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YVES M.J.

CONGAR

EL CONCILIO, LA IGLESIA Y "LOS OTROS"


Le Concile, l'Eglise et... "les Autres"; Lumière et Vie, 45 (1959), 69-92.

Las antiguas categorías de herejía, cisma, retorno, tienen un valor perenne; pero no
abarcan ciertos aspectos reales del mundo espiritual dividido, al que queremos asumir
cristianamente La condenación de la Reforma o de la ruptura de comunión entre el
Oriente y el Occidente romano puede ser un simplismo, a pesar de su profundidad. La
condenación no sabe qué responder a la pregunta: ¿Qué sentido tiene en el plan de Dios
esta gran escisión cristiana? Estas rupturas son de gran significado histórico para la
Iglesia católica. No basta sacar de esta realidad algunas proposiciones paró calificarlas
dogmática y canónicamente. La Reforma tiene un sentido histórico; y no se la puede
juzgar justamente sin un esfuerzo para comprenderlo. Hay que reconocer que la Iglesia
católica -si exceptuamos a unos pocos individuos- no ha hecho este esfuerzo.

Ciertas apologéticas han insistido: en que las grandes disidencias cristianas cayeron en
la esterilidad al separarse de la Iglesia madre, ¿es esto verdad? Las iglesias separadas
¿se han esclerotizado en el estado en que - estaban al desgajarse? Ciertamente no. La
apologética recalca su debilitamiento de mal en peor; pero la realidad, si se quiere ser
objetivo, también nos presenta otros aspectos positivos: frutos de evangelización,
pensamiento religioso, vida cristiana Cada vez es más imposible olvidar este haber
cristiano, para dedicarse a criticar ciertos empobrecimientos.

Para verlas cosas con una perspectiva real, no se pueden separar las disidencias
cristianas de un, todo circundante. Las grandes disidencias espirituales hay que
valorarlas, en su realidad y significado históricos.

Constitución de idos Otros"

Durante siglos la Iglesia católica , era el único universo espiritual de los hombrea.. Sólo
ella ofrecía el conjunto de ideas y valores que daban sentido al empeño del hombre
sobre la tierra. Mejor: durante mucho tiempo la Iglesia proporcionó a los hombres toda
la cultura, toda la esperanza, toda la belleza.

En estas circunstancias la Iglesia podía contentarse con existir en sí misma, sin


preocuparse mucho por los que se apartaran de ella. Al existir sólo en si, la Iglesia
juzgaba a los otros según sus normas, de un modo estricto y literal, sin otro diálogo que
la polémica y la apologética más o menos agresiva. Esto es legítimo, mientras se respete
la libertad personal. Pero los cristianos de hoy piden también algo más. Hoy los Otros
tienen una subsistencia independiente -no sólo negativa, como separados de la Iglesia-
sino positiva, como personas espirituales. Así pues, son interlocutores en el diálogo, aun
en materia religiosa.

La presente generación cristiana ha caído en la cuenta de la existencia de los Otros. El


cine, la TV, los viajes flan empequeñecido las distancias. El estudiante, el obrero, el
empleado, todo-tenemos que convivir con un protestante, un comunista o un indiferente.
Experimentamos la existencia de otros mundos espirituales, ajenos al, nuestro, que
también tienen sus valores. Este sentido de la existencia de los Otros da un sentimiento
dramático a la historia, que a veces falta en nuestra seguridad dogmática.
YVES M.J. CONGAR

El católico en diálogo

Los cristianos de hoy no piensan sólo en su Iglesia y su cristia nismo: también saben de
su relación con los Otros. Les parece que la Iglesia no puede contentarse con existir en
sí misma, sin preocuparse de. los otros hombres y de otros mundos espirituales; debe
existir como fuera de sí misma y meditar teológica, histórica; apostólicamente su
relación con los demás. Los católicos se escandalizan con frecuencia del
comportamiento de países donde se cree firme la unanimidad espiritual, y donde la
Iglesia, al gozar de prestigio y poder, presenta un rostro intolerante y solitario. Nos
molesta encontrar cristianos refractarios al diálogo.

