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1.1 Indígenas Conquista y Colonia Lectura
1.1 Indígenas Conquista y Colonia Lectura
http://www.bowdoin.edu/~eyepes/latam/reivind.htm
Hacia el centro y sur del valle del Magdalena y en conflicto con los muisca,
habitaban diversos pueblos de origen Caribe, entre los que se menciona a los
panche, coyaima yandaquí. En el actual Valle del Cauca tenían asiento los lilí y
gorrión, mientras que en Nariño vivían los pueblos pasto, abad y quillacinga. En
los llanos Orientales pueblos arawak como la nación Achagua y Sáliva vivían junto
a otros pueblos Caribe como los guahibo. Por último, en la Amazonia una infinidad
de pueblos desarrollaban distintas alternativas de convivencia con la selva tropical.
La crisis económica que se extendió por el occidente europeo a mediados del siglo
XIV aumentó las dificultades de los señoríos: hambrunas y pestes disminuyeron
drásticamente la población, estrechando el mercado para los productos rurales y
haciendo muy escasa la mano de obra campesina. Ante esta situación, los
señores intentaron en muchos casos aumentar la explotación de siervos y
campesinos libres y elevar las rentas de la tierra, lo que condujo a una violenta
oleada de revueltas campesinas, que si no amenazaron directamente el orden
señorial, pusieron al menos en crisis algunos de sus rasgos más odiosos y
condujeron a adecuar en alguna medida el sector rural a las exigencias de un
nuevo sistema económico. La oferta de mejores condiciones hecha por los
señores para atraer campesinos a sus tierras y la violencia ejercida por los
habitantes rurales se unieron para cambiar radicalmente la situación del campo,
hasta tal punto que para finales del siglo XV había desaparecido ya casi
completamente la servidumbre de la gleba en los países de Europa Occidental, es
decir, había terminado la obligación de permanecer atado al suelo del señor y
ligado a éste por una relación de dependencia personal. Por supuesto, la
estructura social siguió siendo rigurosamente jerárquica, y los señores
conservaron el derecho a recibir de los campesinos rentas, tributos u otras clases
de beneficios de origen feudal.
Tan importante como la crisis económica fue el proceso de pérdida de los poderes
políticos y judiciales por parte de los señores. En el sistema sociopolítico feudal,
buena parte de las funciones estatales había pasado a manos de los nobles, que
habían recibido sus dominios en feudo de parte de un señor o monarca al que se
ligaban por obligaciones personales de fidelidad y servicio. El desarrollo de la
economía monetaria, las dificultades de algunos sectores de la nobleza o su
agotamiento en guerras y rivalidades, el renacimiento de ideales derivados del
antiguo derecho romano, contribuyeron a afirmar un proceso de fortalecimiento del
poder de los reyes, que se expresó en la recuperación de la soberanía cedida a
los señores feudales, en la aparición de burocracias y ejércitos reales y en el
desarrollo de sistemas tributarios con alguna eficacia. Estos nuevos estados, en
los que el monarca tenía una capacidad creciente de hacerse obedecer dentro de
un territorio que comenzaba a corresponder a una nación, adquirieron así mayor
capacidad para apoyar y proteger empresas más costosas y audaces, como
aquellas ligadas a las nuevas aventuras imperiales.
España no parecía, a finales del siglo XV, destinada a un futuro muy brillante.
Durante casi 800 años gran parte de la energía de los pueblos españoles se había
desgastado en una lenta y larga lucha contra los árabes, lo que había dado un
carácter peculiar a la sociedad y la mentalidad de los habitantes de la península.
Al mismo tiempo, no se había logrado la unificación de la península bajo un solo
reino, y en su territorio existían todavía las monarquías de Navarra, Portugal,
Aragón y Castilla2.
