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CLAVE DE ABREVIATURAS

ATO Alza tus ojos.


C Angelus.
CBA Comentario bíblico adventista del 7º día.
CC El camino a Cristo.
CDCD Cada día con Dios.
CH Counsels on Health.
CIC Catecismo de la iglesia católica.
CNS Cristo nuestro Salvador.
CPM Consejos para los maestros.
CPI Consejos para la iglesia.
CR Catecismo romano.
CS El conflicto de los siglos.
DMJ El discurso maestro de Jesucristo.
DNC Dios nos cuida.
DS Day-Star.
DTG El Deseado de todas las gentes.
EJ Exaltad a Jesús.
Ev El evangelismo.
EUD Eventos de los últimos días.
HAd El hogar adventista.
HAp Los hechos de los apóstoles.
HR La historia de la redención.
Ibíd. El mismo libro, pero otra página.
JT Joyas de los Testimonios.
LC En los lugares celestiales.
Ms Manuscritos.
MSV ¡Maranatha: el Señor viene!
MC El ministerio de curación.
MCP Mente, carácter y personalidad.
MJ Mensajes para los jóvenes.
MS Mensajes selectos.
PE Primeros escritos.
PP Patriarcas y profetas.
PR Profetas y reyes.
RH Review and Herald
PVGM Palabras de vida del gran Maestro.
ST Signs Of The Times.
T Testimonies For The Church.
TM Testimonios para los ministros.
TS Testimonios selectos.
VAA La verdad acerca de los ángeles.
YI Youth Instructor.
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CONTENIDO

Introducción............................................................. 3
Cuando todo era perfecto.......................................... 4
El origen del mal...................................................... 7
El Hijo convoca a un concilio................................... 13
El primer concilio general........................................ 13
Lucifer convoca a los ángeles................................... 14
La segunda reunión con el Hijo................................ 16
El segundo concilio general...................................... 16
Los rebeldes ocupan nuestro planeta......................... 18
Una pareja feliz........................................................ 20
La tercera reunión del Hijo con los ángeles del cielo 21
La tentación y la caída............................................. 21
Cristo revela a los ángeles el plan de salvación........ 23
La primera de las cuatro grandes batallas terrestres 25
La segunda gran batalla........................................... 26
La tercera gran batalla............................................. 34
La cuarta y última batalla........................................ 44
El conflicto ha terminado......................................... 50
3

INTRODUCCIÓN

Las revelaciones que Dios ha entregado en manos de su querido pueblo, son realmente sor-
prendentes. Lo que presento a continuación es una síntesis de toda esa información profética. Pero,
para poder encontrar algunos detalles tuve que buscar en los escritos de Elena G. de White, así como
ocurre cuando tenemos que estudiar la Biblia: Un poco en un libro, y otro poco en otro que hable
sobre el mismo asunto y lo complemente (Isa. 28:10), para luego armar la imagen profética como un
rompecabezas. Por eso es que para relatar la historia de esta gran controversia, tuve que recurrir a
libros de ella como El Camino a Cristo, El Discurso Maestro de Jesucristo, El Ministerio de Cura-
ción, y otros que al principio no pensé tener que citarlos.
Cuando al completar un hecho agrego algo sin el respaldo de un “escrito está”, Ud. lo notará
fácilmente, porque uso las palabras: “posiblemente”, “es probable”, etc. Pero, como entiendo que
hay algunas informaciones inspiradas que son poco conocidas, empleo abundante documentación,
para que quien tenga espíritu investigador pueda verificarlo.
Los libros de la pluma inspirada que dan más información acerca del tema, son: Patriarcas y
Profetas, Historia de la Redención, El Conflicto de los Siglos, Primeros Escritos y El Deseado de
Todas las Gentes.
Espero que este humilde trabajo pueda ser de beneficio para todos los que se deleitan en
investigar y encontrar con alegría las preciosas joyas de Dios.
El autor.
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CUANDO TODO ERA PERFECTO

Como se sabe, el gran conflicto universal se inició con un ser llamado Lucero, o Lucifer (Isa.
14:12); “el principal de los querubines cubridores”,1 y una de las dos únicas criaturas del universo que
tenían el privilegio de estar dentro de “la sala del trono del Rey de reyes2 ante la presencia directa de
Dios.
En la sala del trono había otro querubín serafín,3 que después mostraría ser el único que podría
tener la facultad de perdonar los pecados del hombre ( Isa. 6:6,7; Eze. 10:2,6,7; Luc. 5:21; 1 Tim.
2:5). Era el “Ángel de Jehová”, que el Padre después “envió” al mundo a favor de los arrepentidos; y
que también es el “YO SOY EL QUE SOY”; “Dios” y “Jehová” (Éxo. 3:2,4-6,14,15; y el “Señor” a
la diestra del “Señor” (Sal. 110:1; Mat. 22:42-46).
Lucifer era “santo e inmaculado”;4 “era apacible y denotaba felicidad. Su forma era perfecta;
su porte noble y majestuoso. Una luz especial resplandecía sobre su rostro y brillaba a su alrededor
con más fulgor y hermosura que en los demás ángeles”. 5 De todas las criaturas, él era “el más alto”6
y “el sello de la perfección” (Eze. 28:12), pues era casi igual en gloria y hermosura que el Hijo de
Dios: “Dios lo hizo bueno y hermoso, tan semejante a su Creador como le fue posible”.7

Todo el énfasis en negrita es y será mío.


1 Elena G. de White, Patriarcas y profetas, (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1955), p.

13. En adelante será PP.


2 ────, El Conflicto de los siglos (CS), (M. V., Calif.: Public. Inter., 6ª edición, 1955), p. 565.
3 La Hna. White dice que los 4 seres que honran y alaban a Dios, como lo hizo Cristo (Sal 22:22; Isa. 6:3; Mar.

14:26; Jn. 17:1,4); y los describe Ezequiel, son los mismos que vio Isaías a pesar de las diferencias que presentan (––––,
Testimonios para los ministros (TM), (Buenos Aires: ACES, 1961), p. 215).
4 PP, 13.
5 ––––, La historia de la redención (HR), (Bs. As: ACES, 1980), p. 13.
6 ––––, La verdad acerca de los ángeles (VAA), (Bs. As.: ACES, 1997), p. 30.
7 Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista del séptimo día, (CBA), vol. 4, (M. V., Calif.: Public. Inter.,

1985), p. 1184.
5

No olvidemos que Cristo, el “Ángel de Jehová”, no tiene alas. No confundamos las tradicio-
nales figuras aladas de las divinidades paganas con las realidades; ni los símbolos del santuario terre-
nal, que el Revelador usó para los que estaban acostumbrados a verlos en sus días, con los seres de
“hermosura física”1 que están en la sala del trono celestial. Nunca pensemos que Cristo, el único que
puede quitar la culpa del hombre (Isa. 6:7); y que mediante el simbolismo de los cuatro seres se llama
a sí mismo “Jehová de los ejércitos”(6:3), tenga “seis alas” y figuras tan monstruosas llenas de ojos,
como vieron Isaías y Ezequiel en sus visiones del trono (6:2).
Las Escrituras y Elena G. de White (EGW), nos dicen que esos cuatro “seres vivientes” (Eze.
10:20) son en realidad “el Ser viviente” (10:15). Que el “varón” sacerdote (10:6), es también uno de
los cuatro querubines serafines que perdona (Isa. 6:7); y es el “cordero” de siete ojos (Apoc. 5:6); “la
mano del ángel” (Isa. 6:6; Apoc. 8:3-5), y el “querubín” (Eze. 10: 14) que llega a ser el “buey” que
carga nuestros pecados (1:10). Además es el “León de la tribu de Judá” (Apoc. 5:5), el Hijo del
“Hombre” (1:13) y el “águila” volando (aetós) (8:13; 12:14). Por lo tanto, la pluma inspirada dice
que esos cuatro “seres” ( o “Ser”) representan al “Salvador”,2 que glorifica al Padre con su voz y sus
obras (Sal. 22:16-22; Juan 17:4) y que se muestra ahora en el “cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21).
El “cuerpo de luz y gloria”3 del Padre se mostraba en “toda la plenitud de la Divinidad cor-
poralmente”.4 Antes que el Hijo de Dios se manifestara en “el desvalido bebé del pesebre”, también
él tenía en sí “la plenitud de la Deidad corporalmente”5 (Juan 17:5; Col. 2:9); pero la manifestaba en
forma parcial ya volveremos a esto. Así que en Belén, Cristo no se encarnó porque era un espí-
ritu6, sino porque tomó la carne humana.7 Y cuando Lucifer veía que el Hijo se acercaba y se paraba
“delante” del Padre (Mat. 10:32; Hech. 7:55,56), o se sentaba a su diestra (Heb. 8:1; 12:2) es decir
“junto” a él, al “lado” sur8 de su asiento (Juan 17:5; 1:1; Zac. 6: 13), veía que quedaba “envuelto
por la esplendente luz que rodeaba al Padre”.9 Por eso también Pablo, al ver esta diferencia de gloria
entre el Hijo y el Padre, dijo que Cristo es “el resplandor de su gloria” (Heb. 1:3). “Tal era la condición
que existía por siglos antes de la entrada del pecado”.10
Sumándose a esta característica visible, Lucifer veía que el Hijo de Dios era “enviado” por el
Padre, y cumplía los mandatos con humildad, sin estimar “el ser igual a Dios como cosa a que afe-
rrarse” (Fil. 2:6). Así que con el tiempo, se acostumbró a considerar a Cristo como querubín protector
igual a él. Pero en muchas ocasiones él veía que el trato que daba el Padre al Hijo era como entre
iguales; y esto lo notaba cuando el Hijo se sentaba en el trono al lado derecho (sur) del Padre, mientras
los otros dos querubines Lucifer y probablemente Gabriel, quien es el que lo reemplaza11 debían
permanecer parados a sus lados.
Como Cristo no permanece quieto en el mismo lugar, se lo veía a veces “sentado” (Mat.
26:64; Col. 3:1; Heb. 8:1), y otras veces “parado” (estota) a la “diestra” (Hech. 7:56) y “delante” del

1 White, Cada día con Dios (CDCD), (Bs. As.: ACES, 1979), p. 126.
2 ────, Los hechos de los apóstoles (HAp.), (M. V., Calif.: Public. Inter., 1957), pp. 470,471.
3 ────, Primeros escritos (PE), (M. V., Calif.: Public. Inter., 1962), p. 92.
4 ────, El evangelismo (Ev), (Bs. As.: ACES, 1975), p. 446.
5 ────, Exaltad a Jesús (EJ), (Bs. As.: ACES, 1988), p. 69.
6 Dios no es “espíritu” en naturaleza, ni así debemos adorarlo, sino en “santidad” (Juan 4:24; 1 Crón. 16:29; Sal.

96:9. Ver PE. 71). Por eso Cristo es hoy “espíritu vivificante” (1 Cor. 15:45) con un “cuerpo” real (Fil. 3:21), y todo
santo corpóreo “un espíritu es con él” (6:17).
7 Los elementos que componen su Ser no pueden “describirse mediante las cosas de esta tierra” (Ev, 446).
8 El lado “porterior” del santuario siempre fue “al occidente” (Éxo. 26:22, 27). Por eso la derecha daba al sur.
9 PE, 126.
10 VAA, 30.
11 ––––,El Deseado de todas las gentes (DTG), (M. V., Calif.: Pub.Inter., 1966), pp. 73,725.
6

Padre (Mat. 10:32). Por eso es que en este último caso se lo veía en pie “en medio del trono” (Apoc.
5:6; 7:17). Juan vio en visión como estando parado delante y en medio del trono, con la figura de un
“Cordero como inmolado”, tomaba un libro “del [Padre] que estaba sentado en el trono” (5:7,13). Y
EGW aclara que al estar delante del Padre, que estaba sentado, no sólo vio al Cordero en el medio del
trono, sino también al Padre.1 Por eso alguno puede confundirse, creyendo que Cristo tiene su asiento
en el centro, y el Padre a su izquierda, que, según lo dice el santuario, correspondería con el lado
“norte” (Éxo. 26:27; Núm. 3:38). Pero veremos que Lucifer no quería ocupar el lugar del Padre, sino
otro semejante al del Hijo, que estaba en el lado izquierdo de los dos.

Un día Lucifer entró a la sala del trono y encontró al Padre que hablaba con el Hijo acerca de
la creación de este mundo. Se interesó en participar en el consejo para dar algún aporte, pues todos
los ángeles lo admiraban por su inteligencia superior (Eze. 28:17). Así que pidió permiso para sentarse
en el asiento del trono que estaba en el lado izquierdo del padre en el lado “norte” (Isa. 14: 13)2.
Es evidente que Lucifer no entendía que el Hijo “siempre estuvo a la diestra del Padre”,3 y que la
Divinidad consta de tres personas, una de las cuales no se ve porque está obrando en espíritu, para
poder mantener en orden y con vida a toda la creación mediante la omnipresencia (Sal. 139:7; Hech.
17:28).
Como Dios tiene “presciencia” (1 Ped. 1:2), sabía que Lucifer no debía estar presente en los
planes para este mundo. Además, no correspondía que ocupara el lugar que pertenecía a la tercera
persona de la Deidad. Por lo tanto, el Padre le impidió que se sentara. Y desde ese día, ese lugar
“norte” se lo relaciona con “el ídolo del celo” ─ese ídolo de los desobedientes era Lucifer, que el

1 HAp, 268.
2 Recordemos que el santuario terrenal tenía su entrada en el lado este (Núm. 3:38), para que los adoradores adora-
ran dando la espalda al dios sol. Por eso el lado izquierdo del arca del pacto daba al norte.
3 PP, 18.
7

Espíritu ya sabía que se transformaría en Satanás, o adversario de Dios─; y queda señalado por los
símbolos del santuario terrenal (Eze. 8:3-5).1

EL ORIGEN DEL MAL

Como Dios creó a Lucifer con un carácter noble y perfecto, sin ninguna inclinación hacia el
mal; y fue su propósito que nadie “conociese absolutamente nada de lo malo”,2 el error que este
poderoso ser estaba cometiendo, al olvidarse de que todas sus capacidades las poseía gracias al Crea-
dor, le estaba ayudando a formar un espíritu extrañamente egoísta y ambicioso. Por eso, la negación
divina provocó en él un sentimiento único en todos los vastos dominios del reino universal. La vida
tan productiva y feliz del ser más importante, después de la Trinidad, fue cubierta desde ese día por
un manto tenebroso, totalmente ajeno al reino amoroso de Dios. Aparte de la Deidad, nadie se percató
de lo que estaba pasando entonces, y millones continuaron alabando al Creador con mucha alegría.
Qué dice la Revelación acerca de este cambio en el corazón de Lucifer? Dios todo lo sabe.
En esto estamos plenamente seguros. Sin embargo, aunque Dios puede describir paso a paso el
“largo”3 proceso que se realizó en este noble ser, nunca podrá explicar la causa de este cambio. La
inspiración lo dice así: “El pecado es un intruso, y no hay razón que pueda explicar su existencia. Es
algo misterioso e inexplicable; excusarlo equivaldría a defenderlo. Si se pudiera encontrar alguna
excusa en su favor o señalar la causa de su existencia, dejaría de ser pecado”.4
Alguien podría decir que la causa está en la capacidad que recibió del libre albedrío. Pero hay
millones de ángeles e hijos de Dios que poseen esta facultad, y no han caído. Así que esta facultad
sólo pudo haber sido un factor más que él agregó para mal, junto con el conocimiento de su hermosura
física, su elevada inteligencia, y saber que era la criatura más honrada de todos los mundos poblados.
Algunos que sostienen que los que pecan lo hacen porque son pecadores antes de pecar, ar-
gumentan que Lucifer pecó porque ya era egoísta. Es decir, porque creen que desarrolló esa naturaleza
que lo llevó a pecar. Pero olvidan que el egoísmo ya es pecado y ya es extraño a la perfecta creación
de Dios. Por lo tanto, el pecado nace por una decisión de la voluntad y no tiene excusa (Sant. 1:13-
15).
Es posible que, como ocurrió con los discípulos cuando Jesús permitió a Judas que fuera a
cumplir su propósito de traicionarlo, ni siquiera el ángel Gabriel entendió lo que estaba sucediendo.
Desde entonces Lucifer miró al Hijo de Dios con envidia, y al tercer asiento de la sala del trono, con
una extraña codicia que sólo lo sabía la Deidad:

“Tú que decías en tu corazón:


subiré al cielo; en lo alto [...]
al lado norte me sentaré”.

1 No olvide que la obra del sacrificio, la limpieza y la obra del lugar santo, lo hace Cristo a la diestra (al sur) del

Padre, mostrando las señales de la cruz. Por lo tanto esa imagen gloriosa del Espíritu que vio Ezequiel en el lado norte del
santuario terrenal, señalaba lo que ahora se realiza en el trono, “el verdadero santuario”, y “trono de la gracia” y de la
“mediación” (Heb. 8:1-6; 4:16).
2 Ibíd., 43.
3 VAA, 42.
4 CS, 546,547.
8

”Pero Lucifer debía entender que el Espíritu Santo, el que compartía en forma invisible el
consejo supremo de la administración universal, a la izquierda del Padre, es “Dios” (Hech. 5:3,4); es
“Jehová… el Espíritu de Jehová” (Isa. 59:19), y “Señor… el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:17), como
Cristo es “el verdadero Dios” (1 Jn. 5:20) y el “Señor” a la diestra del “Señor” (Sal. toda la 110:1;
Mat. 22:44).
La tercera Persona divina “es el Espíritu en toda la Plenitud de la Divinidad”;1 y “es tanto una
persona como Dios es una persona”.2 Es decir que, como se lo entiende por medio de las Escrituras3
y como lo revela EGW, toda “persona” divina o humana es un ser que se revela totalmente mediante
su “rostro” (paneh), y su imagen física con “forma”, “cuerpo” e “imagen”.4 El Espíritu Santo se
mostró en visión delante de Ezequiel, con la imagen y la gloria del Padre. Fue trasladado por él al
lugar santísimo y Ezequiel vio también la gloria del Padre (Eze. 8:2-5).5 Y, como sabemos, también
los ángeles obran entre nosotros como “espíritus administradores” (Heb. 1:14). Sin embargo, en el
cielo se muestran con su “hermosura física”.6
En verdad, contrariamente a lo que cree la mayoría de las religiones paganas, y las cristianas
que continúan con la idea de Platón, no hay ningún hijo de Dios en todo el universo que no posea
“hermosura física”; que no sea semejante a la Trinidad (“hagamos [...] a nuestra imagen”), y parecido
al hombre en su perfección. De ahí que Pablo habla de nuestros parientes en los cielos (Gén. 1:26,27;
Job 38:7; Efe. 1:10; 3:15; Heb. 12:9,22, 23). Tampoco el cielo es un paraíso de desencarnados (Fil.
3:20,21) flotando sobre nubes, sino una “lejana tierra, de lo postrero de los cielos” (Isa. 13:5; 7
33:16,17; Luc. 19:12). El “continente” o “mundo”8 y “esfera de gloria”9 como único planeta con
luz propia por la gloria de Dios, donde hay “campos verdes”.10 En ese mundo se encuentra la santa
ciudad con un “edificio” o “casa” muy elevada a manera de “torre” (Miq. 4:7,8),11 que es el trono de
Dios (Sal 78:69; Isa. 6:1; 2 Cor. 5:12). Está en medio de la ciudad sobre “un fundamento de oro
bruñido”.12 El edificio es de color blanco plateado (Apoc. 20:11),13 donde en la parte más elevada

1 Ev, 446.
2 ────, Manuscritos(Ms), 66, 1899.
3 En hebreo paneh: rostro, persona, y presencia siempre visible (Gén. 4:14; 19:13; Deut. 28:50; Job 32:21; Prov.

