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Universidad de Castilla La Mancha

GRADO EN HUMANIDADES: HISTORIA CULTURAL

Curso académico: 2015-2016

El largo e ingrato camino hacia la liberación

De España a Berchtesgaden

Trabajo de Fin de Grado realizado por:

Noelia García Castillo

Dirigido por:

Ángel Luis López Villaverde

Vº Bº Tutor/a del Trabajo de investigación Fdo:

Fecha: 12 de julio de 2016 Fecha: 12 de julio de 2016

Ángel Luis López Villaverde Noelia García Castillo


ÍNDICE

1. INTRODUCCIÓN
1.1. Justificación de la elección del tema 3
1.2. Objetivos 4
1.3. Fuentes y metodología 4
1.4. Estructura 6

2. EL EXILIO DE LOS REPUBLICANOS ESPAÑOLES: DE UNA GUERRA A


OTRA
2.1. Las tres oleadas migratorias de 1936 a 1938 y el gran exilio del 39 7
2.2. Campos de concentración en Francia 10
2.3. Campos de concentración y compañías de trabajo en el norte de
África 18
2.4. Batallones de marcha y compañías de trabajo en las fronteras
Francesas 21

3. LOS ESPAÑOLES EN LA CONTIENDA: LA NUEVE


3.1. La Legión, Narvik y la Guerra en África 24
3.2. La 2ªDB de Leclerc: el origen de la Nueve 34
3.3. La Nueve y la Liberación de París 41
3.4. De la liberación de Estrasburgo hacia Berchtesgaden:
el “Nido de Águila” de Hitler 54

4. LA NUEVE EN LA MEMORIA COLECTIVA DE LOS ESPAÑOLES


4.1. Libros de texto de bachillerato 60
4.2. Referencias en la prensa 62

5. CONCLUSIONES 65
6. BIBLIOGRAFÍA 69

2
1. INTRODUCCIÓN
1.1. Justificación de la elección del tema
La determinación de realizar este proyecto sobre los republicanos españoles
exiliados tras la guerra civil, y enrolados más tarde en el ejército de la Francia Libre, la
tomé en el verano de 2014, durante la realización de un curso con la empresa conquense
Ares Arqueología. Claro que en esos momentos, mis pretensiones a la hora de elaborar
este escrito eran muy distintas a las actuales.
Durante varias jornadas excavamos, tanto en el denominado “Cerro del
Socorro”, donde conseguimos sacar a la luz una parte de las trincheras que hoy en día
rodean la explanada ubicada a los pies de la imagen que allí permanece, pero que sin
duda debieron formar parte de un reducto fortificado construido en 1936; como en otro
cerro adyacente donde encontramos un pequeño fortín todavía en pie, el cual, en parte,
rehabilitamos. Mientras ahondábamos en la tierra, pico y pala en mano, manteníamos
continuas conversaciones sobre la guerra civil, la represión de ambos bandos, el papel
que desempeñó Cuenca como ciudad de retaguardia durante el conflicto, etc. 1 Y fue en
una de esas conversaciones cuando uno de los compañeros mencionó algo sobre una
compañía de republicanos españoles que lucharon en la segunda guerra mundial. Esto
me sorprendió bastante pues creía -gracias a la “historia oficial” que se enseña en las
aulas, sobre la que más tarde hablaremos-, que los únicos españoles que combatieron en
la segunda guerra mundial pertenecían a la División Azul. Mi siguiente pregunta fue,
por tanto, quiénes eran esos republicanos, a la que obtuve una respuesta contundente:
“los de La Nueve, una compañía de republicanos españoles”. Sin más demora, me puse
a buscar información sobre ellos e, inmediatamente, brotó en mi pensamiento plasmar la
historia de esa compañía en mi Trabajo de Fin de Grado. La decisión ya estaba tomada
pero, después de leer un poco más sobre el asunto en cuestión, me percaté de que los
componentes de La Nueve no eran los únicos republicanos españoles que participaron
en la contienda, ni siquiera eran los únicos encuadrados en las filas de la Francia Libre
del general de Gaulle, por tanto, me incliné por ampliar la perspectiva, manteniendo un
apartado donde La Nueve fuera la gran protagonista.

1
Ha de mencionarse que el curso se llamaba Arqueología de la guerra civil en Cuenca.

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1.2. Objetivos
La decisión de ampliar el horizonte temático, introduciendo también en este
ensayo a todos los republicanos españoles incluidos en las filas del ejército francés,
viene determinada por una necesidad intrínseca de conocimientos acerca del grado de
importancia que supuso la participación de este conjunto de españoles en el desarrollo
de la contienda, es decir, cuál fue el peso que sostuvieron estos compatriotas a la hora
de que la balanza se inclinase a favor de los aliados; lo cual constituye uno de los pilares
básicos que sostienen la exposición de este tema. Pero vamos por partes.
A lo largo de todo el escrito vamos a advertir como cada uno de los tres
objetivos que me plantee responder al abordar el tema de los españoles enrolados en
regimientos del ejército francés durante la segunda guerra mundial, corresponde a un
capítulo concreto, donde se darán las claves para responder a las siguientes cuestiones:
El primer objetivo es ahondar en las causas y motivaciones que llevaron a miles
de españoles a combatir en una guerra en la que, en un principio, no estaban llamados a
participar dada la posición de neutralidad que adopta su país respecto al conflicto bélico.
Esta cuestión es fundamental para comprender cuando, porqué y de qué forma los
republicanos españoles comienzan a formar parte de la historia que nos ocupa.
El segundo objetivo es, probablemente, el más importante de entre todos los que
aquí se mencionan pues es el que origina directamente la realización del ensayo.
Conocer el papel que interpretaron y la importancia que adquirieron los españoles en la
segunda guerra mundial se me antojaba como una necesidad primaria que, como
veremos, será completamente satisfecha.
Por último, el tercer objetivo está relacionado con la sorpresa que produjo en mí
enterarme de la existencia de una compañía de republicanos españoles que combatieron
en la segunda guerra mundial. Entonces, la cuestión que me plantee fue porqué durante
todos los años de mi formación, en los que se supone estaba adquiriendo unos
conocimientos “objetivos”, se me había privado de tal información, esto es, las causas
por las que unas partes de la historia son continuamente recitadas tanto en la enseñanza
como en la prensa, y otros acontecimientos son olvidados, o, simplemente, no
reconocidos.

1.3. Fuentes y metodología.


La elección para la base de este trabajo radica en la comparación de unas y otras
fuentes en referencia a el objetivo primario de este escrito: conocer, escrupulosamente,

4
todas y cada una de las acciones realizadas por los españoles en los diversos frentes en
los que participaron, sobretodo, los soldados de la Francia Libre.
De esta comparación de documentos, acerté en elegir Los olvidados de Antonio
Vilanova para formular las directrices generales de este trabajo. Por tanto, la obra de
este autor se advierte como uno de los primordiales recursos utilizados. El otro pilar
básico para el desarrollo del escrito es de Eduardo Pons Prades y se titula Republicanos
españoles en la segunda guerra mundial (2003). El extraordinario grado de detallismo
que ambos imprimen en sus relatos, sobre todo en lo concerniente a las batallas, y mi
necesidad de conocer minuciosamente los acontecimientos en los que participaron los
españoles enrolados en los diferentes ejércitos franceses; me han llevado a utilizarlos
como fuentes principales e indispensables a lo largo de todo el segundo capítulo,
combinándolos de manera simultánea, o bien decantándome en algunos tramos por uno
u otro.
En el mismo capítulo, a las consideraciones de estos dos autores, se suman las de
otros tantos que abordan el asunto desde una perspectiva bastante similar, aunque con
menor implicación en la precisión de particularidades concretas, estamos hablando de
Evelyn Mesquida (2008), Secundino Serrano (2005) y Alfonso Domingo (2009). Las
citas referidas a los mismos, suelen acompañar solas a un párrafo, únicamente, cuando
no es estrictamente necesario proporcionar gran lujo de detalles, sin embargo, cuando la
ocasión requiere una especificación más concreta, me veo obligada a complementarla
con alguna otra fuente.
Por otra parte, los libros de Philippe Burrin (2003) y Antony Beevor (2006) se
centran más en el relato de algunos acontecimientos ocurridos en Francia durante la
segunda guerra mundial, uno en el tramo de tiempo en el que se desarrolla la ocupación
nazi, y otro durante y después de la liberación, nombrando de manera muy breve, casi
escasa, a los republicanos españoles que participaron en el conflicto. De ahí que las citas
referidas a ambos se encuentren situadas únicamente en explicaciones concretas en
relación a los temas centrales de sus obras.
En el primer capítulo, además de las citas que hacen referencia a los libros de
Vilanova, Mesquida o Serrano, ya mencionados en fragmentos anteriores, he encajado a
otros autores cuyas obras versan, principalmente sobre el exilio de los republicanos
españoles: Geneviève Dreyfus-Armand (2000), Julio Martín Casas (2002) o Javier
Rubio (1977), debido a que este es el argumento central de la primera parte y, ayuda a
dilucidar el objetivo propuesto en primer lugar. Además, en el mismo capítulo, aunque

5
en la parte específica que relata la estancia en los campos de concentración y compañías
de trabajo en suelo africano, he citado a Miguel Martínez López (2006) y su libro La
alcazaba del olvido. El exilio de los refugiados políticos españoles en Argelia, por su
evidente adecuación al asunto tratado en dicha parte.
Los materiales para el estudio, es decir, libros de texto y apuntes, además de los
artículos extraídos de distintos periódicos digitales se concentran en la tercera parte del
ensayo. Esta selección forma parte de una pequeña investigación relacionada con la
Cultura de la Memoria en España en la que, comparando las distintas informaciones y
argumentos vertidos por las diversas fuentes, he llegado a establecer varios paralelismos
entre unas y otras, así como una especie de consideraciones comunes, primero entre las
que conforman los materiales de estudio, y más tarde entre todos los artículos de prensa
seleccionados.

1.4. Estructura
La estructura de este ensayo, como se menciona en párrafos anteriores, adolece a
los tres objetivos fundamentales que me propuse previo desarrollo del mismo, y que,
por otra parte, me dispongo a cumplir. Entonces, igual que hemos mencionado tres
objetivos indispensables para la realización de este escrito, también vamos a advertir en
él tres partes bien diferenciadas:
Dado que el primero de los propósitos concurría en apuntar las causas y las
motivaciones por las que estos españoles habían llegado a luchar en una guerra que no
era la suya, formando parte de un ejército que no era el de su país, el primer capítulo
muestra el comienzo del largo camino que miles de españoles van a recorrer en los
próximos años. El exilio que se produce durante la guerra civil española y al finalizar la
misma se constituye como la línea de salida hacia una meta todavía difusa. Esta es la
causa principal que incita a miles y miles de españoles a huir de España para refugiarse
en Francia, donde comenzará para nuestros compatriotas otro periplo de dimensiones
mayores y consecuencias diversas que llevarán, a muchos de ellos, a enrolarse en el
ejército francés.
Para abordar con garantías la cuestión relacionada a la importancia que estos
soldados españoles adquirieron a lo largo de la segunda guerra mundial, en el segundo
capítulo de este escrito se relatan todos los frentes en los que se vieron involucrados, ya
sea como legionarios al servicio del ejército convencional francés o bien como
combatientes en unidades del ejército de la Francia Libre del general de Gaulle. En este

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apartado se alude también a la creación de la 2ª División Blindada de Leclerc y, la
visión antes generalizada de la participación de los republicanos en la batalla, pasa a
concentrarse únicamente en las ofensivas de la 9ª compañía.
Para finalizar, se introduce una pequeña investigación, basada en la recopilación
y posterior selección tanto de materiales para el estudio, como de artículos en diferentes
diarios, que nos den una pista sobre cuál es la percepción acerca de este capítulo de la
historia de España, o, más bien, sobre la memoria de estos miles de republicanos
españoles que se vieron obligados por las circunstancias a abandonar su patria y, con
ello, a permanecer al margen de nuestra historia. En este último capítulo, intento, de
acuerdo a lo expresado en el tercer objetivo, arrojar luz sobre las razones que guiaron mi
desconocimiento de la participación de los españoles en la segunda guerra mundial.

2. EL EXILIO DE LOS REPUBLICANOS ESPAÑOLES: DE UNA GUERRA


A OTRA
2.1. Las tres oleadas migratorias de 1936 a 1938 y el gran exilio del 39
La debacle que trajo aparejada la guerra civil española, cuyas consecuencias se
dejaron sentir, tanto en la población militar como en la civil, ocasionó, además de miles
de muertos, una serie de flujos migratorios sin precedente histórico. Huyendo de la
violencia que causan los combates y de la posterior represión que llegado el momento
podrían ejercer los sublevados sobre la población de las zonas que aún continuaban
presentado resistencia; miles y miles de hombres, mujeres y niños abandonan su nación
en busca de asilo político en el país vecino. Cada uno de los éxodos que aquí se relatan,
reflejaba la conquista progresiva de España por las tropas insurgentes. A este respecto,
hemos de distinguir dos tramos migratorios bien diferenciados a lo largo de toda la
contienda: por una parte, el que va desde el comienzo de la guerra en 1936 hasta el año
1938, donde se suceden tres oleadas de volumen desigual, en mayor medida controladas
por las autoridades republicanas; y, por el otro, el gran éxodo que se producirá pocos
meses antes del triunfo integral de los sublevados, tras la caída de Cataluña a finales del
mes de enero de 1939.
La primera oleada, de las tres que se suceden hasta 1938, se produce tras la
entrada de las tropas sublevadas tanto en Asturias como en el País Vasco a finales del
verano de 1936. Numerosos grupos formados por mujeres, niños y ancianos, a los que
un mes después seguirían también los milicianos, cruzan la frontera francesa en busca
del asilo político que tradicionalmente les había brindado este país. Si bien es cierto que

7
no todos los que emigran en esta ocasión permanecen durante mucho tiempo en suelo
francés. Los milicianos recorren la frontera francesa, sorteando así el espacio ocupado
por los sublevados, hasta llegar a la zona de Perpiñán donde, de nuevo, vuelven a
penetrar en territorio español para unirse a las filas del ejército de la República.
Entonces, de los quince mil que cruzaron en un primer momento la frontera habría que
excluir a los milicianos que regresaron para defender con mayor ahínco las posiciones
republicanas y, a otros tantos civiles que regresaron a sus hogares una vez finalizados
los combates.
El segundo flujo migratorio, cuyo contingente humano superó la cifra de ciento
veinte mil españoles exiliados, se produjo en el verano de 1937 durante la fase final de
la Campaña del Norte. El daño ocasionado a la población civil con los bombardeos de
Bilbao hizo plantearse al gobierno un plan de evacuación que se haría efectivo con la
llegada a Francia de una serie de embarcaciones repletas de ciudadanos provenientes de
Gijón, Santander, Bilbao y el territorio que estas ocupan. (Dreyfus, 2000: 34-36).
La última oleada se corresponde con la ocupación del Alto Aragón y la llegada a
Vinarós del ejército rebelde, lo cual dividía sin remedio la España republicana en dos
partes, poniendo de manifiesto la preponderancia del bando franquista en la contienda.
Esta circunstancia tuvo lugar en la primavera de 1938 y afectó a alrededor de
veinticinco mil personas. Pero esta cifra se vio modificada por la vuelta a territorio
español de los combatientes republicanos, dejando el número total de exiliados a
Francia en diez mil (Martín Casas, 2002: 55-56).
Estas continuas idas y venidas suponen una variación importante a la hora de
elaborar el recuento total de los participantes de esta huida hacia el país vecino.
Dreyfus-Armand (2000: 36) estima que, a finales de 1938, la cifra de españoles en suelo
francés rondaba los cuarenta mil.
Pocos días después del comienzo de la contienda, el gobierno francés comenzó a
elaborar una política de asilo al estilo tradicional para asegurar el bienestar de los
republicanos españoles que iban siendo desplazados por las armas sublevadas. Los
esfuerzos del Frente Popular se canalizaron en encontrar un albergue eventual hacia el
interior, en los territorios comprendidos entre el Garona y el Loira, para todos aquellos
vencidos que cruzasen sus fronteras: mientras, fueron autorizados a residir
provisionalmente en los departamentos de llegada tras lo cual, podían volver a España
asumiendo la responsabilidad que esto conllevaba. Otra de las actuaciones destacadas
por el gobierno fue la petición de sucesivos préstamos al Ministerio de Hacienda con el

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único fin de cubrir las necesidades básicas de los asilados. Además, prohibió comunicar
las listas de los refugiados a los cónsules españoles, reagrupó a las familias que habían
sido alejadas por la guerra e instauró un control sanitario en las fronteras. Sin embargo,
el clima de hostilidad hacia los extranjeros, que reinaba en Francia desde comienzos de
los años treinta debido a la crisis económica y a una serie de delitos cometidos por un
grupo de forasteros; unido a la previsión de nuevas oleadas de republicanos españoles
mucho más voluminosas que la primera; presionaron al gobierno francés para que las
políticas de asilo a los refugiados fueran endureciéndose paulatinamente. En 1937
comenzó a instalarse un cuerpo específico de guardias en la frontera que aumentó el
control y la vigilancia en la zona de estas masas de exiliados españoles que, para buena
parte de la prensa y la sociedad francesa no eran más que “indeseables”, “rojos
españoles”, “huéspedes peligrosos”, etc., que suponían una enorme carga económica
para su país. (Dreyfus-Armand, 2000: 37-42).
El gran éxodo que se produjo en 1939 fue, como no podía ser de otra manera,
consecuencia de la caída de Cataluña en manos de los insurrectos. La caída de
Tarragona fue la primera circunstancia que motivó la llegada de miles de españoles a las
puertas del país vecino. Sin embargo, y pese a que estos ya sabían que iban a recibir
visita, se encontraron con un gran dispositivo de seguridad que mantenía sus accesos
completamente sellados. Unas cuantas horas después, el gobierno decidió dejar pasar,
únicamente a civiles, abandonando a los soldados a merced del franquismo. Pero, con la
caída de Gerona, la sentencia de la II República española era ya más que definitiva. En
este momento fueron las autoridades republicanas más importantes las que cruzaron la
línea que separaba ambos países y, sin embargo, los soldados, junto con el material
militar que habían logrado salvar, seguían agolpándose a las puertas (Martín Casas,
2002: 56-57). La decisión final fue tomada el 5 de febrero y gracias a ella, un flujo
migratorio continuo traspasó las barreras hasta que el ejército sublevado ocupó las
carreteras de acceso a ese punto (Dreyfus-Armand, 2000: 42-46).
Según los censos remitidos por los campos de concentración, los centros de
alojamiento y las prefecturas departamentales la cifra de los hombres, mujeres y niños
que cruzaron la frontera francesa en calidad de refugiados entre los meses de febrero y
mayo de 1939 ascendía a un total de quinientos veintisiete mil ochocientos cuarenta y
tres. De ellos, según los cálculos de Vilanova (1969: 3), en los siguientes meses
regresaron a España alrededor de unas cien mil personas.

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La inmensa mayoría llegaron a pie a territorio francés por Port-Bou, La Junquera
y Puigcerdá, exceptuando los que llegaron a Francia en embarcaciones durante la
segunda oleada de 1937, y alrededor de unos diez mil hombres que partieron,
mayoritariamente desde los puertos de Cartagena y Alicante rumbo a África momentos
antes de la llegada de las tropas rebeldes a estos lugares. Desde los puntos indicados
marcharon más de una veintena de embarcaciones pertenecientes a la flota republicana,
a los que se fueron uniendo en la escapada varios cargueros británicos2. Hay que
mencionar, sin embargo, que estos no fueron los únicos lugares de embarque, otros
barcos zarparon desde los puertos de Valencia, Almería o Mahón aunque, a decir
verdad, la carga de exiliados que portaban era exigua en comparación con la de las
embarcaciones de los puertos de Cartagena y Alicante. En total desembarcaron en el
norte de África unas diez mil personas: siete mil en Orán y el resto en Argel y Bizerta,
en Túnez (Martínez López, 2006: 211-220).
Pese a que el gobierno francés venía previendo una oleada masiva de refugiados
de grandes dimensiones, no fue capaz de tomar las medidas oportunas a tiempo y se vio
en la obligación de improvisar. Entonces, lo único con lo que pudieron contar todos los
miles y miles de españoles heridos, desgastados físicamente por tres años de guerra y
moralmente abatidos por la derrota, fue con una vigilancia minuciosa y la privación de
su libertad en campos de concentración o en instalaciones donde las condiciones de vida
eran infrahumanas, a lo que se unió un trato despótico y miserable por parte de las
fuerzas francesas que les custodiaban.

