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Estudio sobre “La tiranía sin tiranos” (2018) de David Trueba

Introducción
“La tiranía sin tiranos” es un breve volumen de ensayos centrado en el análisis y
exposición de los males que encubre la aparente perfección de las democracias del “primer
mundo”. Para ello, el autor parte de hechos de nuestra historia reciente o, más
frecuentemente, de noticias de la política nacional e internacional de los últimos años. Se
trata, por tanto, de un libro muy apegado a la actualidad que bebe del quehacer cotidiano de
Trueba como columnista y que, en consecuencia, presenta un marcado aliento periodístico.
Ello se percibe no solo en el contenido sino también en la forma.

La intención esencial de La tiranía sin tiranos es desenmascarar los mecanismos de


control ciudadano presentes en nuestra sociedad y, por extensión, en cualquier democracia
capitalista. Para ello, el juicio y las reflexiones del autor se aplican a fenómenos relativos a
cuatro ámbitos bien diferenciados de nuestra realidad: 1). La política. 2). Los medios de
comunicación y las redes sociales. 3). La socialización y 3). La cultura.

Se trata, por tanto, de un libro de considerable variedad temática a pesar de su


brevedad. Mediante este análisis, el autor nos va presentando multitud de elementos
tiránicos o males presentes en nuestra sociedad: la falsa ternura, el individualismo, la
naturalización del mal, el empobrecimiento de las relaciones humanas, la tendencia al
pensamiento único, el desprestigio de los servicios públicos, la búsqueda del “confort” a
cualquier precio…

Tras esta enumeración de miserias y elementos esclavizantes promovidos por el


sistema, el autor se interroga acerca de nuestras perspectivas de construir un futuro
mejor. Trueba alude a una posible revolución de la curiosidad, al poder de las pequeñas
acciones y a la complejidad del ser humano como elementos esperanzadores, posibles vías de
escape a la tiranía que nos hemos impuesto. Estas consideraciones, conducen a
la conclusión que ya se había anunciado en el preámbulo del ensayo: en última instancia, los
responsables de la tiranía en la que vivimos no somos otros que nosotros mismos.

Estructura

Externamente, el ensayo aparece dividido en 14 capítulos, encabezados por títulos


que, a la manera de titulares periodísticos, resumen su contenido y captan la atención del
lector.

 Capítulos 1 a 5. Priman el análisis y el contenido político (desigualdades entre los países


desarrollados y el Tercer Mundo).
 Capítulos 6 a 8. Análisis de la cultura de masas.
 Capítulos 9 a 14. Análisis y crítica de cuestiones sociales (educación, pensiones,
reproducción asistida…)

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Por otro lado, también cabe destacar la presencia de párrafos conclusivos en cada
capítulo que anticipan lo que se tratará en el siguiente. Este recurso, junto con la reiteración
de la tesis del libro (“nosotros mismos somos los tiranos“) en el primer y el último
capítulo, refuerza la unidad y la coherencia de la obra que, de otro modo, podría ser vista
como una mera colección de ensayos/artículos.

Lenguaje
Desde el punto de vista estilístico, lo más destacable sería el uso del lenguaje típico de
la columna periodística en el que se combinan la tendencia a la concisión, el estilo nominal, la
aparente objetividad (impersonalización, uso de la 3ª persona), con abundantes recursos
literarios (metáforas, comparaciones, preguntas retóricas) destinados a ilustrar los
razonamientos del autor y a hacernos partícipes de su argumentación.

Para terminar, es necesario hacer referencia, como rasgos estilísticos destacables, a


la abundancia de citas y referencias culturales (Orwell, Tennesse Williams, Chicho Ibáñez
Serrador…) y al tono pesimista, casi apocalíptico, del escrito, presidido por la falta de humor.

