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LaPoliticaDelGatopardo 2007 PDF
LaPoliticaDelGatopardo 2007 PDF
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David Recondo at 2016-03-03
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La política del gatopardo
Multiculturalismo y democracia en Oaxaca
Edición impresa:
ISBN : 9789684966338
Número de páginas : 486
ÍNDICE
Siglas y acrónimos
Introducción
MÉXICO: EL DEBATE NACIONAL EN TORNO A LAS AUTONOMÍAS INDÍGENAS Y LA LEGALIZACIÓN
DE LOS USOS Y COSTUMBRES
Conclusión
Bibliografía
Siglas y acrónimos
Introducción
Soberanes o el escritor y ex senador del PRI Andrés Henestrosa, u otros, que provienen de
la izquierda, como Roger Bartra.5 Sin embargo, sus argumentos no son los mismos.
7 Los primeros consideran que la autonomía sería anticonstitucional y que crear privilegios
particulares (fueros) a favor de los indígenas contradice el carácter general y universal de
la ley. Su discurso es similar al del ex presidente de la república Ernesto Zedillo Ponce de
León (1994-2000), cuando hablaba de los peligros de una “balcanización”.
8 Los segundos recurren a argumentos más directamente políticos: las costumbres son de
índole autoritaria, legalizarlas equivale a reforzar el régimen instalado. Sobre todo Roger
Bartra advierte contra la legitimación de estas formas de gobierno fundamentalistas,
discriminatorias y corporativas que, lejos de expresar una democracia directa cualquiera,
forman parte de un “viejo modelo autoritario”.6 En un escrito ilustrado con ejemplos
tomados de la etnografía, se dedica a demostrar el origen colonial de instituciones y
prácticas que a menudo se erigen en símbolos de una identidad indígena precolombina.
Su conclusión es categórica:
Los sistemas normativos indígenas –o lo que queda de ellos— son formas coloniales
político-religiosas de ejercicio de la autoridad [...] profundamente infiltradas y
hábilmente manipuladas por los intereses de mestizos o ladinos y por la burocracia
política de los gobiernos posrevolucionarios con el fin de esrabilizar la hegemonía
del Estado nacional en las comunidades indígenas.7
9 Para el autor, otorgarles reconocimiento legal a los usos y costumbres equivale a crear un
régimen de “patronazgo cultural segregador”.8 Lejos de contribuir a la democratización
del régimen, con semejantes medidas se corre el riesgo de engendrar más conflictos y
violencia. El autor apela, pues, a “reformar las costumbres”, más que a conservarlas, con
el fin de asegurar “la expansión de una sociedad civil basada en la libertad individual y la
democracia política”.9 El tono es polémico. Su impacto en los medios “pro-zapatistas” es
fulgurante; éstos se han agrupado en la defensa sin concesiones de las autonomías
indígenas.
10 Este debate suscita argumentos fácilmente reduccionistas. Y además remite a un
problema más profundo. El análisis de las políticas de reconocimiento tiende, con
demasiada frecuencia, a cerrarse en razonamientos normativos. En el mejor de los casos,
es de la incumbencia de la filosofía política. Sólo que la mayor parte de las veces se basa
en juicios ideológicos más que en un verdadero examen de la realidad. En cuanto al
tratamiento institucional de la diversidad cultural, solamente el estudio de casos
concretos permite escapar de los dilemas binarios en los que rematan sistemáticamente
las discusiones en torno a los valores intrínsecos de las políticas del multiculturalismo.
11 La reforma sobre losuos y costumbres en Oaxaca ilustra perfectamente los retos que
plantean las políticas de reconocimiento en un contexto de cambio político. Este caso
regional es rico en enseñanzas sobre las ambigüedades de las medidas tendentes a reflejar
la diversidad cultural en las instituciones públicas. Examinarlas es tanto más decisivo
cuanto que el Congreso federal aprobó, el 14 de agosto de 2001, una reforma
constitucional en materia de derechos de los pueblos indígenas. Ésta atribuye a los
estados de la federación la responsabilidad de legislar a favor de los indígenas. El EZLN y
las organizaciones indígenas representadas en el Congreso Nacional Indígena (foro
independiente del gobierno), desaprobaron violentamente la reforma federal. Reprochan
a los legisladores haber “traicionado” los acuerdos de San Andrés Larráinzar en varios
puntos, entre ellos el reconocimiento de las formas de elección de las autoridades
municipales. En este terreno la experiencia de Oaxaca suele citarse como ejemplo de una
de las reformas más “avanzadas” en las que sería conveniente inspirarse para legislar en
el resto de la federación.
12 Nos ocuparemos aquí del análisis de la génesis y los efectos políticos de la reforma
emprendida en el estado de Oaxaca. El interés es doble: por una parte, se trata de una
reforma única en muchos sentidos, pero representativa de una serie de políticas de
reconocimiento10 que los gobiernos han puesto en práctica en todo el continente
americano. El que tenga una aplicación muy concreta y el que no se reduzca a mera
retórica permite a la vez evaluar el entramado de estas políticas multiculturalistas y
medir sus límites y sus contradicciones. Por otra parte, una reforma como ésta rebasa de
lejos el mero dominio del derecho de las minorías o de los pueblos autóctonos y remite a las
transformaciones que sufre el sistema político mexicano en su conjunto. En este sentido,
nos permite abordar indirectamente la problemática más general de la democratización
en un contexto marcado por una gran diversidad social y cultural.
13 Al mismo tiempo que trataremos de marcar una distancia crítica respecto del debate
ideológico, intentaremos responder a estas preguntas elementales: por una parte, ¿por
qué las reformas en torno a los derechos de los indios tienen lugar en Oaxaca a inicios de
los años noventa, y no en otros lugares del país? ¿Por qué se reglamenta aquí aquello que
en cualquier otro lugar se queda en un nivel puramente simbólico y declarativo? Y, sobre
todo, ¿por qué se decidió oficializar, en este momento preciso, prácticas consuetudinarias
que el Estado se contentó con tolerar (y con utilizar en su provecho) durante decenios?
Por otra parte, ¿cuáles son los efectos que semejante legislación produce sobre el proceso
de cambio político por el que país en general está pasando, y en particular Oaxaca?
¿Semejante reforma afecta profundamente el sistema de relaciones que se ha tejido hasta
ahora entre las comunidades indígenas y el Estado? ¿Contribuye a mantener un statu quo
político, o bien, por el contrario, implica una revisión del modo de dominación
establecido a partir de la Revolución, en los años veinte y treinta? En otras palabras, ¿la
legislación de las costumbres electorales indígenas favorece la preservación de un sistema
político corporativista dominado por un partido hegemónico (el PRI), o bien forma parte
del proceso de democratización que se está dando en el plano nacional?
14 Para contestar a estas preguntas analizaremos, en primer lugar, el contexto histórico y
político, las estrategias de los actores que participan en la elaboración de la agenda de la
reforma electoral, y las vicisitudes de la negociación de nuevas reglas del juego político.
En segundo lugar, analizaremos la aplicación de la reforma en el plano municipal y las
nuevas dinámicas políticas que induce. Buscaremos comprender en qué consiste la
particularidad de las prácticas consuetudinarias que la ley reconoce, y cómo los actores
locales (facciones políticas, dirigentes comunitarios, autoridades municipales, partidos y
organizaciones sociales) perciben la reforma y se la apropian.
15 Para ello partiremos de una definición sencilla aunque provisional de la noción de “usos y
costumbres”. Ésta abarca el conjunto de normas y prácticas que regulan la designación de
las autoridades municipales y el ejercicio del gobierno local en una tercera parte de los
municipios del estado de Oaxaca (418 de 570). Se trata de prácticas de tipo comunitario
que se basan en un imperativo de servicio a la colectividad al que, teóricamente, están
sujetos todos los habitantes adultos o casados de un pueblo. El servicio comunitario está
articulado en torno a una jerarquía de funciones o “cargos”,11 que cada individuo debe
UN ENFOQUE COMPARATIVO
24 Dada la inmensidad del territorio (95,364 km2, 4.8% de la superficie del país) y la cantidad
desproporcionada de municipios (570, una cuarta parte de los municipios del país) nos
vimos obligados a elegir. Si bien podemos hacer un análisis general (que abarque el
conjunto del estado) sobre la reforma electoral y las elecciones municipales, fue necesario
seleccionar un número limitado de casos representativos para abordar el segundo nivel
de análisis que definimos antes. Elegimos, así, siete municipios que seleccionamos de
acuerdo con dos criterios principales: primero, el grado relativo de “tradicionalismo”
(arraigo de las prácticas consuetudinarias, densidad de la población indígena); segundo,
las tramas de los conflictos de que eran objeto.
La región mixe
25 Santa María Tlahuitoltepec, en la región mixe, al norte del estado, figura, en nuestro
estudio, como municipio “tradicional”, incluso “tradicionalista”.14 Indígena en su
totalidad, su población está clasificada también entre las más pobres del estado. Las
instituciones comunitarias rigen el conjunto de la vida colectiva y su legitimidad no se
cuestiona (sobre todo en lo que toca a la designación de las autoridades municipales). Este
municipio se caracteriza por una gran estabilidad política, lo que no lo convierte en un
remanso de paz y de democracia comunitaria. Como en cualquier otro sitio, existen
fuertes tensiones pero éstas se regulan en el interior, sin tener que recurrir a un árbitro
externo.
26 San Pedro y San Pablo Ayutla se localiza en la misma región, a unos cuantos kilómetros de
Tlahuitoltepec. Lo escogimos porque desde 1994 está pasando por una serie de conflictos
que se cristalizan en torno a la cuestión de las elecciones y de la defensa de los usos y
costumbres. Conflicto de facciones en ocasiones violento, que nos pareció representativo
de un cierto número de dinámicas ligadas al cambio social y político que vive esta región:
pérdida de legitimidad de las costumbres, fuerte rivalidad entre facciones por el control
del poder municipal, conflictos entre las comunidades periféricas (agencias y rancherías)
y la cabecera municipal.
EL PERIODO ESTUDIADO
30 Nuestro estudio abarca sobre todo los años 1995 a 2006. Empero, en la primera parte
hacemos un recorrido histórico más largo para comprender la génesis del reconocimiento
de los usos y costumbres. Nos remontamos inicialmente a los primeros años posteriores a
la Revolución mexicana (1910-1930), para comprender la instauración del pacto clientelista
que vincula al Estado-PRI con las comunidades indígenas. Para comprender mejor los
orígenes de las costumbres locales, nos remontamos, brevemente, al período colonial y a
los primeros tiempos de la Independencia.
NOTAS
1. Luis Villoro, “En torno al derecho de autonomía de los pueblos indígenas”, en Patricia Galeana,
(coord.), Cultura y derechos de los pueblos indígenas de México, pp. 161-184.
2. Miguel León-Portilla, “La antigua y la nueva palabra de los pueblos indígenas”, en Patricia
Galeana (coord.), Cultura y derechos de los pueblos indígenas de México, pp. 21-47.
3. Héctor Díaz-Polanco, La rebelión zapatista y la autonomía.
4. Algunos autores piensan que la autonomía debe ser reconocida y promovida ame todo en el
plano comunitario o municipal, y otros que debe concebirse en un plano regional.
5. Roger Bartra, “Violencias salvajes: usos, costumbres y sociedad civil”, en R. Bartra, La sangre y
la tinta. Ensayos sobre la condición postmexicana, pp. 27-40.
6. Ibid., pp. 33-39.
7. Ibid, p. 34.
8. Ibid., p. 38.
9. Ibid., p. 40.
10. Retomamos la expresión empleada por Charles Taylor en C. Taylor, Multiculturalism: Examining
the Politics of Recognition.
11. La noción de cargo remite a la idea de “carga”, en sentido estricto. Se trata de una función
pública atribuida a un miembro de la comunidad durante un periodo variable, Esta función es
obligatoria y, con la mayor frecuencia, no remunerada.
12. Tomamos la expresión de la novela del Italiano Giuseppe Tornasi di Lampedusa, El gatopardo,
publicada en 1958. La cita original es: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto
cambi”.
13. Retomamos la expresión acuñada por Jan Rus en “La comunidad revolucionaria institucional:
la subversión del gobierno indígena en los Altos de Chiapas, 1936-1968”, en Juan Pedro Viqueira y
Mario Humberto Ruz (eds.), Chiapas. Los rumbos de otra historia México, pp. 251-277.
14. Veremos hasta qué punto este calificativo es relativo y sumamente subjetivo, y refleja la
imagen que los dirigentes locales pretenden dar de su comunidad.
3 En un texto memorable sobre la historia política de los Altos de Chiapas, Jan Rus describe
detalladamente cómo, a fines de los años treinta, el general Cárdenas y sus interlocutores
locales, en particular Erasto Urbina, reemplazaron en los municipios de esta región a los
antiguos secretarios municipales ladinos por indígenas jóvenes alfabetizados que se
convierten así en intermediarios del gobierno cardenista y del PNR2 en el seno de las
comunidades.3 Muestra, sobre todo, cómo la estructura tradicional del gobierno local, que
funcionaba como muro de contención contra la sobrexplotación de las comunidades por
la sociedad mestiza regional, fue sujeto de cooptación por el nuevo régimen político y
transformada en un instrumento de dominación:
los cardenistas y sus sucesores se inmiscuyeron en las comunidades indígenas [...]
Al paso del tiempo, lograron subordinar no solamente a los dirigentes indígenas que
eran sus colaboradores más directos, sino también y de manera irónica, cooptar las
mismas estructuras comunitarias previamente identificadas con una postura de
resistencia a la intervención externa y la explotación, es decir, con la de
autogestión independiente, la estricta aplicación de medidas de solidaridad
comunitaria y la legitimación religiosa del poder político. A consecuencia de ello,
hacia mediados de la década de 1950, aquello que los antropólogos apenas
empezaban a describir como “comunidades corporativas cerradas” se habían
convertido, de hecho, en “comunidades revolucionarias institucionales”,
subordinadas al poder central.4
4 Los secretarios cardenistas se convirtieron entonces en los operadores del partido en el
poder. Aseguraron su victoria en las elecciones y garantizaron la aplicación de los
diferentes programas impulsados por el gobierno. La organización municipal sufrió
profundos cambios. Por una parte, se crearon nuevos cargos que se integraron a la
jerarquía tradicional, en particular los que tenían que ver con la reforma agraria. Por otra
parte, el gobierno quiso obligar a las comunidades a designar presidentes municipales
bilingües. Éstos entonces debían ser jóvenes; por lo demás, con frecuencia se trataba de
secretarios promovidos por Erasto Urbina durante la campaña electoral de Cárdenas en
1934. Hubo entonces reacciones en el seno de las comunidades cuya tradición era poner a
la cabeza de los ayuntamientos a personas mayores que hubieran ocupado antes otros
cargos –como el de mayordomo–5 y que solían ser monolingües. Estos ancianos eran los
garantes de la protección de la comunidad y de sus tradiciones contra la injerencia
directa de los ladinos que residían en San Cristóbal de las Casas, la capital regional.
Sustituirlos por hombres jóvenes que a menudo tenían alrededor de veinte años y no
habían ocupado más cargo que el de secretario provocó la oposición de los ancianos.
Finalmente, para evitar conflictos recurrentes se creó una doble estructura: a partir de
entonces los municipios tendrían dos presidentes, por un lado una persona monolingüe
que hubiera ocupado varios cargos y por otro un hombre joven bilingüe, considerado
adjunto o secretario del alcalde en el seno de la comunidad, pero acreditado como
presidente municipal para el exterior. Esta estructura paralela sigue existiendo en
municipios tales como San Juan Chamula. Se habla así de ayuntamiento tradicional y de
ayuntamiento constitucional para, diferenciarlos.
5 Lo interesante es la forma en que el Estado en formación después de la Revolución logró
infiltrarse en las instituciones comunitarias y convertirlas en una pieza clave de la
reproducción del nuevo régimen. Así, a partir de los años cuarenta, los jóvenes
secretarios buscarán consolidar su poder y su legitimidad en el interior de las
comunidades, presentándose como voluntarios para ocupar los cargos tradicionales que
anteriormente habían evitado. Cuando la clase dominante de terratenientes ladinos,
contraria desde el inicio al cardenillo y a la reforma agraria, retoma el poder en el plano
regional –al final del mandato presidencial del general Cárdenas–, los antiguos
secretarios, impulsados por Erasto Urbina, se convierten en verdaderos líderes
comunitarios. Se mantienen como interlocutores obligados de los gobiernos en sus
relaciones con las comunidades. La clase dirigente de la región, preocupada por preservar
los intereses de los terratenientes, llegará incluso a establecer una alianza implícita con
ellos ayudándoles a comprar camiones y a convertirse en distribuidores de refrescos y
cerveza en sus comunidades, a cambio de mantener el statu quo en la repartición de la
tierra.
6 Cuando en los años setenta comienza a surgir una nueva generación, educada en las
escuelas públicas y deseosa de tener acceso a un mejor nivel de vida, los antiguos
secretarios cardenistas se erigieron en defensores de las tradiciones y coartaron el
ascenso de los jóvenes ambiciosos obligándolos a ocupar los cargos tradicionales. La
renovación de los rituales y de las celebraciones de las fiestas que los antropólogos
observan en estos años está ligada a este fenómeno: los secretarios convertidos en
ancianos imponen gastos cada vez más elevados a los jóvenes, que se muestran un poco
más hábiles o dinámicos de lo necesario en el ámbito del comercio, y amenazan su poder
económico y político. Toda reclamación de los jóvenes es denunciada entonces como una
afrenta a las costumbres, un peligro para la unidad de la comunidad. 6 Los antiguos
secretarios, fortalecidos por el apoyo del PRI y por el prestigio adquirido en el seno de la
comunidad, juegan un papel decisivo en el control e incluso en la represión de sectores
favorables al cambio en la política local. Contienen lo que se convertirá poco a poco en
una oposición franca al orden establecido. Por su parte, el PRI se transforma a su vez en el
gran defensor de la costumbre y de la unidad comunitaria frente al peligro que
representan estos nuevos sectores confrontados cada vez más con los caciques locales. Jan
Rus califica esta evolución como “subversión del gobierno indígena”.
hablaban español además de la lengua local y que, por su capacidad de liderazgo regional,
servían de intermediarios entre las autoridades municipales y el gobierno estatal. Poco
después de la fundación del PNR, en los años treinta, se constituyeron comités del partido
en cada uno de los municipios. Sin embargo, no tenían más función que la de comunicar a
los dirigentes del partido el nombre de las nuevas autoridades municipales elegidas en las
asambleas de pueblos, así como informar a las autoridades municipales el nombre de los
candidatos oficiales para las elecciones de diputados locales y federales, de gobernadores y
del presidente de la república. El día de las elecciones, los presidentes de los comités
estaban encargados de velar, con ayuda de las autoridades municipales, que las boletas
fueran marcadas en el lugar “correcto”, el correspondiente a los candidatos del PNR
(después del PRM y del PRI). Frecuentemente llenaban ellos mismos las boletas sin que
realmente se hubiera instalado una casilla de voto. La función de presidente del comité
municipal del partido la asumía el secretario municipal o alguna otra persona de la
comunidad, designada para tal efecto entre los asambleístas del pueblo. En una
considerable cantidad de municipios, hasta los años noventa, el comité del PRI formó
parte de la jerarquía tradicional de los cargos comunitarios. A partir de los años cincuenta
y sesenta fueron a menudo los maestros los que cumplieron esa función. Además de su
papel de informadores, parece que no tuvieron mayor incidencia en el plano municipal.
De esta forma, el PRI, en su calidad de organización política, no intervenía directamente
en la designación de las autoridades municipales. Se contentaba con registrar las planillas
que los comités municipales les enviaban.
9 Contrariamente al caso de los Altos de Chiapas, esta incorporación de las instituciones
tradicionales al PRI, no trajo aparejada la formación de una doble estructura de gobierno.
La mediación con el poder central estaba asegurada por agentes regionales o bien por los
maestros cuando eran secretarios municipales. Las relaciones con los funcionarios no
eran tan frecuentes como para que ello obligara, desde el principio, a designar
presidentes bilingües. La intensificación de estas relaciones a partir de los años cincuenta
y sesenta (naturalmente dependiendo de las regiones) implica, sin embargo,
transformaciones en el sistema de gobierno local. Cargos como el de presidente municipal
tienden a rebasar el de alcalde, sobre todo, en la escala del prestigio y del poder, y son
ocupados cada vez más por maestros jóvenes y bilingües. Los secretarios municipales, en
caso de que el presidente y el resto del cabildo sean monolingües, tienden a desempeñar
un papel clave que les da un poder nunca antes visto. Otros cargos vinculados a
programas del Estado, como la reforma agraria, irán apareciendo y ganando autoridad en
comparación con otras funciones. Al mismo tiempo que los comités del partido oficial, se
crean los comisariados de bienes comunales o ejidales encargados de la gestión de la
tierra, tanto en el proceso de repartición o titularización de las tierras como en la
resolución de los conflictos limítrofes con las comunidades vecinas o entre familias de
una misma comunidad. Estas autoridades agrarias, designadas con frecuencia por los
comuneros reunidos en asamblea, están directamente vinculadas al partido oficial a
través de su sector campesino (la CNC) y van a jugar, con el ayuntamiento, un papel
central de mediación con el Estado.7
10 Detrás de una presencia aparentemente directa del partido de Estado en las comunidades,
lo que hay en realidad es una relación clientelista y corporativista que descansa en un
pacto implícito: las comunidades testimonian una lealtad a toda prueba al partido oficial,
al votar colectivamente a favor de sus candidatos; a cambio el partido y el gobierno
respetan los procedimientos internos que aplican en la designación de las autoridades
Cuadro 1. Jerarquía de cargos civiles y religiosos del municipio de Santa María Tlahuitoltepec
(región mixe, Oaxaca)
16 Las interpretaciones sobre los orígenes de lo que los antropólogos han llamado la
“jerarquía cívico-religiosa”, o “sistema de cargos civiles y religiosos”, son numerosas y
contradictorias. Algunos autores han buscado los antecedentes precolombinos de esta
institución en las órdenes especializadas y jerarquizadas en cuyo seno los individuos
podían hacer carrera y subir de grado durante toda su vida (guerreros, sacerdotes,
mercaderes).17 Otros han formulado la hipótesis de que un sistema similar de cargos que
cumplen sucesivamente y de forma ascendente los miembros de ciertos linajes existía ya
antes de la llegada de los españoles, sobre todo en las sociedades mayas. 18 Estas posturas
han provocado la crítica de una gran cantidad de investigadores que se inclinan más bien
por el origen colonial e incluso poscolonial del sistema de cargos. 19 En el plano muy
general de la organización comunitaria o de las concepciones y prácticas de la autoridad,
nos parece evidente que ciertos elementos de la cultura precolombina se hayan
conservado al paso del tiempo y que se transformaran a la vez, contribuyendo así a la
originalidad del gobierno local en las regiones indígenas de Oaxaca. Detrás de las
apariencias de la aculturación se oculta un proceso sutil de apropiación y
reinterpretación de las instituciones españolas por parte de las comunidades. Es, por lo
demás, una constante en la historia de México: los indios utilizaron las instituciones
impuestas por los españoles y, más tarde, las del Estado independiente, a manera de
controlar un territorio que les permitía reproducirse en su calidad de grupos
culturalmente diferenciados. Es una lógica que va mucho más allá de un simple
sincretismo y que se aplica tanto a la conquista política como a la espiritual. Los
historiadores han dado nueva luz a la manera en que las poblaciones indígenas
continuaron, por ejemplo, celebrando sus propios cultos bajo la tapadera de la nueva
liturgia católica. Lo mismo ocurrió con los cargos del cabildo, como el de gobernador o
alcalde, que durante los primeros años de la Colonia ocuparon a menudo los
descendientes de los antiguos jefes de linaje.20 Las nuevas instituciones rompen con las
normas hereditarias anteriores, pero al mismo tiempo permiten la reproducción de las
antiguas concepciones y prácticas del poder con una nueva apariencia.