2.2. Campos de concentración en Francia


Los españoles tuvieron la mala suerte de llegar a Francia en un momento en el
que, el país que tradicionalmente había sido tierra de asilo para muchos comenzaba a
cerrarse progresivamente. El decaimiento del Frente Popular, la creciente xenofobia
ligada a la crisis económica que atravesaba el país y una serie de crímenes y atentados
políticos ocurridos en los años treinta, en los que estaban implicados ciudadanos
extranjeros, fomentaron, el 12 de noviembre de 1938, la publicación de dos decretos
cuyos objetivos principales fueron: por un lado, crear un cuerpo de “gendarmes de
frontera” para asegurar la existencia de solidas barreras en los límites de la nación

2
Almirante Valdés, Stanbrook, Libertad, Ronwyn, Campillo, African Trader, Stangate, Stambul,
Almirante Antequera o Lepanto fueron los nombres de algunas de las embarcaciones que arribaron con
cientos, incluso miles de refugiados, a la costa francesa de África del Norte (Vilanova, 1969: 23-25)

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francesa; y, por otro, marcar una clara discriminación entre la “parte sana y laboriosa de
la población extranjera” y los “indeseables”, a los cuales había que eliminar
inflexiblemente. En referencia a estos últimos se creó una verdadera “ley de
sospechosos” por la que estos individuos serían enviados a “centros especiales” o
continuamente vigilados. De este modo brotaron los campos de concentración por toda
Francia (Dreyfus, 2000: 57-59).
La odisea de los republicanos españoles no comienza a su llegada a los campos
sino mucho antes, en la frontera Francesa. Una vez cruzada esta línea y entre filas de
vigilantes armados, eran encaminados, como si de ganado se tratase, hacia los ocho
campos provisionales de control: Le Boulou, Prats de Mollo, Arles-sur-tech, Saint
Laurent de Cerdans, Bourg-Madame, La Tour de Carol, Le Haras, y Mazeres; los
cuales, no eran más que pequeños espacios cuyo perímetro estaba rodeado de
alambradas donde hombres, mujeres y niños eran hacinados para, un día o dos más
tarde, ser clasificados y reconducidos a los campos definitivos. La cuestión de género
fue la máxima consideración a que atendió el gobierno francés a la hora de separar a los
refugiados. De esta forma, diariamente, mujeres y niños salían hacia pueblos del interior
donde iban siendo albergados en cuarteles en ruinas y en casas abandonadas. En estos
alojamientos, la mala alimentación y la falta de condiciones higiénicas fueron sus
primeros anfitriones. Un buen ejemplo de estos cobijos lo encontramos en el cuartel en
ruinas de Labacan o en las casas abandonadas del pueblo de Pavie. Los hombres no lo
tenían mucho más fácil, a la salida de los campos provisionales, y cargando con sus
reducidas pertenencias, eran encaminados hacia los campos de concentración
definitivos.
Los campos definitivos creados en primera instancia fueron dos: Saint Cyprien y
Argelés, ambos situados y construidos a toda prisa en la zona bien conocida como Côte
Vermeille de los Pirineos Orientales. En el mismo lugar, solo que unos kilómetros más
al norte, se encontraba el campo de Bacarés que, aunque de construcción más tardía que
los anteriores, competía con ambos en capacidad. A parte de los ya mencionados se
encontraban, entre los más conocidos, otros tantos como el de Gurs, que se usó, sobre
todo, para albergar vascos; el de Septfonds, dedicado a agrupar a técnicos y obreros
cualificados; el de Brahms, ocupado por intelectuales, hombres de edad avanzada y

11
panaderos3; Y el de Adge, que estaba dividido en tres campos, uno de ellos
exclusivamente para catalanes. Al margen, y como suplemento a la “cálida acogida” que
recibieron los republicanos españoles por parte de las autoridades francesas, estaban los
campos disciplinarios: Le Vernet, Riencros, Colliure o el castillo de Mont-Louis fueron
algunos de ellos (Vilanova, 1969: 4-15).
Es muy difícil calcular el número de refugiados españoles internados en los
campos debido a la improvisación total de la acogida, la provisionalidad de la misma y
la variabilidad de las circunstancias de cada asilado. Sin embargo, Dreyfus-Armand
(2000: 59-60) y Martín Casas (2002: 68) coinciden en que la cifra total de españoles
albergados en campos de concentración a mediados de febrero de 1939, ascendía a
doscientos setenta y cinco mil. El grueso de los exiliados se localizaba en el campo de
Saint Cyprien con noventa mil hombres; le seguía muy de cerca el campo de Argelés
donde se hospedaba a setenta y siete mil españoles; después, tenemos el campo de
Bacarés, con un total de veintitrés mil concentrados de origen español; y, por último, los
ochenta y cinco mil que quedan, estarían repartidos entre los campos de concentración y
puntos de control restantes.
En general, los campos de concentración franceses constaban de un espacio de
tierra o arena, de menor o mayor tamaño, delimitado por alambradas de púas. Estas
alambradas estaban dispuestas formando una calle superior y una especie de
compartimentos rectangulares, que los franceses llamaban campos y en ellos eran
introducidos los hombres que iban llegando. Era muy frecuente agrupar por unidades
combatientes a los internos: internacionales, artillería, divisiones, civiles, etc., así como
también en base a sus diferentes procedencias: catalanes, vascos, etc. Guardia móvil
francesa, fuerzas senegalesas con ametralladoras e, incluso spahis a caballo, vigilaban,
sin separarse de sus armas, el perímetro total de estas construcciones. Una vez dentro de
los campos había enormes filas de barracones hechos de madera, elementos que los
propios refugiados debieron construir para protegerse de las inclemencias del tiempo ya
que este, a su llegada, era un espacio baldío. Aquí es donde vivían los refugiados, por
grupos, sin otro suelo -en ocasiones bastante húmedo-, que la tierra que cubría el
espacio donde las autoridades francesas habían decidido colocar el campo En todas las
barracas este mismo suelo hacía las veces de colchón y mesa. El agua que bebían los

3
La razón de que este campo albergase al colectivo de panaderos en concreto fue de índole práctica, pues,
en él, la intendencia francesa instaló una enorme panificadora con la que abastecer a los campos restantes
(Martín Casas, 2002: 73)

12
internos se extraía, mediante bombas de mano, del mismo lugar donde estos hacían
todas sus necesidades: el mar (Martín Casas, 2002: 69-72). Además, dentro de la
barraca también se cocinaba, sin embargo, la dieta no era rica ni variada4. Para ello, los
propios internos, debían administrarse los alimentos que les suministraban los mandos
franceses y buscar la leña necesaria para cocinarlos (Vilanova, 1969: 5-6).
Por otra parte, la organización de estos campos comenzó desde los escalafones
más bajos: los propios internos. Al principio las autoridades francesas quisieron ejercer
un efectivo control en la masa de asilados con formaciones, desfiles, listas, etc., pero
tropezaron con la poquísima voluntad que todos ellos mostraban ante dichas iniciativas,
lo cual, propició una nueva organización: los responsables de cada barraca nombraban a
un jefe del campo quien hacía de intermediario entre los asilados y el mando francés al
cargo. De este modo, las tareas de los guardias se reducían, prácticamente, a apalear a
los refugiados y vigilar que ninguno de esos “indeseables” campase a sus anchas por su
patria. Además, se encargaron también de despojar a los españoles5, a su entrada al
campo, de todo cuanto pudiera representar algún valor: maletas, relojes, cámaras,
gemelos, etc. (Dreyfus-Armand, 2000: 61-68).
Para castigar una serie de delitos menores como no saludar a un guardia,
protestar por algo, mantener actividad política, etc., los guardias móviles establecieron
en cada campo el hipódromo6. Para otro tipo de delitos, considerados más graves por las
autoridades de los campos, se fundaron los campos de castigo. A estos indómitos
lugares iban a parar todos aquellos que osaban enfrentarse, en cualquier forma, a sus
guardianes o, simplemente, eran sospechosos de algo que fuera en contra del orden, ser
comunista o anarquista notorio, intento de fuga, protestar contra alguna disposición,
repeler la agresión de algún guardia o soldado, etc. Para las mujeres dedicaron el castillo
de Mont-Louis y el campo de Riencros. Mientras, para los hombres, hubo varios

4
Durante el primer mes los internos se alimentaron, únicamente, con trozos de pan que los guardias
franceses lanzaban arbitrariamente desde una camioneta. Lógicamente, muchos quedaron sin comer
durante días pues, en este anárquico escenario reinaba la ley del más fuerte. Al tiempo, cuando hubo un
esbozo de organización, todos los internos comenzaron a alimentarse regularmente a base de legumbres
(lentejas, garbanzos, judías, etc.), que la intendencia española introdujo en los campos. (Vilanova, 1969:
7-9)
5
Se menciona continuamente a la población española que ocupaba estos campos, pero, es cierto que no
todos los refugiados que los componían poseían la misma nacionalidad, por ejemplo, en Saint Cyprien
sobre todo y en algunos otros campos como el de Gurs, había secciones destinada a miembros de las
Brigadas Internacionales, la mayor parte heridos, de distintas nacionalidades: polacos, rusos, italianos,
etc. (Vilanova, 1969: 15).
6
El hipódromo consistía en un espacio cuadrado y reducido de tierra, cercado por todos sus lados, con un
poste en el centro. Allí eran encerrados los asilados, a veces desnudos, durante veinticuatro horas y
obligados por el frío a correr toda la noche alrededor del poste (Vilanova, 1969: 7).

13
campos de castigo, pero sin duda, el más cruel de todos fue el de Colliure. En todos
ellos el hambre, las humillaciones, las continuas palizas a los internos o internas, las
enfermedades y la esclavitud fueron la tónica general que debieron soportar los
españoles hasta el final de sus días (Vilanova, 1969: 19-21).
Antonio Vilanova, en su libro Los olvidados califica estos campos de castigo
como el precedente sin par de lo que más tarde serían los campos de exterminio nazis:
“Ciertamente los alemanes no tuvieron que inventar más que las
cámaras de gas y los hornos crematorios. Lo demás ya se lo dio
Francia preparado: las palizas, los latigazos, los trabajaos forzados, las
sevicias, los robos, los tormentos, las crueldades, todo cuanto puede
acabar físicamente con un ser humano” (Vilanova, 1969: 19).

Ni que decir tiene que la tasa de mortalidad en todos los campos franceses, ya
fueran de castigo o de concentración, fue muy elevada, sobre todo en las primeras
semanas7. Al cansancio ya afincado en sus cuerpos tras tres años de guerra y la fatiga
del largo viaje recorrido, se sumó a la mala alimentación, las duras condiciones del
internamiento y las enfermedades debidas al frío, a los parásitos, a la contaminación del
agua, etc. (Dreyfus, 2000: 66).
Por otra parte, el coste monetario8 de estos campos era continuamente
reprochado al gobierno francés tanto por la opinión pública, que calificaba a estos
refugiados de elementos indeseables en su patria, como por los periódicos de corte
derechista. La presión que soportaba el Estado terminó explotando en forma de una
serie de propuestas a los refugiados:
En primer lugar, a todo aquel que cruzase la frontera se le ofrecía volver a
España, casi siempre con la falsa promesa de que la decisión de regresar, después de
haber huido, no acarrearía ningún tipo de consecuencia9. Se estima que en diciembre de
1939 habrían regresado a España, tras cruzar la frontera, entre ciento cincuenta mil y
doscientos mil refugiados españoles (Serrano, 2005:79-85).
Otra de las propuestas más extendidas fue la de engrosar las listas del ejército
francés. Hacia mayo de 1939, se oían diariamente por la megafonía de los campos
7
Vilanova (1969: 10) nos ofrece la cifra de catorce mil seiscientos setenta y dos hombres muertos durante
los seis primeros meses.
8
El coste financiero que los campos de refugiados suponían al gobierno francés se estimó en más de siete
millones de francos al día, quince francos por cada uno de los asilados en buen estado de salud y sesenta
francos diarios por los enfermos (Dreyfus, 2000:72).
9
No obstante, el gobierno francés sabía de la existencia de la ley promulgada por Franco el 9 de febrero
de 1939 titulada “responsabilidades políticas” que permitía, con carácter retroactivo, acusar frente a un
tribunal a todo aquel que hubiera participado desde 1934 en la vida política republicana o quienes desde
el año 1936, se habían opuesto al “Movimiento Nacional mediante actos concretos o pasividad grave”
(Dreyfus, 2000: 72-73).

14
llamamientos para alistarse en las filas de la Legión extranjera francesa. Esta campaña
no tuvo, en principio, muchos adeptos pues, a cambio del trato ofrecido por Francia
desde el primer día que cruzaron la frontera, los españoles no se planteaban agasajar a
sus carceleros con otra cosa que no fuese una actitud de pasividad y desprecio ante el
abandono en que los dejaron las potencias aliadas (Vilanova, 1969: 12-13). Además, los
españoles detestaban ser soldados de oficio y pertenecer a un cuerpo mercenario tan
parecido al que en España se denominaba de la misma manera (Martín Casas, 2002: 77-
78).
Durante el mismo mes, comenzaron a circular por el campo solicitudes impresas
por el SERE10 para la diversas embajadas a fin de conseguir asilo en cualquier país del
planeta, menos en Francia. Algunos elegían Estados Unidos, otros Chile, otros
Argentina, otros Colombia, otros México, etc., y no eran pocos los que ponían largas
listas de nombres de países al azar por si, con un poco de suerte, alguno les aceptaba,
aunque fueron pocos los que obtuvieron la respuesta deseada (Vilanova, 1969: 12-13).
México será el país que más refugiados españoles acoja con poco más de siete mil
hombres mujeres y niños trasladados al país; dos mil doscientos se dirigen a Chile; tres
mil ciento treinta y dos hacia la República Dominicana; cuatrocientos vascos lo harán
hacia Venezuela; doscientos a Colombia; algunos centenares, sobretodo intelectuales, a
Cuba; unos seis mil se repartirían con cuenta gotas por otros territorios de la geografía
americana como Argentina, Puerto Rico o EEUU; de la misma forma que otros tres mil
se trasladarían a terceros países europeos como Bélgica o Inglaterra; y, por último,
menos de dos mil serían acogidos por la URSS, entre ellos, cuantiosos cargos directivos
del PCE (Rubio, 1977: 170-206).
Pese a que la reducida cifra de republicanos españoles acogidos por la Unión
Soviética, Javier Rubio (1977: 202) nos indica que la colonia española en dicho
territorio asciende a unos seis mil asilados en los albores de la segunda guerra mundial
pues, cuatro mil de ellos llegaron directamente desde España sin pasar por los campos
de Francia o África. Estos exiliados que huyeron de la guerra y sus consecuencias
vuelven a quedar inmersos en otra de dimensiones aún mayores. Siguiendo las
directrices oficiales11, podrían haber evitado el conflicto, o por lo menos una
participación tan activa, sin embargo, quinientos de estos republicanos españoles se
vieron obligados, por convicciones internas, a continuar la lucha contra el fascismo que

10
Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (Vilanova, 1969:12).
11
Que se empeñaban en no dejar participar a los españoles inmiscuirse en sus topas (Serrano, 2005: 236)

15
habían comenzado en España. Su participación se centra, sobretodo, en las guerrillas
soviéticas de Georgia, Armenia, Crimea, la península del Kubán, etc., pero también
participan activamente en los sitios de Leningrado, Moscú y Stalingrado entre otros
(Serrano, 2005: 236-262).
Muy pocos fueron también los que salieron a laborar la tierra bajo la
responsabilidad de un patrono francés, quien, a cambio de su libertad, obligaba al preso
a trabajar de sol a sol pagándole muchas veces solo con la comida. Estos casos se
limitaban, en general, a españoles que ya en anteriores ocasiones habían salido de
España a la vendimia en el sur de Francia y eran conocidos de quienes los reclamaban.
(Vilanova, 1969: 11).
Entre tanto llegó la guerra, y con ella los campos cambiaron de fisionomía, tanto
es así que comenzaron a vaciarse a un ritmo desenfrenado. El que no era enrolado en las
compañías de trabajo o en los batallones de marcha destinados a la frontera francesa;
debía ser empleado en la industria, la minería, la construcción, el campo, etc., para
paliar la falta de mano de obra francesa que ocasionó el estallido de la contienda; o, en
última instancia, debía alistarse a la Legión extranjera; pero el caso es que todos los
hombres de entre dieciocho y cincuenta y cinco años12, sin excepción, debían escoger
entre una u otra opción (Martín Casas, 2002: 78-79).
La posibilidad de una invasión por parte de Alemania instó al gobierno francés a
intentar atraer a las filas de su ejército a un buen número de españoles. Ya que la
primera campaña para enrolarse en la Legión extranjera obtuvo escaso éxito, los
mandos franceses cambiaron de estrategia, ahora, la propuesta dirigida a los
republicanos españoles, contaba con la pertenencia a un cuerpo militar regular del
ejército francés. Este nuevo ofrecimiento motivó a unos treinta mil españoles que, sin
pensarlo dos veces, partieron hacia las fronteras belga, alemana e italiana en lo que se
denominó como Batallones de marcha (Martín Casas, 2002: 106). Hacia el mismo lugar
se trasladarían miles de hombres que engrosaban las listas de las Compañías de trabajo.
En este ofrecimiento la oferta de los mandos franceses fue muy tentadora: un salario de
cincuenta céntimos franceses diarios por efectuar los trabajos de fortificación en dichas
fronteras y, lo que era más importante, la esperanza de acercar a sus familias a los
pueblos más próximos al lugar de trabajo. Sin embargo, ninguna de estas promesas se

12
Martín Casas (2002: 78) afirma que el rango de edad que se veía obligado a cumplir esta disposición
del gobierno francés estaba entre los veinte y los cuarenta y ocho años, sin embargo, nosotros aceptamos
las cifras de dieciocho a cincuenta y cinco años que nos proporciona Vilanova (1969: 52) debido a que la
fuente de referencia es un decreto publicado en el Journal Officiel de Vichy.

16
cumplió, a lo que habría de sumarse que el trabajo fue duro, el sueldo ínfimo y las
condiciones de habitabilidad aún peores que en los campos (Vilanova, 1969: 16-17).
Por otro lado, el 11 de octubre de 1940, el gobierno francés promulgó una ley
mediante la cual los extranjeros enmarcados en el rango de edad antes mencionado,
podían ser adheridos a compañías de trabajo obligatorio bajo dictamen del gobierno
francés, o, puestos a disposición de patronos particulares según consideración del
ministro de la Producción Industrial y del Trabajo. Fue esta una medida esclavista que
alcanzó a varios miles de refugiados españoles dada la obligatoriedad de la misma
(Vilanova, 1969: 52). El trabajo era duro y el salario a percibir por ello prácticamente
nulo: un plato de comida y, en contadas ocasiones, algunos céntimos por productividad.
Los hombres fueron empleados, casi siempre, en la mina, en la construcción o en la
industria, mientras las labores del campo quedaban reservadas para las mujeres
(Vilanova, 1969: 15-16). Ha de mencionarse aquí que la gran mayoría de estos
españoles que quedaron en Francia durante la segunda guerra mundial, ya fuera
laborando o en los campos de concentración, formaron parte, junto a los franceses, del
maquis y de los comités de resistencia clandestina contra la invasión alemana. Ya fuera
guerreando, en grupos de sabotaje o en tareas auxiliares, estas milicias fueron
determinantes en la lucha contra el nazismo alemán impuesto en Francia a raíz de la
invasión y el armisticio, sobre todo, en la liberación anticipada de la capital parisina por
las Fuerzas Francesas del Interior (FFI), en cuyas filas se encontraban varios miles de
españoles. En su incesante lucha, muchos de ellos fueron llevados a campos de
extermino alemanes, otros devueltos a España, y otros tantos murieron a manos de la
Gestapo (Martín Casas, 2002: 135-148).
En cuanto a los asilados que se enrolaron en la Legión, se puede afirmar que
hubo dos grupos bien diferenciados: por un lado estaban los que se alistaban
voluntariamente, y, por otro, los que lo hacían bajo amenazas y coacciones. El primero
de los grupos no fue muy numeroso y, en todos ellos se daban una serie de
circunstancias particulares que hacían que servir a la patria que con tanto desprecio les
había tratado, fuese el menor de sus males: tener familiares en los campos de
concentración, a quienes los franceses habían prometido liberar si los soldados se
adherían a la Legión; inadaptabilidad al confinamiento en el campo; un espíritu de por
sí guerrero; o una seria y comprometida determinación a continuar con la guerra de
España contra las potencias fascistas. El segundo grupo suponía la gran mayoría de los
republicanos que se alistaron en la Legión extranjera y estaba compuesto por los que

17
odiaban servir a un ejército tan parecido al español, del que habían huido hacía no
mucho tiempo, pero cuyos mandos, a base de amenazarles con entregarlos a las
autoridades franquistas, habían conseguido amedrentarles (Serrano, 2005: 128-132).

2.3. Campos de concentración y compañías de trabajo en el norte de


África
Los puertos de Castellón, Alicante, Valencia o Mahón, así como algunos
franceses, se convirtieron, para unas diez mil personas, en la escapatoria a las futuras
represiones que ejercería el bando sublevado; pero, también, en la primera parada del
calvario de los españoles por tierras africanas, de igual modo que los de Orán, Argel y
Bizerta. Sea cual fuere el lugar de embarco y sea donde fuere la toma de tierra, todos los
republicados españoles que ponían un pie en África tenían el mismo acomodo: un
campo de concentración.
Estos campos estaban diseminados por los territorios de Marruecos, Argelia y
Túnez: el de Maknassy, para los jefes civiles y militares; el de Relizane, situado a ciento
veinte kilómetros de Orán en la población del mismo nombre; el de Camp Morand fue
el más importante de todos y acogió a unos cinco mil refugiados españoles; los de
Colomb-Bechar y Bou-Arfa situados ambos en el Sahara, en pleno desierto; y los de
Setat, Qued-Akrouch, Qued-Zem, Bou-Rezg, Djenien, Berguient, Sidi-el-Abachi,
Gafsa; etc.; eran algunos de ellos, no obstante, sus nombres no tienen mayor relevancia
pues en todos y cada uno de ellos, las condiciones de vida eran bastante semejantes,
siendo verdaderamente lo que nos ocupa en este relato (Vilanova, 1969: 23-32).
La primera medida adoptada por las autoridades pertinentes, inmediatamente
después de que los españoles ponían un pie en el puerto, era su desinfección en tiendas
específicas para esta tarea. Una vez finalizada la misma, las mujeres y niños eran
conducidos a diferentes cárceles, refugios y campos donde permanecerían hasta 1943;
mientras, los hombres, eran apiñados y trasladados en trenes y vagones para ganado, a
los campos oportunos (Martínez López, 2006: 31-33). Como de costumbre, a la llegada
de los españoles a estos campos no había nada salvo una alambrada de púas cercando un
espacio más o menos amplio de terreno. Poco a poco, los asilados fueron construyendo
barracas, donde, para dormir, ya tenían camas superpuestas a modo de literas. Pasado un
tiempo, los internos ya disponían de una serie de servicios básicos: cocina, correos,
lavaderos, letrinas, intendencia, botiquín, etc., que, como es lógico, habían levantado
ellos mismos. (Vilanova, 1969: 27-31)

18
En resumen, a primera vista se podría afirmar que las condiciones de vida de
estos refugiados distaban poco de las que sufrían miles y miles de exiliados en los
campos franceses. No obstante, en este territorio, había dos elementos que marcaban
sobremanera la dureza de estos campos: el clima y los castigos. Muchos, fueron
instalados en territorios cuyo clima desértico obliga a aguantar a los hombres
temperaturas extremadamente altas durante el día y también extremadamente bajas
durante la noche (Martínez López, 2006: 236). Por otra parte, los guardias de estos
campos, haciendo gala de una creatividad pasmosa, aplicaron en sus campos nuevos
castigos a todo aquel que no cumplía estrictamente las órdenes del mando. Uno de los
más corrientes consistía en meter al asilado dentro de una zanja abierta en el suelo, o
“tumba” como ellos mismos la denominaban, obligándole a permanecer en ella durante
un tiempo determinado, normalmente un día entero, con la quietud propia de una estatua
y sin ningún tipo de elemento con el que sortear las inclemencias meteorológicas. Otro
de ellos se basaba en atar las manos del interno a la silla de un caballo y arrastrarlo por
el desierto durante varios kilómetros. (Serrano, 2005: 168-176).
El coste monetario de estos campos, que ya fue mencionado en el punto anterior,
y las circunstancias acaecidas a nivel mundial desde la declaración de guerra en 1939,
proporcionaron al gobierno francés la idea de un negocio bastante rentable: si no podían
expulsar al contingente español, lo aprovecharían para engrosar las líneas de la Legión
extranjera o como mano de obra barata. La primera de las opciones, igual que en un
primer momento en los campos franceses, tuvo escaso éxito. La segunda, sin embargo,
fue una medida prácticamente obligada para todos los españoles que se aventuraron a
desembarcar en tierras africanas puesto que, el gobierno francés introdujo un dictamen
mediante el cual todos los concentrados debían pedir el “derecho de asilo”, que
conseguirían al finalizar un periodo de “prestaciones” a Francia durante dos años. El no
hacerlo conllevaba la sanción de ser devuelto a España. Al poco tiempo, se formaron
compañías de trabajadores con doscientos cincuenta hombres cada una y al mes
siguiente salieron las tres primeras en dirección del departamento de Constantina. A
estas se unieron más tarde once compañías más, cuyo destino fue el mismo que el de las
tres anteriores: el desierto. Allí se emplearon en construir pistas de aviación, casas,
canteras, etc.; también en los cortes de madera; y, la mayor parte, en la construcción del
Transahariano13 (Mesquida, 2008: 45).

