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La “teología bíblica”
A lo largo del siglo XX se puso de moda entre los teólogos católicos ponderar la
importancia de la teología bíblica. Sin embargo, como “teología bíblica” es un concepto
no bien definido, se convirtió en una etiqueta bajo la cual cada autor presentaba su
personal visión de la teología, más o menos fundada sobre textos bíblicos, o su personal
estructuración de los resultados de sus estudios exegéticos. Se ha hecho notar, con
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razón, que los especialistas prefieren hacer teología bíblica antes que determinar su
naturaleza (A. M. Artola).
A grandes rasgos, se suele presentar la “teología bíblica” como una teología positiva en
contraste con la teología especulativa. Su objeto consistiría en la determinación,
explicación y síntesis del contenido de la Revelación testimoniado en la Sagrada
Escritura, mientras que la tarea de la teología especulativa consistiría en la comprensión
de ese dato revelado mediante la luz de la razón iluminada por la fe.
Ahora bien, si se quiere hablar de “teología bíblica”, conviene clarificar algunas
nociones acerca del origen y desarrollo de esa denominación, para evitar emplear con
ingenuidad un término que se ha utilizado mucho en el ámbito académico desde hace
siglos para referirse a unos estudios muy concretos.
El nacimiento de la “teología bíblica”
El camino hacia la “teología bíblica” lo prepararon los humanistas (Lorenzo Valla,
Erasmo), que propiciaron la vuelta a los textos originales de la Biblia. Sobre esa
corriente del humanismo, el principio de la sola Scriptura propuesto por Lutero dio un
impulso decisivo a la “teología bíblica”, aunque él mismo nunca habló de ella con ese
nombre. Bajo la bandera de la sola Scriptura pulularon en ámbitos protestantes durante
los siglos XVI y XVII los llamados Collegia biblica, que eran amplios elencos de
pasajes bíblicos, sin mayor interpretación, organizados según las tesis del símbolo de fe
luterano o de su teología sistemática.
En ambientes luteranos la teología escolástica se consideraba fría y desalmada, por lo
cual se plantearon la necesidad de contraponerle una teología sacada de la “sola”
Escritura, que sería la teología bíblica. Este nombre se usó por primera vez dentro del
texto de una obra de Wolfgang J. Christmann publicada en 1629. El primer libro que lo
lleva en el título es la Theologia biblica (Daventri, 1643) de Henricus A. Diest, que es
en todo análogo a los collegia biblica ya mencionados.
La “teología bíblica” en la Ilustración
En su origen, la teología bíblica respetaba la dogmática, aunque pretendía mejorarla. Sin
embargo, en el siglo siguiente, ya en el contexto cultural de la Ilustración, la teología
bíblica se plantearía como una alternativa crítica frente a la teología sistemática. La
teología bíblica iluminista se fundaba en la autoridad de la razón y partía de la
convicción de que las verdades de la razón estaban contenidas en la Biblia. No se
trataba de acercarse a los contenidos de la Revelación divina, sino de indagar en los
libros de la Escritura en busca de las verdades de razón que en ella pudieran
encontrarse.
El producto más refinado de este estadio iluminista es la obra en cuatro volúmenes de
Gotthilf T. Zachariä (1729-1777) titulada Biblische Theologie (Göttingen-Kiel, 1771-
1775). Zachariä refuta el método precedente de los “dicta probantia”, pues considera
que no basta citar los textos bíblicos sin más, sino que es preciso interpretarlos de modo
que se vea lo que es válido o no en la teología sistemática. Su principal aportación a lo
que sería el desarrollo posterior de la “teología bíblica” consistió en captar la necesidad
de la interpretación y en asignar al proceso interpretativo de la Biblia una función crítica
respecto a la teología. Sus objetivos los formulaba así: “olvídese por algún tiempo el
sistema doctrinal de nuestra Iglesia y, a través de un atento estudio de toda la Escritura,
búsquese determinar por nosotros mismos las doctrinas teológicas en ella contenidas; se
tendrá así una nueva teología..., la auténtica teología bíblica”. Su objetivo, muy
coherente con el racionalismo en donde nace, era extraer de la Biblia verdades
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racionales eternas, verdades con las que corregir la ortodoxia de la teología sistemática
de aquel tiempo.
Un paso metodológico decisivo para el desarrollo de una “teología bíblica” distinta de la
teología sistemática, lo dio Johann Ph. Gabler (1753-1826) con su discurso inaugural en
la universidad de Altdorf, titulado De justo discrimine theologiae biblicae et
dogmaticae regundisque recte utriusque finibus (1787). Su célebre tesis dice así: “La
teología bíblica tiene carácter histórico, ya que transmite lo que los hagiógrafos
pensaron sobre las cosas divinas; la teología dogmática, en cambio, tiene carácter
didáctico, pues enseña lo que todo teólogo según su capacidad o la cultura del tiempo,
según las circunstancias, el tiempo, el lugar, las sectas, la escuela y otras cosas por el
estilo filosofa sobre las cosas divinas”.
Esto es, Gabler decía que lo que pensaron los hagiógrafos sobre las cosas divinas, eso es
la teología bíblica; la teología dogmática es lo que cada teólogo ha filosofado con su
propia inteligencia. La primera permanece, por eso, siempre es igual, mientras que la
segunda es fluctuante. Gabler distingue diferentes autores y tiempos entre los
hagiógrafos e intenta ver las sucesivas concepciones religiosas que aparecen en las
diferentes épocas. Extrayendo lo común a todas ellas se podría ver lo que es válido para
todo tiempo y para todos los hombres. Lo más destacado de este momento consistía en
señalar a la “teología bíblica” descriptiva como una empresa menos especulativa, más
duradera y más decididamente bíblica que la dogmática de ese tiempo.