17 Nos parece indispensable superar los discursos demasiado tajantes que presentan a las
comunidades indígenas actuales como reminiscencias de sociedades precolombinas, o
bien, por el contrario, como un legado puramente colonial.21 Es un falso dilema que no da
cuenta de la complejidad dialéctica de los procesos históricos de apropiación y de
reinvención de las instituciones por las sociedades y de las transformaciones que ello
implica en su funcionamiento.22
18 De cualquier modo, si se hace referencia únicamente al sistema de jerarquía civil y su
carácter rotativo, la introducción del cabildo español en el siglo XVI constituye su origen
más directo.23 Los españoles eliminaron el antiguo gobierno de linajes para constituir,
frecuentemente por la fuerza, comunidades organizadas en torno a parroquias y
gobernadas por autoridades locales elegidas anualmente. En su estudio sobre la sierra
Juárez de Oaxaca, John K. Chance muestra que la institución del cabildo, aunada al modo
particular de explotación practicado por los “alcaldes mayores” españoles (el
“repartimiento de efectos”),24 contribuyó a reforzar la importancia del sistema de cargos
como mecanismo de regulación del orden social.25 La jerarquía de los cargos civiles
sustituye la de los linajes y determina la estratificación en el seno de las comunidades, al
abrir la posibilidad de un ascenso social a los individuos. Los privilegios heredados de los
caciques o de los antiguos señores fueron paulatinamente reemplazados por los que
adquieren los macehuales (campesinos) y los principales (especie de nobles de segundo
nivel), al tener acceso a los cargos más prestigiosos del cabildo, que les permiten
participar de los beneficios de la explotación colonial, en colaboración con las autoridades
españolas. Los españoles establecieron una distinción entre “repúblicas de indios” y
“repúblicas de españoles”, que continuará en Oaxaca hasta el siglo XIX. Generalmente los
españoles tenían derecho a un cabildo completo, constituido por varios alcaldes y
regidores, según el número de habitantes, mientras que los cabildos de indios estaban
compuestos por un solo alcalde y dos o tres regidores colocados bajo la autoridad de los
alcaldes mayores y de los corregidores españoles. Las repúblicas de indios tenían a la
cabeza un gobernador, que representaba al municipio en sus relaciones con las
autoridades coloniales. A esta jerarquía de cargos civiles, ligados al gobierno, es necesario
agregar la de los cargos religiosos ligados al financiamiento del culto católico
(mantenimiento de la iglesia, pago de las misas, financiamiento de las fiestas patronales),
que en la actualidad están imbricadas con las del ayuntamiento. Hoy, en efecto, la
mayordomía es un paso obligado para el acceso a los cargos municipales. Los elevados
costos de estas celebraciones, que no dejan de recordarnos los gastos suntuarios propios
de las economías de prestigio, convierten este cargo en una especie de filtro o de gollete
en el acceso a los cargos municipales: únicamente un reducido número de individuos
puede asumirlo. Aquí también las opiniones se dividen en cuanto al origen exacto del
patronazgo individual de las fiestas, por una parte, y a su participación en el conjunto del
sistema de cargos por la otra. Chance y Taylor asumen la opinión contraria de la mayoría
de las interpreraciones anteriores, que consideraban estos elementos de origen colonial. 26
Ambos autores formulan la hipótesis de que hubo cambios que se produjeron desde fines
del siglo XVIII y la primera mitad del XIX debido al efecto conjunto de los cambios
económicos y las políticas liberales de privatización de las tierras comunales y de
secularización de los bienes de la Iglesia. El agotamiento de los fondos comunes de las
cofradías hizo necesario recurrir al financiamiento individual del culto. Esta
transformación tendrá repercusión directa en el conjunto de la jerarquía comunitaria,
convirtiendo a la mayordomía en uno de los cargos más prestigiosos.
19 A todo lo largo del siglo XIX los gobernantes liberales del México independiente tratarán
de destruir todas las corporaciones, entre ellas las comunidades indígenas, acometiéndola
especialmente contra la posesión colectiva de la tierra. Intentarán romper con la
distinción entre municipios indígenas y no indígenas, instituyendo universalmente el
ayuntamiento. Además, de modo general, y dentro de la más pura tradición del
liberalismo heredado de la Ilustración, su objetivo principal será hacer desaparecer
cualquier cosa que se parezca a una discriminación sobre bases sociales o culturales.
Todos los mexicanos serán ciudadanos, sin distinción de clase ni raza. Sin embargo,
Oaxaca se considera una excepción, ya que de 1825 a 1857 la legislación local mantiene la
institución de las repúblicas de indios para los poblados de menos de 500 habitantes. Es
ésta una originalidad que nos recuerda la distinción actual entre los municipios de usos y
costumbres y los municipios de partidos políticos en materia electoral. La fuerza y el
número de comunidades indígenas, su apropiación de la institución municipal colonial
para asegurar el control de su territorio son, sin duda, los factores principales que
contribuyeron a esta particularidad. El modo de dominación regional que se apoya en el
control del comercio más que en la explotación directa de la tierra, por los españoles
primero y luego por la élite mestiza, explica también la realidad municipal de Oaxaca.
Volveremos sobre este punto más adelante, ya que nos parece que constituye una de las
razones profundas de la persistencia de una especificidad comunitaria en la organización
de dos tercios de los municipios de la región, especificidad que sin lugar a dudas influyó
en la decisión de los legisladores, en 1995, de reconocer en la ley los procedimientos que
practican estos municipios en la designación de sus autoridades.
20 Así pues, son estas instituciones coloniales transformadas en el curso de la historia del
México independiente, las que el régimen posrevolucionario incorporará, integrándolas
al municipio libre, que sustituye al ayuntamiento del siglo XIX, pero guarda sus
características esenciales ya que en él encontramos más o menos los mismos cargos, como
el de presidente municipal, que aparece en las legislaciones locales a partir de 1857, y
también los de alcalde y regidores. Se crean nuevos cargos, como el de tesorero. En las
regiones indígenas de Oaxaca los nuevos cargos –incluidos los que se relacionan con la
reforma agraria– se integran a la jerarquía con diferentes modalidades, según el
municipio. Lo mismo ocurre con los comités del partido oficial, cuyos titulares designan
las asambleas al mismo tiempo que las demás funciones del ayuntamiento. La duración de
los mandatos también sufrirá modificaciones: pasará a dos años y después a tres para la
mayoría de las funciones del ayuntamiento a partir de los años cuarenta. En la mayor
parte de los municipios indígenas, y en clara contradicción con la ley, las autoridades
seguirán siendo elegidas cada año.
21 Sin duda la costumbre, este conjunto de normas que regula la vida social y política de la
comunidad, abarca un complejo juego de relaciones de poder en el interior de la
colectividad. Es conveniente tomar distancia de las descripciones un tanto idealizantes de
los procedimientos electorales de las comunidades, donde las decisiones de las asambleas
se toman solamente en función de criterios sujetos a la jerarquía del servicio comunitario.
La comunidad es un espacio de conflictos y de relaciones de poder. A menudo la
unanimidad es una fachada para el exterior por razones elementales de protección frente
a un entorno hostil y percibido como una amenaza para la reproducción del grupo. En el
interior, los antagonismos entre facciones, entre familias e incluso entre individuos son
constantes. Con frecuencia se deben a conflictos acerca del control de la tierra o
sencillamente a las desigualdades sociales y a la competencia por el prestigio y el poder
que caracterizan a toda colectividad. La designación de autoridades municipales forma
parte de esos conflictos y refleja el estado de las relaciones de fuerza en un momento
dado. Las decisiones no las toman los individuos yuxtapuestos en una asamblea, sino
personas que forman parte de un conjunto de lazos sociales y familiares de tipo ritual
(compadrazgo, matrimonio, etcétera) o consanguíneos. Si bien el acceso a los cargos
municipales no es objeto de competencia abierta para los candidatos –ya que son
propuestos por los demás miembros de la asamblea–,27 tampoco es el resultado mecánico
del desempeño de un número determinado de cargos, como dejaría entender una lectura
apolítica de las decisiones comunitarias. No todas las personas tienen acceso a los mismos
cargos, y el orden jerárquico de la escala raramente es idéntico. La aplicación de las
normas es variable, flexible. Cambia según las circunstancias y en función de las
relaciones de fuerza dentro y fuera de la comunidad. Porque las comunidades no son
como islotes de democracia directa en los que los ciudadanos reunidos en asamblea
designarían libremente a sus autoridades sin ningún vínculo aparente con la política
regional y nacional. El análisis de Jan Rus es importante en este sentido: las relaciones de
poder dentro de las comunidades han estado articuladas desde siempre a las que operan
desde el exterior, en el Estado y en el conjunto del sistema político.
apoyo de Lázaro Cárdenas, cuando éste era presidente de la república. Su casa de Ayutla
estaba siempre llena de personas de toda la región, autoridades municipales o simples
campesinos que venían a plantearle los problemas más diversos, desde el robo de ganado
hasta conflictos sobre tierras pasando por asesinatos. Aun cuando lo tildaran de “cacique
bueno”, en comparación con Luis Rodríguez, daba muestras de autoritarismo en la
conducción de su obra de modernización. Los habitantes de Santa María Tlahuitoltepec
aún recuerdan los días de trabajo gratuito que Daniel Martínez les había exigido para la
construcción de la carretera. No vacilaba en enviar a sus soldados a buscar a las personas
que se negaban a participar en los trabajos.32 Cuando las obras ni siquiera estaban
terminadas, exigió a los municipios que aportaran 135 pesos cada uno para comprar una
camioneta Chevrolet que hizo transportar de Mitla a Ayutla –esto es, 30 kilómetros de
camino montañoso– a lomo de hombres y muías.
27 Realizó las primeras gestiones para crear el distrito mixe. Hasta aquel momento la región
estaba dividida en cuatro distritos: Villa Alta, Choapan, Tehuantepec y San Carlos
Yautepec. Daniel Martínez obtuvo la venia del general Lázaro Cárdenas cuando éste pasó
por Ayutla durante su campaña electoral de 1934. Quedaba por determinar cuál de los
municipios sería la cabecera del distrito. Martínez propuso Ayutla, evidentemente. Sin
embargo, su posición se había debilitado por su incorporación al movimiento de la
soberanía en 1915, cosa que le valió que lo acusaran de contrarrevolucionario. Fue
entonces cuando se produjo un cambio en el equilibrio de fuerzas de la región.
28 Luis Rodríguez, brazo derecho de Daniel Martínez, movió sus relaciones con el
gobernador de Oaxaca para desplazar a su antiguo patrón. En 1938 obtuvo que la cabecera
del distrito mixe estuviera ubicada en Zacatepec, su pueblo de origen, y mandó asesinar a
Martínez en 1943. El distrito que dirigió por entero, hasta finales de los años cincuenta,
reunía ya los 19 municipios mixes actuales. Los únicos que nunca han formado parte de
ese distrito son Juquila, que pertenece al distrito de San Carlos Yautepec, por oponerse al
nuevo cacique, y San Juan Guichicovi, que pertenece al distrito de Juchitán, en el Istmo de
Tehuantepec. Zacatepec era un pueblecito de unos cuantos cientos de habitantes,
arrinconado en la parte media de la sierra mixe. La decisión de convenirlo en la cabecera
del nuevo distrito reflejó claramente el deslizamiento del poder en favor de Luis
Rodríguez, que rápidamente ocupó los puestos claves del control y la intermediación
políticos. Aun cuando no cursó más que cuatro años de estudios primarios en la escuela
municipal de Zacatepec, fue nombrado inspector honorario de la dirección de educación
del gobierno de Oaxaca. Sobre todo, fue secretario general del Comité Regional Campesino
Mixe, de la CNC. Al mismo tiempo se convirtió en representante regional de la CNC y del PRI
. Dirigió también una Unión de Ayuntamientos que se reunía periódicamente bajo su
mando, para determinar las orientaciones del desarrollo regional y las demandas que
había que hacer para llegar al gobernador. Llevaba un control preciso de lo que se hacía
en cada una de los municipios de la región. Cuando se celebraba la elección de las nuevas
autoridades, enviaba hombres de confianza para que asistieran a las asambleas. En
general, se las arreglaba para que el secretario de cada municipio estuviera a sus órdenes
y llevara un estricto control de los hechos y los gestos de las autoridades. Los recuerdos
de Maximiliano Díaz, alcalde de Santa María Tlahuitoltepec en 1956, son bastante
elocuentes:
Luis Rodríguez enviaba a sus emisarios de Zacatepec para que asistieran a las
reuniones [...] cuando se designaban autoridades. Porque era secretario regional.
Así es como lo llamaban: secretario regional, porque cada año las autoridades
municipales debían decirle todo lo que habían decidido hacer. Era el primero que
debía saberlo. Cada autoridad debía exponerle su plan de trabajo. 33
29 Además, cada año se hacía el cambio de autoridades34 en Zacatepec en presencia de las
bandas municipales de todas las comunidades. Las autoridades debían aportar la comida,
el pulque y los animales vivos (guajolotes, gallinas, cabritos, etcétera), que daban al
cacique: “El cambio [de autoridades] se hacía allá, en la cabecera de distrito [...] Cuando yo
era alcalde, ahí era donde se hacía el cambio de poderes. Todas las autoridades y todas las
bandas de la región iban para allá”.35
30 Su injerencia en los asuntos de cada municipio iba más allá de la simple información. Se
daban casos en que intervenía directamente, si las autoridades no se comportaban como
él quería. Tenía influencia directa en la designación de autoridades, aunque con
variaciones de un lugar a otro. En efecto, no todas las comunidades recibían el mismo
tratamiento. Algunas estaban más sometidas que otras al yugo de Zacatepec: Cotzocón,
Atitlán, Tamazula-pan, Totontepec y algunas agencias de Cacalotepec, Alotepec y
Quetzaltepec. En el otro extremo, un grupo de municipios se oponía a Luis Rodríguez al
grado de llegar a la confrontación armada: Cacalotepec, la cabecera de Alotepec, Juquila,
Camotlán, Ayutla, la cabecera de Quetzaltepec y Mazatlán. Entre estos dos grupos se
encontraban los otros municipios que mantenían una relación de respeto mutuo con el
cacique: Tlahuitoltepec, Mixistlán, Ixcuintepec, Tepuxtepec y Tepantlali.36 La posición de
Tlahuitoltepec era bastante significativa en este sentido. En los años cuarenta, Luis
Rodríguez les prestó ayuda en la resolución de un conflicto de límites entre sus tierras y
las de Atitlán:
Los de Tlahuitoltepec eran amigos de Luis Rodríguez, porque nos ayudó en el
conflicto territorial con Atitlán [...] En Tlahuitoltepec éramos muchos, por eso, sin
duda, decidió ayudarnos, para que le ayudáramos a defender la región. También por
eso nos ayudó cuando Atitlán invadió nuestras tierras. Porque Atitlán estaba con el
otro cacique [...] A nosotros aquí no nos trató mal.37
31 Lo que no impidió que los hiciera trabajar en la realización de las grandes obras de
modernización que impulsó y que reprimiera severamente a los descarriados.
Maximiliano Díaz lo experimentó en carne propia, ya que fue encerrado en prisión
durante dos días por haber dejado de enviar a los de Tlahuitoltepec a trabajar en la
consttucción de una pista de aterrizaje entre Zacatepec y Yacochi. Había decidido trabajar
mejor en la construcción de una escuela. Lo mismo le ocurrió a Erasmo Vargas, su
secretario municipal, que Luis Rodríguez sospechaba era el instigador de este acto de
insubordinación. Muchas autoridades sufrían la misma suerte cuando no garantizaban la
mano de obra o las sumas que les exigía para la realización de sus proyectos. Mandaba a la
cárcel a todas las personas que le hacían sombra o que osaban enfrentársele. Solía ocurrir
que los dejara pudrirse en la prisión de Zacatepec durante meses, sin nada que se
pareciera a un juicio. Manipulaba a su antojo al juez de distrito, al que sobornaba
generosamente y del que podía obtener todas las órdenes de aprehensión o las sentencias
que quisiera. Muy a menu do recurría a la violencia más despiadada, y mandó a sus
secuaces a matar a cientos de personas. Los habitantes de Alotepec recuerdan todavía que
mandó torturar y después asesinar a uno de los dirigentes de ese pueblo que se había
levantado en armas contra él.
32 Luis Rodríguez encarna todas las contradicciones del caciquismo. Ejerce un poder feudal
(al extremo de imponer un derecho de pernada, según dicen los testimonios recogidos por
Íñigo Laviada) y al mismo tiempo conduce una campaña de modernización en el seno de
su región, impulsando la educación, la construcción de vías de comunicación o la
producción de café. Funda el único distrito del país que lleva un nombre étnico, 38
haciendo alarde de una clara voluntad de reunir a los mixes y, al mismo tiempo, se
convierte en promotor de la castellanización y de la integración de su región a la nación.
Estas contradicciones son características del papel de broker39 que desempeña el cacique.
Verdadera cabeza de Jano, representa al Estado y su proyecto de modernización, pero
representa también a su región y comparte su margina-ción. Pues su poder se deriva,
como dijimos, de su capacidad para mantener el monopolio de una mediación que el
Estado necesita para asegurar la integración de regiones aisladas desde un punto de vista
físico, social y cultural.40 En realidad, mientras más se avanza en el sentido de esta
integración, más tiende la exclusividad a escapar de las manos del cacique. Ello explica la
actitud ambivalente de Luis Rodríguez, que al mismo tiempo que impulsaba la creación de
escuelas y hacía que se organizaran clases de confección para las mujeres, o talleres de
artesanías, frenaba las iniciativas de las autoridades municipales de la región en materia
de educación. En otras palabras, no aceptaba cambios salvo aquéllos que él mismo
promovía. Mandaba traer a Zacatepec a quienes se distinguían por su inteligencia o su
capacidad de mando y, con una mezcolanza de amenazas y favores, se ganaba su total
lealtad. En el momento en que mostraban alguna resistencia o actuaban por su propia
iniciativa, se encargaba de neutralizarlos por la fuerza.
33 Por lo demás, el cacicazgo de Luis Rodríguez se apoyaba en la presencia de líderes o
caciques menores en cada uno de los municipios, cuyo poder estaba estrechamente
articulado al del cacique regional. Es el caso de Lucio Jiménez en Tlahuitoltepec, de Luis
Domínguez en Puxmetacán o de Samuel Alcántara en Totontepec. Estos hombres eran una
especie de réplica de su jefe. Solía ocurrir que entraran en pugna con él, ya que, a la vez
que indispensables intermediarios, representaban una amenaza constante al poder
absoluto del cacique. Luis Domínguez y Lucio Jiménez pagaron los platos rotos porque en
varias ocasiones intentó eliminarlos. Las relaciones que tenían con Luis Rodríguez
oscilaban constantemente entre la colaboración y la rivalidad. La actitud de Lucio Jiménez
es bastante representativa en este sentido: durante mucho tiempo fue aliado del cacique
de Zacatepec, pero las personas cercanas a él también lo describen como un defensor de
su comunidad ante los abusos de Luis Rodríguez, cosa que seguramente lo empujó a
confrontarlo en momentos en que se excedía en la explotación que les imponía. 41
Encontramos aquí de nuevo la doble función del cacique: la defensa de los intereses de la
comunidad frente a un poder central del cual es el operador local. El cacique es, pues, una
pieza clave en la cadena de mediaciones que va del líder comunitario al presidente de la
república; en el plano local y regional, encarna la presencia del Estado- PRI en las
periferias geográficas y culturales del país.
para trabajar, pero con unas tasas de interés especialmente elevadas. Como los
campesinos no podían cubrir sus deudas, se veían obligados a vender su producción a los
acreedores a un precio inferior al del mercado. Los miembros de estas grandes familias se
convirtieron en los principales representantes del PRI en la región, desplegando
hábilmente un discurso revolucionario y arreglándoselas para parcialmente dar marcha
atrás a la reforma agraria, acaparando las tierras de mejor calidad. La capacidad de
movilización y de control de su clientela entre los campesinos los ha convertido, desde el
inicio, en intermediarios políticos ineludibles. La dependencia económica de los
campesinos se tradujo en una lealtad política a toda prueba, que el PRI ha aprovechado en
cada elección. Las autoridades de los municipios indígenas de la región, como Santa
Catarina Mechoacán o San Agustín Chayuco, tenían que recurrir al cacique de Jamiltepec
para que sus gestiones ante el Estado pudieran avanzar.
35 Hasta los años ochenta, al igual que en la región mixe, los procesos electorales
municipales se operaban sin interferencia directa de ningún partido que no fuera el PRI,
cuya representación estaba asegurada por un comité municipal. Toda la comunidad era
priísta, sin que ello supusiera militantismo alguno. El PRI formaba parte de la costumbre,
sin que ello significara que todo era armonía y unanimidad. El desarrollo de una economía
más directamente vinculada al mercado nacional e internacional (el café y sobre todo la
ganadería), tuvo efectos determinantes en las comunidades mixes: presión sobre la tierra,
una creciente estratificación social, erosión de los mecanismos de solidaridad (ayuda
mutua, tequio,42 fiestas) y del conjunto de las instituciones comunitarias.
36 En el seno de la comunidad las facciones se multiplicaron y las rivalidades por el control
de la tierra y de la producción se saldaron frecuentemente con la violencia. Ahí también
el cacicazgo regional se reprodujo en el plano local poniendo en tensión los lazos
comunitarios ya debilitados por las mutaciones de la economía.
37 A partir de los años sesenta apareció un nuevo tipo de mediador en la mayor parte de las
regiones indígenas: los maestros. Los maestros rurales, los “húsares” de la República
mexicana, se formaron bajo el impulso de Lázaro Cárdenas (1934-1940). En un primer
período, provenían de las ciudades, de los pueblos y los caseríos más importantes. A partir
de estos años se formó una élite local de maestros hasta en las zonas más marginadas.
Una vez más, debido a su grado particularmente elevado de aislamiento y marginación, la
región mixe es representativa en este sentido. Antes de estos años los maestros de la
región venían del exterior. En las tierras altas, por ejemplo, eran de Villa Alta, la cabecera
de distrito hasta 1938. La mayoría eran, pues, zapotecas o mestizos. Su status era de
maestro municipal y su remuneración estaba a cargo de las comunidades. La escolaridad
era incompleta. Frecuentemente no pasaba del cuarto año de la escuela primaria.
38 Después de los años sesenta los jóvenes alumnos más brillantes tuvieron la posibilidad de
seguir sus estudios primarios y luego secundarios en los internados públicos o privados
ubicados en los pueblos más importantes o en las ciudades pequeñas de las regiones
vecinas. Los de Tlahuitoltepec, por ejemplo, eran enviados a Yalalag, Zoogocho o
Guelatao, en la zona zapoteca de la Sierra Norte, o bien a Tehuantepec, en la zona del
Istmo. Fue el carde-nismo el que permitió la formación sistemática de jóvenes promotores
que, después de hacer estudios secundarios, eran reenviados a sus regiones para
alfabetizar a los habitantes. Esos maestros no tenían más que una formación
rudimentaria, dado que cuanto más hacían era un cursillo de unas pocas semanas antes
de lanzarse a su misión civilizadora. El Estado esperaba de ellos que contribuyeran a la
integración de sus congéneres a la sociedad nacional y al progreso impulsado por la
Revolución. Debían ayudar a los habitantes de las regiones más apartadas a salir del
“oscurantismo” en el que habían sido mantenidos desde la época colonial. Además de la
enseñanza del español, poco a poco se fueron convirtiendo en el vehículo de las políticas
de salud, salubridad e instrucción cívica que estaban impulsando los gobiernos
revolucionarios. Paulatinamente reemplazaron a los antiguos caciques en este papel
crucial de mediación entre el Estado y las comunidades. Su calidad de brokers culturales
los convirtió de manera natural en intermediarios políticos. Como los secretarios de los
Altos de Chiapas descritos por Jan Rus, los maestros rurales constituirían la élite local y
ocuparían progresivamente los puestos más importantes de los ayuntamientos. Su
importancia creciente corresponde a la fase de institucionalización del Estado
posrevolucionario. La antigua figura del cacique con pistola al cincho fue reemplazada
paulatinamente por la del maestro rural, cuya misión era llevar los beneficios de la
Revolución a lo más recóndito del país, con la Constitución de la República en la mano. El
monopolio del cacique regional fue mermando a medida que el Estado y sus instituciones
(el INI, las escuelas, la Secretaría de Agricultura, etc.) penetran en las regiones más
aisladas y establecen una relación directa con las autoridades de cada uno de los
municipios. Sin lugar a dudas es durante estos años de consolidación del Estado cuando la
organización comunitaria del poder local pasa por las más grandes transformaciones. La
intensificación de las relaciones con el Estado va a contribuir a desplazar la escala de
valores tradicionales que giraba en torno al prestigio adquirido por el servicio a la
comunidad, en pro de la valorización de las capacidades relacionales: saber hablar, leer y
escribir español y, sobre todo, ser capaz de obtener del gobierno central las ayudas
necesarias para el desarrollo de la comunidad. Los maestros, formados por el Estado y que
se destacaron por su obra civilizadora, parecen ser las personas más indicadas para
ocupar los principales cargos del ayuntamiento, en especial el de presidente municipal. La
consolidación del régimen presidencial convierte a éste en el interlocutor privilegiado del
poder central. En las regiones más pobres los jóvenes maestros ocupan este cargo sin
siquiera haber asumido con antelación un cargo menor. Es el caso del profesor Filemón
Díaz Ortiz, en Tlahuitoltepec, que en 1970 ocupa el cargo de presidente municipal sin
haber ocupado otro previamente. Es el caso, también, de Froylán Castellanos en San Pedro
y San Pablo Ayutla, que recuerda que sólo tenía 23 años cuando los principales fueron a
buscarlo para invitarlo a ser presidente al año siguiente: se necesitaba que alguien
instruido asumiera el cargo para poder hablar con los akaats.43
39 Esta primera generación de maestros indígenas se convierte, así, en la élite política de las
regiones más indianizadas y más pobres. Durante los años setenta y ochenta están a la
cabeza de los ayuntamientos, uno tras otro. En Tlahuitoltepec, de las 31 personas que
ocuparon el cargo de presidente de 1970 a 2000, 15 fueron maestros y el resto
comerciantes y artesanos; cinco solamente fueron campesinos. En cuanto a los demás
cargos (regidor, síndico, etcétera), la mayoría era ocupada por maestros. Por lo demás, en
los años ochenta el fenómeno se intensifica, ya que ocho de once alcaldes eran maestros.
Encontramos más o menos una proporción similar en Tamazulapan del Espíritu Santo y
en Ayutla, en la misma región.
40 Por supuesto, las diferencias son considerables de una región a otra. La tendencia que
acabamos de describir corresponde a las zonas montañosas más pobres, donde la tierra y
las decisiones que se someten a votación, no fueron siempre la norma. Según nuestras
propias investigaciones, parece ser que en Tlahuitoltepec, en los años cuarenta y
cincuenta, las asambleas eran similares a las de hoy en su composición: ya las mujeres
participaban, algo excepcional en la región, aun cuando la mayoría de los procedimientos
legales fueron introducidos en los años sesenta por los maestros, a saber: el
nombramiento, al inicio de cada asamblea, de una mesa de debates; la inscripción, en un
pizarrón, del orden del día y de las diferentes resoluciones sometidas a votación; la
contabilización exacta, realizada por personas nombradas para tal fin, del escrutinio
emitido a mano alzada y la elaboración de un acta después de cada reunión. Así, pues,
aparentemente las asambleas constituyen desde hace mucho tiempo el mecanismo
privilegiado de la toma de decisiones en los municipios indígenas. Suele ser presentada
como la máxima autoridad de la comunidad, incluso por encima del ayuntamiento. En
todo caso, éste recurre constantemente a dichas reuniones para tomar las decisiones más
diversas, desde los asuntos corrientes (determinación de los trabajos por emprender en la
comunidad, organización del tequio anual, etcétera) hasta los asuntos excepcionales
(conflictos sobre límites territoriales con las comunidades vecinas, juicio de alguna
persona que hubiera cometido un delito grave, etcétera). Las asambleas son frecuentes,
aunque es algo que varía de comunidad en comunidad. La importancia de esta institución
dice mucho sobre la forma que asume la autoridad en estas unidades sociales.
