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María M. Ramírez Cruz – Fonética y fonología del español. Conceptos fundamentales

FONÉTICA Y FONOLOGÍA DEL ESPAÑOL.


CONCEPTOS FUNDAMENTALES

ISBN: 978-84-9714-038-6

María M. Ramírez Cruz.


m.ramirez.cruz@gmail.com

THESAURUS: fonética, fonología, articulación, acústica, percepción, sonido, fonema,


sílaba, prosodia, variedades lingüísticas.

RESUMEN: Se trata de un artículo introductorio con el que pretendemos ofrecer al


lector una visión general del contenido de la sección de Fonética y Fonología
presentando las cuestiones clave y explicando los conceptos fundamentales en
relación con los elementos fónicos de la cadena hablada. Una vez caracterizada la
comunicación como el marco de nuestro estudio, en el capítulo segundo se presenta la
Fonética como la disciplina que aborda el estudio de los sonidos desde el punto de
vista físico (articulatorio, acústico y perceptivo). Los capítulos siguientes, o de
transición, tratan del agrupamiento de los sonidos en la cadena hablada y de los
rasgos prosódicos. La Fonología, introducida en el capítulo sexto, se interesa por los
rasgos segmentales y suprasegmentales, tratados en los capítulos anteriores, que
entrañan una diferenciación de significados. El último capítulo subraya la importancia
de estas disciplinas en la caracterización de las variedades lingüísticas.

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1. La comunicación

Una de las características que definen a la especie humana es que sus


miembros nacen y se desenvuelven dentro de una sociedad (algo que ya indicaba
Aristóteles cuando hablaba del hombre como ser social). En la relación del hombre
con los demás surge la comunicación, término que ha sido definido por distintas
disciplinas tales como la Teoría Matemática de la Comunicación, en la que Shannon y
Weaver (1949) describen la comunicación como el proceso de transmisión de
informaciones de un emisor A a un receptor B a través de un medio C; la
Psicolingüística, en cuyo marco Juan Mayor (1979) sostiene que la comunicación es la
«interacción entre fuentes y destinatarios a través de mensajes significativos»; o la
Lingüística, para la que, desde una perspectiva muy general, la comunicación no es
más que la transmisión de un mensaje elaborado con un código determinado (proceso
onomasiológico) que el emisor transmite a un receptor que lo decodifica (proceso
semasiológico), a través de un canal y un medio concretos.
A la hora de ejecutar el acto comunicativo, y según postuló el filósofo Karl Bühler
(1934), son necesarios tres factores: realidad, locutor y destinatario. Más allá de este
drama de tres personajes, Jakobson (1988) cree que en la comunicación intervienen
seis factores, y a emisor, receptor y contexto añade el código lingüístico empleado, el
mensaje transmitido, el canal físico y la conexión psicológica entre los interlocutores.
Establece, además, seis funciones del lenguaje, y a la representativa, expresiva y
apelativa de Bühler (conativa para Jakobson), suma la función fáctica que sirve para
establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, la función poética, centrada en el
mensaje y la función metalingüística, en la que se hace referencia al propio código.
Si bien son muchas y variadas las formas de comunicación que ha empleado el
ser humano a lo largo del tiempo (el tambor de las tribus del este de Perú, las señales
de humo sobre la Gran Muralla china, o los gestos actuales), el primer hombre que se
comunicó con sus semejantes haciendo uso del tracto vocal, esto es, mediante el
lenguaje oral, fue el homo sapiens (aunque una reciente investigación publicada en la
revista Current Biology indica que puede haber indicios para pensar que el homo
Neanderthal había desarrollado ya los cambios necesarios para comunicarse
oralmente). Además de oral, el lenguaje humano es verbal, puesto que los sonidos
producidos y articulados con ayuda de los pulmones, de las cuerdas vocales, de la
cavidad bucal, etc. se combinan entre sí formando palabras. Es el lingüista francés
André Martinet quien atribuye al lenguaje verbal humano la cualidad de la doble

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articulación: una primera articulación de unidades mínimas con significado (monemas),


y una segunda articulación de unidades mínimas sin significado (fonemas).
Estas palabras que conforman el mensaje en la comunicación verbal oral
constituyen, según Saussure (1916), signos lingüísticos o elementos de doble cara
compuestos por un significante y un significado. Así pues, en la palabra árbol el
significante se correspondería con la imagen acústica o la sucesión de unidades
fónicas, á-r-b-o-l, frente al significado, que remitiría al contenido semántico “planta
perenne, de tronco leñoso y elevado, que se ramifica a cierta altura del suelo”.
La Lingüística es la disciplina encargada de estudiar la comunicación de
mensajes verbales frente a otras ciencias como la Semiótica, que estudia la
comunicación de cualquier tipo de mensajes (incluidos los verbales), o la Teoría General
de la Comunicación, que atiende a cualquier proceso de comunicación. Dentro de la
Lingüística son dos las ramas encargadas de estudiar los elementos fónicos de la
cadena hablada en el acto de comunicación: la Fonética y la Fonología. Dos disciplinas,
por otra parte, minoritarias si se tiene en cuenta el número de congresos, trabajos,
revistas especializadas y, a fin de cuentas, adeptos con los que cuentan otras ramas de
la Lingüística tales como la Semántica, la Morfología o la Sintaxis.

2. Fonética

La Fonética (del griego φωνητικός) es la ciencia encargada de estudiar los


sonidos de una lengua como materia física (no estrictamente lingüística). Esta
investigación puede acometerse desde tres perspectivas: el estudio de la articulación
de los sonidos o Fonética articulatoria, el estudio de la transmisión de los sonidos a
partir de ondas sonoras o Fonética acústica, y el de la percepción de los mismos por el
oyente o Fonética perceptiva. La Fonética, por tanto, persigue crear un modelo de
producción, transmisión y percepción del habla en el marco de la comunicación. La
Fonología, por otro lado, y como veremos en el capítulo sexto, se encarga de estudiar
los rasgos distintivos de los sonidos que permiten diferenciar significados.
Hasta finales del siglo XIX, para hacer fonética bastaba con un buen oído. Sin
embargo, en 1892 y gracias a una polémica entre fonetistas surge la Fonética
Experimental de la mano del abad Rousselot, que inaugura cinco años más tarde el
primer laboratorio de fonética experimental de la historia. Este cambio a la Fonética
Experimental, como explica Llisterri (1991), entraña la necesidad de corroborar aquello
que se postula por medio de experimentos llevados a cabo con ayuda de instrumentos

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(al principio tan rudimentarios como el quimógrafo, que registraba los movimientos de
los labios y de la lengua y la presión del tracto vocal).
El estudio del proceso de producción, transmisión y percepción del habla es
interdisciplinar. Esta interdisciplinariedad permite que la Fonética tenga distintas
aplicaciones y que sean múltiples y diferentes las ciencias interesadas en ella:
Neurología, Fisiología, Logopedia, Foniatría, Ingeniería del sonido, Física,
Matemáticas, Ciencias forenses, etc.

