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Desadaptado

(distopía)

La salida

Si no hubiera sido por el punk, el rock, la droga y el sexo, me habría tirado de cabeza
desde alguna terraza de las casas que los ricos pobres de mi barrio construían para
arrendarle a pobres a bajo precio. Habría sido más agradable vivir en una tumba del
viejo cementerio del centro que vivir en esas frías cajas hechas de muros de bloque,
cemento barato y paredes sin pintar ni terminar. Y digo que me habría tirado de
cabeza para estallarme el cráneo contra el pavimento, porque no tenía una pistola.
Había nacido sin familia, mis papás no tenían en que caerse muertos, e hicieron lo
mejor por mí, o sea, largarse dejándome con el par de viejos que me criaron, mis
abuelos. Había estudiado en escuelas públicas donde los profesores odiaban en su
mayoría su trabajo por tener un sueldo de mierda, y nos daban de caridad mala
comida que los ricos regalaban. Un día me harté del podrido sistema educativo
dónde, esos mismos profesores que casi se morían de hambre pagando deudas por
sus estudios, nos vendían la idea de estudiar para llegar a tener una vida cómoda
de lujos gracias a la Doctrina del Progreso. Entonces me largué y conseguí trabajo
en una fabrica de botas de cuero negras para obreros de la construcción. Lo odiaba,
pero si quería drogarme y emborracharme necesitaba algún dinero. Si pienso que
me hubiera matado, no hubiera sido huyendo de la pobreza y la vida sin futuro, sino
porque la sociedad y la idea del Progreso me fastidian. Los pobres y los ricos, los
unos queriendo convertirse en los otros, y estos oprimiéndolos y huyéndoles. Pero
no quiero decir que era un infeliz, al contrario, vivir al margen sin que me importara
una mierda, comiéndome punketas y drogándome para escuchar rock duro, era
feliz. Y al contrario del resto, y de todo, me considero afortunado por querer ir en
contra de la Doctrina, por ser un marginal. Empecé a usar las botas de obrero que
hacíamos en la fabrica, porque tampoco tenía más que usar, y un buen día me las
amarré sobre mis pantalones bota tubo, y al pasar por un callejón del centro, un
grupo de punketos se me acercaron, me pidieron que me quitara las botas o me
iban a hinchar a patadas. Entonces los convencí de traerles a cada uno su par. Me
botaron de la fabrica por robármelas, pero así me aceptaron en su banda de adictos.
Y al final, la pistola que no tenía, me la dieron los dementes de la Resistencia, pero
la bala que quería poner en mi cabeza, terminé poniéndosela a John Stuart en plena
frente.

Cuando iba a terminar mi condena, me llevaron a los tribunales, me senté con las
manos esposadas en la espalda detrás de una mesa larga. El tribunal de justicia
penal era una pieza cuadrada con una hilera de ventanas altas por donde pasaba
algo de luz y donde solo se podría asomar la cara, cabían unas 20 sillas metálicas.
Tres sucios policías, les llamaban “Vigilantes de la Doctrina” me custodiaban. Debió
pasar una media hora hasta que el juez que iba a pronunciarse sobre el final de mi
condena entró acompañado de otros dos, venían vestidos de traje gris. Se sentaron,
el primero en medio de los dos que lo seguían, frente a mí en una mesa más
pequeña. Al sentarse la silla pareció desarticularse por su peso.
 Veamos, señor… Syd Tarbert  me echó una mirada  acaba usted de cumplir
180 meses de una condena total de 183…  tosió  en la penitenciaria de re
adoctrinamiento para homicidas – dijo revisando un documento por encima de sus
gafas. Respiraba por la boca. Guardó silencio un instante sin quitar la vista del papel
y continuó.
 Conducta regular adecuada… Ningún incidente de gravedad… agrado por la
lectura de las sagradas escrituras y la Doctrina.  Puso el papel sobre la mesa y me
miró por un instante.  ¿Considera usted que su tendencia a la violencia se ha
reformado?
 Sí, señor  dije.
 ¿Podría explicar el papel de nuestra Doctrina y de nuestras leyes en su
recuperación?  inclinó su cabeza a un lado.
 Sí, señor. Antes de ser re adoctrinado no sabía que matar a otra persona causaba
un daño irreparable al Progreso. Era incapaz de sentir compasión y empatía por
cualquiera y solo buscaba la satisfacción de mis deseos. Pensaba que la sociedad
era imperfecta, que hacía infelices a la mayoría de seres humanos para que unos
pocos fueran privilegiados con dinero y extravagancias de todo tipo mediante la
falacia de la corrupción y que por tanto la vida de los segregados era miserable y
no valía nada. Por eso asesiné al señor John Stuart, pues lo consideraba una
columna fundamental del Progreso. Gracias a la lectura y estudio de las sagradas
escrituras y textos versados sobre las bases del mercado, la economía, el progreso,
la selección social y la ley, ahora pienso distinto. Los 15 años de aislamiento y
reflexión me hicieron entender que yo era un marginado, que no comprendía la justa
organización social ni la ley divina, y que, si ciertos privilegios me habían sido
negados, fue por mi falta de conocimientos, educación y esfuerzo personal. Entendí
que si carecía de solvencia y oportunidades era por mi propia desidia y mera
haraganería. Y sobre todo entendí que privar de la vida a un congénere afecta
directamente la rueda de la economía y que la justicia humana está hecha para
encaminar o eliminar todo aquello que no corresponda a la ley divina, social y
económica  dije como un completo cabeza hueca.
 ¿Volvería usted a asesinar?  preguntó mirándome y respirando con fatiga.
 Preferiría antes de romper el perfecto desarrollo social de nuestro Estado y la
cadena de la productividad, atentar contra mi propia vida  respondí  o que la ley
me la arrebatara si cometiera tal abominación. No merecería ni la libertad ni el
derecho a la vida.  mi alma se cagaba de risa por dentro hablando así.
 ¿Qué hará usted al salir de nuestro centro penal de re adoctrinamiento?
 Buscaré un empleo digno donde gane justo lo necesario para ir construyendo mi
propio proyecto de progreso, buscaré una compañera con quien pueda fundar una
familia para el agrado de los ojos del creador y divulgaré la sabiduría consignada en
nuestras sagradas escrituras y Doctrina allí a donde vaya y deba ser escuchada.
Sabía que lo quería escuchar. Siempre respirando fatigado por la boca, volvió la
mirada a los papeles y los firmó. Su silla traqueó como si fuera a romperse en
cualquier momento.

Un mes después un vigilante de la Doctrina tiró en mi celda, ellos las llamaban


cabinas, un sobre manchado de comida, lo abrí y saqué la carta que contenía. “En
nombre de Dios, el Progreso y la Justicia Social su libertad le ha sido concedida.
Sepa aprovechar la nueva oportunidad que la Sociedad le ha otorgado”  decía en
el papel. Estuve 60 días más en ese agujero. Fui re adoctrinado y rehabilitado para
reinsertarme en la sociedad, me cago de la risa al decirlo, según ellos. Salí sin un
centavo. Antes de salir, hacía medio día, me concedieron dos comidas por ser mi
último día, y solo por haberlas solicitado insistentemente. Me dieron una biblia y un
libro de Adoctrinamiento del desarrollo y el Progreso para enfrentar el mundo. Tuve
que caminar por un terreno baldío desde donde veía unas hostiles montañas de
tierra amarrilla hasta el desolado terminal de buses que llevaba a la prisión. Por allí
llegaban las visitas de esposas, amantes o putas que los homicidas reclusos en
proceso de re adoctrinamiento se comían un a vez al mes. Un destartalado bus me
llevó a la ciudad en 45 minutos hasta los suburbios. Al bajarme del bus, miré a mi
alrededor pensado qué hacer o a dónde ir. La gente iba y venía, los vendedores
ambulantes estaban por todos lados ofreciendo artículos qué no sabía para qué se
usaban; el olor a grasa de las comidas se me metió en la nariz, punzándome el
cerebro y las tripas, mi estomago se retorció, se mezclaba con el humo seco
escupido por los combustibles de los buses y los gritos de los vendedores
promocionando su basura. De unos baños públicos llegaba un hostigaste olor a
orines. Las estaciones y los buses se veían atiborrados de pasajeros apretados
entre ellos y contra los vidrios. A primera vista, la carencia en las vidas de las
personas no había desaparecido, todo parecía igual o peor. Algo llamó mi atención:
la gente llevaba en su mano una pequeña pantalla electrónica. ¿Qué mierda era
eso? Algunos tecleaban en ella con sus dedos pulgares, otros solo deslizaban un
dedo de izquierda a derecha, uno o dos parecían lunáticos manteniendo soliloquios
y otros parecían ir escuchando música, maldita sea necesitaba llenarme la cabeza
de rock duro, miré el cielo y pensé en Nirvana, mi espíritu joven parecía haberse
largado a la mierda mientras estuve encerrado. Me demoré en comprender que se
trataba de teléfonos móviles. Ya alguna vez había escuchado hablar de esos
cacharros, pero en la penitenciaria había vivido privado de esa basura. A la pobreza
y desequilibrio social que conocía del pasado solo parecían habérsele sumado
aquellos aparatos. Me quedé parado mirando a mi alrededor, el piso se veía sucio,
basura en los rincones, las calles rotas y el concreto de los andenes quebrado y
desgastado por los años. Una infinita cortina de nubes grises cubría con su sombra
la miseria y suciedad en las colinas invadidas por las construcciones de los barrios
pobres del sur de la ciudad. Empezó a llover, la gente se afanó en buscar dónde
guarecerse y guardaron sus teléfonos para protegerlos del agua. Una mujer que
parecía una calavera tiró medio cigarrillo encendido a mis pies, lo miré y lo recogí
sin aguantarme las ganas, en menos de lo que me echara una fumada, mi ropa se
mojó y las hojas de la biblia y del libro de Adoctrinamiento que tenía en la mano
empezaron a deshacerse. No tenía a donde ir, entonces caminé bajo la lluvia.

