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DE DESCARTES
Descartes fue uno de los grandes talentos de la humanidad en disciplinas tan distintas como
la matemática, la ciencia y la filosofía. Probablemente, su aporte no ha sido concluyente,
pero se puede decir que se dedicó a abrir caminos antes que a recorrerlos por completo.
Su primera vocación fueron la matemática y la geometría. Dos temas que dan la
tranquilidad de estar pisando terreno seguro, porque cuando se dice que algo es
matemáticamente exacto y cierto, tenemos pruebas que lo demuestran. Por lo tanto,
eliminamos las dudas respecto a lo que sabemos y cuanto no sabemos. Cuando estamos al-
canzando una conclusión podemos estar seguros de que llegamos a ella de manera adecuada.
Lo mismo ocurre con un teorema geométrico. Descartes se preguntó si esto mismo era
aplicable a todos los campos. Sabemos que existe la verdad, que habrá cosas, situaciones y
opiniones que corresponden mejor a la realidad que otras. Pero ¿cómo tener la certeza de que
lo que nosotros creemos que es verdad lo es auténticamente? Creemos que alguna cosa es
verdad, pero ¿cómo tener la certeza de que lo es? ¿Cómo sabemos que no nos engañamos?
El problema no es que exista la verdad, sino que nosotros podamos reconocerla, que en
nuestro pensamiento lleguemos a tener una visión, opiniones y doctrinas que respondan y
que nos tranquilicen dándonos la verdad de una manera indiscutible.
Esto fue lo que buscó Descartes a lo largo de su vida, fue una persona que anduvo por
la vida con discreción, se supone que por miedo a despertar la peligrosa atención de la
Inquisición (investigación). Vivió pensando por sí mismo y para sí mismo. Su legado nos
enseña que no nos podemos fiar de las autoridades, ni de la tradición, ni de lo que nos cuentan.
Tenemos que buscar la certeza a partir de lo que nosotros mismos podemos desarrollar.
Ninguna de las opiniones establecidas, por venerables y respetables que sean quienes las
sostienen, nos puede dar dicha certeza. Los medievales se contentaban citando opiniones de
Aristóteles y les parecía un argumento suficiente decir «Lo dijo el maestro» o incluso «Lo
escribió el filósofo». Descartes, inaugurando la época moderna, dice: No. No basta la
autoridad, no basta con la tradición. Hace falta que a partir de mi propio pensamiento yo
llegue a descubrir la certeza
La filosofía moderna, de la mano de Descartes, aparece con un propósito
aparentemente modesto: conocer cuál es el camino que se puede seguir para llegar al
conocimiento y a la verdad. La clave de su búsqueda es el método, que proviene de la palabra
griega methodos, que quiere decir camino, que es lo primero que busca Descartes. Un
sendero que nos lleve a ideas que nos resulten claras y distintas. No aquellas que están
confusas, que más o menos aceptamos al tuntún, sin verlas con precisión. Descartes, que
estaba reflexionando sobre muchos temas: físicos, astronómicos, fisiológicos, y matemáticos
por supuesto, organiza un discurso del método. Crea un planteamiento para estar seguros de
que hemos encontrado la verdad.
Teoría del Conocimiento de Descartes
El Método
Para Descartes existe un único saber. Las distintas ciencias y conocimientos no son más que
expresiones parciales de ese único saber. La unidad del saber permite a Descartes
considerar que ciencias como la Matemática o la Física son saberes con la misma naturaleza
que la Filosofía. Y, por tanto, si las ciencias progresan en el conocimiento, la Filosofía
también lo puede hacer.
El saber es único porque la Razón, es, a su vez, única. En razón a ello, él considera que si
hay un único saber y una única razón bastará, un único método para enseñarnos a usar
correctamente la Razón y alcanzar el conocimiento en el cualquier ámbito. El mismo método
debe valer para estudiar todas las diferentes manifestaciones del saber: Matemáticas, Física,
Filosofía, etc.
Para encontrar el método que dirija correctamente nuestra razón debemos primero, conocerla
En el estudio que realiza Descartes para conocer la estructura y funcionamiento de la
razón cree descubrir que nuestra razón tiene dos modos de conocimiento.
El primero sería la Intuición, donde el conocimiento es directo e inmediato (claridad y
distinción). El conocimiento que nos ofrece la intuición es la captación de conceptos simples,
que aparecen en nuestra misma razón (no vienen del exterior), y de cuya verdad no tenemos
ninguna duda. Todo nuestro conocimiento nace y se extiende posteriormente desde estas
primeras ideas simples (axiomas) captadas por la intuición.
La expansión del conocimiento es posible gracias al segundo modo de conocer que posee la
razón: la Deducción. La deducción “juega”, combina, encuentra conexiones entre los
conceptos simples y nos permite extraer de ellos nuevos conocimientos.
Una vez formulado el método sólo queda empezar a aplicarlo. Lo primero que incita
es a que dudemos de todo conocimiento hasta que demuestre ser evidente. Aparece así un
término fundamental en su discurso: la duda. Para encontrar esa primera verdad evidente, se
tiene que eliminar todos aquellos supuestos conocimientos, ideas y creencias de los que no
se posea una certeza absoluta. Por tanto, la duda metódica, se convierte en una herramienta
para encontrar certezas.
Tres etapas, distingue Descartes, en la aplicación de la duda.
