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Seres abyectos:
¿La muerte del ser
como sujeto?
(Aproximación a dos
cuentos de Ángel
Santiesteban Prats)
Resumen Abstract
1
La anomía es entendida como la incapacidad de la estructura social para proveer a ciertos indi-
viduos lo necesario, para lograr las metas de la sociedad. Lo que conduce a una desviación o ruptura
de las normas sociales: crimen, suicidio, alcoholismo. La anomía es un colapso de la gobernabili-
dad, al no poder controlar esta emergente situación de alienación experimentada por un individuo o
una subcultura, hecho que provoca una situación desorganizada que deriva en un comportamiento
no social (Durkheim, 1893).
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Lo abyecto solicita y pulveriza simultáneamente al sujeto, y esto se hace evidente, cuando al
estar cansado de sus tentativas fallidas de reconocerse fuera de sí, el sujeto encuentra lo imposible
en su ser mismo, y descubre que él no es otro siendo abyecto (Kristeva, 1989).
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Lacan, afirma que la construcción del sujeto está cimentada sobre un conjunto de privaciones
que niegan la posibilidad de inserción cultural de otras manifestaciones. Así pues, la construcción
de lo humano es una operación diferencial que produce: lo más o menos humano, lo humano y
lo humanamente impensable. Constituyendo cada sitio excluido, el lindero de lo humano; creán-
dose zonas abyectas dentro de la socialidad, zonas de inhabitabilidad para el sujeto, pues este las
considera como una amenaza para su integridad (Butler, 2002). De manera que, estos seres “no-
humanos” no solo serán rechazados y excluidos por la norma reguladora de lo social, sino que
serán desprovistos de su dignidad. Según Kant, en tanto la dignidad es característica primera de lo
humano, estos seres al no serlo, carecen de ella. Lo que evidencia, una condición degradada den-
tro de los términos de la socialidad (Arriaga et al., s.f.). En razón de lo anterior, siempre que la
formación de la identidad suponga la exclusión de cualquier otro, aparecerá la figura de lo abyecto,
ya que lo que permite la producción e inclusión de esta figura, es el marco binario de identificación.
(Arriaga et al., s.f.).
[…] una muralla africana que recibe los primeros cortes sobre
otras cicatrices, pequeñas incisiones por donde brota la sangre y
que el Llanero apenas percibe, como si no fueran sus brazos (La
Puerca, p. 8).
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Según Víctor Bravo (1997), es el cuerpo nombrado por la modernidad.
Por otro lado, las prácticas realizadas por los seres abyectos pueden con-
siderarse perversas10, al contraponerse a las prohibiciones simbólicas de
la norma hegemónica, sobre todo cuando dichas prácticas son de índole
sexual. Entonces, ser perverso en este último sentido, significa obedecer
al mandato superyoico de gozar, cuando una de las partes se encuentra en
posición de objeto-instrumento del deseo y goce del otro (Zizek, 1999;
2001). Es decir, que uno de ellos ve en detrimento su autonomía, su di-
mensión subjetiva, padeciendo un proceso en el que es disminuido a su
“materialidad corpórea”, y en el que se convierte en un cuerpo usado y
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El personaje de “la Maga” aparece en el cuento La Puerca. Su verdadero nombre es Matías, es
homosexual y está al servicio de “Chepe”, para atender sus necesidades sexuales. Ha sido apodada
de ésta manera, por ser diestra para el sexo: “famosa por hacer desaparecer la carne dentro de su
cuerpo” (Santiesteban, 2001, p. 13). Mientras, el personaje de “la Perra” aparece en ambos cuentos,
sin embargo, es el personaje principal del cuento que lleva por título su apodo: La Perra. (Ortega,
2009, p. 18).
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Lo abyecto es perverso ya que no abandona ni asume una interdicción, una regla o una ley, sino
que la desvía, la descamina, la corrompe (Kristeva, 1989).
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Este comportamiento se asimila al Cuerpo Erotizado, el cuerpo feminizado de los reclusos
sometidos al abuso sexual, independientemente de la orientación sexual que ellos muestren. Son
cuerpos feminizados porque en el coito desempeñan el papel de la mujer, esto es, ser penetrados. El
cuerpo erotizado es la puesta en escena de la “cosificación” del ser, en otras palabras, es la muta-
ción degradante del individuo en objeto, para ser usado como medio de desfogue sexual, del que
tiene el poder para someter. De allí, que el goce sea el resultado del abuso (Ortega, 2009).
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Aunque es un preso que tiene poder, los sargentos lo utilizan, y a cambio le dan comodidades
(Santiesteban, 2001).