Antes de la cárcel de re adoctrinamiento, antes de “los libros de adoctrinamiento


correctivo” obligatorios en escuelas, universidades y fabricas, antes de que los
marginados, los desempleados, los pobres y los criminales, y todos los que no
encajábamos empezáramos a ser llamados “individuos de comportamiento erróneo”
que producían un fallo en el sistema del Progreso, yo tenía una vida igualmente sin
futuro. Me gustaban las drogas, las ancestrales, y también las sintéticas. Por eso
quería largarme al sur del continente buscando llenarme la cabeza de cuanta droga
se hubieran inventado y probar el tal CU21  Consciencia Universal 21  la droga
creada por la Resistencia Consciente. Había escuchado hablar de ella en lugares
clandestinos, antros a puerta cerrada sin permiso de funcionamiento que los
marginados solíamos visitar para comprar drogas. Cuando andaba por allí, conocía
toda clase de individuos, fracasados, adictos y gente que estaba en contra del
régimen de la Doctrina. Por eso cuando vi a Nevena en uno de esos antros, llamó
mi atención; Era alta, flaca como un caucho, y hermosamente rara con unas buenas
tetas que le colgaban como dos mangos a un pino, con media cabeza rasurada y la
otra con pelo rojo hasta el culo blanco. En esos antros nació la Resistencia
Consciente y por eso en cierto modo nadie sabía con exactitud quienes o qué eran,
porque eran huecos destinados a los marginados sociales. La Resistencia tenía
Emisores, tipos encargados de crear voz a voz el mito de su existencia, y de ir
sembrando la semilla de la inconformidad en el terreno de los desadaptados
sociales. Había también Distribuidores de información, solo un escalón más de la
escalera de la Resistencia, éstos contaban con medios informativos de contacto de
los Reclutadores, la puerta de entrada. Nadie buscaba una droga que le abriera la
Consciencia, era justamente lo contrarío, todos querían substancias que les hicieran
olvidar la mierda de mundo en que vivían. Solía entrar en esos bares, me
emborrachaba y me drogaba y cuando estaba harto de no tener rumbo, le
preguntaba a algún dealer por el CU21, la mayoría no sabían nada o decían que no
existía. Sí alguien afirmaba poder conseguirlo, era un emisor, así los identificabas.
Ronni, un dealer que solamente vendía drogas ancestrales, se me acercó un día y
me dijo que podría contactarme con alguien que me vendiera CU21, pero que el
precio no sería el “usual”, no sabía a que se refería. Me preguntó si estaba dispuesto
a pagar con algo que fuera diferente a la plata, y como plata era lo que nunca tenia
suficiente, dije que sí. Entonces un día en otra cueva de adictos, Rex se me acercó.
Tenía más pinta de maestro de escuela que de dealer.
 ¿Por qué quieres expandir tu consciencia?  me preguntó.  ¿No es más fácil
seguir en el sueño de las ovejas?
 ¿Existe? Si todos fueran adictos a una droga que les permitiera ver, esta mierda
no sería lo que es.  dije.
 O saldrían espantados de ver lo que en verdad es. ¿Qué estarías dispuesto a
pagar por ello?  preguntó.
 ¿Por qué no dejan los misterios? ¿Existe la resistencia? ¿Existe el CU21?  dije.
 Tenemos muchos enemigos, y ellos ni siquiera saben el peligro que representan,
no quisiéramos usar la fuerza, no nos gustan los métodos arcaicos de la guerra.
Pero en ocasiones, remover una ficha del juego, puede ayudar un poco, atenuar el
impacto de los daños en la sociedad.  hizo una pausa  John Stuart, controla y
promueve el Progreso en el Estado. Concibió el proyecto de viviendas tipo B y
financia el desarrollo de aplicaciones para controlar la difusión y aprobación de la
Doctrina. Sí quieres remover esa ficha, bienvenido al juego. La cueva de la
serpiente, ve a comprar drogas ancestrales allí, un Reclutador te dará la información
que necesitas.  dijo y se perdió en medio de adictos de todo tipo que estaban en
el lugar.

Cuando me agarraron, primero me llevaron a una prisión de alta seguridad. No tenía


conmigo más que un poco de marihuana, clasificada desde entonces como una de
las drogas ancestrales, y el arma con la que le disparé a John Stuart, también uno
de los financiadores más fuertes del proyecto de adoctrinamiento. Con el dinero que
me iban a pagar, tenía planeado largarme al sur del continente. Al capturarme me
permitieron hacer una llamada. Solo había una persona a quien podía llamar. Ya le
había a hablado a Nevena sobre mi idea de largarme probando cuanta droga me
aguantara la cabeza. En verdad la quería, y me hubiera gustado que viniera
conmigo, pero ella creía en el Progreso. Su familia sostenía sus estudios en
desarrollo económico, su padre era dueño de locales en centros comerciales, un
buen progresista en crecimiento. En principio creo que solo quise estar con ella
porque era una mujer bonita y también le gustaba usar drogas. Nuestros ideales de
vida divergían radicalmente. En la estación de vigilancia de la Doctrina, estaba con
las manos esposadas atrás. Un vigilante me llevó arrastrándome del brazo a un
cuarto pequeño. Me liberó la mano izquierda de las esposas y las cerró en un
estante metálico lleno de archivadores de documentos, me mostró un teléfono en la
esquina de un escritorio a unos dos metros de donde estaba. Incomodo, me estiré
para alcanzar la bocina y marcar al mismo tiempo. Timbró tres veces.
 ¿Aló? – no respondí  ¿Aló?
 Hola.
 ¿Syd?, ¿dónde te metiste todos estos días?
 Lo siento… estuve por ahí vagando con la banda, estoy harto, me largo.  dije.
 ¿Qué? ¿Cuándo nos vemos?
 Ya no podemos vernos  no tenía puta idea de que decirle  Alguien me llevara
hasta Lima, salgo en unos minutos.
 Espera… ¿me hablas en serio? ¿Esto no es una broma?
 No hay forma, tú tienes un futuro, mi vida es una mierda, yo me drogo porque no
tengo nada, tu te drogas para irte de fiesta.
 Otra vez con eso… No más Syd, si estás terminando esto solo tienes que decirlo,
no te pongas con estas ideas sin…
 No tengo mucho tiempo.  El vigilante que me mostró dónde estaba el teléfono
me hizo un gesto para que terminara la llamada.  debo colgar ahora, te quiero
Nevena, sal del sueño, no es real nada de lo que…
 ¡Vete a la mierda!  me cortó.  No me busques nunca más.  escuché el pito
continuo. Me quedé un instante escuchando y mirando al vigilante que venía. Pensé
que no volveríamos a vernos ni a hablar nunca más.

De allí me trasladaron a la penitenciaria de alta seguridad donde pasé dos meses


en una celda de dos por tres metros sin ventanas hasta que me llamaron a juicio
para pronunciar mi condena. Había venido un formal borrego de la Doctrina a
hacerme preguntas estúpidas para saber si me interesaban las escrituras sagradas
y el Progreso, fue fácil fingir que sí, entonces me trasladaron a la penitenciaria de
re adoctrinamiento. Los reclusos allí eran sometidos a un proceso de re
adoctrinamiento ideológico fundado en la moral cristiana de forma radical y en la
concepción de una sociedad perfecta basada en una economía individual donde
todos los jugadores empezaban la carrera por el Progreso partiendo de las mismas
condiciones. Me mostré interesado porque pensé que allí estaría encerrado en
mejores condiciones, pero la única diferencia era la presencia diaria de los
adoctrinadores. Era estar encerrado con un grupo de religiosos fanáticos que
además emanaban desbordante fe en los principios de la vida burguesa moderna y
el necesario esquema piramidal de la sociedad perfecta donde cada individuo ejerce
su labor para que la estructura pueda sostenerse sin fallos. Allí pasé quince años
de mi vida.

No tenía ni dónde dormir ni qué comer. Arrojé la biblia y el libro de adoctrinamiento