Corresponde en general a las descripciones hechas por los antropólogos, de ciertas
sociedades tribales en las que los gobernantes, si los hay, no poseen poder independiente.
46 Éste es relativamente difuso y la autoridad de los gobernantes depende del
52 Junto al de las asambleas, el papel de los ancianos47 ha sido central en las comunidades
indígenas durante mucho tiempo. Las personas que han ocupado todos los cargos
comunitarios adquieren experiencia y prestigio, y éste constituye la única remuneración
efectiva que reciben del ejercicio de la función pública. Se convierten, así, en una especie
de consejeros de las autoridades municipales. Su papel varía de una región a otra y ha ido
cambiando con los años. En algunas regiones, como la triqui, al occidente del estado de
Oaxaca, o entre los mixtecos de la costa del Pacífico, parece ser que alcanzaron
considerable poder, ya que estaban encargados de designar a las nuevas autoridades
municipales. Esto corresponde sin duda a una antigua práctica que fue desplazada por la
de las grandes asambleas de elección. La asamblea ha existido siempre, pero ciertamente
fungía para ratificar (como ocurre todavía en algunos municipios) una decisión tomada
por la autoridad instalada y el consejo de ancianos, más que para seleccionar y designar
directamente a las autoridades. Después de la Revolución, y en particular con la
institución de los comités del partido oficial, el papel de los consejos de ancianos tiende a
declinar. Ello no obsta para que sigan teniendo hasta nuestros días un papel importante
en numerosos municipios, sobre todo en la resolución de conflictos territoriales, o bien en
ocasión de conflictos graves en el seno de la comunidad.
EL PACTO CLIENTELISTA
reproducir su especificidad cultural. Verdad es que a lo largo del siglo XIX, en plenas
reformas liberales, las comunidades de Oaxaca no solamente lograron frenar la
privatización de sus tierras, sino que incluso utilizaron la ley para asegurar su propiedad
colectiva. Frente a la política de repartición de los bienes de la comunidad, recurrieron a
la personalidad jurídica del municipio para convertirlo en el propietario legal de las
tierras y evitar así que fueran privatizadas. Durante la reforma agraria, en los años treinta
y cuarenta, más del 80% de las peticiones hechas por las comunidades son demandas de
titularización de las tierras comunales; las que tienen que ver con la afectación de tierras
expropiadas en forma de ejidos son muchísimas menos. Esto prueba que las comunidades
pudieron mantener el control de su territorio en formas más o menos disfrazadas de
propiedad colectiva, utilizando, sobre todo, la figura del ayuntamiento.
55 Pero la capacidad de resistencia de las comunidades no basta para explicar la
reproducción de su especificidad organizativa. Ésta ha sido posible por el modo de
dominación que se estableció desde la Colonia: los españoles no pretendieron explotar
directamente la tierra, como en otras regiones de la Nueva España. La inmensidad del
territorio, su naturaleza montañosa y la relativa penuria de las tierras arables en la
mayoría de las regiones, contribuyeron a que los conquistadores optaran por una
explotación del comercio y de la mano de obra indígena. Esta característica se
reproducirá hasta nuestros días, dado que el núcleo de la clase dirigente no está
conformado por terratenientes, como en Chiapas, sino por una élite urbana vinculada al
comercio y a la función pública. Sin caer en un determinismo histórico reductor, nos
parece que el pacto clientelista que mencionamos es en realidad una reformulación de
este modo de dominación.
56 No obstante, nos parece conveniente privilegiar una interpretación propiamente política
y estratégica de la coexistencia de dos legalidades (la de las comunidades y la del Estado).
Esta coexistencia es el fruto de una transacción política: las comunidades necesitan, para
guardar su margen de autonomía, que sus autoridades sean legalmente reconocidas; por
otra parte, el Estado-PRI requiere de una legitimación popular y le conviene, sobre todo,
evitar la inestabilidad política que provocaría si no respetara la costumbre de más de 400
municipios. Por ello los dota de la legalidad necesaria acreditando a sus autoridades, sin
mayor formalismo legal. Sin embargo, al tolerar lo que es ilegal (las comunidades
deberían elegir a sus autoridades a través de planillas presentadas por partidos
debidamente registrados ante la autoridad electoral), el Estado les hace un favor, que ellas
retribuyen dando muestras de una lealtad a toda prueba al partido oficial. He aquí la
quintaesencia del clientelismo concebido como una “estrategia del intercambio, en que lo
donado, la ayuda, el favor, el servicio prestado, son el medio para convertirse en
deudores, en acreedores”,49 no solamente porque el Estado da recursos materiales a las
comunidades a cambio de su voto, sino porque manipula la aplicación de la ley en su
favor. El que el Estado tolere una realidad que contradice el discurso oficial acerca de la
integración de los indios a la civilización y a la modernidad, es perfectamente
comprensible desde este ángulo. Es el resultado de un cálculo estratégico de parte de
Estado y comunidades.
57 Sólo así se entiende la existencia de la comunidad revolucionaria institucional. Ésta es
funcional para el Estado-PRI en dos niveles. Por una parte, porque su corporativismo
interno es una garantía contra toda disidencia política y, por la otra, porque su
supervivencia depende de una transacción ilegal. Tenemos aquí una perfecta
interdependencia: el unanimismo corporativista de las comunidades es una garantía para
la hegemonía del PRI, que a cambio preserva su integridad. Este intercambio tácito de
favores funcionó de maravilla hasta los años noventa. Comunidad y PRI eran uno. Se
nutrían mutuamente, cosa que facilitaba el hecho de que la distinción entre partido y
gobierno y entre gobierno y Estado no existía. El PRI era el gobierno y el Estado al mismo
tiempo. También era la patria, ya que su símbolo tenía como fondo la bandera nacional.
En las comunidades el comité del partido estaba integrado a la jerarquía Tradicional de
los cargos, mientras que en los estatutos del PRI, las asambleas de las comunidades
estaban consideradas como uno de los procedimientos de selección de sus candidatos. En
suma, una simbiosis perfecta que unía Estado, PRI y comunidades. La respuesta de un
tatamandón de San Agustín Chayuco, cuando se le pregunta por qué continúa apoyando al
PRI, es elocuente: “Porque seguimos siendo fieles a la bandera nacional, que estuvo
siempre con nosotros. Porque hace muchos años que es así. Nuestros abuelos así lo
hacían... no debemos cambiarlo. Es parte de la costumbre”.50
58 Es esta simbiosis la que entra en crisis desde fines de los años setenta. Crisis que se
preparaba desde mucho tiempo atrás, pero que no se manifestó claramente hasta los años
noventa, en el momento mismo en que el gobierno de Oaxaca decidió legalizar la
costumbre electoral de las comunidades. Esta oficialización de una costumbre que hasta
entonces había estado estrechamente ligada al partido de Estado no es fortuita: es
elocuente, a la vez, de la descomposición de una costumbre política y de los intentos de
controlar un cambio inevitable.
59 Hemos mostrado, en este primer capítulo, que el régimen de Estado-partido se construyó
integrando a las instituciones comunitarias indígenas. Éstas se convirtieron en las células
elementales que garantizaban la reproducción de un modo de dominación centralizado y
homogéneo, pero que extiende su control al conjunto del tetritorio nacional infiltrando y
utilizando, en su provecho, las formas de gobierno local heredadas del pasado. Es este
compromiso clientelista, encarnado en la comunidad revolucionaria institucional, el que
entra en crisis a partir de los años setenta.
NOTAS
1. Hoy en día, Oaxaca sigue concentrando una problación indígena importante. Según el último
censo del INEGI (2005), un millón 91 mil 502 personas de 5 años y más hablan una lengua indígena,
lo que representa 31% de la población total del estado, siendo ésta de 3 millones 506 mil 821
personas. La cifra es discutible ya que sólo toma en cuenta las personas de más de cinco años que
declaran hablar alguna lengua indígena. Además, desde el punto de vista socio-antropológico, la
lengua no es el único “marcador” de identidad. Según estimaciones que toman en cuenta otros
elementos de la cultura (formas de organización social, creencias, costumbres, auto-
identificación, etc.) más de la mitad de la población de Oaxaca puede ser considerada indígena.
De todas formas, aún con la estimación “conservadora” del INEGI, la proporción de población
indígena en Oaxaca es la más importante en comparación con los demás estados de la república, y
es cinco veces superior al promedio nacional (véase INEGI, II Conteo de Población y Vivienda, México,
2005).
2. En 1929 el general Plutarco Elías Calles funda el Partido Nacional Revolucionario ( PNR), que
luego se convertirá en el Partido de la Revolución Mexicana ( PRM) en 1938 y en el Partido
Revolucionario Institucional (PRI) en 1946.
3. Jan Rus, “La comunidad revolucionaria institucional: la subversión del gobierno indígena en
los Altos de Chiapas, 1936-1968”, en Juan Pedro Viqueira y Mario Humberto Ruz (eds.), Chupas. Los
rumbos de otra historia.
4. Ibid., p. 252.
5. El mayordomo es la persona que financia la fiesta patronal del pueblo con sus propios recursos.
6. Jan Rus, “La comunidad revolucionaria institucional”, pp. 293-300.
7. Jaime Bailón Corres, Pueblos indios, élites y territorio. Sistemas de dominio regional en el sur de
México: Una historia política de Oaxaca, p. 189.
8. Partido regional del estado de Oaxaca que perteneció al PNR desde la formación de éste.
9. Ibid., p. 207.
10. Frederick J.D. Lugard, The Dual Mandate in British Tropical Africa.
11. Término de origen náhuatl que designa a las personas que ocupan las funciones de policía y
también de mensajero al servicio del municipio. Esta función generalmente la llenan hombres
jóvenes célibes.
12. Jefe de topiles.
13. Elaboramos este organigrama a partir de las entrevistas y las observaciones que realizamos
en Santa María Tlahuitoltepec, tomando como modelo el organigrama escrito que nos
proporcionaron las autoridades municipales. Un grupo de maestros y de autoridades se dedicó en
1995 a formalizar la jerarquía de cargos, reordenándolos por niveles o equivalencias. Es sólo un
modelo, que nunca ha sido plenamente aplicado.
14. Los capitanes de festejos tienen por función ocuparse de las bandas musicales durante las
fiestas. Deben alimentarlos y hospedarlos. Este cargo sólo se ocupa una vez en la vida durante
una de las fiestas del año (cada pueblo celebra cuando menos dos o tres fiestas por año en honor
de sus santos patronos). En cada fiesta hay una decena de capitanes de festejo. Se trata de un
cargo particularmente crucial: condiciona el acceso a cargos de mayor importancia en el
ayuntamiento. También es extremadamente pesado, pues representa una erogación de varios
miles de pesos (entre 1 5 mil y veinte mil pesos en 1999).
15. Para un análisis y discusión del principio de jerarquía en la organización de los cargos civiles
y religiosos comunitarios, véase Danièle Dehouve, “Les échelles de coûts et de prestige, réalité ou
erreur de méthode? La hiérarchie des charges dans les communautés indiennes
mésoaméricaines”, Etudes Rurales, vol. 69, enero-marzo de 1978, pp. 101-108; D. Dehouve,
“Système des charges civiles et religieuses des communautés indiennes méso-américaines et
andines”, Actes du XLIIe Congrès International des Américanistes , vol. 6, septiembre de 1976, pp.
139-141; D. Dehouve, “L’influence de l’État dans la transformation du système des charges d’une
communauté indienne mexicaine”, L’Homme, vol. 14, abril-junio de 1974, pp. 87-108.
17. Véanse sobre todo Pedro Carrasco, “The Civil-Religious Hierarchy in Mesoamerican
Communities: Pre-Spanish Background and Colonial Development”. American Anthropologist, núm.
63, 1961, pp. 483-497; Andrés Medina Hernández, “Los sistemas de cargos en la Cuenca de México:
una primera aproximación a su trasfondo histórico”, Alteridades, año V, núm. 9, 1995, pp. 7-23
18. Véase sobre todo Evon Z. Vogt, “Some Implications oí Zinacantán Social Structure for the
Study of the Ancient Maya”, en John A. Graham (ed.), Ancient Mesoamerica: Elected Readings, pp.
176-188.
19. John K. Chance y William B. Taylor, “Cofradías and Cargos: an Historical Perspective on the
Mesoanierican Civil-Religious Hierarchy”, American Ethnologist, núm. 12, 1985, pp. 1-26.
20. María de los Ángeles Romero Frizzi, El sol y la cruz. Los pueblos indios de Oaxaca colonial.
21. Roger Bartra reinició la polémica al publicar un artículo en el que demuestra hasta qué punto
los elementos constitutivos de los sistemas de jerarquía de los cargos municipales son de origen
El indigenismo integracionista
8 El indigenismo nació mucho antes de la constitución del Estado mexicano. Existe desde la
llegada de los europeos al continente americano. En sentido lato, designa el conjunto de
nociones acerca del indígena o de la indianidad formuladas por las élites de las sociedades
americanas. Algunos autores se han dedicado a estudiar las diferentes visiones que las
élites gobernantes e intelectuales del continente han tenido de los indígenas desde la
conquista española.5 Pero en sentido estricto la noción de indigenismo también hace
Interamericano (III), con un presupuesto muy limitado. Será en 1948 cuando nazca el INI,
encargado de coordinar la acción de todas las instituciones del Estado en un entorno
indígena. El cambio de orientación del indigenismo cardenista es sustancial: su objetivo
sigue siendo suprimir las diferencias étnicas, pero se basa en la idea de que los problemas
de la población indígena exigen un trato especial. En el plano lingüístico, sobre todo, ya
no se castellanizará sino se alfabetizará a los indígenas en su propia lengua. 10 Se crea así,
en 1945, el Instituto de Alfabetización en Lenguas Indígenas, dirigido por un antropólogo.
Se pasa, pues, de un enfoque coercitivo de la integración a una tarea científica a cargo de
antropólogos. Los grandes nombres de la antropología mexicana, como Manuel Gamio,
Moisés Sáenz o Alfonso Caso, son también los de los altos funcionarios que pusieron en
pie la política indigenista. Su esfuerzo se centrará en particular en la formación de
promotores culturales bilingües y de maestros rurales bilingües, encargados de la
aplicación directa de los programas del INI en cada una de las regiones indígenas. Esto
tendrá consecuencias de envergadura para el porvenir de la política indigenista: el Estado
contribuyó así a formar una élite de profesionistas indígenas que cuestionará, en los años
setenta, los fundamentos de su orientación integracionista.
12 Para hacer frente a las crecientes movilizaciones campesinas provocadas por la crisis de
la agricultura y para recuperar una legitimidad empañada por la represión del
movimiento estudiantil de 1968, el gobierno de Luis Echeverría da una nueva orientación
a la política indigenista. En 1975 organiza el primer Congreso Nacional de los Pueblos
Indígenas, en Pátzcuaro, donde se había verificado el de 1940. Estuvo precedido por
reuniones en cada una de las regiones indígenas del país. Sus resultados son interesantes,
ya que reflejan a la vez las nuevas orientaciones que el gobierno desea dar al indigenismo
y las de los representantes de las comunidades, que desde el primer día logran hacer a un
lado a los funcionarios y discutir libremente el contenido de sus reivindicaciones. Las
posiciones más avanzadas del gobierno están contenidas en la Carta de Pátzcuaro,
redactada por los organizadores del congreso, en la que los indígenas “proclaman” su
derecho a la “autodeterminación de su gobierno y de sus formas tradicionales” de
organización”,11 y exigen el acceso a una educación integral y bilingüe que “afirme los
valores positivos de la sociedad nacional y los de los pueblos indígenas”. 12
13 Empero, es en las conclusiones del congreso donde aparecen las reivindicaciones de los
dirigentes indígenas que los funcionarios no pudieron contener, especialmente las
relativas a la tierra. Los representantes indígenas exigen ante todo que se modifiquen las
leyes que protegen a las grandes propiedades y las relativas al reconocimiento y la
legalización de las tierras comunales. Reivindican igualmente la autogestión de los
recursos naturales que se encuentran dentro de sus territorios. De este congreso surgirá
el Consejo Nacional de Pueblos Indígenas (CNPI), donde se agrupan los representantes de
los consejos supremos de cada una de las “etnias” del país. Si bien la mayoría de éstos está
dirigida por un promotor o un maestro bilingüe leal al gobierno, algunos han conquistado
una relativa autonomía. El CNPI es representativo de la voluntad del gobierno de organizar
un movimiento indígena de manera corporativa. En este sentido, recuerda las
experiencias de Cárdenas con la constitución de un consejo supremo tatahumara. La
formación de otras organizaciones, como el Movimiento Nacional Indigenista ( MNI)13 O la
Alianza Nacional de Profesionistas Indígenas Bilingües, A.C. ( ANPIBAC),14 cuya orientación
es a todas luces “culturalista” y gira alrededor de las reivindicaciones relativas a la
educación, refleja también la intención del gobierno de canalizar las movilizaciones de los
campesinos indígenas hacia un terreno menos delicado que el de las reivindicaciones
agrarias. Son políticas de “sustitución y de diversión”,15 que no responden a las
exigencias más urgentes de un mundo rural duramente afectado por la crisis de la
agricultura y la que afecta, a partir de los años ochenta, al conjunto de la economía
mexicana.
14 Dentro de esta lógica implícita de compensación, el gobierno de José López Portillo
(1976-1982) desarrolla un nuevo indigenismo de “participación” en el que se espera que
los indígenas jueguen un papel preponderante, en el mismo momento en que da una
estocada a la reforma agraria. El Estado mexicano demuestra una vez más su capacidad de
dominar el cambio retomando los discursos más progresistas de la antropología y
anticipando las críticas levantadas por los nuevos dirigentes contra las políticas
indigenistas. El giro en favor del indigenismo de participación está directamente ligado a
los cambios que se producen en otras esferas y que constituyen otros tantos contragolpes
de la ruptura de 1968 y de la crisis generalizada del modelo político “desarrollista”. Pasa
lo mismo con los antropólogos, que durante la Conferencia de Barbados (1971) efectúan
una (auto) crítica radical de los enfoques integracionistas de la “cuestión indígena”. Se
hacen eco del proceso mundial de descolonización reivindicando el derecho de los
pueblos indígenas de disponer de sí mismos. Del mismo modo, los indígenas utilizarán el
primer Congreso de Chiapas, organizado en 1974 bajo los auspicios del gobernador
Manuel Velasco Suárez, con la participación del obispo Samuel Ruiz, como un verdadero
foro para expresar con voz alta y fuerte sus preocupaciones. Las demandas educativas y
culturales aparecen en segundo término, detrás de las relativas a la tierra o la
comercialización de los productos agrícolas.
15 La “antropología crítica” que surge de la reunión de Barbados tendrá repercusiones en las
orientaciones políticas gubernamentales por medio de personas como Salomón Nahmad
Sittón, encargado de la Dirección de Educación Indígena en la Secretaría de Educación en
los años setenta, después director del INI en 1983; o bien Guillermo Bonfil Batalla, una de
las figuras sobresalientes de esta corriente de pensamiento. Pues no son solamente ideas
en boga que tienen una influencia sobre las políticas, sino las propias personas que
intentaron ponerlas en práctica. El ejemplo más significativo de esta “pequeña historia”
de los cambios institucionales es el del papel de Guillermo Bon-fil Batalla y de Salomón
Nahmad en la organización del Congreso de Pátzcuaro y del CNPI. Fernando Bonfil Batalla,
hermano de Guillermo, era secretario general de la CNC en 1974 cuando tuvieron la idea
de organizar el Congreso Nacional.16 Lograrán convencer al dirigente del sector
campesino del PRI de que implique a la CNC en su organización. Son, pues, estos
antropólogos, funcionarios pero “críticos”, los que imprimen al indigenismo su nueva
orientación.
16 La antropología influye en el Estado, pero también los indígenas, ya sea esta “clase media
india” del indigenismo o las organizaciones independientes que se apoderan del discurso
científico para apuntalar sus propias reivindicaciones de autonomía. No obstante, no se
trata de ver en los nuevos movimientos indígenas de los años setenta y ochenta simples
creaciones de antropólogos “indianistas”. Aun si la corriente de la antropología crítica
tuvo un papel determinante y más o menos directo (algunos líderes comunitarios realizan
estudios de antropología durante esos años), se trata de un proceso mucho más complejo
de interacciones entre los nuevos actores indígenas o campesinos expuestos a la crisis
económica y social, los antropólogos “decepcionados” del indigenismo revolucionario, un
18 Las evoluciones del indigenismo son graduales y en ocasiones nos da la impresión de estar
frente a un mismo producto al que simplemente se le hubiera cambiado la etiqueta. Entre
el nuevo indigenismo de Echeverría y el indigenismo de participación de López Portillo, la
diferencia es mínima. Finalmente, de lo que se trata es de asociar a los indígenas a la
aplicación de políticas destinadas a ellos sin que participen en su concepción. Los más
críticos no verán en esto más que una forma de hacer participar a los indígenas en su
propia aculturación. Sin embargo, en los años ochenta se percibe un giro. Miguel de la
Madrid Hurtado (1982-1988) inaugura su mandato en medio de una crisis agraria cada vez
más grave. Lanzará una política de austeridad sin precedentes. Recorta el gasto público y
suprime los programas de asistencia, como el SAM o la Coplamar, destinados a los sectores
más marginados de la población. Los dos presidentes anteriores habían criticado el
modelo desarrollista pero no lo abandonaron realmente. López Portillo parecía haberse
apartado del neopopulismo de Echeverría poniendo fin al reparto de tierras e impulsando
la agricultura de exportación, pero el gasto público no dejó de aumentar y concluyó su
mandato nacionalizando el sistema bancario entero. La política económica de Miguel de la
Madrid marca una ruptura con las de sus predecesores. El objetivo del desarrollo es
sustituido por el del saneamiento de las finanzas públicas y la lucha contra la inflación.
Miguel de la Madrid es el primero de una serie de presidentes que pondrán el acento en la
estabilidad financiera más que en el crecimiento económico.
de administrar directamente. Éste sería el sentido de los vastos territorios confiados a los
indios en Colombia o Bolivia. Las políticas de reconocimiento de la diferencia representan
en mayor medida una estrategia del Estado que encuentra en el multiculturalismo la
legitimación de sus nuevas formas de intervención, que el resultado de la presión de las
organizaciones indígenas.20
22 Como veremos más adelante, esta interpretación nos permite comprender ciertos
aspectos de las reformas instauradas en México, en especial en Oaxaca, durante los años
noventa. Sin embargo, parece demasiado reductora. Pensar que el Estado presta oídos
atentos a las demandas de autonomía y las toma por su cuenta solamente porque “le
conviene” es tanto como concebir al Estado como un actor homogéneo y racional capaz
de todas las manipulaciones. Es dejar de lado las complejas articulaciones entre actores
sociales y políticos y las diferencias que existen en el seno mismo de los gobiernos y las
instituciones del Estado. Es olvidar, sobre todo, que en muchas ocasiones los que están en
el gobierno (los antropólogos “críticos”, por ejemplo) también están afuera o pueden en
todo caso participar en un movimiento más amplio que rebase una ruptura demasiado
tajante entre el Estado y la sociedad civil. Las interacciones entre actores estatales y
sociales son mucho más complejas y ambiguas que lo que este tipo de interpretaciones
deja transparentar. Por otra parte, si bien el Estado mexicano posee una extraordinaria
capacidad de recuperación y de manipulación, nos parece erróneo hacer de ella la
conclusión definitiva de todo análisis sobre el cambio institucional. Una vez más, que el
Estado busque manipular y sea capaz de hacerlo, no siempre garantiza que lo logre ni que
esta manipulación sea unívoca y no permita una verdadera transformación de las
relaciones políticas.
23 Por lo demás, la interpretación de Henri Favre peca por su generalización. Aun cuando el
fenómeno pudiera tener apariencias similares, existen diferencias sustanciales entre las
políticas multiculturalistas de México y las de los países andinos, de donde el autor toma
el meollo de sus ejemplos. Es difícil comparar el caso de Colombia, donde vastos
territorios fueron confiados a la gestión de los indígenas, con el de México, donde las
negociaciones entre el gobierno y los neozapatistas se congelaron debido a la cuestión de
la autonomía indígena, que el primero veía como una amenaza para la integridad de la
nación. El Estado no es igual en los dos países ni el alcance de la descentralización, por
cierto. Es conveniente, pues, matizar y examinar caso por caso las reformas dirigidas a las
poblaciones indígenas de los diferentes países de América Latina. La interpretación de
Henri Favre nos permite, sin embargo, eludir un enfoque sistémico que vea en las
reformas multiculturales la respuesta a las presiones de las movilizaciones indígenas. Los
Estados toman decisiones que no son solamente respuestas mecánicas o directas a las
presiones de los actores sociales. Estas decisiones tienen que ver con las transformaciones
que ocurren dentro del mismo Estado tanto como con las que afectan a la sociedad civil.
La interpretación de Favre nos permite subrayar hasta qué punto las intervenciones del
Estado contribuyen a labrar las identidades de los actores sociales y sus reivindicaciones.