En primer lugar, aplica Descartes la duda a los conocimientos o creencias que
provienen de los sentidos. Dando lugar a lo que se ha llamado la Falacia de los sentidos.
Los sentidos a veces se equivocan. Como ocurre por ejemplo cuando algún viajero sufre un
espejismo en medio del desierto creyendo ver un oasis donde no lo hay. Debe dudar de ellos,
el conocimiento que me transmiten no es evidente.
El segundo ámbito de la Duda afecta a aquello que consideramos comúnmente real.
A este nivel de la Duda lo denomina: la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño.
¿Podemos estar seguros de aquello que consideramos real? Ciertamente, hay ocasiones en
que en sueños se nos muestran hechos, de tal forma, que nos parecen verdaderos, reales. Hay
veces que confundo sueño y realidad. En consecuencia, no puedo tener una certeza absoluta
de las cosas que considero reales. Lo que tomamos por realidad es también dudable.
En último lugar, Descartes amplía los horizontes de la duda hasta los propios
razonamientos. De hecho hasta los más inteligentes pueden equivocarse al realizar
operaciones sencillas. Por tanto nuestros razonamientos no son del todo seguros. Estamos
siempre sometidos a la posibilidad de error. En su obra Las Meditaciones Metafísicas añade
otro motivo para dudar de nuestros razonamientos o de las ideas que creemos que son
evidentes: la Hipótesis del Genio Maligno. Hay ciertos conocimientos que consideramos
evidentes, como las demostraciones matemáticas (2+2=4). Pero, y si existiera un ser superior
a nosotros que se dedicara a manipular nuestra mente haciéndonos tomar por ciertos y
evidentes algunos pensamientos que en realidad no lo son. ¿Podemos demostrar que no existe
este Genio Maligno? No, entonces cabe la duda.
Descartes no pretende, en ningún momento, afirmar que todo lo que dicen los sentidos
sea falso, o que no existe la realidad, o que hay por ahí un Genio maligno manipulando
nuestras mentes, lo que pretende Descartes es, solamente, sembrar la duda, que no aceptemos
precipitadamente nada como verdadero sin antes haber comprobado su evidencia.
Descartes ha extendido la duda a todos los ámbitos del conocimiento buscando una
verdad evidente. Sin embargo, no ha obtenido resultados, solo duda. El fracaso, hasta el
momento, en esta búsqueda de la verdad evidente parece incitarlo al escepticismo (no es
posible el conocimiento).
Descartes se encuentra en una situación en la que duda de los sentidos, duda de la
realidad, duda de las demostraciones matemáticas, duda de todo. Pero en el hecho mismo de
dudar, ¿no hay ya una certeza? Es indudable que hay un yo, un individuo, que duda. Hay un
sujeto que duda y piensa (independientemente de que lo que piense sea erróneo). Ahora bien,
para pensar ¿no es necesario primero existir? Si no se existe no se puede dudar. Por tanto, no
se puede dudar de la existencia del sujeto que duda. De aquí extrae Descartes su primera
verdad, Cogito ergo sum, es decir, «Pienso, luego existo», él encuentra la primera verdad
evidente, capaz de resistir cualquier duda por radical que sea la base para construir todo el
edificio de la filosofía y deducir de ella todas las demás verdades.. Así, Pienso, luego existo,
se convierte en modelo de toda verdad, en criterio de verdad.
Las ideas innatas son una de las piezas clave del pensamiento de Descartes, y de todo el
Racionalismo. La creencia en la ideas innatas permite a los racionalistas concebir la
posibilidad de construir el edificio del conocimiento sin necesidad de recurrir a la
experiencia sensible.
Descartes se centra ahora en el análisis de las ideas innatas. Más concretamente presta
toda su atención a una de estas ideas: la idea innata de Infinito que Descartes equipara
con la idea de Dios. Infinito o Dios es una idea innata ya que no la captamos por la
experiencia, ni puede tampoco surgir de otras ideas, pues de lo finito, no puede nacer lo
infinito. A partir de esta idea innata de Dios, va a intentar probar, mediante tres argumentos,
la existencia de Dios.
1. Argumento Gnoseológico: Poseemos en nuestra mente la idea de Dios, esa idea es la
de un ser superior a nosotros. ¿Cómo puede estar esa idea en mi si yo soy un ser inferior
a ella? No podemos decir que ha surgido de la nada, pues de la nada, nada aparece, ni
tampoco podemos afirmar que salga de nosotros, pues de lo inferior no puede surgir lo
superior, de lo imperfecto no nace lo perfecto. Por tanto, la única respuesta posible es
que alguien la haya introducido en mí. ¿Quién? Pues un ser con una naturaleza tan
elevada como la propia idea en cuestión, es decir, Dios.
2. Argumento Causal: Yo conozco perfecciones que no poseo. Pero si yo existiera sólo e
independiente hubiera escogido para mí todas las perfecciones. Esto no es así, no poseo
todas las perfecciones. Por tanto, no soy la causa de mí mismo. Luego debe existir un
ser que posea todas esas perfecciones y del que yo dependa.
3. Argumento de San Anselmo u Ontológico: Todos los hombres poseen la idea de Dios.
Lo conciben como el ser más perfecto. Un ser así debe existir, pues si no existiera le
faltaría algo, no sería perfecto. Al ser perfecto no le puede faltar la perfección de la
existencia. Por tanto, Dios existe.