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RECONSTRUYENDO UN TESTIMONIO

Mi nombre es Friedrich Trump, mi familia tenía algunas tierras en Baviera, Alemania, en la pequeña localidad
de Kallstadt, un pequeño pueblo vinícola que entonces tenía menos de 1.000 habitantes, pero quedamos con
grandes deudas cuando mi padre murió.

Ante las dificultades para pagar las cuentas y alimentar tantas bocas, Katherine, mi madre me envió a una
ciudad cercana a aprender el oficio de barbero.
Luego de dos años y medio, trabajando siete días a la semana de sol a sol para pagar por mi entrenamiento y
manutención, regresé a mi pueblo solo para descubrir que Kallstadt era un pueblo demasiado pequeño como
para necesitar otro barbero.
Enfrentado a un futuro poco promisorio y a la perspectiva de tener que prestar el servicio militar durante
tres años, opté por irme de casa una noche rumbo al nuevo mundo, dejando una nota a mi madre en la que
explicaba mis razones.
Tenía un billete de steerage, una categoría equivalente a tercera clase, lo que significa que no disponía de un
cuarto sino que viajaba en un espacio abierto en el que estaban todos los pasajeros juntos sin nada de
privacidad. "Tenía un catre para dormir y, en los días en los que el mar estaba en calma, recibía una comida,
nada sofisticado"

Los pasajeros que viajábamos en esa categoría pasábamos casi dos semanas encerrados en un área sin baños,
ni duchas, ni nada. Y cuando alguien se mareaba, vomitaba en el sitio, algo que, explica el hecho de que en
aquella época se hablara con frecuencia del mal olor que tenían los recién llegados.

Viajaba solo, sin la compañía de ningún adulto, pero tenía un claro propósito.
"Fui un inmigrante económico. No hace falta adivinarlo porque emigré para ganar dinero para ayudar a mi
madre. Mi hermana mayor y yo enviábamos remesas", luego otra hermana seguiría nuestros pasos.
Fue una travesía de unos 10 días desde la ciudad de Bremen a bordo del barco de pasajeros S.S. Eider. Llegué a
Nueva York luego de un largo y duro viaje de varios días con la intención de buscar fortuna para enviar dinero
a mi familia –mi madre y cuatro hermanos- que había dejado en mi pueblo natal.
No sabía inglés y también, como tantos otros inmigrantes, fui acogido durante varios años en la casa de una
hermana mayor que se había instalado en Estados Unidos antes de mí.

Trumpf, asi fue registrado mi apellido al llegar al nuevo continente, tenía 16 años de edad cuando el 19 de
octubre de 1885 contemplé por primera vez la bahía de Nueva York, donde por entonces aún se estaba
ensamblando la Estatua de la Libertad.

Ubicado en el extremo sur de Manhattan, Castle Garden era el principal centro de llegada de inmigrantes a Nueva York
antes de la apertura de Ellis Island.

Al llegar a Nueva York, fui recibido por mi hermana Katherine y por el marido de esta, Fred Schuster, también
nativo de Kallstadt, quienes me acogieron en su casa en el Lower East Side de Nueva York. "Entonces era una
zona de la ciudad muy poblada por inmigrantes, en la que se hablaban muchos otros idiomas además del
inglés, principalmente alemán. Sería como lo que hoy es el Harlem hispano para alguien que venga de El
Salvador"

A finales del siglo XIX, el Lower East Side de Nueva York era una zona muy poblada por multitud de inmigrantes que
hablaban distintas lenguas.
Luego de trabajar como barbero esos primeros años, abandone Nueva York para probar suerte en el noroeste.
Primero, me establecí en Seattle, donde en 1892 voté por primera vez en unas elecciones presidenciales, justo
después de haberme convertido en ciudadano estadounidense.
En aquel entonces, el trámite de naturalización era extremadamente sencillo: solo se requería haber vivido 7
años en el país y aportar el testimonio de alguien que diera fe de que el aspirante tenía "un buen carácter".
Al nacionalizarme, también aproveché para cambiarme el nombre. A partir de ahora me llamaría: Frederick
Trump.