En México el Estado y sus políticas indigenistas han jugado un papel determinante en el
surgimiento de un actor indígena, cuyas reivindicaciones han influido a su vez en las
nuevas orientaciones de la política indigenista.
LA CONCIENCIA DE IDENTIDAD
25 En los años noventa la crisis del modelo nacional-populista trae aparejados bloqueos en el
ascenso social y la integración de los jóvenes indígenas escolarizados. La experiencia de
una vida urbana muy alejada de su cultura de origen, las repercusiones del movimiento
universitario de 1968 y la crisis económica provocarán el surgimiento de una élite en
busca de una vocación. Ante la amenaza de anomia urbana, esta élite efectuará un retorno
–a la vez apreciativo y crítico– a sus comunidades de origen.
26 En las zonas más marginadas de Oaxaca la crisis del modelo de integración va a favorecer
el surgimiento de una generación formada en las escuelas primarias públicas pero que
pudo proseguir sus estudios hasta el nivel superior, frecuentemente gracias al apoyo de la
Iglesia. Hermanos menores o sobrinos de los primeros maestros, tuvieron acceso a un
nivel de escolaridad superior al de sus hermanos mayores. Algunos irán incluso a la
universidad, serán ingenieros o antropólogos y tendrán su primera experiencia
profesional al servicio del Estado en las instancias encargadas de aplicar las políticas
indigenistas y sociales. En las regiones más pobres, sin embargo, la mayoría serán a su vez
maestros, por necesidad más que por vocación. Se formaron en el crisol de la ola del
populismo, en el momento en que en el resto del continente las guerrillas y los regímenes
militares florecían en las fisuras de un modelo político y económico en descomposición.
Como en toda experiencia de adaptación popular, pasan sin duda por una crisis de
identidad agravada por la crisis que atraviesa el resto de la sociedad. Viven la experiencia
incómoda de encontrarse entre dos mundos. Sus aspiraciones de promoción social no se
cumplen o bien sencillamente no encuentran su sitio en una sociedad urbana que
resienten como “inhóspita”. En su identidad cultural encuentran un sentido de
pertenencia que el entorno citadino no les da. La mayoría regresa a su comunidad, que
erigen en modelo frente a la anomia del mundo “occidental”. Esta acción puede parecer, a
primera vista, una conducta de repliegue como reacción a una integración frustrada o de
rechazo de una modernidad percibida como amenaza para el orden tradicional. En
realidad, refleja más un intento de controlar el desarrollo y de negociar la integración de
las comunidades a la sociedad global en términos más favorables que los propuestos por
el modelo en vigor.
27 Su acción se inscribe en la lógica de los movimientos comunitarios que nacerán en todo el
continente y en el resto del mundo a partir de los años sesenta y setenta, movimientos
que aspiran a reconstruir y congregar “las fuerzas internas de la comunidad con el
objetivo de abrir ésta a la sociedad global, de dominar las modalidades de esta apertura,
las energías, los flujos y los recursos a los que da acceso”. 21 Pretenden negociar el acceso
de las comunidades a la modernidad y “luchan contra la discriminación, la exclusión y la
marginación, por la igualdad, la integración y la justicia”.22 Desde el inicio se inscriben en
el cambio más que en la conservación y en una búsqueda de integración más que en una
lógica de repliegue o de secesión, aun cuando las organizaciones indígenas detesten el
término integración, que asocian a las políticas indigenistas de aculturación. No obstante,
todo parece transcurrir en una permanente tensión entre los actores conservadores
(aunque rara vez fundamenta-listas), que se rehúsan a que el orden tradicional se
modifique que no ven en las instituciones comunitarias más que obstáculos pata el
progreso, y los que in-rentan guardar el equilibrio imaginando un orden comunitario
“abierto” que les permita ocupar un lugar en la modernidad sin ahogarse en ella.
28 En Oaxaca, como en otros sitios, estos nuevos actores sociales van a constituir
organizaciones orientadas a la promoción de los marcadores de la identidad indígena
(lengua, instituciones comunitarias) y el desarrollo social y económico de su región.
Comunidad e indianidad no se conciben ya como obstáculos a la modernización, sino, por
el contrario, como motores del desarrollo. La afirmación de identidad se traduce en
demanda de reconocimiento por parte del Estado. Las nuevas organizaciones exigirán,
por ello, reformas legales e institucionales que consagren la legitimidad de formas de
organización sociales consideradas ilegales hasta ese momento.
29 Sus estrategias de movilización son diversas. Si bien tratan generalmente de superar el
nivel local creando coordinaciones de comunidades o de organizaciones, se diferencian a
menudo en cuanto al tipo de relaciones que desean establecer con el Estado o los partidos
políticos. Aquí también es importante tener en cuenta las diferencias regionales. Aunque
en zonas como el Istmo de Tehuantepec o los Valles Centrales existe ya una tradición de
participación electoral que va a influir en las estrategias de las nuevas organizaciones, en
otras, como la Sierra Norte, la Mixteca Alta o la Mazateca, donde predomina la comunidad
indígena tal como la describimos antes, las movilizaciones no asumirán la misma forma.
Aquí la nueva élite, más que en otras partes, va a privilegiar las reivindicaciones de
reconocimiento de una especificidad cultural y hacer girar sus estrategias políticas
alrededor de una organización comunitaria más o menos reinventada e idealizada.
33 En la región mixe a la que nos referimos previamente, surgirá una nueva generación de
maestros y de universitarios que se convertirá en la nueva élite dirigente local en los años
ochenta y noventa. Su orientación es notoriamente diferente de la de sus mayores, ya que
no se contentarán con intentar “modernizar” a las comunidades, hacerlas entrar en el
progreso por la vía de la educación y la aculturación. Por el contrario, van a distinguirse
34 En 1994 y 1995, una organización de la región mixe, Servicios del Pueblo Mixe, Asociación
Civil (Ser, A.C.),29 desempeña un papel central en la proposición de una reforma sobre las
costumbres electorales de los municipios indígenas. El antropólogo Floriberto Díaz, que la
dirige, junto con Adelfo Regino Montes, abogado de formación, participan en reuniones
organizadas de manera conjunta con otras organizaciones de la Sierra Norte. Se
dedicaron a analizar, en aquel momento, las reformas que acababa de hacer el gobierno
de Carlos Salinas de Gortari al Artículo 27 constitucional sobre la propiedad colectiva de
la tierra y un proyecto de ley sobre los derechos de las comunidades indígenas. En estas
reuniones surge una demanda particular: que los partidos políticos –en particular el PRI–
respeten las formas tradicionales de elección de las autoridades municipales. Esta
organización y los dirigentes que participan en las discusiones tienen una larga
trayectoria de movilización. Ser, en especial, es la heredera del Comité para la Defensa de
los Recursos Naturales, Humanos y Culturales Mixes (Codremi) y de la Asamblea de
Autoridades Mixes (Asam). La génesis de estas organizaciones nos parece bastante
representativa de la formación del nuevo actor político indígena de que hablamos. Sobre
todo, nos parece indispensable comprender su trayectoria para entender la reforma de
1995 acerca de los usos y costumbres.
Abandona los estudios confesionales para ir a parar a una universidad donde el marxismo
hace las veces de dogma. Ya en el seminario –recuerdan sus amigos– ¡Floriberto leía el
librito rojo de Mao disfrazado de Biblia!33 Las repercusiones del movimiento del 68 se
dejan sentir por doquier. Sin duda, Floriberto anhela encontrar su sitio en medio de esa
agitación militante, esa efervescencia donde todos andan en busca de una filiación
ideológica, de las claves para interpretar una coyuntura política difícil de descifrar. El
régimen está en crisis y el boom del petróleo no basta para aportar alternativas viables
para miles de personas que vienen a aglomerarse en la periferia de la capital. Es el
momento de la plena transición entre dos modelos económicos. El gobierno de López
Portillo (1976-1982) pone en tela de juicio la política agraria de Echeverría e inicia una
política de restricciones presupuestarias que prefigura la política de austeridad de Miguel
de la Madrid (1982-1988). Un porvenir por demás incierto, en suma, que las lecturas
abstrusas sobre las “contradicciones de las relaciones de producción” no contribuyen a
desembrollar. En este contexto de crisis, Floriberto Díaz, que buscaba un compromiso al
igual que muchos otros, mide la distancia que separa a este mundo urbano de aquel donde
él creció. Sin duda la antropología lo ayuda a conceptuar este sentimiento de alteridad y a
concebir una vía alterna al modelo de desarrollo “modernizador” que parece estar
arrastrando al país a una espiral de depresión, de exclusión y de miseria.
37 De vuelta a Santa María Tlahuitoltepec encabeza una movilización contra un ingeniero
que trabajaba en la construcción de la ruta que debía unir a la capital del estado con
Zacatepec, la cabecera del Distrito Mixe. Luis Enrique Ramírez, que trabajaba para la
Compañía Constructora Nacional (Coconal, S.A.), había hecho registrar a su nombre
yacimientos de oro, plata, cobre, plomo, zinc y fierro en las tierras comunales de San
Francisco Jayacaxtepec, una de las comunidades del municipio de Totontepec. Las
autoridades municipales y agrarias de más de veinte comunidades se unen para frenar la
expropiación de tierras y bloquear la explotación de las minas. Ganaron el pleito en el
juicio.34
38 El Codremi se constituye así a partir de esta primera experiencia de movilización.
Floriberto Díaz será su coordinador general. La organización convoca a las autoridades
municipales y agrarias a reuniones periódicas en las que hacen un diagnóstico de las
necesidades más urgentes de las comunidades: posesión de la tierra, educación,
infraestructura (caminos y carreteras), créditos, provisiones, comercialización.
Establecen una especie de agenda de las necesidades básicas y constituyen comisiones
encargadas de negociar programas especiales o apoyos financieros ante las instancias
gubernamentales. En la zona baja de la región mixe, el Codremi proporciona apoyo
jurídico en las luchas de las comunidades contra los acaparadores de tierras. Opera como
grupo de presión ante el gobierno denunciando los abusos de los caciques en algunos
municipios. En materia de educación, la organización invita a los maestros bilingües a
establecer las bases de un programa de educación mixe que refleje los principios
comunitarios, la especificidad cultural de la región y emplee la lengua mixe. Por cierto
que también trabajarán en la elaboración de una escritura del mixe.35
39 El Codremi intenta establecer un diálogo directo con el Estado, saltándose a los
intermediarios regionales. El tema es evitar la confrontación conservando a la vez la
capacidad autónoma de acción y de presión. Además, el Codremi participa al principio en
la formación de una delegación del Consejo Supremo Mixe del CNPI. Será un mixe el que
tome la dirección del consejo y luego del CNPI: Santiago Gutiérrez Toribio. Es sin duda la
fase de mayor autonomía del CNPI, antes de que el gobierno federal se las arregle para
poner a la cabeza a un incondicional del PRI. El Codremi entonces parece más una
organización de mediación que trata de negociar con el gobierno sin utilizar tácticas
violentas (bloqueo de carreteras, manifestaciones), como hacen otras organizaciones en la
misma época. El discurso de sus dirigentes puede parecer radical, al denunciar la opresión
de los caciques y la explotación de las autoridades corruptas, pero su estrategia está más
orientada a la negociación por la vía institucional que hacia la acción directa. Así,
principalmente buscan obtener audiencias con el gobernador de Oaxaca. Su objetivo es
saltarse a los intermediarios del PRI: los caciques locales, los diputados del PRI y, por
supuesto, las organizaciones regionales vinculadas a la CNC. Ponen el acento en la
organización comunitaria, que presentan como el ideal de solidaridad y de democracia:
“Exigimos el respeto y el apoyo a nuestra forma de gobierno comunitario, ya que es la
única forma de evitar la centralización del poder político y económico.”36
40 Esta posición “comunitarista” no les impide establecer alianzas con otras organizaciones
regionales ni participar en las coordinaciones nacionales de organizaciones campesinas
como la CNPA. Es en la Sierra Norte donde se consolida su acción. A principios de los años
ochenta, el Codremi hace frente común con las demás organizaciones de la región: la
Odrenasij, A.C., y la Azachis, con las que celebrará reuniones conjuntas de autoridades
municipales y agrarias de 1982 a 1984. La idea de los “coordinadores” sigue siendo
contribuir a que las autoridades municipales puedan romper el aislamiento en que se
encuentran y reunirse con el fin de decidir en asamblea las medidas que haya que tomar
para asegurar el desarrollo de su región. Los que constituyen el consejo directivo del
Codremi cambian periódicamente y no se supone que ejerzan el poder unos sobre otros,
sino solamente ayudar a la celebración de las asambleas. Éstas son las únicas que pueden
tomar decisiones sobre las acciones por realizar. Es, en cierra manera, una especie de
proyección en el plano regional, de lo que los organizadores consideran el modelo
democrático comunitario en el que la asamblea toma las decisiones que las autoridades
municipales ejecutan.
41 La idea de autonomía está ya en germen en estos métodos de organización. El caso es
romper con los intermediarios y establecer relaciones horizontales entre autoridades
municipales en un nivel regional. Las asambleas regionales están destinadas a restituir a
las comunidades y a sus representantes la capacidad real de pensar y de llevar a cabo su
propio desarrollo.
42 Aunque el Codremi no emplea medios de movilización “agresivos”, a los ojos del gobierno
es una organización de oposición. Su discurso no deja de ser polémico y sus prácticas
amenazan con socavar los fundamentos mismos de las relaciones clientelistas que el
poder central sostiene con las autoridades municipales. El mero hecho de agrupar a las
autoridades, hacer talleres sobre los derechos agrarios o los derechos humanos rompe
con la lógica clientelista del intercambio –vertical e individualizado– de favores. 37 El
gobierno emplea entonces las tácticas más clásicas de la política mexicana. Por un lado,
intenta la cooptación de los dirigentes del Codremi, en especial de Mauro Delgado, que
sucede en el puesto de coordinador general a Floriberto Díaz, a quien se le propone ser
candidato del PRI a la diputación local; 38 por el otro, se esfuerza por crear organismos de
coordinación de las autoridades municipales, semejan tes al Codremi pero estrechamente
ligados al PRI, como la Unión Liberal de Ayuntamientos. Las delegaciones
gubernamentales, esas antenas locales del gobierno de Oaxaca instaladas en los años
ochenta, se esfuerzan también por socavar el trabajo del Codremi ejerciendo presión
sobre las autoridades municipales. Los jóvenes dirigentes del Codremi son acusados de
agitadores. Las autoridades municipales, temiendo perder los favores del gobierno,
amenazan con no participar más en las reuniones regionales. Por lo demás, es
significativo ver hasta qué punto son más las autoridades de las comunidades periféricas
de los municipios (las agencias municipales y de policía) que las autoridades de las
cabeceras las que participan en las reuniones convocadas por el Codremi. Las agencias
estuvieron siempre más marginadas, no reciben más que una ínfima parte de los recursos
asignados por el Estado a los municipios y, sobre todo, su interlocución con el Estado es
particularmente difícil: éste las envía siempre con las autoridades de su cabecera. El
Codremi representa, pues, una mediación especialmente útil para negociar con el poder
central.
43 Son estas amenazas de cooptación y de confrontación con el gobierno las que empujan a
los organizadores del Codremi a replegarse, haciendo desaparecer todo comité
coordinador y dejando a la asamblea de las autoridades como único órgano de decisión. La
organización no existirá verdaderamente más que en el momento en que se reúna la
asamblea. Es así como el Codremi se convierte en Asam en 1984. El ideal de organización
sin dirección autónoma, sin otro liderazgo que el de la asamblea, plantea evidentemente
un problema de continuidad: la mayoría de las autoridades municipales cambian cada
año. Si bien las reuniones siguientes pueden ser convocadas por la asamblea congregada,
en un momento dado, no deja de ser necesario un trabajo de coordinación y de logística:
los “animadores”, antiguos “coordinadores” del Codremi, se reencuentran en la Comisión
de Apoyo de Relaciones (CAR-Asam), que en 1988 se convierte en Servicios del Pueblo
Mixe, organismo dotado de personalidad jurídica.39
44 La Asam marca un paso adelante en la definición de una forma específica de acción
colectiva. Representa una nueva etapa en la génesis de un actor social y político indígena.
El discurso del Codremi sigue estando teñido de marxismo y de “clasismo” en su primera
etapa. Los textos que difunde en su boletín contienen la jerga de la mayoría de las
organizaciones “populares” y de oposición de la época, si bien desde 1982 busca
distinguirse de los otros actores sociales. El editorial del primer número del boletín que
edita el Codremi en 1980 es particularmente elocuente: “Este pequeño boletín informativo
no solamente tiene por objetivo toma la misión no sólo de informar sino a la vez de
formar en nuestros compañeros de la región mixe una conciencia proletaria, una
conciencia de defensa de los intereses de nosotros los trabajadores.”40
45 Este discurso de sesgo marxista no tiene nada que envidiar al de otras organizaciones que
estaban representadas en la CNPA, como la COCEI o bien la CIOAC. Al lado de este texto
encontramos un retrato de Emiliano Zapata, con la divisa “Tierra y libertad”, que se
apropiaron la mayor parte de las organizaciones campesinas de la época. Así, pues, poco a
poco, en el curso de los años ochenta, los dirigentes mixes –Floriberto Díaz y los maestros
bilingües que se incorporan al Codremi– madurarán un discurso y una estrategia política
original. La comunicación que presentan en ocasión de un congreso nacional sobre los
problemas agrarios es significativa en este sentido:
Nosotros no luchamos por un aumento salarial porque como autóctonos (o por
llamársenos indígenas, o indios) no percibimos salarios; tampoco luchamos por el
poder político, porque como autóctonos no compartimos la idea del poder
autoritario, ya que en nuestras comunidades estamos llamando por igual a ocupar
cargos de representatividad como un servicio a la comunidad en su totalidad y no
en favor de tal o cual grupo.41
51 Frente a las trabas del gobierno y de sus operadores locales y regionales, Ser va a
mantener la misma estrategia de antes. Sin duda se ha vuelto más consciente con el curso
de los años:
La Asam es una organización conservadora en los términos mixes. Es decir, no
utiliza métodos ensayados e implantados por los movimientos de oposición en
México y Oaxaca; buscó ser una instancia gestora mediante la negociación y el
diálogo con el Estado, sin buscar la confrontación, pero sin ser gubernamentalista
ni panfletista. [...] Las formas de acción de la Asam se hacen a través de canales
legales permitidos por la Constitución política del país. Al principio se trata
esencialmente de obtener audiencias con el gobernador de Oaxaca y/o con los
funcionarios del gobierno, así como usar los periódicos locales o nacionales para
demandar el cumplimiento de compromisos. Ahora se trata de trabajar más dentro
de las propias comunidades, fomentando grupos productivos, sin descuidar la
gestoría.46
52 El discurso radical de los primeros años parece haber desaparecido. Sin embargo, la Asam
y Ser intentan realmente promover un cambio, sólo que moviendo desde adentro las
estructuras tradicionales y actuando dentro de los límites de la tolerancia del sistema
priísta. La intención no deja de ser subversiva. Es como si quisieran reproducir, hasta en
el menor detalle, la tradición “diplomática” de las comunidades de la sierra. Como vimos,
éstas trataron siempre de evitar confrontaciones con la autoridad. Su actitud
extremadamente respetuosa, que algunos antropólogos interpretaron como una
reminiscencia del carácter sagrado de las autoridades prehispánicas, permitió la
NOTAS
1. Dictamen del proyecto de reforma al libro cuarto del Código de Instituciones Políticas y Procedimientos
Electorales de Oaxaca, Oaxaca, IEE, 2 de agosto de 1995.
2. Yvon Le Bot, Violence de la modernité en Amérique latine. Indianité, société et pouvoir, pp. 15-23.
3. Ibid.,p. 18.
4. Ibid., p. 26.
5. Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México.
6. Henri Favre, L’indigénisme, p. 92.
7. Véase M.C. Mejía Piñeros y S. Sarmiento Silva, La lucha indígena: un reto a la ortodoxia, p. 38.
8. Henri Favre, L’indigénisme.
9. M.C. Mejía Piñeros y S. Sarmiento Silva, op. cit., p. 40.
10. Andrés Medina Hernández, “La cuestión étnica en México: una reconsideración histórica”,
Boletín de Antropología Americana, núm. 16, diciembre de 1987, pp. 5-16.
11. 11 M.C. Mejía Piñeros y S. Sarmiento Silva, p. 162.
12. Ibid., p. 163.
13. Creado en 1973.
14. Creada en 1976.
15. Y. Le Bot, Violence de la modernité, p. 58.
16. Entrevista con Salomón Nahmad Sittón, Oaxaca, Oax., 16 de octubre de 1999.
17. Citado en Agnès Collorafi, État, indigénisme et mouvement indigène dans le Mexique du XXe siècle,
tesis de licenciatura, p. 72.
18. H. Favre, L’indigénisme, pp. 119-124.
19. Ibid., pp. 120-121.
20. Ibid., p. 123.
21. Y. Le Bot, Violence de la modernité, p. 37.
22. Ibid.
23. Entrevista con Leopoldo de Gyves, dirigente fundador de la COCEI y alcalde de Juchitán en dos
ocasiones: 1980-1983 y 1998-2001, Oaxaca, Oax., 30 de octubre de 1996.
24. Ciudad de cien rail habitantes, en el Istmo de Tehuantepec, donde se forma la COCEI en 1974.
25. Fiestas religiosas patronales de los pueblos y ciudades del Istmo de Tehuantepec.
26. Eric Wolf, “Closed Corporate Peasant Communities in Mesoamerica and Central lava”,
Southwestern Journal of Anthropology
27. Retomamos aquí el concepto empleado por Émile Durkheim (De la division du travail social) que
hace una distinción, clásica a partir de entonces, entre la “solidaridad orgánica” característica de
las sociedades modernas, donde las relaciones interindividuales se tundan en un entendimiento
voluntario, y la “solidaridad mecánica”, donde las relaciones se imponen a los individuos a pesar
suyo, sin tener realmente conciencia del hecho. En la segunda los lazos son más emocionales que
racionales. Esta distinción remite a la efectuada por Ferdinand Tönnies entre comunidad (
Gemeinschaft) y sociedad (Gesellschaft). La primera está fundada en lazos objetivos: de sangre (la
familia, la parentela, la etnia, etc.), de vecindad y compañerismo amistoso (pueblos,
corporaciones medievales, etc.). Las relaciones sociales aquí están marcadas por una fuerte
tendencia endógena (endogamia en el plano matrimonial, autarquía económica, particularismo
cultural, solidaridad familiar, de linaje o de clan). Se trata, pues, de una comunidad natural, es
decir, indiscutible e indiscutida. En cambio, la sociedad se funda en la asociación voluntaria, en el
consentimiento (cf. F. Tönnies, Communau-té et société. Catégories fondamentales de la sociologie pure.
Esta tipología dicotómica fue retomada por Max Weber en un sentido que a nuestro modo de ver
es mucho más dinámico, dado que introduce una noción de tendencia, de movimiento, y no
1 El nacimiento de una élite indígena fuera de los canales del corporativismo oficial, no
puede aislarse de un proceso de cambio político generalizado que se refleja en la escena
electoral a partir de los años ochenta. Algunas organizaciones van a utilizar, en el plano
local, los espacios abiertos por la reforma electoral de 1977 y la de los municipios de 1983.
Las estrategias electorales de estas organizaciones y las dificultades por las que atraviesa
el PRI para manejar la nueva complejidad social contribuirán a romper la antigua
hegemonía del partido de Estado. El mapa electoral de Oaxaca se diversificará cada vez
más y las elecciones dejarán de ser simples rituales de legitimación. La consolidación de
una oposición electoral en un número cada vez mayor de municipios es, sin lugar a dudas,
junto con la aparición de un nuevo actor indígena, uno de los factores que nos permitirá
comprender mejor las razones de una legalización de las costumbres electorales de los
municipios indígenas.
4 En Oaxaca como en otros sitios, los años setenta están marcados por los movimientos
universitarios y la formación de organizaciones “populares” dirigidas por estudiantes,
maestros, abogados y profesionistas. A todas luces contestatarias, la mayoría no considera
la vía electoral como medio de lucha contra el régimen priísta. Indígenas o no, los
dirigentes comparten un escepticismo ligado a las particularidades del sistema político
mexicano: éste recurrió a las elecciones para legitimarse, pero las elecciones siguieron
estando controladas por el partido dominante. El papel de los partidos de oposición
parecía perfectamente “decorativo”: en realidad no tenían la menor oportunidad de
acceder al poder. Al día siguiente de la represión del movimiento del 68, el PRI parecía
como nunca invencible. Las ideologías de izquierda con las que se nutrían los estudiantes
tendían a reforzar esta concepción antielectoral: a semejanza de sus homólogos franceses,
consideraban las elecciones como instrumentos de legitimación del poder de la
“burguesía”, y no como medios reales de cambio político.1 El camino predilecto era la
acción directa. Las respuestas a la represión de octubre de 1968 son diversas: algunos
optan por la lucha armada y forman guerrillas en la ciudad y el campo. Otros, más
numerosos, constituyen organizaciones locales y regionales (con la forma de “frentes” o
de coaliciones), concentrando estudiantes, campesinos y obreros en torno a
reivindicaciones de tipo social y económico (salarios, derechos sindicales, reparto de
tierras). La finalidad es provocar un cambio político, pero éste pasa por una
“concientización” de las “masas” populares por la vía de la movilización, más que por la
toma del poder a través de las elecciones.2 Otros, en fin, organizan partidos sin
reconocimiento oficial, como el PCM, el PMT o el PRT.
