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1 Cuando leemos la Palabra de Dios y cuando la oímos cuando se predica

debemos acercarnos a ella con un corazón receptivo. Ella no es la palabra de


los hombres, ella es la Palabra de Dios. Esa Palabra está por encima de
nosotros y no nosotros por encima de esa Palabra. Debemos pensar: esta
Palabra es Dios hablándome a mí. Y yo debo creer esta Palabra y recibirla
como la medicina que sana todos nuestros males. No pongamos freno. No
endurezcamos nuestro corazón ante ella. Sé receptivo a esa Palabra.

Pero además guarda esa palabra dentro de ti, en tu mente y en tu


corazón. En otras palabras debemos memorizar esa Palabra. Pero
memorizarla con entendimiento. Necesitas saber qué significa lo que has
memorizado de lo contrario no te va a beneficiar. Memorízala en tu corazón.
Has parte tuya esa Palabra. Esa es la voz de mi Dios y es mía. Por ella yo
vivo y ella me transforma. Salmo 119:11 “En mi corazón he guardado tus
dichos,
Para no pecar contra ti.” He guardado esa Palabra, la he hecho mía con un
propósito: qué ella me cambie, me transforme, me santifique y así me lleve a
no pecar contra Dios.

2 En otras palabras, al estudiar la palabra de Dios sea a leerla o escucharla


predicada debemos estar concentrados en lo que hacemos. Si nuestra mente
está distraída jamás aprenderemos. Aprender requiere concentración. Y
concentración requiere esfuerzo, lucha. Por eso dice el versículo: “Haciendo
estar atento tu oído”. tenemos que esforzarnos en atender y buscar hacer
algo que nos ayude en la concentración. Por ejemplo: algunos toman notas
del sermón y del estudio. Y esto les ayuda a la concentración.

3 Hay que pedirle a Dios: ayúdame a entender tu Palabra. Ayúdame a creer tu


Palabra. Ponme nuevos lentes para poder ver con claridad lo que Tú oh Dios
deseas de mí. Di como dijo el salmista en el Salmo 119: 18 “Abre mis ojos, y
miraré Las maravillas de tu ley.”

3 Hay que estudiar con santo afán

Hay que buscarla como cuando buscamos la plata. Ella no se encuentra a


simple vista. Hay que cavar en busca de ese tesoro. Hay que ser diligentes,
ofreciendo violencia en el estudio de la palabra de Dios. Esta no viene sino
por medio de gran esfuerzo y dedicación.

Entonces, lee todos los día la Biblia. Memoriza versículos bíblicos.


Ven a todos los estudios de la palabra para que así aprendas a cómo se
interpreta. Estudia el catecismo de la iglesia. El te dará un conocimiento
doctrinal que te ayudará a entender la Biblia. Ora mucho a Dios. Evita toda
distracción. Compra libros que te ayuden a entender la Biblia. Comparte lo
que has aprendido. Pregunta si tienes dudas. No seas sabio en tu propia
opinión. Y como resultado.

4 El fin de todo esto es conocer a Dios. Conocer a Dios depende del


conocimiento de El en su Palabra. Sin la Palabra de Dios no hay
conocimiento de Dios. Pero cuando estudiamos con santa violencia su
Palabra con un corazón receptivo entonces no solamente conoceremos
acerca de Dios sino conoceremos a Dios. Y esto es salvación. Juan 17:3 “Y
esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado.”

¿Cómo sabemos si estamos aprendiendo? Cuando “entendemos el


temor de Jehová”. Cuando nuestra vida se aparta de todo mal y se consagra
totalmente a Dios. Cuando vemos progreso en la santidad entonces hemos
entendido el temor de Jehová. Job 28:28 “He aquí que el temor del Señor es
la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia”.

Con santa violencia, recibiéndola y almacenándola, siendo atentos y


responsivos, en dependencia de Dios, con un santo afán, buscarla como
buscamos tesoros. Entonces conocerás a Dios.

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