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Aprender implica reconocer que hay algo que no se sabe, que hay algo
que falta, requiere de una tolerancia narcisista que lleva a una
búsqueda: preguntas e inquietudes ligadas al origen, a la sexualidad;
que en sus comienzos fueron “respondidas” mediante el armado de
fantasías y teorías sexuales infantiles que recubrieron esa falta,
aunque sin satisfacerla totalmente. Estas teorías sexuales borran la
diferencia de sexos y mantienen cierta fantasía de completud. Solo
mediante una ruptura del narcisismo infantil puede inaugurarse la
investigación. Esto implicaría una ganancia en cuanto al saber, a
costa de alguna pérdida (fantasía de completud).
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Aprender requiere poder prestar atención (investir), desarmar el objeto,
investigarlo, mirarlo (pulsión de ver), apropiarse de él (pulsión de
apoderamiento), tocarlo, guardarlo en la memoria (inscripción),
elaborarlo (armado de circuitos representacionales nuevos) y pensar.
No es repetir automáticamente un conocimiento, ni copiarlo, es
“jugar” con el mismo hasta apropiarse de él.
Freud en “Tres ensayos de teoría sexual” dice que entre los 3 y 5 años
puede observarse en el niño una actividad ligada a la investigación,
que se adscribe a la pulsión de saber. Uno de los componentes de la
misma es la “manera sublimada del apoderamiento”, y el otro es la
energía que ofrece la pulsión de ver. “La pulsión de saber de los niños
recae (…) sobre los problemas sexuales” Temas como: ¿de dónde
vienen los niños?, teoría de la premisa universal del falo (castración),
concepción del acto sexual; ocupan la investigación infantil.
Algunos casos…
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Si aparecen como manifestación de una estructura neurótica se los puede
trabajar como síntomas (hay un fracaso de la represión y un retorno
de lo reprimido) o inhibiciones, buscando en la particularidad de cada
paciente las fantasías y representaciones subyacentes y
estructurantes de los mismos. En estos casos predominan las
formaciones del inconsciente, y el aprendizaje, la posibilidad de
preguntar e investigar aparecen sexualizados, ligados a lo
inconsciente.
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También he trabajado con pacientes que estaban sometidos a fuertes
mandatos superyoicos, por lo que le daban mucha importancia a la
mirada del otro y a su aprobación. Se mostraban como “buenos
alumnos”, eran “correctos” y obedientes, pero al momento de tener
que producir, aprender o jugar, ellos podían copiar pero no crear, y se
mostraban con pocas posibilidades de asociar, de representar y de
simbolizar. Se los observaba fuertemente inhibidos.
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Voy a relatar una viñeta, para ejemplificar lo que estoy diciendo. Un niño
llega al consultorio a los 10 años porque le va mal en la escuela. Llega
con el diagnóstico de ADD y con múltiples adaptaciones curriculares
que no han dado resultado “porque no para un minuto”. Su
hiperkinesia (correr y rebotar en las paredes, moverse sin parar)
aparecía cada vez que algo lo ponía contento, triste, o cuando tenía
alguna necesidad, como sed, hambre o ganas de hacer pis. Para este
niño, en un principio, no era posible asociar; por lo que el trabajo que
hicimos juntos, fue el de construir, el de poner palabras, el de armar
posibles escenas. Por ejemplo: “quizás te movés tanto porque tenés
hambre” o “quizás te re-enojaste con la maestra y en vez de decírselo
saliste corriendo del aula”. En muchas oportunidades en las que él
corría tanto que se golpeaba, tuve que construir bordes a partir de mi
propio cuerpo, sosteniéndolo cuando no podía parar.
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Por ejemplo: unos papás consultan porque su hijo de 10 años “no
aprende bien. No pregunta y cuando tiene que estudiar un texto lo
repite de memoria y se acuerda de pocas cosas. Tiene pocas
palabras”, dicen. Me cuentan que es adoptado, que lo sabe desde
chiquito, que ellos no tuvieron ningún problema en contárselo, “pero
qué vamos a hacer si nos pregunta, se va a querer ir a vivir con su
familia de allá, se va a enterar de que tiene otros hermanos”. Durante
los años trabajados con estos padres cada vez que el tema de la
adopción era tocado, ellos comenzaban diciendo que no había ningún
problema en hablar de eso, “pero que mejor que no pregunte ahora,
que pregunte a los 18 años y que ahí haga lo que quiera”. Al mismo
tiempo, cuando yo quería indagar las razones de la adopción, se
negaban a hablar de ello, como si fuera un secreto; generándome a
mí, contratransferencialmente miedo a preguntar, la sensación de que
si les peguntaba sobre eso iban a enojarse mucho y a cambiar de
tema rápidamente. Para Andrés, mi paciente, preguntar se tornaba
peligroso. Había saberes que se sabía que estaban pero se “hacía de
cuenta que no”. El acceso al saber estaba vedado, estaba prohibido
saber. Andrés no podía hablar abiertamente de sus orígenes si sus
papás no podían. Solo podía repetir lo que otros decían, con las
mismas palabras, repitiendo frases textuales; porque tener palabras
propias, preguntar y armar historias, ponía en evidencia la
problemática inconsciente de estos padres. Pareciera haber una
desmentida del tema: perciben la realidad traumatizante pero se
rehúsan a reconocerla.
