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El Empréstito Baring

John Robertson Parish fue un comerciante, financista y escritor británico de destacada participación en los sucesos del Río de la
Plata en las primeras décadas que siguieron a la Revolución de mayo de 1810.

La Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, bajo el patrocinio de Rivadavia, entonces ministro de Gobierno y
Relaciones Exteriores, decretó el 19 de agosto de 1822 una ley que facultaba al gobierno a negociar dentro o fuera del país un
empréstito con el objetivo de crear pueblos en la frontera con el indio, fundar un Banco, construir una red de agua y un puerto.

En 1824, el gobierno de Martín Rodríguez, con la colaboración de su Ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia, gestionó ante la
Baring Brothers un empréstito por 1 millón de libras esterlinas para realizar obras portuarias y de urbanización. Los Robertson
adelantaron parte del dinero al gobierno y ayudaron a garantizar el préstamo de la Baring Brothers. Como la colocación en el
mercado sería fácil, la Baring propuso al consorcio colocarlos al 85%, pagando 70% a Buenos Aires y repartiéndose el 15% de
diferencia con el consorcio por lo que los gestores se llevaron 120.000 libras del monto total del crédito en carácter de comisión. El
monto acreditado buscó, por un lado, financiar la por entonces “Guerra del Brasil” y, por otro, cumplir con uno de los requisitos
para el reconocimiento de la independencia argentina por parte del Imperio Británico y la posterior firma –en 1825- del “Tratado
de Amistad, Libre Comercio y Navegación”

Monto original nominal del empréstito ………………….. £1.000.000

– £
Colocados los títulos al 70% …………………………………….
700.000

– £
Se resta el 12% de los títulos adelantados ……………………
120.000

Se resta el 1% de amortización adelantada ………………….. – £ 10.000

Quedando un saldo de ………………………………………….. £ 570.000

Este importe se reduce aún más por descuentos en concepto de comisiones de los gestores y
gastos ………….. – £ 17.300

Quedando un saldo de ………………………………………….. £ 552.700

A partir del cuadro precedente, es posible observar que el monto nominal inicial quedó reducido a un poco más de la mitad,
asegurándose acreedores y contrayentes importantes ganancias. A ello debe añadirse el hecho de que el préstamo tenía como
garantía hipotecaria las tierras públicas de la Provincia de Buenos Aires.

La comisión que contrajo el empréstito estuvo integrada por John y William Parish Robertson -quienes ocuparon cargos en el
gobierno británico-, Félix Castro, Braulio Costa, Miguel Riglos y Juan Pablo Sáenz Valiente; todos integrantes de la burguesía
comercial anglo-porteña. Como protagonistas del suceso “de ambos lados del mostrador”, sostenían que la vinculación argentina
con acreedores internacionales permitiría el progreso del país, haciendo que se avanzara desde el atraso heredado de la
colonización y conquista española hacia la modernidad que representaba la Inglaterra de la “Revolución Industrial”. La historia
demostraría el carácter falaz de dicho argumento.

El empréstito fue finalmente saldado a principios del siglo XX. Tomando en cuenta el monto inicial recibido (cercano a las 550.000
libras esterlinas), al haberse pagado cerca de 4.800.000 libras esterlinas, se devolvió casi cinco veces el monto nominal inicial y
cerca de 8,64 veces el monto recibido. Así, la deuda externa se convirtió, desde un principio, en uno de los principales
condicionantes del desarrollo nacional y en un obstáculo importante para la toma de decisiones políticas autónomas por parte de
los gobiernos argentinos.

