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JOHN MILTON Y SU FILOSOFÍA SOBRE LA VIDA EN EL COSMOS

Chapter · November 2008

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JOHN MILTON Y SU FILOSOFÍA SOBRE LA VIDA EN EL
COSMOS

César Albornoz

Resumen
Hace tres siglos y medio, en 1667, John Milton publica El paraíso perdido, clásico de la
lengua inglesa y de la literatura universal. En varias partes del libro el autor reflexiona
sobre la vida en el cosmos a través de algunos de sus personajes: Eva, Adán y el arcángel
Rafael. Al secretario latino del consejo de Estado de Cromwell, los problemas referentes
a la astrobiología le interesaban tanto o más que los políticos.

Abstract
Three and a half centuries ago, in 1667, John Milton published Paradise Lost, a classic of
the English language and of universal literature. In several parts of the book the author
reflects on life in the cosmos through some of his characters: Eve, Adam and the
archangel Raphael. To the Latin secretary of the Cromwell Council of State, problems
concerning astrobiology interested him as much or more than politicians.

Por lo que parece, importantes figuras cercanas a Cromwell tenían en su mente la


curiosidad acerca de la vida en el cosmos. John Milton (1608‒1674), secretario latino
de su Consejo de Estado, en El Paraíso perdido, uno de los grandes poemas de la
literatura universal, refleja su inclinación científica sobre los temas cósmicos, presente a

1
lo largo de su obra, y que lo inquietaron, seguramente, desde sus años de estudiante en
Cambridge.
El Paraíso perdido lo había planeado algunos lustros antes de 1667, fecha en
que lo culmina y publica, y siendo como es obra de su madurez intelectual ─59 años
tenía entonces─ en ella se transparentan todas sus influencias filosóficas.
Chateaubriand, que hace un estudio detallado sobre este clásico de la literatura inglesa y
universal, afirma que de una lectura atenta se descubre que «Milton oscilaba entre mil
sistemas»: sociniano y arriano, es decir hereje, en problemas teológicos, platónico, en
cuanto a las ideas, pitagórico, en la armonía de las esferas, seguidor de Epicuro o
Lucrecio en su materialismo y explicación del origen de los seres vivos; y, finalmente,
panteísta o espinosista «de un carácter particular».1 Lo cierto es que, en varios pasajes
de ese drama cósmico que es El Paraíso perdido, el escritor y político inglés no pierde
ocasión de hacer alarde de sus profundos conocimientos científicos y de plantear, a
través de sus personajes, las grandes interrogantes que a los humanos formulan desde el
firmamento ese titilar de luces y fenómenos celestes, desde que tienen uso de razón.
Y si seguimos a Milton, resulta que las mujeres, siempre curiosas, fueron las
primeras en plantearse problemas ufológicos y de exobiología. Eva, antes que Adán,
lanza la gran pregunta de todos los tiempos, si acaso están habitados esos mundos arriba
en el cielo: «¿por qué brillan esas estrellas durante toda la noche? ¿Quién disfruta de ese
glorioso espectáculo, cuando el sueño ha cerrado todos los ojos?» Como ante las
preguntas difíciles el hombre no tiene la honestidad de decir al bello sexo que no sabe,
inventó el padre Adán la sofística para salir del aprieto, respondiéndole:

Hija de Dios y del hombre, Eva perfecta: esos astros tienen que recorrer su curso
alrededor de la Tierra, desde la noche hasta la mañana aparecen y desaparecen de
comarca en comarca, a fin de dispensar la luz destinada a las naciones que no han
nacido todavía, porque sería de temer que las tinieblas totales volviesen a ocupar
durante la noche su antiguo dominio, y extinguiesen la vida en la Naturaleza y en todas
las cosas.2

1
F. R. de Chateaubriand, “Estudio biográfico y Crítico”, en John Milton, El paraíso perdido, Aguilar
S.A. de Ediciones, Madrid, 1963, pp. 151-152.
2
John Milton, El paraíso perdido, op. cit., pp.291-292.

