo el nivel
del mar o en un submarino. El efecto es sorprendente: los peces exóticos nos rodean en medio
de las algas flotantes y de las plantas acuáticas. Adoro este lugar. Aunque sea muy turístico,
me calma.

- No había vuelto aquí desde hace mucho tiempo… ¿Lo recuerdan, chicas? Las traje para
festejar el fin de su año escolar del 2005. Esto no me hace sentir más joven…

Como coincidimos en el preescolar, mi mejor amiga conoce a mi madre desde hace años.
¿Cuántas veces ella fue a cenar o a dormir a nuestra casa en el curso de nuestros años de
estudiantes? ¿Y cuántas veces escuché a mi madre sermonearme: «Trata de ser tan bien
portada como Claire» o «Deberías ser más como Claire»? Sonrío, bien consciente de no haber
sido la niña más tranquila de la tierra. Tomadas por el brazo con mi coinquilina, camino cerca
de mamá, más relajada en presencia de Claire.

- Estoy contenta de que podamos disfrutar de un momento juntas, -digo por fin-.

- Yo también, querida.

- No quería importunarte haciéndote todas esas preguntas, las otras veces.

Mi madre se tensa, como si temiera un nuevo ataque.

- No te preocupes, no voy a tocar el tema de Christina o de Clive. Sin embargo tengo que
hablarte de una cosa importante…

Claire y yo intercambiamos una mirada. Ya le he advertido a mi mejor amiga. Esa la razón por
la que ella aceptó ser la chaperona y asegurarme un apoyo psicológico esta mañana. Es un
poco como mi porrista personal.
- Me das miedo, Hope. ¿Acaso tienes un nuevo problema de salud?

- No, por esa parte todo está bien. Mis ojos están funcionando perfectamente según David y
me estoy portando como un encanto.

Me detengo al final de un andador, cerca de las tortugas de mar que nos contemplan a través
del vidrio.

- Si te he hecho tantas preguntas sobre la abuela, es porque atravieso un periodo complicado.


Creo…

¿Cómo confesar esto? ¡Creo que soy una médium, mamita! O mejor aún: ¡me parece que
tengo visiones del futuro, como Patricia Arquette y Jennifer Love Hewitt! Y por cierto, ¿cómo
vas en el trabajo?

- Seguramente vas a pensar que estoy loca, mamá.

Sí, prefiero tomar la iniciativa…

- Pero tengo premoniciones, como Christina antes que yo. Es una locura, estoy muy
consciente. Sin embargo, te aseguro que veo ciertas cosas antes de que sucedan. Son
imágenes, escenas que desfilan muy rápido.

Mi madre me contempla, sorprendentemente silenciosa. No esperaba esto. Me había


imaginado que ella se carcajearía, que me aconsejaría visitar a algún médico o que me tacharía
de mentirosa. En ningún momento pensé que permanecería muda mirándome directamente a
los ojos. A pesar de todo decido continuar:

- Generalmente, es suficiente con tocar a algunas personas para que una visión se
desencadene. No tengo ningún control sobre este poder. Me gustaría que me creyeras ya que
te aseguro que no estoy mintiendo.

- Lo sé.

Por la impresión, ahora soy yo quien no dice nada. ¿«Lo sé»? ¿Ella lo sabe? Me volteo a ver a
Claire, pero mi mejor amiga no parece menos sorprendida que yo con sus cejas
extraordinariamente arqueadas.

- ¿Lo sabes?

- Sí, -asiente mi madre-. Siempre supe que tenías ese «don».

Ella abre unas comillas con sus dedos mientras que yo soporto la impresión. ¿Cómo Johanna
puede estar al tanto de mis premoniciones antes siquiera de que se lo mencione? Esperamos
que un grupo de niños nos rebase para continuar con nuestra conversación, lejos de toda oreja
indiscreta. Estamos sólo las tres en círculo, en la extremidad del largo tubo de vidrio en el que
se mueven bancos de peces, perseguidos por un pequeño tiburón. Ya no presto más atención
a los alrededores, concentrada en el rostro grave de mi madre.
- Tenías intuiciones fulgurantes cuando eras pequeña. Recuerdo una mañana en la que debía ir
en tren a una entrevista de trabajo al otro lado de California. Tenías 3 años y te lanzaste a mis
piernas para impedir que me fuera. Estabas en un estado tal que preferí quedarme en casa… y
el tren en el que debí haber ido a mi entrevista se descarriló.

- No lo recuerdo.

- Eras demasiado pequeña para eso. En la noche tenías visiones aterradoras, te despertabas
gritando.

Trato de hurgar en mi memoria sin encontrar el menor recuerdo. ¿Entonces esta no es la


primera vez que veo el futuro?

- No entiendo. Nunca tuve una visión durante mi adolescencia, ni siquiera en la escuela


primaria.

- Todo se detuvo después de la partida de tu padre.

Mi madre pone una mano sobre mi antebrazo, como si ya anticipara mi reacción.

- Clive estaba asustado por tus poderes. Cuando tus predicciones comenzaron a realizarse
entró en pánico. Tuvo miedo y no lo supo manejar…

- ¿Mi padre nos abandonó por mi culpa?

- ¡Por supuesto que no, Hope! ¡Te prohíbo que pienses eso!

Escucho apenas las protestas de mi madre, aturdida por esta serie de revelaciones.

- ¿Por qué no me habías dicho nada?

- Perdiste ese poder después de la huida de tu padre. Te convertiste en una niña… como las
demás.

Johanna no deja de mirarme.

- Pensé que era una bendición, que tenía que dejarte tranquila. Por nada del mundo quería
que te convirtieras en mi madre.

***

¿Hice bien en venir? ¿Tuve razón en venir a tocar a su puerta? En mi angustia, un solo
nombre, un solo lugar se me apareció. Espero un minuto en el pasillo antes de que el sonido
de la cerradura se escuche. Y a través de la abertura, percibo el hermoso rostro de David.

- ¿Hope? –se inquieta levantando las cejas-. ¿Teníamos cita?

Casi puedo ver activarse la maquinaria en su cabeza: el señor Organización está pasando
revista a toda su agenda. ¿Habrá cometido un error? ¿Se habrá declarado culpable de un
olvido frente al gran jurado de la planeación perfecta? Me echaría a reír si no estuviese tan
atormentada. Y frente a mi apariencia perdida, David se recompone y me abre enseguida su
puerta, con camisa y pantalones negros, su color favorito. Se ve muy seductor con sus cabellos
rubios peinados hacia atrás y sus ojos translúcidos, parecidos a los de un lobo.

- Hope…

Su entonación es tan inquieta, tan apremiante que funciona como un interruptor, la famosa
gota que derramó el océano. Impulsiva, me precipito en sus brazos, convertidos ahora en mi
único refugio. Y él cierra la puerta detrás de nosotros sin dejar de abrazarme.

- ¿Qué pasó, Hope?