13
Tren que uniría el oasis de Colom Béchar en Argelia con Bou Arfa en el Marruecos francés (Domingo,
2009: 280).

19
Y así empezó para todos ellos la vida en el desierto dentro de las compañías de
trabajo. Los campamentos se establecieron a varios kilómetros de los campos de
concentración, a lo largo del trozo Bou Arfa (Marruecos) y Colom Béchar (Argelia).
Los refugiados dormían en tiendas de campaña que presentaban un estado lamentable.
En ellas, únicamente disponían de una pequeña estera que colocaban en el suelo, de una
manta para taparse y de unos pañuelos, que les hacían las veces de almohada por la
noche, y de sombrero o gorra con que protegerse del sol durante la jornada laboral.
Pero, a decir verdad el cobijo en estas compañías de trabajo poseía una importancia
mínima ya que los internos se pasaban todo el día en el trabajo, cuya dureza se
agudizaba, aún más, con las temperaturas extremas del desierto. Asimismo, la
alimentación, aunque constaba de cuatro raciones diarias, era insuficiente en relación al
trabajo a desempeñar; y eso cuando el individuo estaba considerado como buen
trabajador, sino, poco a poco, vería disminuir sus alimentos. Lo mismo ocurría con el
jornal percibido por cada día de trabajo: el salario se componía de cincuenta céntimos
de franco al día que pagaba el ejército a cada trabajador, más setenta y cinco céntimos
de franco diarios que pagaba la empresa, en el caso de las obras del Transahariano, la
compañía constructora del ferrocarril. Se cobraba cada quincena, siempre y cuando ese
buen trabajador hubiera estado considerado como tal durante los quince días anteriores
(Serrano, 2005: 119-120).
Por otro lado, la organización era sencilla: cada oficial español tenía a su cargo
una sección de la compañía. Por encima de él se encontraba el capitán español, quien, a
su vez, rendía cuentas al grupo de suboficiales franceses y estos últimos estaban
dirigidos por un oficial de la misma procedencia. A cada una de las compañías se le
adjudicaban cinco kilómetros de la vía ferroviaria del Transahariano, que debían
construir en un plazo determinado de tiempo teniendo en cuenta sus efectivos y la
situación y dificultades del terreno. A su término, esta compañía pasaba a otro punto. Si
bien es cierto, no todos los componentes de una misma compañía entraban en el cálculo
de los efectivos disponibles para llevar a cabo la tarea: de él debían excluirse el capitán
y los oficiales españoles, los cocineros, el enfermero, el barbero y cualquier otro que
tuviera un empleo determinado. (Vilanova, 1969: 60-63)
Al margen de estas compañías de trabajo se fundaron también los campos de
castigo donde se enviaba a cualquiera que tuviera una nota desfavorable en las
anteriores. Todo aquel que no llegase a las cotas de rendimiento que marcaban los
mandos franceses era enviado a cualquiera de los siguientes campos: el de Hadjerat-

20
M’Guil, donde fueron a parar los refugiados españoles procedentes de los campos
franceses Argelés y Vernet considerados como peligrosos; el de Ain-el-Ourak, que,
como suplemento a las crueldades y miserias que aguantaban los presos en él, se
añadían las víboras y los escorpiones venenosos del terreno donde estaba asentado; el de
Berrouaghia, situado a solo 80 kilómetros de la capital de Argelia, estaba considerado
como presidio central, es decir, una cárcel con todos sus agravantes; el de Meridje, un
campo instalado en pleno desierto en el que sus carceleros, muy a menudo, sesgaban las
vidas de los reos a base de bestiales palizas; y el de Djelfa, sin duda, el peor de todos los
campos gracias a los mandos franceses asiduos al gobierno de Vichy que operaban en él
(Martínez López, 2006: 233-335). Evelyn Mesquida (2008: 48-49), en su libro La
Nueve, reproduce la “bienvenida” que daba el comandante del campo de Djelfa -
Caboche, cuando recibía a los hombres con la fusta en la mano: “Españoles, habéis
llegado al campo de Djelfa. Estáis en pleno desierto. De aquí solo os librará la muerte”.

2.4. Batallones de marcha y compañías de trabajo en las fronteras


francesas
Tras la declaración de la segunda guerra mundial, con el ejército francés
movilizado y viendo que las anteriores medidas adoptadas para vaciar los campos de
concentración no habían surtido el efecto deseado, el gobierno francés sacó otra
propuesta a colación: la de inscribirse en compañías de trabajo para fortificar las
fronteras francesas, intentando prevenir así la invasión de los enemigos alemanes e
italianos. La propuesta fue tentadora: un salario de cincuenta céntimos franceses diarios
y la promesa de acercar a sus familias a los pueblos más próximos al lugar de trabajo
para que los trabajadores pudieran estar con ellas los días festivos. Aun así no fueron
muchos los que se alistaron14, lo que llevó al gobierno francés a adoptar medidas más
drásticas: a parir de entonces, cualquier extranjero que permaneciera en un campo
francés podría ser obligado, al amparo de la ley, a engrosar dichas compañías en contra
de su voluntad y sin cobrar un solo franco por el duro trabajo realizado15. Además, los
elegidos, asumirían también el papel de ser una especie de segunda reserva militar. Los
afectados por esta medida quedaron organizados en compañías de doscientos cincuenta

14
Y los que, finalmente aceptaron voluntariamente la propuesta, vieron mermadas sus expectativas, pues
nada de esto se cumplió salvo el trabajo duro y el sueldo ínfimo, a lo que habría de sumarse unas
condiciones de habitabilidad pésimas, incluso, peores que las de los propios campos de donde procedían
(Vilanova, 1969: 51)
15
Únicamente se pagaba con la ración de alimento necesaria, la misma que para los soldados franceses, y,
en ocasiones, unos cuantos céntimos de franco en función de la productividad (Vilanova, 1969: 51).

21
hombres cuya estructura fue bastante similar a la empleada en las compañías de trabajo
africanas (Vilanova, 1969: 51-52).
Por otra parte, cuando el avance alemán y la desmoralización de los soldados
franceses fueron un hecho, lo cual hacía temer el derrumbamiento del frente aliado, se
constituyeron los Batallones de marcha. Estos germinaron del mismo modo que las
demás iniciativas: los españoles eran invitados a combatir como voluntarios, durante la
duración de la guerra, en un ejército regular y bajo la bandera francesa. Las siguientes
circunstancias fueron las que motivaron a miles de republicanos españoles a
congraciarse con dicho ofrecimiento: el poder escapar de la monótona miseria de los
campos de concentración, la idea de dar continuar la lucha que comenzaron en España
contra el fascismo, y, por último, una bien calculada presión oficial francesa. Al poco
tiempo, tras realizar una serie de maniobras militares y encuadrar a cada quien en los
diferentes batallones, se fundó el Primer Regimiento de Marcha de Voluntarios
Extranjeros que partió a toda prisa hacia los frentes de Alsacia, de la Somme, del Norte
o, incluso algunos, hacia las Ardenas. (Vilanova, 1969: 67)
Pero la resistencia en los frentes cercanos a la Línea Maginot a su paso por
Bélgica, por donde habían logrado penetrar las fuerzas alemanas, fue imposible.
Mientras las tropas aliadas huían hacia París y Dunkerque, los españoles de las
Compañías de trabajo y de los Batallones de marcha quedaron en primera línea de fuego
abandonados por sus oficiales franceses y mal armados, combatiendo a un ejército
compuesto, fundamentalmente, por blindados alemanes. Por tanto, la consecuencia
lógica de todo esto fue la muerte de miles y miles de combatientes aliados. Otros
muchos más fueron hechos prisioneros y conducidos a los stalag o utilizados a modo de
trabajadores forzados en la organización alemana Todt. La mayoría de los españoles, sin
embargo, no tenían esta suerte ya que, al estar considerados como presos políticos, el
destino para la gran mayoría de ellos fueron los campos de concentración y exterminio
repartidos por la Gran Alemania. También hubo quienes alcanzaron a retroceder o bien
para, al llegar a la denominada zona libre, ser encerrados de nuevo en los mismos
campos de concentración de donde marcharon; o bien para llegar a la ratonera en la que
terminó convirtiéndose la evacuación de Dunkerque (Mesquida, 2008: 65-69).
Allí, los ingleses establecieron una zona principal de embarque, que comprendía
unos veinte kilómetros de playas entre Dunkerque y la Panne, a fin de que esto
permitiera poder fletar a los cientos de miles de hombres en retirada. Pero surgieron dos
obstáculos: uno, la poca capacidad del puerto y el segundo la falta de embarcaciones

22
para una operación de esa envergadura. Aun así, se rescataron un total de trescientos
treinta y ocho mil hombres, de ellos doscientos quince mil británicos y ciento veintitrés
mil franceses, entre los cuales se encontraban alrededor de unos dos mil españoles. Esta
cifra, que comparada con las dos anteriores parece ridícula, tiene su explicación: como
todos los soldados debían acudir junto a los mandos de su unidad para subir a bordo, y
tanto las Compañías de trabajo como los Batallones de marcha habían perdido a todos
ellos debido a que, o bien, eran oficiales franceses de la reserva, hombres de edad sin
ninguna experiencia militar moderna, o bien, ingenieros que nunca había estado en el
campo de batalla; los españoles fueron rechazados en las embarcaciones
sistemáticamente. En definitiva, fue todo un logro que estos dos mil españoles
alcanzasen las cotas inglesas16. Una vez allí, algunos, con mayor suerte que otros,
especialmente mineros vascos o asturianos, fueron reclutados por el ejército británico
para actuar como dinamiteros en las unidades de comandos; otros fueron encuadrados
en unidades regulares que lucharon durante toda la guerra; otros lanzados en paracaídas
sobre la ciudad de Creta durante la invasión alemana de Grecia; etc. Sin embargo, la
mayoría de ellos fueron encerrados en cárceles británicas para, después de un tiempo de
presidio en presido, ser devueltos de nuevo a Francia (Vilanova, 1969: 69-75).
Desde que el 10 de mayo de 1940 comenzase la ofensiva alemana en Francia,
hasta el anuncio del cese de las hostilidades el 17 de junio, el Consejo de Ministros del
gobierno de Reynaud quedó bifurcado en dos facciones bien definidas: por un lado se
encontraban los que apoyaban el armisticio, cuya máxima razón sería salvar buena parte
del ejército francés y evitar a la población los horrores de una guerra dentro de sus
fronteras; y, por el otro, los detractores de someterse a la ocupación del enemigo,
aquellos que creían firmemente que la lucha debía continuar pues, de la mano de los
ingleses, y con la entrada de los norteamericanos al bando aliado debido a la
internacionalización del conflicto, los franceses tendrían ocasión de recuperar su patria
y con ello su libertad17. Finalmente, el armisticio se firmó el 22 de junio de 1940, Pétain
se hizo con el control del gobierno, Francia fue dividida en una zona ocupada por los
alemanes y otra “libre” de ellos, el gobierno se trasladó a la localidad de Vichy y, la
idea de aceptar las condiciones impuestas por los alemanes, terminó prevaleciendo entre

16
Y más aun conociendo que la cifra de los republicanos españoles que lograron llegar a las playas de
Dunkerque ascendía a unos ocho mil hombres (Serrano, 2005: 143).
17
En el primer bando hemos de situar, como uno de los máximos artífices y defensores de la firma del
armisticio, al mariscal Pétain; mientras, en el bando contrario, liderando la idea de alargar la resistencia,
se encuentra el general De Gaulle (Burrin, 2003: 20)

23
la gran mayoría de la sociedad francesa. Casi al mismo tiempo, De Gaulle, que decidió
afincarse en Londres, hizo un llamamiento por la radio de la BBC para continuar la
lucha contra el enemigo (Burrin, 2003: 17-23). Esta circunstancia motivó la creación de
una organización nacional, reconocida como tal ante el mundo y bautizada como la
Francia Libre, que combatiría, con un ejército propio, a las potencias del Eje en diversos
frentes de los continentes africano y europeo (Vilanova, 1969: 331). Mientras, los
opositores políticos al régimen nazi –entre los que se encontraban los republicanos
españoles-, así como los judíos y otros grupos étnicos que se alojaban en la zona
francesa ocupada; quedaron a merced de la represión alemana, lo cual propició multitud
de muertes, continuas persecuciones e internamientos en campos de concentración y
exterminio alemanes (Vilanova, 1969: 74). Esta situación se hizo extensible a la zona no
ocupada cuando en 1942, como venganza al desembarco de tropas angloamericanas en
Túnez –operación Torch-, los alemanes invadieron el territorio correspondiente a la
Francia de Vichy18.

3. LOS ESPAÑOLES EN LA CONTIENDA: LA NUEVE


3.1. La Legión, Narvik y la Guerra de África
El gobierno, para evadir la responsabilidad que suponía mantener a los asilados
en los campos de concentración, como ya se ha comentado previamente, urdió una serie
de iniciativas entre las que se encontraba la de engrosar las listas del ejército francés.
Muchos fueron los que rechazaron esta propuesta: los españoles detestaban pertenecer a
un cuerpo mercenario, o ser, militares de oficio, como tradicionalmente se consideraba a
todo individuo ensamblado en la Legión. Además, la deshonesta bienvenida que Francia
les había preparado a su llegada tampoco les alentó lo suficiente como para enrolarse en
un cuerpo militar nada grato, devolviéndoles así el favor de acogerles en tan
lamentables condiciones. Sin embargo, y pese al pensamiento generalizado, otros tantos
españoles decidieron alistarse. Las razones que les llevaron a ello fueron diversas:
inadaptabilidad a la vida concentraría sin esperanzas de salir de ella, carecer de familia
o, la opinión de algunos que consideraban esta guerra como la continuación natural de

18
Desde el discurso pronunciado por Pétain el 30 de octubre de 1940, tras su encuentro con Hitler en
Montoire, el gobierno de Vichy había decidido mantener una actitud colaboracionista frente al ocupante,
lo cual, habría servido para mantener su autoridad y autonomía dentro de su zona de influencia. Hasta la
fecha en la que se produce el desembarco, pocas son las incursiones que realizan los alemanes en
territorio contrario en busca de opositores al régimen, y, las que se dan, son alentadas por la traición del
propio gobierno hacia sus semejantes o la denuncia concreta de particulares acérrimos a la ideología
nacionalsocialista (Burrin, 2003: 15-16).

24
la acontecida en España, por lo que creían su justo deber luchar contra los totalitarismos
granándose ellos mismos su propia libertad sin tener que esperar a que fueran otros los
que la consiguieran en su nombre. Por último, las continuas amenazas que sufrieron
algunos grupos de refugiados por parte de sus mandos, dispuestos a devolverlos a
España, hicieron que otros muchos asilados saliesen de los campos tras el estallido de
la guerra para formar parte de lo que en ese momento se consolidaría como la Legión
extranjera francesa. La gran mayoría lo hicieron con un contrato por la duración de la
guerra, sin embargo, otros, hubieron de firmar su pertenencia en este cuerpo durante
cinco años (Serrano, 2005: 128-132).
Con todos estos nuevos integrantes, y con otros muchos llegados a Francia desde
cincuenta y siete nacionalidades diferentes, se constituyeron, primero en Bacarés, los
Regimientos de Marcha de voluntarios extranjeros números 21, 22 y 23. El primero de
ellos estaba compuesto por hombres de diferentes países, entre los cuales había unos
cuantos españoles; el segundo atesoraba una gran mayoría de españoles en sus filas; y,
por último, el tercero estaba compuesto en su totalidad por republicanos venidos de
España. En África fueron formados los Regimientos de Marcha de la Legión números
10, 11, 12, 13, 14 y 15, entre los que se encontraban repartidos mil españoles. Todos
estos grupos de legionarios, con alguna excepción en relación a los constituidos en
Bacarés, fueron transportados al cuartel general de la Legión en África, dispuesto en
Sidi Bel-Abbes, y todos ellos, ahora sí, sin ninguna salvedad, fueron creados con
idéntico fin: combatir a las potencias del Eje (Serrano, 2005: 131). El cálculo final que
hace Vilanova (1969: 320) es de alrededor de unos cinco mil españoles engranados en la
Legión extranjera francesa.
A finales de 1939 y principios de 1940, el 11º Regimiento, en unión de otros
tantos legionarios enrolados en alguna de las unidades formadas en el campo de
Bacarés, fue trasladado a la Línea Maginot para defender el bosque de Inor de los
feroces ataques de la aviación, la infantería y la artillería alemana. Tras una férrea pero
inútil resistencia, y viendo los aliados que sus fuerzas iban menguándose
progresivamente, el regimiento cumplió la orden de retroceder y ponerse a salvo, cosa
que no todas ellas pudieron cumplir pues, las que actuaron con menor rapidez de
movimientos fueron cercadas por los alemanes en Saint-Germain-Sur-Meuse. La
protección de la retirada ordenada a todas las tropas aliadas, corrió a cargo del 12º
Regimiento de Marcha de la Legión francesa. Este, en unión, como el anterior, de
algunos legionarios de Bacarés que no alcanzaron a trasladarse al cuartel de la Legión

25
en África, cubrió el dispositivo de defensa de Soissons, aguantando bombardeos y
ataques de toda clase en el Marne y el Sena. El resultado lógico de esta encomienda fue
un enorme número de bajas en la compañía que la ejecutaba, sobre todo tras atravesar
las líneas enemigas y llegar hasta Limoges, donde les sorprendió el armisticio. Los
batallones 21º, 22º y 23º del Regimiento de Marcha de la Legión extranjera también se
destinaron a la lucha contra los alemanes en el frente francés. Sin embargo, estos, como
los anteriores, tuvieron escasa suerte: el primero sucumbió gracias a los bombardeos de
los Stukas alemanes, mientras que los otros dos vieron disminuir sus efectivos hasta la
cifra aproximada de un veinticinco por ciento debido a las bajas y a los prisioneros.
(Mesquida, 2008: 62-63). Las cifras que nos indica Serrano (2005: 142-143) en relación
a la masacre acontecida en estos días sitúan a más de veinte mil españoles en las
inmediaciones del norte de Francia y de la frontera belga. De ellos, unos ocho mil
consiguieron llegar hasta Dunkerque, otros catorce mil fueron hechos prisioneros y,
otros cinco o seis mil muertos en el fragor de la batalla.
No obstante, esta tragedia, acontecida en el frente francés, no empañó la
creación de otros grupos militares, en los que, por otra parte, los legionarios españoles
estaban muy presentes. El ataque que sufrió Finlandia, aliada de Francia y Gran
Bretaña, por parte de la Unión Soviética dio lugar a la creación de otros tres batallones
compuestos por legionarios, donde los españoles también tenían una importante
presencia. Por un lado, fueron constituidos dos batallones especiales para formar parte
de una Brigada de Alta Montaña dirigida por el coronel Bethouard, constituirían lo que
se denominó como la 13ª Media Brigada de Marcha de la Legión, al mando del general
Monclar. Con idéntico fin se formó en Francia el tercer batallón apodado con el nombre
de 11º Batallón de Marcha de Ultramar, en el que los españoles también fueron
cuantiosos. Su objetivo principal sería auxiliar a las tropas finlandesas que, de continuar
la ofensiva, habrían de claudicar frente al enemigo. Sin embargo, y pese a todos los
esfuerzos que Francia y Gran Bretaña efectuaron para reunir un cuerpo expedicionario
de cien mil hombres, ninguno de ellos llegó a entrar en combate pues, una vez llegados
a territorio hostil les sorprendió el armisticio (Domingo, 2009: 264). Tras este
acontecimiento, los dos batallones que conformaban la 13ª Media Brigada, al igual que
los restos de las fuerzas expedicionarias que tratamos en el párrafo anterior, fueron
conducidos a sus respectivos cuarteles en espera del siguiente golpe perpetrado por las
fuerzas alemanas. Mientras, el 11º Batallón fue dirigido a Beirut en espera de nuevas
órdenes (Mesquida, 2008: 56-58).

26
Allí todos sus integrantes, entre los que había mayoría de españoles salidos de
los campos de concentración franceses, quedaron incluidos en el 6º Regimiento de la
Legión extranjera y, unidos, posteriormente, a los españoles procedentes de los antiguos
Regimientos de Marcha números 10, 13,14 y 15. Tras la ocupación de Francia por las
tropas alemanas, y la instauración del régimen de Vichy, Pétain decidió someter bajo
sus órdenes a Siria y el Líbano. La consecuencia directa que trajo aparejada esta
decisión para los combatientes españoles de estas unidades fue una vuelta a la reclusión
en los campos de concentración y las compañías de trabajo hasta que, en junio de 1941,
debido a la invasión de la Unión Soviética por parte de Alemania, el mismo gobierno de
Vichy abrió un voluntariado entre los trabajadores extranjeros para ingresar en la
Legión de nuevo. Sin embargo, en este momento, el enemigo había cambiado. Las
tropas legionarias debían plantarse en la frontera Siria para vencer al ejército inglés
situado en Palestina, que protegía los accesos al Canal de Suez. Es decir, si aceptaban
este nuevo enganche en la Legión no solo combatirían contra sus compatriotas alineados
en el ejército de la Francia Libre, cuyas vitorias en Noruega, Gabón, Etiopía, Eritrea y
Egipto, se narran en páginas siguientes; sino también contra sus propios ideales
democráticos, contra la libertad, a favor de los regímenes fascistas y totalitarios a los
que habían combatido durante tres largos años en su propio país. Por ello, fueron muy
pocos los que se enrolaron en esta aventura, y los que lo hicieron siguieron los pasos de
Enrique Marco Nadal quien, tenía la firme convicción de que los españoles debían
acudir al frente sirio, de manos del gobierno de Vichy, y desertar a la primera ocasión
para unirse a sus compañeros republicanos, encuadrados en las filas de los aliados. Al
final, la propuesta ganó pocos adeptos, únicamente cuarentaiuno, en parte porque la
vigilancia a la que se veían sometidos no ayudaba a difundir la idea, y, en parte porque
muchos creyeron que llevarla a cabo era imposible o, cuanto menos, demasiado
arriesgada. Una vez situados en el frente, la oportunidad no tardó mucho en aparecer: el
ejército británico abrió fuego sobre la posición en la que se encontraban, lo que supuso
la retirada de las fuerzas a las que pertenecían hacia Homs. Ellos, en lugar de obedecer
órdenes y apoyar la retirada, salieron de las trincheras y cruzaron la cortina artillera
británica, llegando así hasta la posición aliada donde continuaron su lucha hacia la
libertad. Sin embargo, no todos los españoles tendrían esta suerte. Todavía quedaban,
luchando en las filas vichistas varias decenas de españoles que, por un motivo u otro, no
habían podido alcanzar esa tan deseada unión con las potencias aliadas. Entonces, de un
lado y de otro quedaron atrapados muchos españoles en lo que a todas luces se advertía

27
como una guerra colonial entre franceses, librada en el continente africano. Esta terminó
con la entrada de las tropas aliadas en Alepo pero antes, las fuerzas de la Francia Libre,
entre las que se encontraba la 13ª Media Brigada de la Legión extranjera y muchos más
españoles incorporados en otros cuerpos y regimientos; junto con el ejército británico,
hubieron de superar arduas y cruentas batallas, las cuales, se detallan a continuación
(Vilanova, 1969: 335-338).
La primera contienda en la que lucharían ya, los dos batallones de la Legión que
formaban la 13ª Media Brigada de la Legión extranjera, se libró en territorio noruego.
Su destino principal fue el fiordo de Narvik, cuya ocupación era esencial para los
Aliados19. La operación fue encomendada a la Brigada de la Legión extranjera pero el
enclave no admitía un golpe frontal, para lo que se dispuso un ataque lateral en dos
direcciones. La única manera para tomar esta cota fue mediante un ataque casi
simultáneo en dos puntos diferentes, uno al norte, sobre Bverkvik, y otro al este, sobre
Meby. En el primer puesto desembarcó la 1ª Brigada que, tras una lucha desgarradora,
en la que perdieron no pocos hombres, la Legión logró aniquilar a las fuerzas alemanas
que lo defendían. En el segundo punto, donde desembarcó el 2º Batallón, el golpe de
efecto para obtener la victoria fue perpetrado por tres españoles que, trepando por la
defensa natural que sostenía esta cota, una cornisa muy escarpada, y esquivando uno de
ellos todas las balas que les arrojaban los alemanes, llegó hasta la línea enemiga y de un
culatazo logró derribar al capitán alemán que, para proteger la retirada de sus tropas,
manejaba la única ametralladora que todavía quedaba en pie (Domingo, 2009: 265). Sin
embargo, la conquista de Narvik todavía no era efectiva. Para ello hizo falta un último
golpe frontal, a lo largo de la vía férrea que viene desde Suecia, a cuya cabeza se
podrían los restos del 1er Batallón, apoyado inmediatamente por el 2º y, auxiliados
ambos por un batallón noruego. El terreno abrupto, la nieve que lo cubría y el fuego sin
tregua que lanzaban los alemanes desde posiciones más altas hicieron que la ofensiva se
tornase más difícil a cada paso que andaban y, hasta la llegada del 2º Batallón, no se
obtuvo la capitulación. Pese a las enormes bajas sufridas, la Legión prosiguió su avance
por la línea del ferrocarril en persecución de los alemanes pero, cuando los legionarios
se encontraban a tan solo catorce kilómetros de la frontera sueca, recibieron orden de

19
La importancia de esta posición viene determinada, en primer lugar, por ser un punto estratégico
mediante el cual la marina alemana controlaba el Atlántico norte y el océano Ártico; y, en segundo lugar,
por ser la fuente más importante de mineral de hierro con alto grado de pureza destinado al esfuerzo de
guerra alemán (Mesquida, 2008: 58).