Chepe mira desde su cama al gordito que pone los ojos en blanco
cuando ríe, y al Llanero que se queda extasiado cada vez que lo
hace (La Puerca, p. 9) […] el Llanero le explicará [a Chepe] que
no es un capricho, es algo especial, no soportaría una celda ahora
que intenta ser feliz, le pasa la mano por el pelo a su protegido y le
promete volver lo antes posible (La Puerca, p. 10).
¿Por qué tenía entonces que correr ese riesgo por un desconocido
por el que no mediaba ningún interés sexual, sabiendo, además,
que allí era imposible llegar a un contacto corporal, a lo sumo, un
beso? […] sabe que no puede darse el lujo de ser sentimental […]
la Perra continua pensando en él, ¡que puta soy, mi madre! ¿Por
qué me atrae lo prohibido? […] siente que está desarmada, sin
respuesta, esta vez no se rige por la mariconería, actúa con otro
código que desconoce totalmente (La Perra, p. 48-50).
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El homosexual representa una auténtica pesadilla para dicho orden, pues con su sola existencia
está desafiando la norma de un sexo destinado por naturaleza (Borrillo, 2001).
Dios fue injusto conmigo y se mira el cuerpo con asco [la Perra]
[…] cargo la picha hacia atrás, la escondo entre las piernas, repite
el gesto de asco (La Perra, p. 54).
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Según Pierre Bourdieu (2000), la violencia simbólica es una forma de coacción que se ejerce de
manera sutil e invisible, porque es presentada por el dominante, y aceptada por el dominado como
natural, inevitable y necesaria.
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En los cuentos han sido identificados cuatro espacios significativos: el Externo representado en
la Habana-Cuba; el Interno, en la cárcel; el Yuxtapuesto, en la celda de castigo (“la Ratonera”);
y el de la subjetividad, en los sentimientos (atracción, apego, afecto, cariño, ternura, compasión y
amor) que restituyen lo humano a los personajes deshumanizados por el maltrato. En este último
espacio se cuestionan todas las asunciones que la norma del espacio externo pone en circulación
acerca del hombre, y que el espacio interno enfatiza al tratar a los reclusos como si hubiesen dejado
de pertenecer a la especie humana, para convertirlos en seres inferiores, justificando el trato inhu-
mano que padecen (Ortega, 2009).
El “Llanero Solitario” admite que sus sentimientos por “la Puerca” no son
un capricho, que lo que siente por él es especial y que ello le ha devuelto
la esperanza y las ganas de vivir, a pesar de estar encerrado. Por esto no
le importa entrar en disputa con “Chepe”, aunque este no hubiese sido el
camino que él escogió para resolver el asunto (Ortega, 2009).
[El llanero Solitario] no soportaría una celda ahora que intenta ser
feliz. Le pasa la mano por el pelo a su protegido [la Puerca] y le
promete volver lo antes posible… el Llanero le explica, pero Che-
pe insiste, dice que primero el mandante… pero el negrón repite
que no, esta vez no, Chepe aquí me juego la vida y te pido que no
lo tomes a mal, nunca me he esforzado tanto porque alguien me
entienda, verdaderamente nunca me importó (La Puerca, p. 10).
[…] Por las noches [la Perra] camina intranquila, deseosa de que
amanezca para volver a verlo [al preso de la celda de castigo],
siente una ansiedad, una angustia que nunca antes había experi-
mentado. Mira por la claraboya hacia la inmensa oscuridad, di-
buja su silueta y sus labios. Cierra los ojos y estira el brazo como
si pudiera tocarlo, sentir la tersura de su piel y escuchar su risa
(La Perra, p. 54).
A estos personajes no solo los hacen prisioneros las rejas, sino que su ver-
dadera prisión es la angustiosa realidad que los atormenta, los carceleros,
los prejuicios y las visiones violentas de lo que se impone como orden so-
cial. Son seres a los que se les niega la posibilidad de crecer y convertirse
en personas, porque sus vidas parecen discurrir por caminos prefijados que
se cierran a sus alrededores. De allí, que para ellos la noción de progreso
arraigada en la racionalidad ilustrada sea impensable16, debido a que no se
cuenta con un futuro al cual asirse y proyectarse (León, 2005).
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La racionalidad ilustrada puede entenderse, según Víctor Bravo (1997), como un conjunto de
reglas abstractas que crean un orden impersonal por el que orienta sus disposiciones.
[La Perra] asoma parte del rostro por entre los barrotes de una
ventana, es su único pedazo libre, piensa. Respira el aire del mar,
siente el golpe de las olas contra los arrecifes, y como siempre, la
soledad la abruma (La Perra, 2001, p. 48).
Bibliografía