En ese momento, se va perfilando una definición de “teología bíblica” como la
sistematización de los contenidos de toda la Biblia, descriptiva e históricamente
considerada.
Los inicios de la fragmentación de la “teología bíblica”
Los trabajos realizados desde esta perspectiva hacían cada vez más patente el hecho de
que hasta entonces en la teología dogmática los textos bíblicos se venían trabajando de
modo atemporal, sin tener en cuenta el complejo proceso de composición de la Biblia a
lo largo de mucho tiempo, mezclando también de modo atemporal mensajes y
explicaciones de épocas y orientaciones muy distintas. La aportación de la “teología
bíblica” consistiría en ayudar, sirviéndose de metodologías literarias e histórico-críticas,
a discernir épocas y sistematizaciones, desarrollos temáticos y articulaciones de
contenidos, llevados a cabo por los redactores de los textos bíblicos en distintos
periodos históricos y contextos culturales.
Los estudiosos de finales del siglo XVIII, bajo el impacto del método histórico-crítico,
fueron cada vez más conscientes de las dimensiones históricas de la Biblia. Pero los
profesionales de la crítica histórica se fueron radicalizando. Su trabajo iba tendiendo
hacia una distinción entre la teología del Antiguo Testamento y la del Nuevo
Testamento, así como a la introducción de muchas precisiones y distinciones que
llegaban a plantear como imposible una teología de toda la Biblia. De hecho, en 1796
Georg L. Bauer publicó la primera teología del Antiguo Testamento y poco más tarde la
primera del Nuevo Testamento en dos volúmenes (1800 y 1802).
El influjo de Gabler y de Bauer, fue grande. Pero aún quedaba mucho camino por
recorrer. Hasta ese momento, el uso del método histórico se dirigía preferentemente a la
reconstrucción de modo descriptivo de lo dicho en las diversas etapas, pero faltaba un
principio interpretativo unitario que articulase esos contenidos. Se había dado una
notable importancia al ambiente cultural de la Biblia (filología, mentalidad, mito...),
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una “historia de la salvación” que culmina en Cristo, con sus ritmos de promesas
y cumplimientos, con sus realidades que son a la vez un “ya” y un “todavía no”,
por emplear la conocida expresión acuñada por Oscar Cullmann.
El atractivo de las aportaciones a las que abrían estos nuevos planteamientos es
innegable, así como las tensiones que generaban. Una parte muy notable de los
investigadores de vanguardia sobre los textos bíblicos no eran católicos ni tenían interés
alguno por compaginar sus estudios literarios, estilísticos o históricos con una reflexión
racional sobre la fe de la Iglesia. Por su parte, muchos grandes teólogos sentían el
atractivo del panorama que se les abría por delante, pero carecían de la preparación
adecuada para realizar un uso técnico de los textos bíblicos.
En 1961 Karl Rahner publicó un conocido artículo, Exégesis y Dogmática, en el que
con tono irónico y festivo hace una aguda síntesis de la situación. He aquí algunos
párrafos:
“Este trabajo ha surgido de la impresión de que dentro de la teología católica
impera un cierto extrañamiento entre los representantes de estas dos disciplinas.
Nos parece que no pocos representantes de ambas regiones de trabajo de la
teología católica se consideran mutuamente con una cierta desconfianza, con
irritación incluso. Los dogmáticos parecen, aquí y allá, tener la impresión de que
los exegetas se preocupan muy poco cordialmente por esa teología a la que el
dogmático se sabe ligado (…). Los exegetas, por su parte, parecen aquí y allá ser
de la opinión, de que los dogmáticos (…) no han tomado nota suficientemente
de los progresos que la exégesis católica ha conseguido en los últimos decenios”
(K. Rahner, Escritos de teología, t. V., Taurus. Madrid, 1964, p. 83).
“Queridos hermanos y respetados señores colegas: permitidme que sea de la
opinión de que vosotros, exegetas, no tenéis siempre suficiente consideración
para con nosotros los dogmáticos y para nuestra dogmática (…) Vosotros,
exegetas, olvidáis algunas veces que sois teólogos católicos. Naturalmente que
lo queréis ser y naturalmente que lo sois. Naturalmente que no tengo yo la más
mínima intención de exteriorizar la injustificada sospecha de que no conozcáis
los principios católicos sobre la relación de exégesis y dogmática, fe e
investigación, ciencia y ministerio eclesiástico docente, o que no queráis
observarlos. Pero vosotros sois hombres y pecadores como todos los demás
hombres (incluidos los dogmáticos). Por lo mismo os puede pasar en la
cotidianeidad de vuestra ciencia, que no tengáis en cuenta suficientemente esos
principios fundamentales. Así es a veces” (K. Rahner, Escritos de teología, t. V.,
Taurus. Madrid, 1964, p. 85-86).
“Querido amigo (colega de la dogmática), sé honrado: tú entiendes de exégesis
menos de lo que sería deseable. En cuanto dogmático exiges, justificadamente,
poder ejercer por derecho propio exégesis y teología bíblica (…). Pero entonces
has de ejercer exégesis como hoy tiene que hacerse, no como se hizo en los
buenos tiempos antiguos. O mejor, no solamente así. Tu exégesis en la
dogmática ha de ser convincente también para los exegetas especialistas” (K.
Rahner, Escritos de teología, t. V., Taurus. Madrid, 1964, p. 94).
Biblia y teología, mirando al presente y al futuro
Pienso que, más de cincuenta años después, el diagnóstico sigue siendo válido. Todos
nos encontramos ante una tarea necesaria pero aún no realizada. Las palabras de
Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica Verbum Domini son una buena síntesis de
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Francisco Varo