En Seattle también cambié de actividad económica, dejando el trabajo como barbero para dedicarme a abrir
restaurantes y pequeños hoteles para atender a la gran cantidad de personas que estaban llegando a esa zona
del país.
"Durante los siguientes 8 años, abrí varios locales de comida. Primero en Seattle y, luego, en el Yukón, en
varias poblaciones donde se vivía la fiebre del oro. Hice lo que se llamaba 'minar a los mineros'.
"Nunca trabajé en las minas sino que prestaba servicios a quienes lo hacían. Por eso me mudaba a los sitios
donde ellos estaban"

Trump aprovechó la fiebre del oro para ganar dinero ofreciendo servicios a los mineros en el Yukón.

"Me terminó yendo muy bien. Cuando me fui del Yukón en el año 1900 tenía una fortuna que valdría el
equivalente a unos US$500.000 en la actualidad"
Rico y deportado

Convertido en un hombre acaudalado, regresé por primera vez en 15 años a Kallstadt, donde conocí a
Elizabeth Christ, la hija de un vecino de la casa familiar que era 11 años menor que yo.
En agosto de 1902, nos casamos y nos mudamos a Nueva York, donde nació nuestra primera hija y yo volvería
a trabajar como barbero y como gerente de un hotel y restaurant.
Pero Elizabeth extrañaba Alemania por lo que en 1904 retornamos allí con la intención de establecernos
definitivamente.

Las cosas, sin embargo, no resultaron como estaba previsto.


En 1905, recibí una carta de las autoridades de Baviera en la que negaban mi petición de repatriación y me
ordenaban abandonar el país en el plazo de ocho semanas.

¿La razón?
Consideraban que mi viaje a Estados Unidos, ocurrido 20 años antes, tuvo como objetivo evadir el servicio
militar obligatorio, una falta que tenía como castigo la pérdida de la ciudadanía alemana.
Además, había incumplido con la obligación de notificar a las autoridades mi intención de ausentarme del
país.
Desesperado, escribí una carta dirigida a Leopoldo, príncipe regente de Baviera, en la que le rogaba que nos
permitiera permanecer en el país.

“¿Por qué deberíamos ser deportados? Esto es muy, muy duro para una familia. ¿Qué pensarán nuestros
conciudadanos si personas honestas tienen que hacer frente a semejante decreto?", sin mencionar las grandes
pérdidas económicas que ocasionará", escribí
Frederick Trump. Carta al príncipe Leopoldo de Baviera.
En el texto contaba cómo me había hecho rico en Estados Unidos y cómo mis vecinos de Kallstadt "se
alegraron de haber recibido a un ciudadano capaz y productivo".

Mis ruegos fueron en vano.


Para junio de 1905, ya estábamos de vuelta en Nueva York.
Poco después nacería mi hijo Frederick Christ Trump, (quien es el padre del actual presidente de Estados
Unidos)
Tras nuestro regreso, volví a trabajar como barbero durante un tiempo hasta que inicié un pequeño negocio
de bienes raíces.

Comencé a comprar terrenos y pequeñas propiedades en Queens, una zona de la ciudad que rápidamente se
urbanizaría en los años siguientes y que sería la semilla del futuro imperio inmobiliario que ya no pude
desarrollar al morir víctima de una epidemia de gripe en 1918.

Había llegado al país con una maleta y un billete de tercera clase.

Ahora dejaba a mi familia bien acomodada. Como inmigrante había cumplido mi sueño americano.

Mi legado, sin embargo, sería muy distinto al de otros.

122 años después de mi llegada al centro de Castle Garden, en el extremo sur de Manhattan, mi nieto se
convertiría en el 45º presidente de Estados Unidos: Donald Trump.
Un menor migrante sin acompañantes: así llegó el abuelo de Donald Trump a Estados
Unidos, Friedrich Trump

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