La deuda no fue ni es sólo un instrumento de expoliación financiera, sino también un instrumento de dominación política de los
países centrales para con los países periféricos. Fue este el inicio de una saga de saqueo, corrupción e inequidad para el pueblo
argentino.
La Ley de Enfiteusis que entra en vigor el 18 de mayo de 1826 buscaba generar tierras productivas, arrendando espacios fiscales,
pero sin enajenar el destino del bien público. Es decir, sin ceder la propiedad de dichas tierras. Una suerte de contrato de alquiler
que daba el usufructo no a perpetuidad, pero sí por plazos más o menos extensos. Interpretada en su sentido original, en su lógica
primordial, la iniciativa es indudablemente una ley progresiva y beneficiosa.
Por supuesto no fue lo que pasó. La repartición no fue a una multiplicidad de colonos criollos e inmigrantes ocasionales (no eran
tantos por la década de 1820), que impulsaran una suerte de reforma agraria, un poblamiento del desierto, un corrimiento de la
frontera con el indio “salvaje”. Lo que hubo fue el origen del latifundio, la piedra fundacional de la aristocracia agrícola ganadera
que iría creciendo durante el rosismo y se completaría luego de Caseros y con los sucesivos gobiernos nacionales, incluso aquellos
que tuvieron contradictorios planteos críticos para con la concentración producto de la enfiteusis, como Sarmiento entre otros.
Con el fin de organizar debidamente el sistema de posesión de la tierra, el 27 de setiembre de 1824, Las Heras decretó que los
interesados en pedir tierras, debían previamente acreditar que el terreno solicitado era baldío “expresando terminantemente el
quedar allanado a recibirlo en enfiteusis bajo las condiciones y canon que prefije la ley y que lo pagará desde el día que tome
posesión del terreno. (…) Los terrenos que se otorguen en enfiteusis no podrán ser en los de pastoreo de menos extensión que la
que forma una suerte de estancia, es decir, de media legua de frente y una y medio de fondo”. Un decreto emitido al día siguiente,
complementario del anterior, establecía que todos los que ocupasen terrenos del Estado, sin autorización del Gobierno, tenían 6
meses de plazo para presentarse a fin de obtenerlos en enfiteusis; se los amenazaba con el desalojo en caso de no cumplir con esta
disposición.
Pese a ello, ningún poseedor de tierras en estas condiciones las denunció, por lo tanto, el 15 de abril de 1826, un decreto del Poder
Ejecutivo ordenó la estricta aplicación de lo dispuesto el 28 de setiembre de 1824, aclarando que serían “desalojados
irremisiblemente los que sin títulos ocupasen terrenos de propiedad pública, siempre que se denuncien o soliciten por otros en
enfiteusis”.
El 7 de abril de 1826, con la firma de Bernardino Rivadavia y Julián Segundo de Agüero, el Gobierno envió al Congreso un proyecto
de ley por el que se extendía a todo el país el régimen enfitéutico.
El gobierno no desconocía la posibilidad de que la ley de enfiteusis estimulara el desarrollo de los latifundios, pero no ten ía
ninguna objeción que hacerles mientras las tierras fuesen explotadas. El propósito del gobierno era el de impedir que las grandes
acumulaciones de tierras se convirtieran en objeto de especulación; y estaba convencido de que el requisito del pago de un
arrendamiento refrenaría eficazmente cualquier tendencia que pudiera surgir hacia el monopolio de la tierra. Esa fue quizá la
razón más importante de que el gobierno, al aplicar la ley, mostrara tan poca preocupación por el peligro del monopolio de la tierra.
Durante los dos años y medio que transcurrieron desde 1824 hasta mayo de 1827 no fueron nada raras las concesiones individuales
de terrenos superiores a las 10 leguas cuadradas (66.7IO acres) .
¿En qué falló la Enfiteusis? Como no limitaba la superficie de tierra que cada solicitante podía obtener, aparecieron rápidamente los
especuladores. Gente provista de mayores recursos o con más influencias que la demás, en las altas esferas del gobierno, obtuvo
fácilmente toda la tierra que quiso, y la subarrendó, haciéndola un objeto de explotación. El segundo punto clave fue que muy pocos
enfiteutas pagaron el canon.
La ley 947 de 1878 favoreció la formación de latifundios, al disponer que no se harían adjudicaciones menores a un área de cuatro
leguas. La superficie total incorporada abarcaba 20.000 leguas de territorio. La valorización de las mismas, a medida que el
modelo tomaba auge, generó una fuerte ganancia por simple tenencia, favoreciendo negocios especulativos. Muchos suscriptores
de los bonos emitidos para solventar la campaña, aseguraban a sus suscriptores no solo una renta, sino sobre todo la propiedad de
la tierra a conquistar. Muchos no deseaban realizar operaciones productivas sino inmobiliarias. La ley 1265 de 1882 de venta en
remate público a precios irrisorios y la utilización de testaferros condujo a una acaparamiento de tierras a bajo costo. La ley 1628 de
1885 distribuyó tierras a los participantes o herederos de las campañas, en una escala descendente de acuerdo a la jerarquía
militar.

En 1825, los hermanos Parish Robertson compraron las estancias de Santa Catalina, Monte Grande (16.000 hectáreas de tierra) y la
Laguna.
Aprovechando la Ley de Enfiteusis, se propusieron fundar una colonia escocesa en Monte Grande, para lo que se seleccionaron
220 granjeros y artesanos presbiterianos escoceses, oriundos de Edimburgo pero, llegados a Buenos Aires los colonos, el Gobierno
no cumplió la entrega de tierras pactada, por lo que los hermanos Parish Robertson alquilaron a los colonos sus tierras en Monte
Grande.
Entre ese núcleo de inmigrantes destacaron tres: el médico Guillermo Wilson, el arquitecto Richard Adams (quien construyó las
viviendas de la colonia y la famosa “casa blanca” de los hermanos Parish Roberts) y el jardinero Juan Tweedie.
Fueron luego accionistas del Banco de Descuentos y del Banco Nacional. Organizaron también la fracasada Compañía Minera
Famatina.
La colonia de Monte Grande progresó durante los primeros tres años de su existencia, pero los disturbios de 1829 alcanzaron a la
colonia, atacada por vecinos que querían la tierra para el ganado.
Sus miembros se dispersaron y la colonia desapareció, lo que generó grandes pérdidas a los hermanos Robertson, sus
patrocinadores.