5 Esta posición antielectoral de los movimientos de izquierda se modificará a partir de la
reforma de varios artículos de la Constitución impulsada por el presidente José López
Portillo, en 1977; el 6 de diciembre de 1977 se emitirá la Ley Federal de Organizaciones
Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE), que incluye la legalización de tres nuevos
partidos: el PCM, el PST y el PDM; permite la formación de asociaciones políticas nacionales;
introduce una dosis de representación proporcional en la elección de diputados (locales y
federales), senadores y regidores de las ciudades de más de 300 mil habitantes; eleva de
400 a 500 el número de diputados en el Congreso y garantiza a la oposición el acceso a los
medios de comunicación y la participación en la calificación de los resultados de los
comicios.3
6 Esta reforma electoral es la expresión de lo que el gobierno de López Portillo llamara la
Reforma Política y que representa un paso adelante nunca visto en la apertura del sistema
político mexicano. Rebasa con mucho la reforma realizada por el gobierno de Gustavo
Díaz Ordaz, en 1965, que creó la figura de los “diputados de partido”, permitiendo a los
partidos minoritarios tener algunos diputados más en el Congreso. Ésta fue una reforma
simbólica que no modificó el equilibrio de fuerzas en un régimen en que el poder se
encontraba exclusivamente en las manos de un presidente de la república omnipotente.
La reforma de López Portillo, en cambio, aspiraba a dar una respuesta a la crisis de
10 Los resultados de las elecciones federales de 1979, las primeras donde se aplicaran las
nuevas reglas del juego, no tienen los efectos esperados: la abstención aumenta a 50%
contra 38 en 1976.11 Aun cuando perde varios miles de votos en comparación con las
elecciones de 1973 y 1976, el PRI obtiene el mejor puntaje y gana 296 de las 300 diputados
por mayoría relativa, mientras que el PAN gana 4 y 39 por la vía de la representación
proporcional. Por su parte, el PCM obtiene 18 escaños de representación proporcional; el
PARM 12, el PPS 11. El PST y el PDM, por último, obtienen 10 curules cada uno. Hasta las
elecciones siguientes, en 1982, es cuando baja la tasa de abstenciones, y el PRI obtiene los
mejores resultados de su historia.12 El PAN se consolida como principal fuerza de
oposición, mientras que los resultados del PSUM disminuyen. Al fin la reforma parece
haber tenido el efecto buscado. El PRI sigue ganando más que nunca, mientras que la
oposición (de derecha, sobre todo) se consolida, sin que ello represente un verdadero
peligro para el partido dominante.
11 Como toda reforma, sin embargo, la de 1977 tendrá efectos contradictorios. Aunque desde
el inicio aparece como una medida de legitimación y control por parte de la clase
dirigente, no por ello deja de abrir espacios reales de poder a la oposición, en especial en
el plano municipal, como veremos más adelante. El gobierno toma medidas destinadas a
“cambiarlo todo para que todo siga igual”, dando muestras de una extraordinaria
capacidad de adaptación. Pero al mismo tiempo no puede controlar todos los efectos de
largo plazo de las reformas institucionales. En el caso de las reformas electorales, éstas
acaban por crear las condiciones de una consolidación real de la oposición, que podrá
ganar, poco a poco, nuevas posiciones que le permitirán renegociar las reglas del juego
político. Otras reformas electorales se instaurarán a lo largo de los años ochenta y
noventa.
15 La apertura de espacios políticos continuará durante los años ochenta con la elaboración
del Código Federal Electoral en 1987, que eleva de 100 a 200 el número de diputados de
representación proporcional. No obstante, es en 1990 cuando toma forma una de las
innovaciones decisivas para el porvenir político de México: la creación de instituciones
electorales autónomas. El Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales
(Cofipe) da nacimiento al Instituto Federal Electoral (IFE), cuyo consejo general está
constituido por representantes de los partidos políticos y por consejeros elegidos por el
Congreso a propuesta del presidente de la república. La reforma es de proporciones
mayores, ya que hasta entonces había sido la Secretaría de Gobernación la que organizara
y supervisara las elecciones sin contrapeso político. El control del partido “oficial” era
absoluto. Sin embargo, la autonomía de la nueva institución electoral es relativa: el
secretario de Gobernación sigue estando a la cabeza del consejo general del IFE. Otra
institución viene a completar este nuevo cuadro institucional: el Tribunal Federal
Electoral (Trife), que garantiza a los individuos y a los partidos políticos el acceso a la
justicia en caso de litigio electoral. Los próximas reformas, en 1994 y en 1996, darán al IFE
una real autonomía: los nueve miembros del consejo general –incluido su presidente–
serán a partir de entonces designados por el Congreso, sin la intervención del presidente
de la república, mientras que los representantes de los partidos políticos pierden el
derecho a voto en el seno del consejo.17 El Trife se vuelve Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación (TEPJF), cuyos magistrados son designados por el Senado, ya no a
propuesta del presidente de la República, sino de la Suprema Corte de Justicia. Su
jurisdicción se extiende a las elecciones municipales y estatales (en segunda instancia) y
no ya únicamente a las elecciones federales. Por fin se crean nuevas vías de acceso a la
justicia electoral para los individuos y para los partidos políticos. Otras modificaciones
importantes relativas al financiamiento de los partidos políticos, a su acceso a los medios
de comunicación y al modo de escrutinio van a contribuir a crear las condiciones
institucionales de una verdadera competencia electoral en un país en que las elecciones
no habían sido más que meros rituales de legitimación plebiscitaria. 18
16 Esta segunda oleada de reformas responde a la misma lógica que la de 1977, pero el
gobierno no es el único que determina su contenido ni su alcance. Los partidos de
oposición, entre ellos el recién fundado PRD, ganaron vigor en las elecciones
presidenciales de 1988. Poseen una capacidad de negociación sin procedente. Otros
factores, como la consolidación de medios de comunicación independientes (la prensa
escrita en particular), contribuirán a cambiar las relaciones de fuerza y las condiciones en
que el gobierno debe negociar las reformas. Éstas aparecen cada vez menos como
concesiones benévolas del poder a una oposición sin capacidad real de iniciativa. Son el
fruto de negociaciones que el gobierno no puede ya controlar ni dirigir tan fácilmente. 19
17 La historia política del México contemporáneo está determinada por grandes fechas que
simbolizan crisis profundas del régimen priísta: 1968 es una; 1988 otra: para muchos
marca el primer fracaso electoral del PRI. Los resultados de estas elecciones fueron sin
duda los más controvertidos de la historia entera del régimen. Supuestamente, los
primeros resultados fueron favorables al candidato del FDN, Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo
del general Lázaro Cárdenas. Ésta sería la explicación misteriosa, pero muy oportuna, de
la caída del sistema de cómputo de los votos que permitió a la Secretaría de Gobernación
modificar las tendencias a favor de Carlos Salinas de Gortari, el candidato “oficial”. 20
Invertirá éste toda su energía, al igual que Luis Echeverría y José López Portillo, en
compensar la falta de legitimidad de su gobierno y del régimen en su totalidad. Así, la
reforma electoral formará parte de la “batería” de reformas que emprenderá desde el
primer mes de su mandato, aun cuando en apariencia no sea fundamental. En 1991, al
igual que en 1977, hay que redorar el escudo de un régimen cuya legitimidad había pasado
siempre por las elecciones.
18 La crisis de 1988 hace eco de otra fecha clave, la del terremoto ocurrido en la ciudad de
México en 1985, que puso al descubierto la amplitud de la corrupción y la ruina del
régimen tanto como la de los edificios que se desplomaron aquel día. Frente a los
bloqueos en el interior del PRI, Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, fundadores
de la Corriente Democrática,21 deciden dejar el partido y constituyen una coalición con
los partidos de izquierda. Cárdenas obtendrá un triunfo sin precedentes aun en las
regiones tradicionalmente más priístas del país, como Oaxaca, donde la memoria del
general Lázaro Cárdenas actuó en su favor.22
19 La crisis de legitimidad nunca fue tan palpable como en 1988. Salinas de Gortari tiene la
difícil tarea de recuperar la credibilidad del gobierno. Algunos autores consideran, sin
embargo, que Salinas insistió en la reforma económica más que en la apertura política. 23
Su sexenio estuvo efectivamente marcado por el saneamiento de las finanzas públicas, la
privatización de una cantidad considerable de empresas públicas y la firma del Acuerdo
de Libre Comercio con los Estados Unidos. Con la expresión de “salinastroika” solían
describir los analistas esta liberalización económica a marchas forzadas. Salinas, que se
comparaba con Gorbachov, insistía en el hecho de que era necesario reformar la
economía antes de intentar una apertura política, contrariamente a lo que había hecho el
presidente ruso. Según él, esta última corría el riesgo de trabar la primera. Sin embargo,
debía hacer que se olvidara la “caída del sistema” de 1988. Ansioso de que el PRI se
repusiera en las elecciones de 1991, lanza la primera reforma que coronó con la creación
del IFE. Cambio de fachada para muchos, de todos modos marca el primer paso hacia la
creación de instituciones electorales autónomas. Este “retoque” institucional,
encaminado a dar una imagen democrática de México en el escenario internacional, va
acompañado de otras medidas, como la creación de la Comisión Nacional de Derechos
Humanos, o la reforma constitucional que reconocía la composición “pluricultural” de la
nación mexicana.
20 El sexenio de Salinas refleja una vez más la estrategia fundamental del régimen priísta:
“cambiarlo todo para que todo siga igual”, transformar las instituciones para que la
“familia revolucionaria”, congregada en el PRI, se mantenga en el centro del poder. Pero
estas medidas no dejarán de tener repercusiones, e ilustran perfectamente, también, otra
lógica que corre pareja con la primera: las reformas siempre tienen electos que se salen
de las expectativas y del control de aquellos que tuvieron la iniciativa de lanzarlas.
Acaban siempre por traer cambios reales en la configuración del poder, redistribuyendo
los recursos y las oportunidades y creando otras nuevas. Lo que al principio puede
parecer simples reformas de legitimación, en realidad acaba por provocar cambios
profundos en la trama política.
22 En el estado de Oaxaca, los años setenta están marcados por una gran turbulencia política
que remata en la renuncia del gobernador Manuel Zárate Aquino, el 3 de marzo de 1977.
Son los años del movimiento universitario, cuyos orígenes se remontan a las
movilizaciones de agosto de 1968 que los estudiantes organizan para manifestar
solidaridad con sus homólogos de la capital que sufren la represión militar. 24 El
movimiento del 68 en el país no se dio solamente en la capital, aunque sea allí donde
mejor se conoció y donde fue más generalizado. En muchas universidades de provincia
hubo movimientos similares. En la ciudad de Oaxaca, el movimiento universitario se
extiende en los años setenta. Después de la primera experiencia de 1968 aparecerán
nuevas organizaciones, como el Bufete Popular Universitario,25 el Grupo Cultural
Netzahualcóyotl, el Grupo Nicolás Guillen, el PCM y el PRT. Al inicio los estudiantes exigían
poder participar, a la par de los profesores, en las elecciones de las autoridades
universitarias (rector, directores de facultades, etcétera). Reclaman una
25 El Congreso local designa gobernador interino al general Eliseo Jiménez Ruiz. 30 La crisis
no se acaba aquí: las confrontaciones entre las diferentes corrientes de la izquierda
universitaria se acentúan. Los grupos allegados al nuevo rector emprenden una verdadera
“purga” contra los otros grupos de izquierda, ahora acusados de “reaccionarios”.
Despiden a varios profesores y funcionarios universitarios y emplean la violencia contra
los estudiantes partidarios del PCM, del Bufete, del PRT y del Grupo Nicolás Guillén. Los
“reformadores”, sin embargo, logran destituir al rector en noviembre de 1977. Entonces
la violencia continúa fuera de la universidad: la organización Unión del Pueblo, partidaria
de Felipe Martínez Soriano, organiza dos atentados con bomba en la ciudad de Oaxaca y
asesina a cuatro universitarios pertenecientes al PCM en diciembre de 1977 y febrero de
1978.31 Felipe Martínez Soriano y sus secuaces son reprimidos y encarcelados. Hasta
febrero de 1978 numerosos grupos externos a la universidad siguen apoyándolo, entre
ellos el Frente Campesino Independiente, la COCEI, los estudiantes de las Escuelas
Normales de Oaxaca, Tamazulapan y Tuxtepec, los mineros de Chaneque Verde, la Unión
de Obreros y Estudiantes de la Mixteca y los campesinos de San Andrés Zautla y
Tlacochahuaya. El estado entero está en efervescencia. El gobernador Manuel Zárate
Aquino describe la universidad como un “nido de agentes subversivos” financiados por el
PC. Los partidarios de Horacio Tenorio Sandoval en el interior de la universidad acusan al
presidente Luis Echeverría Álvarez de proteger a los comunistas.32 La crisis universitaria
se convierte en una de las crisis políticas más graves de la historia contemporánea de
Oaxaca.
33 Aun cuando el juego de poder parezca insignificante, dado el reducido margen de decisión
de los municipios, éstos son un eslabón definitivo de la reproducción del sistema de
dominación priísta. El presidente municipal es responsable del comportamiento político
de la población de su municipio. Está encargado de canalizar, incluso de contener, las
demandas de sus conciudadanos. Según el autor, esto explica los esfuerzos desmesurados
de los poderes centrales por impedir que la oposición gane las elecciones municipales.
Para garantizar la estabilidad política y la promoción de las políticas del gobierno central
es indispensable que los gobiernos locales estén en manos de alcaldes “leales”, es decir,
priístas.
34 En Oaxaca, durante los años ochenta, en que la oposición aumenta en el plano local, los
comicios municipales son cada vez más conflictivos: el gobierno trata a toda costa de
garantizar la victoria de los candidatos “oficiales”, incluso recurriendo al fraude.
Mientras que los grupos de oposición tienen una verdadera capacidad de movilización, el
hasta ese momento no han tenido participación política directa. Estas rivalidades dentro
del partido se pudieron resolver a lo largo de los años sesenta y setenta gracias a una
hábil política de compensación, que consistía en obtener de uno de los pretendientes que
renunciara a la candidatura a cambio de otro beneficio (un puesto en la administración
central, recursos para mantener a su propia clientela política o simplemente la promesa
de ser el próximo candidato).
43 Durante los años faustos del crecimiento económico y del boom petrolero de los años
sesenta y setenta la maquinaria estaba bien aceitada: había cabida para todo el mundo y
medios suficientes para recompensar la disciplina de los dirigentes. Además, la falta de
alternativas institucionales no dejaba otra opción que la resignación. A partir de los años
ochenta la crisis económica hará más difícil esta política de compensación y de
cooptación.55 Las rivalidades en el PRI se transformarán en disidencias, que buscarán
otros canales de expresión. La reforma electoral permitirá a estos candidatos frustrados y
a los sectores marginados del PRI recurrir a los partidos de oposición para registrar sus
planillas. Si anteriormente esto trajo beneficios a los partidos existentes, el fenómeno
tiende a alcanzar una amplitud diferente en los años ochenta: la oposición se nutre desde
entonces de la alianza entre los disidentes del PRI y los sectores que se movilizan por fuera
del partido “oficial”, como el de los estudiantes o de las jóvenes generaciones de
profesionistas. Los disidentes están más preparados para atreverse a la indisciplina, ya
que pueden contar con estos grupos organizados y con las nuevas garantías
institucionales en materia electoral.
44 Se trata de una transformación de gran envergadura: la reforma electoral permitió que
los movimientos de oposición locales (que surgieron dentro y fuera del PRI) desplazaran el
centro de agregación y conciliación de intereses fuera del marco institucional del partido
hegemónico.56 Ya no será exclusivamente en el interior del PRI donde se ejerza la
competencia y la negociación política, sino en la arena, más abierta, del sistema de
partidos. En otras palabras, a partir de los años ochenta los diferentes actores políticos se
dan cuenta de que hay “una vida después del PRI”. Este cambio va acompañado
evidentemente de un número creciente de conflictos pre y poselectorales. Lo que antes se
resolvía “en familia” y evitando las grandes fracturas rebasa los límites de la conciliación
“amigable” y se transforma en “litigio” electoral. En un número cada vez mayor de
municipios de Oaxaca, a partir de 1980 las elecciones locales dejan de ser simples rituales
que sirven para ratificar decisiones tomadas en otra instancia. Un vistazo a las elecciones
municipales de Oaxaca en 1980, 1986, 1989 y 1992 nos permitirá ver con claridad este
aumento del nivel de competencia y de conflicto en una franja cada vez mayor de
municipios.
45 A medida que la competencia por el control del poder municipal se exacerba, los
conflictos pre y poselectorales se multiplican. La antigua paz priísta queda relegada por la
multiplicación de candidaturas disidentes y la consolidación –tímida pero constante– de
la oposición. Las elecciones municipales de 1986 a 1992 reflejan el crescendo de los
conflictos electorales y la dificultad cada vez mayor que el gobierno tiene para
resolverlas.
46 Uno de los indicadores más significativos de la evolución del nivel de competencia en las
elecciones municipales es la cantidad de planillas registradas en cada uno de los 570
registradas por ningún partido pero que hacen campaña y obtienen votos el día de la
elección en el espacio reservado en las boletas a los candidatos no inscritos; fenómeno
interesante que se podría considerar el antecedente directo de las “planillas
comunitarias” del régimen de usos y costumbres aplicado a partir de 1995. Las planillas
independientes están conformadas por personas que pertenecen al PRI y que buscaban el
registro de su partido pero la selección interna no las favoreció. Impugnan esta decisión
pero no su pertenencia al partido, y conservan su planilla para el día de las elecciones
esperando triunfar sobre la candidatura “oficial” y ser reconocidas por el gobierno. Las
personas que optaron por este género de “disidencia” son conscientes de que es más
arriesgado que los acredite un partido de oposición. Saben que todo municipio ganado
por la oposición será bloqueado económicamente. La “neutralidad” de la candidatura
“independiente” es vista como una forma de evitar la confrontación directa con el partido
y por ende con el gobierno. Los disidentes continúan presentándose como priístas, por lo
tanto son “recuperables” para el partido en caso de que ganen.59
50 En 1977 y 1980 se cuenta una decena de planillas independientes. En 1986 el fenómeno se
produce de nuevo, pero esta vez en relación con la confrontación entre el gobernador de
turno Jesús Martínez Álvarez,60 y su sucesor, Heladio Ramírez López, que promueven un
candidato diferente cada uno. En diversos municipios el gobernador saliente apoya
planillas “independientes” constituidas por las personas que habían sido desplazadas por
los candidatos de Heladio Ramírez.61 Pero parece ser también que el número de
candidatos sin acreditación partidista se extiende a otros municipios, en los que las
organizaciones corporativas del PRI no están presentes. Son las primeras reivindicaciones
del respeto de los procedimientos comunitarios. Así, varias comunidades de la sierra
Juárez, en la región mixe y en la Mixteca, exigen que las autoridades sean acreditadas
directamente por el gobierno sin que tengan que afiliarse a un partido político. Esto se
repite en 1989, y más tarde con mayor amplitud en 1992. Durante estas últimas elecciones
hay una veintena de planillas que corresponden a disidentes del PRI, a grupos
independientes como la COCEI –en ciertos municipios del Istmo–, o bien a comunidades
que se rehusan a tener que elegir entre el PRI o un partido de oposición para registrar a
sus autoridades.62
51 El gobierno acepta esta opción de manera tácita, quizá para evitar grandes
confrontaciones. Indudablemente, es también una forma de frenar el progreso de la
oposición. A fin de cuentas, estas candidaturas “independientes” pueden siempre volver
“al redil” en caso de alejarse. Más vale un independiente al que se puede seguir
considerando “uno de los nuestros”, con quien la negociación es más fácil, que un
opositor declarado que hace retroceder el lugar del partido en las estadísticas electorales
y puede apoyarse en relevos opcionales (organizaciones regionales independientes,
partidos políticos de oposición) para ejercer presión en el gobierno y construir un
verdadero contrapoder.
52 No por ello deja de avanzar la oposición en Oaxaca. Las cifras hablan por sí solas: en 1977
la oposición gana en 9 municipios; en 1980 gana 17, casi el doble; en 1983 se debilita
ligeramente ya que sólo gana en 11. Ese año el PRI y el gobierno se resarcen, tras caer en la
cuenta de los efectos desfavorables de la reforma de 1977 para la oposición; el PRI,
recurriendo a la reforma municipal, retoma el control de los municipios por todos los
medios, la fuerza incluida, como ocurre en Juchitán. En 1986 la oposición casi recupera su
presencia anterior, ganando en 15 municipios. Pero es en 1989 cuando su empuje es más
espectacular: gana en 34 municipios. El efecto del “neocardenismo” golpea con toda su
56 A partir de los años setenta, las elecciones municipales son cada vez más difíciles. Hay
conflictos en las diferentes fases del proceso electoral: en el momento de la selección de
las candidaturas; durante las campañas electorales; el día de las elecciones; en el
momento en que se emiten los resultados oficiales y durante la transmisión de poder.
Estos conflictos existieron siempre, pero en un número menor de municipios. Un hecho
que cambia a partir de los años setenta es que el número de municipios “con problemas”
aumenta. El nivel de conflicto evidentemente tiene que ver con el grado de competencia
entre los diferentes candidatos y los grupos que representan. En la mayoría de los casos
los conflictos implican un cierto nivel de violencia, que puede variar de la simple
escaramuza al homicidio.
oposición. Los grupos más radicales decidieron ocupar las alcaldías de sus municipios
para obtener la anulación de las primarias, tal como ocurrió en San Pedro Tututepec y en
Teotitlán de Flores Magón.75 Casi todas estas divisiones continuaron hasta el día de las
elecciones, a pesar de los intentos del PRI de resolverlas invitando a los disidentes a
participar en las planillas oficiales, o bien proponiéndoles cargos en el partido o en la
administración.
66 Los conflictos aumentaron a medida que se aproximaban los comicios. La lista nominal de
electores y la repartición de credenciales para votar estaban entre las principales causas
del descontento. Efectivamente, la ley precisaba que solamente las personas mayores de
18 años que figuraran en la lista nominal y tuvieran la credencial de elector podrían
votar. En 1986, la lista elaborada por el Registro Nacional de Electores se distribuyó entre
los partidos de oposición solamente un día o dos antes de las elecciones. En muchos
municipios las listas nominales estaban incompletas. La oposición se movilizó para
denunciar estos “faltantes” y la mala distribución de las credenciales. En algunos
municipios, la tensión era tal que los comicios no pudieron celebrarse (Chahuites y San
Pedro Comitancillo, sobre todo) o fueron interrumpidos violentamente (San Francisco
Telixtlahuaca y Santiago Laollaga, entre otros). Ya el día de la elección la oposición
denunció las irregularidades: voto de priístas menores de edad; distribución de
credenciales de elector adicionales entre las mismas personas; urnas embarazadas a favor
del PRI; listas nominales rasuradas en detrimento de opositores; intento de robo de las
urnas en las casillas donde el PRI parecía perder, etcétera.76
67 Los diferentes partidos de oposición establecieron la lista de municipios donde exigían la
anulación de las elecciones. Al día siguiente las manifestaciones, la ocupación de edificios
públicos y el bloqueo de carreteras se multiplicaron como nunca antes. Unos días después
los partidos de oposición crearon un Frente Cívico para la Defensa del Voto Ciudadano,
que organizó manifestaciones y huelgas de hambre en la capital. Como prácticamente era
imposible aportar pruebas del fraude electoral, la oposición se esforzó por hacer presión
por la vía de la movilización más que por la legal. Así, el número de alcaldías ocupadas
aumentó considerablemente77 Por su parte, los priístas adoptaron una actitud
relativamente pasiva, esperando que su partido defendiera sus victorias ante la Comisión
Electoral. La violencia se produjo sobre todo en los municipios donde se enfrentaron a
priístas disidentes.78
68 El 15 de septiembre, el día de la transferencia del poder, había 36 alcaldías ocupadas por
grupos inconformes con el resultado de las elecciones. En ciertos municipios, como
Pochutla y San Pedro Comitancillo, hubo enfrentamientos violentos entre priístas y
miembros de la oposición. En más de 50 municipios los conflictos prosiguieron hasta
después del 15 de septiembre. Después de esta fecha, sin embargo, el equilibrio de fuerzas
se inclinó en favor del gobernador electo, ya que el nuevo Congreso local, que acababa de
entrar en funciones, estaba conformado por partidarios suyos. Por otra parte, el trabajo
de la Comisión Electoral llegó a su fin el 15 de septiembre, cediendo el lugar al Congreso y
al gobierno la tarea de resolver los conflictos. Se crearon comisiones especiales para
resolver los casos más graves con la participación de un representante del gobierno, de la
legislatura local y del PRI. Pese a todo, la mayoría de los conflictos no se pudieron
resolver. Los grupos de oposición continuaron con sus movilizaciones e incluso
comenzaron a echar a andar las alcaldías que estaban ocupando. En San Francisco
Telixtlahuaca, Asunción Ixtaltepec, San Juan Mazatlán, San Juan Guichicovi y Tlacolula de
Matamoros, especialmente, el candidato de la oposición abrió las oficinas de la alcaldía y
primer paso hacia una inserción de las formas tradicionales de elección de las autoridades
municipales en la reglamentación electoral. Los procedimientos consuetudinarios que el
PRI había incluido ya en sus estatutos, adquieren fuerza de ley a partir de ese momento.
Sin embargo, se trata de una reforma meramente declarativa, que no especifica qué
significa concretamente el “respeto” de las “tradiciones y prácticas democráticas de las
comunidades indígenas”.94 La ley electoral, que supuestamente debe reglamentar el
Artículo 25 de la Constitución, en realidad se contenta con citarlo.
78 Otras dos modificaciones a la ley electoral tuvieron sin duda más repercusiones: primero,
las fechas de elección de gobernador y diputados y la de los municipios fueron
nuevamente separadas; las primeras tendrían lugar en agosto y las segundas en
noviembre. La entrada en funciones de los nuevos ayuntamientos sería el 1 de enero de
1993. Además, el Congreso local, erigido en “colegio electoral”, y no ya la Comisión
Electoral, tendría la responsabilidad de calificar las elecciones.