18:5, etc.) se usa para Dios y el hombre de la misma manera (Éxo. 33:19,20; Deut. 5:4). Y equivale al griego Prosopolem-
sia (Rom. 2:11; Efe. 6), prosopolemteo (Sant. 2:9) y prosopolemtés (Hech. 10:354), de prósopon, con el mismo signifi-
cado (Apoc. 6:16, etc.).
4 Ev, 446; PE, 54,92, 126.
5
TM, p. 134. Los arrianos adventista pueden argumentar que EGW se refiere a la imagen del Hijo de Dios
y no del “Consolador”. Pero en este caso tendríamos dos problemas. El primero, un error de redacción, por no
aclarar que no se refiere a la persona divina más cercana, sino a la que se refería al principio de la página. Y en
segundo lugar, nunca, ni entre los arrianos, hubo ceguera para comprender que el Hijo de Dios tenga la imagen
del Padre, porque es natural que sea así. Pero aquí se lo señala porque Cristo es Hijo por “pacto eterno”, no por
descendencia. Y llegó a serlo al venir a vivir como Hijo del Hombre.
6 CDCD, 126. En la Biblia “espíritu” es todo lo que no se ve por el ojo humano.
7 Los capítulos 13 y 14 de Isaías tienen un doble cumplimiento. Por eso la profecía de Isa. 13:9-10, que no se cum-
plió en los tiempos de la Babilonia literal, se cumplió con las señales del sol, la luna y las estrellas en el siglo XIX. Elena
G. De White le da una aplicación escatológica concluyendo con la segunda venida y el fin del milenio (CS. 696). Por lo
tanto la llegada de lejana “tierra” es de la patria celestial.
8 Ibíd., 494.
9 CBA, 1:1099.
10 ────, El hogar adventista (HAd.), (M. V., Calif.: Public. Inter., 1959), p. 494.
11 ────, Palabras de vida del gran Maestros (PVGM), (Bs. As.: ACES, 1960), p. 276.
12 Ibíd. 722,723.
13 ────, Day-Star (DS), 24-1-1846.
9

(Sal. 102:19) “muy por encima de la ciudad”1 está “la habitación” (2 Crón. 30:27) o “sala del
trono del Rey de reyes”.2
“Sobre las alturas de las nubes
subiré, y seré semejante al Altísimo”.

Por supuesto, nos preguntamos por qué la sala del trono está sobre un edificio tan “alto y
sublime”. Porque el trono, o lugar santísimo celestial, no tiene puertas o velos que impidan que la
gloria de Dios pueda iluminar la santa ciudad.3 Y como su gloria es “siete veces” mayor que la del
sol a mediodía (Isa. 30:26; Apoc. 22:5), es fácil entender que si no estuviera a esa altura, todos los
redimidos que lleguen para adorarlo quedarían encandilados. Y esto explica también por qué cada
vez que el Hijo y el Padre y posiblemente los querubines suben de la calle de la ciudad a la sala
del trono, no lo hacen subiendo por una escalera, sino sobre una nube de ángeles en un vuelo vertical
(“way upward”), como un ascensor.4
Entonces, la declaración de Isaías 14:14, no está hablando del deseo que tuvo Satanás de subir
sobre las nubes que envuelven a nuestro planeta, pues él lo puede hacer con el menor esfuerzo. Ade-
más, no se iba a igualar a Dios por subir nuestra atmósfera. Si Lucifer también fue llevado a la sala
del trono por esa nube de ángeles, éste podría haber sido otro motivo que él usó, para desarrollar el
placer pecaminoso, semejante al que mostraron los reyes y los papas cada vez que fueron llevados en
andas.
Cuando las Escrituras dicen: “seré semejante al Altísimo”, no está hablando de ser semejante
a Dios Padre, sino a Dios Hijo. Como ya vimos, Lucifer no se había propuesto ocupar el lugar del
asiento del centro, donde estaba el Padre. Cuando Cristo habló en cierto momento con él, “Lucifer
señaló la longanimidad de Dios como una prueba evidente de su propia superioridad sobre él, como
una indicación de que el Rey del universo aún accedería a sus exigencias”.5
Así que Lucifer no entendía que hay una tercera persona en la Deidad, ni tampoco aceptaba
al “Hijo de Dios como igual al Padre”.6 Aquí está la evidencia de que la creencia que más se divulgó
entre las religiones de nuestro planeta, es a saber, la del panteón pagano de un Dios supremo junto a
otros dioses menores, se originó en la mente de Lucifer. Él se propuso formar un panteón celestial,
donde podía ser un dios igual al Hijo, bajo la dirección del Dios Padre como primer Dios sobre todos.
De paso, la iglesia de Roma, “la Madre de las rameras” de Babilonia, fue quien divulgó en el
cristianismo la creencia de que el “Hijo Único de Dios, [fue] engendrado del Padre antes de todos los
siglos”.7 “La Iglesia reconoce así al Padre como ‘la fuente y el origen de toda la divinidad”,8 y al Hijo
con una “doble generación”.9 Así que cuando dice que las tres personas son consustanciales y eternas,
está poniendo una máscara que oculta una doctrina que se originó con el padre de mentira.
Antes que la Deidad creara al planeta cielo y a todo el universo, el Hijo era “desde los días
de la eternidad” (Miq. 5:2) el “YO SOY EL QUE SOY” y “Jehová”, como el Padre y el Espíritu
Santo. Rechazamos abiertamente la doctrina romana de un hijo engendrado por naturaleza, antes de

1 CS, 722.
2 Ibíd., 565.
3 CBA, 5:1084.
4 DS, 24-1-1846, p. 31.
5 PP, 19.
6 Ibíd., 16.
7 Catecismo de la Iglesia Católica, (Montevideo: Editorial Lumen, S.R.L., 1992), p. 62.
8 Idem.
9 Pedro Martín Hernández, Catecismo Romano, (Madrid: Editorial Católica S.A., 1956), p. 55.
10

llegar a ser el Hijo de Dios en la Tierra, porque se opone a las Escrituras (Sal 2:7; Heb. 1:5; 2 Sam.
7:13,14; Hech. 13:33,34; Rom. 1:4). La misma persona divina que dijo: “Antes que Abraham fuese
YO SOY”, es la que dijo: “Antes de mí no fue formado Dios, ni lo será después de mí” (Isa. 43:10).1
“Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abis-
mos fui engendrada” (Prov. 8:23,24). Salomón nos dice que Cristo fue engendrado antes de la crea-
ción de este mundo, pero después de vivir como Jefe “eternamente” con la Deidad. Por lo tanto, si
llegó a ser Hijo después de reinar eternamente, es Hijo por decisión, por propósito, con un “pacto”
de llegar a ser Hijo engendrado, y no por naturaleza, como se cree generalmente (2 Sam. 7:13,14; 1
Crón. 17:12-14; Sal. 89:26, 28,34).
Nuestra fe es clara: “En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra”.2
“Desde la eternidad era el Mediador” y el “Hijo eterno”,3 porque el “pacto” de llegar a ser en un
tiempo futuro el Hijo de Dios y el Mediador de la raza humana, se originó en la eternidad por pres-
ciencia divina (Miq. 5:2; Sal. 89:26-29; Heb. 1:5). El “Señor” llegó a ser “Hijo” y “Cordero”, porque
en la cruz y en la resurrección en santidad (Rom. 1:4), el Soberano del universo se ganó en esta tierra
el derecho de ser el heredero y “coheredero” nuestro de su propio reino. Esa es la respuesta que
los doctores de la ley no supieron responder a Jesús (Mat. 22:42-46), por causa de que siempre cre-
yeron en el Padre como el único Dios eterno y verdadero.
Pero, si el Hijo es verdadero Dios, ¿por qué Lucifer lo vio con menor gloria que el Padre?
Porque antes de la creación de Lucifer, “el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo se dieron a sí mismos
para llevar a cabo el plan de redención”.4 Desde que comenzaron a cumplir el “pacto”, la llamada
primera persona de la Trinidad actuó como Juez, manteniendo sólo él “toda la plenitud de la divinidad
corporalmente”. Esta es la causa por qué se lo ve con mayor gloria. La segunda obró como Creador,
Hijo y Mediador; y la tercera como Espíritu para estar presente en toda la creación (Omnipresencia).
Pero, ¿por qué, en este plan eterno, la Deidad incluyó la creación de Lucifer, sabiendo que él
traería tanto mal al universo? Si llegáramos a saber que en nuestro automóvil alguien puso una bomba
muy poderosa, y decidimos estacionarlo en el centro de una ciudad, donde se encuentra la mayor
cantidad de gente, ¿seríamos culpables o no del mal que provocaría? Por supuesto que sí. Entonces,
¿por qué, en sus planes, Dios no desvió la bomba Lucifer y la dejó fuera de toda vida? ¿Por qué la
puso justamente en el centro del control de la vida universal, sabiendo que iba a “explotar”?
Este es el punto que generalmente llegan los incrédulos, para justificarse por qué no creen en
la justicia divina. Y aquí se encuentra la clave que nos permite mostrar el verdadero carácter y la
sabiduría de Dios. Por lo tanto, debemos detenernos para dar una respuesta.
En primer lugar, como dos de las facultades que el Creador dio al hombre, Dios siente y
piensa; y no todo lo que siente, siempre concuerda con lo que piensa. Y esto, especialmente por tener
“presciencia”(1 Ped. 1:2). Por ejemplo, el Señor pidió a Noé que anunciara el fin a todo el mundo.
Por eso él debía invitar a todos los que le escucharan, para que entraran al arca y salvaran sus vidas.
Ese era el sincero deseo de Dios. Pero, por presciencia, él sabía que sólo entrarían ocho personas, y
por eso dio las medidas del arca para que entraran los animales y esas ocho personas, y no todos los
que pidió a Noé que invitara.

1 Aquí no se habla de un “dios” minúscula, pues todos sabemos que los dioses humanos fueron formados “después”

de Cristo. Cristo quiso decir que ni antes ni después existió o llegará a existir otra persona divina igual que él , porque son
tres coeternos.
2 White, DTG, 489.
3 Ev, 446, 447.
4 ────, Counsels on Health (CH), p. 222.
11

La voluntad de la Trinidad no era que Lucifer llegara a la vida y trajera tanto dolor. Dios vio
las terribles consecuencias de la desobediencia en todos sus detalles.1 Y la segunda persona de la
Deidad llegó a saber que él, como Creador, tendría que ser el responsable de restaurar la creación a
fin de salvar su honor y la justicia del gobierno universal. Vio, entonces, que para esto debía venir a
sufrir y morir en la cruz. Vio también, cómo en el Getsemaní, pocas horas antes de dar su vida, se iba
a librar en él una terrible batalla, donde su vida pendería del fino hilo de su decisión: ser sepultado o
regresar al cielo. Así que el plan que la Deidad había pactado desde la eternidad sería el más conve-
niente, no porque así lo deseaba, sino porque sabía que sería lo mejor.
En segundo lugar, Dios había dicho que su reino está fundado en el amor (1 Jn. 4:7,8). Y para
que esto se pudiera cumplir, fue necesario que sus criaturas poseyeran el don de la libre elección. Esto
conlleva el peligro de la desobediencia y la oposición a los propósitos divinos. ¿Qué pensaría el pue-
blo de un gobernante que promete libertad de expresión, pero que un día alguien dice algo en contra
de su manera de actuar, y al día siguiente aparece muerto en un basural? Aunque el gobernante no
haya tenido nada que ver con esa muerte, igualmente muchos pensarían que él dio la orden de matarlo;
y desde entonces muchos dejarían de confiar en él. Este ejemplo puede ayudarnos a entender por qué
Dios no destruyó a Satanás enseguida.
Elena G. de White escribió al respecto: “Por no estar los habitantes del cielo y de los mundos
preparados para entender la naturaleza o las consecuencias del pecado, no podrían haber discernido
la justicia de Dios en la destrucción de Satanás. Si se le hubiese suprimido inmediatamente, algunos
habrían servido a Dios por temor más bien que por amor”.2
Para comprender la tercera razón de la actuación divina, podemos volver al ejemplo del go-
bernante, suponiendo que la persona que dice algo contra su gobierno se encuentre fuera del país, y
cuando se propone entrar, el gobernante ordena al jefe de la aduana que se lo impida y que mantenga
todo en secreto. ¿Cuál sería la reacción del pueblo? Pues, al ignorar el asunto seguiría confiando en
él. Pero este gobernante viviría atormentado por su conciencia, que le diría: “Eres un mentiroso, un
hipócrita y un indeseable. No mereces ser el líder de este pueblo, que ha depositado toda su confianza
en ti”.
Si Dios no hubiera permitido que Lucifer llegara a la vida, no habría sido culpable de una
muerte; pero su conciencia lo habría atormentado mucho más que a un ser falible y pecador como tú
y yo. Se hubiera sentido profundamente hipócrita y mentiroso por haber prometido libertad de elec-
ción, sin permitir que, como sabía, Lucifer llegara para poder ejercerla.
En cuarto lugar, en un reino libre, de muchos millones de súbditos que tienen la posibilidad
de existir por mucho tiempo, las posibilidades de que alguien use mal la libertad son muy grandes.
En el gobierno de Dios, que es infinitamente más poblado3 y que durará miles de millones, de millones
y billones de siglos, las posibilidades de que alguien quiera probar lo que Dios prohíbe, son infinita-
mente mayores. Si Dios no permitía que Lucifer como ejemplo eterno para los seres del planeta
cielo y Adán y Eva como lección para los mundos poblados obraran con libertad, otras cria-
turas habrían probado lo prohibido.
Las madres saben, por experiencia, que el hijo que desobedece y toca la olla caliente que se
le prohibió tocar, para evitar que se queme, no volverá a repetir la experiencia, porque recordará el

1 ────, Mensajes selectos (MS), vol.1, (M. V., Calif.: Public. Inter. 1966), p. 293.
2 PP, 22,23.
3 ────, ¡Maranata: el Señor viene! (MSV), (Bs. As.: ACES, 1976), p. 366.
12

dolor que le produjo. Así que esa experiencia le servirá de garantía contra una segunda desobediencia
relacionada con el caso.
Contrariamente a lo que algunos anuncian desde Orígenes, Dios no puso en las naturalezas
de Lucifer, y Adán y Eva, ninguna inclinación para hacer lo que hicieron. Además, les previno del
mal. Por lo tanto, no es culpable de las consecuencias. Pero el Señor aprovechó esta experiencia para
que sirva de ejemplo para todos. Y él se hace responsable de este plan, a fin de seguir usándonos
como conejitos de India para una garantía eterna (Nah. 1:9).
Elena G. de White va más allá de lo que leemos en Nahum 1:9, porque no sólo niega que el
pecado volverá a levantarse, sino que asegura: “La rebelión no podrá nunca volver a levantarse. El
pecado no podrá nunca volver a entrar en el universo”.1 Por eso Dios creó un tribunal universal,
donde se ha ordenado a los ángeles testigos que registren cada acto de cada persona de la Deidad y
de cada persona creada. Ningún balbuceo, ningún pensamiento, ninguna mirada; ni el más pequeño
acto deben quedar sin ser registrados. Porque el pecado, recuerde, es como el virus más infeccioso y
maligno que Lucifer trajo a la existencia, para destruir la confianza en el gobierno del cielo. Fue por
confiar más en la serpiente que en su Creador, que llevó a Eva a comer del fruto prohibido, con todas
las terribles consecuencias que conocemos.
Así que en Dios, no sólo puede haber diferencia entre sus deseos y sus obras, sino también
entre el hacerse responsable de que siga la maldad, y ser el culpable de ella. Dios mismo se hizo
responsable de que el Faraón se comportara como lo hizo (Éxo. 4:21). Sabía muy bien cómo se iba a
endurecer con una terquedad pocas veces vista. Y la aprovechó para que su pueblo se pudiera deleitar
en su maravilloso poder. Pero él no fue el culpable de esa acción, porque la mala decisión que se tomó
fue enteramente de ese necio gobernante (5:2).
Gracias a la vida que constantemente les da la tercera persona de la Deidad (Hech. 17:28),
Satanás y sus ángeles ya tienen alrededor de 6.000 años de existencia. Nada de lo que hacen podrían
realizarlo sin esta ayuda divina. Pero, aunque Dios se hace responsable de mantenerlos con vida, no
es culpable por lo que hacen, y porque los aprovecha como lección universal. Estas diferencias que
existen entre los deseos y los designios divinos, y entre su responsabilidad y la culpa, fue ilustrada
con las direcciones confusas que vio el profeta Ezequiel en las “ruedas” de Dios:
“Los que conocen a Dios [dice la Hna. White] no pueden comprender sus acciones. Está en
acción una rueda dentro de una rueda. La complejidad de la maquinaria es, en apariencia, tan intrin-
cada, que el hombre sólo puede ver una confusión completa. Pero [...] cada parte se mueve en com-
pleta armonía, haciendo cada una su obra específica, y sin embargo con libertad de acción indivi-
dual”.2
La madre inteligente sabe que, al permitir que el hijo desobediente toque la olla caliente y
sufra cierto tiempo contra sus propios deseos, no está obrando por falta amor. Ella sabe que la garantía
futura se basa en ese dolor que siente su hijo querido, y por eso, ante la insistencia del hijo, decide al
fin permitirlo sufriendo con él.

1 DTG, 18.
2 CBA, 4:1182, 1183.
13

EL HIJO CONVOCA A UN CONCILIO

La envidia de Lucifer creció al punto de que no pudo retenerla más en su corazón. Y los
ángeles, después de admirarlo “por siglos” de felicidad, escucharon por primera vez de él un comen-
tario desfavorable acerca de la administración divina. Tiempo después les presentó su deseo de aspirar
“al poder que sólo pertenecía a Cristo”; y esto “despertó un sentimiento de honda aprensión” entre
ellos.
Un día el Hijo de Dios convocó a los ángeles para tener un concilio, con el fin de hacerles
recordar que él era el Creador de todos ellos. Señaló también la infinita bondad de Dios y “la natura-
leza sagrada e inmutable de su ley”1… ¿Una ley? Todos se miraron sorprendidos: “La noción de que
había una ley sorprendió a los ángeles casi como algo en que no habían soñado antes”. 2
No había sido necesario hacerla conocer, porque nadie había pensado ni obrado sin amor. El
amor a Dios y el amor entre ellos era un don que los hacía felices; y no podían pensar de otra manera,
porque no tenían motivos para cambiar el gozo que sentían por otra cosa. Ellos vivían con la ley
escrita en sus corazones; y Dios nunca quiso que la obediencia de sus criaturas estuviera basada en
una norma externa a ellos, o que fuera escrita sobre algo, como se vio obligado a hacerlo 25 siglos
después de la entrada del pecado en este mundo.3
Sin embargo, “cada ángel tenía asignada su obra especial”.4 Y es aquí donde Lucifer quería
llegar, tratando de hacerles pensar que todo lo que hacían debían hacerlo con libertad, sin tener la
obligación de obedecer a alguien. En otras palabras, Satanás estaba indicando la idea de que la orga-
nización divina no era necesaria, porque cada uno estaba en condiciones de saber qué hacer para que
todo marchara perfectamente. Esa sugerencia fue muy atrayente para un buen número de ángeles.
Pero no para los que estaban acostumbrados a obrar más con la razón que con sus sentimientos.
Lamentablemente, la amonestación amorosa del Creador sólo despertó un espíritu de resis-
tencia en Lucifer, afirmándose más en su rebelión.5 El espíritu de descontento fue creciendo en el
cielo, y “Dios soportó por mucho tiempo a Lucifer”.6 Con astucia muy refinada, el oponente de
Cristo entablaba diálogos personales con los líderes angelicales, insinuando dudas acerca de la ley y
de la administración de Dios. Luego preguntaba la opinión de cada uno. Y si alguien repetía lo que él
había dicho, iba al trono mostrándose preocupado porque los ángeles estaban hablando en contra del
gobierno de Dios.7 Qué astucia, ¿verdad?