RESUMEN POR CAPÍTULOS


Preámbulo
Se abre el ensayo con una reflexión acerca del sentido de la palabra “idiota”. En la
Antigua Grecia, un idiota era el que solo se ocupaba de sus intereses privados y no de la cosa
pública. En la actualidad, la palabra ha cobrado un sentido aparentemente opuesto: el idiota es
quien, buscando su propio bienestar, realmente se perjudica a sí mismo. Una figura que,
según el autor, suele inspirar compasión y (aquí viene una de las palabras clave del libro)
ternura.

En contraposición con un siglo XX caracterizado por la crueldad (referencia a las dos


guerras mundiales), el siglo XXI es el siglo de la ternura. Una ternura omnipresente en los
medios de comunicación de masas, las redes sociales e, incluso, en los discursos y las
campañas de propaganda política, en las que los candidatos se presentan como seres, más que
cercanos, íntimos de los votantes. De este modo, se nos vende la ilusión de la política
personalizada. Una ilusión que se asienta en una concepción egoísta o “idiota” del Estado
según la cual el estado perfecto es el que pone mi bienestar personal por encima del bienestar
colectivo.

En definitiva, la ternura de la que habla el autor, es una trampa, un mecanismo de


control empleado por las democracias occidentales para distraer a la ciudadanía de los
problemas reales, para “idiotizarla”; es decir, para dividirla promoviendo el individualismo y así
dominarla más fácilmente. Nos encontramos ante un nuevo modo de sometimiento basado,
en la seducción, en la adulación. Una tiranía, según el autor, en la que parece no haber tiranos.
Se cierra el capítulo con una pregunta a la que tratará de dar respuesta este ensayo: puesto
que esta tiranía se nutre de nuestro egoísmo y nuestra falta de solidaridad con el prójimo, ¿no
seremos los tiranos nosotros mismos?

La democracia como certificado de calidad

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Este capítulo, continúa el análisis de los nuevas maneras de abordar y ejercer el poder
en los estados del Primer Mundo. Bajo una máscara de amabilidad y ternura, los gobiernos
toleran injusticias y atropellos a los derechos humanos. De este modo, la democracia queda
convertida en pura apariencia. Una especie de sello o certificado de calidad que nos presenta
como aptos para el consumo valores y situaciones que, en realidad, no tienen nada que ver
con lo democrático. Esta idea principal se desarrolla poniendo los siguientes ejemplos de
política internacional.

En Rusia y China el totalitarismo de Stalin, Mao Tse Dung se ha reciclado en mandatos


aparentemente más democráticos (Putin, Xi Jin Ping), que no son más que un lavado de
imagen destinado a perpetuar una tiranía más discreta.En otros países (Italia y EE.UU), la idea
de que gestionar un Estado no puede ser muy diferente de gestionar una empresa privada, ha
aupado a la presidencia a hombres de negocios (Berlusconi y Trump) con resultados poco
deseables, según el autor, para estos países y para la comunidad internacional.En Inglaterra, el
caso del Brexit ha evidenciado lo fácil que es manipular el voto popular con discursos basados,
una vez más, en la ternura y en la familiaridad, en la proximidad: Inglaterra para los ingleses. El
caso del Brexit ilustra la deriva de todas las potencias actuales hacia el individualismo nacional,
un concepto que se desarrollará más ampliamente en capítulos posteriores.

A modo de cierre, el autor hace referencia a una conversación con su amigo el genial
guionista Rafael Azcona, según el cual, a lo largo de la historia, todos los regímenes totalitarios
han acabado fracasando por no atreverse a destruir la familia y el vínculo familiar. La familia
es, a juicio de Trueba, una minúscula fuerza social fundamentada en la ternura mucho más
poderosa de lo que parece.