79 Una vez más los primeros conflictos se presentaron en la selección de los candidatos del
PRI. En más de una decena de municipios la selección del candidato fue impugnada por los
demás precandidatos. Es el caso de Tequisistlán, San Francisco del Mar, Ixtepec, Ejutla de
Crespo, Tlaxiaco, Tlacolula, Huautla, Ojitlán, Acatlán, entre otros.95 Las manifestaciones
se multiplicaron. Algunos casos se resolvieron por medio de plebiscitos, pero casi en
todos lados el gobierno aceptó que se formasen planillas independientes (alrededor de
una veintena). El PRI no fue el único en tener dificultades para designar a sus candidatos.
Entre los simpatizantes del PRD surgieron conflicros en varios municipios, como Jalapa del
Marqués y Juchitán. En Jalapa se presentó una planilla de disidentes además de la “oficial”
del PRD. En Juchitán, disidentes de la COCEI registraron su planilla con el PFCRN.96
80 La violencia obligó a interrumpir las elecciones en varios municipios, entre ellos Huautla,
Zanatepec, Jalapa de Díaz, Jalapa del Marqués, Chichicapan, Santiago Apóstol, Santiago
Huajolotitlán. En algunos de estos lugares quemaron las urnas o hubo tiroteos entre
grupos adversos. Después de las elecciones, hubo enfrentamientos violentos en varios
municipios, donde los resultados fueron impugnados por uno de los partidos. En Jicayán,
97 por ejemplo, una dirigente fue asesinada. En total, 30 alcaldías fueron ocupadas, y el
Congreso anuló las elecciones en 15 municipios. Del conjunto del proceso electoral, 35
municipios exhibieron algún conflicto.98
81 Como en 1986, el gobierno se esforzó por negociar la integración de consejos municipales
bi o tripartitas. De las 15 elecciones extraordinarias previstas solamente cinco tuvieron
lugar. En los demás casos se constituyeron consejos municipales. De cinco elecciones
extraordinarias una sola fue ganada por la oposición (San Jacinto Amilpas), el resto las
ganó el PRI.99 Al igual que en 1986, el PRI parecía estar dispuesto a someterse a elecciones
solamente cuando estuviera seguro de ganar. En caso contrario, prefería los arreglos “en
corto”.
82 En cuanto a las planillas independientes, una decena ganó las elecciones contra el PRI. En
Juchitán, en cambio, la COCEI se impone desde entonces como la fuerza política hegemónica
. Quedaron atrás los años de represión y de exilio de las primeras aventuras electorales de
la alianza COCEI-PCM.
83 En 1992, de todos modos, el nivel de conflicto fue menor que en 1986. Esto se explica en
parte porque el candidato del PRI al gobierno de Oaxaca, Diódoro Carrasco Altamirano,
formaba parte del equipo de Heladio Ramírez, que lo convirtió en su sucesor. 100 Esto
permitió evitar la fractura de 1986 y controlar mejor el “relevo” municipal. Pero estas
NOTAS
1. Barry Carr, La izquierda mexicana a través del siglo XX.
2. Víctor Raúl Martínez Vásquez, Movimiento popular y política en Oaxaca: 1968-1986.
3. Jaime Bailón Corres, “Elecciones locales en Oaxaca en 1980”, Nueva Antropología, vol. 7, núm. 25,
octubre de 1984, pp. 67-68. Para un estudio más general sobre la génesis y los efectos de la
reforma electoral de 1977, véase Kevin J. Middlebrook, “Political Liberalization in an
Authoritarian Regime: the Case of Mexico”, en Guillermo O’Donnell et al.. Transitions From
Authoritarian Rule, pp. 123-147.
4. Enrique Krauze, La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996), pp.
369-370.
5. Ibid., pp. 371.
6. Ibid., p. 376.
7. J. Bailón Corres, “Elecciones locales en Oaxaca en 1980”, p. 71.
8. Ibid., p. 70.
9. Ibid., p. 68.
10. J. Bailón Corres, “Elecciones locales en Oaxaca en 1980”, p. 71-73.
11. Ibid., p. 72.
12. Ibid., p. 73.
13. María Cristina Velasquez Cepeda, El nombramiento. Las elecciones por usos y costumbres en Oaxaca
, p. 74.
14. María Cristina Velásquez Cepeda, El nombramiento. Las elecciones por usos y costumbres en Oaxaca
, p. 170.
15. Fausto Díaz Montes, Los municipios. La disputa por el poder local en Oaxaca, Oaxaca, pp. 28-29.
16. Ibid., p. 145.
17. Además de representantes de los partidos políticos, el consejo general del IFE está formado
por consejeros que suelen provenir del mundo académico, sin vínculo formal con los partidos
políticos. Se les llama consejeros magistrados en la ley de 1996, consejeros ciudadanos en 1994 y
consejeros electorales en 1996. Son los únicos que poseen el derecho de votar en el seno del
consejo federal del IFE. Para más detalles, véase José Woldenberg, “La transición a la democracia”,
Nexos, núm. 261, septiembre de 1999, pp. 65-70.
18. Guy Hermet, Juan J. Linz y Alain Rouqié, et al. Des élections pas comme les autres.
19. Jean-François Prud’homme, “La negociación de las reglas del juego: tres reformas electorales
(1988-1994)”, Política y Gobierno, vol. 3, núm. 1, 1996, pp. 93-126.
20. E. Krauze, La presidencia imperial, pp. 415-416.
21. Grupo de políticos que se forma dentro del PRI en los años ochenta, que reivindica una
democratización del partido.
22. En especial en la Mixteca, donde la reforma agraria había sido particularmente efectiva.
23. E. Krauze, La presidencia imperial, p. 428.
24. V.R. Martínez Vásquez, El movimiento universitario en Oaxaca (1968-1988), p. 10.
25. Especie de bufete de abogados benévolo que da apoyo jurídico a los grupos de campesinos,
trabajadores, pequeños comerciantes o artesanos que se movilizan para mejorar sus condiciones
de vida.
4 El gobernador de Oaxaca elegido en 1986, Heladio Ramírez López, emprende una serie de
reformas legales. En particular, introduce modificaciones a la Constitución local, al código
penal, a la reglamentación agraria y a la electoral. Al Artículo 16 de la Constitución le dará
una orientación “multicultural”:
El estado de Oaxaca tiene una composición étnica plural sustentada en la presencia
de los pueblos indígenas que lo integran.
La ley establecerá las normas, medidas y procedimientos que protejan y preserven
el acervo cultural de las etnias y a promover el desarrollo de las formas específicas
de organización social de las comunidades indígenas.
La ley castigará el saqueo cultural en el estado.4
5 Más de treinta de artículos de la Constitución son modificados. Este vasto reordenamiento
legal cobra pleno sentido si lo ubicamos en la coyuntura política: Oaxaca acaba de pasar
por una etapa de gran inestabilidad política. El movimiento universitario que obliga al
gobernador a dimitir y después el de los maestros al inicio de los años ochenta son los
detonadores de un proceso de cambio político que repercute en la escena electoral. 5 En la
escala nacional, el régimen entra en una de sus más profundas crisis de legitimidad: la
recomposición de la oposición en torno a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas rompe
literalmente la hegemonía del partido “oficial” y se acusa a Carlos Salinas de Gortari de
haber ganado gracias al fraude electoral de mayores proporciones de la historia del país.
En el estado de Oaxaca la oposición avanza espectacularmente en las elecciones locales de
1989. El PRD se impone como segunda fuerza política regional y gana muchas posiciones
Yaqui. Los grandes terratenientes, cuyos intereses se verían afectados por este proyecto,
habrían presionado al presidente de la república.9
9 En la SEP ya se había enfrentado a la oposición del secretario de Educación, Federico Reyes
Heroles, sobre la cuestión de la educación bilingüe. Según Nahmad el gobierno federal
estaba en manos de una “aristocracia criolla” totalmente insensible a las aspiraciones de
las poblaciones indígenas.10 Acaban liberándolo y se va a los Estados Unidos a vivir unos
años; ahí trabaja en el medio académico. En 1987 regresa a Oaxaca, invitado por Heladio
Ramírez, que lo hace su consejero en asuntos indígenas. Funda la delegación local del
CIESAS11 y desempeña un papel fundamental en el conjunto de reformas relativas a los
derechos indígenas, tanto con Heladio Ramírez como con Diódoro Carrasco Altamirano,
su sucesor.
10 Pero el equipo echeverrista no se detiene ahí: Heladio Ramírez llama también a Gustavo
Esteva, que participa en los años setenta en la puesta en marcha de una política social y
agrícola de Luis Echeverría. Economista de formación, forma parte de los intelectuales
“radicales” que vieron en el echeverrismo la oportunidad de realizar sus proyectos de
cambio social y político. Lleva una carrera política propiamente dicha: es funcionario y
después asesor. Siempre a la sombra del poder pero jugando con la autonomía que le
confiere su papel de experto, colabora con muchas organizaciones sociales que se ocupan
del desarrollo rural. De esta manera establece, entre otras cosas, relaciones privilegiadas
con Floriberto Díaz, el fundador del Codremi. Será mediador entre el gobierno y estos
actores “no gubernamentales” con el objeto de asegurar la participación de éstos en la
elaboración de la legislación a favor de las comunidades indígenas.
11 Si se rodea de este personal altamente calificado es porque Heladio Ramírez quiere
colocar a su estado en la vanguardia de la innovación jurídica. Su ímpetu reformador le
valdrá, por cierto, el mote de “Juaritos Ramírez”, en alusión a Benito Juárez, autor de las
Leyes de Reforma. Indio y abogado como el héroe nacional, Heladio Ramírez quiso sin
duda “pasar a la historia” dando nuevas instituciones a Oaxaca. En todo caso, su mandato
fue uno de los más productivos en materia de legislación. Su ambición era sin duda ser
presidente de la república. Las reformas jurídicas e institucionales de “vanguardia” eran
un triunfo considerable para distinguirse en la carrera hacia la “silla presidencial”. 12
12 En lo tocante a los derechos de los indios cabe aquí vincular de nuevo la experiencia de
Oaxaca con lo que ocurre en los planos federal e internacional. En ocasión de su 76
conferencia internacional, celebrada en Ginebra en junio de 1989, la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) emite el Convenio 169 sobre los pueblos indígenas y
tribales en los países independientes, que reemplaza el Convenio 107 emitido en 1957 y
que contiene los conceptos más avanzados a la sazón en materia de derechos de los
pueblos originarios. Dicho convenio determina las obligaciones de los gobiernos con ellos:
especialmente, deberán respetar y proteger “la integridad de sus valores, prácticas e
instituciones”.13 Los pueblos indígenas tienen el derecho de conservar sus “costumbres e
instituciones propias, mientras no sean incompatibles con los derechos fundamentales
definidos por el sistema jurídico nacional ni con los derechos humanos reconocidos en el
plano internacional”.14
13 El convenio contiene varios apartados relativos a los derechos sobre las tierras (definidas
como territorios); los contratos y las condiciones de empleo; la formación profesional, las
artesanías y las industrias rurales; la seguridad social y la salud; la educación, los medios
de comunicación y las relaciones transfronterizas. Los gobiernos que ratifican el convenio
se comprometen a promover la participación de las poblaciones indígenas en la
unívocas: en este caso, no es una decisión unilateral del presidente de la república que
repercute en los estados. El gobierno de Oaxaca toma la iniciativa anticipando
sensiblemente el proyecto de reforma del Artículo 4 de la Constitución federal.
19 En 1991, Carlos Salinas de Gortari envía al Congreso la iniciativa de reforma del Artículo 4
constitucional. Tras prolongadas discusiones en la Cámara de Diputados la modificación
es aprobada. Curiosamente se parece al Artículo 16 de la Constitución de Oaxaca: “La
nación mexicana tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus
pueblos indígenas. La ley protegerá y promoverá el desarrollo de sus lenguas, usos,
costumbres, recursos y formas específicas de organización social, y garantizará a sus
integrantes el efectivo acceso a la jurisdicción del Estado”.19
20 Esta modificación constitucional se deriva directamente de la ratificación del Convenio
169. Se trata de un reconocimiento simbólico de la diversidad étnica del país. La mayor
parte de las organizaciones independientes que se movilizan en torno al quinto
centenario verán en ella un homenaje retórico sin aplicación concreta alguna. Ésta se deja
en manos de la ley, pero en el momento en que el artículo de la Constitución se modifica
no existe ningún reglamento vigente. Evidentemente, su aplicación no es fundamental
para el presidente. Otra reforma se realiza prácticamente al mismo tiempo: la del Artículo
27 de la Constitución, relativa a la tierra y que sirvió de base para la reforma agraria. La
modificación de este artículo aprueba el cese definitivo de la repartición de tierras y abre
la posibilidad a los campesinos que poseen tierras ejidales o comunales de obtener un
título de propiedad individual.
21 La reforma constitucional se acompaña inmediatamente de una modificación a la ley
agraria, que provoca descontento entre la mayoría de las organizaciones campesinas e
indígenas independientes, que ven en la nueva reglamentación un primer paso hacia la
privatización de la tierra. Está inscrita en el proyecto modernizador de Carlos Salinas de
Gortari, que aspira a recapitalizar la agricultura posibilitando la asociación de los
pequeños propietarios con empresas nacionales e internacionales. Toca uno de los pilares
de la Revolución mexicana, el de la repartición de tierras reivindicado por los campesinos
zapatistas. La demanda de tierra, sin embargo, no había terminado a fines de los años
noventa. Miles de campesinos viven aún con la esperanza de que se les asigne una parcela,
mientras que otros, más numerosos, siguen esperando la aplicación de una resolución
presidencial que confirme la propiedad de sus tierras. Sus esperanzas se ven rotas con la
reforma. Pero la inquietud se apodera de los dirigentes indígenas, que temen que los
nuevos procedimientos de “titularización” de tierras comunales afecten su status de
propiedad colectiva y amenacen por ende la reproducción social y cultural de las
comunidades.
22 Salinas sabía que estaba tocando uno de los tabúes más grandes del régimen: el de la
reforma agraria. Por ello no es insustancial que dos reformas, la del Artículo 27 y la del
Artículo 4, se hicieran al mismo tiempo. El reconocimiento retórico de los pueblos
indígenas es una forma de que “se traguen la pildora” de lo que muchos consideran una
“contrarreforma agraria”. El Estado se compromete a proteger a los indios en el mismo
momento en que afecta uno de los fundamentos de su identidad: el control territorial. Es
una mera medida compensatoria, que adquiere su plena dimensión cuando se considera la
Esta es una organización que lleva diez años preparándose sin hacer un asalto, ni un
robo, ni un secuestro [...] No hay en el movimiento del EZLN una ideología
perfectamente definida, en el sentido de comunista o marxista-leninista. Hay más
bien un punto común de enlace de los grandes problemas nacionales, que coinciden
siempre, para un sector u otro, en la falta de libertad y de democracia. 30
37 El grupo afirma haber decidido lanzar su ataque el 1 de enero porque es la fecha en que
entra en vigor el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá.
38 El ejército lanza una contraofensiva el 2 de enero. La guerrilla intenta retirarse en orden,
pero su precario armamento (el grueso de las tropas sólo posee rifles de caza o bien palos
con machetes a guisa de bayonetas) y su falta de experiencia complican las operaciones.
Hay sangrientos enfrentamientos, sobre todo en las cercanías del cuartel de la 31 zona
militar y, después, en Ocosingo. El número de víctimas es incierto. Los informes oficiales
hablan de un total de 193 muertos, pero es muy probable que tanto el ejército como la
guerrilla hayan querido minimizar la cifra.31 Los ataques y los bombardeos continuarán
hasta que el presidente declare un cese al fuego unilateral, el 12 de enero de 1994. El
grueso de las tropas zapatistas se repliega en la selva lacandona.
39 Los servicios de inteligencia que conocen el origen del grupo no atinan a identificar al
subcomandante Marcos hasta después de meses de investigar: se trata de Rafael Guillén,
antiguo profesor de comunicación de la Universidad Metropolitana de la ciudad de
México, que supuestamente desapareció en 1984. El EZLN es en realidad un brazo armado
de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), un grupo político clandestino de inspiración
marxista-leninista, fundado por universitarios en Monterrey, al norte del país, tras la
represión del movimiento estudiantil de 1968.
40 Reclutado en los años ochenta, Marcos decide ir a la clandestinidad en 1984 y se instala,
junto con una decena de “compañeros”, en la selva lacandona. Su objetivo es prepararse
para una “guerra popular prolongada”. Su discurso es parecido al de la mayoría de los
movimientos clandestinos de los años setenta y ochenta. Los estatutos de las FLN son
particularmente representativos de una ortodoxia marxista-leninista de moda a la sazón:
“Las FLN son una organización político-militar cuyo fin es la toma del poder por los
trabajadores del campo y la ciudad de la República Mexicana para instaurar una república
popular con un sistema socialista”.32
41 Poco antes del levantamiento, las FLN se transforman en Partido de las Fuerzas de
Liberación Nacional. Su declaración de principios, redactada en 1992, sigue siendo
ortodoxa: “Los objetivos del partido son organizar y dirigir la lucha revolucionaria del
pueblo trabajador para arrancar el poder a la burguesía, liberar a nuestra patria de la
dominación extranjera e instaurar la dictadura del proletariado”.33
42 Nada que ver con el discurso de Marcos y los comunicados que aparecen después del 1 de
enero de 1994. Él habla de “democracia, libertad y justicia” e insiste en el hecho de que los
Zapatistas no aspiran a tomar el poder, sino a obligar al sistema político a democratizarse.
Los blancos principales son al sistema de partido de Estado, al que hay que ponerle fin,
garantizando elecciones sin fraude, y el “neoliberalismo”, que conlleva la privatización de
las tierras y la marginación de los indios.
43 Los “citadinos” de las FLN no llegaron a terreno “virgen” en materia política. Las
comunidades de la selva pasaron por un largo proceso de organización y de movilización.
No son éstas comunidades tradicionales, articuladas en torno al sistema de cargos civiles
y religiosos, como los de los Altos, que corresponden más bien a la “comunidad
revolucionaria institucional” descrita por Jan Rus. Son el producto de un vasto
movimiento de migración que se inicia en los años cincuenta. Nacen de la ruptura con la
costumbre religiosa y la organización política tradicional. La falta de tierras y los
conflictos religiosos empujan a familias enteras a abandonar sus comunidades de origen.
En la tierra de nadie que representa la selva, la Iglesia reemplaza a un Estado
prácticamente ausente. Ésta contribuye a formar una nueva generación de líderes y a
constituir un tipo distinto de organización comunitaria, más abierta y menos
jerarquizada.34 El obispo Samuel Ruiz, que se adhirió a la “opción preferencial para los
pobres” desde el Concilio Vaticano II, en 1962, va a invitar a jóvenes universitarios y
militantes maoístas del norte del país y de la ciudad de México, para que “asesoren” a las
comunidades en sus procesos de organización y de desarrollo económico. El primer
contacto con las comunidades es con ocasión del congreso indígena de 1974. Jóvenes
agrónomos de la Universidad de Chapingo, miembros de la organización clandestina
Unión del Pueblo, contribuirán a la formación, en 1975, de la Unión de Ejidos Quiptic Ta
Lecubtesel (“unidos por nuestra fuerza”, en tzeltal). Esta organización, que aglutina 18
ejidos de la selva, centra sus actividades en la lucha por el reconocimiento de los derechos
de la tierra y la gestión de créditos para el mejoramiento de la producción y la
comercialización de la agricultura local (café y ganadería, principalmente). En 1976 el
obispo invita a miembros de la organización maoísta Política Popular ( PP) para que se
encargue de la formación política de los jóvenes dirigentes indígenas. En 1980
contribuyen a la constitución de la Unión de Uniones que federa las organizaciones de
colonos de la selva. Al mismo tiempo aparecen otras organizaciones, como la CIOAC,
allegada al PCM, o bien la OCEZ, que forman parte de la CNPA.35
44 Así, pues, cuando los miembros de las FLN se instalan en la región se topan con una “élite
indígena muy politizada”36 –según la expresión de Marcos– que les ayudará a entrar en
contacto con las comunidades. Pero la guerrilla se habría quedado totalmente aislada si
un cúmulo de comunidades no hubiera decidido aunarse a ella a fines de los años ochenta.
Sin duda la coyuntura económica y política tuvo mucho que ver. La caída de los precios
del café y de la carne fustiga a las comunidades, ya duramente afectadas por la explosión
demográfica. La Unión de Uniones –que se había convertido en la Asociación Rural de
Interés Colectivo (ARIC)– se vé sacudida por divisiones internas en el momento mismo en
que la represión del gobierno local y de los grandes propietarios (los “finqueros”) alcanza
un nivel nunca visto. El fraude en las elecciones de 1988, finalmente, parece dar al traste
con toda posibilidad de cambio por la vía institucional. La reforma del Artículo 27, en
1992, es sin duda la gota que derrama el vaso. Aquellos cuya situación económica había
mejorado sensiblemente ven que la puerta se cierra de nuevo y que están destinados a
perder lo poco que habían ganado. Pues no son los más pobres los que toman la iniciativa
de recurrir a la lucha armada, sino los que habían salido del atolladero gracias a la
movilización en el seno de la Unión de Uniones. El EZLN hereda, pues, un largo proceso de
formación de un actor político indígena.
45 El impacto del zapatismo es inconmensurable con la talla o el peso militar del EZLN. El
“éxito” de la nueva guerrilla entre la opinión pública se debe sobre todo al talento de
Marcos en el arte de la comunicación. Además del aspecto espectacular de la ofensiva
militar y el atavío de los rebeldes (visten pasamontañas y cartuchos terciados como los
Zapatistas “históricos”), la elocuencia de Marcos cuenta mucho en su alcance político. La
guerra de palabras y símbolos sustituye a la de las balas. En unos pocos días Marcos gana
terreno en los medios. Se vale de internet para difundir los comunicados del EZLN, que son
instantáneamente publicados por los diarios de la capital. Táctica sorprendente que hace
decir a los observadores que se trata de la primera guerrilla “posmoderna” de la historia
contemporánea.37
46 El humor cáustico de Marcos y su habilidad para manejar los estilos literarios más
variados, del melodrama a la sátira, despiertan el entusiasmo de miles de espectadores e
internautas en busca de emociones y de una causa política. Marcos sabe jugar, con
destreza, con la imagen del indio como último reducto de integridad en un mundo
víctima del envilecimiento “neoliberal” y “globalizante”. Toda una franja de la izquierda
huérfana del ideal comunista se siente revivir con este discurso contra el neoliberalismo
con acentos de indianidad. “Todos somos indios del mundo” –dirán los grupos
“internacionalistas” italianos que vienen a apoyar a los indios de Chiapas contra la
“dictadura neoliberal”, nacional y transnacional. En todo el país los sectores más dispares
se entusiasman: las clases medias urbanas a las que Salinas no pudo convencer de la
entrada de México al “primer mundo”, una sección de la izquierda cardenista, la mayoría
de las organizaciones indígenas y, sobre todo, los intelectuales y los universitarios.
47 El movimiento zapatista provoca pasión en unos y rechazo en otros. Intelectuales de
renombre, como Octavio Paz, critican la explotación política de la miseria y la
desesperanza de los indígenas. El mismo Carlos Monsiváis, portavoz de la izquierda
mexicana, que el primer ayuntamiento popular de la COCEI, en Juchitán, había
entusiasmado, hace un llamado a no idealizar a los “rebeldes”, cuyo discurso político le
parece un tanto rudimentario. Meses después cambiará de opinión.38 Más allá de esta
polémica entre los prozapatistas y los antizapatistas, lo interesante es ver en qué punto la
irrupción del EZLN provoca un verdadero estado de choque. Prácticamente todo el mundo,
tanto los detractores como los “fans”, concuerdan en afirmar que el 1 de enero marca una
ruptura en el orden político. Hay quienes lo interpretan negativamente, como un sabotaje
a los esfuerzos realizados por el gobierno para consolidar la economía mexicana; y
quienes lo ven, por el contrario, como revelador de un proceso de modernización
profundamente desigual. Es cierto que la rebelión del 1 de enero viene a estropear el
optimismo salinista, ya que la crisis política va de la mano de una degradación de los
equilibrios financieros que obliga al presidente Ernesto Zedillo a devaluar el peso a su
entrada al gobierno en diciembre de 1994. Como una ficha de dominó que se lleva a las
demás en su caída, la rebelión armada juega un papel de detonador: la ilusión salinista de
una modernidad acabada se desinfla como un globo y el descrédito del gobierno lo fuerza
a emprender una nueva reforma electoral. La crisis política da un giro dramático cuando
el candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, es asesinado el 23 de marzo de
1994. Su reemplazo, Ernesto Zedillo, gana las elecciones del 21 de agosto con un cómodo
margen, pero ello no frena la inestabilidad política. El asesinato del secretario general del
PRI, José Francisco Ruiz Massieu, el 28 de septiembre de 1994, parece confirmar las
hipótesis de ajustes de cuentas entre tracciones rivales en el interior del partido oficial. El
levantamiento zapatista parece haber precipitado la descomposición del régimen.