2.1 Fonética articulatoria

A pesar de que la función principal del aparato fonador (conjunto de órganos,


cartílagos, músculos, tendones y cavidades glótica o laríngea, supraglóticas e
infraglóticas que intervienen de forma activa o pasiva en la articulación de un sonido)
no es la de la producción del habla, sino otras bien distintas como la función
respiratoria, en el caso de los pulmones, o, en el de la laringe, la de generar con su
cierre una presión torácica que nos ayude a realizar un esfuerzo como el que se
necesita para levantar una mesa, los humanos lo han adaptado para la producción de
sonidos y establecer así la comunicación entre ellos.
A la hora de producir el habla, y según el conocido especialista en la materia
que nos ocupa Tomás Navarro Tomás (1918), son tres las fases necesarias:
respiración, fonación y articulación. Estas tres etapas, así como los órganos,
cavidades y musculatura que intervienen en ellas, son exhaustivamente descritos en el
manual sobre la fisiología de los órganos de la voz de Le Huche y Allali (1999). No
obstante, ofrecemos seguidamente una breve descripción.
La respiración es la encargada de crear el flujo de aire y consta, a su vez, de
dos fases, inspiración y espiración. En la primera, los músculos intercostales provocan
el descenso del diafragma (músculo con forma de cúpula que separa el tórax del
abdomen), lo que permite la expansión de la caja torácica. En la espiración, el
diafragma vuelve a su posición y, al presionar el tórax, aumenta la presión del aire
pulmonar, que se escapa a través de los alveolos hasta los bronquios, y de estos por
la tráquea a la laringe (un tubo localizado en la zona cervical que cuelga de la base del
cráneo donde se encuentran: las cuerdas vocales, dos pliegues retráctiles recubiertos
de mucosa; la glotis, que es el espacio que queda entre las cuerdas; y nueve
cartílagos, entre ellos el tiroides, el cricoides y los dos aritenoides).
La fonación se produce cuando la corriente de aire procedente de los pulmones
llega a la laringe y presiona la mucosa de las cuerdas vocales, estas se abren y hacen

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vibrar dicha corriente, creándose así un sonido sonoro. Cuando, por el contrario, el
flujo de aire pasa por entre las cuerdas vocales sin rozarlas (porque estas se
encuentran abiertas) el sonido es sordo.
Finalmente, la articulación consiste en la modificación de la columna de aire
que llega de la laringe a través de los órganos de las cavidades faríngea, bucal y
nasal. En ella se pueden distinguir:

- Acción de la úvula: si la úvula (conocida comúnmente como campanilla)


permite el paso del aire a la cavidad nasal, el sonido será nasal; si no lo permite,
será oral.
- Modo de articulación: la articulación del sonido tiene lugar de una manera
determinada, ya que los órganos articulatorios pueden facilitar la salida del aire
procedente de los pulmones sin oponer dificultad alguna, como en el caso de las
vocales, o pueden obstaculizar dicha salida, como ocurre con las consonantes.
Dependiendo del grado y del modo con que se interrumpa el flujo del aire, las
consonantes pueden ser aproximantes (si la obstrucción a la salida del aire es
ligeramente mayor que en el caso de las vocales), oclusivas (si dicha salida se
obstruye completamente), fricativas (si la corriente de aire se escapa por un
estrecho canal produciendo un ruido de fricción), laterales (si el aire sale por
ambos lados de la boca), africadas (si se produce una combinación de procesos
anteriores), etc.
Mención aparte merecen las glides, o segmentos de transición que se
corresponden con las vocales [i] y [u], y que pueden funcionar como semivocales
(si aparecen al final del diptongo como en aire) o como semiconsonantes (si se
encuentran al inicio del mismo como en huevo).
- Punto de articulación: el sonido se produce en un punto concreto de la cavidad
oral, ya sea entre los labios como la [p] (sonido bilabial), en los alveolos como la
[s] (sonido alveolar), o entre los dientes como el sonido [θ] (sonido interdental). En
el caso de las vocales, su modo de articulación depende de la posición de la
lengua en los ejes vertical y horizontal de la boca y de la posición de los labios
(por ejemplo, vocal alta posterior con abocinamiento labial o [u]).

A la hora de articular los sonidos de una sílaba o palabra es necesario hablar


de coarticulación ya que los órganos que intervienen en la producción de un sonido se
preparan para la articulación del siguiente adelantándose, elevándose, etc., según las
características del sonido contiguo, por ejemplo:

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(1) en la sílaba qui el sonido la [k] se articula en un punto más anterior debido a que los
órganos se preparan para pronunciar a continuación la [i])