EL PRIMER CONCILIO GENERAL

Entonces fue cuando el Padre convocó a un concilio. Cuando eso ocurre, todos los seres ce-
lestiales saben que deben comparecer ante la Deidad, delante del trono alto y sublime. En esta clase
de concilio también se reúnen “los hijos de Dios, los representantes de los mundos que nunca caye-
ron”.8 Así que los querubines y los comandantes de los ángeles se disponen a dar la bienvenida a los

1 PP, 14.
2 ────, El discurso maestro de Jesucristo (DMJ), (M. V., Calif.: Public. Inter. 1957), p. 94.
3 PP, 379, 380; 1 Tim. 1:9,10; Rom. 7:6; Jer. 3:16.
4 ────, Testimonios selectos (TS), vol. 2, (Bs. As.: Casa Editora Sudamericana, 1927), p. 19.
5 PP, 14.
6 Ibíd., 18.
7 Ibíd., 17.
8 DTG, 773.
14

invitados; y con ellos les acompañan millones de millones de ángeles para congregarse en el “atrio”
o “calle de la santa ciudad”. La sala del trono o lugar santísimo celestial, no tiene un velo real o puerta
que impida ver la gloria de Dios, y que pueda iluminar la ciudad y sus alrededores con su gloria.1 Así
que, cuando la Deidad se ubica en la entrada de la sala del trono, todos pueden ver al Padre en toda
su gloria, y al Hijo a su “lado” derecho –y recuerde que la tercera persona divina se anonadó para
obrar en espíritu–2.
El Padre sabe qué puntos deben ser aclarados, a fin de que todos sean conscientes de la deci-
sión que están tomando. Por lo tanto, declara en primer lugar que el Hijo tiene la facultad de penetrar
en los designios divinos como ninguno de los que están delante de su trono. En segundo lugar, les
hace recordar a todos que el Hijo es el Creador, y toda la hueste angélica sus criaturas seguramente
muchos ángeles que escucharon esta revelación, miraron a Lucifer para ver su reacción. En tercer
lugar, que él tiene todo el poder divino para poder crear con sabiduría, todo lo que adornará la Tierra
y sus habitantes. Y por último, reafirma que, aunque el Hijo es Dios como él y debe ser adorado igual
que a él, Cristo continuará obrando con humildad y amor, sin buscar la exaltación propia, sino para
honrar al Dios Padre como Juez universal. No por ser más Dios que las otras dos personas divinas,
sino porque así se había planeado desde la eternidad. El objetivo es que el Hijo revele cómo es el
carácter de Dios y sea un ejemplo de lealtad y abnegación para todos, tanto en los cielos como en la
tierra.
Nadie, ni siquiera Lucifer, habían cuestionado alguna vez la autoridad del Padre. Por lo tanto
sus palabras fueron aceptadas plenamente; y todos reconocieron con gozo “la supremacía de Cristo”.
Entonces los seres celestiales se postran ante él y le rinden su amor y adoración. A Lucifer también
se lo ve postrado. Y la alabanza que se eleva hacia el Hijo, lo conmueve profundamente. Renace su
amor a Cristo y se goza otra vez en adorarlo como al Padre. Pero poco tiempo después de concluida
la ceremonia de adoración celestial, y de recibir los respetos de los ángeles, renace en él el sentimiento
de que es el favorito en el planeta cielo. Y su deseo de supremacía da otra vez cabida a los celos por
Cristo.3

LUCIFER CONVOCA A LOS ÁNGELES

Por un tiempo, Lucifer actúa con misteriosa reserva, tratando de ocultar sus verdaderos pro-
pósitos. Pero un día decide convocar a los ángeles a un concilio donde no estuviera presente el Hijo
de Dios. No hay revelación que diga en qué lugar se lo realizó. Pero es muy probable que fue en el
gran “atrio exterior” (Isa. 62:9)4, situado junto a la ciudad en el lado este ésa será la ubicación
cuando el santuario celestial descienda y se asiente sobre esta tierra (Éxo. 26:22,27; Apoc. 21:3).

1 CBA, 5:1084.
2 Debemos entender que “Dios es espíritu” (pneuma , Juan 4:24) porque es santo, espiritual, no porque es de natura-
leza etérea, como se cree generalmente. Por eso “el que se une al Señor, un espíritu (pneuma) es con él” (1 Cor. 6:17). Es
decir que llega a estar unido en santidad, no en naturaleza incorpórea. Jesús se refería a las declaraciones de 1 Crónicas
16:29 y de Salmos 29:2. Allí dice que debemos adorar a Dios “en la hermosura de la santidad”. Es decir, con mente espi-
ritual o santa. Elena G. de White comenta Juan 4:24, diciendo: “Adoramos en espíritu y en verdad en la hermosura de la
santidad”(PE, 71). Justamente, a los santos que debemos imitar, Pablo les llamaba “espíritus” (pneuma) (Heb. 12:9).
Para ser santos, nosotros debemos matar el “cuerpo” y vivir en “espíritu” (pneuma) (Rom. 8:9,10; Fil. 3:3); pues Cristo
también es “espíritu vivificante” (1 Cor. 15:45). Así que Dios posee una “imagen” corporal, no espiritual (Ev. 446).
3 PP, 14-16.
4 CS, 473.
15

Por su extensión se le llama “mar de vidrio” (Apoc. 15:2-4. A la calle de la ciudad, por su brillo,
también se la compara con el “vidrio”: 21:21). Y será en ese “atrio exterior” donde los redimidos
descenderán primero al llegar al planeta cielo, antes de entrar por la puerta principal de la ciudad.1
Los dos nuevos argumentos que agrega Lucifer son que, aunque las leyes son necesarias para
los habitantes de todos los mundos, los ángeles, siendo más elevados, no necesitan semejantes res-
tricciones porque poseen suficiente sabiduría para saber cómo actuar.2 Además, “la exaltación del
Hijo de Dios como igual al Padre” es para Lucifer totalmente injusta, pues argumenta que Cristo
debería ser honrado igual que él y no como al Padre. Lucifer argumenta que al ser reverenciado como
a Cristo, él podría estar en mejores condiciones para que los ángeles puedan obtener grandes benefi-
cios aquí tenemos al primer político que propone su candidatura.
Hay una discusión entre los ángeles, y pronto Lucifer se acerca a los que le apoyan, formán-
dose dos bandos casi iguales en número. Los ángeles leales repiten las poderosas razones que había
presentado el Padre en ese concilio general. Y argumentan que el hecho que Cristo reciba honores
especiales de parte del Padre, no disminuye la honra que Lucifer recibió hasta entonces. En un mo-
mento, viéndose impotentes para convencer a su líder, los ángeles leales lloran. Entonces se hace un
silencio que conmueve a todos, pues nunca había ocurrido algo así. Lucifer se hace consciente de los
primeros frutos de su siembra, pero reacciona endureciendo su corazón.
Puesto que muchos simpatizantes suyos se muestran dispuestos a escuchar los ruegos de los
compañeros leales al Hijo, Lucifer declara que conoce muy bien la ley de Dios. Y añade “que tanto
él como ellos habían ido demasiado lejos como para volver atrás”, pero que está dispuesto a afrontar
las consecuencias.3
No era cierto que ya no había más esperanza de reconciliación con el trono. Aún Lucifer
“podría haberse salvado a sí mismo y a muchos ángeles. Aún no había desechado completamente la
lealtad a Dios”.4 El pecado que habían cometido contra la ley de Dios iba a ser pagado por el mismo
Hijo. Y así, “por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como
las que están en los cielos” (Col. 1:20).5 Pero el Rebelde quiso hacerles creer que ya no se podía
volver atrás, a fin de asegurarse el favor de sus súbditos.
Además, en el concilio, Lucifer se animó a ir más lejos, y afirmó que estaba dispuesto a
defender la libertad de los ángeles, conquistando mediante la fuerza la autoridad que no se le permitía
tener. Esto causó una gran conmoción, y algunos ángeles leales dijeron: “¡Lucifer ha llegado muy

1 PE, 16, 17.


2 PP, 16.
3 HR, 15, 16.
4 PP, 18, 19
5 Los ángeles desalojados del cielo fueron los que ya no podían recibir el socorro de Cristo por pecar contra el Espí-

ritu Santo. Por eso la declaración de Hebreos 2:16 está en tiempo presente, no como se lee en las versiones que conoce-
mos. Y en 2 Pedro 2:5,6 se nos dice que no los perdonó por la misma razón que no perdonó a los antediluvianos; es decir
por falta de arrepentimiento. Como dije, los que se arrepintieron fueron salvados automáticamente por los pecados de ig-
norancia, a diferencia de los pecados de este mundo, que son pecados de culpa. La Hna. White dice que para esta clase de
pecado es necesaria “la gracia”; el don inmerecido para los “indignos”. Ninguno de los ángeles que volvieron al bando de
Cristo necesitó de “la gracia”, pero sí de la sangre de Cristo por los errores inocentes (Col. 1:20; (––––, Review and He-
rald (RH), 15 de octubre, 1908); ––––, En los Lugares Celestiales (LC), ACES, 28 de enero). Justamente, por la duda que
permaneció en ellos hasta la crucifixión, en la completa justicia divina de permitir que Cristo pague por los culpables,
cargando el mal que no le corresponde, es que también la Deidad misma ─representada por la gloria sobre el propiciatorio
en el Yom kippur ─ deberá ser vindicada y purificada de ese problema, por la sangre de Cristo (Lev. 16:14,16; Heb. 9:23 ).
Vemos, pues, que la sangre de Cristo no solo condena al impío y salva al arrepentido, sino que también pone en su debido
lugar al inocente que se contamina por los pecados involuntarios. Así que el santísimo del santuario celestial también
debe ser purificado (Lev. 16:14-16), sin embargo no necesita de “la gracia” por pecados de culpa.
16

lejos!” ¡Rebelarse contra el gobierno de Dios es “un crimen enorme”!1 Probablemente bajo el lide-
razgo del ángel Gabriel, un grupo de ángeles se apresuró a llegar hasta el Hijo de Dios para hacerle
saber lo que estaba pasando, mientras los ángeles en disputa decidieron ordenarse en compañías. Cada
división tenía un ángel “comandante”.2

LA SEGUNDA REUNIÓN CON EL HIJO

Cristo desciende del trono y reúne a los ángeles por segunda vez. Ha llegado el momento de
tomar una decisión final, y le entristece ver perderse para siempre a esa hermosa criatura suya junto
con todos los que le siguen. Con compasión anhelante de piedad y perdón, procura hacerlos retroceder
del abismo de la ruina al cual estaban a punto de lanzarse. Mientras él habla con ternura, Lucifer se
detiene para reflexionar. Sabe que Cristo se expresa con amor hacia él; y por un momento siente el
deseo de retroceder, confesando su error. Pero su orgullo se lo impide. Entonces dice que el Padre es
más longánimo que él, y que seguramente accederá a sus exigencias. Así es como este alto “ministro
del trono” pierde su última oportunidad.
Cuando Cristo regresa al trono, los ángeles leales vuelven a rogarle que cambie de actitud.
Pero Satanás que significa adversario de Dios dice que los ángeles leales no son más que escla-
vos de Cristo. En cambio él y sus seguidores nunca más volverán a reconocer la supremacía del Hijo
de Dios.3
Siendo que la noticia fue difundida por todo el universo poblado, era necesario que todos
conocieran mejor a Satanás. Por eso Dios vio necesario que la controversia se manifestara plena-
mente, a fin de que los hijos de Dios de los otros mundos pudieran tener más evidencias del verdadero
propósito de Satanás. Con el tiempo él llegó a la conclusión de poder arrastrar también a su causa a
todos los mundos, pensando dejar así a la administración divina en desventaja.4

EL SEGUNDO CONCILIO GENERAL

Después de un tiempo el Juez universal convoca a todos por segunda vez, para que compa-
rezcan delante de él. Otra vez se invita a los representantes de todos los mundos. 5 Los rebeldes son
“cerca de la mitad” de la hueste angelical.6 Cristo está arriba, a la entrada del trono y a la diestra del
Padre, y Satanás está abajo parado en la calle de la ciudad, delante del edificio del trono y rodeado de
los que le siguen. Entonces dice orgullosamente que debe ocupar el lugar del trono como Cristo, y
participar de los concilios de la Deidad. El Padre explica nuevamente que no es correcto considerar a
una criatura como a Dios, y pide a Lucifer la honra debida al Hijo. Satanás lo niega, y el Padre dice
finalmente que él ya no puede permanecer más tiempo en la ciudad sagrada.

1 HR, 17.
2 Ibíd., 17,18.
3 PP, 19.
4 Ibíd., 21.
5 DTG, 773.
6 HR, 18.
17

Satanás mira a sus simpatizantes y luego los señala, exclamando con soberbia: “¡Ellos están
conmigo! ¿Los expulsarás también y dejarás semejante vacío en el cielo?” Declara entonces que está
preparado para hacer frente a la autoridad de Cristo y defender su lugar en el cielo por la fuerza de su
poder, “fuerza contra fuerza”.1 Añade que los ángeles no necesitan una ley, porque es una restricción
para su libertad; y dice que el principal objetivo de su futuro gobierno será abolir la ley del cielo.
Los ángeles buenos lloran; y miles de ángeles que habían sido engañados abren ahora sus
ojos. Nunca habían pensado apoyar a quien iba a abolir la ley del amor del cielo por medio de la
violencia. Así que de casi esa mitad de los billones de ángeles simpatizantes, sólo quedan con Satanás
“la tercera parte” (Apoc. 12:4).2 Pero Lucifer y sus secuaces ya habían pasado los límites, pecando
contra el Espíritu Santo. Por lo tanto para ellos ya no habría más perdón.
Algunos, por ignorar las Escrituras y los Testimonios, se basan en Hebreos 2:16 para asegurar
que para los ángeles confundidos que se arrepintieron, no pudo haber salvación. Pero en el griego la
palabra epilambánetai está en tiempo presente, queriendo decir que hoy Dios no se preocupa por lo
que hacen los ángeles, sino por los descendientes de Abraham. También se basan en una declaración
en 2 Pedro 2:4,5. De esta manera se acercan al determinismo y la injusta predestinación de Agustín y
Calvino; y se ven obligados a creer que lo mismo sucedió con los antediluvianos, pues Pedro dijo:
“Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron […] y si no perdonó al mundo antiguo” (2 Ped.
2:4,5). Sabemos muy bien que, además de los ocho que fueron salvos porque se arrepintieron, los
otros antediluvianos tuvieron 120 años para arrepentirse. Y también debemos saber, por medio de la
Revelación, que en la cruz Cristo pagaría por todos los pecados de ignorancia, “así las que están en
la tierra como las que están en los cielos” (Col. 1:20).3
Por eso los Testimonios nos dicen: “La seguridad de los ángeles también depende de los
sufrimientos del Hijo de Dios; por eso le ofrecen honor y gloria. Es mediante la eficacia de la cruz,
que los ángeles son guardados contra la apostasía”4
Mientras se espera la respuesta al desafío satánico, se produce en la santa ciudad un silencio
expectante. Cristo desciende del trono y todos los ángeles leales se ubican de su lado. Lo mismo
hacen los ángeles rebeldes con Satanás. Entonces el Creador fija sus ojos en el gran ángel perdido.
Luego avanza hacia él. La tensión aumenta. Los músculos se tensan. No hay armas, como las que usa
el hombre. Ellos no las necesitan. Un solo ángel mató con su poder a 185.000 enemigos del pueblo
de Dios (Isa. 37:36).
Satanás no se mueve de su lugar, porque confía en el tremendo poder que tiene en su interior.
Pero a medida que Cristo se acerca, su mirada llega a ser más penetrante. Es la mirada de Dios, que
todo lo escudriña y que, cuando tiene que hacer justicia, llega a ser fulminante. Satanás siente que su
cuerpo se estremece. “Tiembla ante su fuerza y majestad”. Trata de disimular su temor, pero ya siente
que su inmundicia no puede soportar más tiempo a la santidad y al poder divino.5 Jesús lo explicó de
una forma muy sencilla: “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra
ella” (Juan 1:5). “Satanás y su hueste retroceden, sabiendo perfectamente que han perdido la batalla”.6

1 Idem.
2 Esta “tercera parte” no se refiere a una cantidad definida, sino sólo a una pequeña parte de un total. Por eso, se-
gún Zacarías 13:8,9, en la segunda venida los malos no sumarán la dos terceras partes del mundo (unos cuatro mil millo-
nes) y los justos una tercera parte (unos dos mil millones), sino una "manada pequeña" (Luc. 12:32; 13:23,24).
3 PP, 18,19.
4 VAA, p. 210.
5 Un encuentro semejante ocurrió en la resurrección de Cristo entre el ángel Gabriel y los demonios, con los mismos

resultados: VAA, 214.


6 ────, Consejos para la iglesia (CPI), (Bs. As.: ACES, 1995), p. 582.
18

¿Recuerda lo que pasó, cuando Jesús estaba por limpiar el templo de la presencia de los mer-
caderes y los dignatarios de Judá? El látigo que empleó, no lo usó contra las personas, sino contra las
mesas y el dinero que quedaba sobre ellas. Lo que hizo correr con desesperación hasta los más seguros
de sí, fue esa mirada compasiva que se fue tornando cada vez más severa, y de pronto hizo fulgurar
su divinidad con juicio divino. Espantados de temor ante esa mirada, “huyeron” gritando de terror
hasta encontrar un refugio.1 Este hecho puede ayudarnos a comprender cómo fue esa batalla celestial,
pues Satanás y sus millones también huyeron de la presencia de Dios con gran temor. Tras ellos, las
puertas sagradas fueron cerradas y los rebeldes nunca más pudieron entrar en “la ciudad de Dios, el
santuario (códesh) de las moradas del Altísimo” (Sal. 46:4,5).
Los expulsados del lugar sagrado se reunieron bajo el liderazgo de Satanás, posiblemente en
el mar de vidrio, con el fin de organizarse. Y rápidamente tomaron la decisión de venir al planeta
Tierra2, pues para el gran Rebelde fue uno de los motivos que lo llevó a tener envidia de Cristo.
Además, seguramente pensó que era el único mundo que al ser poblado en el futuro, no estaría ente-
rado de la contienda.

LOS REBELDES OCUPAN


NUESTRO PLANETA

Nuestro mundo fue invadido por miles de millones de ángeles rebeldes. El planeta estaba en
ese tiempo desolado y vacío de vida; y la superficie estaba cubierta por al gran abismo u océano
primitivo de gran profundidad (tehom: Gén. 1:2) Se calcula que ese mar único puede haber tenido
en promedio unos 3.500 metros de profundidad. Así se cumplió la Palabra: “Sobre las alturas de
las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol [lugar sepulcral],
a los lados del abismo (bor)” (Isa. 14:15).
Los profetas emplean la expresión tehom, que significa lugar de aguas muy profundas y sin
luz (Gén. 1:2; 7:11; 8:2, etc.); como sinónimo de bor, que significa pozo y lugar profundo y sin luz
(Isa. 14:15; Gén. 1:2; 49:25; Job 41: 31,32). Satanás no cayó en un pozo, sino que se refugió en las
aguas profundas y oscuras del planeta (bor como sinónimo de tehom). Todos los rebeldes habían
espiritualizado su “hermosura física” para poder viajar “de lejana tierra, de lo postrero de los cielos”
(Isa. 13:5), a este planeta. Es decir del centro del universo,3 que está mucho más lejos que los 13.700
millones de años luz que anunciaron los científicospues hasta allá llegó el hombre con sus radiote-
lescopios, pero no encontró el centro del sistema universal ni vio al planeta cielo,4 a este mundo
perdido al borde de una de sus millones de galaxias, y en la mayor distancia del centro universal (Isa.
13:5).

