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(distopía)
La salida
Si no hubiera sido por el punk, el rock, la droga y el sexo, me habría tirado de cabeza
desde alguna terraza de las casas que los ricos pobres de mi barrio construían para
arrendarle a pobres a bajo precio. Habría sido más agradable vivir en una tumba del
viejo cementerio del centro que vivir en esas frías cajas hechas de muros de bloque,
cemento barato y paredes sin pintar ni terminar. Y digo que me habría tirado de
cabeza para estallarme el cráneo contra el pavimento, porque no tenía una pistola.
Había nacido sin familia, mis papás no tenían en que caerse muertos, e hicieron lo
mejor por mí, o sea, largarse dejándome con el par de viejos que me criaron, mis
abuelos. Había estudiado en escuelas públicas donde los profesores odiaban en su
mayoría su trabajo por tener un sueldo de mierda, y nos daban de caridad mala
comida que los ricos regalaban. Un día me harté del podrido sistema educativo
dónde, esos mismos profesores que casi se morían de hambre pagando deudas por
sus estudios, nos vendían la idea de estudiar para llegar a tener una vida cómoda
de lujos gracias a la Doctrina del Progreso. Entonces me largué y conseguí trabajo
en una fabrica de botas de cuero negras para obreros de la construcción. Lo odiaba,
pero si quería drogarme y emborracharme necesitaba algún dinero. Si pienso que
me hubiera matado, no hubiera sido huyendo de la pobreza y la vida sin futuro, sino
porque la sociedad y la idea del Progreso me fastidian. Los pobres y los ricos, los
unos queriendo convertirse en los otros, y estos oprimiéndolos y huyéndoles. Pero
no quiero decir que era un infeliz, al contrario, vivir al margen sin que me importara
una mierda, comiéndome punketas y drogándome para escuchar rock duro, era
feliz. Y al contrario del resto, y de todo, me considero afortunado por querer ir en
contra de la Doctrina, por ser un marginal. Empecé a usar las botas de obrero que
hacíamos en la fabrica, porque tampoco tenía más que usar, y un buen día me las
amarré sobre mis pantalones bota tubo, y al pasar por un callejón del centro, un
grupo de punketos se me acercaron, me pidieron que me quitara las botas o me
iban a hinchar a patadas. Entonces los convencí de traerles a cada uno su par. Me
botaron de la fabrica por robármelas, pero así me aceptaron en su banda de adictos.
Y al final, la pistola que no tenía, me la dieron los dementes de la Resistencia, pero
la bala que quería poner en mi cabeza, terminé poniéndosela a John Stuart en plena
frente.
Cuando iba a terminar mi condena, me llevaron a los tribunales, me senté con las
manos esposadas en la espalda detrás de una mesa larga. El tribunal de justicia
penal era una pieza cuadrada con una hilera de ventanas altas por donde pasaba
algo de luz y donde solo se podría asomar la cara, cabían unas 20 sillas metálicas.
Tres sucios policías, les llamaban “Vigilantes de la Doctrina” me custodiaban. Debió
pasar una media hora hasta que el juez que iba a pronunciarse sobre el final de mi
condena entró acompañado de otros dos, venían vestidos de traje gris. Se sentaron,
el primero en medio de los dos que lo seguían, frente a mí en una mesa más
pequeña. Al sentarse la silla pareció desarticularse por su peso.
Veamos, señor… Syd Tarbert me echó una mirada acaba usted de cumplir
180 meses de una condena total de 183… tosió en la penitenciaria de re
adoctrinamiento para homicidas – dijo revisando un documento por encima de sus
gafas. Respiraba por la boca. Guardó silencio un instante sin quitar la vista del papel
y continuó.
Conducta regular adecuada… Ningún incidente de gravedad… agrado por la
lectura de las sagradas escrituras y la Doctrina. Puso el papel sobre la mesa y me
miró por un instante. ¿Considera usted que su tendencia a la violencia se ha
reformado?
Sí, señor dije.
¿Podría explicar el papel de nuestra Doctrina y de nuestras leyes en su
recuperación? inclinó su cabeza a un lado.
Sí, señor. Antes de ser re adoctrinado no sabía que matar a otra persona causaba
un daño irreparable al Progreso. Era incapaz de sentir compasión y empatía por
cualquiera y solo buscaba la satisfacción de mis deseos. Pensaba que la sociedad
era imperfecta, que hacía infelices a la mayoría de seres humanos para que unos
pocos fueran privilegiados con dinero y extravagancias de todo tipo mediante la
falacia de la corrupción y que por tanto la vida de los segregados era miserable y
no valía nada. Por eso asesiné al señor John Stuart, pues lo consideraba una
columna fundamental del Progreso. Gracias a la lectura y estudio de las sagradas
escrituras y textos versados sobre las bases del mercado, la economía, el progreso,
la selección social y la ley, ahora pienso distinto. Los 15 años de aislamiento y
reflexión me hicieron entender que yo era un marginado, que no comprendía la justa
organización social ni la ley divina, y que, si ciertos privilegios me habían sido
negados, fue por mi falta de conocimientos, educación y esfuerzo personal. Entendí
que si carecía de solvencia y oportunidades era por mi propia desidia y mera
haraganería. Y sobre todo entendí que privar de la vida a un congénere afecta
directamente la rueda de la economía y que la justicia humana está hecha para
encaminar o eliminar todo aquello que no corresponda a la ley divina, social y
económica dije como un completo cabeza hueca.
¿Volvería usted a asesinar? preguntó mirándome y respirando con fatiga.
Preferiría antes de romper el perfecto desarrollo social de nuestro Estado y la
cadena de la productividad, atentar contra mi propia vida respondí o que la ley
me la arrebatara si cometiera tal abominación. No merecería ni la libertad ni el
derecho a la vida. mi alma se cagaba de risa por dentro hablando así.
¿Qué hará usted al salir de nuestro centro penal de re adoctrinamiento?
Buscaré un empleo digno donde gane justo lo necesario para ir construyendo mi
propio proyecto de progreso, buscaré una compañera con quien pueda fundar una
familia para el agrado de los ojos del creador y divulgaré la sabiduría consignada en
nuestras sagradas escrituras y Doctrina allí a donde vaya y deba ser escuchada.