La ternura frente al mal


En la actualidad, las redes sociales son el escenario de constantes linchamientos
mediáticos. Dichos linchamientos, se justifican siempre por la ternura que inspiran en “los
justicieros” las víctimas del “malvado” al que se esté condenando. A diferencia del formato
televisivo, en el que éramos meros espectadores, las redes nos convierten en protagonistas
activos de nuestras propias historias y, en última instancia, en personajes, en una imagen falsa
de nosotros mismos, ya que en ellas solo mostramos nuestra cara más vendible y amable.
Cualquiera que se desmarque de este guión, cualquiera que sea pillado en falta y quiebre esta
perfección ilusoria, despertará la ira del resto de los internautas y convertirá la comunidad
virtual en una especie de “salón” del salvaje oeste en el que todos disfrutan escarmentando al
culpable. En última instancia, lo que debería servir para liberarnos y abrir nuestra mente, se ha
convertido en una nueva esclavitud. Al igual, que en la novela de Orwell, 1984, vivimos
sometidos a una vigilancia constante, que, para colmo, nos imponemos nosotros mismos.

El pánico a la mala reputación


Se sigue reflexionando acerca de las redes sociales y sus repercusiones en nuestro
comportamiento social, la opinión pública, la política y la moral, en última instancia.

Tomando como ejemplo el uso que hacen de las redes los adolescentes, Trueba
considera evidente que las redes nos han reportado grandes ventajas pero también nuevas
formas de ejercer la violencia. El mundo virtual que en principio debería suponer apertura,
liberación, comunicación global genera en los usuarios, al saberse expuestos a la opinión del
otro, ese pánico a la mala reputación característico de las aldeas. Pánico, sobre todo, a que se

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nos tome por débiles o tontos. Ese miedo a ser considerados “el tonto del pueblo” desemboca
en una suerte de autodefensa paranoica que convierte en virtudes valores moralmente
reprobables como la crueldad, la insolidaridad o el racismo. Se trata de lo que el autor
denomina la naturalización de la maldad. En opinión de Trueba, este modo de conducirse y de
pensar es lo que está detrás de muchos acontecimientos de la política europea de los últimos
tiempos. Algunos de los ejemplos que cita son la crisis de los refugiados, el miedo a los
inmigrantes, el resurgir de la extrema derecha y de los nacionalismos. Para defenderse de
supuestos abusos, los países se han convertido en naciones individualistas, replegadas en la
intransigencia hacia los demás. Esa intransigencia llega, en muchos caso (se pone ejemplos de
ello) a la negación por parte de algunos países de las verdades históricas que le resultan
incómodas (negación de Turquía del genocidio armenio, negación polaca del colaboracionismo
con los Nazis).

Cosmética de la ternura
Este breve capítulo viene a ser una conclusión del anterior. El autor se pregunta cómo
es posible esta negación de la verdad, esta desvalorización de la historia. Desde su punto de
vista, los ciudadanos admitimos este maquillaje de los hechos históricos, esta cosmética de la
ternura, porque necesitamos sentir que pertenecemos al bando de los buenos. En una especie
de infantilismo inquietante tendemos a considerar un potencial enemigo a todo aquel que no
sea “de los nuestros”. Un ejemplo ilustrativo de esta situación sería el miedo de Europa a la
inmigración africana. Se cierra el capítulo citando los saltos a la valla de subsaharianos como
un símbolo paradójico del contraste entre el moderno (Europa) y lo antiguo (los migrantes que
intentan acceder a ese mundo hiperdesarrollado con medios casi medievales).