28
embarcar rumbo a Inglaterra: Francia necesitaba refuerzos urgentes, había sido invadida
por los alemanes (Vilanova, 1969: 325-329).
Poco duró la permanencia de estos cuerpos expedicionarios en Francia. Su
destino fue la defensa de lo que se denominó como el “reducto bretón”, en Rennes. Sin
embargo, y dado que la consagración de la victoria alemana era inminente, pues París
acababa de ser ocupado, las tropas regresaron a Inglaterra de nuevo. Tras la firma del
armisticio, y la instauración de un gobierno favorable a las potencias del Eje liderado
por el mariscal Pétain; de Gaulle, como líder de la resistencia francesa exiliado en
Inglaterra se presentó en el lugar donde acampaba la Legión para, tras pronunciar un
discurso, ofrecerles dos alternativas: seguir combatiendo en el bando de los aliados, esto
es, al lado de los británicos, o regresar a Marruecos. Los que rechazaron el ofrecimiento,
en su mayoría, no eran otros que los franceses que poseían hogar y familia en Francia o
los legionarios que eran soldados de oficio los cuales creyeron que, por aquel entonces,
en Inglaterra había mayores posibilidades de luchar que en Marruecos. Sin embargo, la
respuesta de todos los españoles encuadrados en alguna de estas compañías de
legionarios no dio lugar a duda, cosa que no es de extrañar teniendo en cuenta que ellos
luchaban por unos ideales, democráticos en su mayoría, a favor de la libertad y contra el
fascismo de unas naciones totalitarias que tanto les recordaban a las fuerzas que les
habían obligado a marchar de su patria. Para ellos, la batalla que habían librado años
antes en España continuaba en otros escenarios de la mano del general de Gaulle y de
las fuerzas británicas. A estos republicanos españoles se unieron, además, los que
lograron escapar de la batalla de Francia. De esta forma, a finales de julio de 1940, el
general de la llamada Francia Libre, consiguió reunir, bajo la Cruz de Lorena, siete mil
hombres, entre ellos, casi mil españoles (Vilanova, 1969: 331).
Una vez quedó claro que Francia había quedado fragmentada en dos naciones
diferentes, una dentro del propio país controlada por el gobierno de Vichy, al mando del
cual se encontraba el mariscal Pétain; y otra, la Francia Libre, que actuaba como entidad
nacional ante el mundo, dirigida por de Gaulle; su siguiente paso fue la toma de poderes
en varios territorios afines a la unión con la Francia Libre de África ecuatorial francesa
(Tchad, Camerún, Congo y Ubangui-Chari); sin embargo, Senegal permanecía fiel al
gobierno de Vichy. Aquí, el gobierno libre envió un cuerpo expedicionario
francobritánico, en el que iban 650 españoles, para ocupar la plaza, pero la ofensiva fue
rechazada, y los aliados se vieron obligados a retroceder hasta Duala, en Camerún
(Domingo, 2009: 266-267), donde la Francia Libre tenía un partidario ferviente en

29
Eboué, el gobernador general de África ecuatorial francesa. Y no era este su único
defensor en dicho territorio. Allí se encontraba también el general Leclerc, jefe
dinámico y ejecutivo cuyas andanzas, más tarde, le harían granjearse un puesto de honor
tanto en la liberación de París como en la memoria de todos los españoles. Cabe
mencionar en este momento, pese a que, en capítulos sucesivos se desarrolle con mayor
detenimiento, que su primera batalla junto a los legionarios españoles, muchos de ellos
venidos desde Narvik, se llevó a cabo en el Gabón; después vendría Kufra; luego
Fezzan, donde se constituiría el famoso 1er Regimiento de Marcha del Tchad; más tarde
Tripolitania y Túnez; y así, encadenando numerosas e importantísimas victorias, es
como llegaría hasta su famosa y heroica liberación de Paris (Mesquida, 2008: 88-90).
Mientras algunos legionarios, entre ellos varios españoles, cosechaban tales
éxitos con Leclerc, la mayor parte de la Legión extranjera, que todavía conservaba su
antiguo nombre de 13ª Media Brigada, se dirigía hacia el puerto de Sudán, situado al
noroeste del territorio, en el mar Rojo. Desde ahí comenzaron a recorrer la rivera en
dirección sur hasta traspasar las fronteras de la colonia italiana de Eritrea, donde se
concentraron en Mersa-Taclai. Unidos en este momento a una división india mandada
por las fuerzas aliadas, obtuvieron brillantes victorias en Kub-Kub, Montecullo, Fuerte
Humberto, Karen y Asmara, hasta llegar al reducto fortificado de Eritrea, Massawa,
donde el general Monclar recibió la rendición del jefe de la marina italiana. Derrotada la
colonia, las tropas aliadas, entre las que se seguía encontrando la 13ª Media Brigada de
la Legión extranjera, se dirigieron hacia Etiopía, y, tras abordar distintas plazas como
Harrar, Diredawa, etc., llegaron hasta la capital, Adís Abeba, que se rindió el 6 de abril.
Todo ello se dispuso en menos de un mes y, al finalizar la campaña, prácticamente todas
las fuerzas de la 13ª Media Brigada, y desde luego la Legión entre ellas, fueron
embarcadas nuevamente hacia el norte donde quedaron al mando del general
Legentilhomme mediante su unión, en Egipto, a las restantes fuerzas francesas. Allí,
unos seis mil hombres, a los que se unieron los cuarentaiún desertores españoles que
habían formado parte del 11º Batallón de Marcha de ultramar, invadieron Siria y el
Líbano, obteniendo rápidas pero mortíferas victorias en Litan, Kuneitra, Ezraa,
Damasco, Alepo, Homs y Beirut, entre otras, hasta que el 10 de julio de 1941 obtienen
la rendición de manos del general Dentz. Sin embargo, la guerra en África todavía
estaba lejos de su fin. Si bien es cierto que, con esta victoria, todos los componentes
españoles enrolados en cualquiera de los batallones de la Legión, es decir, los que
todavía permanecían en las filas del ejército del mariscal Pétain, se incorporaron a la 1ª

30
y 2ª Brigadas Francesas libres que conformaban lo que se llamó la Columna Volante del
Medio Oriente (Vilanova, 1969: 335-338).
En octubre del mismo año, cuando comenzó la campaña del Norte de África, la
Francia Combatiente contaba con dos brigadas ligeras y un regimiento blindado que
juntos, aunaban alrededor de unos doce mil hombres, de los cuales, unos tres mil eran
españoles. La 2ª Brigada de la Francia Libre20 fue destinada al paso de Halfaya, en el
límite entre Egipto y Libia, para combatir a las fuerzas italoalemanas que lo defendían.
El combate duró poco tiempo y los aliados obtuvieron una cómoda victoria21. Mientras,
la 1ª Brigada francesa libre22 se trasladó a la línea Ain el Gazala - Bir-Hakeim23. Esta se
apoyaba en el mar cerca de la población de Gazala, siendo este enclave, el primer punto
fortificado en el camino. Tras él, y en dirección sur se situaba el segundo denominado
Sidi Muftah y, todavía más al sur, el tercero, Bir-Hakeim, donde se situaron casi un
millar de españoles (Domingo, 2009: 262). Se trataba de un fuerte situado, a sesenta
kilómetros al sur de Gazala, en un cruce de pistas en mitad del desierto, al borde de los
inmensos arenales de Cirenaica. El papel de los republicanos españoles en este reducto
no solo va a ser importante sino simplemente decisivo: antes de comenzar la ofensiva, y
durante toda ella, estos fueron los encargados de conducir los convoyes que,
diariamente, llegaban a la posición con las municiones, víveres, agua y combustible
necesarios para subsanar las necesidades cotidianas de la vida en el campo. Los
españoles también se encontraban adheridos en las columnas volantes que, adentrándose
en territorio enemigo, proporcionaban información sobre la situación y las fuerzas del
contrario. Además, durante estos reconocimientos, lanzaban contra ellos numerosos
ataques en los que, por ejemplo, incendiaban algún depósito de municiones,
convirtiéndose, de esta forma, en un importante elemento perturbador para los
adversarios (Vilanova, 1969:339-343).

20
Esta se compuso, básicamente, con la antigua división ligera de Siria que comprendía el 1er Batallón de
la 13ª Media Brigada, y dos Batallones de Marcha de voluntarios que formaron los españoles salidos de
los campos de concentración en las campañas de enganche a la Legión de 1939 y posteriores, los cuales
fueron llevados a Siria por el bando contrario (Vilanova, 1969: 340).
21
De la presencia de los españoles en esta acometida dan certeza los gritos de ¡Guadalajara!,
¡Guadalajara! que se oían entre los españoles al ver desfilar a los italianos luciendo en las solapas de sus
chaquetas las insignias de los flechas verdes, señal de participación en la guerra civil española (Vilanova,
1969: 340).
22
Esta unidad contaba con tres mil setecientos hombres, de los que mil eran españoles y estaba formada
por los legionarios del 11º Batallón de Marcha de ultramar, a los que se sumaban los legionarios
procedentes de Noruega, Etiopía, Siria y Eritrea (Vilanova, 1969: 339-340).
23
La importancia de esta línea residía en ser el obstáculo que impedía el paso a los ejércitos italiano y
alemán hacia Tobruk, la principal base de abastecimientos del VIII Ejército Británico en el norte de
África (Vilanova, 1969: 344).

31
La estrategia de Rommel para arrebatar al ejército aliado su posición más
preciada, Tobruk, fue perpetrar un ataque, en principio sencillo, en la posición de Bir-
Hakeim como maniobra de distracción, para sorprender a los británicos en Gazala
lanzando tres divisiones blindadas que acabarían con la destrucción de la 3ª Brigada
india, la retirada de la 7ª Brigada motorizada sobre Bir el Gobi y la huida de la 4ª
Brigada blindada hacia El Adem, a veinte kilómetros de Tobruk. El 27 de mayo de
1942, seis tanques de la división italiana Ariete entraban dentro del recinto de Bir-
Hakeim tras esquivar los campos de minas y el fuego abierto por los cañones que
protegían el perímetro. Los estragos que este grupo artillero estaba causando, mediante
disparos sin tregua y aplastamientos continuos, hicieron reaccionar, de una forma
inesperada por todos los asistentes, a un grupo de españoles. Después de que un
legionario español llamado Artola, quien tenía a su cargo un cañón antitanque, disparase
contra el primer y el último blindado, todos los demás se quedaron inmóviles y fueron
atacados por españoles que, a pie, salieron de sus nidos al grito de “¡Como en Madrid
camaradas!, ¡A por ellos!”. En el contrataque varios de estos compatriotas lanzaron
botellas con gasolina a las orugas de los tanques y se subieron sobre los carros
disparando balas a sus ocupantes entre los huecos que se abrían en el blindado. Esta
acción heroica por parte de los legionarios hizo retirarse a los tanques y repeler la
ofensiva, cosa con la que no contaba Rommel quien, esperaba desde Gazala, las noticias
de la conquista del reducto aliado por parte de sus tropas (Domingo, 2009: 270-271).
Pero la valentía de los españoles no se mostró solo en esta gestión. Dos días después,
intentando sorprender a los contrarios, un grupo de voluntarios, formado en su gran
mayoría por legionarios españoles alistados en las filas de la Francia Libre, salió de la
posición para perpetrar un ataque contra las fuerzas enemigas. Debido al factor
sorpresa, estas se vieron sometidas a los soldados que llevaron a cabo la maniobra y
obligadas a entregar a los seiscientos hombres de la Brigada india que habían sido
hechos prisioneros en la toma del sitio de Gazala (Vilanova 1969: 344-347).
La entrada en escena de Rommel cambió el panorama de la contienda24. A partir
de entonces, y con todas sus fuerzas mirando hacia Bir-Hakeim, los ataques a la
posición eran soportados con tremendas dificultades. En estos días, se sucedieron hasta
tres entradas de las tropas italoalemanas en la fortificación ofreciendo la rendición, pero

24
La resistencia de Bir-Hakeim se convirtió en una pesada losa sobre los hombros de Rommel que, con
sus fuerzas a escasos kilómetros de Tobruk, no podía ordenar el golpe definitivo sobre la ciudad por falta
del aprovisionamiento de víveres, munición y piezas mecánicas que debían suministrarle los convoyes
alemanes venidos por el sur (Vilanova, 1969: 347).

32
ninguna de ellas fue aceptada. Querían llevar la resistencia al límite y así lo hicieron. Al
fuego ininterrumpido de los cañones y la aviación, se unieron los asaltos de la infantería
contra la posición, la escasez de aprovisionamiento y un completo cerco del reducto por
las tropas enemigas. Pero tras quince largos días resistiendo los envites del ejército
rival, debidos a los cuales prácticamente todo cuanto había dentro del recinto fue
aniquilado; y ya al borde del agotamiento, la 1ª Brigada recibió la orden de retirada, la
cual no se podía hacer efectiva hasta el día siguiente, por tanto, aún debieron resistir un
día más dentro de aquel infierno. Al día siguiente, cuando la hora marcó el comienzo de
un nuevo día, los zapadores abrieron un estrecho pasillo en el campo de minas por
donde las fuerzas que se encontraban dentro del fuerte pudieran escapar hacia el lugar
donde les esperaban los transportes ingleses. Los primeros en salir fueron los
legionarios, quienes debían formar un frente a cada lado y esperar a que todas las tropas
hubieran abandonado la posición para, de esta forma, hacerse cargo de cubrir la retirada.
Sin embargo este plan fracasó. Una vez los legionarios pusieron un pie fuera del recinto,
las tropas italoalemanas se les echaron encima creando un embotellamiento en la salida
que las tanquetas de la Legión disiparon a base de cargas contra las ametralladoras y los
blindados enemigos. En la huida, estos mismos legionarios contestaban al fuego de los
italianos y los alemanes, sin embargo, la oscuridad de la noche, y la inoportuna bruma
que la empañaba, creó un clima de confusión en el que no fue raro que muchos
vehículos se perdiesen y que otros tantos cayeran en manos enemigas. Otros
simplemente luchaban mientras algunos conseguían evadirse. Por todos lados se oían
tiros, ráfagas de ametralladoras y explosiones pero pocas veces se sabía con certeza si, a
quien se estaba disparando, pertenecía a las tropas de los contrarios ya que, en esta
esfera anárquica, se dio el caso de que alemanes y franceses marchaban juntos
creyéndose compañeros. Esa misma mañana los Stukas alemanes bombardearon la
posición de Bir-Hakeim, sesgando así la vida de algunas tropas que, perdidas en el
fragor y desorden del combate, se dirigieron hacia allí en espera de ser rescatados por
las tropas inglesas. Otros muchos perecieron perdidos en el desierto por la falta de agua,
el calor o la pérdida de sangre antes de ser encontrados. Y otros tantos hombres
perdieron la vida luchando en el campo de batalla. En total, de los tres mil quinientos
que había en la posición, alrededor de mil doscientos causaron baja entre muertos,
heridos y desaparecidos. De ellos, muchos españoles pues, casi todos pertenecían al
cuerpo legionario que, durante toda la contienda, había cargado sobre sus hombros el
peso de todos los combates (Domingo, 2009: 271-277).

33
El siguiente destino de los ya famosos soldados que tan heroicamente resistieron
en Bir-Hakeim fue la línea comprendida entre el Alamein y la depresión de Quattara, en
Egipto, donde, junto a otras tropas, se encontraban los españoles que formaban parte de
la 2ª Brigada de la Francia Libre. Allí, a la 13ª Media Brigada de la Legión
acompañada, únicamente, por unas cuantas tanquetas provistas de fusiles
ametralladores, se le encomendó la tarea más desagradable y peligrosa de las que tienen
cabida en una guerra: efectuar un ataque de distracción contra la retaguardia de las
fuerzas enemigas situadas en la posición de El Himeimat, aligerando, de este modo, el
punto principal de ataque. Durante el avance de las fuerzas, el 1er batallón fue
descubierto por las tropas alemanas que, inmediatamente, comenzaron a abrir fuego
sobre él. Mientras estos se replegaban, el 2º batallón consiguió alzarse en la cima del
montículo, donde estaban situadas las tropas enemigas, y, tras una cruenta batalla, el
enemigo fue derrotado. La consecuencia más sobresaliente de la maniobra llevada a
cabo por una cantidad ingente de españoles en esta cota fue el retroceso de las tropas
italogermanas a las que el VIII Ejército inglés, junto con las dos brigadas francesas
libres, persiguió por el norte de África hasta conseguir su derrota definitiva en Túnez
(Vilanova, 1969: 352-358).

3.2. La 2ª DB de Leclerc: el origen de la Nueve


No obstante, antes de finalizar el capítulo de la guerra en África, debemos narrar
el camino recorrido por las fuerzas insertas en las líneas del general Leclerc en este
territorio, de las que ya dimos unas pinceladas en el capítulo anterior.
Una vez llegado el regimiento que De Gaulle mandó desde Inglaterra hasta
Camerún para auxiliar a las tropas de Leclerc en los combates que comenzaba a
mantener en el centro de África, la ofensiva se dirigió hacia Gabón. Dentro de este
regimiento cabe resaltar la presencia de los españoles que formaban parte de la 13ª
Media Brigada de la Legión extranjera, algunos de los cuales se quedaron en el Tchad
para formar parte de la Columna de Leclerc; mientras otros se dirigirían al Puerto de
Sudán para conseguir las derrotas de italianos y alemanes en Eritrea y Etiopía. Todavía,
en noviembre de 1940, este territorio africano seguía permaneciendo fiel a Vichy, pese a
que prácticamente todo el área comprendida por el África ecuatorial francesa aceptaba
ya a De Gaulle como el verdadero representante de Francia ante el mundo. Las tropas de
Leclerc, compuestas por un batallón de la Legión y un batallón colonial mixto,
integrado por senegaleses y colonos de Camerún; desembarcaban en Pointe La Mondah

34
donde libraron duros combates hasta hacerse con la posición. Sin embargo, el golpe
definitivo hubo de asestarlo la legión en el aeródromo de Libreville, donde los
legionarios mandados por Koenig se hicieron, definitivamente, con el control del
Gabón. Ahora sí, con todos los territorios del África ecuatorial bajo el gobierno de la
Francia Libre, Leclerc viajó a la capital del Tchad, Largueau, para preparar su próxima
ofensiva contra las fuerzas enemigas. Su situación, cercana a la frontera Libia, hacía
posible una ofensiva contra las tropas italianas en Kufra, Libia. De nuevo, y junto a los
combatientes de la legión que quedaron a su cargo en Camerún, donde se encuadraban
unos cuantos españoles; el general ordenó la ofensiva. Esta operación fue realizada
únicamente por algo menos de cuatrocientos hombres, entre los que se encontraban
cuarenta y tres antiguos combatientes de Narvik. Y, sin embargo, pese a su escasez
numérica y armamentística, derrotaron a las fuerzas contrarias en numerosas posiciones,
entre las que destacaría Kufra de forma sobresaliente. El triunfo en esta posición, que
muchos mandos creían imposible, hizo que Leclerc lanzase una promesa a todos sus
hombres: “No nos detendremos hasta que la bandera francesa flote también sobre Metz
y Estrasburgo” (Vilanova, 1969: 333), y así fue, como veremos en lo sucesivo. Tras
estas victorias, los soldados adheridos a Leclerc no pararían de cosechar un éxito tras
otro. Primero lo volvieron a hacer en Fezzan, en marzo de 1942, donde se constituyó de
manera fehaciente el 1er Regimiento de Marcha del Tchad; y más tarde en Trípoli y
Túnez (Mesquida, 2008: 90-96).
Pese a sus logros anteriores, ninguna de las potencias con las que compartía
adversarios –Norteamérica y Gran Bretaña- habían puesto demasiado interés en conocer
más sobre los entresijos de esta tropa francesa que venía cosechando triunfos desde las
entrañas del África ecuatorial. Sin embargo, al acudir prestos a la llamada del VIII
Ejército Británico en la ciudad de Trípoli, la agrupación motorizada de Leclerc
comienza a tomarse en consideración dentro de las fuerzas aliadas. Con esta hazaña,
Leclerc no solo ganaría un puesto de derecho en la gran ofensiva aliada, sino también un
completo equipamiento, por parte de los ingleses, que añadía armamento, vehículos,
personal, uniformes, etc., a sus filas, constituyéndose así la denominada “Fuerza L” o
“Columna Leclerc”. En su diario de Marcha, Dronne, futuro capitán de la Nueve,
describiría de esta forma a la brigada del general Leclerc: “La Fuerza L es una especie
de Brigada Internacional motorizada, bien armada, pero desprovista de blindados” (Pons
Prades, 2003: 361). Esto llegaría con el tiempo. Tras obtener una gran victoria en
Túnez, y dar por finalizada así la campaña en el norte de África, el general De Gaulle

