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El Hijo Unigénito

Jesús enseñó que Él era el Hijo Unigénito. Él


dijo:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que
ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo
aquel que en él cree no se pierda, mas tenga
vida eterna.
“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea
salvo por él” (Juan 3:16–17).
Dios el Padre afirmó esto. En la culminación de
la sagrada experiencia en el Monte de la
Transfiguración. Él declaró desde el cielo:
“Éste es mi Hijo amado, en quien me
complazco; a él oíd” (Mateo 17:5).
Jesús también enseñó que Su apariencia era la
misma que la de Su Padre; les dijo a Sus
apóstoles:
“Si me conocierais, también a mi Padre
conoceríais; y desde ahora le conocéis y le
habéis visto.
“Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y
nos basta.
“Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy
con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo,
pues, dices tú: Muéstranos al Padre?” (Juan
14:7–9).
Más tarde el apóstol Pablo describió al Hijo
como “la imagen misma [de la] sustancia de
[Dios el Padre]” (Hebreos 1:3; véase también 2
Corintios 4:4).
El Creador
El apóstol Juan escribió que Jesús, a quien él
llamaba “la Palabra”, “estaba en el principio
con Dios. Todas las cosas por medio de él
fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido
hecho fue hecho” (Juan 1:2–3). Por lo tanto,
bajo el plan del Padre, Jesucristo fue el Creador
de todas las cosas.
El Señor Dios de Israel
Durante Su ministerio a Su gente en Palestina,
Jesús enseñó que Él era Jehová, el Señor Dios
de Israel (véase Juan 8:58). Después, como el
Señor resucitado, ministró a Su pueblo en el
continente americano. Allí declaró:
“He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los
profetas testificaron que vendría al mundo.
“…soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la
tierra” (3 Nefi 11:10, 14).
Lo que Él hizo por nosotros
Hace muchos años en una conferencia de
estaca, conocí a una mujer a quien se le había
pedido que regresara a la Iglesia después de
estar alejada por muchos años, pero ella no
podía pensar en ningún motivo por el cual
debería regresar. Para animarla, le dije:
“Cuando considera todas las cosas que el
Salvador ha hecho por nosotros, ¿no tiene
muchas razones por las cuales volver a la
Iglesia para adorarle y servirle?”. Me
sorprendió su respuesta: “¿Qué ha hecho Él por
mí?”. Para quienes no entienden lo que el
Salvador ha hecho por nosotros, responderé esa
pregunta con Sus propias palabras y con mi
testimonio.
La Vida del mundo
La Biblia registra las enseñanzas de Jesús: “Yo
he venido para que tengan vida y para que la
tengan en abundancia” (Juan 10:10). Después,
en el Nuevo Mundo, Él declaró: “soy la luz y la
vida del mundo” (3 Nefi 11:11). Él es la vida
del mundo porque es nuestro Creador y porque,
por medio de Su Resurrección, se nos garantiza
a todos que viviremos de nuevo. Y la vida que
Él nos brinda no es solamente una vida mortal.
Él enseñó: “Y yo les doy vida eterna y no
perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi
mano” (Juan 10:28; véase también Juan 17:2).
La Luz del mundo
Jesús también enseñó: “Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no andará en tinieblas”
(Juan 8:12). Además declaró: “Yo soy el
camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6). Él es
el camino y Él es la luz porque Sus enseñanzas
iluminan nuestro camino en la vida mortal y
nos muestran el camino de regreso a nuestro
Padre.
Él hace la voluntad del Padre
Jesús siempre honró y siguió al Padre. Incluso
cuando era niño Él declaró a Sus padres
terrenales: “¿No sabíais que en los asuntos de
mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49).
“Porque he descendido del cielo”. Después
enseñó: “no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió” (Juan 6:38; véase
también Juan 5:19). Y el Salvador enseñó:
“Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6;
véase también Mateo11:27).
Regresamos al Padre al hacer Su voluntad.
Jesús enseñó: “No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en
los cielos” (Mateo 7:21). Él explicó:
“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios y en tu nombre
hicimos muchos milagros?