1 DTG, 131,132.
2 PP, 55. Si los demonios hubieran sido obligados a venir a este mundo, Dios habría sido el culpable de la obra que
ellos realizan aquí. Así que no cometamos el error de basarnos en una declaración inspirada sin compararla con las demás
(Isa. 28:13).
3 ────, Cristo nuestro salvador (CNS), (M. V., Calif.: Public. Inter., 1959), p. 175.
4 Los astrónomos emplean el espectrómetro de Doppler para determinar si una galaxia se acerca o se aleja de noso-

tros; y creen que todos se alejan por el corrimiento al rojo. Pero si llegaran con sus telescopios hasta el centro universal,
donde está el trono, en torno al cual giran todos los sistemas, tendrían que ver de un lado un giro al rojo, y del otro el giro
al azul. Esto prueba que el planeta cielo está más lejos de los 13.400 millones de años luz que llegó el hombre.
19

Como puede darse cuenta, sería imposible viajar a miles de millones de veces la velocidad
de la luz con un cuerpo físico porque si no viajaban a semejante velocidad, todavía estarían via-
jando por la primera parte del viaje. Y como los ángeles caídos están aquí en espíritu, no tuvieron
problemas para reunirse en la profundidad de las aguas del gran abismo. Justamente, por eso es que
el Revelador emplea este hecho, como símbolo del lugar desde donde Satanás maneja a las “bestias”
y reyes de la superficie del “mar” de pecado; y desde donde será sacado para ser juzgado al fin del
milenio (Isa. 51:10; 57:20; Eze. 28:12; 26:19,20; Apoc. 9:1,2; 11:7; 17:8; 20:1,3).
Pero, aunque no necesitan tierra seca y firme para continuar viviendo, Satanás y sus seguido-
res notan el contraste tan marcado entre la gloria celestial, donde habían gozado tanto tiempo, y este
lugar desolado y totalmente oscuro. Ciertamente no tienen ningún motivo para pensar que obraron
con inteligencia. El silencio llama la atención de todos los rebeldes. No hay aves que cantan; no hay
absolutamente ninguna otra vida más que estos seres humillados y amargados. En esas profundidades,
ni siquiera se escucha el ruido de las olas de la superficie. Pero no pasa mucho tiempo cuando algunos
dejan oír sus quejas.
Y, ¿de qué podían hablar estos seres, acostumbrados a encontrar defectos en la Deidad y en
los demás? “Satanás quedó sorprendido con su nueva condición. Su felicidad se había disipado [...]
Los rostros que habían reflejado la imagen de su Hacedor, manifestaban ahora melancolía y desespe-
ración. Entre ellos había continua discordia y acerbas recriminaciones”.1 Se acercó la hora de la ado-
ración al Padre y al Hijo. Pero nunca más Satanás podría dirigir al coro celestial, y escuchar las ar-
moniosas e impresionantes voces de millones de felices adoradores.2
La tristeza y la discordia que rodean a Satanás lo hunden en una profunda depresión; y siente
que no puede permanecer más en el lugar. Así que decide volver al planeta cielo. Sabe que no podrá
estar dentro de la ciudad de Dios, pero sí puede estar en el mar de vidrio y en los campos verdes
afuera de la gran metrópoli y santuario. Cuando llega al mar de vidrio y se acerca a la puerta principal,
que comunica directamente ese “atrio exterior” con la “calle de la ciudad”, ve pasar a un ángel del
cielo. Lo llama y le suplica que le consiga una entrevista con Cristo. En la espera, toda su poderosa
contextura tiembla como si fuera sacudida por una tempestad.
Cuando el Señor se acerca, el ángel caído le dice que está arrepentido de su rebelión, y que
desea obtener nuevamente el favor de Dios, para ocupar otra vez el elevado cargo de querubín cubri-
dor.3 Pero Satanás está arrepentido por experimentar el dolor de las consecuencias. Es el mismo arre-
pentimiento que después experimentaría Judas. Cristo llora porque sabe que ya pecó contra el Espíritu
Santo y no lo hace por amor a Dios. Entonces le dice que ya no podrá entrar más a “la ciudad de Dios,
el santuario”(Sal. 46:4).
Disgustado por esto, desciende a este oscuro mundo. Los ángeles caídos esperan que exprese
el resultado de su viaje. Y con odio que se refleja claramente en su rostro, dice que volverá para
pararse ante la puerta principal de la ciudad sagrada, y detener a todo el que pase para presentar sus
quejas y provocar contiendas con los ángeles leales. Además, tratará con ellos de que los nuevos seres
que sean creados en este mundo, terminen en la desobediencia y la ruina; y que todo lo que Cristo
crea sea al fin para deleite de ellos.4 Con esto estaba dejando en claro, que la gran batalla que se
produjo en el cielo no sería la única, sino la primera.

1 HR, 24.
2 Ibíd., 25.
3 Ibíd., 26.
4 Ibíd., 26-28.
20

UNA PAREJA FELIZ

La Deidad confirmó su deseo de crear al hombre para que poblara la tierra. Llegó la semana
de la creación, conforme al tiempo anunciado, y todo el cielo se dispuso a viajar para este planeta.
La Biblia revela que el Padre, muy pocas veces dejó el trono vacío para acompañar al hijo.
Para la segunda venida, el próximo gran acontecimiento, ya se nos ha revelado que el Padre no vendrá
con Cristo, sino que permanecerá en las puertas de la ciudad para darnos la bienvenida.1 Esta es una
de las pocas veces que se acerca toda la Deidad. Luego veremos por qué ocurre esto.
Como la noticia de la creación terrestre llega al conocimiento de todos los mundos, y todos
desean ver el espectáculo de la creación, llegan con la Trinidad y una multitud de ángeles del cielo,
muchos “hijos de Dios”, que son como los Adanes de los otros mundos (Job 38:7; Ver Dan. 8:10;
Efe. 3:15; Heb. 12:22,2).

Después de adornar la superficie terrestre y crear los animales que la habitan, la Deidad trae
a la vida a nuestros primeros padres, y los pone en el huerto de Edén con la recomendación de comer
del fruto del árbol de la vida, pero no del que Dios prohibió. Satanás observa cómo la pareja se goza
en alabar al Creador, y recuerda la felicidad que poseía antes de rebelarse contra el Señor.
El gran enemigo sabe que la falta del alimento del árbol de la vida, lo llevará al debilitamiento
físico y a la muerte. Así que tiene una reunión con sus seguidores, para informar que su plan es llegar
al árbol de la vida, que se encuentra custodiado por poderosos ángeles. Entonces podrán tener sufi-
ciente energía como para usar la fuerza con los ángeles leales y adueñarse de todo el mundo. Pero
antes, tendrán que inducir a la inocente pareja a la desobediencia, para que ellos también se unan a su
causa.
A pesar de ser seres caídos, todavía la maldad no la ejercen con pleno gozo; y muchos segui-
dores de Satanás se oponen al horrible plan de llevar a la ruina a la inocente y feliz pareja. Así que
Satanás se aleja de sus seguidores, pidiéndoles que decidan por sí mismos, a fin de aceptar o rechazar

1 CBA, 7: 962.
2 HAd, 493; PE, 40.
21

su plan. Pero no encuentran otra alternativa. Así que, aunque muestran dolor, le comunican que le
darán todo su apoyo.1

LA TERCERA REUNIÓN DEL HIJO


CON LOS ÁNGELES DEL CIELO

Cristo reúne en el cielo a los ángeles por tercera vez. Ahora, para comunicar a los ángeles
leales cuáles son los planes de Satanás contra la santa pareja. Les señala el peligro en que se encuen-
tran, y pide a todos un gesto de amor por la raza humana. Esto significa para ellos dejar la segura y
cómoda vida celestial, y vivir entre los enemigos de Dios para proteger a los santos y guiarlos con
paciencia. Todos aceptan la amorosa invitación, y enseguida dos de ellos se apresuran para poner en
alerta a la feliz pareja. Les aseguran que contra las amenazas del diablo recibirán todo el apoyo del
cielo, menos en el lugar donde está el árbol prohibido. La inocente pareja promete fidelidad a Dios
con todo el corazón.2
Pero, ¿por qué un árbol prohibido? Los demonios se alegran por su presencia, pues creen que
les favorece a ellos. Pero lo que Dios busca de Adán y Eva, es un servicio de amor. Ese es el funda-
mento y la garantía eterna del gobierno universal. La pareja se encuentra muy gozosa por todo lo que
les rodea. Por lo tanto, no tienen el modo de mostrar al Creador que lo que hacen, lo hacen por amor
y no por conveniencia.
“Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene dirá después Satanás a Cristo en el
mar de vidrio, al referirse al patriarca Job, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia”
(Job. 1:11). Para amar, se requiere libertad para expresarse. Y para poder elegir libremente, se requie-
ren por lo menos dos caminos. Por lo tanto, ese árbol prohibido es en realidad el árbol de la libertad.

LA TENTACIÓN Y LA CAÍDA

En el Edén había una hermosa criatura alada, que mientras volaba su aspecto era resplande-
ciente, semejante al oro bruñido. Eva se deleitaba en verla volar. Satanás esperaba que esa ave se
acercara al árbol prohibido el único lugar del Edén donde él podía obrar, porque vio que le podía
servir para tentar a la feliz pareja. Ya había manifestado a los ángeles caídos que sólo él estaba en
condiciones de hacer caer a nuestros primeros padres.
En un descuido, olvidando el consejo de estar siempre juntos, Eva se separa mucho de su
esposo. Y cuando se da cuenta, siente la intención de regresar, pero ve otra vez a ese hermoso animal
posándose en el árbol prohibido. Entonces recuerda el consejo de los ángeles, pero cree sentirse fuerte
y bien despierta como para saber distinguir entre el bien y el mal esta confianza propia llegó a ser
el primer error humano.

1 Ibíd., 28,29.
2 Ibíd., 29-32.
22

Se acerca al árbol prohibido para ver de cerca al dorado animal. Allí también está con vesti-
duras invisibles el destructor que acecha a su presa. Eva ve cómo el ave come del fruto prohibido y
no muere. Da un paso más para ver el fruto dorado más de cerca, y en ese momento oye una voz.
Levanta la vista sorprendida, y llega a saber que quien habla es ¡ese hermoso animal!
Eva sabe que los animales no hablan; y entiende que la experiencia es tan extraña que debe
ir rápidamente a donde se encuentra su marido. Pero, la excesiva confianza propia la lleva a la antesala
del mal. Con una voz melodiosa, el ave destaca lo hermosa y encantadora que es. Ella queda muy
cautivada por esas palabras. Y, como si adivinara sus pensamientos, el primer medium de Satanás
en este caso un animal dice en un tono cautivador: “¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de
todo árbol del huerto?” (Gén. 3:1).
En el diálogo que sigue, Satanás argumenta que es ilógico creer que ellos puedan morir des-
pués de comer del árbol de la vida; e insinúa que el objetivo de Dios es que ellos no coman de ese
fruto, porque “por egoísmo” no quiere que ellos lleguen a ser tan sabios y felices como él.1
El segundo error consciente que comete Eva, consiste en confiar más en ese “médium” que
en la palabra de Dios, transgrediendo así el mandamiento, que después sería escrito en tablas de piedra
como el primero de los diez. Es decir, que Eva comienza a transgredir la ley antes de comer el fruto
prohibido. Lo que ocurriría después sería una consecuencia lógica: Sentir el deseo intenso de probar.
Viendo que todavía ella vacila, el animal toma de un fruto y lo pone en sus manos. Entonces el astuto
diablo argumenta que no hay diferencia entre ya tener en la mano lo prohibido y probar de él. Sin
temor, Eva lo acerca a la boca y come.
La noticia se esparce por todo el cosmos mediante los mensajeros celestiales, y el universo
habitado queda paralizado. Habiendo pecado, ella llega a ser instrumento de Satanás. Entonces “con
extraña y anormal excitación, y con las manos llenas del fruto prohibido”, busca a su compañero y le
relata lo que ocurrió. Adán queda sorprendido y alarmado, pues comprende que su compañera violó
el mandamiento de Dios, “menospreciando la única prohibición” impuesta como prueba de fidelidad
a Dios.
En medio de una intensa y dolorosa lucha, Adán tiene que elegir entre la fidelidad a Dios y
perder a Eva, o acompañar a su amada en el pecado e ir juntos a la muerte. Él decide ubicar a Eva
sobre Dios, y voluntariamente toma un fruto y lo come, teniendo cierta esperanza de que... tal vez esa
hermosa ave diga la verdad.2
Un prolongado grito de triunfo repercute entre las criaturas del mal. Adán, el mayordomo del
planeta Tierra, se unió a los rebeldes, y por obedecer a Satanás, sus dominios fueron transferidos a
manos del enemigo de Dios (Rom. 6:16). Desde entonces nuestro mundo iba a tener como “príncipe”
a un nuevo Adán: Satanás.
Hubo gran asombro en el universo habitado. Las alabanzas angelicales se interrumpieron;
“las arpas enmudecieron” y “los ángeles depusieron con tristeza sus coronas”. Todo el universo quedó
conmovido, porque ahora los rebeldes tenían un lugar desde donde extender sus dominios. 3 El gran
enemigo de Dios ya podía hacer planes para poder conquistar a los hijos de Dios de otros mundos.
Entonces Satanás pensó que su poder se igualaría al del Hijo de Dios, y más tarde podría vencerlo.
Enseguida que entró el pecado en el jardín de Edén, el amor profundo que existía en la primera
pareja se enfrió con las primeras acusaciones (Gén. 3:12,13). Y entonces comenzó a comprenderse

1 PP, 34-37.
2 Ibíd., 38-40.
3 HR, 40.
23

por qué el Creador hizo a Eva a través de Adán, en lugar de crearlos juntos como iguales (2:21-23).
Ante la existencia del pecado, Dios destacó aún más esta diferencia original. Si bien Eva fue creada
para que fuera una “ayuda idónea” para Edán, –kenegdò: significa igualdad complementaria, no ex-
presamente igual (2:18)–, desde entonces ella debía sujetar su voluntad a la de su marido (3:16),
porque él sería la “cabeza de la mujer” y de la familia (Efe. 5:23; 1 Cor. 11:7-9). ¿Por qué esta dife-
rencia, cuando el Señor señala claramente que no la desea (Gál. 3:28)? Elena G. de White escribió:
“Y el Señor dijo: ‘A tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti.’ En la creación Dios
la había hecho igual a Adán. Si hubiesen permanecido obedientes a Dios, en concordancia con su
gran ley de amor, siempre hubieran estado en mutua armonía; pero el pecado había traído discordia,
y ahora la unión y la armonía podían mantenerse sólo mediante la sumisión del uno o del otro […]
Si los principios prescritos por la ley de Dios hubieran sido apreciados por la humanidad caída, esta
sentencia, aunque era consecuencia del pecado, hubiera resultado en bendición para ellos”.1
Es claro, entonces, que la diferencia en autoridad que Dios creó en la pareja, se debe a la
presencia del pecado. La igualdad en el pecado produce inmediatamente competencia dañina. Y esto
se resuelve con la sumisión de una de las partes. Por eso, previendo Dios el pecado en el mundo, hizo
a Eva del hombre y para el hombre. Pero la pareja que vive en Cristo no tiene este problema. Se tratan
en igualdad, y el deseo de superación no existe, por la presencia del amor celestial. Por eso Pablo
termina diciendo: “Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” ─aquí vuelve
la igualdad complementaria del Edén antes del pecado (1 Cor. 11:11).

CRISTO REVELA A LOS ÁNGELES


EL PLAN DE SALVACIÓN

En un cuarto concilio celestial convocado por Cristo, desde el origen del mal, se trató el futuro
de la pareja humana. Muchos ángeles mostraron su preocupación de que los desobedientes siguieran
comiendo del árbol de la vida, eternizando así el mal. Pero el Señor ya tenía la solución. Fue entonces
cuando el Creador y Redentor reveló el plan mantenido en secreto, para restablecer lo que Satanás
había hecho, y por todo lo que él seguiría haciendo en su rebeldía (Col. 1:26,27).
Cristo dijo “que tomaría la naturaleza caída del hombre”, llegando a ser menor en capacidades
que los mismos ángeles que lo escuchaban. Debía morir cruelmente para pagar la deuda del pecado a
favor de los arrepentidos; pero que ellos “no debían interferir ni evitar nada de lo que contemplaran”,
pues al tercer día iba a resucitar victorioso.
Los ángeles se ofrecieron para morir en lugar del Señor, pero Cristo les explicó que sólo
tendría valor de hacerlo el que promulgó la ley. Al saber que con toda esta demostración de amor
divino, el trono sería estable para siempre (2 Sam. 7:13-16); y debido a la emoción y al creciente
amor que experimentaban, los ángeles entonaron el canto de alabanza y adoración más impresionante
hasta entonces conocido.2
Como en verdad había dicho Satanás, Adán y Eva llegaron a ampliar sus conocimientos, pues
entonces conocieron no sólo el bien sino también el lado malo de las cosas. Y cuando vieron desapa-
recer el “manto de luz” que los envolvía, sintieron vergüenza de presentarse así ante los visitantes del

1 PP, p. 42.
2 HR, 44,45.
24

cielo. No se sintieron desnudos porque el manto de luz había impedido que vieran su desnudez (Gén.
2:25), sino porque por la nueva manera de pensar las cosas los hacía verse de esta manera.1
El Señor descendió al Edén para hablar con Adán y Eva, a fin de que ellos fueran conscientes
de las consecuencias de la desobediencia. Aunque el pecado realizado era una “cosa tan pequeña”
contra la ley, “separaba al hombre de Dios”.2 Y “si Adán no pudo resistir la prueba más ínfima,
tampoco habría podido resistir una mayor [...] entonces aquellos cuyos corazones se inclinan hacia lo
malo se hubiesen disculpado diciendo: ‘Esto es algo insignificante, y Dios no es exigente en las cosas
pequeñas”.3
Lamentablemente, hay muchos que siguen con la idea de una sola justificación por el bau-
tismo, donde se asegura la salvación para el resto de la vida, a pesar que continúan cometiendo en la
santificación los llamados “pecados pequeños”. Pero ellos todavía no son conscientes del peligro que
encierra esta manera de pensar para la vida futura e inmortal. Todo cristiano debe entender que en el
día del juicio se abrirá el “libro de memoria” (Mal. 3:16). Y si se encontraran en ese libro pequeños
pecados no confesados “que no hayan sido perdonados, su nombre será borrado del libro de la vida”.4
A diferencia de lo que hubieran hecho los padres terrenos, el Padre celestial desalojó a sus
hijos de su hogar el mismo día que desobedecieron cometiendo ese pequeño pecado. Y no sólo eso,
sino que también les negó la herencia familiar. La Hna. White escribió: “Se les iba a conceder un
tiempo durante el cual, por la fe en el poder que tiene Cristo para salvar, podían volver a ser hijos
de Dios”.5
Lucas dice que Adán era “hijo de Dios” (Luc. 3:38). Entonces, ¿por qué Dios fue mucho más
severo que los padres terrenos? Porque estos últimos preparan a sus hijos para una vida de pecado de
pocos años. En cambio el Padre celestial, lo hace para una vida eterna con libre albedrío y libre de
pecado. Por el arrepentimiento sincero de la pareja, el Creador y Salvador los condenó y los reconcilió
con Dios en el mismo día de la entrada del pecado. Porque si bien así de fácil se pierde la vida eterna,
así de fácil también se la vuelve a recuperar (Eze. 33:13-15; Sal. 51:12; Isa. 55:7; 1 Juan 1:9). Jesús
explicó a Pedro que no solamente el Padre y el Salvador perdonarán “siete veces” y “setenta veces
siete”, sino que “otorgarán el perdón sin límites” para todo arrepentido.6 Pues, “cuando el pecado
abundó, sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20).
Así que antes que terminara el “día” (Gén. 3:8) y se cumpliera la palabra divina de que iban
a morir la muerte eterna por la culpa del pecado, Cristo descendió y les reveló el plan de salvación.
Al aceptarlo arrepentidos, Adán y Eva fueron librados de la segunda muerte (Gén. 3:5; Apoc. 20:6);
pero no de las consecuencias de la desobediencia. Es decir, del lento pero seguro descenso hacia la
muerte primera.
Impresionados por el amor sin límites de su Creador, y sin entender bien el significado de sus
palabras, Adán y Eva se ofrecieron para morir ellos o sus descendientes, antes que Cristo viniera a
morir en la cruz. Por eso, para que comprendieran mejor los resultados de la desobediencia, el Señor

1 El argumento que presentan los que sostienen la justificación sólo legal, de que la salvación es sólo el cubrimiento

de la maldad, como un vestido común, y no un cambio de mentalidad y una regeneración del alma como es el vestido de
salvación, no tiene validez bíblica (Isa. 61:10; Sal. 51:10; Juan 3:3; 2 Cor. 5:17,21; Tito 3:5; 1 Juan 3:7). Aunque hasta la
transformación de la segunda venida nuestra naturaleza continúa en el pecado, la conciencia es totalmente regenerada; es
la nueva voluntad que comanda el ser (1 Ped. 3:21; Rom. 12:2; Efe. 4:22-24; CC. 31), y es la que cubrirá nuestro cuerpo
pecaminoso con la sangre de Cristo, por la culpa de la transgresión de la ley de Dios.
2 El camino a Cristo (CC), (Bs. As.: ACES, 1987, 19º edición), p. 31.
3 PP, 45; CBA. 4:928.
4 CS, 537.
5 ────, Profetas y reyes (PR), (M. V., Calif.: Public. Inter. 1957), p. 502.
6 ────, Alza tus ojos (ATO), (Bs. As.: ACES, 1982), p. 41.
25

les reveló en síntesis toda la gran controversia futura y la restitución mediante las dos venidas del
Salvador.1 Y les explicó que aunque otra vez Dios los consideraba de la familia celestial, porque
Cristo pagaría en la cruz por la culpa de sus pecados, sin embargo no podrían permanecer en el Edén
y seguir comiendo del árbol de la vida, a fin de que las dolorosas consecuencias que sufrirían por la
desobediencia, no llegaran a ser eternas.