Su voz tranquila me hace muchísimo bien. Es suficiente que esté aquí, conmigo, para que me
sienta mejor y que la situación parezca menos negra, las pruebas menos duras. Nos quedamos
algunos segundos entrelazados en medio del vestíbulo. Es exactamente lo que necesitaba.

- No sabía a quién hablarle…

- Hiciste muy bien en venir, Hope. Mi puerta siempre está abierta para ti.

- Gracias…

Sí, gracias desde el fondo de mi corazón. Por estar aquí. Por ser tú.

- ¿Y Si vamos mejor al salón? Ahí estaremos mejor para hablar.

Cinco minutos más tarde, estoy acurrucada contra David en su gran sofá de cuero blanco,
entre las paredes luminosas de su apartamento. Mientras me ofrece un té caliente, mis ojos se
pierden en las brumas de San Francisco, más allá de la silueta anaranjada del Golden Gate,
visible desde su gran ventanal. Ha puesto sobre mis hombros una frazada que estaba sobre
uno de los sillones de la oficina. Sólo tengo que anidar mi cabeza en el hueco de su cuello para
dejarme ir. Él, tan frío, tan distante en su apariencia, se transforma en mi presencia, hasta
convertirse en este hombre amoroso, apasionado, que me mima con la mirada. Hay dos David:
el mío y el de los otros.

- Hablé hoy con mi madre. Me explicó por qué mi padre nos abandonó cuando era pequeña.
Fue mi culpa. Fue a causa de mis premoniciones.

Le cuento toda la historia tratando de ser clara, un verdadero milagro en mi estado.

- Te equivocas. Opino que tu padre tomó como pretexto tus poderes para huir y abandonar sus
responsabilidades. Ahí veo la marca de un cobarde, no de un hombre asustado. Ni de un
hombre, así de simple, -agrega con una ira contenida-.

Ya que David, quien nunca ha fallado a la más mínima de sus responsabilidades, no puede
comprender a mi progenitor.

- ¿Crees que no debería ir a visitarlo?


Mi pareja está al tanto de mis esfuerzos por encontrar a mi padre, aunque no apruebe el que
recurra a los poderes de Sofia Morales. ¡Y más aún! ¡Ignora que tuve que pagar dos mil dólares
por ese servicio!

- Yo opino que él no tiene ganas de volver a verme, -continúo-. Debe considerarme como un
monstruo o una bestia de feria.

- Escúchame bien, Hope, -replica David tomando mi cara entre sus manos-. Tú no tienes nada
de monstruoso. Eres una joven generosa, altruista, desinteresada. Y no me importa en lo más
mínimo lo que ese tipo piense o quiera. ¿Tienes ganas de verlo y de sacarte todas las dudas?

- Sí

- Entonces, debes ir a buscarlo. Sólo tus deseos son los que cuentan.

No puedo escaparme de su mirada. Me desnuda con ella, a mí y a todas mis fallas.

- Tengo miedo, David. Tengo miedo de mis poderes. Tengo miedo de mí.

- Eres una buena persona.

- Mi abuela era una estafadora. Ella tal vez tenía premoniciones verdaderas, pero ella las usaba
para ganar dinero, robar a los clientes que confiaban en ella. Este don se parece a una
maldición. Puede funcionar como cupido o puede ahuyentar a los demás.

David aspira profundamente, sin duda para poner en orden sus ideas. Hablamos de un tema
en el que no cree. Sabe sin embargo que mis visiones son muy reales, aunque no se les pueda
dar ninguna explicación racional.

- No somos responsables de las fallas de nuestros padres. No podemos llevar sobre nuestros
hombros el peso de sus crímenes o de sus errores. Y créeme que de eso sé algo… Tu poder no
tiene nada de pernicioso. No es ni bueno ni malo. Es la manera en la que lo utilices la que lo
cambia todo. Tú decidiste ayudar a los demás. Tú me salvaste la vida, para empezar.

Con este recuerdo, logro sonreír, sobre todo porque lleva mi mano a su cara para oprimirla
contra su mejilla.

- Puedes ayudar a mucha gente gracias a tus premoniciones. Por lo menos, si permaneces
discreta…

- ¿Tienes miedo de que me encierren si hablo de esto abiertamente?

- Tengo miedo sobre todo de que atraigas a los fanáticos y se te tome como a una mentirosa.

Con un movimiento tierno pone un mechón de mis cabellos por detrás de mi oreja.

- He pensado mucho con respecto a Christina, a su papel en la muerte de mi madre…, -me


declara repentinamente David-. Estoy de acuerdo contigo, tu abuela no era para nada
responsable del acto de violencia de mi padre.
Se detiene, pensativo. Luego una lenta sonrisa le viene a los labios, iluminando su fisonomía.
No puedo apartar mis ojos de su cara de rasgos tan finos.

- Tu abuela no era solamente una estafadora. Tal vez haya engañado a algunas personas, no lo
sé… pero conservo la imagen de una mujer humana y generosa.

- ¿De verdad?

- En el momento en el que mi madre la llamaba por su ayuda, Christina encontraba siempre los
medios para pasar a nuestro domicilio. Yo era muy joven en esa época y ella me dejaba incluso
llamarla “tía Christina”. Yo estaba convencido de que ella formaba parte de nuestra familia.

Contengo la respiración. Estoy conmovida no solamente por los recuerdos de David que están
saliendo a la superficie, sino por el lazo que existía entre nosotros antes incluso de conocernos.
Todo lo que sucede en este momento tiene forzosamente una razón. De eso estoy segura.
Nuestro amor, nuestra historia estaban ya escritos en algún lado.

- Para mis 4 años, mi madre no había podido salir para comprarme un regalo a causa de su
cara toda hinchada. Estaba convencido de que no me darían nada, pero Christina llegó al final
de la tarde con un cochecito a control remoto. ¡Yo estaba como loco! Adrian y yo jugamos
durante horas, hasta que mi padre regreso al día siguiente y lo rompió.

- Lo siento.

- Él se vengaba de los fracasos en su vida, de la pérdida de su empleo, de sus problemas con el


alcohol, con mi madre y con nosotros. Christina era la única que escuchaba a mi madre, a
diferencia de todos nuestros vecinos que volteaban púdicamente los ojos.

Dudo antes de atreverme a lanzarme, pero la noche parece propicia para las confidencias.
David se sentó sobre una de sus piernas, en una posición relajada bastante inhabitual en él.
Una nueva barrera está cediendo entre nosotros. Siento su calor, la cercanía de su cuerpo.
Efluvios de su perfume ambarino me envuelven.

- ¿Nunca trataste de volver a ver a tu padre?

- Nunca. La muerte de mi madre se erige entre nosotros y no puedo perdonarlo.

- ¿No te gustaría reconciliarte con tu historia?

- No lo sé. Ya he definitivamente sellado la puerta de mi infancia y trato de pensar en ella lo


menos posible. Toda mi vida, me he esforzado en mirar hacia el futuro. Quiero olvidar el
pasado.