Castilla contaba hacia 1500 con unos 6 o 7 millones de habitantes, que ocupaban
un territorio más bien árido y poco productivo. Durante los siglos de la reconquista
la necesidad de poblar las zonas arrebatadas al enemigo había dado pie para que
la monarquía ofreciera, en los periodos iniciales, condiciones favorables a los
campesinos, sobre los que nunca recayó una condición plena de servidumbre,
similar a la existente en otros países europeos. Pero la nobleza recibió de todos
modos y en particular durante los dos últimos siglos de la reconquista grandes
territorios, principalmente en el sur del país, con los que se constituyeron
inmensos señoríos bajo el control de órdenes religioso-militares o de nobles o
grandes prelados. Durante la guerra con los árabes la nobleza adquirió un ethos
militar y religioso más bien hostil a las actividades rutinarias de la vida económica.
Acostumbrados a vivir del botín de la guerra y a fundar su poder en el dominio de
la tierra, los nobles fueron adoptando una mentalidad dominada por virtudes
militares como el valor y el honor. Esta mentalidad, además, se extendió a amplios
sectores de población distintos de la aristocracia, como burgueses y artesanos, e
incluso puede sostenerse que llegó a permear a toda la sociedad española.
En la mayor parte de Castilla los campesinos eran libres -aunque el límite entre
servidumbre y libertad fuera muy borroso e incluyera todo un continuo de etapas
intermedias- y usaban la tierra pagando a los titulares de los señoríos diversos
derechos y rentas y sujetándose, mientras habitaran en la tierra del señor, a sus
poderes judiciales. Así pues, algunos de los rasgos del feudalismo -como la
existencia de poder político y judicial en manos de los nobles dueños de señoríos,
las relaciones de vasallaje entre el monarca y los nobles y las obligaciones de
servicios y tributos de los campesinos a los señores- estuvieron presentes en
España, y se acentuaron durante los siglos XIII a XV, pero la ausencia de
servidumbre total y de una rigurosa jerarquía de vinculaciones personales entre el
monarca y los señores, así como el mantenimiento de algunas prerrogativas de la
monarquía, impidieron la consolidación de un orden social y político propiamente
feudal4.
La fuerza de la nobleza y la debilidad correlativa de la Corona, sin embargo,
nunca se consagraron en un sistema constitucional que limitara explícitamente los
poderes del monarca. Las cortes -representantes de la nobleza, la Iglesia y
algunas ciudades- eran convocadas usualmente a voluntad de la Corona, casi
siempre cuando ésta requería algún subsidio para corregir sus habituales déficits o
para iniciar una nueva campaña militar. Pero no se requería la aprobación de las
cortes para promulgar nuevas leyes -aunque sí para derogar las antiguas- , y la
nobleza y el clero, exentos de obligaciones tributarias, se desentendieron
usualmente de las funciones de las cortes y dejaron a las ciudades sufrir aisladas
la presión fiscal del rey, sin pretender utilizar un organismo tal para formalizar y
consolidar un poder de hecho que parecía alejado de toda posible discusión.
3. La situación de Aragón
El reino de Aragón había tenido un desarrollo histórico muy diferente al de Castilla.
Menos poblado (contaría quizás con 1.000.000 de habitantes a finales del siglo
XV), formado por Cataluña, Aragón y Valencia, había consolidado entre 1270 y
1400 una economía basada en la producción y exportación de textiles. La
monarquía, al servicio de un patriciado urbano que cosechaba los beneficios del
comercio textil, emprendió exitosas aventuras imperiales, que le permitieron
incorporar en 1409 las islas de Cerdeña y Sicilia al cetro aragonés. Las cortes de
Cataluña, Aragón y Valencia, apoyadas en el gran poder de la burguesía y en una
tradición feudal más profunda que la de Castilla, se reunían con frecuencia y
lograron consolidar un sistema constitucional en el que se definían claramente los
poderes y obligaciones de gobernantes y gobernados; las cortes gozaban de
poderes legislativos y para expedirse cualquier ley era necesario el consentimiento
mutuo del rey y las cortes.