La Iglesia es una institución sobrenatural de derecho divino positivo. No proviene del


mundo, ni es el órgano espiritual de los países de tradición cristiana. Pero, al mismo
tiempo, la Iglesia no existe sólo para sí -aunque exista en sí misma-; tiene la
responsabilidad del mundo; pertenece a su esencia el tener una misión, sobre él. El
Mundo y, la Iglesia no son sólo dos potencias independientes, sino que la Iglesia,
además, es responsable del mundo. La Iglesia no es sólo el albergue del Buen
Samaritano para el mundo herido, es también el Buen Samaritano en persona que recoge
al herido y lo transporta sobre sus hombros.

Así queda clara la inclusión en la perspectiva católica de la preocupación por los Otros.
Pero no entendamos mal esta misión salvadora, que no debe ser un simple salvamento,
sino que comporta comunión y diálogo. Se trata de reconciliación de hermanos
separados. La función del diálogo es aquí primordial.

La dialéctica de la Igle sia como orden sagrado aparte y como, responsable de los Otros,
explica un rasgo general en la Iglesia. Hay un balanceo entre concentración sobre sí
misma -o repliegue hacia la tradición-, y expansión -o iniciativa de cara al mundo-. Este
fenómeno se revela claramente en la historia de los concilios. En ellos la Iglesia se
reconcentra para interrogar a su tradición, pero a fin de responder a un problema del
mundo. Por, esto los grandes concilios han originado una renovación pastoral; por,
ejemplo, el IV Concilio de Letrán, el de Trento y el Vaticano I.

Los concilios

Los concilios son asunto de Iglesia. Un concilio es una asamblea de la Iglesia, de los
jefes espirituales en quienes se personalizan las diversas comunidades. Esta asamblea
formula la fe de la Iglesia, olas posiciones de la Iglesia en momentos de agitación de la
conciencia católica. El próximo Concilio será así. Sería quimérico pensar en una
asamblea de confrontación entre los católicos y los Otros.

El concilio muestra una faceta esencial de la Iglesia: la colegialidad. Pero la forma de


mostrar esta colegialidad ha variado a través de la historia: No hay una forma de
concilio que sea de derecho divino, ni siquiera de derecho apostólico.

Y aunque lo fuera, siempre al lado de lo sustancial e inmutable hay modalidades


históricas variables.
YVES M.J. CONGAR

La historia nos presenta diversos tipos de concilio. Desde concilios ecuménicos


convocados, y aun presididos, por el emperador, hasta conciliospuramente eclesiásticos
y dogmáticos, como el Vaticano I.

Ha, habido varios concilios de unión, más o menos afortunados. Por ejemplo, en el de
Ferrara-Florencia (1438-1439), hubo discusión dogmática de los puntos de discrepancia
entre orientales y latinos; fue un verdadero diálogo entre ambas jerarquías. Se trató a los
griegos de igual a igual; este hecho histórico encierra gran importancia.

Colegialidad de la Iglesia

¿Qué se puede esperar del Concilio Vaticano II, de cara al diálogo y la unión?

Este Concilio tiene una gran Importancia eclesiológica. Después de la promulgación del
dogma de la infalibilidad pontificia se pudo creer que en lo sucesivo el concilio carecía
de finalidad. Se podía creer que la conciencia de la Iglesia se construiría exclusivamente
a partir de Roma. Creo que toda la historia del catolicismo se caracteriza por un vaivén
entre dos polos: Papa y Ecclesia; pues bien ¿no podía parecer que el primer polo había
absorbido al segundo? ¿Tendría la vida de la Ecclesia una estructura de monólogo o de
diálogo?

Hay dos hechos complementarlos inseparables en la estructura de la Iglesia: la Jerarquía


y la Colegialidad. Pues bien, los concilios son una de las expresiones principales de esta
colegialidad. Así pues, el solo hecho de la convocación del Concilio actualiza este valor
en nuestra conciencia eclesiológica.