sobre el Progreso en una caneca en la esquina de una plaza, escuché que cayeron
al suelo, la caneca no tenia fondo, para mi esa era la idea que tenía de la sociedad.
Para los reclusos la cárcel se convierte en su zona de comodidad y ahora era un ex
convicto que tenía que resolver su vida. Caminé por la ciudad, recordando mi vida
antes de ir a prisión. Me preguntaba que habría pasado con mis abuelos, no tenía
inolvidables momentos, ni maravillosos amigos, solo me preguntaba en donde había
quedado mi vida antes de apretar el gatillo frente al bastardo progresista. Sí,
buscaba en aquella época la forma de hacer mi viaje al sur para encontrar el CU21.
La gente pasaba a mi lado con sus teléfonos celulares en la mano. En verdad me
preguntaba en que consistía aquella nueva mierda, eran zombis mirando sus
pantallitas. Me senté en una parada de bus, unas 15 personas esperaban la ruta
que los llevaría a sus casas, me parecía la hora en que la gente sale del trabajo.
Miré a las personas a mi alrededor, todos con la mirada fija en sus teléfonos, me
percaté de que yo era el único que no tenía uno, me sentí, como siempre en mi vida,
diferente a todos, e igual que siempre, contento de serlo. Recordé el lugar en el que
estaba, si no me equivocaba, estaba cerca del apartamento dónde vivían Nevena y
su madre, como no se me ocurría a donde ir, me dirigí allí. Era un edificio de unos
diez niveles construido en ladrillo y piedra en su fachada, en esencia no había
cambio alguno en él, pero se veía el pasó del tiempo en la pintura corroída por el
oxido de la puerta de metal y en los números del tablero digital dónde se ponía el
código de entrada que habían desaparecido. Me tomó un instante, pero recordé el
código y lo marqué, la puerta se abrió, sonreí y entré en la torre. El corazón me
empezó a latir más rápido, mi respiración se detenía, me esforcé por aspirar y
exhalar despacio pero no sentía que me tranquilizara, mis manos sudaban. Llegué
al ascensor y toqué el botón de llamado, se encontraba en el piso nueve, mientras
bajaba se detuvo en tres niveles. Cuando se abrieron las puertas en el lobby bajaron
dos señoras y una pareja. Mientras subía, las luces se apagaron momentáneamente
y el ascensor se detuvo. Todo quedó en silenció y luego retomó la marcha el
aparato. Al salir del ascensor fui a la derecha y recorrí el largo corredor, todo era
igual, pero mas viejo. Me detuve frente a la puerta escarlata al final del corredor. No
sabía como reaccionaria Nevena, ni siquiera sabía si se encontraría ahí,
probablemente ya no viviera en ese lugar, o, aunque así fuera, podría no estar. No
medité el hecho de dirigirme allí, solo hasta ese instante me pasaron por la cabeza
pensamientos como que Nevena ya estuviese casada, tuviera una familia y viviera
en otro lugar. Sin embargo, toqué el timbre y aunque no de golpe, la puerta se abrió
y una luz cegadora me impidió ver quien estaba al otro lado. Me cubrí la mirada de
la luz con la mano y escuché una voz femenina que me hablaba.
 Buenas tardes, ¿puedo ayudarlo en algo?  bajé la mano y me agaché para
refugiarme tras su sombra y por fin pude ver su cara a contraluz, sonreía.
 Hola.  dije nada más. Ella me miró como quien siente conocer a alguien sin dejar
de dudar dónde lo ha visto. Giró su cabeza a un lado como aguzando el oído
esperando una explicación de mi presencia en su puerta.
 Siento no haber avisado que vendría  dije intentando construir una explicación e
incrementando en ella las dudas sobre mi identidad.
 Veo que no me reconoces… dije. Tal efecto había tenido el paso del tiempo, el
olvido. Pensé en disculparme e irme. Pero de repente su mirada se clavó en mí, su
sonrisa desapareció y el tiempo se detuvo.
 ¿Syd? ¿Eres tú? – se tapó la boca y nariz con las palmas de las manos.  Pero…
dudó  y tu cabello… corto, se acercó para examinarme incrédula, me miró
explorando cada parte de mi cara.
 Te pedí que te fueras a la mierda.  dijo después de un rato.
 Te fallé  dije intentando romper la tensión  solo lo cumplí por quince años. 
Sonreí. Me invitó a pasar. Entramos, nos sentamos en la sala. El lugar era el mismo,
pero no reconocía ninguno de los objetos que estaban allí. Dos grandes sofás de
cuero marrón rodeaban la habitación, la tapicería se veía gastada y los cojines se
hundieron al sentarnos. Entraba mucha luz por el gran ventanal.
 Ha pasado mucho tiempo  dijo, yo asentí  Cuéntame ¿Dónde has estado?
 Es una larga historia… Nos miramos un instante como queriendo confirmar que
estábamos frente a frente otra vez.
 ¿Hiciste tu viaje entonces?  preguntó  ¿Encontraste lo que buscabas?  guardé
silencio.
 ¿Quieres tomar algo? ¿Una cerveza está bien?  me ofreció. No esperó mi
respuesta y fue por dos cervezas, me dio una. La etiqueta en la botella decía
Progreso. Bebí más de media botella de un solo trago. Nevena me observaba.
 ¿Quieres otra?
No, así está bien. Solo… ¿es nueva esta marca verdad?
 Has estado fuera mucho tiempo… ¿Cuándo regresaste?
 Hoy, en la mañana.
Nevena no dejaba de observarme atónita. Yo llevaba traje negro, camisa blanca y
corbata. El traje era una talla más grande, incluso los zapatos. Era la ropa con la
que liberaban a los ex convictos en la penitenciaria de re adoctrinamiento. Los dos
habíamos pasado los treinta años de edad. Su pelo seguía siendo rojo y su cuerpo
seguía viéndose delgado bajo sus levis 501 y camiseta.
 ¿Llegaste a casa de los viejos?  preguntó.
 No, estoy en un hotel  miré por la ventana, la noche empezaba a caer, la luz
mermaba en la habitación  Solo estoy de paso en la ciudad.
 ¿Qué, a dónde vas?  Su teléfono pitó y vibró desde una mesita en un rincón de
la habitación. Ella lo miró desde su sillón.
 No lo sé aún.  respondí  Solo no quiero quedarme mucho tiempo aquí, quizá no
pertenezca. ¿Qué hay de ti?  No había dejado de mirarme sin dar crédito a que
estaba ahí.
 Soy ayudante de la Doctrina  suspiró  asisto las charlas de la doctrina en las
fabricas.  su teléfono volvió a sonar y vibrar. Ella lo tomó para mirarlo.
 ¿Para que se usa?  le pregunté  No llevo más de un día aquí y todo lo que veo
son las personas mirar sus teléfonos a cada instante. No entiendo. ¿Qué es lo que
ven ahí?
 ¿Cómo así?  hizo una pausa  Reviso mis mensajes, como todo el mundo.
Recibo ordenes de mi trabajo, lo organizo y leo las actualizaciones de la Doctrina y
las confirmo. No entiendo tu pregunta  me espetó.  ¿Dónde te metiste durante
tanto tiempo?
 ¿Las confirmas?
 ¿Por qué apareces así después de tanto tiempo? ¿Crees que fue fácil al principió
ver como desapareciste de la vida? ¡Pfff, por arte de magia!  los dos hicimos
silencio y nos miramos.
 Sí, hay quizá muchas preguntas que responder.  puse mis codos sobre mis
rodillas y me peiné hacia atrás. Me levanté  Quería saber si estabas bien, no sabía
si te encontraría, quizá podemos dejarlo para más adelante. Siento haber venido de
improviso  me dispuse a irme. Ella se levantó de su sillón.
 No tienes que irte, discúlpame, ha sido muy repentino para mí, además quiero
saber que pasó durante tu viaje. ¿Quieres quedarte a cenar? Podemos tomarlo con
calma y hablar. Su teléfono volvió a pitar y zumbar como un molesto mosquito en la
mesita del rincón. Ella lo tomó y miró nuevamente disculpándose. Frunció el ceño.
 Quizá tienes cosas que hacer.  dije.
 Dame un momento.  dijo ella mientras miraba su pantalla y empezaba a teclear
en ella. Por un instante miró el gran sofá y sin levantar la cara dijo: “siéntate”. Me
preguntaba con qué mierda drogaban a la gente, de qué me estaba perdiendo,
empezaban a ser molestas las interrupciones y faltas de atención en nuestra
conversación. Me senté y miré por la ventana, ya era de noche.
 ¿De qué se trata esto?  le pregunté refiriéndome a su teléfono cuando levantó la
vista hacia mí.  He visto todo el día a la gente de aquí para allá mirando sus
pantallas, tú también, ¿qué es lo que hacen con eso?
 ¡Pero… cómo! ¿No tienes un teléfono? ¿Tienes un numero? ¿Cómo te
comunicas?  preguntó como si yo viniera de las cavernas. La miré sin explicación.
 ¿Dónde has estado todos estos años? ¿Qué has hecho?
Suspiré y dije: “Quisiera explicarte…” busqué las palabras para empezar a contarle
lo que había pasado en mi vida.  Cometí un error…  estaba diciendo cuando su
teléfono timbró, ella miró la pantalla, se veía una fotografía de hombre, detuvo la
llamada y empezó a teclear en la pantalla con afán.
 Dame un momento por favor es importante  dijo levantando la palma de la mano
hacia mí y levantándose para buscar privacidad en un rincón de la habitación.
Hubiera ocurrido lo que hubiera ocurrido durante mis años aislado de la sociedad,
parecía que los teléfonos móviles dominaban el mundo, la gente ya no prestaba
atención a su alrededor, estaban metidos de cabeza en vaya yo a saber qué mierdas
que no podía imaginarme y dejaban las conversaciones a la mitad como si les
apagaran el habla. Luego timbró nuevamente su teléfono y ella contestó.
 ¿Qué?  escuchaba lo que le decían al otro lado  Pero… yo no le he dado
ninguna información. Puedo explicarlo…  se llevó la palma de la mano a la frente.
 No, no, no me digas.  alguien golpeó en la puerta. “Secretaría de adoctrinamiento,
buscamos a la señora Nevena Mills” dijo alguien desde afuera. Ella me miró y fue a
abrir la puerta. “Te llamo luego” dijo al teléfono. Un hombre de unos cincuenta años,
calvó vestido con traje gris venía acompañado de un vigilante de la Doctrina armado.
 ¿Señora Nevena Mills? Soy arbitro de la secretaria de adoctrinamiento, vengo
acompañado por un vigilante de la Doctrina ¿podríamos ingresar para explicarle la
situación.  Nevena se hizo a un lado y entraron.
 Señora Mills, debo informarle que debemos detenerla para interrogarla por una
denuncia en su contra. Se le ha acusado de mantener conversación con personas
ajenas a la Doctrina que buscan sabotear el perfecto desarrollo del Progreso. 
Nevena se mostraba incrédula de lo que escuchaba.
 Pero…  tartamudeó  Señor, yo soy ayudante de la Doctrina, diseño aplicaciones
para controlar la conformidad de los principios.
 Lo sabemos, señora Mills, por eso la gravedad de la acusación. Acompáñenos
por favor  dijo el hombre, Nevena me miró.
 No puedo  dijo  no puedo ahora, entiéndame.
 ¿Tiene usted algún parentesco con la señora Mills?  se dirigió a mi el vigilante.
 No  respondí  solo soy un amigo, estoy de visita.
 ¿Puedo ver su identificación?
 Él no tiene nada que ver, acaba de llegar de viaje, estuvo años fuera del Estado.
 dijo Nevena. Tuve que mostrar mi identificación. El vigilante sacó algo así como
un celular el doble o el triple de grande de lo usual. En algún sistema escribió mi
numero y debió de identificar mi salvoconducto de libertad, se lo mostró al arbitro.
 ¡Un viaje de años fuera del Estado!  dijo el vigilante.
 Interesante  dijo el calvo  esto empieza a tener forma particular.
 No… no entiendo.  dijo Nevena  ¿qué pasa?
 Proceda por favor  dijo el arbitro al vigilante, quien tomó unas esposas, pero se
le enredaron al intentar sacarlas. Me abalancé sobre él y con mi hombro lo lancé
contra la pared al tiempo que liberaba su arma de su cinturón. Durante los quince
años en la penitenciaria de re adoctrinamiento vi día tras días como bloqueaban y
desbloqueaban las armas en sus cinturones los guardias, muchas veces pensaba
en fugarme. El calvo intentó controlarme por la espalda, pero le atiné un golpe con
la pistola en medio de los ojos, al instante la sangre cubría toda su cara mientras
maldecía. Le quité el seguro al arma y les apunté. Nevena gritó.
 Vámonos. le dije.
 Nos van a buscar  gritó ella.
Miré a los dos hombres, recordé la mirada fija de John Stuart cuando les apunté con
el arma. No había más remedio, y les disparé al vientre.
 ¿Qué hiciste?  Nevena gritó y lloró. Guardé el arma en mi pantalón, ajustándola
con el cinturón, agarré a Nevena por los hombros.
 ¡Escúchame! Tenemos que irnos  dije. Ella fue a otra habitación, pareció
recolectar algunas cosas en una maleta de espalda. El arbitro quedó inconsciente
inmediatamente, perdía mucha sangre. El vigilante pujaba de dolor, estaba
despierto, pero su mirada se desvanecía. Salimos dejándolos en el suelo.
Dobromir