Tan importantes como el fin de la reconquista fueron las modificaciones que los
Reyes Católicos introdujeron en la balanza del poder interno de España. Aunque
ambos monarcas se mantuvieron aferrados al ideal medieval del buen príncipe,
cuya autoridad no está limitada pero que al orientarse al bien común no puede
chocar con las prerrogativas, derechos y fueros de los gobernados, Castilla
evolucionó en un claro sentido autoritario, que aumentó los recursos políticos de la
Corona a costa de los poderes de la nobleza y la burguesía. Aragón, gobernado
casi siempre en ausencia, afirmó por el contrario los elementos contractuales de
su constitución; con esto los dos reinos se separaron aún más en sus formas
reales.
A los anteriores aspectos de afirmación del poder real se añadió la política relativa
a la Iglesia. Una de las más importantes medidas de los reyes fue incorporar a la
corona las órdenes religiosas militares, colocando a Fernando como patrón. Con
esta medida se incorporaban al dominio real tal vez un millón de vasallos y se
ponían en manos de Fernando unos 1.500 cargos para premiar a sus amigos. En
esta incorporación se advierte el frío realismo con el que se manejaron estos
asuntos, evidente también en la pretensión de Isabel de que el Papa se limitara a
confirmar sus nombramientos de obispos. Nada se logró en este sentido hasta
1486, cuando Inocencio VIII, que requería la ayuda militar y política de Fernando
para apoyarse en Italia, dio a los reyes el derecho de "patronato" -o sea de
seleccionar los obispos- en las iglesias que se establecieron en Granada. El
proceso siguió, y otra vez interesado en apoyo en los conflictos italianos Alejandro
VI concedió en 1493 el derecho exclusive a evangelizar en América -fuera de
legitimar la autoridad temporal de los reyes españoles sobre los territorios
descubiertos- y en 1501 cedió los diezmos que se cobraran en las nuevas tierras.
Julio II, el belicoso sucesor de Alejandro, entregó en 1508 el patronato sobre las
iglesias de Indias y Adriano VI dio a Carlos V en 1523 el derecho de presentación
de todos los obispos de España, con lo que se garantizaba la subordinación
política de la Iglesia al estado español. Esta subordinación no representó una
gran prueba para la Iglesia. Más bien la fortaleció, en la medida en que Isabel se
esforzó por reformarla, escogiendo con cuidado los obispos, colocando en las
sedes eclesiásticas a hombres severos e ilustrados, impulsando la reforma de los
colegios y los monasterios, en muchos de los cuales se vivía sin disciplina ni
moralidad. Fue tal la decisión con que se hicieron las reformas que se dice que un
buen número de monjes en Andalucía se convirtió al islamismo por no soportar los
rigores de la nueva disciplina.
Con un estado más moderno y efectivo del que existía pocas décadas antes,
capaz de recaudar una elevada tributación, de imponer su voluntad sobre nobles,
ciudades y prelados, España se encontraba en una nueva situación a finales del
siglo XV. La monarquía había acumulado suficiente poder para apoyar con deci-
sión las empresas imperiales que pronto se plantearían a España, en parte como
continuación del impulso de la misma Reconquista. La nobleza, beneficiada con
su poderío económico en aumento y por la eliminación de los sectores burgueses,
estaba lista para empresas imperiales en Europa y para buscar beneficios
eventuales en la conquista de América. Por otro lado, la orientación de la
economía hacia la ganadería favorecía la creación de continuos excedentes de
población sin empleo, la aparición de gente dispuesta a toda clase de aventuras
militares y coloniales. La estructura económica española, aunque no fuera muy
sana ni pudiera transformarse fácilmente para romper las limitaciones que en
especial le imponía la situación agraria, podía sin embargo soportar una alta dosis
de tributación. La experiencia de la reconquista y la de los dominios aragoneses
en Italia dieron a España, tanto al prestar gran importancia a las virtudes y habi-
lidades militares y al orientar buena parte de la población hacia ideales guerreros
como al conformar antecedentes para la administración de colonias y poblaciones
conquistadas, una experiencia de la que se nutriría en el proceso de la conquista
americana. Por último, la conciencia de misión y de cruzada y la religiosidad
exaltada y febril derivada de la lucha contra los árabes permitían a los españoles
colorear las más audaces aventuras imperiales con los honestos matices del
servicio a Dios y a la cristiandad. Todos los factores mencionados, de un modo u
otro, se entrelazaron hacia el año 1500 para dar a España los medios y la energía
necesarios para la empresa americana.
I. EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA Y LA
ORGANIZACIÓN DE LA CONQUISTA
1. La expansión hacia el Atlántico y el descubrimiento de América
El siglo XV vio la ruptura de la limitación de Europa a una navegación
mediterránea y limitada a las costas. Portugal continuó la tarea de la Reconquista
con un vivo proceso de expansión hacia el sur, motivado en parte por el interés en
el comercio con el Africa y en parte por los gustos y curiosidades del rey Enrique
el Navegante. Desde 1415, cuando los portugueses atacaron la fortaleza
musulmana de Ceuta, en la costa africana, hasta la expedición de Bartolomé Díaz
en 1488, los lusitanos ampliaron sus conocimientos y control comercial de la costa
de Africa hasta el cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur del continente.
Esclavos, marfil y oro fueron los productos alrededor de los cuales se mantuvo el
interés por la búsqueda de nuevas tierras y nuevas rutas, búsqueda que hacia
1480 estaba orientada claramente a tratar de establecer un contacto marítimo
directo con la India, principal proveedora de las especias.
Colón, después de haber perdido una nave, escogió "por intervención divina" un
sitio para establecer un fuerte y dejar allí algunos de los españoles mientras volvía
a España a dar cuenta de sus descubrimientos. El día 24 de diciembre de 1492 se
fundó el fuerte de Navidad, en un lugar sin agua, malsano, cuya única ventaja
residía en la eventual cercanía a sitios donde podría explotarse oro. Los españoles
que allí quedaron entraron en el primer conflicto entre europeos y americanos, que
inicialmente habían entregado alimentos y oro a los españoles en medio de una
curiosidad ingenua. El choque probablemente tuvo que ver con el resentimiento de
los indígenas al tener que sostener permanentemente a los recién llegados, que
no realizaban ningún trabajo, y acaso con conflictos ligados a la conquista de las
mujeres por los marineros ibéricos.
Colón, recibido triunfalmente por los Reyes, preparó un segundo viaje en 1493,
cuando vino acompañado por 1.200 hombres deseosos de conocer el fabuloso
mundo de las Indias. La imagen que Colón se hacía de su tarea se derivaba con
claridad de la experiencia comercial de las ciudades italianas: lo que pretendía era
establecer una factoría comercial, con fuertes y almacenes construidos por los
españoles, para comerciar con los indios, que darían oro y otros productos a
cambio de las baratijas (bujerías) europeas5. Los socios monopolistas de la
empresa eran la monarquía y Colón, quienes se repartían las ganancias y corrían
con los gastos; los demás españoles eran simples asalariados de la compañía. No
se pensaba en una colonización en forma, con residencia permanente de los
españoles en la región: no se trajeron mujeres y se suponía que los alimentos se
importarían de España.
Rápidamente el sistema entró en dificultades. Los indios intercambiaron
inicialmente algo del oro acumulado durante generaciones, pero no tenían por
supuesto ningún interés en seguir produciendo un excedente para cambiar con los
europeos en forma regular. El flujo voluntario de oro disminuyó y los españoles
respondieron organizando entradas a las zonas de los indios para tratar de
obtener con la violencia lo que no se daba por las buenas. Además, los
conquistadores, insuficientemente aprovisionados desde España y sin mujeres,
esperaban que la población nativa satisficiera sus necesidades alimenticias y
sexuales. Colón decidió imponer un tributo obligatorio a los indios, en oro y
algodón (pues pese a que la carencia esencial era ya la de alimentos, Colón
seguía obsesionado con el oro, imagen de toda riqueza para los hombres del
Renacimiento), lo que aumentó las tensiones entre las dos comunidades. Los
indios, que ya habían sido sometidos a algunos trabajos forzosos, finalmente se
lanzaron a una rebelión general en 1494. Colón dirigió una expedición militar que
redujo la isla, pero los indios ya no estaban dispuestos a trabajar ni sembrar para
los conquistadores, aun a costa de su propia desaparición: "Y permitió su divina
majestad -escribió Fernando Colón- que hubiera tal escasez de comida y tan
grave enfermedad que se redujeron a la tercera parte... de modo que pudiera
verse que estas cosas venían de su mano altísima..."6.