Quisiera ayudarlo. Quisiera mostrarle su error. Ya que David, tan rígido, tan racional, se ha
contentado con emparedar sus sentimientos y su pena detrás de una muralla que corre el
riesgo de explotarle en la cara en cualquier momento. No dudo que lo sepa ya que es muy
inteligente, pero mantiene su posición.

- Me gustaría hacer algo por ti.


- Yo renuncié a mi familia, Hope. Para mí, ésta se resume a Adrian y así estoy bien.

Miente. No hay que ser una médium para saberlo. Pero no es a mí a quien esconde la verdad:
es a él mismo. Con una mano suave acaricio su mejilla y… algo pasa entre nosotros, como una
onda eléctrica. Reconozco esta tensión, este estremecimiento. Adivino ya lo que sucederá.
Además, ¿no es eso lo que vine a buscar aquí? ¿La fuerza de sus brazos, de su amor?

- ¿Quieres quedarte aquí esta noche?

- ¿Me estás proponiendo algo?

- Tal vez…

Se acerca en el mismo momento en el que inclino la cabeza, abandonada, lista para recibir su
beso. Mi corazón da un salto cuando sus labios tocan los míos. Ellos me acarician, me rozan,
juegan con mis nervios… David parece adquirir un placer malsano en torturarme. Luego su
lengua se mezcla. Y detrás de mis párpados cerrados hay fuegos artificiales. Mil estrellas
explotan al ritmo de nuestras bocas que se devoran. Su sabor me invade, fundiéndose
conmigo cuando sus manos se deslizan por mi espalda.

- ¿Qué dirías de un buen baño? –murmura en mi oído-.

- ¿Contigo?

- No lo descartemos…

Nuestras ropas caen unas tras otras en el cubo de la escalera, como si estuviéramos
sembrando un camino digno de Pulgarcito. Mi saco. Su cinturón. Mis zapatos. Los suyos. Y no
corremos ningún riesgo de perdernos ya que estamos agarrados el uno al otro, boca contra
boca. A lo largo de los escalones, devoro los labios de mi amante, jugando con sus cabellos por
los que deslizo mis manos. Sus mechones rubios y sedosos se deslizan entre mis dedos,
aunque tengo que escalar más rápido las escaleras para permanecer a la altura de mi gigante.

- Soy demasiado pequeña…, -sonrío-.

Mi respiración barre su barbilla mientras beso la comisura de sus labios, luego sus pómulos y
sus mejillas en donde comienza a crecer una ligera sombra rasposa, al mismo tiempo viril y
excitante. Froto ahí la punta de mi nariz, dejando que las manos de David se paseen a lo largo
de mi cuerpo, bajen de mis hombros a mi espalda… hasta mis nalgas, que toma febrilmente.

- Créeme, -murmura, jadeante-, no hay nada en exceso en ti.

Antes de que tenga el tiempo para reaccionar, me levanta del suelo y me lleva a través del
primer piso. Trepada a horcajadas, me aferro a su cuello mientras abre la puerta del baño con
un simple golpe de su hombro. Succiona mi labio inferior, arrancándome de paso un gemido.
Yo acaricio su nuca y me oprimo contra su torso. Nuestros cuerpos se conectan en la misma
longitud de onda. Hechizada por su perfume, por su calor, siento subir el deseo en los huecos
de mi cuerpo. Aprovecho para insinuar mis dedos bajo su camisa ya abierta. Sus músculos
duros y atléticos, de una piel aterciopelada, se deslizan bajo la palma de mi mano.
- Conozco un excelente remedio contra el estrés…, -me susurra al oído-.

Me coloca frente a su inmensa tina, plantada en medio de un baño de azulejos negros. Adoro
este lugar, tan sobrio y elegante como él. Pero ya no me intereso en la decoración en el
momento en el que le arranco su camisa. La tela se desliza sobre sus bíceps antes de caer al
suelo. Con la punta de mis dedos dibujo sus pectorales mientras él me mira fijamente a los
ojos, haciendo subir aún más mi tensión. Camina hacia mí, empujándome hacia la bañera,
arrinconándome contra el borde. Me pregunto lo que va a hacer cuando se inclina hacia mí,
tan alto, tan impresionante, tan silencioso…

- No te muevas…, -susurra-.

Sus dos brazos me aprisionan mientras se inclina, dominándome con toda su altura.
Finalmente abre el grifo detrás de mí antes de hundirse en mi cuello y enterrar sus labios. Mi
reacción no se hace esperar. Murmuro su nombre en un suspiro, antes de levantar mis brazos
para facilitar la retirada de mi túnica. David me la quita igual que mi falda que cae al suelo,
como un charco de ropa. Me encuentro en ropa interior frente a él, sin mi sostén.

- No sé si voy a poder esperar que la bañera se llene, -murmura-.

Sus manos se ciernen sobre mis senos, provocándome un ligero temblor. Tengo la carne de
gallina cuando los envuelve.

- Pero conozco una buena manera de pasar el tiempo…

Sus dedos amasan con dulzura mi carne tierna, antes de pellizcar uno de mis pezones. Se
arrodilla frente a mí al tiempo que el sonido del agua fluye y cubre mis suspiros cuando su
boca se apodera de una de las puntas rosadas. No siento que los segundos avancen mientras él
me picotea, me besa pasando una lengua golosa sobre mis areolas. Las ganas crecen en el
hueco de mi vientre. Y su mano se hace más insistente, más cariñosa. Hinchado por la
excitación, mi pecho se yergue hacia él. Pero pronto, su boca baja a lo largo de mi vientre.

Levantando su cara, se engancha a mi mirada en el momento de quitarme mis bragas rosas


con dos dedos. Una bola de emociones me cierra la garganta. Ya no puedo hablar, decir nada.
Tampoco puedo sustraerme de su mirada. Hasta que posa sus labios sobre mi sexo.

- David…, -me ahogo, electrizada-.

Es un beso íntimo, sensual, inesperado, que me enloquece. Su lengua se insinúa en mí,


jugando con mi deseo. Estremecedor, tengo la impresión de flotar. De derretirme bajo su boca.
Y tiemblo por sus caricias, abandonada, incapaz de gobernar cualquier cosa. Después de un
nuevo asalto de su boca que está a punto de mandarme al séptimo cielo, David se incorpora
sin dejar de mirarme. La tensión entre nosotros es palpable. Retira entonces su pantalón,
antes de despojarse de su bóxer negro. No puedo evitar lanzar mi mirada más abajo, mucho
más abajo. No hay ninguna duda posible, me desea. Intensamente. Tanto como yo lo deseo.
Un segundo transcurre. Hasta que cedemos y nos lanzamos el uno sobre el otro, voraces.