Un eco seco de los dos disparos resonó en mi cabeza durante un rato, debieron
escucharse en todo el edificio y la calle. Nevena tocó el botón de bajada del
ascensor al final del corredor, aunque el cacharro ya estaba subiendo. Le mostré
las escaleras, apostaba a que el arbitro y el vigilante de la Doctrina no estaban solos.
Más vigilantes deberían estar afuera esperando en un camión o subiendo en el
ascensor para tirarnos la red encima. Antes de salir a la calle quise echar un ojo
para verificar que podíamos salir sin ser vistos. Espera, le dije a Nevena y me asomé
por un lado de la puerta. Dos vigilantes se encontraban junto a un camión blindado,
atentos, con una mano apuntaban sus armas al aire y con la otra consultaban sus
teléfonos móviles. Uno de ellos miró hacia lo alto del edificio y le hizo un gesto al
otro, los dos se dirigieron a la entrada. Nos devolvimos sobre nuestros pasos.
Nevena me tomó de la mano y me llevó por las escaleras corriendo, tras nosotros
subió alguno de los vigilantes, pero no nos volvimos atrás, continuamos subiendo
rápido y en puntillas. Un viento helado nos regresó el aliento en la terraza, silbando
en nuestros oídos, abajo, el ruido del trafico, el claxon de los carros, un lejano ladrido
de perros y las luces de la ciudad aguardaban la lluvia de un interminable cielo
nublado sobre nosotros. Nos escondimos acurrucados detrás de cuatro tanques de
reservas de agua. Esperamos, pero nadie subió a buscarnos. Una fina llovizna
empezó a cubrir nuestro cabello y hombros. Me quité el blazer y me acerqué hasta
tocarnos con los hombros, la abracé protegiéndonos del agua y finalmente una
alarma nos alertó, me paré dejando mi chaqueta sobre ella para descubrir de donde
procedía sin atinar a identificarla. Nevena se levantó, se puso mi saco sobre sus
hombros y sacó su teléfono de la maleta. En la pequeña pantalla una luz roja se
encendía intermitentemente acompañada de un mensaje que decía Alto y un
mensaje imperativo que se escuchaba, Deténgase, los vigilantes de la Doctrina
vienen por usted. Precise indicaciones de su localización exacta.
 Ya saben lo que hicimos.  Dijo Nevena levantando su mirada hacia mí.
 ¿Qué mierda es eso?
 Saben que estamos aquí, en el edificio  continuó  dentro de poco vendrán mas.
 ¿Qué? ¿Ese maldito aparato les dice donde estamos?
 Cuando alguien comete una falta a la Doctrina, sirve para localizarlo.  dijo y se
quedó pensando en algo. De inmediato sacó un pequeño estuche y lo cubrió.
 Tenemos que deshacernos de esto  dije quitándoselo de las manos. Quise
arrojarlo desde la terraza a la calle, pero Nevena me lo impidió. En el interior del
estuche seguían sonando la alarma y el mensaje acompañado por una intermitente
vibración.
 ¿Cómo lo paramos?  le pregunté.
 No podemos.  respondió bajando la mirada hacia el estuche con el aparato. Quise
abrirlo nuevamente.
 No,  me detuvo  no debemos activar la pantalla, después de varias alertas sin
respuesta la cámara empieza a grabar automáticamente para ayudar a localizar al
individuo de comportamiento erróneo.
 ¿Qué? ¿Cuál cámara? ¿No es un teléfono? ¡Que mierda se inventaron! ¡Apágalo!
 No podemos,  dijo  hacerlo significa…  hizo una pausa mirándome. La miraba
esperando que continuara.
 ¿Qué significa?  insistí, pero no me respondió  ¡En que puto mundo están
viviendo!
 Si apagas tu dispositivo aceptas el comportamiento erróneo y el sistema te
identifica como prófugo de la Doctrina.  dijo al fin.
Su pelo escarlata mojado por la llovizna se pegaba a sus mejillas, nuestra
respiración se dejaba ver en forma de vapor.
 Lo he sido toda mi vida, nunca viajé al sur, estuve en prisión por quince años. Me
liberaron esta mañana  dije.
 ¿Qué? ¿De qué hablas?  me dijo mirándome a los ojos.
El mensaje siguió sonando en el aparato, me quitó el estuche con el traste  espera,
no hables, el botón de apagado activará la grabación  me explicó antes de sacarlo
con la pantalla hacia abajo. Mantuvo presionado un pequeño botón situado a un
lado del teléfono. Deténgase, deténgase, deténgase. Esta acción lo convierte en un
prófugo de la Doctrina, alcanzó a chillar el aparato antes de quedarse sin luz. Lo
guardó en la maleta, se cubrió de la lluvia con mi saco y se acurrucó en silencio
mirando el piso mojado.
 Busquemos dónde pasar la noche, te contaré todo lo que pasó  le dije. Ella asintió
y nos fuimos mirando por dónde huir hacia la terraza de otro edificio. Cruzamos de
terraza en terraza tantos edificios como pudimos. La llovizna lenta y constante había
emparamado todos los techos, haciendo lisas y encharcadas las superficies, estuve
a punto de caer en dos o tres ocasiones por los mocasines que llevaba, los pies me
dolían, recordé mis antiguas botas. En la terraza de un edificio que debía conducir
a la calle posterior encontramos una puerta abierta y entramos en él. Bajamos hasta
que encontramos un ascensor. En un par de minutos estábamos en la calle.
Caminamos como cualquiera bajo la noche mientras nuestra ropa se emparamó por
completo.

Entramos en un hostal, de esos donde los turistas sin plata y los vagabundos pasan
la noche en cuartos compartidos. Entendí a medias las palabras de un chino en la
recepción pidiéndonos una identificación. Le hubiera dado el salvo conducto de
libertad, pero suponía que nos caerían encima los sucios vigilantes de la Doctrina.
Nevena tampoco podía identificarse, éramos un par de gusanos arrastrándonos por
ahí. Llamé a Nevena aparte y le propuse convencerlo con algo de plata, ella me
explicó que el dinero físico ya no se usaba, a no ser que fuera en negocios ilegales
y lugares clandestinos, que solo teníamos transacciones virtuales, y que cualquier
movimiento electrónico que hiciéramos le daría nuestro paradero a las cucarachas
que nos perseguían. Solo le dijimos que alguien vendría por nosotros y nos
sentamos en un lobby de sillas rotas y sucias, él nos hizo un gesto echándonos con
la mano, luego se ocupó en un computador. Había olvidado por completo que esos
aparatos existían y ahora los encontraba hasta cuando me iba a echar una cagada.
Luego el chino habló en su idioma por teléfono sin quitarnos el ojo de encima. Paró
de hablar, salió del mostrador y nos echó gritando y señalando la calle con la mano.
El teléfono que había dejado en el mostrador volvió a sonar, maldijo algo que no
entendimos y se fue puertas adentro de la recepción. El lobby de ese cuchitril no
era precisamente un lugar acogedor, pero nos quedamos esperando que nuestras
ropas se secaran y descansando los pies. Enseguida entró un andrajoso cuarentón
cargando con una pesada maleta a las espaldas y arrastrando un ruido de botellas
en una lona tras de sí. Tocó un timbre electrónico en la recepción y, mientras
esperaba, del bulto sacó una botella de algún licor barato y se mando el último
sorbo. El chino se hizo esperar. Cuando volvió no necesitaron palabras para hacer
la negociación, el vagabundo le pasó una tarjeta bancaria al chino, hicieron la
transacción y escuchamos las botellas golpeándose entre sí mientras el viejo las
arrastraba hacia un viejo ascensor que abrió a patadas en las latas de las puertas.
Me quedé viéndolo hasta que las puertas se cerraron y sin darme cuenta al volver
la cara me encontré con los alaridos del chino, mandándonos al diablo, se me
acercó e intentó agarrarme del blazer por el hombro, pero me levanté y de un
empujón me quité sus garras de encima. Salimos y nos parapetamos en la entrada,
miré arriba las luces amarillas de los postes, la lluvia había arreciado y se veía caer
bajo las farolas. Quise fumar, pero no traíamos nada encima, así que miramos la
lluvia mojar las calles desiertas. El maldito chino volvió a aparecer detrás de
nosotros, con el palo de una escoba y su parla inentendible nos espantó como
cucarachas a la calle.
 Tengo un amigo.  dijo Nevena  hablé con él cuando llegaste esta tarde. Vamos
allá.  Moví la cabeza a un lado aceptando ir y caminamos mojándonos hasta que
sentí como chapoteaba el agua, con las plantas de los pies, dentro de mis
mocasines de ex convicto a cada paso. En una esquina, nos detuvimos frente a una
vitrina llena de botas de cuero Dr. Martens, decía la marca. ¡Nunca había visto unas
putas botas tan geniales en toda mi vida! Recordé las botas de la fabrica en cuero
que usaba antes de podrirme en la cárcel. Ni hablar mierda sobre comprarlas, ni
usar el dinero plástico de Nevena, ni la tienda estaba abierta. Busqué una piedra en
la calle, pero no encontré. Nevena me miraba. Me acerqué a un viejo banco de
madera y de una patada con el talón rompí una de las tablas y me la llevé. Miré la
vitrina y con todo el odio que reuní por no haber sido libre durante putos quince años
de mi vida le asesté un golpe al cristal en todo el centro como si le estuviera
rompiendo el cráneo al mismísimo creador de la Doctrina, el estruendo se fue al
fondo de la calle desde donde nos llegó su eco.
 ¿Qué diablos haces? ¿Estás loco o qué? ¿Quieres que nos atrapen?  gritó
Nevena abriendo más sus enormes ojos marrones.
 ¡A la mierda el puto Progreso!  le respondí. Me metí en la vitrina y agarré unas
botas rojo escarlata, tiré los mocasines y las medias que escurrían agua a la mitad
del pavimento, me las calcé, me quedaban una o dos tallas más grandes, pero
estaba bien, me las amarré metiendo las botas de mis pantalones dentro. Nevena
me miraba sin decir nada.
 ¿No te gustan?  le pregunté. Se río.  ¿Cuánto calzas?  dije. Una alarma que
nos ensordeció estalló en la tienda. Me metí al fondo y de una estantería agarré
unas botas con motivos de flores, me parecieron de la talla de Nevena, y salí a
encontrarla. Corrimos escabulléndonos en medio de la ciudad.

La lluvia arreció, la ropa se nos pegó al cuerpo. Llegamos a un sector de la ciudad