Un conflicto cada vez más marcado con los mismos españoles llevó a Colón a
culminar la transición hacia una colonia en la que los europeos no serían simples
empleados de la factoría sino habitantes de la región con derechos a comerciar,
explotar la tierra y las minas, etc. Una rebelión de los inmigrantes sólo pudo
apagarse con un compromiso que modificó la forma de relación con los indios. Los
españoles recibirían tierra, que sería propia a los 4 años de residencia, y para
cultivarla, así como para extraer metal de las minas, se repartieron indios a los
españoles. El tributo implantado por Colón fracasó, pues los indígenas no
producían voluntariamente un excedente suficiente para pagarlo. Ahora se trató de
implantar un sistema de trabajo obligatorio, en el que la producción iba a ser
controlada por los españoles mismos, y que tenía fuertes reminiscencias de la
servidumbre medieval.
La Corona objetó inicialmente el sistema, pues partía del principio de que los
indios eran vasallos de la Corona, pero que nada justificaba su servidumbre a
otros españoles, fuera de que esto podía conducir a la formación de señoríos que
amenazaran el poder de la monarquía, pero pronto se convenció de que sin el
trabajo indígena los españoles no podrían subsistir en las Indias, sobre todo
porque allí inmediatamente se negaban los recién llegados a todo trabajo manual.
Los Reyes, sin embargo, insistieron en que el trabajo indígena, aunque fuera
inevitable, debía ser remunerado y así lo ordenaron en la Cédula Real del 20 de
diciembre de 1503 que dio forma al sistema llamado del "repartimiento".
3. La Encomienda en La Española
Para mantener las islas aprovisionadas de mano de obra, que se requería para la
extracción de oro y para el cultivo de las estancias de los colonos, en las que se
había introducido ganado -que afectaba además la producción de alimentos de las
comunidades indígenas, pues destruía los sembrados- y cerdos e incluso la caña
de azúcar, llamada a un amplio desarrollo en la zona, se adoptaron varias
medidas de emergencia. Inicialmente se trajeron indios de las islas vecinas, lo que
no hizo sino extender la despoblación a toda la zona. En 1503 la Reina Isabel
permitió que se capturaran como esclavos los "caribes", nombre que se daba a los
indios caníbales y belicosos7. Entre los sitios de caribes, a los cuales se podía ir a
cazar esclavos se mencionaron varios de la costa actual de Colombia, como
Cartagena y Barú; durante varios años el tráfico de esclavos floreció en la zona.
Poco después Fernando el Católico promovió el envío de esclavos negros, que
convirtió en fuente adicional de ingresos para el tesoro real. En 1509 autorizó la
conducción de indios que no ofrecieran resistencia como siervos de por vida
(naborías), adoptando una institución indígena del área, a las islas; los que se
resistieran, se enfrentaran violentamente a los españoles o se opusieran a la
predicación del evangelio podrían ser esclavizados. La diferencia entre la
servidumbre vitalicia y la esclavitud no debía ser muy clara para la víctima, y la
restricción de la esclavitud a los indios caribes o que ofrecieran resistencia
tampoco operó mucho en la práctica, pues lo usual durante unos años fue
denominar caribes a los indios que se querían esclavizar.