35
ordenó a Leclerc la formación de la 2ª División Blindada, para lo cual, la unidad fue
trasladada al campo de Teamara, al sur de Rabat, en Marruecos. Allí, los soldados y
oficiales van adquiriendo la formación y el entrenamiento indispensables para formar
parte de una división blindada, a este campo van llegando también, aunque despacio, el
material y los blindados prometidos a la formación por los aliados (Domingo, 2009:
281). A comienzos de 1944 la 2ª División Blindada ya está lista para entrar en combate,
sin embargo, es la 1ª División Blindada de la Francia Libre la que se dirige, junto con
las tropas aliadas, a luchar en Italia, como se relata en el párrafo siguiente (Pons Prades,
2003: 360-379).
Una vez vencidos los últimos resquicios italogermanos en el norte de África, la
campaña contra el totalitarismo de las potencias fascistas continuó librándose en
Europa. El primer territorio hacia el que partieron las tropas aliadas fue Italia. Allí, los
españoles de la 1ª División Francesa Libre, constituida ahora como 1ª División
Blindada, y por extensión los de la 13ª Media Brigada de la Legión que se encontraban
dentro de sus filas, obtuvieron sonadas victorias en Bolsena, Radicofani, Viterbo,
Garigliano, Pontecorvo, Montecassino, Tívoli, etc., hasta llegar a Roma, donde los
norteamericanos arrebataron el privilegio a los legionarios españoles de ser, la primera
fuerza en entrar a la capital, obligándoles a detener la marcha a escasos siete u ocho
kilómetros de ella. Estuvieron también en Córcega, Sicilia y Tarento, desde donde
embarcaron hacia las costas de la Provenza Francesa. Ya en Francia, y siguiendo el
curso del Ródano, liberaron Toulon, Avignon, Lion y Valence, en unión con algunos
grupos guerrilleros de resistencia que se encontraban en los montes que rodeaban estos
territorios. Con su ayuda también vencieron en Dijon, Fresse y Autun, donde las fuerzas
de un solo batallón, en el que se encontraban bastantes españoles, derrotaron a toda una
división blindada alemana. Tras el éxito de todas estas campañas conquistaron también
Colmar, donde toman contacto con los españoles de la 2ª División Blindada. Cruzaron
el Rhin, se apoderaron de Karlsruhe, ya en Alemania y, cientos de kilómetros después
llegaron a Sigmaringen, donde se unieron, ahora ya sí, a las tropas de Leclerc para,
juntos, avanzar hacia “el Nido de Águila” de Hitler en Berchtesgaden (Pons Prades,
2003: 543-545).
La indignación de Leclerc ante este hecho es máxima. Desesperado, pide a de
Gaulle y a los americanos que su unidad también sea enviada al frene italiano, sin
embargo, estos tenían otros planes para su división. El 17 de abril de 1944 Leclerc
recibe la buena nueva: su compañía será enviada a Inglaterra para, desde allí, poner

36
rumbo hacia Normandía, donde comenzará la ofensiva que liberará el territorio francés
de las tropas alemanas. Pero la alegría demostrada por el general en un primer
momento, se torna en disgusto al saber que la 2ª División Blindada solo entrará en
combate cuando las fuerzas norteamericas del general Patton hayan abierto una brecha
en el frente enemigo. Esto quiere decir que, en los planes de la ofensiva aliada, la
división del general Leclerc se consideraba únicamente como una fuerza de apoyo. Y
así, la 2ª División Blindada fue dirigida hacia las inmediaciones de Hull, en Inglaterra,
donde fue concentrada hasta el 30 de Agosto, cuando el primer destacamento embarca
rumbo a Normandía, donde los Ejércitos aliados llevaban combatiendo ya casi ocho
semanas (Pons Prades, 2003: 379-386).
Pero antes de relatar las historias acontecidas a los españoles de la 2ª División
Blindada de Leclerc en Europa, y de la Nueve concretamente, hemos de hacer un
pequeño paréntesis para mencionar a un grupo de compatriotas, enrolados en la Legión
en los enganchamientos de 1939 que, en lugar de ser destinados a Inglaterra para
adentrarse en los famosos combates de Narvik, quedaron relegados a campos de
concentración en Marruecos o Argelia. Algunos de ellos debieron luchar, por ejemplo,
en Senegal, bajo las órdenes de la Francia Vichysta; otros, simplemente deambularon
por estos campos militarizados o fueron llevados a los campos de castigo más duros del
desierto (Vilanova, 1969: 363-364). En 1942, a la llegada de las tropas angloamericanas
a los puertos de Orán y Argel, la situación para estos españoles comenzó a
transformarse. A partir de entonces, estos legionarios, fueron adscritos a las filas del
recién estrenado Cuerpo Franco de África, al que también se unieron muchos otros
hombres liberados por los aliados de las compañías de trabajo, de los campos de
concentración y de los de castigo en los territorios de Marruecos y Argelia. Dentro de
esta primera composición del Cuerpo Franco, comandando por Putz, un ex oficial de las
Brigadas Internacionales que participó en la guerra civil española; encontramos a un
grupo destacado de españoles que, a pesar de estar mal armados y peor equipados, se
batieron heroicamente durante toda la campaña de Túnez. Si bien es cierto que, el
proceso de construcción de este regimiento no finalizaría hasta la toma de la capital
tunecina en 1943, donde terminarían uniéndose, además, los españoles liberados de los
campos que todavía continuaban en este territorio bajo el yugo de franceses vichystas
(Mesquida, 2008: 98-100).
Al término de la campaña de África del Norte, los españoles continuaban con
ganas de proseguir la lucha contra el fascismo de las potencias del Eje y, encontraron en

37
la formación de la 2ª División Blindada el mejor elemento para llevar a cabo sus
aspiraciones. En estos días fue muy común el traslado de individuos, grupos o unidades
enteras a las filas del general Leclerc. Esto fue la tónica general entre los españoles que,
o bien por insistencia de otros compañeros, o bien por convicciones propias, se
enrolaron en esta compañía de forma masiva, hasta tal punto que, el propio Leclerc,
hubo de mandar a varios emisarios a Argel para aconsejar a los soldados que
persistiesen en su intento de unirse a la compañía. Con todo ello, dentro de las fuerzas
de Leclerc quedaron conformados, además de los legionarios españoles que ya le
seguían desde Camerún, Gabón y Libia; los que formaban parte del Cuerpo Franco, es
decir, los que se adhirieron al ser liberados de los campos de concentración en
Marruecos, Argelia y Túnez; y, otros muchos que se encontraban adscritos a las 1ª y 2ª
Brigadas de la Francia Libre que, preferían formar parte de un ejército regular, en lugar
de seguir engrosando las filas de la Legión, y combatir a los fascistas al lado de la gran
cantidad de compatriotas que aglutinaba esta fuerza francesa (Pons Prades, 2003: 374-
378).
La 2ª División Blindada de Leclerc, que aunaba a un total de dieciséis mil
hombres entre sus filas, se componía, básicamente, de cuatro agrupaciones tácticas que
formaban, cada una de ellas, un grupo autónomo de combate motorizado con gran
cantidad de armas automáticas. La inmensa mayoría de los españoles formaban parte de
la infantería, la cual, estaba constituida por el Regimiento de Marcha del Tchad, cuyos
tres batallones operaban: el 1º en la primera agrupación que mandaba el coronel Dio; el
2º en la segunda agrupación que mandaba el coronel Langlade y el 3º en la tercera
agrupación que mandaba el coronel Malagutti25. Por tanto, podemos encontrar españoles
en cada una de estas tres primeras agrupaciones. No obstante, era la tercera la que
mayor número de españoles aglutinaba en sus filas, donde operaba el 3er Batallón del
Regimiento del Tchad, que, en realidad, era el antiguo Cuerpo Franco de África. No es
de extrañar, por tanto, que el mando de esta unidad estuviera a cargo del teniente
coronel Putz26. Bajo su autoridad, el 3er Batallón del Tchad estaba compuesto por
cuatro compañías: la 9ª, constituida prácticamente en su totalidad por españoles cuyas
25
Quien será sustituido posteriormente por Warabuiot y éste a su vez por Billotte (Vilanova, 1969: 366-
367).
26
Él era el mejor candidato para liderar esta fuerza ya que se había formado al estilo de las milicias de la
guerra española, además, había luchado en la misma junto a alguno de los compatriotas de este batallón;
era un oficial respetado debido a su marcada trayectoria antifascista; también, igual que los españoles,
odiaba los formalismos y la rigidez propios de los ejércitos convencionales; y, su impaciencia por entrar
en combate, así como su arrojo y valentía, le hicieron granjearse multitud de seguidores entre los
republicanos españoles (Vilanova, 1969: 367).

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andanzas pasaremos a relatar a continuación; la 10ª, que aunaba españoles y franceses
evadidos de su país; la 11ª, cuya proporción de españoles también era notable; y, por
último, encontramos la 12ª, más conocida como CHR27, donde encontramos españoles y
“pies negros” (Vilanova, 1965: 366-369).
En lo sucesivo, el relato que, anteriormente ha contado con numerosos puntos de
vista, se centrará en los sucesos acaecidos en torno a la 9ª compañía o “la Nueve”, como
generalmente se la conoce. Esta precisión viene determinada por la composición de la
misma ya que, siendo este un trabajo donde se narra la historia de la gran mayoría de los
republicanos españoles encuadrados bajo el ejército de la Francia Libre; es lógico que la
única fuerza integrada casi en su totalidad por españoles, represente, de manera
simbólica, a todas las demás. Si bien es cierto que, el destino de todos los españoles
incluidos en la 2ª División Blindada de Leclerc, transcurre parejo en la contienda al
devenir de esta compañía.
Francamente, se puede insinuar que, la “Novena” era una compañía de españoles
pues, todos sus soldados lo eran y, en ella, se hablaba en español de manera
generalizada. La matización pertinente que tendría cabida al hacer esta indicación es
que, de los ciento cincuenta individuos que la conformaban, solo un puñado de oficiales
poseía otra nacionalidad. Incluso, dentro de sus filas, muchos oficiales y suboficiales
eran republicanos españoles (Mesquida, 2008: 19). Es curioso conocer las cifras, casi
exactas, tanto del número de españoles que reunía esta compañía –ciento cuarenta y
cuatro-, como el total de los mismos que se encontraban repartidos por toda la 2ª DB de
Leclerc -alrededor de unos tres mil doscientos según Pons Prades (2003: 380)-; para, de
esta forma percatarnos, con mayor claridad, que dentro de los “olvidados de la historia”
también se alude a los varios miles de españoles dispersos en otras unidades diferentes.
A su vez, la 9ª compañía estaría dividida en tres secciones y, a cargo de cada una
de ellas, un español. La 1ª Sección la manda el subteniente Vicente Montoya a bordo
del haltftrack Don Quijote. Este ex oficial de carabineros de la II República, será herido
en combate en tres ocasiones y, durante sus ausencias, el sargento-jefe Federico Moreno
le relevará en el puesto. En esta sección también podemos encontrar nombres como los
de los sargentos-jefe Poreski y Constant Pujol, su hermano Fermín, los andaluces
Zubieta, Lucas Camons y Ramón Gualda, además del catalán Luis Royo, alias Julián
Escudero, conductor del halftrack Madrid. La 2ª Sección esta mandada por el

27
Compagnie Hors Rang (Compañía de Suministro).

39
subteniente Michel Elías, un francés de origen español, y, su adjunto, el zaragozano
sargento-jefe Marín Bernal alias “Garcés”, es un veterano de la 13ª Media Brigada de la
Legión. Por último, liderando la 3ª Sección encontramos al ayudante-jefe Miguel
Campos, un anarquista canario que tuvo un papel primordial en relación a la masiva
adhesión de los españoles a la 2ª División Blindada de Leclerc. El sargento-jefe de la
sección es el austriaco Reiter, un ex combatiente de las Brigadas Internacionales que,
junto con Campos, es especialista en la infiltración en las líneas enemigas, la guerrilla y
los ataques sorpresa. Ha de mencionarse en este momento que desde el momento en que
los españoles se adhirieron a las tropas de Leclerc se les permitió colgar la bandera
tricolor republicana en sus tanques, así como también bordarla en sus uniformes
(Domingo, 2009: 282-284).
Por otro lado, el mando de la Nueve quedaba a cargo de Raymond Dronne, cuya
mano derecha era el teniente Granell, después de que Bamba, un catalán holandés,
abandonase esta formación para trasladarse a la CHR (Mesquida, 2008: 113). El capitán
Dronne fue un brillante militar que acompañaría a Leclerc desde el comienzo de su
aventura en el Tchad, es decir, un francés libre de la primera hora siempre fiel a su
superior y, como no, también a De Gaulle. Quizás, gracias a estos méritos, logró
ganarse la confianza de los españoles a quienes calificaba como “difíciles y fáciles”
(Vilanova, 1969: 373). Esto es porque, en un principio no era sencillo ganarse su
confianza y respeto, y, además, no eran de la clase de militares que aceptan órdenes de
cualquiera, aun proviniendo de un superior. Sin embargo, una vez aceptada a la persona
que tenían enfrente, la facilidad de trato era óptima. Entonces, la rectitud de
comportamiento, la generosidad y la gratitud eran las máximas por las que se regían.
Bien pudo comprobarlo Dronne quien, en un primer momento, como ocurría a la
inmensa mayoría de oficiales que se batieron junto con ellos en esta contienda;
desconfiaba de ellos, e incluso llegaría a considerarlos como un estorbo. Pero, una vez
las relaciones entre capitán y soldados hubieron llegado a mejor término, no cabían, en
el diario de Marcha del mando francés, más halagos para con sus españoles a los que
cariñosamente llamaba “mes cosaques”. Hay un hecho, al final de la guerra, que marca
sobre manera el afecto que el capitán de la “Nueve” tenía hacia sus españoles y es que,
él, su mujer y su hija, se desvivieron en ayudar, a todos los ex combatientes españoles
de la 2ª DB, a reintegrarse en la vida civil. (Pons Prades, 2003: 389-391).
La “Nueve”, igual que las demás unidades que formaban parte del Regimiento
de Marcha del Tchad, no fue un cuerpo de infantería al uso ya que, desde la

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consolidación de la columna Leclerc como 2ª División, su infantería quedó motorizada
y blindada. Toda ella se trasladaba a bordo de camiones blindados semioruga
(halftracks), aptos para todos los terrenos, y equipados con distintas armas, pesadas o
ligeras, entre las que podemos encontrar cañones, ametralladoras o lanzacohetes
antitanques portátiles. Toda esta dotación y la confianza ciega de Leclerc en el buen
hacer de los soldados de los regimientos de infantería, hacían que siempre constituyeran
la punta de lanza de todos los avances; cosa que, como veremos en lo sucesivo, quedó
probada a la llegada al continente europeo (Mesquida, 2008: 105-106).

3.3. La Nueve y la Liberación de París.


El 30 de julio de 1944, la 2ª División Blindada embarca en el puerto de
Southampton rumbo a la playa de La Madeleine, frente al pueblo de Sainte-Mère-
l’Église en la costa de Normandía. El destacamento va llegando entre los días 1 y 4 de
agosto. Ese mismo día, al unirse todas las fuerzas comienzan las instrucciones. Los
americanos, desembarcados semanas antes, habían conseguido romper las filas
alemanas en el sur de Avranches. Esta brecha había sido cruzada por los blindados del
general Patton que se desplazaban, en dirección sur, hacia el río Maine, aislando así a
las divisiones alemanas que todavía permanecían en territorio normando; y, es en esta
brecha donde debe actuar la 2ª DB, y con ella, la 9ª compañía. Tras pasar varios días
allí, llega la siguiente orden: poner rumbo hacia la ciudad de Vitré. Sin embargo, antes
de que las tropas puedan, si quiera organizar la salida, llega una noticia inesperada: los
alemanes, que han reconquistado Mortain y amenazan con lanzar una contraofensiva en
dirección Avranches. Las tropas norteamericanas habían avanzado ya hacia Saint-Malo,
Loirent y Saint-Nazaire, por tanto, en este momento, es competencia de la 2ª DB de
Leclerc contener el avance alemán. Pero la orden de entrar en combate no llega y es una
tropa norteamericana, que todavía marchaba por la zona, la que logra recuperar Mortain.
Mientras tanto, las unidades francesas, es decir, la 2ª DB, son bombardeadas varias
veces por la aviación alemana, causando una baja a la 9ª compañía, la de Andrés García,
siendo la primera que se registra desde la llegada de la División al continente europeo;
hasta que, el 9 de agosto, la columna francesa pone marcha hacia Le Mans. Atraviesa
Antrain, Vitré, Château-Gontier, Grez-en-Bouère y Bouessay, consiguiendo entrar en el
departamento de la Sarthe. Antes de llegar a su destino, acampan cerca de Eccomoy. Al
día siguiente, tras rodear Le Mans, las fuerzas de Leclerc de dirigen hacia Neuville-
sur.Sarthe, cruzan el río, y, antes de llegar a Montreuil les llega una contraorden: deben

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retroceder hacia Ballon y acampar en sus inmediaciones. El 11 de agosto, ya en
Couloummiers, la Nueve queda bajo las órdenes del 501º regimiento de tanques, a cuyo
mando estaba el coronel Warabiot. Ambas fuerzas se combinan formando, de este
modo, sucesivos escalones de ataque con el fin de agrupar las distintas armas de las que
dispone cada unidad combatiente. El primer escalón de blindados, y, también, el que
más nos interesa relatar, lo manda el comandante Cantarel y comprende dos secciones
de autoametralladoras de reconocimiento, una compañía de tanques medianos Sherman
del 501º regimiento, una sección de tanques destructores (del regimiento blindado de
fusileros–marineros), una sección de ingenieros, una batería de artillería
autotransportada, una sección de zapadores-minadores y la 9ª compañía del tercer
batallón del Tchad, es decir, la Nueve. En el segundo escalón encontramos, al mando
del propio coronel Warabiot, dos compañías de tanques medianos Sherman del mismo
regimiento que en la anterior, un pelotón de tanques destructores, una batería de
artillería, dos secciones de zapadores minadores y la 11ª compañía del batallón del
Tchad. A la izquierda, en la carretera de Le Mans-Alençon, se encuentra un pequeño
destacamento a las órdenes del comandante Putz. Como avanzadilla, las patrullas de
reconocimiento llegan hasta puntos cercanos a Mamers y Rouessé-Fontaine, cerca de
Coulombiers, siendo seguidas, pasos más atrás, por los destacamentos recién formados.
Desde esta última posición, las vanguardias de las tropas avanzan, en dirección NO,
encontrándose por el camino a varios blindados alemanes aislados o pequeñas
agrupaciones de ellos, que son inmediatamente destruidos. Al día siguiente, una vez
atravesadas las poblaciones de Bourg-le-Roi, Chamfleux, Alençon, Cuissai y La Roche-
Mobile las tropas llegan a Carrouges. Pero, estando allí, llegan nuevas órdenes. Deben
retroceder hasta Alençon y dirigirse hacia el norte a Sees, pasando por Semalle, Larré,
Menil-Erreux, Busard y Neauphe. Una vez situados en su nuevo destino, la orden es
avanzar hasta Écouché vía Saint-Christophe-le-Jajolet. Los tres escalones realizan el
recorrido casi sin detenerse, salvo en Larré, donde, debido a un resquicio de resistencia
la aviación norteamericana se ve obligada a bombardear la zona antes de que los
destacamentos crucen esta posición. Durante esta nueva marcha, los españoles Elías,
lugarteniente de la Nueve; y Menéndez, un soldado perteneciente a la misma compañía;
van en cabeza con su halftrack, destruyendo cuanta patrulla alemana se cruza en su

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camino y haciendo prisioneros a todos sus componentes28 (Pons Prades, 2003: 386-
394).
Antes de llegar a la plaza de Écouté, en Vieux-Bourg, la 9ª compañía se vio
inmersa en una intensa batalla cuya victoria fue importante para penetrar en el
dispositivo enemigo y alcanzar así, la parte este de Écouché. Este breve encuentro,
obligó, por primera vez, a la infantería motorizada a bajarse de sus vehículos para
ayudar a los blindados a abrirse paso. La gran hazaña fue capitaneada por el cabo
Manuel Bullosa quien, al mando de un grupo de exploradores, y guiado por un
resistente que conoce bien el terreno, cruzan un pequeño bosque provisto por extensos
matorrales hasta llegar a las filas enemigas. Una vez allí, se percatan de que las fuerzas
alemanas están, solo, a varios centenares de metros a la derecha. La información llega
debidamente a las líneas de la 2ª DB, cuyos mandos propician una audaz maniobra en la
que la rapidez y el factor sorpresa, prácticamente, inhabilitan al contrario (Pons Prades,
2003: 395). Los tanques y blindados, bien encuadrados en sus escalones y a máxima
velocidad, ponen rumbo hacia la posición enemiga abriendo fuego a discreción contra
sus filas destrozando cuanto les salía al paso y capturando a los soldados que, debido al
pánico, paralizaban sus vehículos para salir de ellos con los brazos en alto. Aquello fue
toda una carnicería, según los testimonios, que, sin embargo, tres temerarios alemanes
se empeñaron en prolongar aquella misma noche. Iniciada la marcha hacia el pueblo de
Écouché, un blindado germano adelantó a la columna francesa a toda prisa, sin que esta
pudiera percatarse de su procedencia. Su intención era causar el máximo daño posible
con los escasos medios con los que contaban, lo que comúnmente se denomina “morir
matando”. Pero, de nuevo, dos españoles son quienes evitan la tragedia. Los disparos
ágiles y certeros de Manuel Lozano, con la ametralladora pesada, y Juan Rico, con la
ligera, matan a dos de los ocupantes del vehículo e inducen a la rendición del tercero
(Mesquida, 2008: 135-136).
A la mañana siguiente, el 13 de agosto de 1944, los efectivos aliados entran en
Écouché con la 3ª sección a la cabeza. Uno de sus carros, el Massauoa, es puesto fuera
de combate a la entrada del pueblo debido al impacto de tres obuses en su lado derecho.
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Ha de hacerse referencia aquí a un hecho que, con mucha frecuencia, ocurrió durante la campaña en
Francia. Dado que, entre los norteamericanos existía una verdadera competición por capturar enemigos,
ya que estos, a la vez que superaban sus propias marcas, obtenían distinciones y permisos especiales;
pronto surgió un mercado negro de prisioneros. En él, casi siempre, eran los hombres de Leclerc los que
se beneficiaban, a cambio de los efectivos alemanes, de un amplio abanico de elementos materiales:
gasolina, botas, armamento ligero, motocicletas o, incluso, algún que otro jeep; según la graduación de
los prisioneros. Muy a menudo, a estos objetos, se le sumaba una propina como botes de carne en
conserva, cartones de tabaco, cajas de chicle, petacas de whisky, etc. (Domingo, 2009: 293).