2.2. Fonética acústica

Para que el receptor, en el marco de la comunicación, perciba el sonido, este


debe presentar unas propiedades físicas determinadas y transmitirse a través de un
medio preciso, que es el aire; del estudio de esas propiedades físicas se encarga la
Fonética acústica. Así, cuando, en el proceso de fonación, las cuerdas vocales
modifican la columna de aire procedente de los pulmones, perturban las moléculas que
forman dicha columna de manera que estas abandonan su estado de reposo y
transmiten el movimiento a otras moléculas. Este movimiento produce una vibración y se
crea una onda sonora. La comparación tradicional a la que acuden manuales y estudios
de fonética para ejemplificar dicha vibración (como el de MARTÍNEZ CELDRÁN 1998 o GIL
FERNÁNDEZ 1988), es el parangón con el diapasón o la cuerda de guitarra, que generan
vibraciones que se transmiten por el aire si se les proporciona un golpecito.
A la vibración completa de las cuerdas vocales se le denomina ciclo, y al
tiempo que tarda en producirse un ciclo, periodo. El número de ciclos por segundo o
frecuencia, se mide en hertzios. Para alcanzar un ciclo, las cuerdas vocales deben
experimentar la vibración en cada una de sus partes. Llamamos a estas vibraciones
armónicos y al primer armónico, frecuencia fundamental (f0). La vibración cíclica
(periódica) de las cuerdas vocales produce una onda sonora periódica cuya amplitud
vendrá determinada por el desplazamiento o elongación máxima de esas moléculas de
aire en relación al punto de reposo en el que se encontraban.
La onda sonora producida por una fuente de sonido glotal (laringe) recorre la
faringe y otras cavidades supraglóticas (que actúan como un filtro), las cuales si
poseen una frecuencia de vibración similar a la de esta onda sonora, amplificarán las
frecuencias de dicha onda produciéndose una resonancia. Estas resonancias
constituyen los formantes, que determinan el timbre de un sonido. Esto es lo que se
conoce como teoría de la fuente (glotis) y del filtro (tracto vocal).
Las propiedades de una onda sonora son, según Navarro Tomás (1999),
cuatro: timbre, intensidad, tono y duración. El timbre, determinado por los formantes o
resonancias acústicas, depende de las características físicas del tracto vocal de cada
persona; la intensidad de un sonido es, según Martínez Celdrán (1998), el correlato
acústico de la amplitud de la onda, que depende, desde el punto de vista articulatorio,
de la mayor o menor energía del aire espirado. Este parámetro es uno de los que

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mejor refleja la diferencia entre vocales (con resonancias formánticas más intensas) y
consonantes (con resonancias más débiles). El tono, según Navarro Tomás (1999:23),
no es sino «la altura musical de un sonido», y depende de la frecuencia de las
vibraciones de las cuerdas vocales (por tanto, a mayor número de vibraciones por
segundo, más agudo será el tono). Y la duración es el tiempo que perdura un sonido.
Diferentes técnicas y herramientas permiten estudiar hoy en día la dimensión
acústica de los sonidos: el oscilograma, que refleja la amplitud de un sonido en el
tiempo, el espectrograma, que muestra los formantes en el tiempo, etc.
De los conceptos fundamentales presentados en este apartado y en el de
Fonética articulatoria, se desprende el de base articulatoria de una lengua, que ha sido
definido por Quilis (1993:76) como «el conjunto de hábitos articulatorios y de
características acústicas que afectan a todos los elementos del plano de la expresión de
una lengua y le imprimen un carácter propio». Así pues, frente al inglés de base
posterior (porque presenta un mayor número de articulaciones en la parte posterior de la
cavidad bucal), decreciente (puesto que el esfuerzo articulatorio se produce al comienzo
de la sílaba y a este le sigue una relajación) y relajada (en cuanto a la poca energía
articulatoria empleada), el español presenta una base anterior, creciente y tensa.

2.3. Fonética perceptiva

La recepción de estímulos sonoros por parte del oído y la interpretación de los


mismos como parte del mensaje que el receptor tiene que descodificar en el proceso
de comunicación es el objeto de estudio de la Fonética perceptiva.
El pabellón auditivo (oído externo) es el encargado de recoger el sonido y de
conducirlo al oído medio donde la cadena de huesecillos lo amplifica para transmitirlo
después al oído interno, el cual lo transforma en impulsos nerviosos que finalmente
recibe nuestro cerebro. Los sonidos que el oído humano puede escuchar a partir de
este proceso se sitúan entre los 16-20 Hz y 20 KHz aproximadamente (umbral de
audición y umbral de dolor).
El receptor, como elemento activo de la comunicación, descodifica el
continuum lingüístico en tres etapas: segmentación de la cadena hablada en unidades
discretas, agrupación de esas unidades en otras mayores, y normalización para
afrontar la variabilidad de las producciones de una misma persona. Estas tres fases se
conocen también como audición, percepción y comprensión, respectivamente. Un
factor que ayuda a la descodificación es la redundancia, ya que esta facilita la

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comunicación frente a los elementos que la dificultan como son el ruido, las
interferencias, etc.
Desde una perspectiva auditiva las vocales son más sonoras y estables que las
consonantes y ayudan a la percepción de estas últimas.
La unidad mínima de percepción es objeto de controversia entre fonólogos y
fonetistas, que no se ponen de acuerdo en si se trata de una unidad temporal, del
conjunto de rasgos acústicos de un sonido, del fonema, de la sílaba, etc., unidades
que explicaremos en los siguientes capítulos.
Existen distintos medios para analizar la percepción, ya sea desde el punto de
vista anatómico, mediante audiometrías, o lingüísticamente con ayuda de distintas
pruebas. Variadas son también sus aplicaciones en las tecnologías del habla como,
por ejemplo, para la síntesis de voz.
A pesar de que la Fonética perceptiva cuenta con muchos menos estudios que
las dimensiones fonéticas que hemos visto anteriormente, el capítulo IV del Tratado de
Fonología y Fonética españolas de Quilis (1993) y el mismo capítulo del manual Los
sonidos del lenguaje de Gil Fernández (1988) ofrecen una completa caracterización de
la fisiología del oído y de las cualidades psicológicas de los sonidos.
Los procesos de producción, transmisión y percepción se complementan
mutuamente en la función del lenguaje desde sus orígenes (en el proceso de
adquisición de una lengua el bebé intenta imitar las características acústicas de la
señal que percibe y es esa misma percepción la que le permite corregir sus primeros
intentos de producción en el balbuceo).