nuevo para mí, donde el Progreso parecía haber desterrado los vagabundos
alcohólicos, drogadictos y fracasados de todo tipo a los que estábamos
acostumbrados en calles atrás, caminábamos en medio de un ejercito de
rascacielos que se paraban como gigantes que venían a tragarnos. Nos paramos
en frente de una torre en forma de espiral que subía hacia la lluvia. Cuando nos
acercamos a la entrada nos reflejamos en una perfecta fachada de cristales que
funcionaban como espejos, me veía como pasado por una lavadora. Nevena era
unos centímetros mas alta que yo, pero mis botas me dejaban alcanzarla. Era tan
alta y flaca que no les gustaba a los hombres corrientes, pero a mí me enloquecía
su pelo rojo y sus tetas, además era muy amable y sabía tratar a todo el mundo.
Por el frio estaba más que pálida, miraba de vez en cuanto sus tetas bajo la ropa
mojada.
 No puedo abrir la puerta, cualquier uso de huellas, reconocimiento facial, reticular
o de voz pone en el sistema de la Doctrina nuestra localización. Aquí vive mi amigo
Dobromir, es señor de la Doctrina.  dijo. Ok, di la vuelta y me fui.
 ¡Espera!  gritó.  ¿A dónde te vas?
 Si no puedes abrir la puerta tú, yo si que menos. Estamos huyendo de la Doctrina,
¿Qué hacemos aquí?
 Tú no estás registrado en el sistema de acceso aquí, solo el dueño puede
registrarte. Puedes timbrar y hablar con Dobromir. Decirle que estás conmigo.  me
explicó. Me devolví, pero no veía ningún tablero de código de entrada o botón para
llamar.
 Ok. ¿Qué le digo?
 Bueno no creo que confíe en ti, así que no digas que vienes conmigo. Solo dile
que te pedí anunciarme para no registrar mi entrada. Que estoy en problemas y
necesito su ayuda, no que estoy a tu lado.  Nevena me agarró la mano y la puso
en un rectángulo marcado en el cristal por una invisible línea blanca. Una luz roja
me la escaneó. ¡Buenas noches! Su identidad no se encuentra en nuestra base de
datos. Le solicitamos levantar su mirada para registrar un video con su mensaje
para el propietario. Puede grabar su mensaje después de la señal, dijo una cordial
voz de androide. Ok. Hola Dobromir, estoy aquí por Nevena… usted la conoce, sé
dónde está, no puedo decirle más, pero necesita su ayuda, dije mirándome en el
cristal. No pasó nada por un momento. Los dos esperamos en silencio.
 ¿Nevena? ¿Dónde está? ¿Quién es usted?  preguntó el tal Dobromir por el
sistema de comunicación escondido en los cristales. Nevena me hizo gestos para
que lo persuadiera.
 No puedo decirle dónde está, pero si usted no nos ayuda no sobrevivirá  dije sin
que se me ocurriera algo mejor. Ella me pidió distraerlo por un momento más y se
afanó en sacar de su maleta un papel y un lápiz para escribir una nota.
 ¿También la matará a ella?  me soltó  ¡Creo que ya lo reconozco imbécil!
Nevena terminó de escribir y puso el papel sobre el cristal, el escáner se activó
nuevamente y el androide volvió a hablar: “El objeto es irreconocible, retírelo y
acerque su mirada a la pantalla por favor”.
 Pero… Nevena ¿estás ahí? ¿estás bien? ¿Sabes que la ley Doctrinal te está
buscando como a una criminal?  dijo él.
 ¿Quieres explicaciones? ¡Danos acceso!  dijo Nevena cambiando su voz, lo qué
sonó lo bastante ridículo para hacerme reir, una puerta que no había visto se abrió
y entramos en la torre, había dos filas de esculturas griegas en piedra de cuerpos
perfectos desnudos puestos a los lados, mujeres a la izquierda y hombres a la
derecha. ¡Joder parecía una alucinación! ellos miraban los cuerpos que ellas les
ofrecían. Caminamos en medio de las miradas hasta los diez ascensores al final,
entramos en uno con las puertas abiertas. No tuvimos que espichar el nivel, el
aparato se puso en marcha y me sentí transportado por una larga laringe mecánica
hasta ser escupidos frente a los grandes huecos de las narices de Dobromir, que
nos esperaba en medio de un iluminado y gigante piso de paredes blancas, tenía
puesta, tapándole la barriga, una de esas detestables batas de seda que usan los
idiotas para quedarse en la casa y una copa de vino blanco en la mano. Dobromir
miró el piso siguiendo las huellas de barro que fueron dejando mis botas hasta llegar
a mi cara, mientras yo desencajaba las mandíbulas como un perro a punto de
vomitar, intentando destaparme los oídos, por la velocidad del ascensor. Me miró
olfateando algo que le disgustó y se acercó a Nevana.
 ¿Quieres decirme de que se trata todo esto? Hay anuncios de arresto contra ti y
éste,  me miró  desconocido para ti, por toda la red, hay dos vigilantes de la
Doctrina muertos en tu domicilio y...  miró las manchas de barro en el piso  ¡huele
a mierda!
 Fue un accidente  dijo ella  querían detenerme para interrogatorio. ¡Ordénale a
Watson borrar mi registro de voz y te explicaré!
 Nadie les dispara a dos vigilantes por accidente  gritó él. El cerdo me miró y se
me acercó explorándome la cara. Olía a algún perfume caro, pero asqueroso como
el aliento que respiraba por las cavernas que tenia por narices. Le mantuve la
mirada, le quité la copa de vino y me la tomé de un solo sorbo. Me pasé la lengua
por la boca y los labios recogiendo los rastros del buen trago que acababa de
echarme. Aunque no tenia ni puta idea de qué era un buen vino, era el primer trago
que me tomaba en quince años ¿Tiene más de esto? Le pregunté. Deberías
probarlo, le dije a Nevena.
 Borra el registro de entrada, por favor  repitió ella. Él tomó su teléfono y tecleó
alguna operación.
 ¡Ok, ok, ok, ya, no existe más! ¿Tranquila? ¡No sé me ocurre de dónde  dijo
hablándole a Nevena  puedas conocer al miserable asesino de John Stuart, que
justo hoy fue desatinadamente liberado!
 ¿Qué?  gritó ella  ¿Fuiste tú? ¿Por eso fuiste a la cárcel?  no respondí.
 Que envíe un mensaje para que vengan por usted es solo cuestión de tiempo,
solo un imbécil de su tamaño se atreve a venir aquí  dijo Dobromir mirándome.
Saqué el arma de mi pantalón, le quité el seguro y le apunté a la cara.
 Vaya por mas vino, sírvanos algo de comer y evite que le explote el cráneo de un
disparo.  le dije empujándole el cañón en medio de la frente.
 ¡Syd!  gritó Nevena  ¡No otra vez! Los tres estamos metidos en una situación
contradictoria. Dobromir, es cierto que puedes delatarnos, pero no quiero que Syd
te dispare para impedirlo. Syd, es cierto que puedes hacerlo ahora, pero eso solo
nos dará más problemas, de aquí no podemos salir sin su autorización. Yo  nos
miro haciendo una pausa  yo ahora soy cómplice de asesinato y si puedo salir de
esta situación quizá sea con la ayuda de ustedes dos, por eso vinimos aquí. Así que
les pido que no arruinen más mi vida de lo que podrían hacerlo con sus decisiones.
Sentémonos y encontremos una forma de salir los tres de esto.
Dobromir se fue caminando adentro, yo empuñaba el arma, lo seguimos hasta una
sala, nos sentamos en unos sofás de cuero enormes y grises, extravagantes como
la cabeza de un rinoceronte en una pared, ¡Creo que un solo puto sofá era más
grande que mi calabozo en la cárcel! Se zambulló en uno como una ballena en el
mar. Pinturas llenas de manchas de colores de las que ni transmiten ni dicen una
sola mierda colgaban en las paredes. Incluso un gran bar tenía el cabrón en frente
del salón. Se trataba de un pulcro, y por eso detestable, palacio para acomodados
Dentro de la barra hay lo que quieran, sírvanse, dijo mirándome. Seguí sosteniendo
el arma en la mano. Nevena fue a la barra, abrió de memoria cada puerta y cajón
del armario para sacar vasos y botellas. Trajo whiskey para los tres.
 ¿Qué hacías en Erótica?  comenzó él. Ella dio un sorbo a su trago y buscó las
palabras.
 Creo que algo extraño sucede allá,  respondió  quiero saber porque tantas
prostitutas y travestis se suicidan.
 ¡Son miserables drogadictos! ¿Qué hay de raro en que terminen quitándose la
vida? No valen nada.
 ¿Crees que las drogas de la llamada Resistencia Consciente tengan algo qué ver?
 preguntó ella. La miré, pensaba que de eso ya no se escuchaba hablar.
 La Resistencia…  habló el cerdo y se echó un trago a la boca  las drogas
sintéticas son la misma basura de siempre, mercado barato para clientes baratos.
La Resistencia… basura ideológica para ganar adictos.
 Para Spencer Herbert son un potencial enemigo del Progreso  dijo ella.
 ¿Spencer Herbert?  pregunté. Había escuchado el jodido nombre en la cárcel.
 Es el presidente de la Doctrina del Estado.  me respondío ella.
 ¿Qué quieres de mí?  preguntó Dobromir.
Nevana suspiró y dijo:
 Eres señor de la Doctrina, tienes acceso al sistema ¿Puedes cambiar nuestra
identidad en Watson?
 ¿A cambio de qué?  preguntó él mientras yo le quitaba y ponía el seguro al arma,
apunté a un jarrón con figuras extrañas en un rincón. Nevena puso su mano sobre
el arma y la bajo.
 ¿Alguien me puede explicar quien es Watson?  pregunté.
 No es tan fácil, Watson cuestionará el cambio, sus identidades están siendo
rastreadas continuamente.  explicó Dobromir y me echó una mirada  No puedo ni
quiero hablar de esto frente a todo el mundo Nevena, menos frente al asesino de
John Stuart.
 Puedes crear dos identidades temporales. ¡Hazlo por mí!  suplicó ella. Él la
observó un momento, bajo la mirada a sus tetas.
 Syd,  me dijo ella  ¿Puedes darnos un momento para hablar a solas?  Mientras
se levantaba la agarré del brazo.
 No quiero secretos entre nosotros  dije.
 ¡Por favor!  cruzó la sala hacia él y lo tomó de la mano, los dos se fueron por un
corredor.
Me mandé el trago de un golpe, el estomago me ardió y la cabeza me dio vueltas.
Me levanté, guardé el arma en mi pantalón y fui a buscar la botella que Nevena dejo
sobre la barra. Me serví otro trago y me senté a pensar. Llevaba solo un día fuera
de la cárcel, ya había quebrado a dos tipos, había estado a punto de mandar al
infierno al tercero, había vuelto a ver a Nevena, tenía unas geniales botas escarlata
nuevas y la Doctrina nos buscaba para aplastarnos. La Doctrina, esa maldita forma
metafísica que parecía controlarlo, vigilarlo, asediarlo todo, pero que no se veía en
ninguna parte. Estaba en todas partes, tendiendo hilos invisibles de los que
colgábamos, escupiendo como el diablo sus babas sobre nuestras cabezas. La
gente adicta a los teléfonos celulares ¿Qué puta droga les estaban metiendo en las
venas que tenía el efecto contrario a hacerles cuestionar su miserable vida? ¿Para
donde iba el jodido mundo ahora? ¿Y quien mierdas era Watson? Dobromir, un
señor de la Doctrina, no podía confiar en el bastardo. ¿De qué estarían, Nevena y
él, hablando a solas? ¿Tendría sus asquerosas manos sobre las tetas de Nevena
ahora mismo? Bebí dos vasos de Whiskey, me llevé la botella y me acosté sobre el
sofá mirando el techo lleno de luz, sentí un hueco en las tripas, recordé que no había
comido nada desde la cárcel.

