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Igor Stravinski: El Pájaro de Fuego

Igor Feodorovich Stravinski fue el tercero de cuatro hijos de un célebre cantante de la Opera
Imperial Rusa y de una madre frente a la cual "sólo sentía deberes", según propia confesión. Sus
hermanos le aburrían en grado sumo, de modo que el pequeño Igor hubo de ingeniárselas para
encontrar una nota de jovialidad en una infancia agobiante cuya única alegría parecía provenir de
los cuidados de su nodriza, de la que guardó un emocionado recuerdo toda la vida y a quien lloró
más que a su propia madre, cuando murió.

La música, o el derecho
Por fortuna, las veladas musicales de la familia aportaban un fecundo aliento de vida y alentaron su
gusto por la música. A los 9 años, comenzó a recibir sus primeras lecciones de piano, y a los 11
quedó deslumbrado al asistir por primera vez a la ópera. Poco después pudo estar presente en el
estreno de la Sinfonía Patética de Tchaikovski, y esta vez, quedó hechizado. Al mismo tiempo,
componía sus primeras piezas. Todo iba al parecer de maravillas para que el joven Igor hiciera de
la música una carrera, pero el ominoso sino de las jóvenes promesas musicales rusas se plantó
ante él y debió ingresar a la Facultad de Derecho, a los dieciocho años.
Igor Stravinski (1882 - 1971)

El maestro Nicolai
Sólo lo salvó del destino jurisconsulto el haber trabado conocimiento con el compositor Nicolai
Rimski-Kórsakov quien, pese a fruncir el ceño ante sus primeras obras, finalmente lo recibió en su
casa durante tres años para enseñarle el oficio, explicándole todo lo que concernía a las formas
musicales y su lenguaje, y apoyándolo en la orquestación de sus propias partituras pianísticas. El
maestro Nicolai, acaso sin proponérselo, se transformó así en el único músico del que Stravinski
reconoció más tarde haber aprendido algo.

Diaghilev
El año 1908 ya cuenta con varias partituras a su haber, aplaudidas por público y crítica. Solo falta
un poco de suerte y ésta llega de la mano de un concierto donde se interpretan dos de sus obras y
al que asiste un espectador atento, Sergei Diaghilev, creador de los Ballets Rusos que por esas
fechas hacen furor en París. Nada se demoró Sergei en pedirle al autor que orquestara música de
Chopin para un proyectado ballet futuro que ha de llamarse Las Sílfides.

El Pájaro de Fuego
Igor, está hecho unas pascuas. Aun así, no imagina que la celebridad está a la vuelta de la esquina
y que va a conquistarla de la noche a la mañana. En efecto, a fines del verano de 1909 recibió un
telegrama de Diaghilev encargándole la partitura del ballet El Pájaro de Fuego, programado para la
siguiente temporada de los Ballets Rusos. Pese al corto plazo concedido, Igor concluyó la obra a
tiempo, que se estrenó el 25 de junio de aquel año en la Opera de París, no sin algunos
contratiempos. El frenético ritmo de la música desconcertó a algunos bailarines, al extremo de que
la celebérrima Anna Pavlova se rehusó a danzar "semejantes barbaridades", debiendo sustituirla
Tamara Karsavina (en la "foto").

El tout París fue seducido de inmediato por la música de Stravinski y por el vestuario y los
novedosos decorados de la puesta en escena. La rutilante y encantadora música del joven maestro
de 28 años influirá largamente en el quehacer coreográfico revitalizando un arte que parecía
agotado, de tanto pas de deux. El Pájaro de Fuego acabará con ellos para siempre, llevándose de
pasada los tutús.

Escuchando "con otros oídos"


La versión, como suite para orquesta, es de la Filarmónica de Viena con la dirección de Pierre
Boulez, y toma los últimos cuadros: Danza Infernal, Berceuse y Finale (el ballet completo dura
cincuenta minutos, aprox.). Una última palabra: no es fácil distinguir en esta música tonadas que
puedan tararearse, pero como ya cumplió los cien años, creo que es hora de hacer un esfuerzo por
escucharla "con otros oídos", para lo cual es necesario abandonar los esquemas sonoros y
armónicos del siglo XIX y anteriores.

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