Sabía que lo quería escuchar. Siempre respirando fatigado por la boca, volvió la
mirada a los papeles y los firmó. Su silla traqueó como si fuera a romperse en
cualquier momento.
Un eco seco de los dos disparos resonó en mi cabeza durante un rato, debieron
escucharse en todo el edificio y la calle. Nevena tocó el botón de bajada del
ascensor al final del corredor, aunque el cacharro ya estaba subiendo. Le mostré
las escaleras, apostaba a que el arbitro y el vigilante de la Doctrina no estaban solos.
Más vigilantes deberían estar afuera esperando en un camión o subiendo en el
ascensor para tirarnos la red encima. Antes de salir a la calle quise echar un ojo
para verificar que podíamos salir sin ser vistos. Espera, le dije a Nevena y me asomé
por un lado de la puerta. Dos vigilantes se encontraban junto a un camión blindado,
atentos, con una mano apuntaban sus armas al aire y con la otra consultaban sus
teléfonos móviles. Uno de ellos miró hacia lo alto del edificio y le hizo un gesto al
otro, los dos se dirigieron a la entrada. Nos devolvimos sobre nuestros pasos.
Nevena me tomó de la mano y me llevó por las escaleras corriendo, tras nosotros
subió alguno de los vigilantes, pero no nos volvimos atrás, continuamos subiendo
rápido y en puntillas. Un viento helado nos regresó el aliento en la terraza, silbando
en nuestros oídos, abajo, el ruido del trafico, el claxon de los carros, un lejano ladrido
de perros y las luces de la ciudad aguardaban la lluvia de un interminable cielo
nublado sobre nosotros. Nos escondimos acurrucados detrás de cuatro tanques de
reservas de agua. Esperamos, pero nadie subió a buscarnos. Una fina llovizna
empezó a cubrir nuestro cabello y hombros. Me quité el blazer y me acerqué hasta
tocarnos con los hombros, la abracé protegiéndonos del agua y finalmente una
alarma nos alertó, me paré dejando mi chaqueta sobre ella para descubrir de donde
procedía sin atinar a identificarla. Nevena se levantó, se puso mi saco sobre sus
hombros y sacó su teléfono de la maleta. En la pequeña pantalla una luz roja se
encendía intermitentemente acompañada de un mensaje que decía Alto y un
mensaje imperativo que se escuchaba, Deténgase, los vigilantes de la Doctrina
vienen por usted. Precise indicaciones de su localización exacta.
Ya saben lo que hicimos. Dijo Nevena levantando su mirada hacia mí.
¿Qué mierda es eso?
Saben que estamos aquí, en el edificio continuó dentro de poco vendrán mas.
¿Qué? ¿Ese maldito aparato les dice donde estamos?
Cuando alguien comete una falta a la Doctrina, sirve para localizarlo. dijo y se
quedó pensando en algo. De inmediato sacó un pequeño estuche y lo cubrió.
Tenemos que deshacernos de esto dije quitándoselo de las manos. Quise
arrojarlo desde la terraza a la calle, pero Nevena me lo impidió. En el interior del
estuche seguían sonando la alarma y el mensaje acompañado por una intermitente
vibración.
¿Cómo lo paramos? le pregunté.
No podemos. respondió bajando la mirada hacia el estuche con el aparato. Quise
abrirlo nuevamente.
No, me detuvo no debemos activar la pantalla, después de varias alertas sin
respuesta la cámara empieza a grabar automáticamente para ayudar a localizar al
individuo de comportamiento erróneo.
¿Qué? ¿Cuál cámara? ¿No es un teléfono? ¡Que mierda se inventaron! ¡Apágalo!
No podemos, dijo hacerlo significa… hizo una pausa mirándome. La miraba
esperando que continuara.
¿Qué significa? insistí, pero no me respondió ¡En que puto mundo están
viviendo!
Si apagas tu dispositivo aceptas el comportamiento erróneo y el sistema te
identifica como prófugo de la Doctrina. dijo al fin.
Su pelo escarlata mojado por la llovizna se pegaba a sus mejillas, nuestra
respiración se dejaba ver en forma de vapor.
Lo he sido toda mi vida, nunca viajé al sur, estuve en prisión por quince años. Me
liberaron esta mañana dije.
¿Qué? ¿De qué hablas? me dijo mirándome a los ojos.
El mensaje siguió sonando en el aparato, me quitó el estuche con el traste espera,
no hables, el botón de apagado activará la grabación me explicó antes de sacarlo
con la pantalla hacia abajo. Mantuvo presionado un pequeño botón situado a un
lado del teléfono. Deténgase, deténgase, deténgase. Esta acción lo convierte en un
prófugo de la Doctrina, alcanzó a chillar el aparato antes de quedarse sin luz. Lo
guardó en la maleta, se cubrió de la lluvia con mi saco y se acurrucó en silencio
mirando el piso mojado.
Busquemos dónde pasar la noche, te contaré todo lo que pasó le dije. Ella asintió
y nos fuimos mirando por dónde huir hacia la terraza de otro edificio. Cruzamos de
terraza en terraza tantos edificios como pudimos. La llovizna lenta y constante había
emparamado todos los techos, haciendo lisas y encharcadas las superficies, estuve
a punto de caer en dos o tres ocasiones por los mocasines que llevaba, los pies me
dolían, recordé mis antiguas botas. En la terraza de un edificio que debía conducir
a la calle posterior encontramos una puerta abierta y entramos en él. Bajamos hasta
que encontramos un ascensor. En un par de minutos estábamos en la calle.
Caminamos como cualquiera bajo la noche mientras nuestra ropa se emparamó por
completo.
Entramos en un hostal, de esos donde los turistas sin plata y los vagabundos pasan
la noche en cuartos compartidos. Entendí a medias las palabras de un chino en la
recepción pidiéndonos una identificación. Le hubiera dado el salvo conducto de
libertad, pero suponía que nos caerían encima los sucios vigilantes de la Doctrina.
Nevena tampoco podía identificarse, éramos un par de gusanos arrastrándonos por
ahí. Llamé a Nevena aparte y le propuse convencerlo con algo de plata, ella me
explicó que el dinero físico ya no se usaba, a no ser que fuera en negocios ilegales
y lugares clandestinos, que solo teníamos transacciones virtuales, y que cualquier
movimiento electrónico que hiciéramos le daría nuestro paradero a las cucarachas
que nos perseguían. Solo le dijimos que alguien vendría por nosotros y nos
sentamos en un lobby de sillas rotas y sucias, él nos hizo un gesto echándonos con
la mano, luego se ocupó en un computador. Había olvidado por completo que esos
aparatos existían y ahora los encontraba hasta cuando me iba a echar una cagada.