Me desperté cuando Nevena se acomodó bajo una manta a mi lado, sentí su cabello
en mi cuello, puso su mano en mi pecho, las luces se habían apagado.
 ¿Aún estamos aquí?  pregunté.
 Sí  me respondió en voz baja.
 ¿Qué vamos a hacer?
 Dobromir va a crearnos dos identidades falsas, podremos usarlas para irnos de
aquí. Podemos pasar esta noche tranquilos aquí.  no dije nada, pero sabía que el
bastardo no lo haría, teníamos que irnos rápido de ahí. Nevena se acomodó
poniendo su cabeza sobre mi hombro y pecho, sentí sus tetas en mi brazo, olí su
cuerpo y su pelo, y mi verga se puso dura tan rápido como un relámpago cae en el
horizonte. Duré quinces malditos años encerrado en ese hueco, ya había olvidado
que era sentir la infinita calidez de una mujer a mi lado. Acaricié su espalda, ella
respiraba cerca a mi oreja. Sentía la sangre caliente palpitando en mi verga. Busqué
su boca en la oscuridad, sentí su cabello en mis labios, la besé, pero ella se había
quedado dormida. Maldita sea, ahí estaba yo con mi exnovia de hace quince años,
acostada a mi lado dormida y yo con mi verga dura. Me abrí el pantalón y me
masturbé un momento, pero era ridículo. Tenía que pensar en otra cosa. Me levanté
tratando de no molestarla. El arma cayó de mi pantalón, me cerré el pantalón con la
incomodidad de tenerla dura. Recogí el arma y me quedé apuntando al suelo,
parado viendo la silueta de las caderas y el culo de Nevena en la oscuridad tendida
en el gran sofá. Estaba descalzo, pero no recordaba haberme quitado las botas, di
un paso y tropecé con ellas, me senté y me las puse con las botas del pantalón
dentro, las amarré ajustándolas bien. Atravesé la pieza, me golpeé con una mesa
en el centro y luego me estrellé con la esquina de una pared después de la que fui
por un corredor, al fondo tanteé lo que parecía una puerta, puse la mano en el
picaporte y la abrí, al abrirse las luces se prendieron como por arte de magia y sonó
música clásica que no reconocí. Dobromir estaba parado mirando por un ventanal
hacia la calle, se sorprendió al verme, levanté el arma y corrí hasta ponérsela en
medio de la frente.
 Vas a ayudarnos a salir de aquí si no quieres que te exploté la cabeza y riegue
tus asquerosos sesos en medio de tu pulcro palacio burgués.  dije.
 No irán muy lejos, no se puede huir de la Doctrina  alcanzó a decir, antes de que
le golpeara un pómulo con el arma. Chilló de dolor.
 Agarra tu teléfono  le ordené  vas a decirles que nos llevarás a los suburbios
del norte. Su cara se había hinchado, buscó el aparato en una mesita al lado de una
cama que ocupaba un tercio de la gran pieza. Tecleó algo.
 ¿Qué mierda haces?  pregunté.
 Les envío una falsa ubicación al norte.  dijo mostrándome el cacharro. No
entendía una mierda en la pantalla.
 ¡Llámalos!  dije.
 ¿Para qué?  preguntó.
 ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!  grité  Eres el tercer imbécil de hoy esforzándose por
que le vuele el cráneo, vas a hacer todo lo que diga, así que marca un maldito
numero y habla con quien sea.  dije apuntándole de cerca, viendo miedo en su
mirada. Marcó un numero y espero.
 Comando  dijo cuando alguien contestó al otro lado  Hay un cambió de planes,
los llevaré a un suburbio en el norte, les enviaré nuestra ubicación.  Guardó silencio
escuchando al otro lado. Le puse el cañón en el pómulo hinchado, quitó la cabeza
quejándose.  Por favor, comando, yo estoy dirigiendo la operación, vayan allá,
adiós.  cortó. Le quité el teléfono y lo estrellé contra la pared. La pintura del muro
se descascaró y el aparato cayó intacto entre los dos. Lo pateé a un lado, le quité
el seguro al arma y le disparé acercándome. El primer disparo falló y fue a parar en
los vidrios blindados de la ventana, entonces puse el seguro, me agaché y lo
destrocé con el culo de la pistola, al final lo pateé con el talón de mis botas como si
fuera la Doctrina. Nevena entró en la pieza.
 ¿Qué pasa?  gritó  ¡Syd, baja el arma! ¡No vamos a seguir matando a todo el
que se nos atraviese!
 Tenemos que irnos  dije  este insecto nos delató.
 ¿Qué?  dijo ella.
 ¿Cómo puedes confiar en esta basura?  le reproché. Los dos se miraron, Nevena
reconociendo la cara del traidor. El pómulo del bastardo parecía que se iba a estallar
de la inflamación. Lo tenía completamente cerrado por el golpe.
 Tenemos que irnos,  dije  Supongo que tienes una linda y cómoda forma de
transportarte, así que nos vas a sacar de aquí.
 No tenemos a dónde ir  dijo Nevena.
 ¡Eso lo decidimos después de deshacernos de este gusano!  dije mostrándole la
puerta con la pistola. Nevena se calzó sus botas, se veía jodidamente hermosa. Al
bastardo de Dobromir no le deje buscar unos zapatos, así que salió descalzo en
pijama de seda. Bajamos por el ascensor directamente a los parqueaderos de un
sótano. El gusano se arrastró delante de mi revolver hasta un carro negro del que
era imposible mirar nada en su interior.
 Siempre lo conduce mi chofer  dijo.
 Realmente te estás esforzando para que te explote el puto cráneo  le dije
pasándome la mano desde la frente a la boca.
 Watson puede encontrarnos con el internet del carro  me advirtió Nevena.
 ¿Quién mierdas es Watson?  pregunté por tercera vez esa noche.
 Es un software creado por IBM, es como un asistente personal mundial alojado
en internet. Hace cualquier tarea que la gente le pida en el sistema.  Explicó
Nevena.
 Vas a darnos una maldita solución  le dije a Dobromir poniéndole el cañón en la
frente.
 Podemos apagarlo momentáneamente y conducir manualmente. Mi teléfono está
off line, Watson podrá rastrear cualquier recorrido que se haga cuando se encienda
nuevamente, pero para eso se necesita recuperar mis cuentas e identidad en un
nuevo dispositivo.
 Bien, vamos  le dije mostrándole el carro con el arma.
El gusano puso su mano en la manija de la puerta del conductor y se sentó al
volante. Nevena fue a su lado y yo me subí atrás poniéndole el cañón en la nuca a
nuestro chofer. Buenas noches Dobromir, ¿Cómo te encuentras en la madrugada
de hoy? Quieres indicarme a dónde nos dirigimos por favor y ¿Quiénes son nuestros
acompañantes? Hola ¿cómo están?  habló Watson. Nevena se puso el dedo índice
en la boca pidiéndome que no hablara. La cordialidad de Watson empezaba a
patearme las huevas, pensé, si pudiera le partiría la cabeza, pero desgraciadamente
no tenía.
 ¡Hola cariño!  dijo Dobromir, me pareció increíblemente estúpido. Watson río 
No iremos a ningún lugar, solamente vinimos aquí para conversar un momento. 
Bien, entiendo, pero quisiera conocerlos para brindarles mi asistencia. Además,
estoy preocupada por ti, he identificado un daño en tu dispositivo móvil. Dijo
Watson. Le empujé la cabeza con el cañón para que se deshiciera de esa jodida
presencia fantasmal.
 ¡Cariño!  dijo el idiota  Te quiero pedir que nos dejes a solas un rato, queremos
tener una conversación privada. Te llamaré cuando te necesitemos.  Oh, entiendo,
lo siento, no olvides que estoy siempre a tu servicio. Mientras me voy, me ocuparé
en identificar las posibles soluciones al daño de tu dispositivo. ¡Hasta luego!  dijo
Watson y las luces de los tableros del carro se apagaron.
 ¡Ahhh, gracias por mandar tu novio al infierno virtual!  grite después de un largo
suspiro.
 ¿A dónde vamos?  dijo el gusano.
 Bien, Dobromir, ¿o novio de Watson, debería decir? ¿Cuánto llevan juntos?  solté
la risa.
 ¿Qué hacemos?  preguntó Nevena.
 Hum, ¿Qué prefieres Dobromir, la ciudad o el campo?  dije mirándolo por el
retrovisor.  Veamos, ¿conoces el viejo cementerio del centro? Bien, vamos a dar
un paseo por ahí. No puedo ser tan amable como tu novio Watson, pero te mostraré
el camino a mi manera, ¿de acuerdo?  dije y arrancamos.
 ¿Qué haremos?  preguntó otra vez Nevena.  tenemos que evitar avenidas
principales, para que los sensores de los peajes no lean las placas del carro.
 Vamos a devolver un gusano bajo tierra  dije sonriendo. Para salir del edificio
subimos cuatro niveles desde los sótanos, había perdido la noción del tiempo, pero
creía que estaba cerca de amanecer. Afuera, aún era de noche, no llovía más, pero
las calles estaban mojadas y las nubes se desplomaron en una niebla de película
que tapaba los rascacielos del barrio. Nevena fue mostrándome el camino, poco a
poco las grandes torres modernas fueron desapareciendo y empecé a reconocer
barrios más pobres en los que había estado alguna vez. Asquerosos vagabundos
dormían envueltos en sucios trapos sobre cartones en las calles, bajo los parapetos
de fachadas enmugrecidas por la miseria, el tiempo y la humareda de fogatas dónde
se calentaban indigentes, cubiertas de anárquicos grafitis sin sentido o carteles de
bares nocturnos. Sentía asco hasta vomitar por ese fétido basurero de la sociedad
sobre la que se paraba el Progreso. Llegamos al cementerio, dimos una vuelta y
fuimos hasta los muros de atrás, miré los vidrios de botellas rotas que les ponían en
el borde para que los miserables no se arriesgaran a morir desangrados si querían
pasar la noche en alguna cripta sin cadáver. Montones de basura reunida atraían
buitres carroñeros. Nos bajamos del carro, sentí el frio en la nariz, mis botas se
hundieron en la tierra y la mugre, empezaba a amanecer y la niebla se hacia espesa.
 ¿Te gusta este palacio, gusano?  le dije a Dobromir.  ¡Tírate al piso!  Primero
se arrodilló mirando el cañón que le apuntaba.  Al piso idiota  repetí. Nevena se
me acercó al oído.
 No lo mates.  me pidió. La miré.
 Solo quiero que se arrastre.  Dije. Estaba tumbado con la panza en la tierra y las
manos apoyadas hacia al frente. Me agaché y le puse el cañón en el cogote 
Arrástrate gusano.  dije. No se movió.  me levanté de un salto gritándole:
“Arrástrate”, y le pegué una patada que debió sentir en las tripas. Di un disparo a un
montón de basura y los buitres volaron despavoridos. Dobromir empezó arrastrarse
apoyándose en las manos y chillando.
 ¡Los gusanos no tienen brazos, idiota!  le dije echandoselos hacia atrás con las
botas. Se movía como un gusano sin avanzar. Me reí, me reí y me reí. Me subí al
carro y me senté en el asiento del acompañante, le pedí a Nevena que viniera. Se
sento a mi lado frente al volante.
 ¡Nevena! ¡Nevena!  gritó Dobromir.  ¡Creé las identidades! ¡No me abandones!
 suplicó.
 ¡Vamos!  dije.
 ¿Lo vamos a dejar ahí?  repusó ella.
 ¿Qué esperas? ¿Qué lo caputuremos y lo re adoctrinemos a mi manera?
 ¿A dónde vamos?  preguntó.
 Me gustaría emborracharme, quiero conocer ese bar clandestino, Erótica.
Nos miramos y sin decirnos nada más Nevena prendió el motor y nos fuimos.
Aunque ya había amanecido, estaba tan oscuro y gris que parecía que la noche aún
estuviera sobre nostros. Un aguacero torrencial se desplomó sobre el mundo.
7