3. La sílaba

El nivel más básico en el que se agrupan los segmentos descritos


anteriormente es el de la sílaba o «grupo fonético más elemental» en palabras de
Navarro Tomás (1918: 26). El estudio de la sílaba, junto al de los elementos
suprasegmentales o rasgos prosódicos, constituyen los capítulos de transición entre la
Fonética y la Fonología, puesto que ya presentan rasgos fonéticos, ya fonológicos.
A pesar de que la mayoría de los expertos aceptan la existencia de la sílaba
(por múltiples y diversas razones, como el reconocimiento de la misma por parte de
semianalfabetos), existen dificultades para definirla y la noción varía según sea el
punto de vista adoptado (fisiológico, articulatorio, acústico, etc.). No obstante, en un
intento por conciliar todas las perspectivas, Chlumsky (1935) concibe la sílaba como

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una unidad fisiológica caracterizada por una tensión creciente al principio y


decreciente al final; una unidad articulatoria que tiene un solo impulso de energía
muscular; una unidad acústica, ya que se trata de uno o más sonidos cuyo centro es el
máximo sonoro; una unidad dinámica, basada en un aumento y descenso de la
intensidad; y una unidad psicológica, de la que es consciente el hablante.
En cuanto a su estructura, pueden ser tres las fases que se suceden en la sílaba:
una fase inicial con segmentos de menor sonoridad, una fase nuclear constituida por el
pico de sonoridad, y una última fase en la que esta sonoridad desciende. José Ignacio
Hualde (2005:70) la describe como sigue «a syllable is formed by a set of segments
grouped together around a nucleus or peak of sonority, which in Spanish is always a
vowel […] The vowel constitutes the nucleus of the syllable and may be preceded and/or
followed by less open (less sonorous) segments within the syllable». De las palabras de
Hualde se desprende una nueva distinción entre vocales y consonantes dependiendo
del lugar que ocupen estas en la sílaba: en nuestra lengua solo las vocales pueden ser
núcleo silábico frente a otros idiomas, como el inglés, en que las consonantes líquidas
también pueden ocupar esta posición, por ejemplo:

(2) en la palabra little ‘poco’, el núcleo silábico de la segunda sílaba es la [l]

Ello no impide que la vocal que conforme el núcleo silábico pueda ir


acompañada de una glide en el caso de los diptongos, o de dos, como ocurre en los
triptongos:
(3) cielo (núcleo más glide) y averiguéis (núcleo y dos glides)

Estos esquemas fonéticos elementales aceptan diferentes clasificaciones


según distintos criterios. De esta manera, dependiendo del segmento final de la sílaba,
estas pueden clasificarse en sílabas abiertas, si acaban en vocal, y en sílabas
cerradas si terminan en consonante:

(4) poco (dos sílabas abiertas) vs antes (dos sílabas cerradas)

Si atendemos a la intensidad, las sílabas pueden ser tónicas, según Quilis


(2003:68) «si soportan la intensidad de la palabra», y átonas, «si el núcleo silábico no
posee una intensidad del mismo grado».
Los márgenes silábicos, como fronteras que delimitan dónde empieza y dónde
acaba una sílaba, pueden también inducir a una nueva clasificación. Si tenemos en
cuenta el ataque (segmentos que preceden al núcleo silábico como la [p] de poco) y la

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coda (sonidos que lo siguen como la [n] de antes), las sílabas se clasifican en: sílabas
formadas únicamente por un núcleo (V), por un núcleo y una coda (VC), por un ataque
y un núcleo (CV), por dos ataques y un núcleo (CCV), etc. Por ejemplo:

(5) y (V), os (VC), té (CV), pre (CCV)

La división silábica en español, tal y como aparece en la obra de Quilis


(2003), o las reglas de silabificación en términos de Hualde explican las
características y principios de agrupación de las sílabas en español. En este último
también se explican los procedimientos de resilabificación y algunos procesos de
reducción de palabras del español.
Finalmente, el interés fonológico que despierta la sílaba (que se comprenderá
mejor una vez explicado el capítulo VI, dedicado a la Fonología) radica en el número
de segmentos que la conforman (VC vs V), en el orden en que se presentan, o en la
capacidad de estos elementos para diferenciar significados:

(6) gato vs gasa (el cambio de una sílaba por otra conlleva un cambio en el significado
de la palabra)4. La prosodia

La descripción de los elementos fónicos de la cadena hablada puede darse


desde una perspectiva segmental, es decir, estudiando las características de vocales y
consonantes desde el punto de vista físico (articulatorio, perceptivo y acústico), y
desde una perspectiva suprasegmental, si nos centramos en lo que ocurre por encima
de ese nivel segmental en la concatenación de vocales y consonantes (es decir, lo que
ocurre en la sílaba, palabra, frase, etc.). Este nivel suprasegmental, de carácter
relativo, puesto que para su descripción deben ponerse en relación varios elementos
del enunciado (ya sean sílabas, palabras, grupos de palabras, etc.), también es
conocido con el nombre de prosodia y sus principales correlatos son: el acento, la
entonación y el ritmo.

3.1. El acento

Llamamos acento a la prominencia que pone de relieve una sílaba


diferenciándola de las de su alrededor. Dicha prominencia es debida a unos correlatos
físicos cuya prioridad para determinar el carácter tónico de una sílaba es motivo de
polémica entre lingüistas. Así, aunque la mayor parte de los fonetistas y fonólogos

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admite que son una mayor intensidad, una subida del tono o frecuencia fundamental y
una mayor duración o cantidad silábica los parámetros articulatorios y acústicos
causantes del acento, otros defienden la primacía de un solo factor: Navarro Tomás
(1918) considera que la intensidad es el correlato más importante (acento de
intensidad), Quilis (1993) señala la frecuencia fundamental como el índice principal, y
hay quien habla de duración e intensidad como factores determinantes. El artículo
«Fonética y Fonología del español en España» de Juana Gil y Joaquim Llisterri (2004)
recoge esta discusión con más detalle e incluye referencias no solo a trabajos
acústicos sino a estudios perceptivos con síntesis de habla.
En relación con el acento y junto con la diferenciación acentual de sílabas
tónicas y átonas mencionada en el capítulo anterior, pueden destacarse los siguientes
términos: acento léxico, como el acento que lleva una palabra, y acento de frase como
el que posee la sílaba de una palabra que pone de relieve una parte del enunciado:

(7) la sílaba fue del sintagma en las afueras, posee el acento de frase

En otras lenguas cabría hablar de acento primario y secundario en función de


la relación entre los diferentes acentos de la palabra.
Según la posición del correlato acentual, las lenguas pueden clasificarse en
lenguas de acento fijo y lenguas de acento libre. En las lenguas de acento fijo el
acento ocupa siempre la misma posición en las palabras, tal y como ocurre en francés,
cuyas palabras van siempre acentuadas en la última sílaba. Por el contrario, en las
lenguas de acento libre este se mueve ocupando dos, tres o más posiciones distintas.
En español, una lengua de acento libre, el acento puede ocupar hasta cuatro
posiciones dando lugar a la clasificación tradicional de las palabras en agudas, llanas,
esdrújulas y sobresdrújulas.
El tratamiento fonológico del acento, como en el caso de la sílaba, se debe a su
carácter diferenciador, reflejado, por ejemplo, en la capacidad de este para alterar el
significado de una palabra:

(8) término, termino, terminó

Entre sus funciones encontramos la función distintiva, que se ocupa de la


diferenciación anterior, la contrastiva, que distingue las palabras acentuadas de las no
acentuadas y la culminativa, que agrupa las sílabas inacentuadas en torno a las
acentuadas.

