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de Jean-Luc Nancy
Decir que no hay más mundo, pues, equivale a expresar que se carece de una
“ordenación compuesta y completa en el interior o desde el interior de la cual
encontrar lugar, abrigo y las señales de una orientación” (“El fin del mundo”, p.
17). Mundo como sistema de coordenadas: arriba-abajo; antes-después; yo-
otros; yo-ella; humano-divino; etc.
Hoy: No hay más sentido del mundo. ¿se trata del fin del mundo?
Hablar de fin del mundo no tiene aquí nada que ver con el cataclismo, el
anonadamiento en las borrascosas aguas del apocalipsis. Esta forma de pensar
el fin del mundo se halla, aún, arraigada, en el sentido significante ‘revelación’.
Sin embargo, las palabras que designan lo que llega a su fin (sea la historia, la
política, el arte, la filosofía, el mundo) no nombran realidades que subsisten en
sí mismas, sino que nombran conceptos, idas; se trata de nombres
“determinados en un régimen de sentido que se cierra sobre sí mismo” (Id.,
18). Las palabras han dejado de nombrar las cosas.
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Definición de fin del mundo: “no hay más significación asignable al ‘mundo’”
(Id., 18). En otras palabras: poco a poco el mundo se sustrae a todo el régimen
disponible de la significación.
Fin del mundo como final de la época signada por el sentido. Por ende
sabemos que es el fin del mundo, pero no sabemos en qué sentido es ese fin.
Nos encontramos en una situación de ‘crisis del sentido’. Esa es, en efecto,
nuestra situación epocal. Esta crisis se hace aún más perentoria en el marco de
lo que Nancy llama ‘mundialización’ (otros, globalización). A través de la
mundialización el agotamiento de Occidente se expande revistiendo la forma
de una desnudez de sentido del mundo.
El sentido, entonces, es una noción histórica. Por eso, hoy, ahora, al presente,
resultan improbables las pretensiones de reencontrar el sentido. Hoy, pensar el
sentido implica pensar el estado de abandono del sentido y, también, tomar
todos los recaudos contra las ofertas de sentido tramposas, esto es, aquellas
nacidas de las ideologías totalitarias que confieren una sobreabundancia de
sentido frente a los sentidos insuficientes y desgastados heredados de la
sociedad de corte humanista-laica. Ante esto, se propone pensar y habitar el
abandono de sentido, estado que puede llamarse ‘desnudez’.
No es posible encontrar el sentido en un más allá del mundo (ni en un más allá
de Occidente, siendo como es que la mundialización de Occidente lo ha
tornado mundo). El sentido lo constituye el mundo como tal. El sentido del
mundo es su capacidad de hacer sentido, de otorgar sentido.
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Ahora bien, el fin de la época “que ha determinado por completo el ‘mundo’ y
el ‘sentido’, y que ha extendido esta determinación al mundo entero” (Id., 19),
¿equivale en términos heideggerianos al fin de la metafísica?
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del sin-sentido. ¿Cómo representar lo otro desde el sin-sentido totalitario de la
mundialización?
“No hay sentido más que en referencia a algún ‘afuera’ o a alguna ‘otra parte’
en relación con la cual el sentido consiste en referirse a ella” (Id., 22). El sentido
(su creación) implica una relación entre dos términos: adentro-afuera; logos-
mito; civilización-barbarie.
Mundo quiere decir ser-para, esto es, referir-a. Mundo es referencia, relación,
envío. El referir-a traduce la idea de entes referidos los unos a los otros.
“En tanto el mundo estaba esencialmente en referencia con lo otro (con otro
mundo o con un autor del mundo) podía tener un sentido” (Id., 23). Hoy, en el
contexto de la mundialización, “el fin del mundo consiste en que ya no hay
más esta referencia esencial” porque “ya no hay más que el mundo ‘mismo’”.
Entonces: el mundo no tiene más sentido, pero es el sentido” (Id.).
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El concepto de ser heideggeriano constituye el marco referencial al cual se
remite todo ente. Y ese marco referencial es la comprensión o, mejor dicho, lo
que posibilita la comprensión. Un ente es comprendido en función de ese
marco de inteligibilidad. Ello significa que el concepto de ser en Heidegger es
equivalente a la noción de sentido. Es equivalente al espacio del sentido.
En los términos más arriba expuestos: ‘el ser es para el ente’, ‘el ser es al ente’,
‘el ser es hacia el ente’. El ser refiere al ente. De donde se dijo: el ser es (en) el
sentido (dirección) del ente. Porque no existe el ente por un lado y su sentido
por otro. El ser se orienta-a, enlaza, refiere al ente y, al hacerlo, confiere
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sentido del ente. El ser es estructura, propiedad y acontecimiento de sentido
del ente en general.
El sentido del ser. Nancy escribe: “La cuestión o el asunto del sentido del ser” y
aclara entre paréntesis “(del sentido, absolutamente)”. Las parentéticas de
Nancy, a veces, dicen más que el texto de superficie: remarquemos entonces el
adverbio absolutamente. El sentido del ser es el sentido, absolutamente. El
sentido, considerado de manera absoluta.
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Un ente tiene sentido cuando está enmarcado en un campo interpretativo.
¿Cuál es el horizonte de inteligibilidad último en el cual las cosas tienen
conocimiento? El ser. O el sentido, en términos de Nancy.
Heidegger nunca precisa que mundo y ser sean equivalentes (pero quizá lo
sean).
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si nos preguntamos cuál es modo primario que tenemos de vincularnos con los
entes naturales, ellos no aparecen ante nosotros bajo el modo de la
contemplación o la experiencia estética, sino como el material del que están
hechos los útiles: piedra, madera, etc.
Nancy: ¿cuál es el sentido del ser? El ser es el sentido en todos los sentidos de
lo ek-sistente. “El sentido no se reúne con el ser, no le sobreviene, sino que es
la apertura de su sobrevenida misma, la apertura del ser en el mundo” (Id., 53).