2
Salida de torero la de Adán, pues él mismo no está seguro de si hay otros seres
habitando otros mundos, prefiere la ambigua respuesta que la luz es obra de
infraestructura básica hecha por Dios, por si acaso, para futuros moradores del nuestro.
Lo que sí queda claro en la trama de Milton es que el progenitor de todos los
humanos no quiere quedar mal, si otra vez su compañera insiste con la pregunta. Apenas
tiene oportunidad, la traslada al arcángel Rafael, historiador del cielo:

Cuando contemplo esta maravillosa fábrica, este mundo, compuesto del cielo y de la
tierra, y calculo su magnitud, esta tierra es una mancha, un grano, un átomo, comparada
con el firmamento y con los innumerables astros que parecen recorrer espacios
incomprensibles (como lo prueban su distancia y su pronta vuelta diaria). Y, por
ventura, ¿esos orbes giran únicamente para distribuir la luz durante el espacio de un día
y una noche en derredor de esta tierra opaca, de esta mancha de un punto, siendo, por lo
demás, inútiles en toda su vasta misión? Cuando reflexiono en ello me causa admiración
muchas veces como la sobria Naturaleza ha podido cometer tales desproporciones;
como ha podido, con mano pródiga, crear los cuerpos más hermosos, multiplicar los
mayores para este único uso, según parece, e imponer a sus orbes tales revoluciones, sin
reposo, un día y otro repetidas. Y, entre tanto, la sedentaria tierra que podría moverse
mejor en un círculo mucho menor, servida por lo que es más noble que ella, cumple su
misión sin el menor movimiento, y recibe el calor y la luz como tributo de un curso
incalculable, prestado con una rapidez incorpórea; rapidez tal, que no podría apreciarse
ni aún con la reunión de todos los números.3

De la larga cita se desprende que Adán no sabía contar hasta 300.000, pero eso
no impide que intuya lo absurdo que resulta que toda la maquinaria cósmica gire
alrededor de la Tierra, siendo más sencillo que ésta gire alrededor de la estrella que la
vivifica. Es decir, deja planteado heliocentrismo versus geocentrismo, problema que

3
Ibíd., p. 406.

3
resolvió algunos milenios más tarde su descendiente Copérnico, mucho mejor
matemático que él, sobre quien no pesaba ya la prohibición divina de beneficiarse del
árbol de la ciencia.

La respuesta del divino historiador es una especie de prevención a la


incertidumbre que frecuentemente invadirá a los humanos ante la ausencia de respuestas
sobre la vida más allá de su planeta. Mejor dicho, las dudas que invaden al moderno
pensador inglés puestas en boca del arcángel Rafael, además del temor de defender la
teoría heliocéntrica que tantas contrariedades habían ocasionado a su amigo Galileo, por
quien profesaba un gran respeto, y a quien había visitado en su viaje por Italia:

¿Y si el sol es el centro del mundo, y otros astros, incitados por la virtud atractiva de
aquel y por la suya propia, giran en torno de él en diferentes círculos? … Y ¿qué sería,
si esa luz reflejada por la tierra a través de la vasta transparencia del aire fuera como la
luz de un astro con respecto al globo terrestre de la luna, y si la tierra iluminara a la luna
durante el día como esta ilumina a aquella durante la noche? Habría entonces una
reciprocidad de servicios, suponiendo que la luna tuviera una tierra, campos y
habitantes. Tu ves en ella manchas que parecen nubes; esas nubes pueden resolverse en
lluvia, y la lluvia puede producir frutos en el suelo reblandecido por la luna, para que
sirvan de alimento a los que allí estén colocados.
Tal vez descubras otros soles acompañados de sus lunas, comunicando la luz
masculina y femenina; porque esos dos grandes sexos fecundizan el universo, lleno
quizá en cada uno de sus orbes de seres vivientes. Porque el que tan vasta extensión de
la Naturaleza esté privada de almas vivientes; o que esté desierta, desolada, hecha
solamente para brillar, para pagar apenas a cada orbe una débil chispa de luz enviada a
tanta distancia , a este orbe habitable que le devuelve otra vez su luz, todo esto será
motivo de eterna controversia.4