LA PRIMERA DE LAS CUATRO


GRANDES BATALLAS TERRESTRES

El gran conflicto entre Cristo y Satanás, llevaría a todos los habitantes de este planeta a en-
frentarse a cuatro grandes batallas. La primera ocurriría al venir Cristo a destruir todo lo que pudo
lograr el gran enemigo, después de un milenio y medio de prosperidad en el mundo. Por este Enemigo
se habían formado asesinos como Caín; polígamos, perversos sexuales, ociosos en medio del lujo y
la abundancia; violadores de mujeres y niños, asesinos de animales; y hasta blasfemos y necios que
adoraban imágenes hechas por ellos mismos, deificando a la naturaleza en lugar de honrar Creador.
A pesar de la inmensa capacidad mental que Dios les había dado; y a pesar del continuo testimonio
que daba el huerto de Edén, cercado por los ángeles hasta que fuera destruido por el diluvio, ellos
habían transformado sus vidas en una existencia dolorosa, y llena de temor por sobrevivir en medio
del dominio de los más fuertes.
El envilecimiento de la raza caída, quedó expuesta claramente con los 120 años de amones-
tación de Noé para arrepentirse y evitar la destrucción mundial. Sólo creyeron al anuncio divino Noé
y sus familiares más cercanos. Pero, cuando el Creador vino a destruir al mundo con el diluvio, “el
mismo Satanás, obligado a permanecer en medio de los revueltos elementos, temió por su propia
existencia”.2
Nunca había llovido y nunca se vio una tempestad donde los rayos hicieran escuchar sus
ensordecedores estampidos y destruir todo lo que sus látigos luminosos alcanzaban a tocar. Aunque
todo podía caer sobre Satanás sin darle muerte, porque estaba espiritualizado, tuvo temor de que esa
furia eléctrica sí podía destruirlo. Pensó que le había llegado la hora de la justicia divina, pues vio
que un ejército de poderosos ángeles leales a Dios, había venido para impedirle que buscara refugio
en otro planeta.
Después de 16 siglos de no poder alimentarse del árbol de la vida, ya no sentía poder como
para enfrentarse a cualquier ángel del cielo. Viéndose apresado entre la furia de la naturaleza y los
ángeles de Dios, no tuvo otra reacción que lanzar “maldiciones contra Dios, culpándolo de injusticia
y crueldad”.3 Pero éste no era el juicio final. Todavía era necesario que los seres del universo vieran
hasta dónde podía llegar la maldad, por desobedecer los santos mandatos de Dios.

1 HR, 49-51.
2 PP, 78-88.
3 Ibíd., 88.
26

LA SEGUNDA GRAN BATALLA

Recuperados los demonios del gran temor que habían tenido durante el diluvio, se reunieron
para hacer nuevos planes contra Cristo y los santos. Entre esos planes, ellos notaron qué buenos re-
sultados se podían lograr, cuando podían valerse de los líderes humanos que formaban imperios sin
el reconocimiento del Dios supremo. Ese fue el caso de Nimrod y su esposa, que llevaron a multitudes
de Babel a adorar al sol, a la luna y a las almas de los muertos, 1 cambiando después la adoración
sabática por el sábado lunar babilónico (shabatum).2 Las principales doctrinas que caracterizan a las
iglesias cristianas en apostasía, fueron originadas en Babilonia. Por eso, la profecía emplea este estado
religioso de influencia mundial como símbolo apocalíptico.
Satanás también pudo ver cómo podía llevar a la apostasía al mismo pueblo elegido de Dios.
Su poder engañador llegó a su apogeo cuando Dios no pudo enviar más mensajes de amonestación
por medio de profetas, debido a que la apostasía de Israel y de Judá ya se había generalizado. Sintién-
dose cada día más seguro de su victoria sobre Cristo, Satanás había presentado una nueva acusación
en el mar de vidrio. Respaldado por la realidad terrestre, “el ángel caído, había declarado que ningún
hombre podía guardar la ley de Dios después de la desobediencia de Adán”.3
Los ángeles celestiales sabían que Satanás no es un ser en quien se pueda confiar. Pero esta
vez el argumento parecía tener un buen fundamento. La prueba era que ningún hombre había logrado
ser plenamente obediente a Dios. Todos habían violado sus mandamientos; y el mismo Revelador lo
había confirmado a sus profetas (Sal. 14:3; 53:1-3; Isa. 24:3-6). Por lo tanto ahora, como decía el gran
enemigo, no sólo debía ser abolida la ley para los ángeles, sino también para el ser humano. En caso
contrario, Dios no podría decir más que su gobierno estaba fundado en una ley de amor y justicia.
La duda se extendió por todo el universo. No se estaba dudando de la bondad divina, pero sí
de la justicia del trono, pues ciertamente “las palabras de Satanás parecían ser verdaderas”.4 Y si aquí
había algo en que debía haber mejoras, como proponía Satanás, ¿qué seguridad podían tener las cria-
turas de Dios, de muchas otras cosas que Dios había sostenido como correctas? Ciertamente, la es-
tabilidad del trono de la Deidad estaba en peligro.
Pero la respuesta se la escribió en la Biblia: “Él [Cristo, con la figura del rey Salomón] edifi-
cará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me
será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de
hombres; pero mi misericordia no se apartará de él [...] Y se afirmará tu casa y tu reino para siempre
delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2 Sam. 7:13-16).
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y
nacido bajo la ley” (Gál. 4:4,5). Cristo es Dios, pero al venir a nacer en Belén llegó a ser “Emanuel”,
Dios con nosotros. Sin embargo, como había venido a probar que la acusación de Satanás no era
cierta, a pesar del firme respaldo que parecía tener, Cristo debía tomar la naturaleza humana y el lugar
de Adán después de su caída. Si él no guardaba la ley en condición caída, Satanás quedaba vindicado,
y el trono en condición inestable para siempre.
Para esto, el “Dios con nosotros”, debía obrar sólo con el poder de “nosotros”; es decir con
el poder humano, pues nosotros no somos Dios-hombres. Así que Cristo, aunque no dejó de ser Dios

1 J. Huby, Christus, (Bs.As.: Ed. Angelus, 1952), pp. 590-614; Ralph Woodrow, Babilonia, Misterio Religiosos An-

tiguo y Moderno, (California: Ev. Association, sin fecha), pp.12-98.


2 W. Vyhmeister, La Arqueología Frente a la Biblia, vol.1, (Entre Ríos, Argentina: C.A.P.), p. 22.
3 White, 3 MS, 154.
4 Ibíd., 1:295.
27

–porque sería imposible– “se despojó a sí mismo” (Fil. 2:7), dejando su divinidad como dormida,
para vivir como un bebé común con las mismas pasiones de su época: “Así que, por cuanto los hijos
[paidíon: infantes, niños] participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo” (Heb.
2:14) sin saber, al principio, “desechar lo malo y escoger lo bueno” (Isa. 7:14-16).
Pablo dice que Jesús nació “bajo la ley” (Gál. 4:4), pues nunca fue el deseo de Dios que su
Hijo, ni ninguna de sus criaturas, tuvieran un cuerpo humano degenerado “por cuatro mil años de
pecado”.1
“Cristo llevó los pecados y las debilidades de la raza humana tal como existían cuando vino
a la tierra para ayudar al hombre. Con las debilidades del hombre caído sobre él [...] a fin de elevar
al hombre caído, Cristo debía alcanzarlo donde estaba. Él tomó la naturaleza humana y llevó las
debilidades y la degeneración del hombre. El que no conoció pecado, llegó a ser pecado por noso-
tros”2 aquí la Hna. White da la interpretación de 2 Corintios 5:21, cuando dice que Dios ya “lo hizo
pecado” sin culpa “cuando vino a la tierra”.
Tuvo que vivir dependiendo constantemente de la ayuda del Espíritu Santo como los justifi-
cados (Mat. 12:28; Hech. 10: 38). Por eso, el que no podía ser igual a nosotros, sino “semejante”, con
la parte humana “participó de lo mismo” que nosotros (Heb. 2:14, 17), y sin embargo no fue pecador
por esto, porque no era el culpable.
“Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia [...] él vino
con una naturaleza tal para compartir nuestras penas y tentaciones, y darnos el ejemplo de una vida
sin pecado”.3 Él “era puro e inmaculado, sin embargo, tomó sobre sí nuestra naturaleza pecami-
nosa”4 Los seguidores de Tertuliano, Orígenes, Agustín y Lutero, no pueden aceptar que una na-
turaleza pecaminosa esté libre de la culpa del pecado. Por eso no entienden por qué la Revelación
dice esto.
Él “tomó sobre sí la naturaleza [...] contaminada por el pecado [...] Aquel Verbo fue hecho
carne” otra vez la Hna. White nos dice que quien nace como “súbdito de la ley” no necesariamente
5

se hace “pecador” o culpable de pecado antes de pecar. Así que Cristo vino a tomar, no la naturaleza
de Adán antes de su caída, sino la de “Adán el transgresor”, pues “en Cristo se unieron lo divino y lo
humano: el Creador y la criatura. La naturaleza de Dios, cuya Ley había sido transgredida, y la na-
turaleza de Adán, el transgresor, se encontraron en Jesús: el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre”.6
No debe quedar dudas, pues, de que la parte humana de Emanuel “era humana, idéntica a la
nuestra. Estaba pasando por el terreno donde Adán cayó”.7 “La vida de Cristo representa una per-
fecta naturaleza humana. Él fue en naturaleza humana precisamente lo que usted puede ser. Él
tomó nuestras debilidades”,8 con “la doliente naturaleza humana caída, degradada y contaminada
por el pecado”.9
Pero, como en los ritos del santuario había dos clases de expiaciones: una por el pecado de
inocencia e impotencia y otra por los de culpa–esto es lo que la Reforma no entendió─, Cristo no

1DTG, 32.
2MS, 1: 314.
3 ────, Dios nos cuida (DNC), (Bs. As.: ACES, 1991), p. 72
4 RH, 15-12-1896.
5 CBA, 4:1169.
6 CBA, 7:938.
7 MS, 3:146.
8 CBA, 5:1098.
9 ────, Youth Instructor (YI), 20-XII-1900, citado en Lecciones para la Escuela Sabática, (Bs. As.: ACES, enero-

marzo 1983), p. 66.


28

necesitó expiación por estos últimos, porque nunca llegó ser culpable de pecado (Juan 8:46). Por eso
su sacrificio por el pecado fue perfecto.
Y puesto que Cristo tomó el lugar de Adán después de su caída, la Hna. White pudo decir
que él “tomó nuestra naturaleza y venció a fin de que nosotros, tomando su naturaleza [mediante
la justificación], pudiésemos vencer”.1
Como Satanás no conocía este maravilloso plan divino, nunca esperó que lo que dice la Re-
velación llegara a ser cierto. Incluso algunos de nuestros teólogos todavía no creen lo que usted leyó
de los Testimonios, por causa de los prejuicios aceptados de la teología humana acerca del pecado
original.
Los seres celestiales habían visto cómo cada hijo de Adán había nacido “en pecado” ̶ hebreo
kjet' y 'asham: pecado, iniquidad (Lev.19:17; 20:20; 22:9; 24:15; Sal. 51:5, etc.) no kjattá: pecador,
ofensor, culpable (Gén. 4:7; 18:20; 50:17;Éxo. 29:14; Lev. 7:7, etc.) ̶ , y desde temprana edad cada
uno se había transformado en desobediente y pecador (kjattá) (2 Crón. 6:36; Sal. 14:3; Rom. 3:12).
Pero ahora estaban viendo que el Hijo de Dios había nacido con la misma naturaleza caída; siendo un
bebé que al principio no sabía “desechar lo malo y escoger lo bueno” (Isa. 7:154-16) sabemos que
para “los tales es el reino de los cielos”, porque los errores y el pecado de ignorancia no es el de
culpabilidad, ni requieren de una expiación por la culpa, como los mayores (Mat. 19:14).
Los cristianos platónicos creen que sólo Jesús pudo vencer al pecado, porque aseguran que
vino con la naturaleza de Adán antes de pecar. Pero no saben explicar por qué, entonces, Adán pecó.
Elena G. de White afirma otra cosa: “Como no pecó, su naturaleza rehuía el mal. Soportó luchas y
torturas del alma en un mundo de pecado”.2 Al no cometer el primer pecado, su mente pudo vencer
la tentación sin el peso de una mente corrompida y concupiscente. Es decir, con la que tiene que
luchar no sólo con las inclinaciones al mal desde bebé, sino también con las pasiones vehementes del
corrompido, que es propio del hombre que ya cedió al pecado. ¡Aquí está la gran diferencia!
Todas las huestes del mal unieron sus esfuerzos para que el Hijo de Dios terminara en la
misma condición de todos los hijos de Adán. Y la oportunidad se dio especialmente cuando Jesús
quedó agotado por un ayuno de 40 días, que debía pasar para que nadie excusara a nuestros primeros
padres de desobedecer por el deseo de comer.3 Habiendo recibido Jesús una naturaleza de 4.000 años
de degeneración, naturalmente “su naturaleza humana rehuía el conflicto que le aguardaba”.4 Pero
“Jesús se vació a sí mismo, y en todo lo que hizo jamás se manifestó el yo”. 5 Entonces, a diferencia
de Adán, antes del pecado, Jesús tuvo que luchar contra su propio “yo”. Pero, como siempre sujetó a
su “yo” seductor para Dios, nunca pudo desarrollar nuestras “pasiones por el pecado”, también lla-
madas “concupiscencias”, (Sant. 1:13-15).6
La falta de alimento lo había debilitado mucho. Y, como respuesta a sus ruegos, apareció un
ángel glorioso que decía haber sido enviado por el Padre, diciendo: “Si eres Hijo de Dios [...].” In-
mediatamente Jesús se puso en guardia, pues su Padre le había confirmado en el bautismo que era el
“Hijo amado” del trono. Aunque ahora él se encontraba macilento y agotado, y Satanás en toda la

1 DTG, 278.
2 ––––,Joyes de los Testimonios (JT), vol.1, (Bs. As.,AES, 1975), p. 218.
3 Ibíd.1: 89-99.
4 Ibíd., 1:92,93.
5 Ibíd., 1:97.
6 VAA, 179.
29

gloria que le quedaba, no cedió a la tentación de desobedecer al Padre, para demostrar a su gran
enemigo que todavía era su creador y “el generalísimo de las huestes celestiales”.1
Al vencer a esta primera tentación, Cristo probó que se puede ser obediente a Dios en las
peores condiciones, frente a toda tentación “relacionada con el dominio de los apetitos y pasiones”,2
como ser el beber vino, fumar, drogarse, ceder a las pasiones del sexo prohibido y otras intemperan-
cias.
La segunda tentación que tenía preparada Satanás, era para probar si Jesús sabía diferenciar
bien entre tener fe en Dios y obrar con “presunción”. Es decir, entre creer en los planes de Dios o
confiar en que Dios siempre actuará de acuerdo a los planes que uno presume. La humillación que
estaba soportando el Salvador era mayor que la primera tentación, pues el diablo lo había elevado por
los aires con su poder y lo había transportado así hasta la ciudad de Jerusalén, ubicándolo sobre una
de las elevadas torres del templo.3 Los ángeles de Dios estaban muy indignados porque él había tras-
ladado a Jesús con sus poderes satánicos (Luc. 4:9). Pero, como Jesús ya les había prevenido, sabían
que sólo podían intervenir si Dios lo ordenaba.
Cristo sólo tenía tres opciones para bajar desde este lugar que fue llevado: Arrojarse al vacío,
como le sugería Satanás, para que él y sus ángeles le demostraran que todavía era el “generalísimo
del cielo”; usar sin permiso su poder divino, desapareciendo de la escena, y lo que era más humi-
llante para él pedir permiso a su enemigo para que lo bajara, pues no tenía otra forma de hacerlo.
Justamente Satanás planeó eso para su tercera tentación.
“Colocando a Jesús sobre una alta montaña, hizo desfilar delante de él, en vista panorámica,
todos los reinos del mundo en toda su gloria”, pero ocultando todos los rastros del mal que todavía
padecen.4
Si para los ángeles de Dios fue difícil tener que retenerse para no intervenir en la segunda
tentación, en esta ya se había llegado a lo máximo. Satanás no sólo estaba empleando sus poderes
demoníacos sobre su débil cuerpo, así como obra con los mediums, sino que ahora estaba manejando
su propia mente. Los comandantes de los ángeles estaban atentos a toda indicación divina, pues el
asunto era sumamente peligroso. Los ángeles no veían desde ese lugar elevado “todos los reinos del
mundo”, como le estaba haciendo ver a Jesús “en vista panorámica”. Y no era posible, porque el
mundo es redondo. Y si Satanás podía manejar su mente tan fácilmente, también podía hacerle creer
que Lucifer había sido su Creador, y mil mentiras más.
Pero este ángel caído sabía muy bien hasta dónde llegar. Aunque era imposible ver todo desde
allí, lo que le hizo ver fueron los reinos que realmente existían. Así que, al dejarle a Jesús la mente
libre para que decidiera a conciencia, la victoria de Satanás podría ser real. Por eso, lo que argumen-
taba el diablo también era real, pues él era el “rey” de todos estos reinos humanos que habían desobe-
decido a Dios. Sin embargo, como es propio de un engañador, no era una verdad completa, pues estos
reinos serían suyos hasta que Cristo, el verdadero Rey, los recuperase.
Lo que el diablo había hecho con Cristo ya era suficiente, y Jesús fue terminante: “Vete,
Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mat. 4:10). Fue entonces
cuando los anhelantes ángeles de Dios recibieron la orden de intervenir. Satanás huyó vencido, pero
con el firme propósito de volver a atacar con toda su furia.