Nuestras bocas se unen, nuestras lenguas se encuentran. A ciegas, porque no deja de besarme,
David me levanta para hacerme entrar en la bañera, por fin llena. El agua me hace el efecto de
una caricia cuando nos sentamos, y mi vikingo sólo tiene que extender los brazos para cerrar
los grifos. Mi corazón late fuertemente al contacto con su piel, con sus brazos. Se apodera
entonces de una pequeña botella para vaciar el contenido entre nosotros. Nuestro baño se
pinta de azul mientras que una espesa espuma aparece. David no tenía este producto en mi
última visita. Adivino que lo compró para mí.

- Quiero que te sientas bien, Hope, -me dice como si leyera mis pensamientos-.

Le sonrío, palpitante de deseo, de amor.

- Siempre lo estoy cuando estoy contigo.

Sus ojos resplandecen en la casi penumbra de la habitación, iluminada por los neones por
encima de dos magníficos toneles negros que le sirven de lavabos. Bajo esta iluminación, su
cabello rubio se viste con reflejos de oro, al igual que su piel pálida de guerrero nórdico. Es tan
guapo, tan atractivo. Trato de no lanzarme a su cuello. Sobre todo ahora que viene hacia mí.
Entra en la bañera, pero en lugar de tomarme en sus brazos, se desliza en mi espalda para
comenzar un lento masaje. Al principio, estoy sorprendida. Hasta que sus dedos ágiles relajan
cada músculo de mi cuerpo.

Eso me hace gemir. Literalmente. Sus dedos se hacen cada vez más audaces mientras por
momentos me cubre de espuma. Sentada frente a él, saboreo su contacto sobre mis hombros
nudosos, mi columna vertebral, mis caderas, mis nalgas, mi sexo. Está en todas partes sobre
mí. Las palmas de sus manos me calientan y el agua danza a nuestro alrededor, sensual. Tengo
los párpados cerrados cuando sus dedos se ciernen sobre mis senos. Su respiración se acelera.

- Tengo ganas de ti, -susurra-.

Ya no pienso más, ya no hablo más. Me resumo a mi cuerpo, a la voluntad de su divino masaje.


¿En dónde aprendió a hacer eso? Con sus grandes manos se apropia de cada milímetro de mi
piel y adivino su propio deseo que está aumentando, ahí, debajo de mi espalda. Escoge este
momento para voltearme. Aprisionando delicadamente lo alto de mis brazos, me ayuda a
pivotear en el agua espumosa de perfume embriagante. Como lo veo de frente, unas olas
pequeñas se forman a nuestro alrededor. Él sólo tiene que extender las piernas en la bañera
para que yo me siente sobre sus muslos, con su sexo erguido entre nosotros.

- Espera, no tenemos…

- ¿Preservativo? –completa-. Ya no lo necesitamos, Hope. Estoy loco por ti y tú eres la única;


siempre serás la única.

Su declaración me trastorna, me da directo en el corazón.

- Y además, me he practicado las pruebas durante tu hospitalización. A los dos.

Esbozo una sonrisa. Reconozco muy bien al señor Organización.

- ¿Y para ti? –agrega de repente-.

- ¿Para mí?
- ¿Soy el único para ti, Hope? –murmura acentuando cada palabra, traicionando su inquietud-.

- Para un espíritu tan racional, haces preguntas muy extrañas, -digo con una sonrisa-.
¡Evidentemente, eres el único! Y lo serás siempre…

Sella entonces mi boca con un beso apasionado. Ya me está haciendo suya sólo con sus labios.
Luego, con sus manos sobre mis caderas, me levanta para empalarme sobre él. Lo siento
entrar en mí. Lentamente. Suavemente. Por primera vez, sin un fina capa de látex. Mis
sensaciones se multiplican por diez, casi incomparables. Descubro su calor mientras se desliza
en mí, como una espada en su funda. Me llena hasta las entrañas en un estertor.

Ya no soy más que una con él. Y comienzo a bambolearme, sin que me suelten sus manos.
Imprime su ritmo, guía mis movimientos. Muy rápido, la cadencia se acelera. David entra y sale
con una fuerza que me deja agitada, sin aliento. Me sujeto a sus amplios hombros, con mis
dedos aferrados a su carne. Tengo la impresión de perder la cordura. Todos mis puntos de
referencia se desvanecen mientras me muerdo el labio inferior. Él pone su frente contra mi
barbilla en el momento en el que inclino la cabeza.

¿Es acaso el masaje el que ha exacerbado mi deseo… o simplemente David? En este instante,
no puedo contener la ola de placer que sube en mí. Zozobro, caigo en el vacío. Y un orgasmo
explota en todo mi ser.

El placer me inunda, me incendia. Escucho una voz gritar, tal vez es la mía, tal vez es la suya. Él
también alcanza el paroxismo del placer, un minuto más tarde. Se une a mí en la cima del
mundo, se disuelve conmigo. El agua caliente multiplica nuestras sensaciones. Y cuando por fin
bajo al mundo, es para derrumbarme en su pecho. Sus brazos se cierran alrededor de mí, su
sexo sigue al abrigo de mi cuerpo, como si no quisiera nunca salir. Permanecemos soldados,
entrelazados, exhaustos. Sé entonces que ahí está mi lugar exacto en el universo.

Con él.

Suya.
10. Al hilo del tiempo

Duro regreso a la realidad después de esta tórrida noche, y de ese baño mágico, en los brazos
de David. Apenas despierta, me encuentro sola en la gran cama de mi amante… quien ya está
al teléfono. Movida por un mal presentimiento, me levanto y me dirijo al pasillo para
inclinarme por encima del barandal de la escalera. Demasiado tarde, ya está colgando. Y al
sorprenderme a lo alto de las escaleras, cruza mi mirada con gravedad.

- Era la policía. Hay noticias del caso Charles Thompson.

- ¿Te dijeron algo?

- Nada. Tenemos que ir a la jefatura lo más rápido posible.

Una media hora más tarde; sí, la eficacia de David Wagner dio otro golpe, sobre todo porque
no me dejó ni un segundo mientras que yo deambulaba en el baño; penetramos a la comisaría.
Es el inspector Clark quien nos recibe en su oficina atiborrada de papeles y con un cesto de
basura repleto de viejos vasos desechables vacíos. ¡Por lo que parece, es adicto al café!

- El Sr. Thompson ha confesado, -ataca directamente-. Reconoció haber tratado de matarla,


señorita Robinson. Así como también confesó haber orquestado su tentativa de asesinato,
señor Wagner.

- ¿Qué sucedió? –interroga David, rechazando el asiento que le ofrece el oficial-.

Yo tampoco me siento sobre una de las sillas disponibles, incapaz de moverme. Nos quedamos
los tres de pie, frente a la mesa de trabajo en donde se encuentra una pantalla de
computadora encendida. La tensión está a tope, hasta el punto que olvido todos los sonidos
que provienen del corredor; dos policías que hablan del famoso asesino del cuchillo que no
deja de aterrorizar a las mujeres de San Francisco.

- Reventó esta noche, -explica Clark-. Sin el soporte de los medicamentos o el alcohol, pidió
hablar con un oficial, como lo esperaba el procurador.