“Y entonces les declararé: Nunca os conocí;
apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo
7:22–23).
¿Quién entonces entrará en el reino de los
cielos? No solamente quienes hacen obras
maravillosas en nombre del Señor, Jesús enseñó
que sólo “el que hace la voluntad de mi Padre
que está en los cielos”.
El gran Ejemplo
Jesús nos mostró como hacer esto. Una y otra
vez Él nos invitó a seguirlo: “Mis ovejas oyen
mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan
10:27).
El poder del sacerdocio
Él dio el poder del sacerdocio a Sus apóstoles
(véase Mateo 10:1) y a otras personas. A Pedro,
el apóstol de mayor antigüedad, le dijo: “Y a ti
te daré las llaves del reino de los cielos, y todo
lo que ates en la tierra será atado en los cielos; y
todo lo que desates en la tierra será desatado en
los cielos” (Mateo 16:19; véase también Mateo
18:18).
Lucas registró que “el Señor designó… otros
setenta, a quienes envió de dos en dos delante
de sí a toda ciudad y lugar a donde él había de
ir” (Lucas 10:1). Después, esos Setenta le
dijeron gozosamente a Jesús: “Aun los
demonios se nos sujetan en tu nombre” (Lucas
10:17). Yo soy testigo de ese poder del
sacerdocio.
Guía por medio del Espíritu Santo
Cerca del final de Su ministerio terrenal, Jesús
enseñó a Sus apóstoles: “Mas el Consolador, el
Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi
nombre, él os enseñará todas las cosas, y os
recordará todo lo que os he dicho” (Juan 14:26),
y “él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13).
Guía por medio de Sus mandamientos
Él también nos guía por medio de Sus
mandamientos;por consiguiente, mandó a los
nefitas a que no tuvieran más disputas
concernientes a los puntos de doctrina, porque,
dijo:
“Aquel que tiene el espíritu de contención no es
mío, sino es del diablo, que es el padre de la
contención, y él irrita los corazones de los
hombres, para que contiendan con ira unos con
otros.
He aquí, ésta no es mi doctrina, agitar con ira el
corazón de los hombres, el uno contra el otro;
antes bien mi doctrina es ésta, que se acaben
tales cosas” (3 Nefi 11:29–30).
Centrarse en la vida eterna
Él también nos desafía a que nos centremos en
Él y no en las cosas del mundo. En Su gran
sermón sobre el pan de vida, Jesús explicó el
contraste entre el alimento mortal y el eterno.
“Trabajad, no por la comida que perece”, Él
dijo, “sino por la comida que permanece para
vida eterna, la cual el Hijo del Hombre os dará”
(Juan 6:27). El Salvador enseñó que Él era el
Pan de Vida, la fuente del alimento eterno.
Refiriéndose al alimento mortal que el mundo
ofrecía, incluso el maná que Jehová había
enviado para alimentar a los hijos de Israel en el
desierto, Jesús enseñó que quienes dependieron
de ese pan habían muerto (véase Juan 6:49). En
contraste, el alimento que Él ofrecía era “el pan
vivo que ha descendido del cielo” y Jesús
enseñó: “…si alguno come de este pan, vivirá
para siempre” (Juan 6:51).
Algunos de Sus discípulos dijeron: “Dura es
esta palabra” y desde entonces muchos de Sus
seguidores “volvieron atrás y ya no andaban
con él” (Juan 6:60, 66). Aparentemente no
aceptaron Sus enseñanzas anteriores que debían
“[buscar] primeramente el reino de Dios”
(Mateo 6:33). Incluso hoy, algunas personas
que profesan la cristiandad se encuentran más
atraídas por las cosas del mundo, las cosas que
mantienen la vida en la tierra pero que no
alimentan para vida eterna. Para algunos, Su
“Dura… palabra” aún es una razón para no
seguir a Cristo.