1 DTG, 94.
2 Ibíd., 97.
3 DTG, 102,103.
4 CBA, 7:984.
30

Elena G. de White escribió:


“La expulsión del cielo de Satanás
como acusador de sus hermanos
fue llevada a cabo por la gran
obra de Cristo al dar su vida”.1
Por alrededor de 4.000 años, Satanás había podido ir al planeta cielo para presentar sus acu-
saciones, preferentemente en el “mar de vidrio”,2 cerca de la entrada principal que comunica directa-
mente el mar de vidrio con la “calle de la ciudad”.3 Y para que Satanás no pudiera entrar por ninguna
de las 12 puertas, haciéndose pasar delante de los ángeles guardianes como un ángel leal, desde su
expulsión “todos los ángeles comisionados para visitar la tierra llevaban una tarjeta de oro que, al
salir o entrar en la ciudad, presentaban a los ángeles de la puerta”.4 Si Satanás y sus ángeles violaban
la norma, pasando por arriba de los muros que sólo tienen 144 codos de altura (Apoc. 21:17.5 ,
o los atravesaban espiritualizándose para entrar en ciudad sagrada, seguramente habrían sido reteni-
dos y desenmascarados como ladrones y salteadores (Juan 10:1).
El enemigo de Dios sabía que esto no le convenía, pues hasta entonces no se presentaba como
enemigo de Cristo con malas intenciones, sino como un ser inteligente con deseos de ayudar, porque
decía que sus planes eran mejores que los de Dios.
Por todos esos 4.000 años, él había podido “probar” que el hombre no puede guardar la ley
de Dios plenamente. Cristo estaba desmoronando esas “pruebas”, pero todavía faltaban las experien-
cias del Getsemaní y del Calvario. Satanás había estado preparando su mayor ataque contra el Hijo
de Dios. En él estaba su última oportunidad para vencer o ser vencido para siempre. Si fracasaba, los
ángeles del cielo ya no iban a permitir nunca más que él llegara al planeta cielo; y así sería definiti-
vamente “lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos” (Apoc. 12:10).
El día llegó. Toda la atención del universo quedó centrada en la escena del Getsemaní. “Hasta
entonces, Cristo había obrado como intercesor por otros, pero ahora anhelaba tener un intercesor para
sí”.6 El gran acusador presentó sus cargos. Y realmente eran terribles y abundantes. Miles y miles que
habían consagrado sus vidas en el Mesías, con pecados terribles como el asesinato y el adulterio de
David; y la masacre que él obró en el enemigo con las cuchillas que puso en las ruedas de sus carros
de guerra, para destrozar a los infieles como lo enseña el Corán –por eso ellos emplean tanto las
bombas donde puedan ver los cuerpos descuartizados–, los presentó entonces como culpa suya. Pe-
cados y enfermedades asquerosas producidas por la desobediencia; la idolatría, las barbaries cometi-
das por todos los que se arrepintieron y confiaron en él, eran crímenes suyos, y actos totalmente
extraños a su carácter puro y bondadoso.
“Sintiendo quebrantada su unidad con el Padre, temía que su naturaleza humana no pudiese
soportar el venidero conflicto con las potestades de las tinieblas”.7 Ahora el tentador había acudido a
la última y terrible lucha, para la cual se había estado preparando durante los tres años del ministerio
de Cristo”.8

1 PE, 17.
2 HR, 27.
3 PE, 39.
4 Ibíd., 37.
5 Cuando en la Biblia no se especifica el sentido de una medición, se refiere a la medida mayor, es decir a la altura

(Eze. 41:5).
6 DTG, 637.
7 Idem.
8 Ibíd., 638.
31

En su agonía en el Getsemaní, Cristo “se aferra al suelo frío, como para evitar ser alejado más
de Dios. El frío rocío de la noche cae sobre su cuerpo postrado, pero él no le presta atención. De sus
labios pálidos, brota el amargo clamor: ‘Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso”. Su naturaleza
humana seductora lo estaba llevando a abandonar los planes que había trazado con su Padre desde la
eternidad. Para eso había venido. Pero la batalla que está librando ahora tiene el peso de todo el poder,
la inteligencia y la furia de todas las huestes del mal. A pesar de todo eso, él se niega a sí mismo y
dice: “Empero no como yo quiero, sino como tú”.
Sabemos que la falta de fe es pecado (Rom. 14:23). Pero esta falta de fe que estaba sintiendo
el Salvador en los planes que él mismo había revelado como vencedor al tercer día, no era pecado de
culpa,1 porque todavía faltaba su decisión final.2 Aunque la lucha mayor de Jesús en ese momento era
consigo mismo; contra su propia “voluntad”; contra su propio “yo” (Luc. 22:42; Mat. 26:42), debe-
mos recordar que nadie llega a ser culpable de pecado por nacer “en pecado”, sino por ceder a su
naturaleza seductora. Es entonces cuando nace el pecado de culpa (Sant. 1:13-15).
En su agonía, anhela alguna simpatía humana, y se levanta en busca del consuelo de sus
discípulos. Pero el gran enemigo se adelantó dejando a sus discípulos en un profundo sueño. Cristo
regresa a su lugar de lucha sin ningún apoyo humano. Ahora se siente solo en un mundo muy alejado
de su hogar celestial, con la sensación de que también su Padre lo podría estar abandonando. Piensa
que todavía puede volver al cielo y salvarse: El hombre ha demostrado que tiene muy poco interés en
su salvación. Pero, ¿cómo puede dejar sin amparo a sus amados terrenos?
Va otra vez en busca de sus discípulos, pero vuelve sin ser consolado. Llega el momento
pavoroso cuando debe decidir el destino del mundo y la estabilidad eterna del universo. Por tercera
vez pide al Padre que lo libere del sufrimiento, dispuesto a hacer su voluntad. Entonces, mientras los
ángeles contemplan la escena, cae desmayado al suelo frío. En el cielo se hace silencio. La batalla es
tremenda. El silencio expectante se nota también entre los ángeles del mal, esperando la respuesta del
Padre.
Los cielos se abren, y una luz resplandeciente ilumina la terrible escena, cuando el ángel que
reemplaza a Lucifer viene a consolar al amado Jesús. Lo anima para que, con su muerte, millones
puedan ser salvos, y el trono eternamente estable. Jesús toma la decisión final. Entonces, en su rostro
sudoroso se muestra finalmente la paz de la victoria.
Ahora los demonios se disponen para la última lucha en la zona del Calvario. Se preparan
para el ataque, porque saben que si no vencen al Hijo de Dios, su tenebroso reino llegará a su fin.
Miles de demonios empujan a los principales de Roma y de Judá para maltratar a Jesús de todas las
formas posibles. Cuando lo acuestan sobre la cruz, y los verdugos clavan sin piedad los grandes
clavos, atravesando sus carnes para sujetarlo al madero, nuestro Amado apenas puede soportar el
dolor. Pero no invoca maldición, sino que al recuperarse dice: “Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen”.
Esta oración del Salvador abarca a todo el mundo y para todas las épocas.3 El perdón por los
pecados de ignorancia, permite que todos los santos, aunque nacen en el pecado y “bajo la ley”, “de
los tales es el reino de los cielos” hasta que sepan “desechar lo malo y escoger lo bueno” (Isa. 7:14-
16; Mat. 19:14). Ésta fue la condición de Jesús en el primer tiempo de su vida; y éste fue el trato que

1 Elena G. de White lo dice más claro: “Es pecado dudar”. MS, 3:169.
2 Idem.
3 Ibíd., 3:694.
32

recibió de su Padre. Pero en la cruz, Cristo no hace provisión para los que se enceguecen y no se
arrepienten.1
Es terrible el dolor que experimenta nuestro Salvador, cuando los soldados arrojan la cruz
con él clavado, en el hoyo que fue preparado. Las horas pasan lentamente, pero los maltratos y las
burlas no impiden que el Salvador continúe luchando con todas las pocas fuerzas que tiene. En reali-
dad, aunque el sufrimiento físico es mucho mayor, la lucha en el Getsemaní, donde había salido ven-
cedor, había sido más peligrosa, pues allí fue donde él tuvo que decidir el destino de la humanidad.
Ahora, su mente ya está preparada para esta dolorosa experiencia.
Los planes tan bien trazados por Satanás para vencer a Cristo, habían fracasado uno tras otro.
El odio que había desarrollado contra él está a punto de descontrolarlo. En cualquier momento el Ser
a quien tanto envidia y odio tiene, puede llegar a su fin con la victoria ganada. No pudiendo soportar
este pensamiento, le viene un arranque de furia indescriptible, y da la orden a sus seguidores más
astutos, para que con él tomen la forma humana y lideren a la turba con más éxito.
¡“A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de
la cruz, para que veamos y creamos”! gritan para tentarle para que use su divinidad. Ahora las
burlas llegan a la parte débil de la naturaleza de Jesús: Usar su divinidad con fines personales. Los
demonios siguen gritando: ¡“Confió en Dios: líbrele ahora si le quiere: porque ha dicho: Soy Hijo de
Dios”!2
Estas palabras son muy duras para él, pues, aunque el sufrimiento interior es más fuerte que
el físico, tiene relación directa con lo que en ese momento estaba pensando. La Revelación dice: “El
Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba su salida
del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Temía que el
pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase eterna. Sintió la angustia que el
pecador sentirá cuando la misericordia no interceda más por la raza culpable”;3 y esto es lo que llega
a causarle su mayor dolor.
Como la situación se torna muy peligrosa, algunos ángeles sienten el deseo de intervenir.
Pero sus comandantes les hacen recordar la advertencia que dio Cristo en el concilio que tuvieron con
él, después que Satanás fuera arrojado del cielo.4 Entonces, como obró Jesús en el Getsemaní, ellos
también se niegan a sus propios deseos, y obedecen a sus comandantes.
De repente, la oscuridad que envuelve a la cruz se aparta; el Espíritu Santo confirma a Jesús
su victoria pocos segundos antes de morir, y en tonos claros como de trompeta, Jesús exclama: “CON-
SUMADO ES”. Entonces el Padre glorioso y el Espíritu Santo, que estaban escondidos detrás de esa
nube oscura, iluminan su rostro como el sol. El Hijo del Hombre expira e inclina su cabeza sobre su
pecho, y muere.
La tierra de Judá tiembla fuerte, y los relámpagos que se ven en ese momento, iluminan el
pavor que muestran aquellos rostros que no son humanos, sino demonios derrotados para siempre.5
“La batalla había sido ganada. Su diestra [la del Hijo de Dios] y su brazo santo le habían
conquistado la victoria. Como vencedor, plantó su estandarte en las alturas eternas. ¡Qué gozo entre

1 RH. 25-IV-1893.
2 DTG, 696.
3 Ibíd., 701.
4 VAA, 201,203.
5 DTG, 704.
33

los ángeles! Todo el cielo se asoció al triunfo de Cristo. Satanás, derrotado, sabía que había perdido
su reino”.1
Los ángeles que estaban rodeando la cruz para proteger al Salvador del gran enemigo, no
olvidarían jamás lo que habían visto del lado de la hueste satánica. En su odio contra Cristo, y en la
descontrolada y furiosa lucha que estaba finalizando en el Calvario, vieron claramente el espíritu
diabólico y asesino de quien antes había sido la admiración de los seres celestiales. “Satanás vio que
su disfraz le había sido arrancado. Su administración quedaba desenmascarada delante de los ángeles
que no habían caído y delante del universo celestial. Se había revelado como homicida. Al derramar
la sangre del Hijo de Dios, había perdido la simpatía de los seres celestiales”. Y desde entonces no se
le permitiría nunca más acercarse al planeta cielo para escuchar sus acusaciones.2
Así se cumplió la profecía: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro
Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos [...]
Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos” (Apoc. 12:10-12pp).
Cuando Jesús fue sepultado, Satanás tuvo la esperanza de retenerlo para siempre. Puesto que
él había pagado vicariamente por los pecados de culpabilidad, que significa la muerte eterna, “exigió
el cuerpo del Señor”, y puso su guardia en derredor de la tumba procurando retener a Cristo preso. 3
Pero al amanecer del domingo, el más poderoso y glorioso ángel del cielo; el que ahora ocupa el lugar
que ocupara Lucifer, llegó con la velocidad del rayo para despejar el camino al Redentor. Su poder y
gloria son indescriptibles. Los demonios que están de guardia huyen con terror. Y cuando la noticia
llega a Satanás, que en ese momento no estaba presente, se enoja acerbamente contra ellos.4
Cristo sale triunfante sobre el pecado, con el derecho de ser llamado entonces, el “Hijo de
Dios con poder” (Rom. 1:4). Los ángeles del cielo le adoran, cantando con gran gozo y triunfo: “¡Has
vencido a Satanás y las potestades de las tinieblas; has absorbido la muerte por la victoria!5
Viéndose perdido, Satanás abandona sus planes de conquista, y prepara aquellos que le per-
mitirán usar abiertamente su odio vengativo. Por eso la Revelación continua: “¡Ay de los moradores
de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco
tiempo” (v.12up). Pero antes de quitarse plenamente su máscara de inocencia, presentó una última
queja: “Satanás declaró que la misericordia destruía la justicia, y que la muerte de Cristo abrogaba la
ley del Padre. Si hubiese sido posible que la ley fuera cambiada o abrogada, Cristo no habría necesi-
tado morir. Pero abrogar la ley sería inmortalizar la transgresión y colocar al mundo bajo el dominio
de Satanás”.6 Sin embargo, fue justamente aquí, en la cruz, que se cumplió la profecía que decía: “La
misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron” (Sal. 85:10). Por lo tanto, el
reino de Satanás fue derrotado plenamente.
Es verdad, como decía el Acusador, que el acto misericordioso de cargar y morir por los
pecados de otros, violaba la ley que el mismo Cristo había revelado a los profetas (Deut. 24:16; 2
Crón. 25:4; Eze. 18:20; Gál. 6:5). Y en esto estaba involucrada toda la Deidad; y por lo tanto, el
santuario celestial quedaba entonces contaminado y necesitaba una purificación (Dan. 8:14; Heb.
9:22,23). Pero, aunque esta purificación debía incluir no sólo el lugar santo, sino también el lugar

1 Ibíd,. 706.
2 Ibíd., 709.
3 Ibíd., 728.
4 Ibíd., 725.
5 Ibíd., 726.
6 DTG, 711.
34

más sagrado del lugar santísimo: la shekinah, rociando sangre siete veces (Lev. 16:15,16), no se tra-
taba de una expiación por pecados de culpa de la Trinidad, sino de inocencia, como la transgresión
del Decálogo por parte de los sacerdotes, que debían trabajar por amor más los días de sábado, y
quedaban “sin culpa” (Mat. 12:5).
El pecado de inocencia que queda sin culpa por obras de amor, que es la base de la ley eterna,
sigue siendo una transgresión de la letra de la ley adaptada al hombre, y por lo tanto contamina. Esto
queda revelado con el ritual de la vaca alazana (Cristo) que debía morir fuera del santuario. Aunque
purificaba a los pecadores, contaminaba no sólo al sacerdocio, sino también al santuario que repre-
senta al celestial, antes, durante el sacrificio, y después de él hasta el día del juicio (Núm. 19:7-10).
Pero esta contaminación será corregida y purificada (nitsdaq: justificar, rectificar, que incluye puri-
ficación) al fin del milenio, cuando Cristo descargue el pecado de los perdonados sobre el originador
del mal.
Viendo Satanás que el plan de salvación preparado por Dios es tan perfecto, tiene “otra vez
consejo con sus ángeles”, y con acerbo odio contra el gobierno de Dios, dice a sus secuaces que con
la autoridad que todavía tiene sobre la raza caída, y el trabajo unido y constante de ellos, pueden
vencer a los discípulos de Cristo.1 Les hace saber que desde entonces la lucha no tendrá el propósito
de vencer al gobierno de Cristo, sino liberarse lo más posible de la condena del juicio final, “porque
los pecados de los redimidos con su sangre [de Cristo] caerán al fin sobre el causante del pecado,
quien habrá de sufrir el castigo de aquellos pecados”.2 “Entonces los ángeles de Satanás salieron
como leones rugientes a procurar la destrucción de los seguidores de Jesús”.3

LA TERCERA GRAN BATALLA

“Entonces el dragón se llenó de ira


contra la mujer [la iglesia de Dios]; y
se fue a hacer guerra contra el resto
de la descendencia de ella, los que
guardan los mandamientos de Dios
y tienen el testimonio de Jesucristo”.
Dos milenios después de la última batalla en la controversia cósmica, y a unos 6.000 años de
degeneración por el pecado, la pluma inspirada anuncia que “el poder de Satanás para tentar y engañar
es hoy diez veces mayor de lo que era en los días de los apóstoles”.4
Esto no ocurre porque sus poderes han aumentado, sino al contrario: Ya hace seis milenios
que no prueba del árbol de la vida. Y Satanás sabe muy bien que desde que venció, el Señor Jesucristo
es de la tierra el único “soberano, Rey de reyes, y Señor de Señores, el único que tiene inmortalidad”
(1 Tim. 6: 15,16). Y lo sabe porque está envejeciendo.
La Hna. White lo vio en visión en sus días, y escribió: “Se me mostró a Satanás tal como
había sido antes: un ángel excelso y feliz. Después se me lo mostró tal como es ahora. Todavía tiene

1 PE, 191.
2 Ibíd., 178.
3 Ibíd., 191.
4 ────, Spiritual Gifts, t. 2, p. 277.
35

una regia figura. Todavía son nobles sus facciones, porque es un ángel caído. Pero su semblante
denota viva ansiedad, inquietud, desdicha, malicia, odio, falacia, engaño y todo linaje de mal. Me fijé
especialmente en aquella frente que tan noble fuera. Comienza a inclinarse hacia atrás desde los ojos
[...] Sus ojos, astutos y sagaces, denotan profunda penetración. Su cuerpo era grande; pero las carnes
le colgaban flácidas en la cara y en las manos. Cuando lo vi, tenía apoyada la barbilla en la mano
izquierda”.1
Por supuesto, sabemos que este ser y todos los ángeles caídos no van a morir de viejos, porque
para ellos está reservado el juicio final. Pero debemos entender que Satanás es todavía un “ángel de
luz” (2 Cor. 11:14), que tratará de imitar la segunda venida de Cristo. Así que, si se presentara con
toda la gloria de su cuerpo de un poco más de cuatro metros de altura, seguramente caeríamos como
muertos. Por lo tanto, su poder hoy es mayor, no por él, sino porque la degeneración humana ha
avanzado más rápidamente que la suya. Recordemos que en el cielo, él comió del árbol de la vida por
mucho tiempo; y además tiene la facultad de reservar energías mediante la espiritualización de su
“hermosura física”.

“Nada perturba tanto a Satanás


como nuestro conocimiento
de sus designios”.2
Los demonios no quieren que estudiemos la Palabra de Dios. Sin embargo, “Satanás estudia
la Biblia con cuidado.3 Las huestes del mal tienen sus largas horas de estudio de la Biblia y de los
Testimonios, a fin de saber cómo desviar a los creyentes de la verdad. Estudian las profecías para
adelantarse al cumplimiento con falsas imitaciones y produciendo grandes confusiones.
Hay temas que Satanás le da mucha importancia, porque se relacionan con lo que motivó su
codicia y su rebeldía en el cielo. Por ejemplo, la doctrina de la Deidad, y especialmente la naturaleza
de Cristo, es la verdad que le provoca gran malestar. Como resultado de su obra entre los estudiosos
judíos y cristianos, este tema ha llegado a ser uno de los más controvertidos; y hoy sigue siendo el
gran “misterio de la Santísima Trinidad”. Elena G. de White escribió: “No habrá conceptos claros y
definidos con respecto al misterio de la Divinidad. Una verdad tras otra se irá corrompiendo”.4
La indefinición y la oscuridad se ven aún entre nosotros. Hay algunos que todavía no saben
si Cristo es Hijo de Dios por una doble generación una en la eternidad y la segunda desde su naci-
miento en Belén, o solamente desde que llegó a ser nuestro ejemplo victorioso en la tierra. Es decir,
si es “Hijo” que deriva del Padre, como pensaba Lucifer al principio, o “llegó” a ser “Hijo” por
“pacto” eterno, como dice Isaías y el salmista David. Ésta fue la pregunta que los estudiosos de Judá
nunca supieron responder a Jesús (Mat. 22:42-46). Y todavía hoy, los cristianos no saben por qué
Cristo dijo de él mismo: “Antes que Abrahán fuese, YO SOY “ser en singular; y cuando se
refirió a sí mismo con relación al Padre, dijo “SOMOS ser plural en unidad, sin necesidad de creer
en un triteísmo, pues “ser” y “Dios” no son la misma cosa” (Juan 8:58; 10:30). Por eso la Revela-
ción es clara: “En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra”.5 Y el mismo Cristo

1 PE, 152.
2 JT, 1:432.
3 CPI, 69.
4 DNC, 357.
5 DTG, 489.
36

dejó en claro: “Antes de mí no fue formado Dios, ni lo será después de mí” (Isa. 43:10).1 Y am-
pliando el sentido de la expresión “SOMOS” de Cristo, Elena G. de White escribió: “Has nacido para
Dios, y estás bajo la aprobación y el poder de los tres Seres más santos del cielo, que son capaces
de sostenerte para que no caigas”2.
Al gran Engañador también le dio éxito incluso entre nosotros, hacer creer que la Deidad
no tiene la plenitud divina “corporalmente” (“bodily”), sino que es una “esencia” que está en toda la
naturaleza.3 Otro tema que a Satanás le llega muy adentro, es el de la inmortalidad condicional de las
criaturas de Dios. Desde los primeros enfrentamientos que tuvo en este planeta con los ángeles leales,
desea con vehemencia tener el vigor corporal y la belleza que tuvo antes del pecado, cuando podía
comer del árbol de la vida. Además, fue la doctrina que presentó a Eva en el Edén, diciendo que
llegaría a ser “como Dios” (Gén. 3:5). Por eso, desde los tiempos de Nimrod, él divulga al mundo la
idea de que el alma de los muertos se transforma en una deidad o en un ángel que guía a los hombres
desde los cielos (Deut. 18:10,11; Isa. 47:13,14). Esta propuesta que todavía sostiene con tanto éxito
mediante los religiosos, los filósofos, los parapsicólogos, las diversas denominaciones espiritistas y
los medios masivos de difusión, ya está mundialmente generalizada.4
Elena G. de White vio este éxito, y lo describió de esta manera: “Vi con qué rapidez este
engaño se estaba difundiendo. Me fue mostrado un tren de coches de ferrocarril que iba con la rapidez
del rayo. El ángel me invitó a mirar cuidadosamente. Fijé los ojos en el tren. Parecía que el mundo
entero iba a bordo de él, y que no quedaba nadie sin subir. Dijo el ángel: ‘Se los está atando en gavillas
listas para ser quemadas’. Luego me mostró el conductor, que parecía una persona de porte noble y
hermoso aspecto, a quien todos los pasajeros admiraban y reverenciaban. Yo estaba perpleja y pre-
gunté a mi ángel acompañante quién era. Dijo: ‘Es Satanás. Es el conductor que asume la forma de
un ángel de luz. Ha tomado cautivo al mundo”.5
Un tercer tema que es de suma importancia para Satanás, es la ley de Dios, que él propone
anularla como la mejor guía para todas las criaturas del Creador. Abolir la santa ley, fue la cautivadora
propuesta que expuso en el cielo para su nuevo reino de “libertad”. Y, como en el centro del Decálogo
se encuentra el cuarto mandamiento, donde está el sello de la autoridad del Creador, la observancia
sabática es para él un asunto que le interesa muchísimo (Eze. 20:4,20; Dan. 7:25; Apoc. 12:17).6
La guerra contra la fe en toda la Palabra de Dios, es un cuarto tema de gran importancia para
nuestro gran enemigo.7 Aunque la inspiración de los profetas de Dios es obra del Espíritu Santo (2
Ped. 1:21; 2 Tim. 3:16), la revelación siempre es de Jesucristo (1 Cor. 10:1-4; Gál. 1:12; Apoc. 1:1).
Es su “testimonio” que nos llega a través de los profetas (Isa. 8:20; Apoc. 12:17); y Cristo es el ser
que el diablo odia más. Él sabe que si se le quita la confiabilidad en ella; y en los milagros que se
anuncian del poderoso Revelador (Gén. 1,2; Juan 11:25,43,44; etc.), su poder engañador tendrá mu-
cho más éxito.