- ¿Es tan dependiente? –murmuro-.

David responde; o mejor dicho, el doctor Wagner:

- Más de lo que podrías imaginar, Hope. Asociado con los opiáceos y a la metadona que
tomaba, el alcohol provocó en él unas crisis de paranoia agudas. Creo que el médico de la
policía confirmó mi diagnóstico.

El inspector asiente refiriéndose a las notas de su expediente. Yo contengo un escalofrío.


¿Cómo un eminente neurocirujano, director de una clínica puntera en la ciencia y la
tecnología, pudo hundirse de esta manera? En cada uno de nosotros se esconde un lado
oscuro que quiere salir. No puedo evitar pensar en mis poderes, en mi abuela. Esta dualidad
existe en mí también, aunque tengo ganas de hacer el bien. Y el caso del doctor Thompson es
como una llamada de atención, una invitación a la vigilancia.

- Ustedes eran tan cercanos…, -digo afectada-.

- Lo propio de la paranoia es deformar la realidad. Charles ya no era el mismo bajo el efecto de


los estupefacientes.

- Su abogado tratará de jalar esa cuerda para mostrar su irresponsabilidad en los hechos, -
subraya el inspector con amargura-. Aunque no veo cómo podrá salir de ésta con su confesión.

David arquea las cejas, tan concentrado que siento las ondas que emanan de él.

- Él nos entregó al hombre que mandó matarlo. Es un antiguo vigilante retirado, Alex Williams.
Ese tipo ya es conocido en nuestra jefatura por golpes y heridas, básicamente en el ejercicio de
sus funciones.

- ¿Ya saben en dónde se encuentra este individuo?

Ni alarmado ni desconcertado, David no se deja invadir por sus emociones. Su rostro no deja
filtrarse ninguna expresión. Por mi parte, me revuelvo como un gusano. Esta historia hace que
se me ericen los cabellos de la cabeza. El inspector Clark pone los puños sobre sus caderas.
Abriéndose un poco el saco, revela la pistolera de cuero atado a su talle.

- Mejor que eso. Lo hemos detenido en la madrugada en su domicilio. No ha querido hablar,


pero el dinero en efectivo encontrado en su apartamento, así como sus recibos telefónicos,
dejan poco lugar a la imaginación.

¿Entonces, esto se ha acabado?

Guardo silencio al igual que David, que no dice nada, por culpa de la sorpresa, tal vez. Esta
tentativa de asesinato al origen de nuestro primer encuentro acaba de encontrar su desenlace,
y Charles Thompson así como su acólito están en su lugar: tras las rejas. El hombre que amo ya
no teme a nada en este momento. David sigue mirando fijamente al policía con intensidad, con
una curiosa flama en el fondo de su mirada, ese fuego que disimula detrás de su escudo de
hielo.

- ¿Puedo hablar con el doctor Thompson, inspector?

- Está prohibido. Usted no puede comunicarse con…

- Se lo ruego, -insiste David-. Tengo que verlo imperativamente una última vez. Conozco a este
hombre desde siempre. Lo he considerado como un padre durante años…

El oficial duda, con los brazos cruzados sobre su pecho y su ligera panza. Pero las pupilas
ardientes de David lo toman desprevenido, como el acento de desesperación en su voz. Mi
amante sufre, confrontado a la peor de las traiciones. Todas las figuras paternas de su universo
parecen estar destinadas a engañarlo, a herirlo.

- Muy bien… ¡pero no más de cinco minutos! –previene Clark-.


- Gracias, inspector.

Tan discretamente como me es posible, sigo a los dos hombres, pero me quedo en la
retaguardia cuando David se encuentra frente a la celda de su mentor. El policía aprovecha
para desaparecer y cuidar la puerta. Yo me recargo en la pared. Volver a ver al hombre que
trató de estrangularme me inquieta. Las imágenes vuelven. Así como la sensación de sus dedos
sobre mi cuello.

- David…

Charles Thompson no se parece más al loco que me persiguió en los pasillos de la clínica. Ni
siquiera al hombre furioso y altanero que encontramos en la gala de caridad organizada en el
Palace Hotel. En su traje arrugado por su larga detención, sólo es la sombra de sí mismo, con
sus mejillas devoradas por la barba y su córnea inyectada de sangre. Parece un drogadicto en
cuarentena.

- ¿Qué haces aquí? –pregunta iracundo-.

David no se mueve. Plantado frente a la pared de vidrio, observa a su antiguo protector como
si lo viera por primera vez y habla con una voz sin timbre:

- ¿Cómo pudo haber hecho algo parecido?

- ¡No te das cuenta! –silba Charles-. ¡No puedes entender!

- Tiene razón. Soy absolutamente incapaz de hacerlo.

El neurocirujano derrocado lanza un gemido y toma su cabeza entre sus manos como si ésta
fuera a explotar. No me siento segura.

- Viniste a saborear mi caída, ¿no es así? –vocifera-.

- ¿Tan mal me conoce después de todos estos años?

- Yo perdí todo, todo…

Parecería que habla consigo mismo, en un monólogo glacial. Cuando de repente, levanta la
cabeza y sus ojos se dilatan. Parece que acaba de percibir la presencia de David. Los estragos
de la droga y del alcohol me dan vértigo.

- Hubiera podido amarte como a un hijo, lo sabes.

- Yo lo amé como a un padre.

- Eras demasiado inteligente, demasiado brillante, demasiado talentoso… Estaba orgulloso de


que fueras mi pupilo al principio, hasta que comenzaste a superarme, a aplastarme.

- Yo le debía todo.

- Entonces te hubieras quedado en tu lugar… y nada de esto hubiera ocurrido. Pero tenías
tantas ganas de ponerte a la delantera. Y acabé por tener miedo cuando recibiste todas esas
proposiciones a la salida de la facultad, cuando tus artículos comenzaron a inundar las revistas
médicas. Todo el mundo tenía únicamente tu nombre en la boca mientras que yo, yo estaba
viejo, al final de mi carrera, incapaz de adaptarme a las últimas mutaciones científicas. Entre
más brillabas, más me aferraba en vano a mis glorias del pasado.

- Nunca quise una competencia entre nosotros.

David sacude la cabeza, con sus ojos claros ensombrecidos por la decepción, la incomprensión.
No deja de mirar fijamente el rostro gesticulante de su mentor, tratando tal vez de conmoverlo
o de despertarlo. Sin éxito. El viejo hombre no está completamente con nosotros ni
completamente en otra parte. Está atorado en su mundo, entre realidad y delirios.

- Lo sé, David. Y es eso lo que me hace sentir aún más culpable, -dice de repente-.

- Usted trató de matarme, ¿no es cierto?

- Sí. Ya no quería verte más. Pero tampoco quería que te murieras, -agrega con una completa
incoherencia-.

- ¿Y Hope?

Thompson no me mira ni siquiera, obnubilado por David. Su antiguo alumno no se mueve, en


búsqueda de una respuesta, tal vez de un sosiego.