Los tiempos se superponen


El título del capítulo hace referencia a la paradoja (esbozada, como hemos visto, al
final del capítulo anterior) según la cual en el mundo actual se combinan la sofisticación
tecnológica casi futurista con una agresividad de carácter territorial que nos recuerda a la de
las sociedades más primitivas. El autor reflexiona acerca de esta paradoja y se pregunta cómo
es posible que, en la era de la ternura, los atropellos a los derechos humanos más básicos
estén tan a la orden del día. Los procedimientos que lo hacen posible son varios. Uno de ellos
es lo que el autor llama la “externalización de la maldad”; esto es, la habilitación de espacios
alegales (Guantánamo, vuelos secretos de la CIA…), situados fuera del territorio nacional de la
potencia de turno, para ejercer la represión y la tortura del modo más impune y aséptico
posible. Al mismo tiempo que estas y otras violaciones de los derechos humanos tienen lugar,
los medios de comunicación lanzan algún que otro mensaje cargado de indignación y de
compasión hacia los que sufren que nos conmociona, desencadena algunos gestos de cara a la
galería y, en seguida, cae en el olvido sin producir ningún cambio. Otra manera de lavar la
conciencia de Occidente que cita el autor es el voluntariado que, a su juicio, no es más que una
nueva forma de caridad, una especie de limosna a nuestros hermanos pobres que contribuye
hacernos creer que, pese a todo, vivimos en el mejor mundo posible. Si cualquiera de estos
dos métodos es insuficiente para apaciguar las conciencias y devolvernos a la indiferencia, el
discurso oficial abandona el camino de la ternura y retorna al de la crueldad. Se denuncia
entonces el “buenismo“. Se argumenta que muchas de las supuestas víctimas (refugiados,
inmigrantes) son, en realidad, enemigos que solo buscan infiltrarse en nuestro territorio para
hacer el mal. Para ilustrar, estas cuestiones, el autor menciona los ejemplos de Aylan y el de
Osama Abdul. Ambos casos hacen buena la cita de Andy Warhol (distorsionada por el autor)
según la cual todo el mundo tiene derecho a cinco minutos de ternura y una vida entera de
indiferencia.

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Escuela de sobreactuación
Según Trueba, vivimos en la era de la exageración, de la sobreactuación. Una
tendencia que, a juicio del autor, se debe a nuestra mala conciencia, a una necesidad
imperiosa de liberarnos de cualquier responsabilidad con respecto a las injusticias que nos
rodean. Esta necesidad constante de ex-culparnos se ha agravado de modo considerable con el
“advenimiento“ de las redes sociales y, especialmente, del teléfono móvil que ha impuesto en
nuestras vidas una especie de socialización permanente, que nos convierte en esclavos de
nuestro público. Condicionados por estos factores, todos sobre-actuamos mostrándonos más
interesados en eludir responsabilidades que en mejorar las cosas.

Aparición del público


Este y los siguientes capítulos se centran en el tema de la cultura. Según Trueba, la
sociedad de la información convierte al individuo en público y al público en clientela. En el
momento en que nos convertimos en público, dejamos de opinar libremente ya que siempre lo
hacemos condicionados por el criterio de la mayoría, tomándolo como referencia para formar
nuestro propia opinión. Con el surgimiento de la cultura de masas o industria cultural, a
comienzos del siglo XX, se instaura como un dogma la siguiente idea: el público, al igual que el
cliente, siempre tiene la razón. Las mejores obras son las que más complacen al público. Esto,
a primera vista, podría tomarse por un síntoma de democratización de la cultura ya que es el
pueblo (y no una élite de críticos y académicos) quien marca las pautas de la producción
artística. Nada más lejos de la realidad. Las elecciones del público cinematográfico y televisivo
no se basan en una decisión libre sino que están condicionadas por factores de carácter
comercial como la distribución y, sobre todo, la publicidad. Estamos, pues, ante lo que Trueba
denomina una farsa de libre albedrío. Este es un hecho que, a juicio del escritor, certificó la
llegada de internet, que supuso una eliminación de esa distancia entre lo exitoso y lo ignorado
decretada por productoras y programadores televisivos. En los primeros tiempos de internet,
las únicas tendencias uniformes en las búsquedas de los internautas eran (por este orden):
pornografía gratis, violencia y ternura. Algo que abunda, según el autor, en nuestra condición
de “bestias sin alma cargadas de una enorme ternura”.