Luego el chino habló en su idioma por teléfono sin quitarnos el ojo de encima. Paró
de hablar, salió del mostrador y nos echó gritando y señalando la calle con la mano.
El teléfono que había dejado en el mostrador volvió a sonar, maldijo algo que no
entendimos y se fue puertas adentro de la recepción. El lobby de ese cuchitril no
era precisamente un lugar acogedor, pero nos quedamos esperando que nuestras
ropas se secaran y descansando los pies. Enseguida entró un andrajoso cuarentón
cargando con una pesada maleta a las espaldas y arrastrando un ruido de botellas
en una lona tras de sí. Tocó un timbre electrónico en la recepción y, mientras
esperaba, del bulto sacó una botella de algún licor barato y se mando el último
sorbo. El chino se hizo esperar. Cuando volvió no necesitaron palabras para hacer
la negociación, el vagabundo le pasó una tarjeta bancaria al chino, hicieron la
transacción y escuchamos las botellas golpeándose entre sí mientras el viejo las
arrastraba hacia un viejo ascensor que abrió a patadas en las latas de las puertas.
Me quedé viéndolo hasta que las puertas se cerraron y sin darme cuenta al volver
la cara me encontré con los alaridos del chino, mandándonos al diablo, se me
acercó e intentó agarrarme del blazer por el hombro, pero me levanté y de un
empujón me quité sus garras de encima. Salimos y nos parapetamos en la entrada,
miré arriba las luces amarillas de los postes, la lluvia había arreciado y se veía caer
bajo las farolas. Quise fumar, pero no traíamos nada encima, así que miramos la
lluvia mojar las calles desiertas. El maldito chino volvió a aparecer detrás de
nosotros, con el palo de una escoba y su parla inentendible nos espantó como
cucarachas a la calle.
Tengo un amigo. dijo Nevena hablé con él cuando llegaste esta tarde. Vamos
allá. Moví la cabeza a un lado aceptando ir y caminamos mojándonos hasta que
sentí como chapoteaba el agua, con las plantas de los pies, dentro de mis
mocasines de ex convicto a cada paso. En una esquina, nos detuvimos frente a una
vitrina llena de botas de cuero Dr. Martens, decía la marca. ¡Nunca había visto unas
putas botas tan geniales en toda mi vida! Recordé las botas de la fabrica en cuero
que usaba antes de podrirme en la cárcel. Ni hablar mierda sobre comprarlas, ni
usar el dinero plástico de Nevena, ni la tienda estaba abierta. Busqué una piedra en
la calle, pero no encontré. Nevena me miraba. Me acerqué a un viejo banco de
madera y de una patada con el talón rompí una de las tablas y me la llevé. Miré la
vitrina y con todo el odio que reuní por no haber sido libre durante putos quince años
de mi vida le asesté un golpe al cristal en todo el centro como si le estuviera
rompiendo el cráneo al mismísimo creador de la Doctrina, el estruendo se fue al
fondo de la calle desde donde nos llegó su eco.
¿Qué diablos haces? ¿Estás loco o qué? ¿Quieres que nos atrapen? gritó
Nevena abriendo más sus enormes ojos marrones.
¡A la mierda el puto Progreso! le respondí. Me metí en la vitrina y agarré unas
botas rojo escarlata, tiré los mocasines y las medias que escurrían agua a la mitad
del pavimento, me las calcé, me quedaban una o dos tallas más grandes, pero
estaba bien, me las amarré metiendo las botas de mis pantalones dentro. Nevena
me miraba sin decir nada.
¿No te gustan? le pregunté. Se río. ¿Cuánto calzas? dije. Una alarma que
nos ensordeció estalló en la tienda. Me metí al fondo y de una estantería agarré
unas botas con motivos de flores, me parecieron de la talla de Nevena, y salí a
encontrarla. Corrimos escabulléndonos en medio de la ciudad.
Me desperté cuando Nevena se acomodó bajo una manta a mi lado, sentí su cabello
en mi cuello, puso su mano en mi pecho, las luces se habían apagado.
¿Aún estamos aquí? pregunté.
Sí me respondió en voz baja.
¿Qué vamos a hacer?
Dobromir va a crearnos dos identidades falsas, podremos usarlas para irnos de
aquí. Podemos pasar esta noche tranquilos aquí. no dije nada, pero sabía que el
bastardo no lo haría, teníamos que irnos rápido de ahí. Nevena se acomodó
poniendo su cabeza sobre mi hombro y pecho, sentí sus tetas en mi brazo, olí su
cuerpo y su pelo, y mi verga se puso dura tan rápido como un relámpago cae en el
horizonte. Duré quinces malditos años encerrado en ese hueco, ya había olvidado
que era sentir la infinita calidez de una mujer a mi lado. Acaricié su espalda, ella
respiraba cerca a mi oreja. Sentía la sangre caliente palpitando en mi verga. Busqué
su boca en la oscuridad, sentí su cabello en mis labios, la besé, pero ella se había
quedado dormida. Maldita sea, ahí estaba yo con mi exnovia de hace quince años,
acostada a mi lado dormida y yo con mi verga dura. Me abrí el pantalón y me
masturbé un momento, pero era ridículo. Tenía que pensar en otra cosa. Me levanté
tratando de no molestarla. El arma cayó de mi pantalón, me cerré el pantalón con la
incomodidad de tenerla dura. Recogí el arma y me quedé apuntando al suelo,
parado viendo la silueta de las caderas y el culo de Nevena en la oscuridad tendida
en el gran sofá. Estaba descalzo, pero no recordaba haberme quitado las botas, di
un paso y tropecé con ellas, me senté y me las puse con las botas del pantalón
dentro, las amarré ajustándolas bien. Atravesé la pieza, me golpeé con una mesa
en el centro y luego me estrellé con la esquina de una pared después de la que fui
por un corredor, al fondo tanteé lo que parecía una puerta, puse la mano en el
picaporte y la abrí, al abrirse las luces se prendieron como por arte de magia y sonó
música clásica que no reconocí. Dobromir estaba parado mirando por un ventanal
hacia la calle, se sorprendió al verme, levanté el arma y corrí hasta ponérsela en
medio de la frente.