- Ella sabía. Ella podía destruir mi carrera con su maldita foto. Eso no tenía nada de personal.

- ¿Es su excusa? ¿No tiene nada en contra de ella, y aun así tenía que eliminarla?

David lo contempla de pies a cabeza, de arriba hacia abajo, sin poder esconder la máscara de
repugnancia que se imprime sobre sus rasgos.

- Tratar de desquitarse conmigo es una cosa… ¡pero tomarla contra ella! –silba, glacial-. Lo
miro y me pregunto quién es usted. En el fondo, tal vez nunca lo he conocido.

- David…

Mi amante se aleja, sin voltear la mirada. Al estar conmigo me tiende una mano que tomo
enseguida. La oprimo con todas mis fuerzas. Para apoyarlo. Para decirle que estoy aquí, con él.
Y detrás de nosotros, la voz de Charles Thompson resuena todavía:

- Lo siento, David. Fui demasiado lejos. Me equivoqué…

- Al menos, ya empieza a darse cuenta.

Sin embargo, David no lo encara de nuevo, sólo le ofrece la vista de sus amplios hombros y de
su espalda.

- Espero que reflexione durante su larga estancia en la cárcel, Charles, y que mida la gravedad
de sus actos. Entonces, ¿quién sabe? Tal vez se convierta de nuevo en el hombre que creí
conocer.
Luego sale arrastrándome tras su estela.

***

Después de esta breve entrevista, David y Clark intercambian algunas palabras en la oficina
del inspector con el fin de evocar el aspecto judicial del caso. Sacudida por estas historias,
prefiero contemplar los muros de la habitación, sobre todo el gran panel en el que se
muestran diferentes caras. ¿Anuncios del corazón? No en realidad. Al acercarme, descubro a
los menores desaparecidos en la ciudad y sus alrededores a lo largo de las últimas semanas.
Unos cincuenta niños y adolescentes, sonriéndole a la cámara, sin saber lo que les esperaba.

- Qué horror…

Siento unas palpitaciones. Desde el despertar de mi don, estoy transformada en una verdadera
esponja. Capto todas las emociones, todas las malas vibraciones.

Bienvenido a Radio Hope.

- Pero…

Me inmovilizo frente a un rostro en particular, Un chica de unos 15 años, de cabellos negros en


trenzas. Es ella. Por supuesto que es ella. La reconozco. Mi pulso se acelera mientras arranco la
hoja para examinarla con más detenimiento.

- ¡No puedo creerlo!

Cuando de repente, la habitación se disuelve a mi alrededor. Una nueva visión. En un segundo,


me encuentro proyectada en un bosque. Pero… ¡es el escenario de mis pesadillas! Filas de
árboles se elevan hasta donde se pierde la vista, agobiantes. Y escucho unos gritos, los gritos
de una niña que está llorando, que pide ayuda, que suplica. Está aterrada. Está encerrada,
prisionera en una cabaña. Las imágenes confluyen, cortándome la respiración. Luego todo se
detiene y la comisaría resurge, dándome la sensación de que las paredes van a chocar entre
ellas y el techo aplastarme. Me tambaleo y me aferro al aviso de búsqueda. No hay ninguna
duda posible: la niña de mis pesadillas y la de la foto son la misma persona.

- ¿Quién es?

El inspector y David se voltean al mismo tiempo y, al ver mi cara lívida, mi amante se precipita
hacia mí.

- ¿Hope? ¿Te sientes bien?

- ¿Quién es esta niña? –respondo solamente al policía, que me contempla con unos ojos
redondos, él también impresionado por mi palidez-.

Sin embargo se acerca para satisfacer mi curiosidad y me toma el papel de las manos.

- Gaby Reynolds, -dice sin dudar-. Una chiquilla que desapareció hace cinco días.
Aparentemente, se habría fugado de su casa en Pacific Heights.
David me contempla gravemente.

- Gaby no se fugó.

El inspector mira mi rostro con una atención insistente.

- ¿Tiene usted alguna información al respecto?

- Yo…

¿Qué decir? ¿Qué responder? ¿Que soy una médium unida telepáticamente a su víctima? Me
muerdo los labios, llamando con la mirada a David para que venga en mi auxilio. En sus pupilas
transparentes, distingo un aliento, duplicado por una advertencia.

- Va a pensar usted que estoy loca… pero esta niña está en peligro. Lo sé. Y poco importa el
cómo, ¡le suplico que me crea! –digo con un fuego tal que Clark parece sorprendido.

Trato de ser lo más persuasiva posible.

- Gaby Reynolds fue secuestrada por una persona que la mantiene prisionera en un bosque.
Ella se encuentra en una especie de pequeña cabaña. Creo que se trata de un albergue de caza
o algo así…

Las imágenes de mi visión vienen a mí, como pequeños fragmentos de un gran mosaico. Todo
era tan preciso esta vez. Y siento que cada detalle cuenta.

- La cabaña está pintada de rojo y se encuentra cerca de un señalamiento con la inscripción


«D7 – etapa 111 ». Hay también unas marcas amarillas y verdes sobre algunos árboles en los
alrededores.

Como el policía no dice nada, le tomo sus dos manos, decidida a no soltarlo, a obtener su
ayuda.

- Ella está en peligro de muerte, inspector. Créame.

- Pero…

- Se lo suplico, verifique esta información. ¡Lo peor que puede pasar es que pierda algunos
minutos! Pero si existe una pequeña posibilidad de salvar a esta adolescente gracias a mi
información, no la deje escapar. Por favor.

Hay pasión en mi voz y no puede esconderse de mi mirada trastornada. Tanto que termina por
asentir con la cabeza, dubitativo.

- Muy bien. Eso haré.

Con el estallido de sus pupilas, adivino que me toma por una fanática, o al menos por una
chica rara. Pero si ese es el precio que debo pagar para liberar a una chiquilla de su verdugo,
¡no me importa en lo más mínimo!

***
Esa noche, la pesadilla vuelve con una fuerza inusitada. Y al día siguiente, tengo la impresión
de dormir de pie en la boutique de flores. El destino de esa adolescente me inquieta. ¿Y si no
fui lo suficientemente convincente? ¿Y si la policía no hace nada? ¿Y si actué demasiado tarde?
Sólo logro relajarme al llegar la noche, en presencia de David.

Mi antídoto para todo.

- Trata de ya no pensar en eso, Hope, -me insta con dulzura-. No puedes dejar que esas
premoniciones te carcoman.

Tiene razón. Ignoro todavía cómo controlar mi poder y vivir con él.

- Me gustaría que disfrutaras esta noche.

En este 4 de julio, David me propuso una cena con su familia. Con ocasión de la fiesta nacional,
su hermano y su esposa organizan una barbacoa sobre la terraza de su inmensa casa de Pacific
Heights. Me esfuerzo por no pensar en Gaby, que vivía no muy lejos de ahí. Afortunadamente,
la emoción por los fuegos artificiales sube rápidamente. Cada año, soy peor que una chiquilla
frente a esas luces, que disfrutaremos en esta ocasión desde el jardín con vista sobre la bahía.