Nos deshicimos del carro de Dobromir en un terreno baldio detrás de unos edificios
enegrcidos por la polución del centro de la ciudad. La lluvía se detuvo y nos dejo
bajo una bodeda gris de nubes amenazantes y una niebla helada. Fuimos
caminando por una avenida que no recordaba y atravesaba una zona de comercios
de todo tipo. Bajo una malla de puentes y cruces de carreteras, vimos los primeros
travestis vestidos con sus extrabagancias.
 ¡Baby! ¿Quieres que te la chupe?  me gritó un transexual liberando sus dos
enormes tetas de goma de una minuscula parodia de chaqueta de Vigilante, se
veían hinchadas, brillantes y pesadas, parecian a punto de estallarse con la minima
presión de un roce, como si estuvieran repletas de agua y no pudieran contenerla.
Sus botas de cuero más altas de las rodillas, de unos quince centimetros de tacón
puntilla, la hacían ver unas dos cabezas más alta que yo. Le sonreí y seguimos de
largo, media calle más alla estabamos rodeados por una multitud de putas,
transexuales y travestis de todas las especies que conversaban entre ellas o con
tipos que las abordaban para negociar sus fantasias con ellas. Me sentí en un
planeta diferente habitado por razas hermafroditas y androgenas que respiraban
sexo por sus branquias, vestidas de cuero, latex y piel aceitada y brillante. Dos
extraterrestres venidos del planeta de la lujuria, con culos enormes y de caderas tan
hanchas como los oceanos que separan los continentes caminaban hacía nosotros,
la rubia tenía los labios en rojo encendido y una barba geometricamente razurada
en los bordes. Traía una especie de traje espacial que le apretaba toda la carne,
plateado y brillante en el que casí podia ver mi reflejo y terminaba en unos hombros
galácticos que solo me recordaban a David Bowie. La negra venía atabiada con
unas medias en látex blanco colgando de la cintura con ligueros. Un corto y áspero
pelo púbico tapaba su vulba desnuda. La rubia caminó de frente a mi y al pasar en
medio de las dos, pues sacaron a Nevena del camino, sin dejar de mirarme a los
ojos con una sonrisa, me apretó la verga por encima de la ropa, acariciandome.
Nevena y yo volteamos a mirarlas riendonos, el pelo de las dos, rozando sus muslos
se batía mientras caminaban. Cerca de ahí recostada en una pared, una mezcla de
vampierala y dominatrix fumaba marihuana hablando con una puta cuarentona.
Brusca, jalaba manoteando del cuello con una cadena un esclavo forrado en un traje
de cuero que le cubría todo incluida la cara, a exepción de un miembro grande y
escurrido saliendole de en medio de las piernas. En alguna otra dirección, me quedé
viendo un tipo de apariencia a lo Freddy Mercury, con el dorso y pecho desnudos,
metido en unos pantalones de cuero apretados y amarrados con un cinturon de
taches, besandose con una mujer que tenía un arnes de cuero del que salía una
dildo erecto. En otra esquina tres mujeres vestidas con trajecitos de Vigilantes le
apuntaban y disparaban a todo el mundo con pistolas de agua cuyos cañones eran
gruesos y venosos penes erectos blancos, negros, rosados, etc. En medio de tantas
y tan variadas especies sexuales, debiamos parecerles dos aburridos e inocentes
seres venidos del planeta Tedio. En fin, estabamos andando en medio de una jungla
sexual y, lo que mas me agradaba, era que ya no parecían ser excluidos confinados
a ocultarse en la oscuridad de la noche, ese amanecer también parecia un
amanecer de la consciencia de lo diferentes que podiamos ser. Recorrimos así,
entretendios en medio de todos esos aliens, dos calles más hasta encontrarnos otra
tribu, se trataba de unas ocho o nueve lesbianas, algunas de cabeza rapada, otras
con crestas que se sostenian tan alto como podían con geles y lacas, casi todas de
tetas planas o inexistentes bajo chaquetas de cuero falso o jean desgastadas,
algunas con lo ojos hundidos en carmines negros, con las piernas metidas en levis
501 o pantalones apretados y rotos y paradas en machacadas y rayadas botas
punkeras. Cuando me vieron empezaron a llamarme a gritos. “Ey, ey, niño bien,
¿qué busca?”, dos se nos acercaron, olían a mugre, tabaco y whiskey barato.
 ¡Entonces qué!  dijo una  ¿Qué quiere? ¿Acidos, pepas, blanca, bazuco?
 ¡Uy que botas tan heavy! ¿De dónde se las levantó?  dijo la otra.
 ¡Venga, le doy lo que quiera por esas botas! ¡Pida las pepas que quiera! ¿O es
que le gustan las drogas de viejos? También le tengo baretica para que lo pegue.
 Vamos a Erótica  dije. La segunda solto una carcajada incoherente.
 ¡Ah, lo que quieren son putas!  dijo y sacó la lengua y empezó a moverla a toda
velocidad de esquina a esquina de la boca como si le fuera a dar orgasmos a un
clitoris invisible y soltó una carcajada.
 Venga ¿es que yo no le gusto?  dijo la primera y se levantó una camiseta rota
que tenía mostrandome dos minusculas y bonitas tetas blancas que se erizaron con
el frio del amanecer, se me acercó y me lamió la mejilla con aliento de borracha.
“Hagale, vamos, le va a gustar, solo paseme las botas y le hago lo que quiera”, dijo.
La otra nos mostró un grupo de colegialas de piernas gruesas y tacones que
parecian venir del infierno o ir a él. “Qué, a este deben gustarle es las puticas bien
que le gustan a los señores”, dijo riendose la otra, se reía cada frase que decia.
Nevena me agarró del brazo, “estamos cerca, vamos”, dijo y nos fuimos y dejamos
a las punkeras gritándonos, ¡venga marica, no se vaya, lo que quiera se lo busco y
se lo hago! Saliendo del radio de las carcajadas de la otra, seguimos el rastro de las
colegialas, las ví entrar en una especie de mansión lúgubre esquinera sobre la que
se levantaba una torre negra gigante con un letrero de luces rojas que
relampaqueaban en medio de la niebla, Erótica, de lejos el lugar y el piso temblaban
por la musica que venia de adentro. Caminamos hasta las puertas que parecian las
de un castillo. Al pararnos frente a esas puertas de unos tres metros de altura, un
rock industrial nos empezó a atravesar los huesos, los muros retumbaban tanto que
pensé que el castillo podría derrumbarse en cualquier momento y no podría ver ese
espectaculo desde afuera, pero el corazón también me empezó a retumbar, así
debe sonar el rock, pensé, como un maldito edificio que se desploma. Las puertas
se abrieron como jaladas por cadenas y dos gorilas negros nos esperaban para
manocearnos buscando que llevabamos encima, me quitaron el arma y a Nevena
el teléfono celular. Me preguntaron donde tenía metido el mio, les dije que no tenía,
pero no me creyeron y me empujaron por detrás a una pared, me abrieron los pies
a patadas y me metieron las manos casi en el culo buscando un puto teléfono. Me
hicieron quitar las botas y las revisaron. Me dijeron que la gente sin teléfono no
exisitia y que era sospechosa. Cuando el gorila me pidió explicar porque no tenía y
sí tenía un arma, dije que me compré el arma con el puto teléfono, al fin y al cabo el
apocalipsis se acercaba, se rió y nos preguntó que veniamos buscando, ¡lo que todo
el mundo, droga, alcohol y putas! dije. Al final, les valía mierda y las únicas leyes
trás esas puertas, eran no usar los teléfonos para que nadie puediera ponerse en
contacto con Watson y no estar armados, entonces nos dejaron entrar. Adentro, no
era muy diferente de lo que me esperaba encontrar, una gran variedad de putas
para todos los gustos, altas, bajas, delgadas, gruesas, blancas, negras, etc.
practicamente sin ropa, y fracasados y solitarios sentados por todo el lugar
conversando con ellas. Nevena era la única mujer, vestida y no puta, y por eso
caminamos con las miradas encima hasta dos butacas altas que rodeaban una
tarima donde se levantaban tres barras metálicas hasta el techo. Nos sentamos y
entonces el show empezó. ¡Desde el infierno, la lasciva: Eniko!  dijo una voz ronca
de cantante de banda metal, que no canta, sino que grita y nos quedamos en una
profunda oscuridad, empecé a escuchar un sonido eléctrico que me hacía pensar
en dos aros girando el uno encima del otro en medio de la nada, un loop infinito
acompañado de un zumbido agudo que iba y volvía me transportó al espacio, un
estruendoso acorde en una bateria se repitió y las guitarras eléctricas se estrellaron
en nuestras cabezas como misiles en un bombardeo mientras que cuatro lanza
llamas escupieron fuego como dragones desde los lados de la tarima. Y en medio
del fuego apareció Eniko, caminando en tacones y bragas negros y una chaqueta
de cuero corta sobre su ombligo, como una asesina con una sierra electrica hacia
nosotros para acabar con nuestra jodida vida, los lanza llamas dejaron todo en las
tinieblas, y cuando volvieron a escupir fuego, Eniko se lanzó al suelo de rodillas y
de un jalón se arrancó la chaqueta de cuero que le forraba las tetas y los hombros,
la tiró tras de sí y se puso a cuatro patas acechando como un felino hasta la última
barra de acero sobre la tarima, la trepó como una serpiente enrollandose en un árbol
y cuando estaba en la cima se liberó de las manos y acarició toda su piel quedando
de cabeza enganchada de sus piernas a la barra como un murciélago, se arrancó
las bragas y abrió los brazos como un ángel caído. Así se dejo escurrir lentamente
por la barra hasta que toda su espalda estaba en el piso y sus piernas largas
pegadas al tubo se ensanchaban hasta unas caderas y culo inmensos. Fue como
un relámpago que me atravezó la columna. El escenario se quedó oscuro otra vez,
y la endiablada y genial música de Rammstein se acabó dejando un silencio de
sordo y una ola de aplausos, gritos y chiflidos. Cuando las luces volvieron sobre la
tarima, Eniko estaba parada en unos muslos gruesos de tensionados músculos,
unas piernas largas que terminaban en tacones negros, sonriendo y mandando
besos a todas partes, los hombres tiraban billetes a la tarima o le pedían acercarse
para cogerle las piernas o las tetas, pero ella los empujaba. Cualquiera de nosotros,
los sin futuro, matariamos por Eniko, pensé. Recogió una buena cantidad, me
acerqué a Nevena y le grité si allí se pagaba con dinero liquido, me explicó que en
los bares clandestinos las transacciones no eran virtuales, lo que yo ya suponía. La