Unitarios hace referencia a un partido político argentino que abogaba por el liberalismo. Por otra parte, los federales conformaban
un partido de oposición que luchaba por mantener el poder de las provincias de la Argentina. Mientras que los unitarios luchaban
por un gobierno centralizado, localizado en la ciudad de Buenos Aires, los federales buscaban la descentralización política para que
se respetara la autonomía de las provincias dentro de la nación.

Estos dos partidos políticos se enfrentaron desde el año 1828 hasta 1831, durante la Guerra Civil de Argentina, que se originó
después de la independencia del país. El conflicto surgió porque había un fuerte desacuerdo sobre cómo organizar el territorio de las
provincias. El 18 de diciembre de 1835 Juan Manuel de Rosas en su segundo gobierno promulga la ley de aduanas para proteger las
industrias y artesanías de todas las provincias de la Confederación Argentina, fuertemente diezmadas por la competencia de
productos manufacturados europeos, especialmente ingleses.

La idea había sido proyectada por el gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, ya al formalizarse el Pacto Federal en 1831, pero había
sido rechazada por el gobierno de Buenos Aires. Al asumir Rosas su segundo gobierno, a los pocos meses, promulga esta ley que
impone aranceles de 5 por ciento para insumos o bienes de capital, del 24 por ciento al 35 por ciento para productos
manufacturados que se confeccionaran en el país pero que no pudieran satisfacer totalmente la demanda local; los productos
considerados de lujo tenían un gravamen del 50 por ciento, y algunos pocos productos tenían prohibida la entrada para que
directamente no pudieran competir con los locales. Las retenciones a la exportación eran generalmente del 4 por ciento, pero
algunos productos no tenían retenciones como la leña, carne salada, harina, pieles curtidas si se transportaban por buques
nacionales, en cambio si se lo hacía por buques extranjeros tenían un gravamen del 17 por ciento, beneficiando a la incipiente
marina de cabotaje. La ley también beneficiaba a producciones locales de Uruguay o Chile.

Esta legislación era inédita para un país independiente naciente, en el siglo XIX, en medio de la expansión colonial de Inglaterra y
Francia; además en 1837 se completa con la prohibición de exportación de oro y plata (que la Primera Junta de Mayo de 1810 había
permitido a pedido de los importadores porteños e ingleses) para evitar la continua devaluación de la moneda local, medida que
Juan B. Alberdi aprecia en sus últimos escritos. Asimismo, se suspenden los pagos o se paga a cuentagotas los intereses del
empréstito de Rivadavia, privilegiando la estabilidad del signo monetario y se maneja de forma prudente la emisión monetaria de la
Casa de Moneda de la provincia. Contrariamente a lo que habría que esperar con esta batería de medidas proteccionistas, el
comercio con Gran Bretaña floreció (a excepción del período del bloqueo anglofrancés).

mismo tiempo, la teoría económica se comenzaba a bifurcar; por un lado se afianzaba el liberalismo económico con los “principios
de economía política y tributación” de David Ricardo y su oposición a las leyes de granos inglesas; pero también comenzaban a
tomar cuerpo las ideas proteccionistas prácticas de Alexander Hamilton que había sintetizado en su “Informe sobre manufacturas”
de 1791, y que Friedrich List en su obra “el sistema nacional de economía política” de 1841 formalizara más sofisticadamente.
Precisamente ya para 1840 el arancel promedio para importaciones de Estados Unidos alcanzaba el 40 por ciento y este sistema
proteccionista y fuertemente volcado al desarrollo industrial se afianzaría luego de la guerra de secesión americana. La quiebra de la
poderosa casa bancaria de Baring Brothers, en noviembre de 1890, sacudió violentamente al mercado de capitales en Londres,
desatando una corta pero intensa crisis financiera internacional. Sus efectos se hicieron sentir no tan sólo en Inglaterra y varios
centros financieros de la Europa continental, sino, además, en Sudamérica. Las ondas expansivas y destructivas alcanzaron con
particular fuerza a la opulenta metrópolis de Buenos Aires, dando lugar al desplome vertical de los valores de docenas de
empresas financieras, mercantiles y ferroviarias que operaban en el Río de la Plata. El hundimiento de la Bolsa bonaerense fue
seguido al poco tiempo por la bancarrota de las dos principales entidades bancarias del país, el Banco Nacional y el Banco de la
Provincia de Buenos Aires, casi inmediatamente forzando la suspensión de pagos internacionales por parte del Gobierno. En esta
forma dramática y hasta cataclísmica se cerraba un decenio —el de 1880–1890— signado por el más impresionante boom financiero
que había conocido cualquier país latinoamericano hasta esas fechas.

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