1 Erróneamente, en algunas versiones Dios se escribe en minúscula. Pero no es verdad que ningún “dios” en minús-
cula fue formado después de Cristo. Simplemente quiso decir que ninguna persona de la Deidad existió antes o después
que las otras dos, porque son consustanciales y coeternas.
2 Manuscript Releases, 7: 267.2. En el original dice: “You are born unto God, and you stand under the sanction and

the power of the three holiest Beings in heaven, who are able to keep you from falling”.
3 Ev, 436,437, 445,446.
4 JT, 1:118; Ev, 438,439.
5 PE, 88.
6 TM, 481; CPI. 578.
7 Ev, 429; Consejos para los maestros (CPM), (Bs. As.: CES, 1948), p. 354.
37

Hay una quinta verdad que Satanás se opone claramente: El evangelio; “la fe de Jesús” (Apoc.
14:12). La pluma inspirada dice: “El enemigo del hombre y de Dios, no desea que esta verdad sea
claramente presentada; porque sabe que si la gente la recibe plenamente, será quebrantado su poder”.1
Cada pecado perdonado de los arrepentidos, significa para él y sus ángeles, más tiempo de castigo en
el infierno del juicio final.2 Esto explica por qué el tema de la justificación por la fe con su resul-
tado, la santificación, es el tema más claro de la Biblia que él ha podido oscurecer; a tal punto que
el pueblo de Dios del fin (Laodicea) tiene y tendrá serios problemas para entenderlo plenamente
(Apoc. 3:18). Esto se evidencia por el hecho de que entre nosotros ya se han divulgado sobre el tema
más de un centenar y medio de errores, algunos de los cuales son realmente preocupantes.
Y otra doctrina fundamental de nuestra iglesia: la realidad del santuario celestial, es la sexta
verdad que a Satanás le produce un profundo malestar. Como es “la ciudad de Dios, el santuario
[códesh] de las moradas del altísimo” (Sal. 46:4), el lugar de donde fue desalojado por su rebeldía; y
que desde el trono su lugar santísimo él sabe que se dará la orden de la condena final con fuego
purificador, también se propuso eliminar esta verdad plenamente.3
Muchas veces Satanás obra como un pulpo, aferrándose con sus tentáculos a todos los medios
que puede emplear. Y cuando ve que uno de ellos le resulta el más indicado, concentra su fuerza en
aquél. De ese modo, aunque él no puede leer el futuro, ni el pensamiento de los hombres 4 la pre-
cognición y la telepatía de los parapsicólogos sólo existen en la Divinidad siempre tiene un plan
que lo lleva al éxito entre los desobedientes. Este método también lo emplea la Iglesia Católica.
Un ejemplo es también el movimiento mundial de la “Nueva Era”, que es una religión sin-
cretista que ha puesto su mira en este nuevo milenio; y donde mezcla algunas verdades bíblicas con
filosofías orientales, espiritistas, gnósticas, ecológicas, científicas, etc., hasta abarcar casi todas las
disciplinas del conocimiento contemporáneo. Por supuesto, como sus ideas son tan amplias, aprove-
cha de anunciar que sus seguidores aunque la mayoría no lo sabe suman centenares de millones.
Entonces, una vez que el diablo emplea este “tentáculo”, espera para ver qué resultados podrá obtener
en este nuevo milenio mediante esta publicidad psicológica.
“Satanás no puede tocar la mente o el intelecto a menos que se los cedamos a él”. 5 Pero él
puede controlar la mente de los infieles,6 llegando a ser “canales de las corrientes eléctricas de Sata-
nás”.7 Los parapsicólogos dicen que los poderes que tienen los mediums, son “fuerzas latentes en la
mente” de ellos. Pero, si bien es cierto que el hombre usa muy poco las facultades mentales que Dios
le ha provisto, en realidad todos los fenómenos superiores al hombre que realizan los infieles, son el
producto del diablo.8
El hipnotismo, que es el medio por el cual una mente se entrega a la voluntad de otra, se
extiende en el mundo médico y psicoanalítico en forma peligrosa. Con este medio algunos han en-
contrado alivio para ciertas enfermedades, pero posteriormente se han visto envueltos en problemas
psicológicos mucho peores, como ser la pérdida de la voluntad y la entrega de ella a los poderes
satánicos. Por eso la Hna. White dice claramente que “esta ciencia es diabólica”.9

1 RH, 3-IX-1889.
2 PE, 178.
3 DNC, 95.
4 ────, Mente, carácter y personalidad (MCP), vol. 1, (Bs. As.: ACES, 1989), p. 25.
5 Ibíd., 13.
6 Ibíd., 730.
7 Ibíd., 729.
8 Ibíd., 732.
9 ────, Testimonies, vol. 5, p. 644.
38

También hay un “tentáculo” que está aferrado al mismo pueblo de Dios. La pluma inspirada
dice que “cuando Satanás no puede conservar las almas atadas al hielo de la indiferencia, trata de
lanzarlas hacia el fuego del fanatismo”.1 Por eso el Señor nos advierte: “Este es el camino, andad por
él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (Isa. 30:21). Hay doctrinas,
como la naturaleza de Cristo, que dividen a nuestro pueblo más de medio siglo. Y no se podrá unir
hasta que ambos bandos acepten toda la verdad revelada.
Pero los proyectos más ambiciosos del gran enemigo de Dios, han sido preparados para los
tiempos finales de la historia del pecado. Como él puede obrar por medio de los desobedientes 2 de la
poderosa confederación humana,3 que estará formada con algunos de los que dicen pertenecer al pue-
blo de Dios entre ellos, lamentablemente, algunos hermanos y líderes de nuestra iglesia4, Satanás
está por sacudir al mundo haciendo caer “fuego del cielo”. No se trata de una explosión atómica, sino
de un falso reavivamiento espiritual apoyado con grandes milagros de curación y toda clase de fenó-
menos diabólicos,5 con el fin de ir a los gobernantes y líderes religiosos de la tierra para la gran
batalla del Armagedón (Apoc. 16:13-16).6
Mientras por un lado él tratará de producir entre nosotros amargas disensiones,7 y en otro
fanatismos pentecostales8 con movimientos de santificación sólo por la fe,9 en el mundo protestante
el “falso profeta” empujará a los líderes políticos norteamericanos a imponer por decreto la observan-
cia dominical de la iglesia de Roma (Apoc. 13:11-18). Y al ver que esa ley no será suficiente, poco
después impondrá por ley la prohibición de descansar el día sábado que Dios santificó. Éste segundo
decreto “será la piedra de toque de lealtad [...] entonces se trazará la línea de demarcación entre los
que sirven a Dios y los que no le sirven”.10
Luego, para contrarrestar las obras poderosas de la lluvia tardía; las plagas que le sucederán
al fin del tiempo de gracia, y las guerras más devastadoras que se conocen por los “mortíferos
instrumentos bélicos” que se emplearán,11 durante la sexta plaga Satanás tratará de imitar la se-
gunda venida de Cristo (2 Cor. 11:14; Mat. 24:26). Para que los santos no sean confundidos, Dios no
le permitirá presentarse bajando con sus ángeles.12 Pero la gloria con que se presentará, y las cautiva-
doras palabras que pronunciará, serán un engaño irresistible para todos los gobernantes y señores del
mundo. Y como el falso Cristo señalará a los adventistas como los culpables de la horrible situación
en que se encontrará el mundo entonces, los magnates de la tierra se reunirán para consultarse acerca
de un decreto de muerte contra los santos. Luego el presidente de los EE.UU. anunciará al mundo la
aprobación para exterminar a la secta aborrecida.13
Es entonces cuando el conflicto bélico mundial va a terminar, a fin de unirse contra los que
creen que son los causantes de todos los males. Se fijará el día y la hora de la gran batalla. Pero, para

1 ────, Mensajes para los jóvenes (MJ), (M. V., Calif.: Public. Inter., 1981, 6ª edición), p. 50.
2 TM, 12.
3 Ibíd., 416.
4 ────, Eventos de los últimos días (EUD), (Bs. As.: ACES, 1992), p. 170-172.
5 Ibíd., 153-255.
6 MS, 1:143.
7 Ibíd., 2:28,41.
8 Ibíd., 1:259,260; ────, RH, 5-X-1886.
9 CS, 663.
10 CBA, 7: 978; EUD, 243, 244.
11 CS, 682, 683.
12 EUD, 263.
13 PE, 282.
39

que los santos no lo sepan, “el edicto” se lo anunciará por la página escrita. 1 De todas maneras ya
sabemos que esa “hora” será a “la media noche” del último día de la sexta plaga.2 Algunos se adelan-
tarán al plazo fijado para matar a todos los sabatistas que encuentren, pero como desde el fin del
tiempo de gracia ningún santo morirá,3 las armas que empleen caerán delante de los justos “como
paja”.4
Llega ese día del golpe decisivo, y las potencias de la tierra ordenan sus fuerzas “para la
última gran batalla”.5 “Dos grandes poderes opuestos” se revelan en este grande y último conflicto.
“A un lado está el Creador [...] En el otro bando está el príncipe de las tinieblas”. 6 El número de
guerreros del lado de Satanás llega a ser nada menos que “doscientos millones. Yo oí su número”
dice Juan (Apoc. 9:16). Aunque los justos están escondidos lejos de toda población, al frente de
los impíos se encuentran Satanás y sus ángeles disfrazados de hombres, quienes saben perfectamente
dónde encontrarlos.
Zacarías dice que se pondrán en marcha “todas las naciones para combatir contra Jerusalén
[el pueblo de Dios]. Después saldrá Jehová, y peleará con aquellas naciones” (Zac. 14:2,3, 14,15).
¿Cuándo y cómo se iniciará la séptima plaga?
Densas “nubes negras” cubre toda la tierra.7 Y de pronto aparece en el cielo la primera señal
de la liberación: “El arco iris de la promesa”, iluminado a la media noche por los rayos del sol. 8 Es
fácil saber que este movimiento de 180 grados del planeta, producirá “un gran terremoto, cual no fue
jamás”;9 con la caída de grandes piedras de granizo “como el peso de un talento”, es decir de unos 34
kg. (Apoc. 16:21). De esta manera las grandes ciudades del reinado de Satanás terminarán en una
ruina total. Con el terremoto se abrirán algunos sepulcros. Entonces se producirá una resurrección
especial con los peores enemigos de Cristo, y junto con ellos los santos que anunciaron la segunda
venida.10
Como segunda señal de liberación de los santos, se ve en el cielo la “estrella” de la victoria.11
“Entonces aparece en el cielo una mano que sostiene dos tablas de piedra puestas una sobre la otra
[...] La mano abre las tablas en las cuales se ven los preceptos del Decálogo”.12 Con horror, los feli-
greses de la iglesia de Babilonia leen el cuarto mandamiento, y se dan cuenta que sus líderes religio-
sos, y ese ser que había descendido diciendo ser el Cristo y había dicho que el sábado había sido
cambiado por el domingo, los habían engañado.13
La furia con que se levantan para vengarse contra los religiosos y contra los mismos familia-
res, concluye con una matanza espantosa que se extenderá “hasta el fin de la tierra” (Jer. 25:31; Zac.
14:13; Apoc. 17:16; 18:6).14 Y mientras la gran ciudad de la triple unión inmunda se rompe en tres
pedazos (Apoc. 16:19), el Señor “proclama el día y la hora de la venida de Jesús”.15

1 CS, 693.
2 Ibíd., 694.
3 Ibíd., 692.
4 EUD, 264.
5 JT, 2:369.
6 CBA,7: 983.
7 CS, 693, 694.
8 Ibíd., 694.
9 Idem.
10 Idem.; PE, 285; MSV, 279, 280.
11 CS, 696.
12 Ibíd., 697.
13 Ibíd., 697.
14 PE, 282.
15 CS, 698.
40

La tierra deja de ser sacudida por el terremoto y el granizo, y se produce un descanso terrestre.
En ese tiempo el Espíritu Santo es derramado otra vez sobre los justos, y resuena en el mundo entero
“un potente grito de victoria”. Así comienza el tiempo del jubileo, en el cual los santos se preparan
para la llegada del Esposo1 por “una hora” profética (Apoc. 18:10,17,19), es decir por “un número de
días” proféticos,2 que llegan a ser dos semanas (Jer. 23:1,2).
Después de viajar por ese “número de días” en la primera parte de esa hora profética que
posiblemente sean siete, es decir el mismo tiempo que Jesús y sus ángeles tardarán en regresar al
cielo3, en una hermosa mañana de sol “aparece en el este una pequeña nube negra”, que al acercarse
se ilumina hasta que se pueden ver a los ángeles y el rostro del Rey de reyes.4
Entonces se produce el segundo gran terremoto. Esta vez por la presencia del Creador. Todas
las criaturas terrestres “gritan temblando”, incluso los mismos justos. “Termina el canto de los ánge-
les, y sigue un momento de silencio aterrador [que repercute en el cielo (Apoc. 8:1)]. Entonces se oye
la voz de Jesús, que dice: ‘¡Bástaos mi gracia!”.5 Y mientras los santos se alegran y adoran al Señor,
los malos piden ser sepultados por las montañas para no ver el rostro del Hijo de Dios (Isa. 2:19;
24:20-22; Apoc. 6:16). Los seguidores de Satanás que quedan con vida son muertos por el “resplandor
de su venida” (2 Tes. 2:8), cayendo a tierra con los ojos consumidos en sus órbitas (Zac. 14:12).
Satanás y sus ángeles se preparan para huir de nuestro planeta, pues el terror se apodera tam-
bién de ellos. Pero son detenidos por un gran número de ángeles para que permanezcan aquí encerra-
dos en el planeta que eligieron como su reino (Apoc. 20:1,2).
Los muertos en Cristo son levantados incorruptibles y los que quedan con vida transformados
en un momento, para ser ascendidos por los ángeles a la gran nave espacial, formada por una nube de
millones de ángeles (1 Tes. 4:16,17; 1 Cor. 15:51-54).
Todavía temblando con una mezcla de temor y de odio, los demonios contemplan la tierra
que permanece en una oscuridad total. Y mientras la hueste satánica soporta la cosecha de su siembra,
los redimidos pasan mucho más allá de la constelación de Orión. Y después de miles de millones de
años luz de distancia,6 se acercan al único planeta con luz propia que se conoce7 y se encuentra “en
lo postrero de los cielos” (Isa. 13:5)8; y al séptimo día de su viaje, ven la gloria que sale de la
sala del alto trono que está en medio de la santa ciudad.
Pero el descenso no es en la ciudad, sino en el “atrio exterior” o “mar de vidrio”, donde los
justos rodean a Jesús en su cuerpo de gloria (Fil. 3:21) y forman “un cuadrado perfecto”, como lo era
en miniatura el altar del holocausto terrenal.9

1 PE, 286.
2 MSV, 285.
3 PE, 16; CS, 703.
4 MSV, 285; CS, 698.
5 CS, 699.
6 Edwin Hubble y otros hombres de ciencia han observado que la mayoría de las galaxias muestran un desplaza-

miento de rayas de espectro Doppler hacia el rojo, lo que interpretan que los astros se están alejando de nosotros. Pero,
como sabemos que todos los sistemas giran alrededor del trono de Dios, una parte de esos sistemas estelares que se ven en
la zona del lente, debería alejarse (desplazamiento Doppler al rojo), y acercarse (corrimiento al azul) los que pasarían del
otro lado de la tierra celestial. Si esto no ocurre, es porque el trono de Dios está mucho más lejos que esos 13.200 años luz
que pueden mostrar los radiotelescopios. Recuerde que aunque nuestro planeta gira junto con los demás astros, siempre
los que giran más cerca del astro central, lo hacen más rápidamente.
7 CBA, 1:1099.
8 El cumplimiento de Isaías 13 es histórico y también escatológico. Por eso hay declaraciones que no se cumplieron

en la Babilonia histórica, como las señales en el sol, la luna y las estrellas (13:9-11), sino en el tiempo del fin. Y por eso
Elena G. de White interpreta esto con la segunda venida (CS, 696).
9 PE, 16, 17.
41

Junto con los ángeles, cantan el canto de Moisés y del Cordero (Apoc. 15:2-4); y con palmas
de victoria y coronas, se dirigen detrás de Jesús y Adán y Eva, hacia la puerta que da acceso directo
desde el “mar de vidrio” a la “calle de la ciudad”. Se abren las enormes puertas blancas como perlas
y se ven las glorias de la ciudad; y al centro el inmenso trono de Dios, que se eleva “muy por encima
de la ciudad” y los muros.1
Al pasar por esta puerta principal, pasamos del “atrio exterior” a los lugares del santuario
celestial, llamado también “ciudad de Dios”: “Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el
santuario [códesh] de las moradas del Altísimo” (Sal. 46:4). Es “la santa ciudad, la nueva Jerusalén
[...]. He aquí el tabernaculo de Dios con los hombres” (Apoc. 21:2,3). Por eso, al compararlo con el
de Moisés, la Hna. White dijo que esta entrada “separaba el lugar santo del atrio exterior”2. Y por
eso al ver la santa ciudad ”a través de la puerta abierta, [ella dice que vemos] la gloria que surge del
interior del santuario celestial, y que resplandece a través de sus portales”.3

1 CS, 722.
2 Ibíd., 473.
3 MSV, 330.
42

En la calle de oro nos recibe el consejo supremo del universo, después de la Divinidad, for-
mado por los querubines, los comandantes de los ángeles y los representantes de todos los mundos
habitados.1 Adán, el hijo pródigo, reconoce que ahora puede formar parte de este concilio, gracias a
la sangre de Cristo. Por eso se postra ante el Señor y lo adora.2 Todos los hijos de Adán que han sido
redimidos depositan sus brillantes coronas a los pies de Jesús y le adoran con inmensa alegría.3 Mien-
tras Jesús se adelanta para ascender al trono y pedir la aprobación del Juez, a fin de que todo se cumpla
ante el tribunal de Dios, los salvados saludan a los grandes dirigentes del universo.
Jesús desciende del trono con la aprobación del Juez, y se coloca al pie del árbol más grande
del cielo; tan grande que tiene doble tronco: Es el árbol de la vida. Entonces invita a Adán a comer
de su fruto. Él se emociona mucho, pues casi toda su vida vivió fuera del Edén sin poder probar del
fruto. Y arrojando su corona a los pies del salvador, y “cayendo sobre su pecho, abraza al Redentor”
con profundo agradecimiento.4
Entonces los ángeles y los redimidos entonan un sublime y emocionante canto de alabanza.
El coro de voces está formado por millones de millones. Los redimidos, muy emocionados porque
pueden cantar al Señor en forma directa, apenas pueden seguir el canto, mientras las lágrimas de
alegría corren por sus mejillas. El apóstol Juan vio esta escena y la describió brevemente en Apoca-
lipsis 7:9-12.
Entonces todos participan de la gran “cena de las bodas Cordero” (Mar. 14:25; Apoc. 19:9)
a plena luz del día, pues en la ciudad y sus alrededores nunca hay noche, debido a que la gloria de
Dios es siete veces más luminosa que nuestro sol (Isa. 24:23; 30:26; Apoc.21:23). Esto explica en
parte por qué el trono, de donde sale la gloria de Dios, es tan alto, a fin de poder iluminar la ciudad y
sus alrededores, así como lo hacía la gloria de Cristo sobre la columna de nube sobre el santísimo del
santuario de Moisés.