Diosa en tacones se puso la chaqueta de cuero sin abrocharsela y con las bragas
en la mano bajó ayudada de viejos lascivos por una escalera al lado de la tarima
mientras el rock industrial de Marilyn Manson empezó a sonar. Varios hombres la
detuvieron para hablar con ella al oido, Eniko los escuchaba y se deshacía de ellos,
todos se la querían tragar. “Ya vuelvo”, le dije a Nevena y me fui detrás de la striper
vestida solo con sus tacones y chaqueta, me fijé en lo largo que tenía el pelo y lo
negro que se veía bajo esas luces. Antes de que se metiera por unas escaleras que
debían conducir al segundo piso del castillo, la agarré del antebrazo.
 Hola,  le dije  Soy Syd.  No sabía que le iba a decir, sabía que también quería
deborarla como un canival.
 Hola, baby,  respondío  Esta noche no puedo, uno de los señores está aquí,
soy suya. Pero cuando quieras puedes volver, aquí estaré  dijo. No la solté.
 ¿Uno de los señores?  pregunté.
 Spencer Herbert, ¡es uno de los grandes! Yo soy suya, todas somos suyas  dijo.
 ¡Quiero que seas mia! De nadie más.  le dije. Se rió.  Hablo en serio  dije.
 ¿Quien eres tú, Syd?  preguntó.
 ¡Soy un pobre diablo! Pero maté a John Stuart  dije.
 ¿Quién es ese?  preguntó  bueno pareces un niño jugando a ser un punk malo
 se burló  ¡Me gustas! Vuelve cuando ninguno de los señores esté.
 ¿Puedes llevarme a él? Quiero verlo  le dije, le había soltado el brazo y agarrado
la mano.  Soltó la risa.
 Nadie puede verlos, solo nosotras, porque somos suyas.
 Puedo sacarte de aquí, si quieres, ayudame a verlo  le dije, pero volvió a reirse.
 No necesito que me saques de aquí, puedo irme sola cuando quiera  dijo
sonriendo y mirándome. Miró las escaleras arriba y pensó en algo.  Ven conmigo
 resolvió. Subimos a un segundo piso, no se veía ni mierda, salvo por unas
hediondas luces de colores que tiraba una de esas viejas esferas decorativas de
espejos en medio de humo de marihuana, cigarrillo y tabaco. Había más mujeres
ahí, caminando desnudas en tacones, con arneses, corsets, gargantillas y mascaras
de cuero, taches, algunas caminaban con fustas y latigos, también había travestis y
transexuales con sus enormes tetas y culos repletos de caucho, unos estaban
erectos y andaban amenzantes con sus vergas fumando y llevando botellas de trago
en medio de sofas de cuero y mesas bajas, otros tenían consoladores y dildos
gigantes con los que jugaban golpendose y chupandolos. Eniko me metío en una
pieza diminuta donde solo cabiamos los dos, sentí sus tetas en mi pecho, y luego
cuando se voltió buscando algo en unas cajas, me rozó la verga con su culo, se me
puso dura de una. Se volteó y me dio una mascara de cuero, tenía una cremallera
en la boca y me dejaba el pelo por fuera. Casi no podia respirar, abrí la cremallera
de la boca. Me empezó a quitar el blazer, la camisa y la corbata. Me dejo con la tripa
y espalda desnudos, y me echó un aceite que me dejo el cuero brillante. Me miró
las botas y el pantalón, me pidió que me las amarrara entre el pantalón, me agaché
y lo hice, miré hacia arriba y le miré la vulba, la verga se me puso mas dura que
nunca. Me levanté frente a ella, ella se volteó a buscar algo más y sacó unas tirantas
de cuero con tachuelas que me puso sobre los hombros y me abrochó al pantalón,
me miró el bulto ahí abajo, me bajo la cremallera y me lo sacó. ¡Perfecto! Vamos a
fuera, puedes caminar por ahí bebiendo y puedes verlo de lejos, ¡vamos!  dijo y
abrió la puerta rozandome la verga con los muslos.
 No, ¿qué te pasa? ¡No voy a salir así ahí!  dije y me la guardé mientras ella se
reía. Aunque estaba tremendamente buena, Eniko se reía por todo, empezaba a
molestarme. Salimos al salón, la seguí hasta la barra del bar, y nos acomodamos
en dos butacas altas como las del primer piso donde aún debía esperar Nevena. La
mascara no me dejaba ver ni respirar con facilidad, y sentía la cabeza caliente y los
oidos me estallaban por la música. Eniko pidió dos vodkas y me pasó un vaso.
 ¿Quién es?  le grité al oido. La musica no dejaba decir ni escuchar nada.
 ¿Ves los sofas al fondo, en el rincón? Hay tres de los señores, el barrigón que
tiene el tabaco en la mano, con la bata de seda.  dijo. La mascara no me dejaba
ver una mierda, me la reacomodé para alcanzar a ver, no le escuchaba bien por el
volumén de la música, así que me limité a mirar hacia dónde me señalaba.
 ¿No tienes que usar mascara?  le pregunté gritando siempre.
 No, yo le pertenezco, las suyas no tenemos que ocultarnos  me explicó. Me
alegró tener que usarla. Decidí quedarme callado y no gastar energia gritando en
los oidos de Eniko, ella me dijo un par de cosas de las que no entendí nada. Una
Drack Queen se acercó a Eniko a decirle algo, Eniko me dijo, supuse, que volvería
y se fue. Entonces me aventuré a caminar por el lugar con mis tirantas de taches,
mi pecho escurriendo aceite y mi pantalón entre las Martens, me dirigí hacia donde
creía que Eniko me había mostrado a Spencer Herbert. Tres androgenos
adolescentes, flacos, de pelos cortos y parados se me acercaron a bailar a mi
alrededor, uno, que tenia unas minusculas tetas y tenía un calzon de cuero y botas
tejanas me pusó la mano en el pecho y me frotaba y se agachaba como
comiendome. Los otros dos bailaban de tras de mí, uno me agarró por la cintura y
se restregaba lo que fuera que tuviera entre el pantalón contra mí. En medio de ese
intento de orgia a mi alredeor, buscaba a Spencer Herbert. En un salón en un rincón
ví tres señores gordos vestidos con batas de seda escarlata, sentados en grandes
sofas de cuero negros, entre ellos, a su alrededor, por encima y en el piso estaban
regadas una veintena de mujeres de todas las razas, todos los tipos de cuerpo,
todos los tamaños, desnudas y en tacones, uno de ellos tenía un vaso de trago en
una mano y una rubia de enromes caderas, piernas y tetas sentada sobre él en una
de sus piernas, era calvo y se peinaba el escaso pelo de un extremo al otro de la
cabeza, una mesa baja redonda estaba llena de botellas de diferentes licores,
muchos vasos, lo que parecía un cubo con hielo y una bandeja de cocaina. El
asqueroso gordo, parecia dormir sobre las tetas de la rubia que baila sentada
meneandole el culo sobre lo que debía ser su verga estripada. Me acomodé la
mascara, sentía que los ojos se me iban a salir, e intenté mirar a los otros dos
señores, me quité de encima los aliens que buscaban exprimirme el sexo y me
acerqué, no podía saber cuál de los tres sebosos era Spencer Herbert porque eran
identicos, no se movían y dormian ebrios con la cabeza a un lado, los diferenciaba
por la puta que tenían encima, la rubia, una negra y una asiatica. Quise acercarme
por otro lado, pero una especie de Jaret Letto, de pecho y abdominales de Dios
griego desnudos, con un corbatín puesto, me bloqueó el camino señalandome que
regresara por dónde venía. Retrocedí buscando donde sentarme, quería sacarme
esa jodida mascara que me asfixiaba, encontré una butaca al final de la barra del
bar, me agaché e intenté quitarmela, entonces empezó el mierdero, todas, con sus
vergas erectas o colgantes, sus tetas saltando pegadas a sus cuerpos, sus cabellos
sueltos o en colas y trensas hasta el culo, todas empezaron a correr hacia la
escalera por donde subimos Eniko y yo, pero se estrellaron contra una banda de
Vigilantes de la Doctrina que irrumpía en ese salón apocaliptico, bloqueando la
huida y apuntando amenazantes a todas las putas, transexuales y maricas del lugar,
con armas largas. Algunas de la putas lanzaron patadas, tacones, botellas, vasos o
debiles puños que los vigilantes recibieron en sus cascos y armaduras como
estátuas metalicas a las que se les tira piedras. Una asotó con un latigazo que se
enredó en el cañón de un vigilante, y éste la arrastró pegandole la cabeza contra el
piso. Un pito agudo sonó y nos ensoredeció hasta casi estallarnos los oidos, muchas
chillaban de dolor, yo me los tapé con las manos y me agaché huyendo de la tortura.
Cuando paró, solo se escuchaban los gritos de los vigilantes pidiendole a todas
arrodillarse. Ví a Eniko hablando con uno de los vigilantes, miré los sofas de la fiesta
privada de los señores, los tres habían desaparecido. Eniko me sorprendió
agarrandome de la mano, ven conmigo, no te quites la mascara, dijo. Caminamos
hasta donde estaba el vigilante con el que hablaba, él se hizo a un lado y nos dejo
bajar por las escaleras. En el salón del primer piso, los vigilantes habían esposado
a los clientes clandestinos del antro, Eniko me llevó de la mano hasta una puerta al
fondo del lugar, quería tirarme al suelo del cansacio que sentía. Me dolían los oidos
y tenía el pito ensordecerdor aún en la cabeza. Entonces pasamos frente a Nevena,
que estaba esposada con la cabeza caida en su pecho, la reconocí por su pelo rojo
y largo colgandole hasta el ombligo. Dobromir estaba muy cerca hablando por el
teléfono, tenía un abrigo negro hasta las rodillas encima de la bata de seda con la
que lo tiramos en el cementerio, me miró sin reconocerme. Seguimos de largo hasta
un corredor oscuro. Me detuve para hablarle a Eniko.
 Espera. Tengo que volver ahí, no vine solo. Tengo que ayudarla.
 No podemos hacer nada ahora, ellos tienen el control  dijo.
 ¿Por qué no nos detuvieron a nosotros?  pregunté.
 Conozco un vigilante, él nos ayudó.  me explicó.
 ¿Viste el tipo del abrigo negro? Lo conocí anoche, trabaja para la Doctrina  dije.
 Es uno de los señores, pero uno de menor categoría  dijo Eniko.
Seguimos caminando hasta una puerta negra, parecía la puerta de una caja fuerte.
En medio, a la altura de la cabeza, había una perilla con numeros alrededor. Eniko
la giró siguiendo una serie de numeros, una clave. La cerradura de la puerta
chasquió, y Eniko empujó la puerta que se hacía pesada por uno de esos sitemas
de resorte automaticos que cierran. Entramos, había una cama grande en la que
me tiré mirando unas luces blancas en las cuatro esquinas del techo, extendiendo
los brazos a los lados. Cerré los ojos y casí al instante me dormí. Sentí como Eniko
me quitaba la mascara y las botas.
Eniko

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