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Zacarías Moutoukias
Las gobernaciones del Tucumán y del Río de la Plata en los siglos XVI y XVII
Hacia mediados del siglo XVI la conquista se extendió al territorio situado entre el Río de la
Plata y el Alto Perú y produjo la formación estatal propia del periodo colonial. Entre esa fecha y
principios del siglo XVII se fueron consolidando los principales centros administrativos de la
región, las gobernaciones del Tucumán y del Río de la Plata. Ambas dependían de la
jurisdicción del mismo tribunal: la Audiencia de Charcas. (Importante centro político)
Las acciones y actitudes de algunos de los actores permiten comprender las principales
características de dichas formaciones estatales. Los asentamientos españoles se
autodenominan “ciudades”. Vivían en ellas “vecinos encomenderos”, es decir, residentes
permanentes que disfrutaban de dos privilegios, la vecindad y el derecho a obtener el trabajo
forzado o el producto del trabajo forzado de los naturales.
La vecindad suponía que tenían una casa poblada y que formaban parte de la comunidad
política con plenitud de obligaciones y derechos (como ser miembro del cabildo o participar en
las elecciones). Lo que convierte a esta comunidad en un ciudad es que se auto atribuye
derechos legítimamente reconocidos sobre una población sometida. La existencia de un
cabildo distinguía a una ciudad de un simple pueblo.
La vecindad no sólo distinguía a los españoles de los indios, también servía para diferenciar a
los españoles que la poseían de sus compatriotas que no la tenían. Los vecinos constituían un
grupo aristocrático. La jerarquía interna de la comunidad de vecinos se organizaba sobre la
base de criterios de fuerte contenido nobiliario: los méritos y las distinciones personales de un
individuo o sus antepasados, los cuales nacían de las proezas en la conquista, los servicios al
monarca, las cualidades nobiliarias heredadas o todo al mismo tiempo.
El grupo de vecinos fue constituyendo entonces una red de familias notables, que controlaban
una variedad de recursos.
Gobernadores y cabildos.
La formación de gobernaciones se completó, entonces, con la división en 1617 de la del Río de
la Plata, que continuó llevando el mismo nombre, con la del Paraguay. Una trilogía compuesta
por el gobernador, los responsables de las finanzas del rey y el cabildo constituía lo esencial de
sus estructuras administrativas (jurídica, militar y política). El término gobernador designaba la
máxima autoridad de la una región.
En cuanto al gobierno de la ciudad, el cabildo como organismo colegiado estaba constituido
por una estructura de base: los alcaldes ordinarios o jueces de primera instancia y los regidores
o consejeros municipales, secundados por un grupo de funcionarios especiales. Formaban
entonces un cuerpo de unas 12 a 16 personas, colectivamente responsables de la justicia y del
gobierno de la ciudad.
Existían también numerosos cargos que iban más allá del ámbito de la administración local.
El funcionamiento y la acción del cabildo, los oficiales reales y los gobernadores no puede
comprenderse por separado. El entrelazamiento entre los dos primeros y las oligarquías
locales creaba una peculiar dinámica que daba forma a la vida política.
El Virreinato del Río de la Plata se creó sobre la base de un sistema de intercambios que
producía excedentes fiscales desde hacía dos siglos. El valor anual medio del situado de Potosí
multiplicó por ocho después de 1776, mientras aumentaba el número de funcionarios a
medida que se perfeccionaba la reorganización administrativa, en particular la instauración del
sistema de intendencias y creación de la audiencia de Buenos Aires. La noción de funcionario
era reciente. Estos hombres eran oficiales y magistrados, y administrar era sobre todo
administrar justicia. Aun así, eran quienes estaban en mejores condiciones de transgredirla y
eran quien efectivamente con más frecuencia la trasgredían.
Cevallos venía advirtiendo ya desde principios de 1750 que era imposible financiar localmente
el esfuerzo militar sin los recursos fiscales de la región productora de metales preciosos.
Entonces, gracias a la explotación fiscal de las regiones mineras del Alto Perú, se produjo una
importante concentración de recursos militares y administrativos en el Río de la Plata. Así, en
Buenos Aires el número de cargos administrativos, incluido el de gobernador o virrey y su
secretaria, pasó de 14 a 134 en 23 años. Si bien esto no nos permite extraer conclusiones
sobre el peso económico del Estado, las proporciones son elocuentes sobre la importancia de
la reasignación de recursos impuesta por las decisiones políticas de la corona.
Al poco tiempo de su creación, en 1781, el Virreinato del Río de la Plata fue teatro de una
ambiciosa reforma que procuraba remodelar el funcionamiento de las estructuras
administrativas tradicionales en el sentido de una mayor racionalización y centralización: la
aplicación del sistema de intendentes, nacido en Francia. Se trataba de una suerte de jueces
comisionados, quienes al frente de su jurisdicción recibían amplios poderes para orientar el
funcionamiento de la Justicia, el gobierno, las financias y la guerra.
Sin duda la creación del virreinato constituyó un verdadero esfuerzo de construcción
institucional, del cual la implantación del sistema de intendentes fue un aspecto importante
pero no el único. Desde 1778 comenzó a funcionar la aduana y la Audiencia de Buenos Aires se
instaló en 1785.
Dichos vínculos sociales nos devuelven algunos de los mecanismos que se han examinado más
arriba. Encontraremos en ellos, por un lado, miembros de los grupos dominantes que se
esmeran en servir al rey y, por otro, agentes de la monarquía consagrados a toda suerte de
actividades empresariales. La brecha entre unos y otros se cerraba por una multiplicidad de
vínculos de consanguinidad, alianza y amistad. Éstos y sus relaciones recíprocas son elementos
insustituibles de las configuraciones sociales que construye la acción colectiva, así como de las
restricciones y referencias que en cada secuencia también organiza ella.
Si las decisiones políticas podían enriquecer a un individuo en pocos años, obviamente se
competía por esos favores y las rentas que esas decisiones permitían obtener. Pero es
igualmente obvio que esa competencia no era la de un mercado. Los favores circulaban en el
interior de una trama de mediaciones sociales y de relaciones de poder. Obtenía favores quien
podía hacerlos y podía hacerlos aquel a quien se le debían.
Finalmente, estos mecanismos generaban una forma de consenso colonial. Aquellas redes de
vínculos primarios constituían para los miembros de los grupos dominantes la organización
misma de sus empresas: o, dicho de otro modo, el recurso con el cual organizaban el control
local y espacial de sus negocios. Al mismo tiempo, las distintas formas de participación o de
integración en las estructuras locales de poder imperial eran fuente de autoridad y prestigio
que ampliaba la capacidad por construir y movilizar redes y parentelas.
Con estas ideas se intenta subrayar la dinámica del conjunto político del cual los estados
independientes habrían de surgir.