Es fácil entender por qué el trono tiene forma de “torre” (Sal. 78:19; Isa. 6:1; Miq. 4:7)5: Para
que la gloria de Dios pueda iluminar toda la santa ciudad y sus alrededores, y para que los santos no
queden encandilados cuando llegan para adorar delante del trono, cuya luz es “siete veces” mayor a
la del sol a mediodía (Isa. 30:26; Apoc. 22:5).

1 DTG, 773.
2 CS, 704, 705.
3 HR, 433, 434.
4 CS, 706.
5 PR, 13.
43

Mientras tanto en el planeta Tierra, donde permanecen presos los enemigos de Dios y de su
pueblo, todo es desolación y ruina. Ningún ser terrestre está con vida. Millones de cadáveres de hom-
bres y animales quedan sin ser sepultados, y las grandes ciudades ahora están destruidas (Jer. 4:23-
37; 25: 33,34). En este horrible lugar, desolado por la furia de la naturaleza, los demonios saben que
deben permanecer por mil años. Los ejércitos del mal se han atrevido a luchar contra el Creador, y ya
han perdido tres batallas decisivas. A pesar de esto, Satanás todavía tiene una remota esperanza de
ganar en el último encuentro con Cristo.
Pero, mil años es mucho tiempo para vivir en un mundo así. Satanás busca el modo de hacer
algo, porque quiere evitar tener sus dolorosos momentos de reflexión. Desea encontrar a alguien para
engañar y alegrarse de su perdición, pero se ve obligado a soportar sus horribles recuerdos, y tiembla
cada vez que piensa en el castigo que le espera. La tensión aumenta entre los ángeles del mal. Ellos
saben que en el cielo, Cristo y los santos revisan minuciosamente cada acto malo que han cometido
y el mal que provocaron. Se suceden las acusaciones y las disensiones amargas, hasta que todo se
torna insoportable. Una inmensa cantidad de ángeles de Dios se turnan para rodear la tierra e impedir
que algún demonio trate de huir a otro planeta deshabitado para liberarse del castigo.1

1 HR, 435, 436.


44

LA CUARTA Y ÚLTIMA BATALLA

Al fin del período de los mil años, Cristo y una comitiva de ángeles y los redimidos, salen de
la ciudad santa y del planeta cielo, y vienen a este mundo sobre una nube (Zac. 14:5up.) para preparar
las cosas para el descenso de la santa de Dios. Los demonios se aterrorizan ante la presencia del Hijo
de Dios. Y con terrible y pavorosa majestad, el Señor llama a los malos muertos. Entonces la tierra
devuelve miles y miles de millones de personas que en un instante toman la misma forma, y reciben
el mismo carácter que tuvieron al morir. Hombres y mujeres de todos los tiempos y de todas las
condiciones, pero que ante la presencia del Santo de los santos reaccionan de la misma manera, se
levantan temiendo su destino. ¡Qué espectáculo! ¡Qué escena! La tierra tiembla ante el peso de una
densa población, que puede ser dos, tres o más veces la actual.

Los justos ven el contraste que existe entre ellos y los condenados, y estos últimos exclaman
con temor: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”. No lo dicen por amor, sino porque tienen
que reconocerlo. Cristo baja de la nube de ángeles que sostiene a los justos, y al posarse sobre el
monte de los Olivos éste se parte en dos con un espantoso ruido de terremoto; y se corre hacia el este
y el oeste, “haciendo un muy grande valle” que es purificado de toda contaminación pecaminosa (Zac.
14:4). Cristo asciende a la nube y toda la comitiva celestial regresa al planeta cielo y entra en la ciudad
de Dios.1
Satanás queda liberado otra vez para actuar “por un poco de tiempo” (Apoc. 20:3) con los
que decidieron seguirle, y rápidamente se reúne con sus ángeles para la última gran batalla. Sus planes
son grandiosos: Él se presentará como el autor de la resurrección de todos y se proclamará rey de
reyes y señor de señores. Sus ángeles le acompañarán con los grandes poderes y la inteligencia que
poseen, para dirigir y ayudar a la nueva humanidad. La obra que habrá que realizar será intensa, pues
no hay ni lo más indispensable para que una población jamás vista pueda mantenerse con vida.

1 Ibíd., 438,439.
45

Luego de este concilio de ángeles malos, Satanás reúne a todos los señores y líderes del
mundo. Conoce a cada uno y sabe cómo manejarlos a la perfección. Como buen estudiante de las
profecías bíblicas, les anticipa que Cristo vendrá una vez más, con el fin de destruirlos definitiva-
mente. El odio que el diablo genera contra el Hijo de Dios en esta muchedumbre, la incentiva para la
gran tarea a realizar.
Todos los enfermos y los débiles que los demonios pueden curar reciben sanidad, aumentando
así la fe en Satanás. La tierra está desprovista de toda vegetación, pero los ángeles caídos saben cómo
conseguir alimento del mar y de la tierra con más facilidad, a fin de calmar el hambre mundial. La
organización del reino de Satanás se entiende que no se presentará con este nombre sobrepasa a
cualquier otro gobierno de la historia del mundo, y su popularidad sube a niveles jamás imaginados.
En pocos meses no solamente hay suficiente alimento, ropa y vivienda para todos, sino que
ya se pueden ver grandes fábricas para tener mejores medios de locomoción y comunicación.
Al cumplirse los siete años de preparación, la metrópoli del planeta cielo es levantada por una
nube de ángeles con todos los santos adentro, y es transportada a este planeta.1 Ahora no es una nube
con Jesús y los santos, sino toda la santa ciudad que abandona el centro del universo, en torno del
cual giran todos los sistemas estelares,2 Y como ilustra la parábola del pastor que deja las noventa y
nueve en busca de la descarriada para llevarla en sus brazos, el trono es trasladado del planeta cielo a
un planeta perdido al borde de una de sus millones de galaxias.

Ezquiel vio que la presencia de la santa ciudad con sus habitantes, en la zona purificada de
Jerusalén actual y sus alrededores, será un estímulo para que los malos levanten grandes fundiciones
de acero para fabricar armas para la guerra contra Dios. Y asegura: “Quemarán en el fuego por siete
años” (Eze. 39:9). Ese será el tiempo añadido a los 1000 años, antes del juicio final.

1 Es la cuarta venida visible de Cristo a este mundo. Al referirse a la tercera para purificar la tierra de Jerusalén y

resucitar a los malos un tiempo antes del juicio, la Hna. White dice: “...salió de la ciudad [...] lo escoltaron durante el
viaje...” Cuando termina su obra y asciende a la nube, “Jesús y los santos ángeles acompañados por todos los santos, re-
gresan a la ciudad” de Dios.1 Cuando en el siguiente capítulo de su libro el Señor y los santos parten del cielo y los ma-
los los ven otra vez , ella comienza diciendo: “De nuevo apareció Cristo...” (HR, 438, 441). Así que la tercera venida será
con los santos en una nube de ángeles, y en la cuarta el descenso final será dentro de la santa ciudad.
2 CNS, 175.
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La organización de este imperio no tiene parangón. Y las armas fabricadas las más mortales
y precisas. Entonces los hombres no sólo consideran a Satanás el autor de su resurrección, sino ahora
también de este reino universal tan grandioso. Por eso el diablo llega a ser tratado como el dios que
pronto los llevará al triunfo sobre el “tirano” celestial.
Todo el imperio de Satanás se conmociona por la llegada de Dios y los santos, porque llegó
el momento esperado. Es muy probable que modernas naves espaciales salgan entonces de sus bases,
y desde cierta distancia muestren al mundo, con sus sofisticados medios audiovisuales, cómo es de
gloriosa la ciudad que van a conquistar.
El enemigo de Dios “saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la
tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena
del mar.

Pero, ¿quiénes son “Gog y Magog”? Según leemos en Ezequiel 38:2,15 y 39:15,16, la “tierra
de Magog” se relaciona con “Hamóngog” y “Hamona”, que significan “la multitud de Gog” y “mul-
titud” respectivamente. “Las regiones del norte” que menciona Ezequiel, representan aquí a los do-
minios de Babilonia espiritual, pues Juan menciona entre su gente a ”la bestia y al falso profeta”
(Apoc. 20:10). Así que el lugar del encuentro en “el Valle de Hamóngog” (Eze. 39: 11), representa
el lugar del mundo en este caso los alrededores de Jerusaléndonde los malos de “Gog” (Satanás)
se congregarán contra Dios.
En el día señalado, transportados por aire, mar y tierra, salen en marcha de todos los rincones
de la tierra, miles de millones de soldados guiados directamente por los ángeles caídos Por razones
de seguridad, y, por supuesto, también con el afán de conquista, Satanás declara la guerra a los seres
que moran en la santa ciudad, argumentando que han “invadido” su planeta. Es “un ejército cual no
fue jamás reunido por conquistadores terrenales, ni podría ser igualado por las fuerzas combinadas
de todas las edades desde que empezaron las guerras en la tierra”. El transporte por tierra se dificulta
por “la superficie desgarrada y escabrosa” que formaron los dos grandes terremotos de la segunda
venida.1 Pero cuando los ejércitos combinados de Satanás se detienen a cierta distancia para el ataque,
“por orden de Jesús, se cierran las puertas de la nueva Jerusalén”.2 “Y subieron sobre la anchura de
la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada” (Apoc. 20:8,9).
Con la ayuda de los ángeles, los santos suben a los muros de la ciudad santa para ver a los
impíos,3 y el espectáculo que ven es impresionante. Hacia donde se mire, todo el horizonte está lleno

1 CS, 722.
2 Idem.
3 ––––, Testimonios selectos (TS),vol. 2, (Bs. As.: Casa Editora Sudamericana, 1927), p. 245. Esto prueba que la

santa ciudad no tiene la forma de un cubo, como algunos creen entre nosotros.
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de gente armada, con los instrumentos de guerra más sofisticados y perfectos que el hombre haya
conocido. Pero los redimidos no sienten ningún temor.

Los proyectiles atómicos y los demás armamentos que tiene el ejército del mal son tan pode-
rosos, que posiblemente sólo una de ellos podría destruir toda la ciudad. Como es de esperar, en
primer lugar están preparadas las armas que podrán destruir sólo a los habitantes de la maravillosa
ciudad, a fin de poder luego poseerla como metrópoli del mundo. Pero todos tienen el conocimiento
de que nadie debe hacer nada hasta que Satanás de la señal indicada. Él y sus ángeles saben lo que
dice la profecía bíblica. Pero las armas que fabricaron les da tanta seguridad, que creen que pueden
cambiar los designios divinos.
De pronto todos ven arriba, entre los rayos de luz que salen de la sala del trono, la figura
gloriosa de Cristo, parado delante de la entrada. Los justos y los ángeles leales entonan un canto de
alabanza que llega a oídos de los desobedientes. Entonces, “en presencia de los habitantes de la tierra
y del cielo reunidos, se efectúa la coronación final del Hijo de Dios”. Todavía la gloria del Padre se
la ve mayor que la de Salvador. Y cuando Cristo se acerca a él, la inmensa gloria del Padre no permite
ver a ninguno de los dos. 1 Es por eso que en lugar de acercarse a Cristo para coronarlo en persona,
permite que lo haga el ángel Gabriel, quien ocupa el lugar que ocupó Lucifer. Entonces él recibe del
Padre la hermosa corona y la coloca sobre la cabeza del Hijo de Dios.
“Satanás parece paralizado al contemplar la gloria y majestad de Cristo”. Ahora la gloria de
ambas personas divinas se ve igual. Nunca antes Satanás había visto al Hijo de Dios en la plenitud de
la divinidad corporalmente con la “expresa imagen del Padre”. Pero el Hijo de Dios sólo muestra esta
gloria por un momento, para que otra vez pueda acercarse a sus criaturas y ser admirado por ellas. 2
Esto explica por qué el Padre no acompañó a Cristo en su segunda venida; no descendió a la calle de
la ciudad para dar la bienvenida a los salvados, y en ninguna visión los profetas vieron al Padre acer-
carse a los redimidos.
Por encima del trono todos pueden ver una inmensa cruz; y como en una película tridimen-
sional, que parece ser vista en vivo, cada persona presente puede ver en su propia mente la historia
de la gran contienda desde su comienzo, donde cada uno también puede observar la parte que desem-
peñó en ella.3 ¡Seis mil años de maldad en pocas horas, con todos sus detalles! ¿Cómo se podrá lograr
esto? Porque la mente puede recibir una información y grabarla en el archivo de su memoria en có-
digo, mejor de lo que se puede “comprimir” en el disco duro de una computadora. Por esa razón,

1 PE, 54, 92, 126.


2 CS, 724,727.
3 HR, 443-445; CS, 724, 725.
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podemos dormirnos y soñar, mientras esperamos que en un minuto regrese una persona, y al regresar
y despertarnos, pensaremos que ella tardó más de una hora. Eso podemos creer, porque al tratar de
contar el sueño es probable que tardemos ese tiempo, o más.

“Todos los impíos del mundo están de pie ante el tribunal de Dios, acusados de alta traición
contra el gobierno del cielo. No hay quien sostenga ni defienda la causa de ellos; no tienen disculpa”.1
Cristo coronado como el Rey de reyes y Señor de señores, recibe del Juez la autoridad de juzgar
contra los que no pudo defender con su sangre. Tiene en sus manos la santa ley, y pronuncia contra
ellos la sentencia de la muerte eterna (Jer. 25:30). Los justos adoran al Juez por su perfecta justicia,
y su alabanza llega a oídos de los injustos.2

Profundamente humillado, “Satanás se inclina y reconoce la justicia de su sentencia”. Junto


con él, lo hace también todo el imperio del mal. ¡Qué momento más solemne! Pero ésta es la última
vez que el Jefe del mal adora a su Creador, que ahora lo reconoce como igual al Padre. Entonces
vuelve en sí, sabiendo lo que le espera. El horrible temor que se apodera de él lo convierte en furia
descontrolada e irrefrenable, y da la señal convenida. Pero esta explosión de odio da como resultado
una respuesta muy distinta a lo esperado. Satanás se lanza contra los líderes de su reino para incitarlos
a librar batalla inmediatamente. Pero su poder ya llegó a su fin, y el odio que él había generado contra
Cristo se vuelca hacia su persona. La furia demoníaca se apodera de todos; los gritos y las maldiciones

1 CS, 726.
2 HR, 446.
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contra el emperador del mundo se extienden con rapidez, y en ese momento se produce “una escena
de conflicto universal”.1
La mayoría de los que están fuera de la santa ciudad, sienten con dolor el odio que les rodea.
Hasta el aire que respiran parece sofocarlos, y las tinieblas que los cubre contrasta con la luminosidad
que ven en la ciudad santa. Son aquellos que trataron de vivir cómodos sin hacer mal a nadie, pero
que rechazaron la invitación del Salvador. No se sienten a gusto entre tanta maldad, pero ya no pueden
volver atrás para cambiar su destino. Por eso sufren antes que reciban su paga, junto con los demás.
El Salvador ve su condición y una vez más se cumplen sus palabras proféticas: "¡Jerusalén, Jerusalén,
[...] cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollos bajo sus alas! Y no quisiste
(Mat. 23:37).
Los redimidos siguen mirando desde lo alto de los muros de la ciudad, y observan cómo los
que se alejaron del amor de Dios, se disponen a terminar con sus vidas en odio explosivo. Es que no
tienen otra cosa que ofrecer. Pero, antes que los malos mueran en esta última conflagración, la tierra
se resquebraja y “aparecen las armas escondidas en sus profundidades”. Llamas devoradoras irrum-
pen de los abismos y todo el planeta se transforma en un verdadero infierno. El fuego asciende a
grandes alturas y vuelve cayendo del cielo sobre los condenados.2
Cada uno recibe de acuerdo a sus obras. La gran mayoría; la que no se propuso obrar contra
Cristo pero que fue indiferente a su llamado, es destruida en un momento. Otros sufren horas y “días”.
Pero los ángeles que acompañaron a Lucifer y obraron tanta maldad, sufren mucho más tiempo.3
Notemos que la Biblia dice que el “fuego” con azufre de los volcanes que destruye a los
hombres, es también el que quema a los demonios (Apoc. 20:10). Esto nos hace entender que Dios
va a impedir en ese tiempo, que los ángeles del mal usen el poder de desmaterialización de su “belleza
física”, tanto tiempo empleado para el mal. La profecía decía: “Al sepulcro te harán descender, y
morirás con la muerte de los que mueren en medio de los mares” [Es decir, entre la muchedumbre de
gente impía (Apoc. 17:15: Isa. 57:20; 17:12)]” (Eze.28:8).

Las lamentaciones y los gritos de dolor apenas se oyen entre el espantoso rugir de los truenos,
el viento abrasador y las explosiones volcánicas. Toda la superficie terrestre parece una masa fundida

1 Ibíd., 448.
2 Idem.
3 Ibíd., 449.
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y un lago de fuego hirviente.1 La temperatura es tan elevada que los cadáveres se disipan “como el
humo”; y al observar el lugar donde estaban no se los encuentra (Sal. 37: 20,10).
Pero todavía hay un ser en “el Valle de Hamón-gog”, que queda con vida dentro del lago de
fuego. El mismo “Gog”, es decir Satanás. La Revelación afirma: “Y la casa de Israel los estará ente-
rrando por siete meses, para limpiar la tierra [...] al cabo de siete meses harán el reconocimiento”
(Eze. 39:12-14). Si la Hna. White dice que el tiempo de sufrimiento del originador del mal será “mu-
cho mayor”2 que el de sus seguidores, los “siete meses” de purificación y enfriamiento de la superficie
terrestre; cuando los jornaleros (ángeles) de Cristo verifiquen que la tierra esté en condiciones de
renovarla, puede ser un número real de meses. De todas maneras, sea un “siete” literal o simbólico,
se trata de “meses”, y no segundos, horas y días como sufrirán los demás.

EL CONFLICTO HA TERMINADO

Los ángeles vuelven a la ciudad para informar que todo lo que el hombre tocó, sea en la tierra,
en nuestra atmósfera y fuera de ella, ha sido purificado. Ya no queda rastro alguno del mal. Entonces
el Creador procede a recrear la tierra. El espectáculo que pueden ver los redimidos desde lo alto de
los muros es imposible de describir. Cordilleras enteras son movidas desde sus fundamentos, produ-
ciendo un ruido tremendo. Los océanos son tragados por las llanuras, que se elevan para darles lugar
en sus profundidades. Sólo queda una pequeña parte de agua en la superficie, y se ven sólo hermosos
ríos, y mares pequeños o lagos como en los días de Adán y Eva (Apoc. 21:1).
Los justos ven con asombro cómo Cristo, con la ayuda del Espíritu Santo crea, con la energía
que sale de su boca (Sal. 33:6),3 los más hermosos parques y jardines del mundo y los animales que
alegrarán a los santos con su compañía. Y cuando todo queda renovado, los ángeles abren las puertas
de la ciudad, para que gocemos del mundo nuevo.
Entonces se cumplirá la Palabra: “Magullaste las cabezas [reinos] del leviatán [Satanás] y lo
diste por comida a los moradores del desierto [justos apartados de las “aguas” del pecado]” (Sal
74:14). Las plantas y los árboles frutales que brotarán de la tierra purificada, darán deliciosos frutos
para que los santos coman, sabiendo que parte de esa tierra estará formada de la ceniza de quienes

1 CS, 731.
2 HR, 449.
3 ────, El ministerio de curación, (M. V., Calif.: Public. Inter. 1959), p. 394.
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fueron Satanás, sus seguidores y todo lo que fue quemado de la superficie de la tierra en pecado (Eze.
28:18,19).

“Sólo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevará siempre las marcas de su crucifixión. En
su frente herida, sus manos y sus pies, se encuentran los únicos vestigios de la cruel obra que el
pecado realizó”.1 Pero no como horribles cicatrices, sino como lugares de donde saldrá mayor luz de
su presencia (Hab. 3:4).
“El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores. Todo el universo está
purificado. La misma pulsación de armonía y de gozo late en toda la creación. De Aquel que todo lo
creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo más
imperceptible hasta el mundo más vasto, todas las cosas animadas e inanimadas, declaran en su be-
lleza sin mácula y en júbilo perfecto, que Dios es amor”.2

E-mail: lebeskow@arnet.com.ar

1 HR, 450.
2 CS, 737.

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