Medir la fiebre
Este capítulo continúa el análisis iniciado en el capítulo previo llegando a una
conclusión principal: en la cultura de masas los valores culturales se han reciclado en valores
deportivos; es decir, hay obras ganadoras, las que tienen éxito comercial, y perdedoras, las
que no lo tienen. Estamos, pues, ante la imposición de un criterio cuantitativo (de ahí el título
del capítulo) y comercial que deja en un segundo plano la calidad de la obra. Al mismo tiempo,
el sistema genera la ilusión de que el éxito está al alcance de todo el mundo, como si todos los
que compiten jugasen con las mismas cartas. Como ejemplos de ello, Trueba menciona
YouTube, que sería la encarnación actual del sueño americano. También cita el auge de la
figura del emprendedor. Una figura que adquiere rasgos épicos en el discurso oficial y que,
según el autor, no es más que un engaño destinado a promover el trabajo autónomo con único
fin de favorecer a las grandes empresas y ahorrarle dinero en prestaciones al Estado. Para
terminar, el autor menciona que el análisis simplista de la realidad y la obsesión con las
cantidades y las estadísticas se ha extendido a muchos otros ámbitos en la sociedad actual. Así
sucede, por ejemplo, en la política, en la que los resultados de las encuestas de popularidad
tienen la potestad de promover o desbancar a líderes y partidos.

La mayoría no puede equivocarse

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Continúa poniendo ejemplos del triunfo de lo estadístico en diferente ámbitos. En la
educación, las encuestas e informes como PISA elaboran “rankings” de escuelas y países en
función de los resultados de exámenes que no tienen en cuenta factores como el contexto
socio-económico de las escuelas o las condiciones de vida del país. Estos resultados son
fácilmente manipulables y son un ataque manifiesto a la educación igualitaria e integradora.
En el terreno de la sanidad, sucede algo parecido, a día de hoy, y después de años de recortes,
se nos presenta en los medios como algo evaluable con un solo parámetro: el volumen de las
listas de espera. Como si la eficacia de los médicos, se debiera medir no en función de los
enfermos que curan sino en función de los pacientes que atienden. Al igual que sucede en
educación, este mecanismo es, otra vez, una manera de desprestigiar a la sanidad pública
presentándola como algo perpetuamente defectuoso. Para cerrar el capítulo, Trueba, extiende
el análisis al tema del urbanismo y la movilidad. Critica las políticas municipales de movilidad,
que penalizan a quien no tiene recursos para comprarse un coche último modelo al mismo
tiempo que se tolera el fraude en las emisiones de sus vehículos a algunas marcas
automovilísticas. En definitiva, de la lectura de este capítulo se concluye que la implantación
de lo que Trueba denomina el “sistema medidor deportivo” tiene como único fin el
desprestigio de los servicios públicos con la intención de favorecer intereses privados.

El egoísmo como oportunidad de negocio


Con la llegada de internet, surgen nuevas formas de intercambio comercial, entre ellas
se encuentran las plataformas que promueven lo que se ha dado en llamar economía
colaborativa. Según el autor, la triste realidad es que en la mayor parte de los ejemplos de
comercio y adquisición de servicios online impera la depredación antes que la colaboración.
Los usuarios anteponemos nuestro egoísmo, nuestros intereses y nuestra comodidad a los
derechos del prójimo. No importa que el otro pierda si yo salgo ganando. Para ilustrar esta
teoría, Trueba menciona varios ejemplos entre los que se encuentran: la piratería y la violación
de la ley de derechos de autor; las plataformas de alquiler vacacional y la “gentrificación” de
las ciudades turísticas; la proliferación de empresas de reparto y las degradantes condiciones
laborales en que viven los repartidores para que el usuario no tenga que mover un dedo…

El regreso a la placenta
Internet ha extendido el “efecto teletienda” a todos los ámbitos de la vida. La
consecuencia de ello es, según el autor, el empobrecimiento de las relaciones personales. En
aras del ahorro de tiempo, multitud de páginas nos permiten comprar lo que sea, recibir
atención médica o practicar sexo liberándonos de los inútiles preliminares de las relaciones
humanas. Paradójicamente, la hiperconexión nos está conduciendo al aislamiento, a la vida en
una burbuja, a una especie de retorno al vientre materno.