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3.2. La entonación

Por lo que respecta a la entonación, esta ha sido tradicionalmente definida


como la curva melódica derivada de las variaciones del tono o f0 que compone un
enunciado (variación de la vibración de las cuerdas vocales). A pesar de la aceptación
general de la melodía como el correlato acústico más importante de la entonación
(entendida esta como la sucesión de tonos distribuidos a lo largo del enunciado),
autores como Antonio Quilis (1993:416) opinan que, junto al fundamental, “la duración
y la intensidad también intervienen en la producción y percepción de la entonación”.
Otros como Juan María Garrido (2001) creen que además de la duración y la amplitud
segmental, las pausas o interrupciones del discurso también son importantes.
La función con la que se emplea el tono en una lengua determinada permite
establecer una división entre lenguas tonales, aquellas en las que el cambio de tono
provoca cambios de significado (como el chino), y lenguas de entonación o
intonational languages, según Hualde (2000:254), en las que la modificación tonal no
es distintiva sino que se usa con fines pragmáticos: «The use of pitch for pragmatic or
discourse purposes is known as intonation and languages, like Spanish and English,
which use pitch only as this level are referred to as intonational languages (as opposed
to tone langauges)».
Todos los enunciados poseen una entonación determinada y a la parte mínima
del enunciado dotada de una forma entonativa concreta y un significado diferenciado
se la denomina unidad melódica. Dicha unidad melódica coincide en español con el
concepto de grupo fónico, definido por Navarro Tomás (1918:30) como «la porción de
discurso comprendida entre dos pausas o cesuras sucesivas de la articulación», que
consta de varios grupos de intensidad. Quilis (2003) habla además del grupo de
entonación como el fragmento de discurso comprendido entre dos pausas o entre
inflexiones de la frecuencia fundamental. Un ejemplo tomado del propio Quilis
(2003:77) es la oración:

(9) Cristóbal Colón descubrió América

Esta oración constituiría un solo grupo fónico formado por dos grupos de
entonación: Cristóbal Colón y descubrió América. Una unidad menor es el grupo
acentual, definido como el conjunto de sílabas subordinadas a un mismo acento
principal. En el sintagma del ejemplo número diez, todas las sílabas se subordinan al
acento de la sílaba ña.

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(10) por las mañanas

Según Navarro Tomás (1944), en las unidades melódicas se pueden


diferenciar tres partes: la rama inicial, constituida por la parte del enunciado anterior a
la primera sílaba tónica; el cuerpo entonativo, que abarcaría desde la primera a la
última sílaba tónica, y la rama final, que iría desde la última sílaba tónica hasta el final
del enunciado. Y son los tonos finales de esta última parte, rama final, los que más va
a flexionar el hablante con valor distintivo. A estos se les llama tonemas (inflexión tonal
final). En español, el tonema puede descender (tonema de cadencia, según NAVARRO
TOMÁS 1944), puede ascender (tonema de anticadencia) o puede mantenerse (tonema
de suspensión). En la oración:

(11) Cuando acaben las fiestas del pueblo, volveremos a Madrid

encontramos un tonema de suspensión después de fiestas, uno de


anticadencia después de pueblo y el de cadencia después de Madrid.
Finalmente, la entonación es importante desde el punto de vista fonológico en
tanto que establece diferencias de significado, es decir, posee rasgos fonológicos
(capítulo VI). De esta forma, la función lingüística distintiva de la entonación permite
oponer un enunciado interrogativo a uno declarativo, por ejemplo:

(12) Más frente a ¿Más?

La función sociolingüística deja entrever el origen geográfico de la persona, y la


función expresiva, por ejemplo, denota afecto.

3.3. El ritmo

Es el ritmo el rasgo prosódico que estudiamos en la poesía y que puede


lograrse, por ejemplo, con el recurso literario de la aliteración, con versos de igual
número de sílabas, e incluso con pausas. Se trata, tal y como mencionan Gil y Llisterri
(2004), de una “organización temporal del habla”, puesto que se contempla como la
sucesión periódica de diferentes rasgos (ya sea de acentos, de número de sílabas, de
duración de las mismas, etc.).

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Según el ritmo, las lenguas pueden dividirse en lenguas de ritmo silábico (como
el español o el italiano) y en lenguas de ritmo acentual (como el alemán o el inglés).
En las lenguas de ritmo silábico la distancia entre acentos varía en función del número
de sílabas, aunque todas las sílabas tienen la misma duración (isocronía silábica). Por
el contrario, en las lenguas de ritmo acentual no todas las sílabas ocupan el mismo
espacio temporal, sino que algunas se ven reducidas en aras de que el acento
aparezca en intervalos de tiempo regulares.
Además de su dimensión fonética y como todo elemento suprasegmental, el
ritmo interesa a las distintas teorías fonológicas que tratan de establecer los procesos
fonológicos en los que este se ve envuelto y en los que se profundizará en capítulos
posteriores.

4. Alfabetos fonéticos

El hecho de que no se haya inventado aún un sistema de escritura que sea


capaz de transcribir de manera exhaustiva el habla no impide que existan modos de
reflejar en la escritura la forma en que se producen y articulan los sonidos. Nos
referimos a los alfabetos fonéticos, instrumentos que nos ayudan a representar los
segmentos gráficamente.
A pesar de que nuestro idioma está considerado como uno de los que mejor
representa el sentido biunívoco de la lengua (cada grafía se corresponde con un
sonido), existen desajustes ortográficos como el que se produce con la grafía g que
representa dos sonidos, [g] y [x]:

(13) sonido [g] en gato y [x] en gente

Este hecho, que no solo se produce en otras lenguas sino que puede darse a
mayor escala, puede dificultar la enseñanza de lenguas extranjeras. Con el objetivo de
intentar paliar, en parte, estos problemas surge en 1886 la Asociación Fonética
Internacional, que publica dos años más tarde un sistema de transcripción fonética
universal, el Alfabeto Fonético Internacional o AFI.
El AFI consta de unos símbolos que sirven para representar tanto la dimensión
segmental de una lengua, mediante consonantes y vocales latinas y griegas que
simbolizan la sonoridad o sordez consonántica (s sonora [z] vs s sorda [s]), o la altura
y la apertura vocálica ([e] para la e cerrada vs [] para la e abierta), como también la