48 En el ámbito de los derechos indígenas, el “efecto Chiapas” es definitivamente crucial. Las
referencias a la indianidad ocupan un lugar central en el discurso del EZLN en el momento
en que entra en negociaciones con el gobierno. En febrero de 1994, en ocasión del primer
encuentro “cara a cara” con los representantes del gobierno, el grupo armado formula ya
algunas de las demandas relativas a los derechos de los pueblos indígenas. Pero es en
52 Del 3 al 6 de enero de 1996 tiene lugar en San Cristóbal de las Casas un foro especial justo
antes de la firma de los primeros Acuerdos de San Andrés sobre los “derechos y la cultura
indígenas”.42 Participan más de 170 organizaciones, con 500 representantes
pertenecientes a 32 pueblos indígenas. Esta primera reunión da nacimiento a un Foro
Nacional Indígena Permanente que se reúne en varias ocasiones en los campamentos del
EZLN en Chiapas, en el curso de 1996. El 12 de octubre de 1996 se inaugura un Congreso
Nacional Indígena en la ciudad de México. Concebido como un espacio de convergencia de
organizaciones y representantes indígenas de todo el país, opera como una especie de
federación muy flexible, con una dirección colegial renovada en cada encuentro nacional.
A partir de 1997 esta articulación de las organizaciones indígenas tiende a retroceder. La
falta de resultados en el nivel federal,43 las rivalidades entre dirigentes indígenas y los
desacuerdos en torno a cuestiones de fondo, como la participación en las elecciones
federales, contribuyen a fragmentar el movimiento.
53 Sin embargo, en 1994 la sinergia entre las organizaciones indígenas adquiere una
amplitud sin precedentes, organizaciones que se acercarán al EZLN y “alimentarán” la
agenda de sus negociaciones con el gobierno. En este sentido, la rebelión tiene un doble
efecto benéfico para el movimiento indígena: por una parte, favorece su articulación en el
plano regional y federal y, por otra, contribuye a inscribir sus reivindicaciones en el
centro de la agenda pública.
54 La definición de una nueva relación del Estado con los pueblos indígenas se convierte en
prioridad, cuando menos en el discurso del presidente de la república. A fines del mes de
enero de 1994 se crea una Comisión Nacional de Desarrollo Integral y Justicia Social para
los Pueblos Indígenas, una de cuyas funciones es organizar una consulta en todos los
estados de la federación para reglamentar el Artículo 4 de la Constitución. Al mismo
tiempo, el presidente pide a sus expertos que preparen un proyecto de Ley General de las
Comunidades Indígenas y otro sobre la pluralidad cultural y el patrimonio de los pueblos
indígenas. Al igual que en 1992, la iniciativa del gobierno provoca reacciones entre las
organizaciones regionales. En Oaxaca, sobre todo, las organizaciones más activas deciden
boicotear la consulta, que perciben como una simulación destinada a legitimar una ley ya
hecha y organizan encuentros independientes.44 En estas reuniones reiterarán la
demanda de reconocimiento oficial de las formas tradicionales de designación de las
autoridades municipales. Una de ellas tiene lugar en Lachirioag, en la Sierra Norte, el 21 y
22 de mayo de 1994. Los participantes insisten en que las comunidades indígenas no elijan
a sus autoridades a través de los partidos políticos y en que éstos deberían dejar de
“apropiárselas” como habían venido haciéndolo hasta ese día. Exigen también que las
comunidades puedan elegir diputados sin la mediación de los partidos políticos, aplicando
el mismo procedimiento que para la elección de los ayuntamientos. En una Declaración de
los pueblos zapoteca, mixe y chinanteco, emitida en una segunda reunión, en julio de
1994, estas mismas organizaciones confirman su exigencia: “Rechazamos enérgicamente
la imposición del partido de Estado, que arbitrariamente registra nuestras autoridades
municipales nombradas en asambleas comunitarias, violando así los derechos históricos y
políticos de los pueblos indígenas”.45
55 Es una vieja demanda pero el tono ha cambiado. Es uno de los frutos del zapatismo: a
partir de este momento la afirmación del derecho a la autodeterminación irá acompañada
de una crítica al gobierno y al Estado-partido. Actitud nueva para unas organizaciones
que hasta entonces habían evitado inscribirse en la oposición. La defensa de la
autodeterminación no iba necesariamente de la mano de una crítica abierta al gobierno y
bien, si las asambleas de pueblo lo “desean”, ser registradas por uno de los partidos
existentes. Para el PRD y las organizaciones indígenas esta segunda opción equivale a
negar lo que supuestamente el nuevo reglamento debería garantizar: la no injerencia de
los partidos políticos en los municipios que han preservado sus costumbres. Esta reforma
refleja perfectamente las convulsiones de un sistema político regional cuyo cambio
intentan controlar los principales actores. La legislación de las costumbres en 1995 no es
el acto de un solo actor político (el gobierno, el PRI, los partidos de oposición o las
organizaciones independientes), y representa el punto de convergencia de una multitud
de actores en busca de un equilibrio político que mejor convenga a sus intereses.
57 El reconocimiento de las costumbres electorales no puede separarse de una serie de
reformas impulsadas por el gobernador Diódoro Carrasco. Temiendo un contagio del
conflicto chiapaneco, el gobernador de Oaxaca reorienta la política indigenista que se
ejercía hasta entonces. El reconocimiento y la autonomía están a la orden del día; Diódoro
Carrasco, por consejo de los “especialistas” de los que se había rodeado, retoma las
principales reivindicaciones indígenas para integrarlas en la ley y darles prioridad en su
agenda de trabajo.
59 La idea central del nuevo acuerdo para los pueblos indígenas es compartir las decisiones
con las comunidades, hacer lo que sea necesario para que los indígenas participen en la
elaboración de los programas y las políticas que les conciernen. Insiste en la
desconcentración, la “desburocratización” de las decisiones y de las intervenciones del
Estado. “Decidir juntos”, según las modalidades y las prioridades definidas por los
“pueblos indígenas”, tal es la nueva “consigna” del gobernador. No se trara solamente de
dejar que las comunidades escojan ofreciéndoles más opciones, sino de abrir los espacios
para que participen directamente en la definición de estas alternativas. Para ello el Estado
se compromete a dar apoyo político en las decisiones “autónomas” de las autoridades
comunitarias y municipales.49
60 Para establecer esta relación exitosamente, el gobernador propone constituir una nueva
estructura de representación de las comunidades indígenas. Aquí también insiste en la
necesidad de no armar nuevas instituciones partiendo de cero sino utilizar las que
existen: las comunidades y sus autoridades municipales y tradicionales deberán decidir la
forma que asumirá su representación local y regional. El gobernador hace hincapié en
este punto: no se trata de imponer una forma de representación sino de reconocer las que
las comunidades escojan. Sin embargo, recomienda que las instituciones locales se
reagrupen en el seno de un mismo organismo: los “consejos indígenas”. Éstos se
constituyen en el plano municipal y regional y se espera que reúnan, en un nuevo
organigrama, a las autoridades municipales, agrarias y tradicionales (consejos de
ancianos). Los asesores del gobernador capacitan a “animadores culturales” salidos de las
comunidades para que “expliquen” a las autoridades indígenas el sentido y los objetivos
del “nuevo acuerdo” y para que contribuyan a instalar la nueva estructura de
representación. Se crean así consejos indígenas en cada municipio y en cada región. 50 Las
modalidades varían de región en región, pero en la mayoría de los casos son las
autoridades municipales las que ocupan las funciones de estos nuevos consejos.
61 La iniciativa del gobernador es una respuesta directa a la rebelión zapatista de Chiapas:
los términos justicia y dignidad figuran en primer plano como un eco de los comunicados
del grupo armado. La promesa de satisfacer lo más pronto posible las necesidades de las
comunidades es también una alusión directa a las demandas formuladas por los indios en
Chiapas. La afirmación de la voluntad de incluir a los indígenas en las decisiones que les
competen y de elaborar con ellos los programas de desarrollo, refleja la inquietud de un
gobierno que quiere evitar un conflicto similar al del estado vecino. La población indígena
es mayoritaria en Oaxaca, al contrario de Chiapas. Es también uno de los estados más
pobres. Cuando la guerrilla surge en Chiapas, la reacción del gobierno es movilizar a sus
asesores para evitar un “contagio” del conflicto. “¿Qué debo hacer para que no ocurra lo
mismo entre nosotros?” –habría preguntado a sus especialistas en política indigenista. 51
El “nuevo acuerdo”, anunciado en marzo de 1994, es una medida destinada a anticipar y
desactivar un eventual conflicto social. La rebelión en Chiapas tuvo los efectos de un
timbre de alarma. Al retomar las principales demandas del EZLN y al formular una política
de atención especial a las comunidades, Diódoro Carrasco pretende quitar el piso a las
organizaciones que tuvieran la tentación de imitar a los zapatistas.
62 La política indigenista del gobernador de Oaxaca recuerda curiosamente a la de los años
setenta. Una vez más, la inspiración de Salomón Nahmad es determinante. La figura de los
“consejos indígenas” remite a la de los “consejos supremos” de Echeverría, aunque esta
vez con una forma menos corporativista y más autogestionaria. La “participación” de
Nahmad es secundada por la perspectiva de la “autogestión” de Gustavo Esteva, que
66 Para comprender la reforma de 1995 sobre los usos y costumbres nos parece necesario
introducir otros factores que se suman a la coyuntura de la rebelión zapatista. La
legalización de las costumbres responde igualmente a determinaciones de orden
electoral. Como ya dijimos, desde fines de los años setenta la hegemonía del PRI en las
zonas rurales tiende a declinar y, en todo caso, el nivel de competencia electoral aumenta
de forma continua. El PRI es cada vez menos “el único amo de la casa”, y la simbiosis entre
el partido de Estado y las comunidades se vé cada vez más amenazada por la oposición.
Esta tendencia se acentúa a fines de los años ochenta y durante los noventa. Ya lo
examinamos desde la perspectiva de las elecciones municipales, pero este hecho se refleja
también en las elecciones federales: sobre todo en 1994, aun si el PRI guarda la mayoría en
el Congreso federal y Ernesto Zedillo gana con un cómodo margen, la oposición sigue
consolidándose. Indirectamente, el levantamiento zapatista tiene mucho que ver, puesto
que en Chiapas el PRI, que obtiene de todos modos cerca del 90% de los sufragios, se sitúa
ahora en alrededor del 70 por ciento.
67 En Oaxaca la tendencia es similar: el PRD consolida su presencia y el capital electoral del
PRI se reduce sensiblemente. Es entonces indispensable ubicar la reforma de 1995 en este
contexto. La decisión del gobierno de avanzar en la reglamentación de las costumbres no
es ajena a esta modificación del equilibrio de las fuerzas políticas sobre el terreno.
Diódoro Carrasco, al igual que Heladio Ramírez, está consciente de la amenaza que
representa el avance de la oposición en las regiones donde el orden político y la “paz
social” habían estado garantizados hasta ese día por el pacto clientelista encarnado en la
costumbre. Aquí tampoco se puede separar la coyuntura de las tendencias de fondo: en
1995, es muy probable que el gobernador y su partido hayan anticipado un avance de la
oposición y hayan visto en la reglamentación de las costumbres electorales una manera
de amortiguar una eventual derrota electoral.56 Para el partido hegemónico la reforma es
un medio de preservar una costumbre que garantiza su hegemonía en más de 400
municipios.
68 Sin embargo, no es conveniente caer en una perspectiva demasiado “maquiavélica” que
quiera ver en la reforma el resultado de una estrategia cuidadosamente premeditada por
el gobierno. Como toda reforma, la de 1995 es el fruto de una negociación y no se debe a la
voluntad de un actor único. Que el PRI haya sacado provecho de ella, no quiere decir que
sea el único responsable. Ni el partido oficial ni el gobierno son actores perfectamente
racionales y homogéneos. En su interior existen individuos y grupos cuyos intereses y
estrategias son a menudo divergentes. Lo mismo puede decirse de los partidos de
oposición y las organizaciones independientes.
69 Aun cuando el gobierno y su partido dominen el juego político, la reglamentación de los
usos y costumbres es el resultado de una convergencia de intereses y no de una decisión
unilateral. La reforma electoral es objeto de prolongadas negociaciones a partir del 7 de
febrero de 1995, fecha de la instalación oficial de la mesa de Santo Domingo en Oaxaca. 57
Los representantes de los principales partidos se reúnen quince veces entre el 21 de
febrero y el 10 de abril. Paralelamente, el Congreso local organiza una veintena de foros
regionales para permitir a la “ciudadanía en general” que haga sus propuestas. En estas
reuniones regionales aparece el tema de los usos y costumbres con renovado vigor. En la
Sierra Norte, por ejemplo, las organizaciones independientes que habían convocado
varias reuniones regionales en 1994, aprovechan para replantear a los diputados el
proyecto de la inclusión en el código electoral de un capítulo especial sobre los
procedimientos comunitarios.58
70 Las negociaciones de los partidos políticos entre febrero y abril de 1995 no giran
exclusivamente en torno a la cuestión de los usos y costumbres. Ésta sale a colación en la
primera sesión de la “mesa de Santo Domingo”, pero se pospone. En este punto las
negociaciones prometen ser bastante difíciles. Parece existir un consenso general de que
las costumbres de las comunidades deben ser reconocidas y reglamentadas, pero, en
realidad, tras esta coincidencia se esconden interpretaciones muy diversas sobre las
modalidades de dicha reglamentación. La verdad es que los representantes de los partidos
retoman el discurso de las organizaciones independientes y del gobernador sobre los usos
y costumbres para defender sus propios intereses en la mesa de negociaciones. En pocas
palabras, cada uno se arroga el “manto” de las costumbres. En este sentido, es importante
no desvincular las discusiones acerca de esta cuestión del resto de la reforma electoral:
los partidos políticos se comprometieron en la negociación del conjunto de reglas y
condiciones de acceso al poder.
71 La agenda de la reforma incluye cuestiones cruciales, como la designación y las
prerrogativas de los miembros del consejo general del Instituto Estatal Electoral; los
procesos de escrutinio de los votos y la sanción de los resultados electorales; el
establecimiento de las circunscripciones electorales y la repartición de los escaños en el
Congreso local; el financiamiento de los partidos políticos y de las campañas; la fecha de
las elecciones; el acceso a los medios de comunicación y el funcionamiento de la justicia
electoral.59
72 El 13 de mayo de 1995 se publican en el diario oficial las primeras modificaciones del
código electoral. La iniciativa aprobada por el Congreso local no satisface a los
representantes del PRD, que le reprochan al PRI el haber impuesto una reforma que no
incluye los acuerdos a los que habían llegado en la mesa de negociaciones. No obstante,
las modificaciones son importantes, en especial en lo relativo al funcionamiento del
Instituto Electoral local, que gana en autonomía puesto que ya no será el secretario
general del gobierno el que presida el consejo general, sino un consejero presidente
designado por dos terceras partes de los diputados locales.60
73 En 1995 Cipriano Flores Cruz es elegido de esta manera. Consejeros ciudadanos
designados por el voto de dos terceras partes del Congreso local vienen a reemplazar a los
antiguos consejeros “magistrados”, que elegían los diputados a propuesta del gobernador.
61 Se espera que los consejeros ciudadanos sean personas que no tengan compromisos
directos con los partidos políticos. En general son personas que pertenecen al mundo
académico o que ejercen una profesión liberal (abogados, médicos, etcétera). Los
ciudadanos participan igualmente en la validación de los resultados electorales relativos a
los diputados locales, ya que en adelante ésta la harán los consejos de distrito, en los que
solamente los consejeros ciudadanos tienen poder de resolución y los representantes de
los partidos no pueden más que emitir sus opiniones. La calificación de las elecciones
había sido hasta entonces el coto del Congreso local, y existía el riesgo de que los
diputados no fueran del todo imparciales, ya que tenían a su cargo calificar su propia
elección. La composición del Congreso se modificó también: se crean cuatro nuevos
distritos electorales, aumentando así el número de diputados designados según los dos
modos de escrutinio: mayoría relativa y representación proporcional. Además, se suprime
la “cláusula de gobernabilidad”, que permitía al partido de mayoría obtener las dos
terceras partes de los escaños en el Congreso.62 La reforma establece también condiciones
más equitativas de financiamiento de los partidos y de acceso a los medios de
comunicación,63 además de imponer límites al financiamiento de las campañas. En
materia de justicia electoral, se integran al Tribunal Electoral nuevos magistrados
propuestos por el Tribunal Superior de Justicia y nombrados por el Congreso local. Los
delitos electorales se inscriben ahora en el código penal de Oaxaca, y se crea un
departamento especial de la policía judicial para vigilarlos y sancionarlos. 64 La reforma
crea igualmente el estatus de observador electoral que permite –a los ciudadanos
mexicanos que lo deseen– supervisar las diferentes etapas de los procesos electorales. 65
Además, los partidos de oposición logran la aceptación de una de sus exigencias más
caras: la unificación de las fechas de elección de diputados locales, ayuntamientos y
gobernador. Empero, la aplicación de esta decisión se pospone a las siguientes elecciones.
Las de 1995 se realizan, siguiendo la reglamentación en vigor desde 1992: la elección de
los diputados locales se celebra el primer domingo de agosto y la de los ayuntamientos el
segundo domingo de noviembre.
74 La reglamentación de los usos y costumbres se aborda parcialmente en la mesa de
negociaciones, que transcurre a puerta cerrada. En febrero de 1995, en la mesa de Santo
Domingo, el PRD lanza el debate exigiendo que las autoridades elegidas siguiendo los
procedimientos consuetudinarios sean reconocidas directamente por la institución
electoral, sin la mediación de los partidos políticos.66 El PRI, que desde el mes de
noviembre de 1994 había hecho declaraciones en pro del respeto a la autodeterminación
de las comunidades,67 se muestra reticente frente a la propuesta de los representantes del
PRD. Todo parece indicar que dentro del PRI existen posiciones divergentes en torno a esta
cuestión: si bien todos afirman, de manera retórica, que las costumbres deben respetarse,
algunos se muestran reticentes ante la idea de “soltar” de golpe a los municipios, cuyas
autoridades siempre han sido registradas por el “partido del gobierno”. Así pues, el
debate no solamente tiene lugar entre partidos sino también en su interior.
75 Los únicos que abiertamente se posicionan en contra de la legalización de las costumbres
son los representantes del PAN. Según ellos, los usos y costumbres no hacen más que
alimentar el caciquismo.68 Los demás partidos, entre ellos las formaciones pequeñas,
como el PFCRN o el PT, se pronuncian en favor de una reglamentación de las costumbres,
aun cuando sus representantes en la mesa de negociaciones no hagan propuestas precisas
al respecto. Las discusiones más intensas se dan entre el PRD y el PRI, los partidos que más
presencia tienen en las zonas rurales, discusiones que pronto giran alrededor de la
cuestión del registro de las “planillas comunitarias”: si bien los priístas siguieron al
gobernador en su defensa de la autonomía comunitaria en materia de elección municipal,
algunos insisten en que la opción del registro a través de los partidos políticos se preserve
a la par de la vía “independiente”. Es, pues, en el seno del PRI donde las negociaciones
resultan ser las más rispidas. Aunque no todos los miembros del PRD vieron con buenos
ojos las costumbres que favorecen al partido oficial, optaron por una legalización que
permita cortar el “cordón umbilical” que vincula a este partido con las comunidades
indígenas. Al defender la autonomía comunitaria el PRD busca, en realidad, romper el
“monopolio” del PRI en las regiones indígenas.
incluyó en sus propios estatutos. Lo que pierde en términos estadísticos (el PRI ya no
podrá pretender que ganó las elecciones en más de 400 municipios) lo gana en términos
de legitimidad. Si legaliza las costumbres, aparecerá como el gobernador que respeta las
instituciones comunitarias y las protege de las divisiones que la oposición provoca. El PRI,
en tanto que “partido del gobierno”, no puede más que salir ganando legitimidad y seguir
capitalizando el apoyo de las comunidades en el resto de las elecciones (legislativas,
presidenciales, etc.). En la más pura tradición priísta, el punto es estar a la cabeza de los
cambios que se estándando en el entorno nacional e internacional –el indigenismo de
reconocimiento está de moda después del levantamiento zapatista– y de volver en su favor
una situación potencialmente peligrosa. Al presentarse como el defensor de la autonomía
indígena, el gobernador anticipa y desactiva las reivindicaciones de la oposición, que
cuestiona cada vez más el monopolio que ejerce el PRI en el registro de las autoridades
nombradas por las comunidades. Recupera en su favor una demanda que de entrada
podría resultarle perjudicial. El gobernador da muestras de clarividencia: sabe que, ante
los progresos de la oposición, es imposible mantener indefinidamente el monopolio de su
partido en los municipios indígenas. Más que tener que soportar una tendencia imparable
y desfavorable, toma la iniciativa de una reforma que ratifica el fin de la hegemonía del
PRI, pero al mismo tiempo hace de dicho partido el instigador del cambio y no su víctima.
El PRI
86 Hasta los años noventa la hegemonía de este partido hacía de él una arena más que un
actor político. Es un espacio de conflicto, de rivalidad y de mediación entre diferentes
grupos de poder. Aun cuando la disciplina de sus miembros activos y su sentido de la
jerarquía garantiza su unidad, contiene corrientes y facciones divergentes. No sorprende,
en esta perspectiva, que lo esencial de los debates en torno a la legalización de los usos y
costumbres tenga lugar en el interior del PRI y no solamente con los partidos de oposición.
Como dijimos, los miembros del partido están todos de acuerdo sobre el principio de
reconocimiento de las costumbres. El PRI es incluso el primero que le pisa los talones al
gobernador, al anunciar,74 ya en noviembre de 1994, su intención de proponer la creación
de la figura legal de las “planillas comunitarias libres”, que permitirán a las comunidades
designar a sus autoridades sin la mediación de los partidos políticos. La intención del PRI
es evidente: hay que evitar que la oposición “invada” los municipios rurales. 75 Melitón
García López, diputado local del PRI y presidente de la Comisión de Administración y
Justicia, encargada de analizar la iniciativa de reforma, es uno de los principales
promotores del reconocimiento irrestricto de la autonomía de las comunidades en la
elección de sus autoridades municipales.76
87 De inmediato surgen diferencias en el seno del partido en torno a las modalidades de la
reglamentación, y en particular a la cuestión de la acreditación o registro de las
autoridades. En realidad existen dos corrientes: los que consideran que las autoridades
designadas siguiendo los procedimientos consuetudinarios deben ser directamente
registradas por el Instituto Estatal Electoral (IEE), sin la mediación de los partidos, y los
que estiman que hay que dejar a las comunidades la posibilidad de que registren a sus
autoridades a través de uno de los partidos existentes. La primera posición se adhiere a la
de las organizaciones independientes y al PRD, que demandan que las personas designadas
por las comunidades sean consideradas autoridades electas y no “candidatos”. El bando
opuesto en el seno del PRI presenta objeciones de orden jurídico y político. Los juristas del
partido, como Juan Manuel Cruz Acevedo, consideran que la reforma sería
todo en las ciudades principales de Oaxaca, entre ellas la capital. En lo esencial de las
negociaciones estarán implicados el PRI y el PRD.
92 El PRD es el partido de oposición que insiste más en la reglamentación de las costumbres.
Ya recordamos que en enero de 1995, antes de que se instalara la mesa de negociaciones,
el diputado local Aristarco Aquino hace declaraciones en pro de una reglamentación de
los “usos y costumbres comunitarios” que impida que el PRI continúe “apropiándose” de
las autoridades de las asambleas de pueblo.84 El 6 de febrero los dirigentes de la COCEI
anuncian las propuestas que presentarán en las negociaciones, en alianza con el PRD. Su
iniciativa comprende medidas para limitar la injerencia del gobierno en las instituciones
electorales; crear nuevas circunscripciones (una reservada a los indígenas); aumentar el
número de diputados de representación proporcional y, por último, incluir en el código
electoral las normas que permitan la “libre aplicación” de los usos y costumbres. A
mediados de febrero los representantes del PRD en la mesa de Santo Domingo proponen la
creación de un catálogo de los municipios consuetudinarios y de las diferentes “formas y
modalidades” de la costumbre. Exigen, además, que a los partidos políticos no se les
permita intervenir en la elección ni en el registro de las autoridades designadas para
seguir este procedimiento. Proponen, por último, que el nuevo capítulo del código
electoral sobre las costumbres prevea un mecanismo de consulta que permita a los
municipios determinar el régimen electoral –usos y costumbres o partidos políticos– que
deseen aplicar.85
93 La posición del PRD es clara en este punto. Las divergencias en el interior del partido
parecen menores que las del PRI. Pero existen. Hay varias corrientes internas. El grupo
dominante es el de la COCEI, pero existen al menos otras dos formaciones: los ex
comunistas del Movimiento por la Transición Democrática (MTD) y los miembros de la
Unión Campesina Democrática (UCD). En su representación parlamentaria el PRD es el
único que incluye a personas que no pertenecen directamente al partido. Se trata en
general de personas que tienen cierta presencia política en las organizaciones o en las
regiones donde el PRD no está directamente implantado.