43
Todos sus tripulantes están heridos. Este incidente no permite paralizar a las fuerzas,
que siguen avanzando hacia el interior. En el centro de la pequeña población se dan de
bruces con un destacamento alemán que estaba en plena huida hacia el famoso paso de
Falais, por donde se vieron obligados a evacuar los alemanes a todas sus tropas. El
ataque de los franceses sorprende tanto a esta patrulla que la batalla dura poco tiempo y
finaliza con la consecuente derrota germana. Las calles se ven inundadas por fuerzas de
la 2ª DB de Leclerc que se dirigen, con el pueblo ya bajo dominio aliado, hacia las
carreteras por donde los alemanes han efectuado sus evasiones. El grueso de los
efectivos escapa al norte, en dirección Montgaroult-Falaise. Tras ellos marchan las
patrullas de exploración de la 2ª DB, con la 3ª sección (la del ayudante-jefe Campos) a
la cabeza. Allí se encuentra también el teniente Amado Granell. En la carretera que sale
hacia el oeste, dirección Flers de l’Orne y La Ferté-Macé, se dispone la 2ª sección del
lugarteniente Elías. Durante la persecución que este destacamento realiza tras los
blindados alemanes son destruidos y capturados numerosos efectivos; pero, en el fragor
del combate fallecen dos soldados españoles y un sargento, con la misma nacionalidad,
es herido. Por último, en la entrada de Écouché, al este del territorio, se encuentra la 1ª
sección de la Nueve, que manda el subteniente Montoya, donde también, debido a un
ataque de fuerzas alemanas, un español es herido. Tras estos breves incidentes, dos
secciones de la 9ª compañía, la 1ª y la 3ª, se sitúan en la posición norte del territorio
ocupado por las tropas francesas, que no es otro que el que comprende la extensión
entre los ríos Orne y Udon. En la reserva, y junto con los españoles de la Nueve,
figuran, por primera vez, varios grupos de guerrilleros españoles pertenecientes a la
resistencia y el maquis en ese territorio. La misión de la 2ª DB, y, por extensión,
también de la 9ª compañía, era permanecer en Écouché. Allí se suceden algunos
bombardeos alemanes, que en nada afectan al sector militar, simplemente, derriban
algunas casas. En el frente norte del sitio de Écouche, al avanzar las posiciones por la
carretera de Serans y Montgaroul, los combates con pequeños grupos de blindados y
tanques alemanes camuflados entre los matorrales terminan con informes positivos. Por
aquellos días también se suceden dos ataques de la aviación americana, uno a los
blindados de Campos y otro a varias unidades de la 2ª División Blindada de Leclerc;
que ambos efectivos, por suerte, consiguen esquivar. El problema en ambos ataques es
que, los carros andaban por carreteras repletas de tanques alemanes destrozados sin
ningún tipo de identificación que indicase que, los vehículos que permanecían en
movimiento, pertenecían a la vanguardia francesa, eran sus aliados. El primer ataque

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duro escaso tiempo, sin embargo, en el segundo, hasta que los pilotos se dieron cuenta
de su error, los españoles Granell y Botella se vieron obligados a salir de los vehículos,
bajo los tiros sin cese de las ametralladoras y la caía de sucesivos proyectiles, para
colocar unos paneles que informasen a la aviación del error que estaban cometiendo.
Solo, de esta forma, consiguieron detener lo que podría haber supuesto una gran pérdida
para las líneas aliadas (Pons Prades, 2003: 396-397).
La situación a mediados de agosto es que las unidades de la 2ª División Blindada
de Leclerc estaban apostadas a lo largo de la línea que recorre las poblaciones de
Carrouges, Écouché y Argentan, sin llegar a entrar en esta última. Los norteamericanos,
a su vez, se situaban, unos, a la izquierda de las fuerzas de Leclerc, entre Ranes y el río
Udon; y, otros, bastantes kilómetros más al oeste, hasta llegar a Flers, pero en la misma
línea. Las tropas británicas, por otra parte, hacían presión desde el noroeste y, sobre
todo, desde Falaise en dirección sur. Por tanto, los alemanes, sitiados, solo tenían un
lugar para escapar: un corredor de unos 15 kilómetros de ancho entre Falaise y
Argentan. Leclerc, secundado por sus oficiales, se empeñó en que era el momento de
cerrar este estrecho pasillo pues, con un cerco completo, los alemanes no tendrían otra
opción que capitular. Era la ofensiva perfecta. Sin embargo, los mandos americanos
rechazan la interacción de las fuerzas francesas en Argentan para intentar cerrar el paso
a los alemanes, y prohíben de forma rotunda, la entrada de sus tropas a la población,
pese a que ya es encontraban esperando a sus puertas (Pons Prades, 2003: 397-398).
Al no dejar avanzar a sus tropas, los españoles, en concreto, la sección de
Campos, se dedicó a llevar a cabo su guerra personal. Esta consistía en registrar las
granjas del lado de Serains en busca de información sobre posibles soldados alemanes
por la zona. De esta forma, el sargento-jefe Reiter se entera de que, al NO de Écouché,
muy cerca de Bernay-sur-Orne, los alemanes tienen un hospital dispuesto en el castillo
de Menil-Glaise. Reiter comunica esta información a sus superiores pero no obtiene la
orden deseada: el jefe de su sección le dispone que no se hará nada al respecto. Si bien,
la decisión de este oficial cambiará cuando, al día siguiente, Reiter recibe un mensaje
del coronel alemán que tenía bajo su mando el citado castillo, haciéndole saber que, esa
misma noche, todo el personal iba a ser evacuado, por lo que pedía que fueran a
buscarle. Al mismo tiempo advertía a este soldado que las únicas fuerzas que
custodiaban este sitio eran una guarnición de SS. Este general germano había oído que
entre las filas de los americanos había un suboficial alemán, sin embargo, sus fuentes, se
equivocaron de pleno. Reiter era un austriaco calificado como suboficial francés, y las

45
tropas americanas no eran otras que los españoles de la 9ª compañía. Una vez expuesto
el asunto al capitán Dronne, este dio su permiso para que la 3ª sección se aventurase
hacia el castillo, no sin antes emitir a sus soldados una nota de precaución. La unidad
que se desplazó al castillo constaba únicamente de dos blindados que penetraron, sin ser
advertidos, cuatro kilómetros en las líneas enemigas. Una vez allí, el ataque cogió por
sorpresa a la guarnición de SS que lo defendía, pues se encontraban en pleno desalojo,
y, en quince minutos, la posición caía en manos de los hombres de Leclerc. La
operación se saldó con un total de cien prisioneros, aproximadamente, todos ellos
heridos o enfermos; otros quince SS pertenecientes a la unidad que guardaba el castillo;
y con ocho americanos liberados que estaban encerrados en los sótanos del mismo
(Vilanova, 1969: 400-402).
Las jornadas de los días 16 al 19 de agosto vienen marcadas por un significativo
aumento de actividad en los alrededores de Écouché. Se registra, durante estos días, una
enorme presión por parte de los alemanes sobre la plaza, y una mayor intensidad en los
combates para defenderla. El peso de esta contraofensiva alemana recayó sobre la
Novena compañía, como veremos al relatar los hechos. Su actuación fue inmejorable,
resistiendo en la posición sin ceder ni un palmo de terreno. Hay que destacar, en esta, el
sobresaliente trabajo que llevó a cabo la sección del teniente Montoya como grupo de
apoyo móvil.
Como se mencionó con anterioridad, los americanos se situaban en la zona de
Renes, al suroeste de Écouché. Entre ellos, y las fuerzas francesas, todavía había
diseminadas algunas tropas alemanas. Es lógico que, frente a la presión ejercida desde
el este, los germanos intentasen un golpe sobre la población de Écouche con el fin de
escapar por el corredor de Falaise. Esto puso sobre aviso al capitán Dronne, quien, el 15
de agosto, prohibió la salida del lugar a toda la población civil. Esa misma tarde, desde
el frente norte, es decir, desde los resquicios alemanes que todavía quedaban en sitios
altos de las inmediaciones de Montgaroult, se lanzan varios cañonazos sobre la parte
este de Écouche, que impactan, sin remedio, en cuatro tanques Sherman del 501ª
regimiento, y un camión de la DCA. Se acusan las bajas de ocho soldados. Más suerte
tendrá la 3º sección de la Nueve, a la cual los alemanes dirigen otro ataque en el que
únicamente son alcanzaos dos blindados y un cañón antitanque. La presión de los
norteamericanos aumenta y el coronel Billote, pone sobre alerta a las unidades de la 9ª
compañía, lo alemanes están a punto de abalanzarse sobre la posición. Estas no pueden
atacar previamente, ya que no disponen de medios para hacerlo, por tanto, la única

46
opción que les queda es resistir. La aviación americana planea sobre los focos de los
destacamentos alemanes, consiguiendo frenar a unas cuantas unidades, no obstante, esto
no es suficiente y el día 16 los destacamentos alemanes avanzan lentamente por el este.
Para informarse de la situación, se forma rápidamente una patrulla de voluntarios entre
los que se encuentran el teniente Granell, el brigada Martín Bernal, el sargento Cortés, y
los soldados Méndez y Gomis. En el avance, esta expedición es sorprendida por un
grupo de blindados alemanes que, escondidos tras unos setos, habían dejado acercarse a
los españoles a menos de veinte pasos para lanzar todo el peso de sus ametralladoras
sobre ellos. Los españoles se ven obligados a bajar del vehículo en el que viajaban y a
defenderse a pie, a base de disparos con metralletas y bombas de mano. Durante el
combate, el soldado Méndez es herido en una pierna. No pasa mucho tiempo cuando
llegan los refuerzos: una patrulla mandada por el lugarteniente Elías, al que le
acompañan los cabos Bullosa y López, además de otros voluntarios. Con la entrada en
escena de este destacamento, la unidad de Granell tuvo la oportunidad de replegarse,
manteniendo con vida a todos sus hombres. Si bien es cierto que este ataque se
desarrolló de manera anormal a lo que les tenían acostumbrados los alemanes. La
desmoralización y el cansancio de sus tropas y la acertada estrategia por parte de los
aliados, que adiestraron a los campesinos del pueblo para que hicieran correr el rumor
de que los alrededores estaban infestados de blindados aliados; tuvo mucho que ver en
la prudencia con que se condujeron durante la batalla (Pons Prades, 2003: 400).
Al amanecer el día 17 volvió a notarse, sobre manera, la presión alemana. Esta
irá amainando a lo largo del día, no obstante, los españoles de la Nueve se ven
obligados a resistir los ataques, uno tras otro, defendiéndose ferozmente, de manera que
no se ponga de manifiesto la precariedad de sus efectivos. La idea es organizar una serie
de patrullas cuya función sería contratacar en los alrededores de Écouché, poniendo
fuera de funcionamiento a objetivos bien definidos mientras las fuerzas restantes
protegen el interior de la localidad. Estos grupos están mandados por Montoya, Moreno
y Elías, respectivamente; y son dirigidos hacia la zona de Joue-del-Plain y el margen
derecho del río Udon. Destaca, en este sentido, la hazaña de la 1ª sección que,
traspasando las líneas enemigas, a las 9 de la noche del mismo día 17, establece
contacto con un destacamento norteamericano al este de Ranes. Hay que hacer
referencia también, a otra magnífica unidad, la de Campos, que no se encontraba dentro
del mismo Écouché, sino en la cercana localidad de Serans. Desde allí, sus blindados,
realizan numerosas incursiones en territorio contrario a modo francotirador con el

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increíble resultado de varias bajas alemanas y solo una propia, la del cabo Armando
Moreno. Estas expediciones, han cumplido sobradamente su cometido: repeler el ataque
alemán causando una cifra bastante mayor de pérdidas humanas y materiales que la
propia, e impedir que estos se percatasen de su debilidad, lo cual volverán a conseguir
en días sucesivos. Hay que lamentar, no obstante, la cifra de ocho bajas, entre muertos y
heridos, que causan todos estos enfrentamientos a lo largo del día. Pero en la jornada
siguiente, los españoles tuvieron la oportunidad de efectuar una cumplida venganza
contra las tropas enemigas: de madrugada, en las inmediaciones de Montgaroult, una de
las patrullas expeditivas de la Nueve consigue derribar cinco tanques alemanes de
último modelo -Mark IV- y dos camiones cargados de tropa. Por la tarde, los alemanes
devuelven el golpe a los aliados derribando un caza inglés y obligando al piloto a saltar
de él en paracaídas. Este, recogido y escondido por un campesino, es recuperado al día
siguiente, también, por otra de las expediciones de la 9ª compañía (Pons Prades, 2003:
401).
El día 19, por fin, entran en Écouché numerosos refuerzos británicos. Es esta la
primera jornada de descanso que los españoles tienen desde hace varios días. La plaza
era oficialmente liberada. Por cierto que, esta liberación fue atribuida por los ingleses a
ellos mismos. El mencionado día, por la tarde, los hombres de Leclerc oirán
asombrados, cuanto menos, la noticia en la BBC: “las valientes tropas de su Graciosa
Majestad británica han tomado Écouché en el curso del día” (Vilanova, 1969: 410). No
obstante, esa comunicación no empaña su celebración. Al efectuar un balance final que
mostrase en número de víctimas que había causado esta puja por el sitio de Écouché, se
establece que ha habido siete muertos y diez heridos dentro de las filas de la Nueve, de
los cuales, dos son leves, y se empeñan en continuar la guerra. Por supuesto, hay que
lamentar las pérdidas. Sin embargo, lo que en otro momento podría haber sido un
completo drama, en esta batalla merecía una gran celebración pues, fue todo un logro
que únicamente causasen baja diecisiete hombres de los ciento cincuenta que tenía la
compañía, y más aun teniendo en cuenta los continuos ataques a que se vieron
sometidos; y los escasos medios y efectivos de los que disponían. La satisfacción de
estos hombres se vio copada al hacer un nuevo recuento, esta vez el de las pérdidas que
la subagrupación había infligido al enemigo. Es difícil determinar tales cifras, no
obstante, Dronne, en su diario de marcha, cita que, solo en Écouché se pueden encontrar
unos cuatrocientos vehículos alemanes inutilizados y, solo los hombres de la Novena
compañía, habían hecho doscientos prisioneros. Por tanto, el balance final había sido

48
positivo, y eso que el capitán no entra en detalle con el número de muertos alemanes a
manos de las unidades de la Novena (Vilanova, 1969: 410).
Durante los días siguientes a la victoria, se asiste a una llegada en masa de
individuos, o grupos de ellos, cuyo ánimo es entrar a formar parte de las filas de la 2ª
División Blindada del general Leclerc. Un gran número de franceses, y algunos tantos
españoles procedentes de los cuerpos de resistencia o el maquis, clama por un puesto en
la unidad cuya fama venia aumentando desde los combates en África y, el objetivo de
todos ellos es participar, en primera persona, en la liberación de Europa contra el
enemigo alemán. El nombre de los camiones estacionados en la plaza de Écouché
(Guernica, Madrid, Ebro, Don Quijote, Guadalajara, España Cañí, etc.) hace correr la
voz de que un regimiento español combate al lado de los aliados, cosa que atrae a
bastantes Sin embargo, la situación era bastante diferente a como la contaban: los
españoles que allí se encontraban no eran un regimiento propio sino varios miles de
ellos que luchan en las filas de una división francesa. Sea como fuere, unos cuantos
hombres más, bien franceses o bien españoles, fueron enrolados entre sus unidades
(Pons Prades, 2003: 402-403).
Con la División Leclerc completa y el ejército americano ocupando ya las
localidades de Chartres y Deux, era el momento de abalanzarse sobre la capital. Pero
este ataque frontal sobre París no entraba dentro de los planes aliados hasta el 15 de
septiembre de 1944. Las razones que hacían posponer el ataque fueron varias: por un
lado, los americanos, sencillamente, tenían miedo de adentrarse en una batalla de
combates callejeros, además, creían, que el abastecimiento de varios millones de
personas, según las previsiones de los servicios de logística, hubieran desviado de su
cometido a un gran número de vehículos y personal, con lo que el avance podría quedar
paralizado; y, por otro lado, los ingleses, en este momento, únicamente estaban
preocupados por apoderarse de las rampas de lanzamientos de cohetes situadas en la
zona costera del Canal de la Mancha, poniendo fin así a los terroríficos bombardeos de
Londres (Mesquida, 2008: 139-140).
Las fuerzas francesas, por otra parte, no querían esperar tanto tiempo para ver su
capital liberada, máxime cuando era sabido que Hitler dio orden de “borrarla del mapa”.
Por tanto, lo más lógico, en esta situación en que británicos y norteamericanos hacían
caso omiso a la región parisina; sería que fueran los soldados de la Francia Libre, en
este caso la 2ª DB de Leclerc, quienes irrumpiesen sin demora en la ciudad rescatando a
sus habitantes del enemigo alemán. Al ímpetu que ponían las remesas de Leclerc por

49
entrar cuanto antes en París, se unían las noticias de insurrección de fuerzas armadas
clandestinas que llegaban desde el interior (Beevor, 2006: 34-38). Desde el día 10 se
venían sucediendo numerosas huelgas en los servicios ferroviarios, Correos, Telégrafos
y Teléfonos, y ya el 18 de agosto se unieron la radio y la prensa. La huelga general
estaba servida. Ese día, el general de las FFI29 de Paris, Chaban Delmas, dirigió un
mensaje al general Koenig en el que se relataba la situación allí acaecida y, por ello, este
rogaba la pronta ocupación de la ciudad por las fuerzas aliadas. Pues bien, el 19 de
agosto el Comité Nacional de Resistencia lanzó, esa misma mañana, el llamamiento a la
insurrección, el cual fue confirmado a la misma hora por el Comité Parisiense de
Liberación. Estas circunstancias hicieron tomar una determinación a un grupo muy
selecto de individuos, entre los que se encontraban el general americano Bradley, el
general de la 2ª División Blindada, Leclerc, y el comandante Gallois-Cocteau. La
reunión tuvo lugar la tarde del 22 de agosto en el aeródromo de Laval y en ella se
acordó la intervención de las tropas francesas de Leclerc en la ciudad inmediatamente
ya que, la insurrección interior, de no ser auxiliada por fuerzas externas, terminaría
convirtiéndose en un baño de sangre (Pons Prades, 402-406).
Mientras los combates se intensificaban paulatinamente en la ciudad parisina los
días 20 y 21, las tropas del general Leclerc seguían permaneciendo inmóviles entre las
localidades de Carrouges, Écouché y Argentan; hasta que por fin, el día 22 llegó la
orden: al amanecer del día siguiente los destacamentos partirían hacia París. Por fin las
líneas francesas, tras recorrer en una sola jornada doscientos kilómetros, llegan a
Limours, localidad situada a unos 40 kilómetros al SO de París. A lo largo de todo el
trayecto, son las patrullas volantes de la 2ª División Blindada, entre las que se encuentra
adscrita la 9ª compañía, las que han ido “despachando” a varios grupos de fuerzas
alemanas que les han ido saliendo al paso. Al reanudarse la marcha al día siguiente, la
columna de vanguardia de Putz encabeza el cortejo que se dirige hacia París, donde por
cierto estaba encuadrada la Novena, acaparando los vítores y aclamaciones de la
población civil a su paso por las distintas localidades que deben atravesar en el “camino
hacia la liberación”. Pero en su permanencia como “tete de la course”, los españoles no
encuentran únicamente ventajas. La otra cara de la moneda es que, al ser los primeros,
deben ser ellos los que breguen con las fuerzas opositoras que la división va
encontrando a lo largo del trayecto. Así, antes de llegar a Antony, varias piezas de

29
Fuerzas Francesas del Interior.

50
artillería alemanas obstruyen el paso y los acogen con una auténtica cortina de fuego.
Las órdenes del capitán Dronne serán esquivar la posición para continuar con la marcha
pero, al poco, los enemigos, de un cañonazo, cortan la carretera que se dirige hacia la
Croix-de-Berny y Fresnes, es decir, el único paso por donde podían evitar a esta
formación. Entonces, la “Novena” se lanza al ataque: la sección de Elías, seguida muy
de cerca por las de Montoya y Campos, consigue poner fuera de funcionamiento dos de
los tres cañones 88 del 132º regimiento SS. En esta intensa lucha, cuyos resultados no
son muy halagüeños, Montoya es herido por la metralla de uno de los cañones y la
sección de Elías pierde dos blindados. Pero, para solucionar la situación, el comandante
Putz ordena a Moreno, con su sección, realizar una maniobra extraordinaria: tras rodear
la estación de La-Croix-de-Berny, se infiltra por el oeste y, sin ser visto, desemboca en
la retaguardia del regimiento, la cual estaba desprotegida; asestando el golpe definitivo
al resquicio enemigo (Pons Prades 2003: 406-408).
Mientras se desarrolla esta victoriosa escaramuza, el capitán Dronne se
encuentra cerca de la prisión Fresnes, donde deja fuera de combate a un destacamento
alemán que, según su parecer era el último impedimento en el camino hacia Paris. Cree,
efectivamente, que la ruta hacia la capital “está abierta”. Pero en este momento se oye
una voz por la radio que le obliga a traer nuevamente a su destacamento sobre el eje
principal del avance. Pese a la rabia acumulada, el capitán ordena volver a su unidad. Al
llegar al punto de destino ordenado, se topa con el general Leclerc que le pregunta que
qué demonios hace allí cumpliendo una estúpida orden el lugar de dirigirse directamente
hacia París; Dronne explica al general que él, simplemente, cumple órdenes pero
Leclerc le insiste en la necesidad inmediata de que ponga marcha hacia la capital
parisina (Beevor, 2006: 41-42). En esta conversación, Leclerc nunca mencionaría un
objetivo claro a Dronne, pues ambos sabían que este no era militar sino psicológico.
Con la entrada de una sola fuerza francesa en París, en este caso el privilegio le fue
otorgado a la Nueve, en mayor medida; el ánimo de la población sublevada sería
revitalizado, la angustia de las FFI descartada y la espera del grueso de las tropas mucho
más amena. Entonces, y sin más dilación, Dronne comienza a formar el regimiento que
le acompañará, sin reservas, a la liberación de París. Este, está compuesto, en primer
lugar, por la 2ª y 3ª secciones de la 9ª compañía mandadas, respectivamente, por el
subteniente Elías y el ayudante-jefe Campos (la 1ª sección está demasiado involucrada
en los combates de La-Croix-de-Berny como para poderla incorporar). A estas le siguen
el jeep del capitán, el blindado de mando y el blindado de reparaciones. También

51
incorpora Dronne a la compañía una sección, con 3 tanques medianos Sherman, y otra
de ingenieros sobre blindados mandada por el ayudante-jefe Gerard Cancel. Una vez
organizadas las fuerzas, estas se lanzan rumbo a su destino a toda velocidad. Atraviesan
Fresnes, Chacan, Arcueil, Kremlin-Bicetre y, por fin, llegan a la Puerta de Italia. El
batallón no ha encontrado ningún tipo de resistencia por el camino, a decir verdad, la
voluntad del grupo era esquivarla. La 9ª compañía, junto con las demás unidades
adheridas para esta encomienda, pisa suelo parisino el 24 de agosto de 1944 a las 20:45
horas (Serrano, 2005: 424-426).
A su entrada por la Puerta de Italia, la multitud que allí se concentra huye
despavorida al creer que son los alemanes, y no las fuerzas francesas libres, las que se
dirigen hacia ellos. Al percatarse de su error, toda esta amalgama de gentes se hecha
sobre los vehículos de la agrupación colmándoles de vítores, halagos y muestras de
agradecimiento. Pese a no tener una dirección marcada, ni tampoco una instrucción
precisa más que la de avanzar hacia Paris, el capitán Dronne, dirige sus tropas a paso
ligero hacia el Hotel de Ville en la plaza del Ayuntamiento30. Con la ayuda de un
armenio, que les haces las veces de guía, consiguen llegar a su destino en un corto
periodo de tiempo y evadiendo las resistencias alemanas. A la llegada al Hotel de Ville,
el capitán Raymond Dronne hace transmitir un mensaje por radio en el confirma su
llegada a la capital e informa de la necesidad de que las tropas de Leclerc dirijan cuanto
antes sus tropas hacia París. El destacamento establece su campamento en la plaza del
citado hotel en posición de defensa, pues deben estar prevenidos frente a posibles
ataques. Inmediatamente se corre la voz de que las unidades francesas libres se
encuentran establecidas en este lugar y la afluencia de público que allí se concentra va
aumentando considerablemente a medida que pasan las horas. Los parisinos, se van
amontonando alrededor de los blindados, los cuales, tienen nombres de batallas de la
Guerra Civil española: Guadalajara, Madrid, Ebro, Guernica, Teruel, Belchite,
Santander y Brunete; todos menos uno, el Don Quijote, llamado así por ser uno de los
personajes más importantes de la literatura universal31. Esto sorprende a los
espectadores que no comprenden el porqué de esta cuestión, pero terminan por no darle

30
La razón que le lleva a tomar esta determinación es que este lugar era, desde hacía ya muchos años, el
símbolo de las libertades parisinas, el órgano vital de todas las insurrecciones (Vilanova, 1969: 426).
31
Estos blindados habían sido bautizados durante la instrucción recibida por los regimientos del general
en Inglaterra, pocos días antes de que las tropas partiesen hacia Normandía. Otros tantos carros de la
Nueve llevarán puestos nombres como España Cañí, Les Cosaques, Les Pingouins, Tunisie, Libération,
Résistence, Morts aux cons, etc. (Pons Prades, 2003: 412).