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dimensión suprasegmental del habla, al transcribir, por ejemplo, el acento de una


palabra (situado siempre delante de la sílaba que lo posee):

(14) [‘kasa], casa

El Alfabeto Internacional incorpora también una tabla de diacríticos que aportan


distintos matices a los sonidos transcritos (por ejemplo, el diacrítico [˜], que colocado
sobre una vocal indica que esta se ha nasalizado, tal y como sucede con la a de la
primera sílaba de la palabra

(15) mamá [mã’ma]

Una máxima del Alfabeto es optar por la notación más simple posible y esta
solo se consigue utilizando el menor número de diacríticos.
En la transcripción fonética los sonidos se representan entre corchetes ([ ]),
frente a la transcripción fonológica que los aísla entre barras oblicuas (//). Existen dos
tipos de transcripciones fonéticas, la transcripción estrecha y la transcripción ancha.
En la transcripción estrecha se pretende reflejar toda la información fonética posible,
mientras que en la ancha solo se recoge la información distintiva de los sonidos (muy
similar, por tanto, a la fonológica).
Para la transcripción fonética del español, además del AFI, la Revista de
Filología Española creó un alfabeto fonético particular con símbolos propios (diferentes
a los del Alfabeto Internacional). No obstante, su uso se limita a la lengua española.
Entre las utilidades de un alfabeto fonético, además de su protagonismo en la
propia disciplina, se encuentran la de su empleo como herramienta en el campo de la
Dialectología o su necesario uso en el estudio de las patologías del habla.

5. Fonología

Según el suizo Saussure (1916), cuya teoría del signo lingüístico ya hemos
comentado, la lengua se diferencia del habla en que la primera es el código común a
unos hablantes que permite que estos se comuniquen y entiendan, y el habla la
manifestación concreta de esa lengua por parte de los hablantes. Si acudimos a esta
distinción no es sino para introducir el concepto de Fonología que surge de la mano de
los lingüistas de la Escuela de Praga, y que alude, según Núñez Cedeño y Morales-
Front (1999:1), al hecho de que «no toda variación fonética del habla es lingüísticamente
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relevante en la lengua». Baste un pequeño ejemplo para aclarar la cita anterior: si


comparamos articulatoria y acústicamente la realización de la primera b en la palabra

(16) boba

con la producción de la segunda (siempre al inicio de una producción o


después de pausa), observaremos que la primera es oclusiva y la segunda
aproximante (o fricativa en los manuales tradicionales). Sin embargo, esta doble
realización de la b en el habla como oclusiva y aproximante no es distintiva en nuestra
lengua y si quisiéramos pronunciar la segunda b también como oclusiva, lo haríamos
sin que se produjera un cambio en el significado de la palabra. Si, por el contrario,
decidiéramos cambiar la segunda b por el sonido [d] obtendríamos la palabra

(17) boda

un término con significado diferente. De estos cambios funcionales se ocupa la


Fonología.

5.1. El fonema

Del ejemplo anterior se deduce que b y d son dos unidades lingüísticas


distintas capaces de oponer significados. La diferencia entre ellas es pertinente o
significativa, frente a la diferencia existente en las dos bes de la palabra boba, que no
es relevante. Siguiendo este Principio de Pertinencia podemos deducir que el sonido
[b] posee una serie de características que lo diferencian del sonido [d] ya sea en
cuanto al modo de articulación, punto de articulación, posición en la cadena fónica
etc., y viceversa. Estas características dan lugar al concepto de fonema o conjunto de
rasgos distintivos de un sonido que permiten distinguir significados. Así, el fonema /b/
se diferencia del fonema /d/ en el rasgo distintivo que determina el punto de
articulación (bilabial para /b/ y dental para /d/).
No obstante, como ya hemos visto, un fonema puede tener varias
realizaciones: el fonema /b/ puede pronunciarse de modo oclusivo al comienzo de
emisión o después de pausa ([b]), o como aproximante en posición intervocálica ([β])
tal y como sucede en el ejemplo número catorce. A estas realizaciones de un mismo
fonema que no comportan diferencias de significado se las denomina alófonos (que en

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el ejemplo de boba se encuentran en distribución complementaria, ya que el modo de


articulación depende de su posición o contexto).
Por razones tan diversas como lo son las de tipo histórico, político, geográfico,
social o incluso de economía fisiológica, un fonema puede perder uno o varios de los
rasgos distintivos que lo conforman de manera que el fonema resultante acabe
coincidiendo con una unidad fonemática ya existente en la lengua. A este proceso se le
denomina desfonologización, y un buen ejemplo lo encontramos en la pérdida en ciertas
zonas de España de la lateralidad de la ll (lateral palatal en origen, /λ/) que acaba
pronunciándose como la aproximante palatal (/ј/, también considerada fricativa en los
estudios fonéticos tradicionales), perdiéndose así la oposición fonológica entre ambas:

(18) llave frente a mayo (con la desfonologización los dos sonidos acaban por
pronunciarse igual)

Al proceso contrario se le denomina fonologización y se da cuando las


variantes alofónicas de un solo fonema dan lugar a dos fonemas distintos. Así ocurrió
con el fonema latino /k/ que, a pesar de ser velar, admitía una pronunciación más
palatal seguida de las vocales anteriores [i] y [e]. Esta realización alofónica se convirtió
en fonemática en la lengua italiana, que mantuvo el fonema velar /k/ pero reforzó a su

vez la anterioridad surgiendo el fonema palatal /ʧ/:

(19) /k/ en capo ‘cabeza’ (< CAPUT) y /ʧ/ en citta ‘ciudad’ (< CIVITATEM)

Finalmente, si uno de los rasgos distintivos que conforman un fonema sufre


algún cambio (sea en el modo de articulación, en el punto de realización, etc.) y da
lugar a otro fonema, hablamos de transfonologización (tal y como le ocurrió al fonema
del español medieval /x/, primero articulado en la zona palatal [š] para después ser
articulado en un punto velar [x], es decir, un fonema se transforma en otro).