Vas a ayudarnos a salir de aquí si no quieres que te exploté la cabeza y riegue
tus asquerosos sesos en medio de tu pulcro palacio burgués. dije.
No irán muy lejos, no se puede huir de la Doctrina alcanzó a decir, antes de que
le golpeara un pómulo con el arma. Chilló de dolor.
Agarra tu teléfono le ordené vas a decirles que nos llevarás a los suburbios
del norte. Su cara se había hinchado, buscó el aparato en una mesita al lado de una
cama que ocupaba un tercio de la gran pieza. Tecleó algo.
¿Qué mierda haces? pregunté.
Les envío una falsa ubicación al norte. dijo mostrándome el cacharro. No
entendía una mierda en la pantalla.
¡Llámalos! dije.
¿Para qué? preguntó.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! grité Eres el tercer imbécil de hoy esforzándose por
que le vuele el cráneo, vas a hacer todo lo que diga, así que marca un maldito
numero y habla con quien sea. dije apuntándole de cerca, viendo miedo en su
mirada. Marcó un numero y espero.
Comando dijo cuando alguien contestó al otro lado Hay un cambió de planes,
los llevaré a un suburbio en el norte, les enviaré nuestra ubicación. Guardó silencio
escuchando al otro lado. Le puse el cañón en el pómulo hinchado, quitó la cabeza
quejándose. Por favor, comando, yo estoy dirigiendo la operación, vayan allá,
adiós. cortó. Le quité el teléfono y lo estrellé contra la pared. La pintura del muro
se descascaró y el aparato cayó intacto entre los dos. Lo pateé a un lado, le quité
el seguro al arma y le disparé acercándome. El primer disparo falló y fue a parar en
los vidrios blindados de la ventana, entonces puse el seguro, me agaché y lo
destrocé con el culo de la pistola, al final lo pateé con el talón de mis botas como si
fuera la Doctrina. Nevena entró en la pieza.
¿Qué pasa? gritó ¡Syd, baja el arma! ¡No vamos a seguir matando a todo el
que se nos atraviese!
Tenemos que irnos dije este insecto nos delató.
¿Qué? dijo ella.
¿Cómo puedes confiar en esta basura? le reproché. Los dos se miraron, Nevena
reconociendo la cara del traidor. El pómulo del bastardo parecía que se iba a estallar
de la inflamación. Lo tenía completamente cerrado por el golpe.
Tenemos que irnos, dije Supongo que tienes una linda y cómoda forma de
transportarte, así que nos vas a sacar de aquí.
No tenemos a dónde ir dijo Nevena.
¡Eso lo decidimos después de deshacernos de este gusano! dije mostrándole la
puerta con la pistola. Nevena se calzó sus botas, se veía jodidamente hermosa. Al
bastardo de Dobromir no le deje buscar unos zapatos, así que salió descalzo en
pijama de seda. Bajamos por el ascensor directamente a los parqueaderos de un
sótano. El gusano se arrastró delante de mi revolver hasta un carro negro del que
era imposible mirar nada en su interior.
Siempre lo conduce mi chofer dijo.
Realmente te estás esforzando para que te explote el puto cráneo le dije
pasándome la mano desde la frente a la boca.
Watson puede encontrarnos con el internet del carro me advirtió Nevena.
¿Quién mierdas es Watson? pregunté por tercera vez esa noche.
Es un software creado por IBM, es como un asistente personal mundial alojado
en internet. Hace cualquier tarea que la gente le pida en el sistema. Explicó
Nevena.
Vas a darnos una maldita solución le dije a Dobromir poniéndole el cañón en la
frente.
Podemos apagarlo momentáneamente y conducir manualmente. Mi teléfono está
off line, Watson podrá rastrear cualquier recorrido que se haga cuando se encienda
nuevamente, pero para eso se necesita recuperar mis cuentas e identidad en un
nuevo dispositivo.
Bien, vamos le dije mostrándole el carro con el arma.
El gusano puso su mano en la manija de la puerta del conductor y se sentó al
volante. Nevena fue a su lado y yo me subí atrás poniéndole el cañón en la nuca a
nuestro chofer. Buenas noches Dobromir, ¿Cómo te encuentras en la madrugada
de hoy? Quieres indicarme a dónde nos dirigimos por favor y ¿Quiénes son nuestros
acompañantes? Hola ¿cómo están? habló Watson. Nevena se puso el dedo índice
en la boca pidiéndome que no hablara. La cordialidad de Watson empezaba a
patearme las huevas, pensé, si pudiera le partiría la cabeza, pero desgraciadamente
no tenía.
¡Hola cariño! dijo Dobromir, me pareció increíblemente estúpido. Watson río
No iremos a ningún lugar, solamente vinimos aquí para conversar un momento.
Bien, entiendo, pero quisiera conocerlos para brindarles mi asistencia. Además,
estoy preocupada por ti, he identificado un daño en tu dispositivo móvil. Dijo
Watson. Le empujé la cabeza con el cañón para que se deshiciera de esa jodida
presencia fantasmal.
¡Cariño! dijo el idiota Te quiero pedir que nos dejes a solas un rato, queremos
tener una conversación privada. Te llamaré cuando te necesitemos. Oh, entiendo,
lo siento, no olvides que estoy siempre a tu servicio. Mientras me voy, me ocuparé
en identificar las posibles soluciones al daño de tu dispositivo. ¡Hasta luego! dijo
Watson y las luces de los tableros del carro se apagaron.
¡Ahhh, gracias por mandar tu novio al infierno virtual! grite después de un largo
suspiro.
¿A dónde vamos? dijo el gusano.
Bien, Dobromir, ¿o novio de Watson, debería decir? ¿Cuánto llevan juntos? solté
la risa.
¿Qué hacemos? preguntó Nevena.
Hum, ¿Qué prefieres Dobromir, la ciudad o el campo? dije mirándolo por el
retrovisor. Veamos, ¿conoces el viejo cementerio del centro? Bien, vamos a dar
un paseo por ahí. No puedo ser tan amable como tu novio Watson, pero te mostraré
el camino a mi manera, ¿de acuerdo? dije y arrancamos.