La Expiación
La culminación del ministerio terrenal del
Salvador fue Su expiación por los pecados del
mundo. Juan el bautista profetizó esto cuando
dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo” (Juan 1:29). Más tarde,
Jesús enseñó que “el Hijo del Hombre… vino…
para servir y para dar su vida en rescate por
muchos” (Mateo 20:28). En la Última Cena,
Jesús explicó, según el relato en Mateo, que el
vino que bendijo era “mi sangre del nuevo
convenio, que por muchos es derramada para
remisión de los pecados” (Mateo 26:28).
Al aparecer ante los nefitas, el Señor resucitado
los invitó a acercarse para que sintieran la
herida de Su costado y las marcas de los clavos
en Sus manos y en Sus pies. Él hizo esto,
explicó: “a fin de que sepáis que soy el Dios de
Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido
muerto por los pecados del mundo” (3 Nefi
11:14). Y, el relato continúa, la multitud cayó
“a los pies de Jesús, y lo adoraron” (versículo
17). Por ello, todo el mundo finalmente lo
adorará.
Jesús enseñó más verdades preciosas sobre Su
expiación. El Libro de Mormón, el cual brinda
más detalles sobre las enseñanzas del Salvador
y da la mejor explicación en cuanto a Su
misión, contiene esta enseñanza:
“Y mi Padre me envió para que fuese levantado
sobre la cruz… [para que] pudiese atraer a mí
mismo a todos los hombres
“…para ser juzgados por sus obras.
“Y… cualquiera que se arrepienta y se bautice
en mi nombre, será lleno; y si persevera hasta el
fin, he aquí, yo lo tendré por inocente ante mi
Padre el día en que me presente para juzgar al
mundo…
“Y nada impuro puede entrar en reino [del
Padre]; por tanto, nada entra en su reposo, sino
aquellos que han lavado sus vestidos en mi
sangre, mediante su fe, y el arrepentimiento de
todos sus pecados y su fidelidad hasta el fin” (3
Nefi 27:14–16, 19).
Y por lo tanto, entendemos que la expiación de
Jesucristo nos da la oportunidad de superar la
muerte espiritual que viene como resultado del
pecado y, al efectuar y guardar convenios
sagrados, obtener las bendiciones de la vida
eterna.
Desafío y testimonio
Jesús presentó el reto: “¿Qué pensáis del
Cristo?”(Mateo 22:42). El apóstol Pablo desafió
a los corintios: “Examinaos a vosotros mismos,
para ver si estáis en la fe” (2 Corintios 13:5).
Todos deberíamos responder a estos desafíos
por nosotros mismos. ¿Dónde depositamos
nuestra lealtad suprema? ¿Somos como los
cristianos de la memorable descripción del élder
Neal A. Maxwell que se mudaron a Sión pero
aún intentan mantener una segunda vivienda en
Babilonia?1.
No hay término medio. Somos seguidores de
Jesucristo; somos ciudadanos de Su Iglesia y de
Su evangelio y no deberíamos usar un visado
para visitar Babilonia o actuar como uno de sus
ciudadanos. Debemos honrar Su nombre,
guardar Sus mandamientos y “no [buscar] las
cosas de este mundo, mas [buscar]
primeramente edificar el reino de Dios, y
establecer su justicia” (Mateo 6:33, nota a; de la
Traducción de José Smith, Mateo 6:38).
Jesucristo es el Unigénito y Amado Hijo de
Dios; Él es nuestro Creador; Él es la Luz del
Mundo; Él es nuestro Salvador del pecado y de
la muerte. Éste es el conocimiento más
importante sobre la tierra y pueden saberlo por
ustedes mismos, como yo lo sé por mí mismo.
El Espíritu Santo, quien testifica del Padre y del
Hijo y nos conduce a la verdad, me ha revelado
estas verdades, y Él se las revelará a ustedes. El
medio es el deseo y la obediencia. En cuanto al
deseo, Jesús enseñó: “Pedid, y se os dará;
buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”
(Mateo 7:7). Referente a la obediencia enseñó:
“El que quiera hacer la voluntad de él conocerá
si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mí
mismo” (Juan 7:17). Testifico de la verdad de
estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.

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