5.2. Oposiciones y procesos fonológicos

Un fonema puede reconocerse gracias al Principio de Conmutación, según el


cual si al sustituir en una palabra determinada un elemento por otro obtenemos un
cambio de significado (boba vs boda), estamos ante un fonema. A las palabras
resultantes de dicha conmutación se las denomina par mínimo y este comprende dos
unidades que poseen los mismos fonemas menos uno, el que los diferencia:

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(20) boba vs boda; casa vs cana; loca vs loba, etc.

La oposición existente entre estos dos fonemas (/b/-/d/) es, además de


fonológica, puesto que sus respectivos haces de rasgos conllevan una diferencia de
significado, una oposición paradigmática, ya que se establece entre un elemento
presente en la cadena fónica y otro virtual (en la palabra boba el fonema /d/ no esta
presente). Frente a la oposición, el contraste sintagmático se da cuando ambos
elementos están presentes (como el establecido entre la /o/ y la /a/ del ejemplo
mencionado).
Los conceptos de oposición y contraste así como los de nivel paradigmático y
sintagmático fueron introducidos por la Lingüística Estructural (representada en
España por ALARCOS LLORACH 1965), que consideraba que el valor del fonema venía
determinado por la relación de este con otros miembros de su misma categoría dentro
de una estructura o sistema. Al carecer el fonema de valor por sí mismo se establecen
relaciones de oposición entre fonemas dentro del sistema, oposiciones según la
relación entre los miembros, y oposiciones que pueden ser constantes o
neutralizables. En la oposición neutralizable un fonema pierde el rasgo distintivo que lo
diferencia de otro (el rasgo se neutraliza), de forma que ambos fonemas son
intercambiables en determinados contextos. Un buen ejemplo lo encontramos en:

(21) mar

cuya r final puede pronunciarse de modo suave como corresponde al fonema


/r/ (r simple), o con más énfasis con el fonema /ř/ (r múltiple), sin ocasionar diferencias
de significado. Resultado de esta neutralización es el archifonema, conjunto de los
rasgos distintivos comunes a los dos fonemas intercambiables.
Junto con la Fonología Estructural, otras teorías fonológicas como la Fonología
Generativa o la más reciente Teoría de la Optimidad han aparecido con el transcurso
de los años y han ido manifestando diferencias en el modo de explicar la organización
fonológica y las reglas y principios que rigen las representaciones de los fonemas (ver
«Un cuarto de siglo de Fonología española» de Gil Fernández, 2000).
Además de la neutralización, y debido en parte al contexto de aparición o
incluso al estilo de habla (coloquial frente a culto), el fonema puede sufrir otras
alteraciones que afecten a su realización; hablamos de los procesos fonológicos. Un
proceso fonológico muy extendido es el de la asimilación, mediante la cual un fonema

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adquiere o asimila rasgos de otro (como sucede con la nasalización de vocales


explicada en el capítulo V).

5.3. Fonología suprasegmental

Más allá del interés de la Fonología por los segmentos, en cuanto a que le
importan los rasgos fónicos que son distintivos (Fonología segmental), la Fonología
también aborda el tratamiento de la sílaba y el de los suprasegmentos por la
capacidad de estos para diferenciar significados (Fonología suprasegmental). Así, el
hecho de que una sílaba esté constituida por uno o varios fonemas manifiesta su
carácter fonológico. Por otro lado, es fonológica la distinción entre consonante y vocal
por la capacidad de esta última de funcionar como núcleo silábico. También lo es,
según Hidalgo y Quilis (2004:211), el orden en que aparecen los fonemas en la
estructura silábica, “dado que el carácter permanente o neutralizable de una oposición
fonológica dependerá del lugar que los fonemas consonánticos ocupan en la sílaba”.
En cuanto a los rasgos prosódicos, y tal y como veíamos en el capítulo cuarto, el
carácter fonológico del acento puede observarse en su función distintiva, que permite
diferenciar lingüísticamente dos o más unidades (ejemplo número ocho). También la
función lingüística de la entonación muestra la pertinencia fonológica en la diferenciación,
por ejemplo, de la enunciación afirmativa frente a la interrogativa (ejemplo número doce),
etc. Por otro lado, las distintas teorías fonológicas ahondan en el estudio de los
suprasegmentos no tanto en busca de sus correlatos fonéticos, sino en una indagación
lingüístico-psicológica de carácter más abstracto que tiene como objetivo establecer el
modelo entonativo de una lengua, por ejemplo, o determinar el procedimiento por el cual
se asigna acento a una sílaba determinada dentro de la palabra.
Finalmente, y al igual que la Fonética, el estudio de la Fonología resulta útil en
el aprendizaje de segundas lenguas (indagando, por ejemplo, problemas como la
sordera fonológica –dificultad para percibir sonidos de la L2-), así como en el análisis
de trastornos lingüísticos, ayudando a su identificación y transcripción. Por otro lado, la
Fonología es necesaria a la hora de explicar determinados procesos lingüísticos, ya
sean morfológicos (Morfonología) o sintácticos (Fonotaxis).

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6. Variedades lingüísticas

A veces un mismo código lingüístico puede realizarse de distintas maneras


dependiendo del lugar en el que se hable (diversidad dialectal), de las particularidades
del grupo social al que se pertenezca (diversidad social) y de la idiosincrasia o
características específicas del hablante (diversidad individual). Surgen así las
variedades lingüísticas como el conjunto de rasgos lingüísticos que caracterizan la
distinta realización de una lengua (el habla de Saussure y la actuación en términos
chomsquianos), según los factores arriba mencionados. La Fonética y la Fonología
juegan un papel fundamental en el establecimiento y descripción de dichas variedades
puesto que permiten identificar rasgos y procesos fonético-fonológicos que
caracterizan una variedad y, como tal, la diferencian de otra.