¿Qué haremos? preguntó otra vez Nevena. tenemos que evitar avenidas
principales, para que los sensores de los peajes no lean las placas del carro.
Vamos a devolver un gusano bajo tierra dije sonriendo. Para salir del edificio
subimos cuatro niveles desde los sótanos, había perdido la noción del tiempo, pero
creía que estaba cerca de amanecer. Afuera, aún era de noche, no llovía más, pero
las calles estaban mojadas y las nubes se desplomaron en una niebla de película
que tapaba los rascacielos del barrio. Nevena fue mostrándome el camino, poco a
poco las grandes torres modernas fueron desapareciendo y empecé a reconocer
barrios más pobres en los que había estado alguna vez. Asquerosos vagabundos
dormían envueltos en sucios trapos sobre cartones en las calles, bajo los parapetos
de fachadas enmugrecidas por la miseria, el tiempo y la humareda de fogatas dónde
se calentaban indigentes, cubiertas de anárquicos grafitis sin sentido o carteles de
bares nocturnos. Sentía asco hasta vomitar por ese fétido basurero de la sociedad
sobre la que se paraba el Progreso. Llegamos al cementerio, dimos una vuelta y
fuimos hasta los muros de atrás, miré los vidrios de botellas rotas que les ponían en
el borde para que los miserables no se arriesgaran a morir desangrados si querían
pasar la noche en alguna cripta sin cadáver. Montones de basura reunida atraían
buitres carroñeros. Nos bajamos del carro, sentí el frio en la nariz, mis botas se
hundieron en la tierra y la mugre, empezaba a amanecer y la niebla se hacia espesa.
¿Te gusta este palacio, gusano? le dije a Dobromir. ¡Tírate al piso! Primero
se arrodilló mirando el cañón que le apuntaba. Al piso idiota repetí. Nevena se
me acercó al oído.
No lo mates. me pidió. La miré.
Solo quiero que se arrastre. Dije. Estaba tumbado con la panza en la tierra y las
manos apoyadas hacia al frente. Me agaché y le puse el cañón en el cogote
Arrástrate gusano. dije. No se movió. me levanté de un salto gritándole:
“Arrástrate”, y le pegué una patada que debió sentir en las tripas. Di un disparo a un
montón de basura y los buitres volaron despavoridos. Dobromir empezó arrastrarse
apoyándose en las manos y chillando.
¡Los gusanos no tienen brazos, idiota! le dije echandoselos hacia atrás con las
botas. Se movía como un gusano sin avanzar. Me reí, me reí y me reí. Me subí al
carro y me senté en el asiento del acompañante, le pedí a Nevena que viniera. Se
sento a mi lado frente al volante.
¡Nevena! ¡Nevena! gritó Dobromir. ¡Creé las identidades! ¡No me abandones!
suplicó.
¡Vamos! dije.
¿Lo vamos a dejar ahí? repusó ella.
¿Qué esperas? ¿Qué lo caputuremos y lo re adoctrinemos a mi manera?
¿A dónde vamos? preguntó.
Me gustaría emborracharme, quiero conocer ese bar clandestino, Erótica.
Nos miramos y sin decirnos nada más Nevena prendió el motor y nos fuimos.
Aunque ya había amanecido, estaba tan oscuro y gris que parecía que la noche aún
estuviera sobre nostros. Un aguacero torrencial se desplomó sobre el mundo.
7
Nos deshicimos del carro de Dobromir en un terreno baldio detrás de unos edificios
enegrcidos por la polución del centro de la ciudad. La lluvía se detuvo y nos dejo
bajo una bodeda gris de nubes amenazantes y una niebla helada. Fuimos
caminando por una avenida que no recordaba y atravesaba una zona de comercios
de todo tipo. Bajo una malla de puentes y cruces de carreteras, vimos los primeros
travestis vestidos con sus extrabagancias.
¡Baby! ¿Quieres que te la chupe? me gritó un transexual liberando sus dos
enormes tetas de goma de una minuscula parodia de chaqueta de Vigilante, se
veían hinchadas, brillantes y pesadas, parecian a punto de estallarse con la minima
presión de un roce, como si estuvieran repletas de agua y no pudieran contenerla.
Sus botas de cuero más altas de las rodillas, de unos quince centimetros de tacón
puntilla, la hacían ver unas dos cabezas más alta que yo. Le sonreí y seguimos de
largo, media calle más alla estabamos rodeados por una multitud de putas,
transexuales y travestis de todas las especies que conversaban entre ellas o con
tipos que las abordaban para negociar sus fantasias con ellas. Me sentí en un
planeta diferente habitado por razas hermafroditas y androgenas que respiraban
sexo por sus branquias, vestidas de cuero, latex y piel aceitada y brillante. Dos
extraterrestres venidos del planeta de la lujuria, con culos enormes y de caderas tan
hanchas como los oceanos que separan los continentes caminaban hacía nosotros,
la rubia tenía los labios en rojo encendido y una barba geometricamente razurada
en los bordes. Traía una especie de traje espacial que le apretaba toda la carne,
plateado y brillante en el que casí podia ver mi reflejo y terminaba en unos hombros
galácticos que solo me recordaban a David Bowie. La negra venía atabiada con
unas medias en látex blanco colgando de la cintura con ligueros. Un corto y áspero
pelo púbico tapaba su vulba desnuda. La rubia caminó de frente a mi y al pasar en
medio de las dos, pues sacaron a Nevena del camino, sin dejar de mirarme a los
ojos con una sonrisa, me apretó la verga por encima de la ropa, acariciandome.
Nevena y yo volteamos a mirarlas riendonos, el pelo de las dos, rozando sus muslos
se batía mientras caminaban. Cerca de ahí recostada en una pared, una mezcla de
vampierala y dominatrix fumaba marihuana hablando con una puta cuarentona.