Contra el calendario biológico


Se habla aquí de la reproducción asistida, el matrimonio gay y, finalmente, la
esperanza de vida y el problema de las pensiones. En los tres casos el autor hace un análisis
muy crítico. Para Trueba considerar la reproducción asistida un avance en los derechos de la
mujer es un engaño cuando vivimos en un país que no favorece en absoluto la conciliación y
que en muchos obliga a los jóvenes a ser padres cada vez más tarde por la falta de empleo y la
precariedad laboral. Algo semejante sucede con el matrimonio y la adopción gay que, desde su
punto de vista, vienen dictados por la necesidad de ganarse a la comunidad gay para la causa
tradicional de la familia. Finalmente, con respecto a la tercera edad, vemos que la conquista de

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una mayor esperanza de vida empieza, supuesto privilegio de las sociedades desarrolladas,
empieza a verse como un problema sistémico. Se dice que los viejos, no solo no son rentables,
sino que se nos los presenta como una amenaza para el sistema de seguridad social,
fomentando unas especie de rencor de clase entre viejos y jóvenes. El autor sostiene que los
ancianos podrían ser mucho más rentables, si el propio Estado se encargara de gestionar su
cuidado, en lugar de entregárselo a empresas multinacionales de la geriatría.

El día después del apocalipsis


Se habla del conflicto generacional entre jóvenes y viejos. Un conflicto caracterizado
por el discurso apocalíptico e inmovilista de los viejos y la rebeldía de los jóvenes.
Desafortunadamente, según el autor, ese discurso típico de los mayores es repetido como un
mantra por los medios de comunicación. Esto es así hasta el punto de que, por la constante
anunciación de epidemias, pandemias y futuros cataclismos que nunca llegan a realizarse, el
alarmismo provoca en la población algo peor aún que el miedo: el hastío y la indiferencia. El
mensaje apocalíptico, por tanto, tiene la función de desactivar a los jóvenes, volverlos cínicos
para frenar cualquier posibilidad de cambio en el estado de cosas.

No futuro
En este último capítulo, de carácter conclusivo, Trueba recapitula algunos de esos
males de nuestro tiempo que ha ido desgranando a lo largo del ensayo (la ternura como
herramienta de control, el individualismo como modelo de conducta para personas y naciones,
la victoria de la comodidad sobre la justicia, la imposición del pensamiento único…), al tiempo
que se interroga acerca de cuáles son nuestras perspectivas de futuro, las posibilidades de
cambio. Durante un tiempo, el año 2000 fue, en el imaginario colectivo, la fecha límite para lo
que entendíamos como “el futuro”; 18 años después, descubrimos que el supuesto futuro no
nos satisface, necesitamos inventar otro. Para el autor, nuestra máxima esperanza de construir
un mundo y una convivencia mejor reside en una posible revolución de la curiosidad. Los
humanos somos seres complejos e impredecibles y, precisamente, en ello residen nuestras
máximas posibilidades de vencer algún día la tiranía que nos auto-imponemos. En relación,
con esta cuestión, Trueba menciona el Big Data como nueva amenaza que ataca exactamente
ese rasgo esencial y esperanzador con el fin de volvernos previsibles y, en consecuencia, más
fáciles de dominar. Por otro lado, como acciones de resistencia más concretas, cita el consumo
responsable y alude al poder de los pequeños gestos cotidianos como motor del cambio.
Podemos decir, por tanto, que nos encontramos ante capítulo menos pesimista del libro. Lo
cual, naturalmente, no quiere decir que sea optimista. En el último párrafo, Trueba, utiliza un
símil tomado del mundo del póquer para enunciar la conclusión que ya había anticipado en
el Preámbulo. Cuando en una partida de póquer no eres capaz de reconocer al “pardillo” que
hay en la mesa, lo más probable es que ese pardillo seas tú; en el mundo actual, en este tiranía
en la que no reconocemos claramente a los tiranos es más que probable que los tiranos
seamos nosotros mismos.

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