- ¡Hope! –exclama Amy al verme-.

Ella se lanza sobre mí como un ave rapaz con su vientre protuberante. Embarazada de cuatro
meses, ella comienza a mostrar hermosas redondeces.

- ¡Necesito enseñarte obligatoriamente una cosa!

- ¡Cuidado! –me advierte Adrian-. Corres el riesgo de que te tome como rehén con su nuevo
calienta biberones.

Su mujer le lanza una pequeña servilleta de papel hecha bola.

- ¡Cómo puedes ser grosero! No tengo la culpa de que sea una pequeña maravilla de la
tecnología.

Toda la velada se desarrolla en un ambiente relajado, casual y despreocupado. Adrian se ocupa


de las bebidas y David vigila la cocción de las carnes mientras que Amy y yo disfrutamos del
pasto, instaladas bajo los racimos de acacias que se desploman del muro trasero de la casa.
Con un vestido floreado veraniego, me quito los zapatos para sentir la hierba bajo mis pies. Me
divierto arrancando el pasto con los dedos de mis pies

- ¿A qué hora empiezan los fuegos artificiales? –me lamento, cada treinta segundos-.

- Cuando hayas terminado de cortar el césped con tus pies, -me responde David, burlón-.

- ¡Ah, ah! ¡Muy chistoso!

Sentada entre los dos hermanos Wagner, tengo la impresión de formar parte de la familia. De
vez en cuando, admiro el perfil regular de mi amante. Esta noche, trae puestos una camisa azul
cielo con las mangas dobladas, un pantalón de mezclilla y unas botas de cuero negro. Y… sin
corbata. ¡Sí, sí!

¿Pero a dónde va todo el mundo?

Las bromas siguen hasta el postre. Pero en el momento de tomar el café, Adrian se aclara la
garganta y pone una mirada inquieta sobre su hermano menor. Su esposa, que llena las tazas,
guarda silencio inmediatamente, repentinamente absorta en su tarea.

- David…

Mi pareja se pone derecho, con la espalda recta en su silla de hierro azul. Con sus largas
piernas extendidas bajo la mesa, voltea hacia su hermano sus ojos «láser». Es así como los
llamo cuando me escudriñan hasta el alma. David parece a veces un robot escaneando a su
alrededor. Pongo una mano sobre su antebrazo.

- Sólo con tu manera de pronunciar mi nombre, siento que los problemas están por llegar.

- Tal vez tengas razón. Pero tenía que hablarte antes de que acabe la velada.

Adrian pasa una mano entre sus cabellos oscuros, mientras su hermano no se mueve ni un
milímetro. Parece petrificado en la espera de la mala noticia.

- Voy a visitar a nuestro padre en dos días.

- ¡Creía que él estaba en la cárcel! –no puedo evitar intervenir-.

- Así es, -me responde David con una voz neutra, casi mecánica-.

Percibo la tensión en sus brazos, en sus puños apretados sobre los brazos de la silla. Sé que
pretende ya haber pasado el duelo por su familia, pero es carcomido por su pasado. Un poco
como yo. No hemos hecho todavía las paces con nuestras historias personales. David se
debate sin cesar, encerrándose detrás de un muro de hielo como si nada lo afectara. Cuando
de hecho, sangra.

- Y espero que siga ahí hasta su muerte, -agrega con una cólera sorda-.

- Sabes muy bien que saldrá cuando haya purgado su condena.

- ¡Por mi vida, este hombre no respirará aire libre después de haber asesinado a nuestra
madre!

Las falanges de David se tornan blancas, pero yo no suelto su brazo, asustada por su reacción.

- Ha cambiado, -declara Adrian-. Te aseguro que ya no es el mismo hombre.

- ¿Eso en qué beneficia a nuestra madre? ¿Acaso eso la volverá a la vida?

- Escucha, David, no tengo la intención de pelearme contigo.

En este instante, los fuegos artificiales explotan por encima de nuestras cabezas, llenando el
cielo de destellos. Azul, rojo, verde, amarillo, naranja. Los cohetes se suceden, creando
magníficas coronas por encima de la bahía. Sin embargo no levanto los ojos… nadie de
nosotros.

- Deseo solamente que me acompañes a la sala de visitas en dos días.

- No.

El tono de David es glacial, a un punto que siento escalofríos. Mira fijamente a su hermano
mayor directo a los ojos, sin parpadear.

- Juré que no volvería a ver a ese hombre.

- A él le gustaría hablarte.

- ¿Sólo por eso tengo que visitarlo? ¿Para complacerlo?

- No, no es por él. Es por ti. Porque sigue siendo tu padre. Tienes el derecho de estar enojado y
de odiarlo, pero sigue siendo tu progenitor. Su sangre fluye por tus venas, a pesar de lo que
hagas o digas.

- Gracias por recordármelo, -ironiza David-.

Un largo silencio se instala. Los dos hermanos cruzan sus miradas como se cruzan las espadas.
Amy acaricia mecánicamente su vientre redondo. Y yo oprimo la muñeca de David hasta que
voltea hacia mí y hace un esfuerzo por sonreír. Con una mano, hago hacia atrás un mechón de
sus cabellos rubios muy pálidos. Quisiera ayudarlo, decirle que su hermano mayor tiene razón,
pero prefiero callarme. Por el momento, solamente necesita de mi apoyo incondicional.
11. ¡Primicia!

No tuve pesadillas esta noche. Incluso dormí profundamente, recuperando finalmente todas
esas horas de sueño. Saboreando este respiro, lavo mis cabellos mientras me baño, cuando de
repente, suena el teléfono. Envolviéndome en una gran toalla, me lanzo sobre el auricular, y ya
que el champú se cuela por mis ojos, empiezo a maldecir.

– ¿Diga?

Contesté justo a tiempo. ¡Oh!, lo pude haber dejado sonar, pero fui presa de una repentina
inquietud. ¿Será quizá porque una llamada a las 6 :30 de la mañana nunca es una buena señal?

– ¿Señorita Hope Robinson? –dice una voz del otro lado de la línea-.

Me dice vagamente algo.

– Sí, soy yo.

– Habla el inspector Harvey Clark.

– ¡Oh, Buenos días! ¿Cómo está?

Parece un poco desconcertado por mi entusiasmo natural. Deformación profesional, sin duda.

– Encontramos a Gaby Reynolds –me dice muy serio-.

Me quedo callada, como si me hubieran cortado la lengua.

– Fue secuestrada por un loco a quien detuvimos esta noche. Sepa que está sana y salva y que
volverá a su casa, con sus padres, tan pronto como salga del hospital.

Hace una pequeña pausa. Por mi parte, aún no recupero mi voz. Mi cerebro funciona
lentamente.