Brusca, jalaba manoteando del cuello con una cadena un esclavo forrado en un traje
de cuero que le cubría todo incluida la cara, a exepción de un miembro grande y
escurrido saliendole de en medio de las piernas. En alguna otra dirección, me quedé
viendo un tipo de apariencia a lo Freddy Mercury, con el dorso y pecho desnudos,
metido en unos pantalones de cuero apretados y amarrados con un cinturon de
taches, besandose con una mujer que tenía un arnes de cuero del que salía una
dildo erecto. En otra esquina tres mujeres vestidas con trajecitos de Vigilantes le
apuntaban y disparaban a todo el mundo con pistolas de agua cuyos cañones eran
gruesos y venosos penes erectos blancos, negros, rosados, etc. En medio de tantas
y tan variadas especies sexuales, debiamos parecerles dos aburridos e inocentes
seres venidos del planeta Tedio. En fin, estabamos andando en medio de una jungla
sexual y, lo que mas me agradaba, era que ya no parecían ser excluidos confinados
a ocultarse en la oscuridad de la noche, ese amanecer también parecia un
amanecer de la consciencia de lo diferentes que podiamos ser. Recorrimos así,
entretendios en medio de todos esos aliens, dos calles más hasta encontrarnos otra
tribu, se trataba de unas ocho o nueve lesbianas, algunas de cabeza rapada, otras
con crestas que se sostenian tan alto como podían con geles y lacas, casi todas de
tetas planas o inexistentes bajo chaquetas de cuero falso o jean desgastadas,
algunas con lo ojos hundidos en carmines negros, con las piernas metidas en levis
501 o pantalones apretados y rotos y paradas en machacadas y rayadas botas
punkeras. Cuando me vieron empezaron a llamarme a gritos. “Ey, ey, niño bien,
¿qué busca?”, dos se nos acercaron, olían a mugre, tabaco y whiskey barato.
¡Entonces qué! dijo una ¿Qué quiere? ¿Acidos, pepas, blanca, bazuco?
¡Uy que botas tan heavy! ¿De dónde se las levantó? dijo la otra.
¡Venga, le doy lo que quiera por esas botas! ¡Pida las pepas que quiera! ¿O es
que le gustan las drogas de viejos? También le tengo baretica para que lo pegue.
Vamos a Erótica dije. La segunda solto una carcajada incoherente.
¡Ah, lo que quieren son putas! dijo y sacó la lengua y empezó a moverla a toda
velocidad de esquina a esquina de la boca como si le fuera a dar orgasmos a un
clitoris invisible y soltó una carcajada.
Venga ¿es que yo no le gusto? dijo la primera y se levantó una camiseta rota
que tenía mostrandome dos minusculas y bonitas tetas blancas que se erizaron con
el frio del amanecer, se me acercó y me lamió la mejilla con aliento de borracha.
“Hagale, vamos, le va a gustar, solo paseme las botas y le hago lo que quiera”, dijo.
La otra nos mostró un grupo de colegialas de piernas gruesas y tacones que
parecian venir del infierno o ir a él. “Qué, a este deben gustarle es las puticas bien
que le gustan a los señores”, dijo riendose la otra, se reía cada frase que decia.
Nevena me agarró del brazo, “estamos cerca, vamos”, dijo y nos fuimos y dejamos
a las punkeras gritándonos, ¡venga marica, no se vaya, lo que quiera se lo busco y
se lo hago! Saliendo del radio de las carcajadas de la otra, seguimos el rastro de las
colegialas, las ví entrar en una especie de mansión lúgubre esquinera sobre la que
se levantaba una torre negra gigante con un letrero de luces rojas que
relampaqueaban en medio de la niebla, Erótica, de lejos el lugar y el piso temblaban
por la musica que venia de adentro. Caminamos hasta las puertas que parecian las
de un castillo. Al pararnos frente a esas puertas de unos tres metros de altura, un
rock industrial nos empezó a atravesar los huesos, los muros retumbaban tanto que
pensé que el castillo podría derrumbarse en cualquier momento y no podría ver ese
espectaculo desde afuera, pero el corazón también me empezó a retumbar, así
debe sonar el rock, pensé, como un maldito edificio que se desploma. Las puertas
se abrieron como jaladas por cadenas y dos gorilas negros nos esperaban para
manocearnos buscando que llevabamos encima, me quitaron el arma y a Nevena
el teléfono celular. Me preguntaron donde tenía metido el mio, les dije que no tenía,
pero no me creyeron y me empujaron por detrás a una pared, me abrieron los pies
a patadas y me metieron las manos casi en el culo buscando un puto teléfono. Me
hicieron quitar las botas y las revisaron. Me dijeron que la gente sin teléfono no
exisitia y que era sospechosa. Cuando el gorila me pidió explicar porque no tenía y
sí tenía un arma, dije que me compré el arma con el puto teléfono, al fin y al cabo el
apocalipsis se acercaba, se rió y nos preguntó que veniamos buscando, ¡lo que todo
el mundo, droga, alcohol y putas! dije. Al final, les valía mierda y las únicas leyes
trás esas puertas, eran no usar los teléfonos para que nadie puediera ponerse en
contacto con Watson y no estar armados, entonces nos dejaron entrar. Adentro, no
era muy diferente de lo que me esperaba encontrar, una gran variedad de putas
para todos los gustos, altas, bajas, delgadas, gruesas, blancas, negras, etc.