4
Ibíd., pp. 410-411.

4
Mejor sería, le recomienda el contertulio celestial a Adán, que no se rompa la
cabeza tratando de descifrar los misterios divinos y disfrute del paraíso con que le ha
premiado Dios. Y del diálogo se colige que el primero de los humanos se resigna
─todavía no ha sido expulsado del Edén y no ha probado el fruto prohibido del árbol de
la ciencia─ y decide orientar sus disquisiciones filosóficas hacia reflexiones utilitaristas,
positivistas y pragmáticas, que en los tiempos modernos y contemporáneos tan bien
fructificarían como escuelas en la cultura anglosajona:

¡Cuán plenamente me has satisfecho, pura inteligencia del cielo, ángel sereno! Tú me
has librado de innumerables inquietudes: me has mostrado el camino más fácil para
vivir; me has enseñado a no interrumpir con mis vacilantes ideas la dulzura de una vida
de la que Dios ha alejado todas las inquietudes, ordenándolas que habitaran lejos de
nosotros y que no turbaran nuestro sosiego, a menos que nosotros fuéramos en su busca
con erróneos pensamientos y vanas nociones! Pero el espíritu, o más bien la
imaginación, está siempre predispuesta a extraviarse si no hay quien la sujete y se
entrega a errores interminables, hasta que advertida y aleccionada por la experiencia,
reconoce que la mayor no consiste en conocer ampliamente las materias oscuras, sutiles
o apartadas del uso, sino en el estudio de las cosas que se han puesto a nuestro alcance
merced a un uso diario: lo demás es humo, o vanidad, o loca extravagancia, que nos
hace inhábiles, ciegos en la práctica de los objetos más interesantes, y nos deja inciertos
e inquiriendo sin cesar. Así, pues, bajemos de esta altura, abatamos nuestro vuelo y
hablemos de cosas útiles que nos atañen; pues quizá al tratar de ellas encuentre ocasión
para dirigirte algunas preguntas que no tendrás por superfluas…5

A Eva, suponemos, le replicaría en un lenguaje no tan filosófico. Le habrá dicho:


¡ya déjate de hacer preguntas…de exobiología, de andar en conversaciones con la
serpiente y merodeando por el árbol del bien y del mal!
En fin, en varios otros pasajes de su famosa obra Milton hace alusión a la
posibilidad de la existencia de otros mundos y de vida en ellos. Unos pocos ejemplos.
En el libro primero, el príncipe de las tinieblas habla a sus huestes de millones
de querubines, dolidos por la derrota y su caída en el infierno, donde no se resignan a
permanecer. Para librarse de esa condena, el jefe de los demonios les informa en
consejo pleno que el Todopoderoso tenía desde hace mucho el proyecto de crear un
mundo y poblarlo con una raza «a quien favorecería con preferencia y al igual de los
hijos del cielo», por lo que hay que estar atentos porque allí «tendrá lugar nuestra
primera irrupción, aun cuando solo sea por explorar; porque este antro infernal no
retendrá nunca cautivos los espíritus celestiales ni el abismo les envolverá por más
tiempo con sus tinieblas». Bien enterado en asuntos cósmicos por su interés de trasladar

5
Ibíd., p. 412-413.

5
de morada a los suyos, o al menos llevar el infierno a sitio más placentero, les anticipa:
«el espacio puede producir nuevos mundos», y por lo mismo hay que estar atentos para
la guerra de su conquista.6
En el libro tercero, el antiguo preferido de Dios, en su afán de llegar a la Tierra
─más exactamente al paraíso terrenal─ cruza en raudo vuelo por innumerables estrellas
«que brillaban cual astros desde lejos, pero que de cerca eran semejantes a otros mundos
o a las islas dichosas, como los jardines de las Hespérides, famosos en la antigüedad;
campos afortunados, selvas y valles floridos, islas tres veces dichosas! Pero ¿qué ser
7
feliz habitaba en ellas? Satanás no se detuvo a averiguarlo.» Al no encontrar tan
fácilmente su objetivo, trata de sacarle algo al arcángel Uriel, con halagos que él sabe
manejarlos bien: «¡oh tú, el más brillante de los serafines!