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Trabajé en profundidad las modalidades de aprendizaje en la psicosis en un artículo anterior:
“Aprendizaje y estructura psíquica”, año 2006
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Que el psiquismo se vaya constituyendo de una forma u otra, depende
de muchas variables, entre ellas, la de la constitución psíquica de la
madre y la de la función paterna.
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Para ampliar sobre este tema, remitirse al concepto de “alienación” que trabaja Lacan en el Seminario
11.
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Pero para que pueda constituirse en sujeto debe realizarse otra operación
psíquica. La madre debe mostrar su falta, dejar ver que desea más allá
de su hijo3 . Aparece el padre, que le muestra al hijo que la madre
también mira para otro lado, que el hijo no la colma (el padre puede
ser un lugar, un tercero, no necesariamente tiene que ser el padre real,
puede ser un trabajo, hobbie, otros familiares, etc). Esto es lo que
permitirá que el niño se pregunte: “¿qué quiere ella?”, “¿entonces no
le alcanzo?”, “¿no soy todo para ella?”. Preguntas que decantarán en
otra que abrirá la puerta al propio deseo: “¿qué quiero yo?”. El niño
haciéndose esta pregunta se da cuenta que el otro no sabe, entonces
a esa falta, a ese no saber, le va a suponer algo: crea una respuesta.
Arma una ficción imaginaria sobre qué es lo que el otro pretende de
él.4 Esta distancia que se produce entre el deseo de la madre y el niño,
es lo que abre la puerta a los malos entendidos, a los juegos de
ocultación, a la posibilidad de mentir y engañar. El engaño es una
forma de faltarle al otro. Si un chico no tiene la posibilidad de engañar
a sus padres, si siente que tiene la obligación de decirles todo,
entonces no hay lugar para que se produzca el tiempo de la
separación.
Para que el niño pueda preguntarse tiene que haber una falta en la madre.
Si la madre se muestra completa (madres muy exigentes, madres
omnipotentes, mamás obsesivas, omnipresentes o que todo lo
saben), esta pregunta inaugural no se produce, entonces no se abrirá
la puerta al deseo ni al saber. Saber y desear implica soportar no ser
todo para el otro, no saber todo; es una herida narcisista, que si se
puede tolerar permite el pasaje del yo soy al yo pienso.
Es como si el niño dijera: “con estos significantes que vos me das voy a
armar mi propio juego”. El niño crea con lo que el otro le da.
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Para ampliar sobre este tema, remitirse al concepto de “separación” que desarrolla Lacan en el
Seminario 11.
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Se está hacienda referencia al “fantasma”, concepto lacaniano.
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De esta manera se abre la vía para poder jugar, y el juego es la vía para
aprender. El niño comienza a preguntar: “¿Por qué?”. Pregunta que
busca encontrar que el otro no sabe todo, que no está completo; y de
esta forma motorizar el propio saber. Es un tiempo en el que los niños
se hacen protagonistas de su búsqueda del saber. En realidad,
quieren saber lo mismo que temen saber: el saber en su versión
absoluta no está. Si el otro aparece como el que todo lo sabe, si el
otro es el saber; el niño no puede avanzar, no puede aprender, solo
puede ser para ese otro. Mientras el niño crea que es el objeto de
deseo de su madre no podrá abrirse el lugar para ninguna pregunta.
Solo cuando el deseo de la madre sea un enigma, el niño podrá
empezar a diferenciarse de ella y comenzará a preguntar.
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El bebé al tomar la teta, no incorpora solamente leche, incorpora miradas,
palabras, caricias. Esto permite la instalación de circuitos pulsionales.
La manera en que estas pulsiones se articulen, va a determinar cómo
se arma el propio cuerpo. La madre tiene que apostar a la existencia
de un sujeto cuando aun no lo hay. Cuando la madre le habla a su
bebé, se anticipa, le habla a alguien que todavía no está. La madre
debe hacer una apuesta a lo que vendrá.
Un niño puede jugar solo cuando habita su propio cuerpo. Para poder
jugar hay que poder fabricar un juguete, construir escenas que tengan
secuencias. Mediante el juego se trata de inscribir algo que quedó
más allá del principio de placer. Se hace un trabajo de elaboración.
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