Pero además el Concilio puede corregir cierta unilateralidad en la teología actual De


Ecclesia. El Concilio Vaticano I sólo pudo tratar del, primado e infabilidad pontificios,
pero tenía preparado el material para tratar del episcopado y de las misiones. Parece que
el nuevo Concilio recogerá esta doctrina eclesiológica y la completara.

Una etapa hacia la unión

El Concilio se preocupará -según declaraciones oficiales- de estrechar la unión en las


filas de la iglesia católica, de purificar su vida, y adaptar su disciplina. Pero toda
eventual unión es inmatura; por esto el Concilio no será un concilio de unión, sino de
reforma intra-católica, previa a toda reconciliación. Esta perspectiva se acomoda
perfectamente a la ley de concentración seguida de expansión, que hemos señalado
como una constante de la historia de la Iglesia. Este horizonte de unión debe dirigir; el
desarrollo del Concilio, porque quien quiere un fin debe querer los medios que llevan a
él.

Esta perspectiva: de unión impone ciertas exigencias. Ante todo, que al recogerse la
Iglesia sobre sí misma, vuelva a su tradición más pura: bíblica, litúrgica, patrística;
excluyendo todo lo que, sin ser necesario, constituiría un obstáculo para el
acercamiento; por ejemplo, ciertos desarrollos mariológicos; que por lo demás no gozan
en la Iglesia ni de unanimidad ni de maduración suficientes. Además, este repliegue y
vuelta a las fuentes se debe orientar hacia el diálogo que luego hay que entablar; por
YVES M.J. CONGAR

esto hay que, pensar en los Otros desde el principio. Sólo si el Concilio se desarrolla
bajo la presencia moral de los Otros puede ser un acercamiento eficaz.

Para esto, se podrían tener en cuenta, en el Concilio, las posiciones y las experiencias de
los Otros, por medio de católicos bien informados; o mejor interrogándoles
directamente. El simple hecho de tener en cuenta sus experiencias en problemas que son
idénticos para la Iglesia católica y las protestantes, crearía una situación de diálogo con
nuestros hermanos separados, en vez de la actual situación de rivalidad.

Se puede esperar más. Se podría pensar en invitar a observadores cualificados de las


grandes confesiones cristianas, a quienes se pudiese consultar durante el Concilio, y que
inversamente informasen a sus amigos de la marcha del mismo.

Lo esencial no está en la forma externa, sino en el clima de confianza hacia los Otros; si
ésta falta, el efecto es contraproducente. Lo peor es una tentativa de conciliación
fracasada. Al presente el clima no es de confianza, ni por una parte ni por otra. Por esto
nos rodeamos de semáforos rojos y de Peligro de muerte.

La confianza implica un presupuesto fundamental: tratar a los Otros como a personas,


no como a objetos -objeto de estudio, objeto de sanción, o aunque sea objeto de interés-
No se trata de una amabilidad exterior; debe salir de dentro, y esto supone una
conversión del corazón. Diálogo y confianza son muy afines y exigen das mismas
condiciones.

Sería trascendental que, con ocasión del Concilio, la Iglesia católica, quizá por vez
primera en la historia; entrase en una estructura de diálogo. Evidentemente que sin
renegar de sus principios de existencia -que sólo pueden ser los del Evangelio-; esta
renuncia sería a fin de cuentas un modo de destruir el diálogo, porque no se puede ir al
diálogo sino siendo uno mismo. La Iglesia ¿no podría ser consciente de la existencia de
los Otros, mirándoles no como a adversarios o rebeldes, sino como a hombres que
preguntan? La ley del trabajo ecuménico es ésta: Somos herejes los unos para los otros,
y no obstante creemos que podemos hacer algo en común. Permaneceremos en diálogo
hasta que ya no seamos dos...

Tradujo y condensó: AGUSTÍN VALL

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