Dime en cuál de esos orbes tiene designada el hombre su residencia, o si, no teniendo
morada fija, puede habitar a su antojo todos esos orbes esplendentes; dime dónde podré
contemplar, con un secreto asombro, o con una ostensible admiración a aquel a quien el
Creador ha prodigado mundos, y a quien ha dotado de todas las gracias, a fin de que
esta nueva criatura, como en todas sus obras, podamos ambos, como debemos, alabar al

6
Ibíd., p. 186.
7
Ibíd., p. 257.

6
Creador universal…»8 De lo transcrito se puede especular que para Milton cualquiera de
esos orbes serían habitables.
Cuando se refiere a la Luna Milton piensa que allí no habitan, como muchos
creen, las cosas vanas, las obras imperfectas o monstruosas de la naturaleza. En su
parecer, «los habitantes de aquellos campos argentinos son más verosímilmente santos
transportados o espíritus que ocupan el puesto intermedio entre la especie humana y la
naturaleza angélica»,9 y hace una larga descripción de todos sus posibles habitantes.
Así, varias de las elucubraciones cósmicas del poeta inglés, puestas en boca de
personajes de la mitología hebrea, entre las que merece anotarse aquella de anticipación
ufológica que sugiere una velocidad mayor a la de la luz, y que la denomina casi
espiritual (es decir, habría una espiritual superior aún), sin la cual no serían factibles
muchas de las obras del creador o de sus emisarios. Dice al curioso Adán el arcángel
Rafael, ese incansable viajero por la inmensidad del universo, compelido a cumplir
misiones sin número al servicio de su Señor:

En cuanto al inmenso circuito del cielo, en él está proclamada la magnificencia del


Creador, que le ha construido de tan vasta extensión y trazado sus límites tan apartados
para que el hombre pueda conocer que su morada no le pertenece, y que es demasiado
grande para que pueda ocuparla, cuando le basta una pequeña porción de ella; el resto
está destinado a usos conocidos tan sólo por el soberano Señor. Atribuye la celeridad de
esos innumerables círculos a la omnipotencia de Dios que puede dotar a las sustancias
materiales de una rapidez casi espiritual. Bien conoces mi propia velocidad; pues
habiendo salido esta mañana de la altura del cielo, donde Dios reside, he llegado al
Edén antes de mediodía, recorriendo una distancia que no se podría expresar con todos
los guarismos conocidos.10

Esa confidencia no contradice a la física moderna que ha llegado a establecer


que la masa de un cuerpo moviéndose a altas velocidades, como la de la luz, se
incrementaría inmensamente, impidiendo a los humanos utilizarlas para viajes
cósmicos, si no contrarresta ese efecto que en la práctica los aplastaría. Siendo
“espiritual”, es decir inmaterial, el arcángel del cuento no corría ese riesgo.

Lo que no se imagina Rafael son las pretensiones de los descendientes de Adán


del siglo XXI, empeñados en conquistar paulatinamente esas moradas que no les
pertenecen: que no se detendrán jamás hasta arrancar el secreto a la naturaleza, para
conferir a sustancias materiales la rapidez que dé a sus naves la velocidad adecuada para

8
Ibíd., p. 261.
9
Ibíd., p. 253.
10
Ibíd., p. 409.

7
sus lejanos vuelos. Aunque tengan que acudir a un nuevo Prometeo, o lleguen a
demostrar la factibilidad de utilizar los microscópicos agujeros de gusano, hipótesis
formulada por los físicos como autopistas alternativas para viajar a velocidades
superiores a las de la luz, haciendo realidad el sueño de cruzar los espacios siderales en
fracciones reducidas de tiempo. Volar con algún dispositivo de su tecnología como el
arcángel Rafael, quien en algunas horas desde la lejanía del empíreo ─que los teólogos
modernos lo ubicarán algo más allá de los 15.000 años luz─ hasta la Mesopotamia,
donde John Milton sitúa el Paraíso, será siempre tentador para los terrícolas.

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