practicamente sin ropa, y fracasados y solitarios sentados por todo el lugar
conversando con ellas. Nevena era la única mujer, vestida y no puta, y por eso
caminamos con las miradas encima hasta dos butacas altas que rodeaban una
tarima donde se levantaban tres barras metálicas hasta el techo. Nos sentamos y
entonces el show empezó. ¡Desde el infierno, la lasciva: Eniko! dijo una voz ronca
de cantante de banda metal, que no canta, sino que grita y nos quedamos en una
profunda oscuridad, empecé a escuchar un sonido eléctrico que me hacía pensar
en dos aros girando el uno encima del otro en medio de la nada, un loop infinito
acompañado de un zumbido agudo que iba y volvía me transportó al espacio, un
estruendoso acorde en una bateria se repitió y las guitarras eléctricas se estrellaron
en nuestras cabezas como misiles en un bombardeo mientras que cuatro lanza
llamas escupieron fuego como dragones desde los lados de la tarima. Y en medio
del fuego apareció Eniko, caminando en tacones y bragas negros y una chaqueta
de cuero corta sobre su ombligo, como una asesina con una sierra electrica hacia
nosotros para acabar con nuestra jodida vida, los lanza llamas dejaron todo en las
tinieblas, y cuando volvieron a escupir fuego, Eniko se lanzó al suelo de rodillas y
de un jalón se arrancó la chaqueta de cuero que le forraba las tetas y los hombros,
la tiró tras de sí y se puso a cuatro patas acechando como un felino hasta la última
barra de acero sobre la tarima, la trepó como una serpiente enrollandose en un árbol
y cuando estaba en la cima se liberó de las manos y acarició toda su piel quedando
de cabeza enganchada de sus piernas a la barra como un murciélago, se arrancó
las bragas y abrió los brazos como un ángel caído. Así se dejo escurrir lentamente
por la barra hasta que toda su espalda estaba en el piso y sus piernas largas
pegadas al tubo se ensanchaban hasta unas caderas y culo inmensos. Fue como
un relámpago que me atravezó la columna. El escenario se quedó oscuro otra vez,
y la endiablada y genial música de Rammstein se acabó dejando un silencio de
sordo y una ola de aplausos, gritos y chiflidos. Cuando las luces volvieron sobre la
tarima, Eniko estaba parada en unos muslos gruesos de tensionados músculos,
unas piernas largas que terminaban en tacones negros, sonriendo y mandando
besos a todas partes, los hombres tiraban billetes a la tarima o le pedían acercarse
para cogerle las piernas o las tetas, pero ella los empujaba. Cualquiera de nosotros,
los sin futuro, matariamos por Eniko, pensé. Recogió una buena cantidad, me
acerqué a Nevena y le grité si allí se pagaba con dinero liquido, me explicó que en
los bares clandestinos las transacciones no eran virtuales, lo que yo ya suponía. La
Diosa en tacones se puso la chaqueta de cuero sin abrocharsela y con las bragas
en la mano bajó ayudada de viejos lascivos por una escalera al lado de la tarima
mientras el rock industrial de Marilyn Manson empezó a sonar. Varios hombres la
detuvieron para hablar con ella al oido, Eniko los escuchaba y se deshacía de ellos,
todos se la querían tragar. “Ya vuelvo”, le dije a Nevena y me fui detrás de la striper
vestida solo con sus tacones y chaqueta, me fijé en lo largo que tenía el pelo y lo
negro que se veía bajo esas luces. Antes de que se metiera por unas escaleras que
debían conducir al segundo piso del castillo, la agarré del antebrazo.
Hola, le dije Soy Syd. No sabía que le iba a decir, sabía que también quería
deborarla como un canival.
Hola, baby, respondío Esta noche no puedo, uno de los señores está aquí,
soy suya. Pero cuando quieras puedes volver, aquí estaré dijo. No la solté.
¿Uno de los señores? pregunté.
Spencer Herbert, ¡es uno de los grandes! Yo soy suya, todas somos suyas dijo.
¡Quiero que seas mia! De nadie más. le dije. Se rió. Hablo en serio dije.
¿Quien eres tú, Syd? preguntó.
¡Soy un pobre diablo! Pero maté a John Stuart dije.
¿Quién es ese? preguntó bueno pareces un niño jugando a ser un punk malo
se burló ¡Me gustas! Vuelve cuando ninguno de los señores esté.
¿Puedes llevarme a él? Quiero verlo le dije, le había soltado el brazo y agarrado
la mano. Soltó la risa.
Nadie puede verlos, solo nosotras, porque somos suyas.
Puedo sacarte de aquí, si quieres, ayudame a verlo le dije, pero volvió a reirse.
No necesito que me saques de aquí, puedo irme sola cuando quiera dijo
sonriendo y mirándome. Miró las escaleras arriba y pensó en algo. Ven conmigo
resolvió. Subimos a un segundo piso, no se veía ni mierda, salvo por unas
hediondas luces de colores que tiraba una de esas viejas esferas decorativas de
espejos en medio de humo de marihuana, cigarrillo y tabaco. Había más mujeres
ahí, caminando desnudas en tacones, con arneses, corsets, gargantillas y mascaras
de cuero, taches, algunas caminaban con fustas y latigos, también había travestis y
transexuales con sus enormes tetas y culos repletos de caucho, unos estaban
erectos y andaban amenzantes con sus vergas fumando y llevando botellas de trago
en medio de sofas de cuero y mesas bajas, otros tenían consoladores y dildos
gigantes con los que jugaban golpendose y chupandolos. Eniko me metío en una
pieza diminuta donde solo cabiamos los dos, sentí sus tetas en mi pecho, y luego
cuando se voltió buscando algo en unas cajas, me rozó la verga con su culo, se me
puso dura de una. Se volteó y me dio una mascara de cuero, tenía una cremallera
en la boca y me dejaba el pelo por fuera. Casi no podia respirar, abrí la cremallera
de la boca. Me empezó a quitar el blazer, la camisa y la corbata. Me dejo con la tripa
y espalda desnudos, y me echó un aceite que me dejo el cuero brillante. Me miró
las botas y el pantalón, me pidió que me las amarrara entre el pantalón, me agaché
y lo hice, miré hacia arriba y le miré la vulba, la verga se me puso mas dura que
nunca. Me levanté frente a ella, ella se volteó a buscar algo más y sacó unas tirantas
de cuero con tachuelas que me puso sobre los hombros y me abrochó al pantalón,
me miró el bulto ahí abajo, me bajo la cremallera y me lo sacó. ¡Perfecto! Vamos a
fuera, puedes caminar por ahí bebiendo y puedes verlo de lejos, ¡vamos! dijo y
abrió la puerta rozandome la verga con los muslos.
No, ¿qué te pasa? ¡No voy a salir así ahí! dije y me la guardé mientras ella se
reía. Aunque estaba tremendamente buena, Eniko se reía por todo, empezaba a
molestarme. Salimos al salón, la seguí hasta la barra del bar, y nos acomodamos
en dos butacas altas como las del primer piso donde aún debía esperar Nevena. La
mascara no me dejaba ver ni respirar con facilidad, y sentía la cabeza caliente y los
oidos me estallaban por la música. Eniko pidió dos vodkas y me pasó un vaso.
¿Quién es? le grité al oido. La musica no dejaba decir ni escuchar nada.
¿Ves los sofas al fondo, en el rincón? Hay tres de los señores, el barrigón que
tiene el tabaco en la mano, con la bata de seda. dijo. La mascara no me dejaba
ver una mierda, me la reacomodé para alcanzar a ver, no le escuchaba bien por el
volumén de la música, así que me limité a mirar hacia dónde me señalaba.