Los dominicos, aterrados por la despoblación de las islas y el maltrato a los indios,
hicieron ásperas denuncias del sistema del repartimiento, que seguía siendo
esencialmente un sistema de trabajo forzoso distribuido por las autoridades
españolas a los hacendados locales, a cambio de un salario a los indios y de
procurar su cristianización. Las denuncias de los dominicos, encabezados por
Alonso de Montesinos, fuera de plantear un profundo problema moral, ponían en
entredicho los derechos jurídicos españoles para conservar el dominio de las
nuevas tierras, que se fundaba en la necesidad de catequizarlos; amenazaban con
crear dificultades políticas muy graves en las islas, pues los sacerdotes se
negaban a absolver a los españoles culpables de malos tratos o de apropiación
indebida de bienes o servicios indígenas; y confirmaban un fracaso que no podía
seguir ocultando la Corona. Por esta razón se ordenó la reunión de una junta de
notables, que expidió en 1512-13 las leyes llamadas de Burgos, que fueron
adicionadas al año siguiente en Valladolid. Las leyes de Burgos equivalían en gran
parte a consagrar la política seguida hasta entonces, pero introduciendo algunas
modificaciones importantes 8. En el aspecto jurídico el sentido del trabajo indígena
se modificó: antes había sido un servicio prestado por hombres libres, dueños de
sus propias tierras, a cambio de un salario, en un caso en el que se juzgaba que la
comunidad española no podía sobrevivir sin las labores indígenas. Ahora se
fundamenta el trabajo indígena en la obligación de reconocer el señorío político
del rey de España. El servicio que deben los indios al rey es cedido por éste a los
conquistadores, como premio por los esfuerzos realizados en el descubrimiento y
sometimiento de las islas. Por otra parte, se reguló cuidadosamente el trabajo de
los indios, ordenando que debían dedicar nueve meses al año al servicio de los
españoles y que un tercio debían trabajar en las minas. A los españoles se les
impusieron obligaciones de buen trato a los indios, así como restricciones a los
abusos usuales; debían dar buena alimentación a los indios, hacerlos trabajar
únicamente de sol a sol, etc., y en especial responsabilizarse por su
catequización. Este conjunto de leyes reguló la institución ya que había recibido el
nombre de encomienda y era un simple desarrollo del repartimiento inicial. El
español que recibía los indios y se comprometía a darles enseñanza religiosa
recibía el nombre de encomendero y era el beneficiario de los servicios de los
indios, que eran denominados encomendados. En sentido estricto, la institución
era una forma de disponer del trabajo indígena y de organizarlo, con poca relación
con el sistema tributario o con el dominio sobre la tierra -a diferencia del
feudalismo europeo, donde el derecho a obtener servicios feudales se derivaba de
la posesión en feudo de la tierra-. Pero en la práctica, tierra y encomienda
tendieron a trabarse íntimamente, y varios elementos feudales comenzaron a
surgir al calor de la encomienda. Los colonos, al contar con una población servil,
podían satisfacer en forma muy clara algunos de los valores de la sociedad
española de la época. Incluso si no eran hidalgos o nobles, los españoles que
recibían una encomienda quedaban liberados de todo trabajo manual, lo que
constituía ya un índice de nobleza, y asumían en la práctica funciones de mando
sobre los indios encomendados. A pesar de que la Corona, siempre cuidadosa al
respecto, se negó a transferir toda jurisdicción
-política o judicial- a los encomenderos y de que el dominio sobre el trabajo
indígena era independiente de toda pretensión sobre la tierra, la encomienda
creaba un grupo social dispuesto a mirar en el pasado feudal europeo la imagen
de su propio futuro; un grupo que buscaría consolidar su control sobre la mano de
obra indígena apropiándose de la tierra de los indios, tratando de convertir a la
encomienda de una concesión temporal o simplemente vitalicia en algo hereditario
y perpetuo y haciendo lo posible por obtener jurisdicción señorial sobre los indios.
El conflicto entre los ideales absolutistas de la Corona y las tendencias
feudalizantes de los encomenderos fue, por esta razón, una de las fuentes
mayores de tensión social y política en las Indias durante el periodo de conquista.
El poder de los encomenderos estuvo reforzado, además, por el hecho de que
ellos eran usualmente los primeros conquistadores, los personajes más notables
de la colonia, los que concentraban los cargos públicos locales y finalmente los
que recibieron más importantes donaciones de tierra de la Corona.