6.1. Variedades dialectales

Se considera variedad dialectal, diatópica o geográfica al conjunto de rasgos


fonético-fonológicos, morfológicos, sintácticos y léxicos característicos de la lengua
empleada por los hablantes de un determinado lugar. La disciplina que estudia este
tipo de variedades y las fronteras que las separan es la Dialectología.
Desde una perspectiva sincrónica se admiten como variedades dialectales del
español las del castellano hablado en la zona norte de la península (desde Asturias
hasta Aragón, extendiéndose a la zona central peninsular por Castilla la Vieja y
Castilla-La Mancha) y en la zona meridional o atlántica (que incluye el sur de España,
las islas Canarias y el español hablado en América). No obstante, las fronteras
lingüísticas exactas no existen y aunque se tracen isoglosas (líneas imaginarias que
marcan el límite entre dichas variedades), estas a veces se superponen delimitando
los dialectos o variedades de transición (en Extremadura y Murcia confluyen
fenómenos característicos de la zona norte, como la distinción entre /s/ y /θ/, y rasgos
típicos del español meridional como la aspiración de la [s] en posición de coda).
Al igual que sucede en la península, el español de América también presenta
variedades lingüísticas de tipo geográfico, de manera que podemos distinguir el
español de México del hablado en Paraguay, del español de Chile, del empleado en
Argentina, en el Perú, etc. Parte de sus diferencias fonéticas, morfosintácticas o léxico-
semánticas se explican por el influjo en cada uno de estos territorios de la riqueza
lingüística de las lenguas indígenas predecesoras (sustrato lingüístico) a saber, el

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náhuatl en México, el araucano en Chile, el guaraní en Paraguay y parte de Argentina,


el quechua en el Perú, etc.
Entre los manuales de dialectología que mejor detallan la fisonomía de dichas
variedades e indagan en la polémica sobre el dialecto peninsular que más influyó en el
español de América, se encuentran los dirigidos por Manuel Alvar (1996).

6.2. Variedades sociales

En cuanto a la diversidad social o variedad diastrática (también denominada


sociolecto) esta estuvo apartada de toda consideración lingüística hasta que un
discípulo de Saussure hizo hincapié en la necesidad de contemplar la relación
existente entre los niveles sociales y el habla o lenguaje de la comunidad lingüística
perteneciente a dichos niveles. Surge así la Sociolingüística como la rama de la
Lingüística interesada en estudiar la heterogeneidad de la lengua causada por el
estrato social y la cultura del hablante, más allá del oyente-hablante ideal postulado
por Chomsky (1963). Las principales causas de la estratificación social de una lengua
son las siguientes:

- El nivel sociocultural: las clases sociales con mayor acceso a la educación y a


la cultura conocerán mejor la norma culta y no caerán en los vulgarismos (por
ejemplo de tipo fonológico como el que refleja la pronunciación de

(22) Grabiel por Gabriel).

- La edad del hablante: es un factor determinante en la aparición de nuevos


sociolectos. De esta manera y frente al lenguaje de un adulto (mucho más
conservador), el habla de los jóvenes experimenta continuos cambios gracias a
procesos como el de la creación de palabras nuevas a partir de otras ya
existentes:

(23) profe por profesor

- El sexo del hablante: condiciona su manera de expresarse habiéndose


considerado tradicionalmente el habla de la mujer como una realización más
cuidada y correcta que la del hombre. El destacado sociolingüista López Morales
(2004:128-129) afirma que “la lengua refleja este hecho social: el habla de las

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mujeres no solo es diferente al habla de los hombres sino que es mejor


socialmente hablando”. No obstante, la incidencia sexual será mayor en las
comunidades en las que las diferencias entre hombres y mujeres sean más
acentuadas.
- Los grupos sociales específicos: ya sean los integrados por miembros que
realizan una misma actividad o por personas que se sienten diferentes a otros
grupos, pueden crear variedades sociales específicas, hablamos de las jergas. Se
trata de un concepto amplio que englobaría desde la jerga de un informático, a la
de un grupo social marginado cuya intención es la de ocultar el mensaje
transmitido (argot o jerga de los presos).

6.3. Variedades individuales

Cualquier hablante es consciente, aunque sea de un modo implícito, de que el


lenguaje utilizado por un joven estudiante cuando charla con un amigo debe ser
diferente al empleado por este cuando expone un trabajo en público o se dirige, por
ejemplo, a un profesor. A estos distintos usos del código lingüístico por parte de un
mismo hablante se les denomina registros o variedades diafásicas y, según López
Morales, «con excepción de los niños, algunos extranjeros y sujetos que hayan sufrido
daños en la corteza cerebral, todos los hablantes tienen acceso a más de un estilo
lingüístico, de un registro» (2004:135).
La elección por parte de un hablante de un registro u otro depende en gran
medida de tres factores: de la situación comunicativa en la que se encuentre
(condicionada por la finalidad, el campo y el entorno o marco social en el que tiene
lugar); del canal empleado (un registro más espontáneo apoyado en la paralingüística
aflorará en el medio oral, frente a una variedad más planificada y menos lineal en el
canal escrito); y de la relación que se mantenga con los interlocutores (también
llamada «atmósfera» y en cuya diversidad pueden distinguirse situaciones formales e
informales dependiendo de la jerarquía social de los interlocutores y del tono
comunicativo más serio o familiar dominante). El empleo de un registro (o idiolecto)
determinado permite al hablante adecuarse al contexto comunicativo.
Es conveniente añadir a la variedad diatópica, diastrática y diafásica de una
lengua, las variedades lingüísticas históricas que dicha lengua experimenta con el
transcurso de los años (la lengua empleada por Gonzalo de Berceo en cualquiera de
sus ilustrativos milagros dista considerablemente de la actual). Del estudio de estas
variedades se encarga la Lingüística histórica, que describe los cambios de las

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lenguas con el paso del tiempo. Parte de estos cambios son cambios fonéticos (no
ocasionan cambio lingüístico) y entre ellos encontramos, por ejemplo, la síncopa que
supone la supresión de un sonido en el interior de la palabra (CALIDUS > caldo).
Finalmente, y frente a los aires de fragmentación que pueden rodear al idioma
español debido a la multitud de sus variedades, a sus más de trescientos millones de
hablantes o a la ubicación de estos en distintos continentes, se aboga por la unidad,
porque tal y como señala Manuel Alvar en la introducción de su manual El español de
América (1996:14), «no somos extraños cuando podemos decir madre, árbol, cielo, río
y otros labios repiten madre, árbol, cielo, río y las palabras significan lo mismo».
Además de esta realidad existen procedimientos que ayudan a la integración
lingüística como la estandarización, mediante la cual los hablantes de las distintas
variedades consienten en el empleo de una de ellas como medio de comunicación, y
la normativización, gracias a la cual estos mismos hablantes aceptan un conjunto de
normas (que suelen ser establecidas por las gramáticas, por las ortografías o por las
academias de la lengua) para el uso correcto de la lengua.

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