52
importancia, lo principal es que las fuerzas del general Leclerc, o por lo menos parte de
ellas, estaban por fin en París (Pons Prades, 2003: 410-413).
A la mañana siguiente se dispone la liberación y posterior ocupación de la
Central Telefónica Archives. Esta era una plaza importante en la que los alemanes
estaban atrincherados y se proponían destruirla. La operación se articula en torno a dos
unidades: la primera, bajo las órdenes del teniente Michard, avanzará por la calle
Archivos hasta la posición, y se compondrá de dos tanques Sherman, dos blindados de
infantería (mandados por el sargento-jefe Garcés), un blindado de ingenieros y
numerosos componentes de las FFI; la segunda, a las órdenes del subteniente Elías,
llegará hasta el destino por la calle del Temple y llevará consigo un tanque, tres
blindados de infantería, un blindado de ingenieros y algunos FFI. El primer cuerpo llega
sin ningún tipo de incidente hasta el objetivo, poniendo en jaque a la central. Mientras,
la segunda patrulla recorre la calle Temple y, al llegar, tapona una de las salidas del
edificio con sus vehículos. El subteniente Elías abandona su carro para examinar cual es
la situación. En este mismo instante es herido por un arma desde una ventana del
edificio que se sitúa frente a la Central de Archivos. Dos balas alcanzan al suboficial,
una en la espalda y otra el pecho, su situación es severa, sin embargo, con una larga
recuperación, logrará permanecer con vida. Muy poco tiempo después, el sargento José
Cortés corrió exactamente la misma suerte: una bala en la espalda y otra en el pecho
cuyas trayectorias apuntaban al mismo edificio. Pero finalmente, después de dos horas,
el resto de las fuerzas se apoderan de la central en la que se hacen treintaiún prisioneros
alemanes y se mata a otros tantos. Acto seguido, Raymond Dronne ordena colocar un
tapón con sus tropas en la plaza de la República para sellar la vía de escape de los
enemigos atrincherados en el cuartel de la calle Temple, el cual constituye un sólido
reducto (Vilanova, 1969: 428-433). Las mismas secciones que participan de esta
escaramuza lo harán poco más tarde también en el asalto, a golpe de granadas y
ametralladoras, a los resquicios alemanes atrincherados en la Cámara de los Diputados,
el Hotel Majestic y la plaza de la Concordia (Domingo, 2009: 291-292). Pero no fue la
“Nueve” la única que esa jornada contribuyó a eliminar los últimos resquicios enemigos
en los edificios claves de la ciudad; por ejemplo, una sección de la 11ª compañía
compuesta por numerosos republicanos españoles, a los que se unían otros tantos
pertenecientes a los comités de resistencia, tomaron la Ópera y capturaron a doscientos
cincuenta prisioneros, incluido el coronel de mando (Mesquida, 2008: 152).

53
Era día 25 y el grueso de la 2ª División Blindada de la Francia Libre se dirige
hacia la capital. Como bien se expresó en párrafos anteriores, la 1ª sección de la Nueve,
la de Moreno, estaba demasiado involucrada en los combates de La-Croix-de-Berny
como para acudir junto con el regimiento de Dronne el día anterior. Los soldados,
oficiales y suboficiales que la componían, se sentían disgustados por no haber podido
acompañar a sus compatriotas en tan distinguida tarea. A esto se sumó que, cuando la
zona donde estaban batallando fue liberada completamente de enemigos, el comandante
Putz ordenó que mientras los demás marchaban hacia Paris, la sección de Moreno debía
quedarse como tapón en La Croix-de-Berny a esperar a la agrupación Dio. Al llegar
esta, un capitán preguntó a Moreno que qué es lo que hacían allí, no tenían
conocimiento de que ninguna subagrupación debiera esperarles. Al final, el mismo
capitán dictaminó que la 1ª sección marchase con ellos hacia París al final de la cola.
Cruzaron la Puerta de Orleans, la avenida del Maine, la estación Montparnasse, el
boulevard de los Inválidos y, por fin, se detuvieron en la Escuela Militar donde pasaron
la noche. Al día siguiente, el día 26, Moreno se entera que sus compañeros de la Nueve
se ubican en el Hotel de Ville. De nuevo, todos juntos, se preparan para descender
triunfalmente por los Campos Elíseos (Vilanova, 1969: 437-438). La liberación de París
es un hecho: el general alemán Von Choltitz, comandante de la plaza de París, después
de haber sido capturado en el Hotel Meurice, ha firmado la capitulación de la ciudad.
Encabezando la comitiva de la gloriosa marcha se encuentra De Gaulle, junto a Leclerc,
Koenig y los principales miembros del Consejo Nacional de la Resistencia (Beevor,
2006: 46-53); acto seguido la 9ª compañía, portando algunos carros pequeñas banderas
republicanas; y, a continuación, todas las tropas restantes de la 2ª División Blindada. De
Gaulle se dirige ahora hacia la catedral de Nôtre-Dame, hasta donde es debidamente
custodiado por cuatro blindados de la Nueve (Mesquida, 2008: 155-156). Muy cerca de
allí, en la plaza de la concordia, cuando todavía algunas unidades de la nueve se
situaban en este lugar, estalla un tiroteo incesante que comienzan algunos individuos
franceses aislados fieles a los alemanes. A ese momento le siguen miles de disparos
efectuados tanto por las FFI como por los elementos de la 9ª compañía, la cual pone
orden en aquella anarquía (Vilanova, 1969: 339-441).

3.4. De la liberación de Estrasburgo hacia Berchtesgaden: el “Nido de


Águila” de Hitler.

54
La siguiente orden que deberán acatar las fuerzas de Leclerc, y con ellas también
la 9ª compañía, es la de acampar en las inmediaciones del “Bois de Boulogne”32. Allí,
las unidades de la 2ª División Blindada se tomarían un descanso de 3 o 4 días para
revisar el material y ponerlo a punto con razón de su próxima salida hacia Estrasburgo.
Este pequeño respiro terminó alargándose durante varios días más, lo que favoreció a
que muchos compatriotas se acercasen a conocer a los héroes de la liberación, a charlar
con ellos, e, incluso, a intentar alistarse en las fuerzas de Leclerc para también ellos,
formar parte en la hazaña de vencer al fascismo en Europa (Domingo, 2009: 292-293).
El día 8 de septiembre por fin se reanuda la marcha hacia el este. Leclerc debía
cumplir la promesa que hizo a sus soldados en Kufra: “No nos detendremos hasta que la
bandera francesa flote también sobre Metz y Estrasburgo” (Vilanova, 1969: 33), y así lo
hizo. La organización de la 2ª División Blindada se ha modificado desde el último
combate: ahora, sus efectivos se dividen en tres columnas mandadas por los
comandantes Cantarel, De la Hoire y Putz respectivamente. La Novena, ahora, ha
quedado encuadrada en las filas de la segunda, la que manda el coronel De la Horie.
Durante la marcha hacia Estrasburgo, la 9ª compañía, al mando como desde el primer
día del capitán Dronne, va a pertenecer a los destacamentos de vanguardia, por tanto, irá
a la cabeza de la formación para rastrear el terreno y limpiar de enemigos los puntos y
alrededores por los que ha de transitar el resto de la división. Las primeras paradas en la
carrera hacia Estrasburgo son Montereau y Troyes, en cuyos caminos se producen
algunos combates esporádicos contra varias fuerzas alemanas. Desde allí, la vanguardia
avanza hasta los bosques de Bar-sur-Aube y Clairvaux, frente al fuerte dispositivo
alemán que cubría la línea entre Andelot y Reynel, extendida hasta Saint-Blin por el
norte y Chaumont por el sur. Al día siguiente, la Nueve, apoyada por algunos tanques
Sherman del 501ª regimiento de tanques, abre fuego contra las líneas enemigas y
consigue entrar en las localidades de Andelot y Reynel haciendo trescientos prisioneros
y sesgando la vida a todos tantos enemigos, dejando el camino completamente libre
hacia Alsacia y Lorena. Los regimientos de vanguardia avanzan ahora hasta Vittel a
escasos diez kilómetros de otro enclave de concentración de tropas enemigas:
Remoncourt. Antes de partir hacia allí, la sección de Moreno se ve obligada a auxiliar a
una sección de Spahis marroquíes que se ha atacado frente a una posición alemana en
Saint-Remiremont y Mandres-sur-Vair. Mientras, dos secciones de tanques, y una de

32
El Bosque de Boloña es un enorme parque que se encuentra a las afueras de París, hacia el Oeste, junto
al límite del distrito XVI y cerca de la localidad de Boulogne-Billancourt.

55
blindados españoles, penetran en el punto de resistencia de Remoncourt obteniendo un
resultado positivo: el objetivo es derribado en menos de una hora y 80 adversarios son
hechos prisioneros. En el avance hacia Mirecourt, la 2ª DB se tropa con fuerzas
alemanas de la 112ª Panzerdivisionen, las cuales quedan completamente arrasadas
debido a una magnífica actuación perfectamente coordinada entre la infantería, la
artillería y la aviación. Estas se dirigían hacia el flanco derecho del XV Cuerpo de
ejército norteamericano, el cual, como es lógico, nunca llegaron a alcanzar. Tras este
breve contacto por sorpresa, y después de rebasar Hymont, vuelven a cruzarse en su
camino con un regimiento alemán. La diferencia es que, esta vez sí, les están esperando.
La concentración de blindados es notoria y obstruye la ruta que ha de conducir a los
hombres de Leclerc hacia la ciudad de Estrasburgo, lo cual obliga a los destacamentos
de vanguardia a cambiar su trayectoria hacia el este dejando que el grueso de las
fuerzas, que les siguen unos pasos por detrás, se ocupen del punto de resistencia en la
carretera principal. Así, se lanzan a la ocupación del pueblo de Velotte cuyas fuerzas
apoyaban la posición de Hymont. Con esta acción bélica, las patrullas volantes
consiguen que el puesto principal se rinda antes de entrar en combate. La 9ª compañía,
junto con las demás fuerzas de avanzadilla, se dedica, en la jornada siguiente, a peinar el
margen izquierdo del río Mosela para establecer una cabeza de puente en Châtel-sur-
Moselle. Toman Jorxey, Gugney,-aux-Aulx, Bettegney y Nomexy, para colocar,
finalmente, ese puesto avanzado sobre el Mosela. Continúan por la rivera del
mencionado río hasta hacerse con las localidades de Igney y Thaon-les-Vosges. Una vez
allí, los hombres de Dronne se ven obligados a auxiliar a las restantes fuerzas de la 2ª
División Blindada cuyo flanco derecho perdía fuerza ante una columna alemana en
Rocquerey, a unos veinte kilómetros de Épinal. Durante las jornadas siguientes, y tras
entablar duros combates en Vanxoncourt, en Épinal y en el bosque de Fraize, las tropas
que manda el general De la Horie requieren la asistencia de otras unidades de la
división. Pese a una primera resistencia sin ceder un palmo de terreno, las columnas se
ven obligadas a replegarse en torno a Jorxey. En este momento la 9ª compañía va a
jugar un papel importantísimo ya que es ella, la que golpeará incesantemente, con el
fuego de sus cañones y ametralladoras, a los enemigos para proteger la retirada de sus
compañeros. El teniente Montoya fallece durante la acción, siendo sustituido por
Moreno, al mando ahora de la 1ª sección de la 9ª compañía. Al día siguiente llega la
orden de iniciar la contraofensiva. La sección de Campos, apoyada por Granell, ocupa
de nuevo Vaxoncourt, mientras el capitán Dronne, al mando de las otras dos secciones

56
de la Nueve ocupa Pallegney. La columna española se encuentra ya, de este modo, en el
margen derecho del río Mosela, donde es relevada por soldados británicos y enviada a
desempeñar un nuevo objetivo: rastrear y limpiar la zona al norte de la localidad de
Baccarat. Toman Xaffervilles, Doncieres, Menermont y Vacqueville, donde se unen de
nuevo a los destacamentos del general Leclerc para alcanzar Nancy33. El 16 de
noviembre la 9ª compañía, junto a las unidades que mandaba De la Horie, vuelve a sus
tareas de columna volante hacia el este de la localidad de Baccarat. Avanza hasta Saint
Pole con destino a Badonviller pero, en el camino, se cruza con una patrulla alemana
provista de un cañón Flak 88 que abre fuego contra ellos de forma inesperada. La
situación es atajada por la sección de Moreno y la compañía consigue llegar hasta el
pueblo de Bandonviller donde, de nuevo, vuelven a tomar contacto con otros
regimientos alemanes en el ataque a la cota 343. En el desarrollo del conflicto fallece el
teniente coronel De la Horie, quedando la 9ª compañía a cargo del comandante Putz.
Los siguientes pasos que avanza la Nueve le llevarán hasta Cirey, Dabo, Marmoutier y,
por fin, Estrasburgo (Vilanova, 1969: 419-426).
El dictamen llega durante la mañana del día 23 de noviembre e indica,
concretamente, que las patrullas volantes han de adentrarse en la ciudad, atravesarla,
llegar al Rin, específicamente al puente de Kehl, y, por último, intentarán cruzarlo. Pero
finalmente los españoles mandados por Dronne no pudieron penetrar en el interior de
tan ansiado destino debido a que la compañía, junto con varios destacamentos de la 79ª
división de infantería de los EE.UU., es destinada a perpetrar una serie de ataques en las
localidades de Wasselonne y Molsheim, en los fuertes de Joffre y Lefebvre, y en el
aeródromo de Estrasburgo; para finalmente llegar al río Rin a la altura de Neudorf y
atacar la central eléctrica situada en este lugar. Durante el largo rodeo a la ciudad por el
sur, los españoles de la Novena debieron librar encarnizados combates con las tropas
enemigas. Destaca, en este sentido, uno en concreto, en el que las distintas secciones
hubieron de lidiar con catorce cañones y tres tanques germanos de último modelo, que
acabaron poniendo fuera de circulación a base de granadas de mano. Mientras, la 2ª DB
de Leclerc y un batallón norteamericano consiguen atravesar toda la ciudad, no sin antes
hacer prisioneros a setecientos cincuenta soldados alemanes y capturar, además, al
general Vaterot –comandante de la plaza- y a todo su séquito de oficiales. El 27 de
noviembre la liberación de Estrasburgo es un hecho, sin embargo, hacia el sur, en el

33
En esta batalla, el mismo general De Gaulle condecora al capitán Dronne, al alférez Moreno y al
soldado Fermín Pujol con la Medalla Militar y la Cruz de Guerra con palmas (Pons Prades, 2003: 425).

57
margen izquierdo del río Rin, continúan alojándose diversos regimientos de artillería
germanos. Todos estos resquicios son batidos por el grueso de las tropas de la División
Leclerc salvo uno, el sitio de Witternheim, que es tomado exclusivamente por una de las
secciones de la Nueve junto con el apoyo de un pequeño grupo de paracaidistas
franceses. Tras un breve descanso en las inmediaciones de Sarrebourg y Eywiller, las
fuerzas francesas vuelven a entrar en combate en la zona que se extiende desde Sélestat
hasta Colmar34 y, pese a la severidad de los encuentros con la artillería alemana,
franceses y españoles salen victoriosos del trance, dando por finalizada la campaña en la
orilla izquierda del Rin. Con los reductos germanos bajo control de las tropas
americanas, la siguiente orden que recibe la división de Leclerc es retirarse al centro de
Francia, al departamento del Indre, hacia un descanso obligado. Las pérdidas, tanto
humanas como materiales, durante estos ocho meses habían sido cuantiosas y el
cansancio de unos soldados que habían combatido prácticamente sin tregua durante todo
este tiempo se hacía notar (Pons Prades, 2003: 427-430).
El general de la 2ª división era plenamente consciente de esta situación, no
obstante, también entraba en juego aquí su propia obstinación, y la de muchos de sus
legionarios, sobre todo la de los españoles, por borrar al fascismo definitivamente de la
faz de la tierra. Muchos de los combatientes que engrosaban las filas de la 2ª DB habían
recorrido miles y miles de kilómetros, puesto su misma existencia en peligro en
numerosos frentes y visto como muchos de sus compañeros perdían la vida en el
intento; por tanto, ahora, después de tanto sufrimiento, no abandonarían la lucha.
Americanos y británicos rechazaban la participación de las tropas de Leclerc en la
ofensiva hacia Berlín pues, su general, en más de una ocasión, desobedeció las órdenes
de sus superiores actuando según consideraciones propias. Finalmente, y con toda
seguridad dada la insistencia del general De Gaulle, los aliados aceptaron que la
columna Leclerc participase en la ofensiva final, eso sí, asignándole una ingrata labor
teniendo en cuenta su participación a lo largo de toda la contienda: el de fuerza de
reserva. Nunca llegaría a Berlín como anhelaba en un principio pero, de nuevo,
desobedeciendo órdenes y desviándose de la ruta asignada para sus tropas, consiguió
llegar hasta el “Nido de Águila” de Hitler y ver cumplidas sus aspiraciones y las de la
mayoría de sus hombres (Pons Prades, 2003: 434-436).

34
Aquí, los españoles de la 2ª DB se reencuentran con sus compatriotas enrolados, desde la guerra en
África, en la 1ª División de la Francia Libre pero no será hasta tiempo más tarde, cuando se agrupen para
recorrer los últimos kilómetros hasta Berchtesgaden. (Pons Prades, 2003: 430).

58
El día 25 de abril la 2ª DB se encuentra, de nuevo, frente al Rin, esta vez, en la
zona que ocupa la comuna francesa de Haguenau, a unos cuantos kilómetros de
Estrasburgo y de la frontera alemana. Tras cruzar el Rin, la ruta marcada por los aliados
les hace recorrer las localidades de Karlsruhe, Schäbisch Hall, Nordlingen, Dillingen an
der Donau, Augsburg y Múnich, donde debían esperar a recibir nuevas órdenes. La 2ª
agrupación de esta misma división, sin embargo, no transita el mismo camino y se
dirige hacia el sur con objeto de rastrear la zona en busca de cualquier tipo de resquicio
vichysta. Este itinerario, con destino a Sigmaringen, fue, en principio, autorizado por
americanos y británicos. Pero, una vez más, Leclerc desobedeció las órdenes de sus
superiores. La 2ª agrupación, cuyo recorrido contaba con un mayor grado de libertad, se
personó en Múnich para abandonarlo poco después en dirección Salzburgo-
Berchtesgaden, siguiendo órdenes precisas de su general. Lo mismo ocurrió con los
restantes regimientos: sin esperar nuevas órdenes en Múnich, Leclerc condujo a sus
hombres hacia el búnker de Hitler en la localidad alemana de Berchtesgaden, donde se
unió, de nuevo, la 2ª DB al completo (Pons Prades, 2003: 439). Ha de mencionarse a
este respecto que no todos los destacamentos transitaron hasta alcanzar su destino por
los mismos senderos. La Novena recibió orden de ocupar el túnel situado en el
desfiladero de la localidad de Inzell, donde se cruzaron con un resquicio alemán que
contaba con varios cañones del 88 entre sus filas. Esta sería la última batalla, con su
consiguiente victoria, que la 9ª compañía libraría en el conflicto; la cual sirvió para que
el capitán norteamericano Touyeres otorgase, a la 1ª y 2ª sección, el honor de
acompañarle, en una gloriosa marcha, hasta el “Berghof” del Führer del Tercer Reich”
(Domingo, 2009: 296). La mayoría de los soldados franceses y españoles que acudieron
hasta este rincón inhóspito de la geografía alemana se apropiaron de algunas pertenecías
de Hitler: sábanas, cuadros, libros, un ajedrez, objetos de plata, álbumes de sellos, etc.,
que servirían a los soldados, en alguna ocasión, como moneda de cambio para empezar
una nueva vida (Mesquida, 2008: 165).
Antes de cerrar definitivamente este capítulo de la historia, ha de hacerse
mención a las pérdidas humanas de la unidad capitaneada por Raymond Dronne. Desde
principios de Agosto de 1944, cuando las tropas de la 2ª DB ponen pie en las costas de
Normandía, hasta el 14 de mayo en que tiene lugar la última batalla, la Nueve sufre las
bajas de 128 españoles, sumando los muertos y heridos; esto es, si al constituirse en el
norte de África, la unidad contaba con 144 españoles entre sus filas, solo 16 de ellos

59
alcanzaron la última posición, saboreando plenamente, su triunfo frente al fascismo en
Europa (Mesquida, 2008: 20).
4. LA NUEVE EN LA MEMORIA COLECTIVA DE LOS ESPAÑOLES
Frente a la Historia, que se entiende como el estudio del pasado de forma
objetiva, la Memoria es el recuerdo subjetivo del mismo, la reminiscencia de un tiempo
anterior relatada por un individuo, o un grupo de ellos. La interrelación entre ambas
disciplinas es indispensable para crear una Historia completa y veraz dado que, de no
ser incluida la información que aportan las distintas memorias inherentes en una
sociedad, correrá el riesgo de perder su imparcialidad35. Existen contextos concretos en
los que esta situación cobra un gran protagonismo, tal es el caso de los regímenes
totalitarios o dictatoriales donde predomina una determinada historia, que no es otra que
la memoria impuesta por un colectivo dominante (López Villaverde, curso 2013-2014).
Es este el caso español. En nuestro país, tras haber sufrido una guerra civil, se impuso
una dictadura, y a su fin le siguió un proceso de transición hacia la democracia, en la
que hoy en día nos hallamos. Como es lógico en este tipo de circunstancias, los
vencedores de la contienda implantaron su propia memoria, que terminó convirtiéndose
en la memoria colectiva de todos los españoles y poco más tarde en la historia oficial
del país. El problema se manifestó una vez finalizado este periodo, durante el proceso
de transición a la democracia, cuando un “pacto de silencio” acordado por las élites
políticas del momento, cuya finalidad fue evitar el resurgir de tensiones y enfrentamientos
pasados (Cuesta, 2008: 127). La aplicación de la memoria del olvido continúa hasta nuestros
días pues, como veremos a continuación, sigue prevaleciendo la historia heredera del
franquismo, a la que, en contadas ocasiones, se suman otras memorias.

4.1. Libros de texto de ESO y bachillerato


Mediante la consulta de ocho materiales diferentes dirigidos a la enseñanza de una
historia que se presupone objetiva, hemos percibido una clara tendencia hacia el olvido de unos
individuos que, pese a su derrota y posterior exilio, deberían estar encuadrados también en
nuestra memoria, la memoria colectiva de todos los españoles y, como no, también en la
historia.
La selección de estos materiales, siete libros y un dosier de apuntes, se ha llevado a cabo
con la intención de abarcar distintos cursos y materias: dos de ellos pertenecen a 4º de la ESO,
donde la materia que se imparte es Historia, en general (Díaz Rubiano, Fernández Armijo,

35
Si bien es cierto que, para introducir la información aportada por la Memoria, esta ha debido ser
trabajada y analizada críticamente, sometiéndola a la epistemología historiográfica.