Dentro de las ciudades existía una diferencia entre los vecinos, que eran los
propietarios de una "casa poblada" en la localidad y que tenían derechos cívicos
plenos, y los moradores en sentido más general, que incluían a todos los
españoles residentes en la ciudad. Muchos no tenían un hogar propio, y vivían
como clientes o agregados de los vecinos más acomodados, como soldados o
mayordomos de los encomenderos, etc. Los artesanos y demás miembros de las
profesiones consideradas como viles no eran habitualmente vecinos, aunque
tuvieran propiedades. En todo caso, la diferenciación entre los vecinos y los
moradores varió, sobre todo en los primeros años, y hubo una fuerte tendencia a
limitar el uso de la expresión vecino a los encomenderos.
Todas estas instituciones, aun en el caso de que fueran creadas únicamente para
las Indias, nunca pretendieron establecer jurídicamente una administración
colonial que subordinara las Indias a Castilla. Aunque económicamente las
relaciones entre España y las Indias adquirieron todos los caracteres de
subordinación colonial a una metrópoli, jurídicamente la Corona consideró siempre
a las Indias como una parte integrante de las posesiones reales, en pie de
igualdad con cualquiera de los reinos europeos; estrictamente, fueron
considerados como parte de Castilla y del patrimonio del rey de Castilla.
La aprobación del territorio de Indias, sin embargo, suscitaba un problema jurídico
especial, por el hecho de que las tierras descubiertas no se encontraban
deshabitadas. Los españoles tendieron a considerar, de acuerdo con elementos
de la tradición medieval, que era lícito apoderarse de las tierras de los no
cristianos, pero apoyaron esencialmente su dominio sobre América en una bula
papal de Alejandro VI, que daba a Castilla el derecho exclusivo a evangelizar en
América, y para ello le confería al monarca "plena y libre omnímoda potestad,
autoridad y jurisdicción" sobre las tierras descubiertas. Pero después de 1511-12
los debates sobre el tratamiento de los indios condujeron a una amplia discusión
sobre el origen de los títulos españoles a la dominación de los indios y de sus
tierras. La Corona reafirmó como posición oficial la de que el título derivaba del
dominio universal del Papa, pero trató de justificar la acción de guerra a los indios
por su negativa a aceptar pacíficamente el dominio benevolente del Rey de
España. Los conquistadores recibieron instrucción de leer un texto, el
"requerimiento", en el que pedían a los indios la sujeción pacífica, antes de poder
hacer cualquier acto guerrero contra ellos. Pero muchos juristas y teólogos
comenzaron a atacar desde diversos puntos de vista la posición de la Corona.
Algunos, influidos por la tradición tomista, sostenían que los gobiernos paganos
eran legítimos y no era por lo tanto lícito despojarlos de sus dominios por no ser
cristianos; sólo en caso de que fueran derrotados en una guerra justa -según la
definición del derecho de gentes- podían perder sus señoríos. Otros justificaron la
conquista y sujeción de los indios con base en la necesidad de convertirlos al
cristianismo, usando incluso la fuerza para someterlos. Bartolomé de las Casas,
un antiguo encomendero de La Española que se convirtió en el más fervoroso
defensor de los derechos de los indios, afirmó que las bulas papales sólo daban
una tutela misional a los reyes españoles, y que no existía ningún título legítimo
para despojar a los caciques indígenas de su autoridad y sus posesiones, aunque
podía hacerlo para establecer algunas formas de tutela temporal10. Estos
debates, aparentemente esotéricos, tuvieron sin embargo mucha importancia, y la
política de la Corona hacia los indígenas estuvo influida en parte por los avances
de las discusiones entre juristas y teólogos, conjuntamente con las
preocupaciones políticas por salvaguardar el derecho español ante las demás
naciones europeas y con las consideraciones sobre la estabilidad a largo plazo de
unas colonias que no podrían sobrevivir, si se permitía que la urgencia de lucro y
la imprevisión de los conquistadores destruyeran la mano de obra americana.
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