– Es gracias a usted que pudimos salvarla. Busqué una cabañita de caza roja siguiendo sus
indicaciones y resulta que la señal «D7 – parada 111 » corresponde a un camino forestal.

– Oh.

Me dejo caer sobre el sofá. Envuelta en mi toalla y en la espuma blanca en mi cuello, me aferro
al auricular. Me encuentro dividida entre la alegría y el miedo. La policía salvó a una
adolecente, pero como sospechaba, mi poder no deja de crecer. No puedo negarlo: hasta
ahora todas mis visiones se han hecho realidad con gran exactitud.

– Yo quería informarle.

– Es muy gentil de su parte.


– También me gustaría saber cómo lo hizo. ¿Cómo sabía que la víctima se encontraba allí?

Degluto con dificultad. De ninguna manera puedo decirle la verdad.

– No lo sé. Tuve un presentimiento.

Estoy muy consciente de que no doy ninguna explicación, pero es mi única elección y cuelgo a
pesar de la insistencia del inspector.

Gracias a mi poder contribuí a salvar a una adolescente.

Esta frase le dio vueltas a mi cabeza una y otra vez, salvadora, incluso si aún estoy muy
impactada.

***

Al momento de salir, cierro de golpe la puerta detrás de mí. Pero apenas atravieso la puerta
del edificio, cuando un hombre se lanza sobre mí tendiéndome un teléfono como si se tratara
de un bocado. Sorprendida, me congelo en medio de la acera viendo su teléfono,
transformado en micrófono.

¿Me hice una estrella de cine durante la noche, o qué?

– ¿Hope Robinson? ¿Es usted la médium que trabaja para la policía?

– ¿Perdón?

Abro los ojos asombrada y retomo mi camino caminando rápidamente. Espero escaparme de
este hombre, pero me sigue como si fuera mi sombra corriendo para alcanzarme. Me
contengo rápidamente para no huir.

– ¡Déjeme tranquila!

– Me gustaría escuchar sus impresiones.

– ¡No lo conozco!

– Dylan Carter de San Francisco Daily News. Soy periodista. Trabajo en la crónica de la sección
local.

Palidezco con rapidez, sin que él me deje de pisar los talones, y cuando intenta tomarme del
brazo, lo evado.

– Espere, por favor. Sólo quiero entrevistarla.

– No tengo nada que decir. Me confunde con alguien más.

– Mi informante en la policía fue muy claro. Según él, sus dones permitieron encontrar a una
chica que estaba secuestrada.
Me paralizo en la esquina. ¿Quién pudo contarle esas historias sobre mí? Sin duda el inspector
Clark habló con sus colegas, quienes disfrutaron hablando de ello… Y como resultado tengo un
periodista frente a mí. ¿Qué hago? ¿Cómo debo reaccionar? No tengo ganas de que me
conozcan como la médium del vecindario.

– ¿Cómo supo donde se encontraba la chica?

No respondo.

– ¿Qué siente ahora que ella está fuera de peligro gracias a usted?

– Yo no hice nada. Es a la policía a quien hay que agradecer. Ahora, le ruego que me deje,
señor. No tengo nada que declarar.

Y huyo, saltando al autobús antes de que se aleje. ¿Reaccioné bien? Me lo pregunto durante
toda la mañana antes de olvidar el episodio. Desde mi operación de los ojos y la detención de
Charles Thompson, cruzo los dedos para que las cosas vuelvan a estar en orden. Antes que
otra cosa, que nada más nos amenace. Además, es verano, hay buen tiempo, el sol brilla…
¿Qué más podría pedir?

***

Hasta finales de la semana, saboreo esta calma que comparto con David, Claire y la florería. Y
el viernes por la mañana, paso como todos los días delante del kiosco de periódicos para ir a
mi trabajo. Cuando de pronto, algo llama mi atención.

Mi nombre.

Mi nombre en el titular del periódico.

– ¿Qué es esto?

Mi corazón se sale del cuerpo. Se trata del San Francisco Daily News. Un número totalmente
dedicado a lo paranormal. En la cubierta, una hoja dedicada al asesino del cuchillo… y un gran
artículo sobre mí: «Hope Robinson: la médium de la policía». Me apresuro a voltear las
páginas. Ni siquiera saludo a Phil, el anciano del kiosco a quien conozco desde hace mucho
tiempo.

– «Hope Robinson, una joven médium le dio recientemente un empujón decisivo a la policía en
un asunto de secuestro» –leo en voz alta-.

Firmado por Dylan Carter, el artículo investiga mi papel en el asunto de Gaby Reynolds. El
periodista cuenta mis estudios, mi vida diaria… y mi relación de parentesco con la célebre
Christina McKinney. ¿No soy la nieta de la famosa vidente que hace tiempo fue el tema de la
crónica por estafas y abusos de debilidad? Por otra parte, Carter no deja de interrogarse sobre
la pureza de mis intenciones, antes de entender que la policía tiene quizá que sacar provecho
de mi ayuda.
Dejo de respirar y cierro el periódico viendo fijamente la primera página. Automáticamente,
leo las primeras líneas de la página: «El asesino del cuchillo mató a otra muchacha delante de
su tienda esotérica». Porque la policía encontró el común denominador entre todas las
víctimas. Están ligadas al mundo de lo paranormal: vidente profesional o adivina ocasional. He
aquí por qué el Daily News habla de este monstruo en su número sobre la clarividencia.

– ¡Esto no es verdad!

Phil se aclara la garganta:

– ¿Entonces, Hope? ¿Me comprarás este número o lo vas a romper en pedacitos?

Estoy a punto de sacar unas monedas de mi bolso… cuando esto me quita el aliento. Esto brota
de mi ser, esto confunde mi visión, como si me proyectara fuera de mi cuerpo. Identifico en
seguida todos los síntomas. Es un destello, una nueva premonición. En la calle, no distingo las
tiendas ni los peatones mientras que otras imágenes desfilan delante de mí.

Un aliento. Un aliento ronco, caliente y precipitado. El miedo comienza a invadirme. Siento


una cuchilla en mi mano. Un cuchillo escondido en el fondo de mi bolsa. Y veo una imagen
frente a mí. La foto de una chica pelirroja: yo. Soy yo a quien el hombre del cuchillo está
mirando, o siendo más exacta, la foto mía que apareció enSan Francisco Daily News. Y puedo
sentir su cólera, su odio y su resentimiento.

Sus ganas de matar.

De matarme.

Entonces, el destello se detiene. Aterrorizada, aspiro el aire por la boca antes de caer de
rodillas en la acera. El viejo vendedor de periódicos se apresura a ayudarme, pero no lo veo, no
lo oigo, solamente siento sus manos sobre mis hombros. Me sofoco. Lo que acabo de sentir en
mi premonición son los pensamientos y las emociones del asesino del cuchillo. Como si
estuviéramos relacionados uno con el otro. Y sé quién será su próxima víctima.

Yo.

Continuará...

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