¿No tienes que usar mascara? le pregunté gritando siempre.
No, yo le pertenezco, las suyas no tenemos que ocultarnos me explicó. Me
alegró tener que usarla. Decidí quedarme callado y no gastar energia gritando en
los oidos de Eniko, ella me dijo un par de cosas de las que no entendí nada. Una
Drack Queen se acercó a Eniko a decirle algo, Eniko me dijo, supuse, que volvería
y se fue. Entonces me aventuré a caminar por el lugar con mis tirantas de taches,
mi pecho escurriendo aceite y mi pantalón entre las Martens, me dirigí hacia donde
creía que Eniko me había mostrado a Spencer Herbert. Tres androgenos
adolescentes, flacos, de pelos cortos y parados se me acercaron a bailar a mi
alrededor, uno, que tenia unas minusculas tetas y tenía un calzon de cuero y botas
tejanas me pusó la mano en el pecho y me frotaba y se agachaba como
comiendome. Los otros dos bailaban de tras de mí, uno me agarró por la cintura y
se restregaba lo que fuera que tuviera entre el pantalón contra mí. En medio de ese
intento de orgia a mi alredeor, buscaba a Spencer Herbert. En un salón en un rincón
ví tres señores gordos vestidos con batas de seda escarlata, sentados en grandes
sofas de cuero negros, entre ellos, a su alrededor, por encima y en el piso estaban
regadas una veintena de mujeres de todas las razas, todos los tipos de cuerpo,
todos los tamaños, desnudas y en tacones, uno de ellos tenía un vaso de trago en
una mano y una rubia de enromes caderas, piernas y tetas sentada sobre él en una
de sus piernas, era calvo y se peinaba el escaso pelo de un extremo al otro de la
cabeza, una mesa baja redonda estaba llena de botellas de diferentes licores,
muchos vasos, lo que parecía un cubo con hielo y una bandeja de cocaina. El
asqueroso gordo, parecia dormir sobre las tetas de la rubia que baila sentada
meneandole el culo sobre lo que debía ser su verga estripada. Me acomodé la
mascara, sentía que los ojos se me iban a salir, e intenté mirar a los otros dos
señores, me quité de encima los aliens que buscaban exprimirme el sexo y me
acerqué, no podía saber cuál de los tres sebosos era Spencer Herbert porque eran
identicos, no se movían y dormian ebrios con la cabeza a un lado, los diferenciaba
por la puta que tenían encima, la rubia, una negra y una asiatica. Quise acercarme
por otro lado, pero una especie de Jaret Letto, de pecho y abdominales de Dios
griego desnudos, con un corbatín puesto, me bloqueó el camino señalandome que
regresara por dónde venía. Retrocedí buscando donde sentarme, quería sacarme
esa jodida mascara que me asfixiaba, encontré una butaca al final de la barra del
bar, me agaché e intenté quitarmela, entonces empezó el mierdero, todas, con sus
vergas erectas o colgantes, sus tetas saltando pegadas a sus cuerpos, sus cabellos
sueltos o en colas y trensas hasta el culo, todas empezaron a correr hacia la
escalera por donde subimos Eniko y yo, pero se estrellaron contra una banda de
Vigilantes de la Doctrina que irrumpía en ese salón apocaliptico, bloqueando la
huida y apuntando amenazantes a todas las putas, transexuales y maricas del lugar,
con armas largas. Algunas de la putas lanzaron patadas, tacones, botellas, vasos o
debiles puños que los vigilantes recibieron en sus cascos y armaduras como
estátuas metalicas a las que se les tira piedras. Una asotó con un latigazo que se
enredó en el cañón de un vigilante, y éste la arrastró pegandole la cabeza contra el
piso. Un pito agudo sonó y nos ensoredeció hasta casi estallarnos los oidos, muchas
chillaban de dolor, yo me los tapé con las manos y me agaché huyendo de la tortura.
Cuando paró, solo se escuchaban los gritos de los vigilantes pidiendole a todas
arrodillarse. Ví a Eniko hablando con uno de los vigilantes, miré los sofas de la fiesta
privada de los señores, los tres habían desaparecido. Eniko me sorprendió
agarrandome de la mano, ven conmigo, no te quites la mascara, dijo. Caminamos
hasta donde estaba el vigilante con el que hablaba, él se hizo a un lado y nos dejo
bajar por las escaleras. En el salón del primer piso, los vigilantes habían esposado
a los clientes clandestinos del antro, Eniko me llevó de la mano hasta una puerta al
fondo del lugar, quería tirarme al suelo del cansacio que sentía. Me dolían los oidos
y tenía el pito ensordecerdor aún en la cabeza. Entonces pasamos frente a Nevena,
que estaba esposada con la cabeza caida en su pecho, la reconocí por su pelo rojo
y largo colgandole hasta el ombligo. Dobromir estaba muy cerca hablando por el
teléfono, tenía un abrigo negro hasta las rodillas encima de la bata de seda con la
que lo tiramos en el cementerio, me miró sin reconocerme. Seguimos de largo hasta
un corredor oscuro. Me detuve para hablarle a Eniko.
Espera. Tengo que volver ahí, no vine solo. Tengo que ayudarla.
No podemos hacer nada ahora, ellos tienen el control dijo.
¿Por qué no nos detuvieron a nosotros? pregunté.
Conozco un vigilante, él nos ayudó. me explicó.
¿Viste el tipo del abrigo negro? Lo conocí anoche, trabaja para la Doctrina dije.
Es uno de los señores, pero uno de menor categoría dijo Eniko.
Seguimos caminando hasta una puerta negra, parecía la puerta de una caja fuerte.
En medio, a la altura de la cabeza, había una perilla con numeros alrededor. Eniko
la giró siguiendo una serie de numeros, una clave. La cerradura de la puerta
chasquió, y Eniko empujó la puerta que se hacía pesada por uno de esos sitemas
de resorte automaticos que cierran. Entramos, había una cama grande en la que
me tiré mirando unas luces blancas en las cuatro esquinas del techo, extendiendo
los brazos a los lados. Cerré los ojos y casí al instante me dormí. Sentí como Eniko
me quitaba la mascara y las botas.
Eniko