60
Jiménez Maqueda, del Pino García, & Vidal Ferrero, 2008) (De la torre, Osset, Lorente,
Camenforte, Albert, Sabater, Luna, & Vera, 2008: 225); otros cuatro libros se refieren a la
materia de Historia del Mundo Contemporáneo, y, por tanto, pertenecen a la franja de alumnos
que cursa 1º de Bachiller (Otero Carvajal, Fernández Bulete, & Gómez Bravo, 2008) (Arostegui
Sánchez, García Sebastián, Gatell Arimont, Palafox Gamir, & Risques Corbella, 2013)
(Fernández Ros, González Salcedo, & Ramírez Aledón, 2015) (Fernández Ros, González
Salcedo, & Ramírez Aledón, 2008); y, los dos últimos seleccionados, un dosier de apuntes
realizado por el Departamento de Geografía e Historia del IES Alfonso VIII de Cuenca relativo
al curso 2015-2016 y un libro de 2º de Bachillerato, que corresponderían a la asignatura de
Historia de España (Arostegui Sánchez, García Sebastián, Gatell Arimont, Palafox Gamir, &
Risques Corbella, 2011).
Entre estos ocho recursos, solo dos sitúan a los españoles en campos de concentración
Franceses tras el exilio que implica la guerra civil: el libro Historia de la editorial McGraw- Hill
(De la torre, Osset, Lorente, Camenforte, Albert, Sabater, Luna, & Vera, 2008) y el de Vicens
Vives titulado Historia de España (Arostegui Sánchez, García Sebastián, Gatell Arimont,
Palafox Gamir, & Risques Corbella, 2011); mientras que los apuntes elaborados por el
departamento de Geografía e Historia del IES Alfonso VIII hacen alusión, de manera muy
escueta, a los españoles encerrados en campos de concentración alemanes. En estos tres últimos,
a los que se suma un cuarto (Díaz Rubiano, Fernández Armijo, Jiménez Maqueda, del Pino
García, & Vidal Ferrero, 2008), se mencionan los nombres de algunos países a los que emigran
los republicanos españoles tras la guerra civil: Francia, Argelia, Marruecos, México, Rusia y
Argentina son los lugares que nos proporcionan.
La Nueve es obviada en todos y cada uno de los recursos consultados a este respecto.
En ninguno de ellos se hace referencia a esta compañía, sin embargo, habrá uno, el publicado
por la editorial McGraw-Hill (De la torre, Osset, Lorente, Camenforte, Albert, Sabater, Luna, &
Vera, 2008: 225), que dedique un pequeño anexo a la resistencia francesa durante la guerra,
donde se nombra a los republicanos españoles integrados en el ejército de la Francia Libre del
general de Gaulle y a los que participaron en la resistencia interior. Además, en este mismo
libro, que sirve como material de estudio a alumnos de cuarto de la ESO, también se hace
alusión a que, las primeras unidades de la 2ª División Blindada de Leclerc que liberaron París,
estaban integradas por soldados republicanos españoles, y añade que los vehículos sobre los que
marchaban tenían nombres como “Guadalajara, Teruel, Guernica, Ebro, Brunete, Guipúzcoa,
Don Quijote, España Cañí y Madrid”. Sin inmiscuirse en más detalles, los apuntes elaborados
por el departamento de Geografía e Historia del IES Alfonso VIII mencionan a un número de
cierta importancia que luchará en la segunda guerra mundial contra las potencias fascistas.
Los temas de la liberación de París y el ejército de la Francia Libre también se
desarrollan brevemente en otros cuatro libros (Díaz Rubiano, Fernández Armijo, Jiménez

61
Maqueda, del Pino García, & Vidal Ferrero, 2008) (Arostegui Sánchez, García Sebastián, Gatell
Arimont, Palafox Gamir, & Risques Corbella, 2013) (Fernández Ros, González Salcedo, &
Ramírez Aledón, 2015) (Fernández Ros, González Salcedo, & Ramírez Aledón, 2008), pero, sin
embargo, no se dedica ni una sola frase a los españoles que, integrados en sus filas, logran
penetrar los primeros en la ciudad.

4.2. Referencias en la prensa


En la prensa española encontramos ya bastantes referencias relacionadas con
algunos de los españoles que combatieron en tantos y tan diversos frentes durante la
segunda guerra mundial bajo el mando del ejército de la Francia Libre. Y decimos
“algunos de los españoles” porque a diferencia de lo que ocurría en los distintos
materiales destinados a la enseñanza de la historia en las aulas, en los artículos de
prensa prevalece la información sobre la 9ª compañía, es más, es difícil encontrar un
artículo que hable de los españoles alistados en otras unidades del ejército francés.
La selección de los artículos se ha hecho teniendo en cuenta esta consideración
por lo que, el predominio de las referencias a los españoles de la Nueve, frente al resto
que combatieron en otras unidades, es latente en todos ellos. Además, en su gran
mayoría se narra únicamente la entrada de este regimiento a la capital parisina,
omitiendo los combates que estos republicanos sostuvieron en Francia desde el
desembarco en la playa de la Madeleine, amén de los que se libraron en África y, tras la
toma de París, en tierras francesas y germanas.
A decir verdad, ninguno de los artículos señala los frentes, al completo, donde
los exiliados españoles hubieron de librar arduas batallas. El redactado por Manuel
Villatoro (2015), menciona las principales pugnas que mantuvieron los españoles de la
mano de Leclerc en Sarthe, Alençon, Écouché y Fresnes, tras el desembarco en
Normandía; el de Rivas (2014) proporciona los nombres de Kufra, Alamein y Bir-
Hakeim como principales batallas libradas en el continente africano; Israel Viana es otro
de los periodistas que hacen referencia a la campaña africana situando a los españoles
en las ofensivas de Túnez y Bizerta; por el contrario, en la entrevista que Oscar Senar
(2016) realiza a Diego Gaspar con motivo de la publicación de su libro La guerra
continúa. Voluntarios españoles al servicio de la Francia Libre (1940-1945), se
confirma la presencia de españoles en la batalla de Narvik; y, por último, son varios los
que confirman la presencia de los españoles en el búnker del Führer en Berchtesgaden,
entre ellos Evelyn Mesquida (2008), Gabriela Cañas (2015) y Luis Rivas (2014).

62
Como bien se ha dicho en párrafos anteriores, todos y cada uno de los artículos
seleccionados (Viana, 2013) (Villatoro, 2015) (González Harbour, 2009) (Mesquida,
2008) (Cañas, 2015) (Rivas, 2014) (AFP, 2014) (Hernández Velasco, 2015) (Senar,
2016) se hacen eco tanto de la Nueve como de su hazaña más sobresaliente, esto es, la
liberación de París. A este respecto, mencionan algunos aspectos fundamentales sobre
su composición, el número de españoles que la integraban, la razón fundamental por la
que fueron la primera fuerza en entrar en la capital francesa, algunos de los nombres que
la completaban, etc., e, incluso, se relata brevemente la historia concreta de alguno de
sus componentes, como ocurre, por ejemplo, con Rafael Gómez en el artículo de
Gabriela Cañas (2015) o en el de Irene Hernández (2015).
Sin embargo, y pese a que la sucesión de los artículos muestre una información,
en principio, bastante cohesionada, salvando las distancias que proporciona el mayor o
menor grado de detallismo en cada uno de ellos; el motivo por el que estos autores
escriben acerca del tema difiere en unos u otros artículos. De este modo tenemos, en
primer lugar, los escritos que relatan la historia simplemente por dar a conocer esa parte
de la memoria de estos españoles como el de Israel Viana (2013) y Evelyn Mesquida
(2008); otros se escriben con motivo de la inauguración de un jardín, por parte de los
reyes don Felipe y doña Letizia, situado en el Ayuntamiento de París y bautizado con el
nombre de Jardin des combattants de La Nueve, en honor a los componentes de la 9ª
compañía que liberaron la capital parisina (Villatoro, 2015) (Hernández Velasco, 2015);
otro de ellos, el de Gabriela Cañas (2015), se muestra para dar a conocer el testimonio
de Rafael Gómez, uno de los dos únicos supervivientes de esta epopeya; el de González
Harbour (2009) se presenta con motivo de una entrevista realizada a la autora del libro
La Nueve, Evleyn Mesquida, y en él también se relata, además de una historia breve
sobre esta compañía, la trayectoria profesional de la periodista en estos diez años que ha
dedicado a la recopilación de la memoria de este grupo de españoles; un motivo
parecido lleva a Oscar Senar (2016) a transmitir una entrevista realizada a Diego
Gaspar, con motivo de la publicación de su libro La guerra continua. Voluntarios
españoles al servicio de la Francia Libre; por último, el motivo de la divulgación de las
noticias, tanto en La Voz de Galicia (AFP, 2014) como en El Confidencial (Rivas,
2014), sobre estos ya conocidos republicanos radica en la conmemoración que tuvo
lugar el 24 de agosto de 2014 en París, del 70 aniversario de la liberación de la ciudad.
Por otro lado, hemos de resaltar un hecho, al que se hace referencia en varias de
estas publicaciones y en el que merece la pena ahondar. En la entrevista que Evelyn

63
Mesquida concede al periodista del diario El País (González Harbour, 2009), la autora
del libro La Nueve afirma que “Francia también debe resolver su memoria histórica”,
esto es debido a que una vez finalizada la segunda guerra mundial, las fuentes francesas
omitieron generalmente la participación española en lo referente a la liberación de París.
El general de Gaulle, percatándose de la fuerte división que había causado el nazismo y
el colaboracionismo de Vichy en su país, decidió manipular la historia aludiendo en su
discurso que Francia había sido liberada por los franceses, esto es, decidió nacionalizar
la victoria. Su objetivo fue siempre “despertar un sentimiento de orgullo en los
franceses y conseguir agruparlos” (Hernández Velasco, 2015), sin embargo, las
consecuencias de esta falacia afectarían no solo a la historia de Francia, que desde ese
momento perdía parte de su objetividad, sino también a los republicanos españoles que
con tanto ahínco habían conseguido adquirir un puesto de honor en la memoria
colectiva de todos los franceses. Los componentes de la Nueve reciben el primer
reconocimiento político oficial, como se indica en las noticias de Oscar Senar (2016) y
Luis Rivas (2014), en 2004 gracias a la intervención de la alcaldesa parisina Anne
Hidalgo, hija de un gaditano, quien durante mucho tiempo defenderá la inclusión de
estos españoles en la historia oficial de Francia (AFP, 2014). En el testimonio de Rafael
Gómez que presenta Gabriela Cañas (2015), este asegura que le complace que sea la
hija de un republicano español como él, quien se encuentre detrás del homenaje.
Pero, sin embargo, en el mismo artículo, Rafael Gómez lamenta no haber podido
volver a España para derribar a Franco una vez finalizada la segunda guerra mundial, y
habiendo derrotado a las demás potencias fascistas en Europa. Todos “queríamos
volver”, manifiesta, pero “no hubo manera” (Gabriela Cañas 2015). Era este un
sentimiento generalizado, tanto entre los componentes de la 9ª compañía como en el
resto de españoles enrolados en el ejército de la Francia Libre, que no hemos querido
dejar pasar por alto.
En suma, el problema de las diferentes memorias no es solo un lastre en la
España salida del duro trance que supuso la guerra civil y el franquismo. Este se
manifiesta en otros muchos territorios, de la misma manera que lo ha hecho a lo largo
del tiempo en diferentes situaciones, circunstancia que menciona José Álvarez Junco en
su artículo Las deformaciones de la memoria, (Álvarez Junco, 2014) donde, de forma
análoga, sitúa la España de 1808-1814, es decir, el periodo que se denomina como
Guerra de la Independencia, en la que, pese al alarde de patriotismo que cohabita en
nuestra memoria colectiva, no fueron españoles los que lograron la retirada del ejército

64
de Napoleón –sino las tropas del Duque de Wellington-; frente a la Francia de 1940-
1944, donde, según las estimaciones de la memoria oficial, aunque como ya hemos
visto, no demasiado objetiva, los asiduos al régimen colaboracionista de Vichy fueron
simplemente un puñado de franceses.

5. CONCLUSIONES
“El largo e ingrato camino hacia la liberación” no es un nombre elegido al azar.
Durante todo el ensayo podemos establecer varios paralelismos con el título en relación
a la situación que viven todos los republicanos españoles exiliados a Francia o África,
tras la caída de la II República y el comienzo de un régimen dictatorial impulsado por
Francisco Franco en el que el miedo a las represalias y los bombardeos proferidos a la
población civil, por las aviaciones alemana e italiana, hicieron huir de sus casas y su
país a alrededor de unas quinientas mil personas. La primera parada en este largo
camino son los campos de concentración franceses, o, en su defecto, los del Norte de
África. La situación insostenible en muchos casos dentro de ellos será la primera causa
de la adhesión de los republicanos españoles a las filas del ejército francés. También lo
harán los que, convencidos de que Francia lucharía contra las potencias del Eje, se
alistan para continuar la guerra de España contra el fascismo. Causas más personales,
como tener la familia lejos, del mismo modo incitan a varios a engrosar las líneas del
ejército francés. Sin embargo, todos ellos van a parar a un cuerpo mercenario, la Legión,
ya que no se les dio opción, en un primer momento, a integrarse en unidades del ejército
regular. No obstante, este primer enganche no consigue los voluntarios deseados. Con la
declaración de la guerra llega la segunda tanda de adheridos a la Legión, en su mayoría
individuos que odian pertenecer a un cuerpo mercenario pero que se ven obligados por
sus mandos, ya que la contrapartida a no alistarse era devolverlos a España. Por otro
lado, el inicio de la contienda nos proporcionará otras circunstancias y motivaciones,
además de las ya relatadas, que llevan a otros tantos exiliados españoles a permanecer,
aunque no durante mucho tiempo, en el campo de batalla. Este es el caso de los que se
alistan en los Batallones de marcha y en las Compañías de trabajo destinadas a las
fronteras francesas. La tentadora oferta realizada por el gobierno francés de llevar a las
familias cerca de las posiciones ocupadas, y la promesa de un buen sueldo, consiguieron
que otros tantos españoles aceptasen la propuesta. No obstante, en la cara opuesta de la
moneda se encuentran los que, por causas ajenas a su persona, debido a la creación de

65
una ley en la que legitimaba el trabajo obligatorio para un sector de la población; se
vieron abocados a revivir los desastres ocurridos en la guerra civil en España.
En este párrafo, que resume brevemente lo expuesto en el primer capítulo del
trabajo, hemos mencionado ya las circunstancias que llevaron a los españoles primero, a
salir de sus hogares para alojarse en campos de concentración cuyas condiciones eran
infrahumanas; y, segundo, algunas de las motivaciones, tanto interiores: salir de la
reclusión de los campos, continuar con la guerra de España, querer estar cerca de las
familias, etc.; como exteriores: coacciones por parte de algunos oficiales y legitimación
de la esclavitud; que llevaron a numerosos republicanos al campo de batalla,
cumpliendo así, el primer objetivo marcado en la elaboración de este trabajo, que no es
otro que el de recopilar las distintas causas que propician la aparición de los españoles
en los escenarios de la segunda guerra mundial.
En segundo lugar, a he recordarse el objetivo primordial que instó a la creación
de este trabajo: una necesidad intrínseca de conocer cuál había sido el papel de los
republicanos españoles encuadrados en los distintos ejércitos franceses; pues bien, a lo
largo de todo el segundo capítulo hemos podido establecer unas bases sobre las que
construir una serie de dictámenes que nos sirvan para valorar la importancia que estos
soldados españoles alcanzaron en las diversas campañas de la segunda guerra mundial.
La primera toma de contacto que los republicanos tienen con la guerra será Narvik,
siguiéndole muy de cerca el constituyeron las fronteras francesas. A raíz de que las
tropas alemanas invadan Francia, se produce un cambio sustancial en el papel de los
españoles en la guerra. Ahora, los legionarios venidos de Narvik, y otros soldados de los
Batallones de marcha y las Compañías de trabajo que consiguieron alcanzar las costas
británicas gracias a la evacuación de Dunquerke, se posicionan junto a los ejércitos
aliados, encuadrados, en una amplia mayoría, en las filas de la Francia Libre del general
de Gaulle. La contienda se traslada al continente africano y, los republicanos españoles
que allí se dirigen, quedan divididos en dos partes, por un lado los que pertenecerán a lo
que más tarde se conocerá como 1ª División de la Francia Libre, donde cabe subrayar el
papel determinante de la 13ª Media Brigada de la Legión extranjera en muchas
ofensivas tanto en territorio africano como en suelo italiano; y los que quedan, muchos
menos, del lado de Leclerc en Camerún que, posteriormente, formarán parte de la 2ª
División Blindada de la Francia Libre, a la que se adhieren muchos otros españoles
situados en el norte de África al término de la campaña.

66
No viene al caso mencionar otra vez las acciones llevadas a cabo por los
españoles en las diversas batallas acaecidas tanto en África como en Italia, Francia, pero
sí tenerlas muy presentes porque a partir de una serie de consideraciones, se puede
indicar el grado de importancia que cobraron estos españoles en el desarrollo de la
segunda guerra mundial. La primera consideración a la que asistimos son la ingente
cantidad de países en los que batallan, y la diversidad de frentes en los que se mueven:
Eritrea, Kufra, Túnez, Siria, Bizerta, Alençon, Berchtesgaden, Estrasburgo, París, etc.
Esto nos hace afirmar que, el papel jugado por estos españoles alistados en las filas del
ejército de la Francia libre es, cuanto menos, reseñable dada la multitud de espacios
ocupados por los mismo, aunque yo afirmaría que es muy importante pues recorrieron,
casi en su totalidad, los lugares donde se libraron los combates de la segunda guerra
mundial.
La segunda consideración atiende al número de republicanos dentro de estas
unidades. Es difícil dar una cifra exacta, sin embargo, como ya vimos, Vilanova nos
menciona que son unos cinco mil, número que podría cuadrar si tomamos en
consideración que Pons Prades afirma que dentro de la 2ª División Blindada de Leclerc,
había unos tres mil, los cuales, sumados a los que podrían permanecer en las filas de la
1ª División de la Francia Libre, nos harían llegar más o menos a la misma conclusión
que Vilanova. Entonces, si aceptamos tales números, se podría decir que la importancia
de este contingente español, frente a los trece mil restantes que tenía, por ejemplo, por
ejemplo, la División de Leclerc, el alta, teniendo en cuenta que nuestros compatriotas no
tenían por qué haberse inmiscuido en esta guerra. Sin embargo, algo que queda latente
desde la formación de la Francia Libre del general de Gaulle es que los españoles que
permanecieron en el bando aliado participaron en la guerra por voluntad propia, por una
fuerte convicción de acabar con el fascismo y por los ideales de la libertad. La
confirmación de esta teoría viene determinada por la gran multitud de españoles estaban
internados en campos de concentración, en Compañías de trabajo o luchando junto a las
fuerzas vichystas y, tras el final de la campaña de África, corren prestos a enrolarse en
las divisiones de la Francia Libre. Los españoles además tenían otra motivación: para
luchar: creían firmemente en que, tras acabar con el fascismo Italiano y el nazismo
alemán, le llegaría al turno a Franco, lo cual no pudo ser.
Por otra parte, el papel desempeñado por la Nueve tanto en la liberación de
París, como durante toda la campaña francesa, puede suponer una tercera consideración
a tener en cuenta para juzgar la importancia de los españoles a lo largo de todo el

67
conflicto. Como ya pasase en otras campañas con la 13ª Media Brigada, por ejemplo, la
9ª compañía destacaba por sus acciones en las unidades volantes, esto es, como
vanguardia de las tropas en la 2ª División Blindada de Leclerc, eliminando cualquier
resistencia alemana a su paso. La entrada de la compañía, un día antes de lo esperado,
en la capital parisina, revitalizando el ánimo a las FFI que se habían sublevado varios
días antes, es otro de los bastiones importantes que configuran la historia de los
españoles en la segunda guerra mundial. Por último, también hay que tener en cuenta la
resistencia que tanto la Nueve como la 13ª Media Brigada llevaron a cabo en posiciones
determinantes, Écouché y Bir-Hakeim respectivamente.
Por tanto, todas estas consideraciones constituyen un importante aliciente para
afirmar que el papel de los españoles en la segunda guerra mundial, aunque no
imprescindible, si fue importante y, en numerosas ocasiones definitivo.
En última instancia, debemos hacer mención a si con la elaboración de la tercera
parte de este trabajo hemos conseguido responder a porqué unas partes de la historia se
olvidan o simplemente se reprimen, mientras que otras constituyen la Historia Oficial.
Mediante la comparación de los distintos materiales, he podido advertir una tónica
general, en lo que rodea a la historia de los españoles en la segunda guerra mundial, y es
que, existe una falta de información importante, que se hace más notoria en lo que a la
educación se refiere. La recopilación de los artículos, ha dejado muestras de que el
baluarte que representa la memoria de todos los españoles que combatieron esta
constituido por la 9ª compañía, cosa que podría pasar inadvertida si no hubiese,
alrededor de este tema, una gran carencia de información, la cual queda latente sobre
todo en los materiales de estudio, pero también en la dificultad para encontrar un solo
artículo en el que, además de las hazañas de la Nueve, se mencionen las de otros
compatriotas enrolados en diferentes unidades.
Como bien se dijo al principio, el título no está elegido al azar, el largo camino
hace referencia a la multitud de países, ciudades, frentes, posiciones, campos de
concentración, de castigo, etc., que tiene que recorrer hasta llegar a la liberación, hacia
Berchtesgaden, el último resquicio de su periplo por dos continentes diferentes. Y, una
vez que este duro trayecto finaliza, no que más que la ingratitud, el verse relegados al
olvido, omitidos de los libros de historia tanto dentro del país que les vio nacer como en
el país al que liberaron de unas garras que ellos conocían muy bien, las del fascismo que
unos años antes había propiciado la salida de tantos y tanto miles de personas hacia un
futuro incierto del que muchos no volvieron nunca.

68
6. BIBLIOGRAFÍA
 BEEVOR, Antony (2006): París después de la liberación; traducción castellana de
David León Gómez. Barcelona: Crítica.
 BURRIN, Philippe (2003): Francia bajo la ocupación nazi. Barcelona: Paidos
Ibérica.
 DOMINGO, Alfonso (2009): Historia de los españoles en la II Guerra Mundial.
Córdoba: Almuzara,
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en Francia. Barcelona: Crítica.
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Libros de texto

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C., PALAFOX GAMIR, J., & RISQUES CORBELLA, M. (2013): Historia del
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 AROSTEGUI SÁNCHEZ, J., GARCÍA SEBASTIÁN, M., GATELL ARIMONT,
C., PALAFOX GAMIR, J., & RISQUES CORBELLA, M. (2011): Historia de
España. Barcelona: Vicens Vives.
 DE LA TORRE, J. L., OSSET, J., LORENTE, M. J., CAMENFORTE, D.,
ALBERT, J. M., SABATER, E., LUNA, M. A., & VERA, A. L. (2008): Historia.
McGraw-Hill Interamericana de España.
 DÍAZ RUBIANO, M., FERNÁNDEZ ARMIJO, M. I., JIMÉNEZ MAQUEDA, M.
A., DEL PINO GARCÍA, F. J., & VIDAL FERRERO, B. (2008): Historia. Madrid:
Oxford University Press España.
 FERNÁNDEZ ROS, J. M., GONZÁLEZ SALCEDO, J., & RAMÍREZ ALEDÓN,
G. (2015): Historia del Mundo Contemporáneo: Proyecto saber hacer. Madrid:
Santillana.
 FERNÁNDEZ ROS, J. M., GONZALEZ SALCEDO, J., & RAMÉREZ ALEDÓN,
G. (2008): Historia del Mundo Contemporáneo: Proyecto la casa del saber.
Madrid: Santillana.
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Otros recursos

 Apuntes. Ángel Luis López Villaverde (Curso 2013-2014): Memoria, historia y


tiempo presente.

 Apuntes. Departamento de Geografía e Historia del IES Alfonso VIII (Curso 2015-
2016): Historia de España.

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