94 Es el caso de Aristarco Aquino,86 ex dirigente del sindicato de maestros y originario de
Yalálag, municipio consuetudinario de la Sierra Norte. No es militante del PRD pero forma
parte de la tendencia “democrática” de los maestros que impugna el control
corporativista del PRI sobre el sindicato de maestros. Se acerca al partido después de dejar
su cargo de secretario general de la sección estatal del sindicato de maestros. También
está en contacto con las organizaciones independientes de la Sierra Norte que organizan
los foros sobre los derechos indígenas entre 1992 y 1994, por lo que retomará sus
demandas en el momento de las negociaciones de la reforma electoral. Desde el principio
se inclina por el reconocimiento irrestricto de las costumbres y de la autonomía de las
comunidades indígenas. No defiende estrictamente una postura partidista; considera que
la forma comunitaria de participación política es una expresión de la democracia que no
tiene nada que envidiar a la de los partidos políticos. Su origen zapoteca influye sin duda
en su visión. Sin embargo, para él la democracia comunitaria y la democracia
representativa son conciliables. Reconocer los usos y costumbres en el plano municipal no
impide que se consolide el sistema de partidos. Por el contrario, piensa que a la larga el
reconocimiento de las costumbres permitirá romper la hegemonía del PRI y formar un
verdadero multipartidismo.87
95 No todo el mundo comparte su punto de vista en el PRD. Las divergencias son menos
visibles que las del PRI, paradójicamente por cierto, ya que habitualmente el PRD deja que
sus divisiones se perciban, en contraste con la imagen de unidad que el partido oficial
logra imponer. El aparente consenso en torno a la defensa de las costumbres en realidad
oculta posturas sensiblemente diferentes. Los dirigentes de la COCEI, el grupo dominante
en el seno del PRD, no ven las costumbres con muy buenos ojos: piensan que favorecen al
PRI y que obstaculizan el progreso de la oposición. 88 No obstante están de acuerdo en
reglamentarlas, pues piensan que al permitir a las comunidades elegir libremente a sus
autoridades se podrá romper el monopolio del PRI sobre más de 400 municipios. Los
dirigentes del PRD están de acuerdo con Aristarco Aquino, pero parten de un punto de
vista notoriamente diferente: ellos piensan más en los intereses de su partido. Saben que
el PRD no tiene presencia en la mayoría de los municipios de usos y costumbres, y también
que si intentan “enrolar” a la gente en estos municipios se arriesgan a provocar el
rechazo de los habitantes y de las autoridades locales, tradicionalmente leales al
gobierno. Pero están conscientes de que su electorado crece constantemente y que la
hegemonía del PRI está en plena erosión. Impedir la intervención de los partidos en las
elecciones de los municipios costumbristas afectaría primero al PRI, único partido en
posibilidad de “cubrir” los 570 municipios de Oaxaca. Esto permitirá automáticamente
hacer retroceder al PRI en las estadísticas y cortar el cordón umbilical que lo vincula con
los municipios de usos y costumbres.
96 Ello explica sin duda la insistencia de los negociadores del PRD en un punto clave: prohibir
a los partidos políticos que registren las planillas comunitarias. En realidad los dirigentes
del PRD quieren impedir que el PRI “gane” automáticamente los municipios en los que su
partido no tiene ninguna presencia. Lo que se juega es delimitar un número preciso de
municipios en los que pueda haber una competencia real entre los dos partidos, a reserva
de ensanchar este campo en las elecciones futuras. Por eso en la propuesta del PRD está
previsto un “plebiscito” para que los municipios puedan seleccionar entre uno u otro de
los regímenes electorales (el “comunitario” o el “partidista”). La idea es abrir la puerta al
cambio rompiendo primero el monopolio del PRI, lo cual no quiere decir que todos los
dirigentes del PRD sean unos calculadores que defienden las costumbres únicamente para
utilizarlas mejor.
97 Después de la rebelión zapatista la mayoría se convirtió a la causa de los indios y
sostienen los reclamos de autonomía. Algunos, como los dirigentes de la COCEI, fueron los
iniciadores de las reivindicaciones identitarias a fines de los años setenta. Su adhesión a la
causa indígena es, pues, sincera. Pero su decisión no deja de ser el reflejo de una
estrategia política. Operan como dirigentes de un partido político, por lo tanto su interés
es ganar terreno en el plano electoral. Pero esta estrategia se inscribe en el largo plazo. Al
defender el respeto de las costumbres tienen la intención de abrir una brecha en la
hegemonía del PRI y ganar legitimidad entre las comunidades. En realidad, hacen un
cálculo similar al de los priístas, pero partiendo de coordenadas diametral-mente
opuestas: cuentan con obtener el apoyo de los indios en las elecciones extramunicipales,
presentándose como el partido que ha sabido respetar y defender sus formas de
organización locales. Ello les permitirá aparecer, a la larga, como una verdadera “opción
democrática”.89 Están dispuestos a renunciar a la ocupación directa de los espacios
municipales con objeto de consolidar su posición en el nivel regional y federal. Después de
todo, lo que cuenta es tener acceso a las posiciones centrales del poder (Congreso federal,
ejecutivo local y federal, etcétera).
98 La posición que adopta el PRD en el seno del Consejo General del IEE en el curso de las
elecciones municipales de 1995 refleja perfectamente esta estrategia. Clemente de Jesús
López, el representante del partido ante esta instancia, es también un ferviente defensor
de los usos y costumbres. Va a exigir que se establezca una lista de los municipios de usos
y costumbres y que los partidos políticos se comprometan a no intervenir en sus comicios.
En realidad, de lo que se trata es de circunscribir la competencia electoral a los
municipios en los que los partidos están en posición de constituir una planilla electoral y
tienen militantes o al menos simpatizantes. En todos los demás municipios (esto es,
alrededor de 430, según las primeras cifras dadas por el PRD), los partidos deben
abstenerse de intervenir incluso para registrar las planillas nombradas por las asambleas
de pueblo.
99 Los dirigentes del PRD, y principalmente los que pertenecen a la COCEI, no defienden la
legalización de las costumbres por simple sensibilidad antropológica. Son conscientes de
que es el único medio a su alcance para luchar contra la hegemonía del PRI en las zonas
rurales. En pocas palabras, hacen de la necesidad una virtud. Como buenos negociadores,
se dan cuenta de que en 1995 no pueden avanzar más: en vista de la correlación de fuerzas
que se despliegan en la mesa de negociaciones y en el campo, sustraer a los municipios
indígenas del registro “automático” por el PRI, es lo único que pueden obtener. Sin duda
habrían deseado ganar más terreno, pero la realidad política se los impide. Ni siquiera
logran obtener lo que quieren en este punto ya que el PRI logra imponer la opción
partidista para las autoridades consuetudinarias que desean ser registradas por un
partido político. El PRD sabe a ciencia cierta que semejante “opción” favorecerá
sistemáticamente al PRI. Por eso se opone hasta el último minuto y finalmente se niega a
aprobar el proyecto de reforma propuesto por el PRI. En mayo obtuvieron que la comisión
plural aceptara lo esencial del proyecto de reforma elaborado por las organizaciones
independientes. Durante varias semanas este proyecto sirvió de borrador a los diputados.
El acuerdo parecía inminente, cuando el PRI agregó el apartado donde se dejaba a las
comunidades escoger o rechazar el registro partidista.
100 Los demás partidos de oposición “arriesgan” menos en esta negociación. Para ellos la
apuesta es menor, dado que su presencia en los municipios en cuestión es muy débil.
Solamente el PAN adopta una posición unívoca. Sus dirigentes se oponen a una
reglamentación de las costumbres que permita a las comunidades actuar fuera de la
legalidad y de los cánones de la democracia. Perciben las costumbres como un conjunto
de prácticas antidemocráticas que el PRI mantiene para su propio provecho. No hacen más
que perpetuar el caciquismo y la exclusión.90 Legalizarlos es tanto como legitimar el
autoritarismo y obstaculizar la democratización. A medida que transcurren las
negociaciones los representantes del PAN aceptan apoyar la legislación, pero ésta es
concebida como una solución de “transición” y no como una medida destinada a
preservar las costumbres. Hay que escampar lo más posible el camino para que los
indígenas salgan de la marginación y accedan al fin a la democracia. Por último, los
dirigentes del PAN parecen resignarse ante la realidad sociológica de Oaxaca. Preferirían
que las costumbres desaparecieran, pero es imposible en el corto plazo. Se adhieren
entonces a la postura de los priístas que desean que prevalezca la legalidad y que la
reglamentación de las costumbres no afecte al sistema de partidos. El 30 de agosto de 1995
aprueban la reforma codo con codo con el PRI.
101 El PPS y el PFCRN hacen lo mismo. El primero da muestras de compartir la perspectiva del
PAN, ya que en abril el diputado y dirigente de este partido, Erasto Melgar García, declara
102 Las organizaciones indígenas tienen un papel crucial en la reforma electoral aun cuando
no estén presentes en las negociaciones. Donna Lee van Cott ha destacado este punto en el
caso de Colombia y Bolivia: es la movilización de un actor indígena organizado lo que
contribuye a dotar a las reformas legales de una dimensión multiculturalista. 93 Aun si no
son las organizaciones las que provocan las reformas, influyen en ellas al inscribir en la
agenda pública reivindicaciones y propuestas en las que los actores institucionales no
habrían pensado necesariamente de no haberlas formulado ellas mismas.
103 Para medir el peso que tienen en la decisión es indispensable tener presente una de las
características del sistema político mexicano hasta fines de los años noventa: el poder
legislativo está sometido al ejecutivo. Tanto en el estado de Oaxaca como en el plano
federal, no son los partidos sino el gobernador el que toma verdaderamente las
decisiones. Ahora bien, como ya dijimos, Diódoro Carrasco estableció buenas relaciones
con una multitud de organizaciones independientes antes de ser gobernador. Ocupa un
puesto clave en el gobierno de Heladio Ramírez: es coordinador del Coplade, la instancia
responsable de la política de desarrollo social y de infraestructura básica. Dirige la gestión
de los recursos financieros que la federación asigna a los gobiernos de los estados y a los
municipios. Posición estratégica que lo lleva a establecer relaciones privilegiadas con
organizaciones regionales que no se suscriben abiertamente a la oposición pero que
operan fuera de los canales corporativos del PRI, como Ser, UCIZONI, UCIRI, FIOB, UNOSJO Y
CEPCO. Hasta recibe críticas de ciertos sectores del partido oficial que le reprochan
favorecer a los grupos de oposición.94 Durante su campaña electoral de 1992 invita a estas
organizaciones a participar en la elaboración de planes regionales de desarrollo.
104 En 1995 esas organizaciones deciden aprovechar la reforma electoral para impulsar sus
reivindicaciones políticas. Ya vimos que el reclamo de respeto de las formas comunitarias
de organización existe desde hace mucho. No nació en 1994 ni en 1995. Pero la idea de
incluir un capítulo especial en el código electoral surge precisamente en el momento en
que los actores políticos emprenden la reforma electoral.95 Desde noviembre de 1994,
poco después de las declaraciones del gobernador en pro de una legalización de las
costumbres, representantes mixes, zapotecas y chinantecos exigen que en las elecciones
municipales de 1995 las comunidades puedan designar a sus autoridades sin la
intervención de los partidos políticos.96
105 El 27 de enero de 1995 es el turno del Frente Único de Presidentes Municipales de la
Región Mazateca, que anuncia una marcha a la capital del país el 21 de febrero para hacer
que se escuchen sus reivindicaciones de autonomía.97 Después de estas primeras
las relaciones políticas (el PRD, las organizaciones independientes). Las organizaciones de
tendencia comunitarista no conciben este cambio de la misma manera que las que
dominan el PRD. La apuesta sobre la costumbre tampoco es la misma. Ésta refleja
diferentes concepciones de la democratización y de las relaciones entre el Estado y las
comunidades. También refleja los intereses divergentes de los actores políticos que
pretenden convertirse en los nuevos mediadores entre las periferias y el poder central.
Cada uno dibuja el proyecto de un nuevo orden político que le favorezca; los dirigentes
comunitarios que echan en el mismo saco al PRI y a los otros partidos son los candidatos a
la mediación entre las comunidades y el Estado. Al exigir que los partidos no tengan el
monopolio de la representación, tratan de abrir los canales de participación y de
representación política para hallar su sitio.
111 Para las organizaciones independientes la legislación de las costumbres es una demanda
de cambio y no de conservación, como podría pensarse de entrada. Aun cuando llamen a
la protección de las comunidades contra las divisiones provocadas por los partidos
políticos, no desean mantener el statu quo. No defienden la costumbre corporativa del PRI.
Los usos y costumbres se conciben, por el contrario, como el fundamento de la
autonomía, y ésta pasa necesariamente por una transformación de las relaciones entre las
comunidades y el Estado. La demanda de una representación “independiente” en el seno
del Congreso local no es comprensible más que dentro de esta lógica. Ahora bien, ésta fue
literalmente escamoteada por el PRI y el PAN en 1995. El PRD fue el único en adherirse a las
organizaciones independientes, proponiendo la creación de una “circunscripción
indígena”. Para las organizaciones de la Sierra Norte o del Istmo es una demanda tan
importante como la de legalizar las costumbres municipales.102 Sin embargo, tendrán que
contentarse con un nuevo libro del código electoral, mucho más reducido de lo que ellas
proponían y dejando el camino abierto a los partidos.
Los intelectuales
112 Además de los intelectuales indios (abogados, antropólogos) que pertenecen a las
organizaciones independientes, el medio académico de la capital también participó en los
debates sobre la legalización de las costumbres. Muchos intelectuales adoptaron una
posición muy favorable a las costumbres electorales. Sin duda contribuyen a confirmar al
gobernador en su decisión inicial. En febrero de 1995 la Asamblea Ciudadana Oaxaqueña (
ACO) organiza un taller sobre la reforma electoral. Creada en enero, la ACO agrupa a
personalidades del mundo académico, artístico y político, que declara querer abrir
nuevamente espacios de participación política a la sociedad civil y poner fin al sistema de
partido de Estado.
113 Durante el taller se aborda extensamente la cuestión de la reglamentación de las
costumbres electorales. La asamblea se pronuncia a favor de una reglamentación que
permita a las comunidades elegir a sus autoridades sin la intervención de los partidos.
Propone levantar un censo de los municipios de usos y costumbres. Por último, la
asamblea se declara en favor de una circunscripción reservada a los indígenas. Estas
propuestas se adjuntan a las de las organizaciones independientes y del PRD.
114 Pocos días después, en un foro organizado en el marco de la reforma electoral se reúnen
varias personalidades, entre ellas Víctor Raúl Martínez Vásquez, sociólogo de la
Universidad de Oaxaca, Salomón Nahmad y Gustavo Esteva. Su posición coincide con la de
la ACO.103 Evalúan en 70% los municipios de Oaxaca que conservan sus costumbres.
Algunos consideran que los usos y costumbres son una “práctica democrática superior a
la democracia representativa”.104 Al intervenir en contra de la voluntad de las
comunidades los partidos contribuyen a crear conflictos. Estas opiniones no están exentas
de una franca idealización, tanto más asombrosa cuanto que las personas que las
formulan conocen bien las comunidades de Oaxaca. No podemos evitar ver en esto una
posición política: proyectan sobre las costumbres sus propios deseos de cambio político.
La democracia directa o comunitaria sin duda es percibida como la antítesis de un
régimen corporativista y centralizado. Apoyándose en la legislación federal (Artículo 4 de
la Constitución) e internacional (Convenio 169 de la OIT), proponen que las decisiones de
las comunidades tengan valor legal y sean simplemente “homologadas” por las instancias
electorales. Apoyan la posición de las organizaciones indígenas en su demanda de que el
registro de las autoridades designadas por las asambleas se haga directamente ante el IEE,
sin intervención de los partidos y sin tener que “simular” una elección “constitucional”.
También se pronuncian por una representación “independiente” de los indígenas en el
seno del Congreso local y del IEE.105
115 Estos intelectuales, algunos asesores del gobernador (Salomón Nahmad, Gustavo Esteva),
también son asesores del EZLN en las negociaciones entre el grupo armado y el gobierno
federal en 1995 y 1996, por lo tanto su posición no es únicamente progubernamental. Son
fervientes defensores, de la autonomía de las comunidades. El que sean asesores del
gobernador no quiere decir que persigan los mismos objetivos políticos o que velen por
los intereses del partido oficial. Sin duda saben tocar la cuerda sensible del gobierno,
hablándole de los peligros de una contaminación zapatista, pero ellos mismos se
aprovechan de esta situación para realizar sus propios proyectos de cambio institucional.
Para alguien como Salomón Nahmad, es la ocasión soñada para poner en práctica sus
ideas sobre el etnodesarrollo y la democracia “multicultural”. Este antropólogo “crítico”
había consagrado gran parte de su vida a lo que él mismo llama la “antropología
aplicada”.106 El hecho de ser asesor del gobierno es una forma de incidir directamente en
la política indigenista.
116 Otras personas, como Armando Labra, coordinador de asesores de Heladio Ramírez y
después de Diódoro Carrasco, reflejan una posición similar. Tal vez en el caso de Armando
Labra, lo que quiere es aportar al gobernador la legitimidad y la gobernabilidad
necesarias, pero desde el punto de vista político marca también una cierta distancia
respecto del PRI. Además, deja el partido cuando todavía está al servicio de Diódoro
Carrasco. Desde febrero de 1994 publica artículos en favor de los usos y costumbres y de
las autonomías indígenas.107 Es bastante representativo de los asesores y de los
funcionarios encargados de la política social e indigenista de Diódoro Carrasco: 108 la
mayoría no pertenece a las altas esferas priístas. Más bien provienen de la izquierda, son
a menudo antiguos militantes comunistas, como Jaime Bailón –su asesor cuando dirige el
Coplade y diputado local del PRI de 1995 a 1998–, o Carlos Navarrete, que lo sustituye a la
cabeza de esta institución cuando ocupa el cargo de gobernador. Apoyan los proyectos de
Diódoro Carrasco más que los intereses del PRI. Lo que explica sin lugar a dudas que
logren convencer al gobernador de que la legalización de los usos y costumbres podría
afectar al partido en el largo plazo, pero que sería benéfica para la gobernabilidad y para
su propia legitimidad en tanto que jefe de gobierno.109
La Iglesia
117 Otro actor tiene considerable influencia en la reforma: la Iglesia católica. Sus
representantes hacen declaraciones en pro de la reglamentación de las costumbres
durante todo el proceso de negociación. La comisión plural del Congreso local incluso
apela a los consejos de los arzobispos Héctor González Martínez y Bartolomé Carrasco
Briseño.110 Aunque no adopten una posición tan radical como la de Samuel Ruiz en
Chiapas, estos dos representantes de la alta jerarquía de la Iglesia son conocidos por su
postura a favor de los indios y de los más pobres. El arzobispo emérito Bartolomé
Carrasco Briseño, especialmente, es un adherente de las tesis de la “inculturación” del
evangelio y ha alentado el desarrollo de una pastoral indígena. Organizaciones como el
Cedipio, creado bajo sus auspicios, participan directamente en la coordinación de foros
sobre los derechos de los pueblos indígenas, que se celebran regularmente desde 1992. La
mayoría de sus reuniones tienen lugar en el local de una de las iglesias de Oaxaca que
lleva el nombre, muy significativo, de “Iglesia de los pobres”. La influencia de la Iglesia se
deja sentir, pues, en tres niveles: en la socialización de la nueva élite indígena, como
vimos con los fundadores de la organización Ser, en el “acompañamiento” del
movimiento indígena y por último en la decisión política cuando la opinión de sus
dirigentes es solicitada por los legisladores. En 1995, las declaraciones de Bartolomé
Carrasco Briseño son inequívocas: para evitar la provocación de conflictos los partidos no
deben intervenir en las elecciones de los municipios indígenas.111 Se suma a la postura de
los intelectuales y de los dirigentes indígenas. En julio hace un llamado a los diputados
para que hagan a un lado sus intereses partidistas y legislen “por el bien de las
comunidades”.112 Critica vivamente la opción por los partidos que éstos reintrodujeron
en el proyecto de ley, pues piensa que no puede más que provocar violentos conflictos en
el seno de las comunidades y que refleja los temores del PRI de perder el control de las
comunidades. Lona Reyes, obispo de Tehuantepec y adepto de la teología de la liberación,
se pronuncia igualmente en favor del respeto “absoluto” de las costumbres comunitarias.
113
118 Todos estos actores participan en forma directa o indirecta en la reforma de las
costumbres, pero nos falta, por cierto, un actor fundamental: las propias comunidades, los
“sujetos” de la legislación. Se trata de un actor plural, fragmentado, que no actúa
directamente, de manera “orgánica”. Por eso preferimos evitar hablar de las acciones o de
las exigencias de las comunidades en general. No son actores homogéneos, sino espacios de
conflicto marcados por la diferenciación social e individual y por las relaciones de poder.
Decir “las comunidades exigen...”, como si se tratara de personas, nos parece incorrecto, a
menos que se haga referencia a una tendencia mayoritaria de los grupos y de los
individuos en el seno de las comunidades. Más adelante hablaremos de qué es lo que
distingue a la comunidad de otros espacios de relaciones sociales. Por el momento nos
limitaremos a precisar que es difícil hablar de “voluntad general” de las comunidades de
Oaxaca a propósito de la legislación de las costumbres electorales. Por eso decidimos citar
a los actores organizados, a los que operan en el espacio público. Evidentemente son una
élite, que no siempre vive en las comunidades. Algunos son verdaderos “empresarios
políticos” y su campo de acción desborda con mucho el marco de acción de su región de
origen. Sin embargo, llega a ocurrir que operen en el interior y el exterior de sus
versión, pasablemente ambigua, es aprobada por el Congreso local en agosto de 1995. Tras
de ser aplicada en una primera ocasión, durante las elecciones municipales de noviembre
de 1995, será reformada de nuevo en septiembre de 1997. Examinaremos con detalle esta
reglamentación electoral particularmente atípica.
127 La reforma electoral federal de 1996 obliga a los estados federados a modificar sus
constituciones. En el de Oaxaca, los partidos políticos aprovechan para reformar el código
electoral. La oposición centra sus exigencias en la consolidación del sistema de justicia
electoral. De esta manera espera aumentar la independencia de las instituciones
electorales respecto del gobierno.122 La reglamentación de las costumbres también forma
parte de la agenda de las negociaciones. El gobierno, a través del IEE, propone una nueva
versión del libro IV. El PRD pone nuevamente sobre la mesa las demandas que no pasaron
en 1995. Exige que se elabore un catálogo de los municipios de usos y costumbres y de los
procedimientos aplicados en cada uno para designar a las autoridades municipales.
Propone instaurar el plebiscito para resolver los litigios sobre la selección del régimen
electoral e insiste en que las autoridades consuetudinarias no tengan etiqueta partidista.
123
128 Sin embargo, lo esencial de las negociaciones no versa directamente sobre las costumbres
sino sobre la separación de las fechas de elección de diputados, de gobernador y de
ayuntamientos. En la reforma de 1995 el PRD obtiene que las elecciones tengan lugar en la
misma fecha. Pero, por razones de tiempo, la aplicación de semejante decisión se pospone
hasta las elecciones siguientes, las de 1998. El partido oficial siempre prefirió que las
elecciones fueran separadas. Ello permite al gobernador elegido intervenir con más
libertad en la selección de los candidatos locales del partido. Ya lo vimos en las elecciones
de 1986: el candidato del PRI al gobierno de Oaxaca, Heladio Ramírez, tiene dificultades
para realizar a la vez la selección de candidatos para diputados y la de candidatos a los
municipios, porque las elecciones tienen lugar el mismo día. Los conflictos van en
aumento y muchos candidatos frustrados se unen a la oposición.
129 El PRI quiere sin duda evitar que esto pase de nuevo durante las elecciones de 1998. Los
diputados del PRI se aprovechan, así, de la reforma electoral para volver sobre lo acordado
en 1995. Los representantes del PRD se oponen ferozmente. Cada uno emite argumentos
que esconden sus verdaderos intereses. El PRI sostiene que hay que separar las fechas de
los comicios para no provocar más conflictos en las elecciones municipales, y en
particular en los municipios consuetudinarios. Al mezclar en el tiempo las elecciones
estatales y las municipales, se corre el riesgo de crear nuevas confrontaciones por las
elecciones o de acentuar las ya existentes en el plano local. Sobre todo en los municipios
en los que la designación de ayuntamientos se realiza fuera de toda consideración
partidista. Al promover la unificación de las fechas, el PRD tratará de multiplicar los
conflictos y de crear así una situación de “ingobernabilidad”.124
130 Es interesante ver cómo el PRI utiliza el argumento del respeto de las costumbres para
defender sus propios intereses. Ésta será una constante en adelante en Oaxaca: cada uno
apela al respeto de las costumbres cuando así conviene a sus intereses. En el caso de las
fechas de las elecciones, el argumento es tanto más dudoso cuanto que la mayoría de los
municipios consuetudinarios realizan sus asambleas en distintas fechas.
131 Para el PRD la separación de las fechas implica gastos excesivos para el estado y
desmoviliza a los ciudadanos que deben acudir a las urnas en dos ocasiones. Juntar los
comicios en la misma fecha permitiría economizar en el presupuesto del estado y
reduciría la abstención.125 Los dirigentes del PRD saben también, aunque no lo digan
abiertamente, que esta medida debilitaría el control del PRI sobre el conjunto de las
elecciones.
132 En lo tocante a la reglamentación de las costumbres, aparentemente no hay una
verdadera resistencia en 1997. Todos los actores están más o menos de acuerdo en
perfeccionar la reforma de 1995. Después de la experiencia de 1995, el gobernador está
convencido de que la legislación sobre las costumbres es una garantía de legitimidad y de
“gobernabilidad”. Los conflictos poselectorales disminuyen radicalmente en comparación
con las elecciones anteriores. Al mismo tiempo, el PRD da un salto adelante y gana
numerosos municipios cuyos comicios se realizan a través de los partidos políticos. En
estas circunstancias, la nueva categoría de usos y costumbres permite mitigar el retroceso
del PRI, al circunscribir la competencia electoral a 158 municipios. El control político de
los municipios de usos y costumbres no está perdido, sin embargo. La relación clientelista
persiste a través de las delegaciones regionales del gobierno. Muchas autoridades
municipales ni siquiera están enteradas del cambio: siguen pensando que pertenecen al
“partido del gobierno” aun si el procedimiento de acreditación se ha modificado. Es cierto
que una nueva guerrilla apareció en la zona de la sierra Sur, en julio de 1996, pero fue
controlada de inmediato.126 Por lo tanto, Diódoro Carrasco no tiene la menor dificultad
para convencer al gobierno federal de que el reconocimiento de las costumbres no
representa ningún riesgo político y que más bien permite frenar las movilizaciones
indígenas. Tan es así que el presidente de la república está más sensibilizado que nunca en
la cuestión de los derechos de los pueblos indígenas. El Congreso federal acaba de
organizar una consulta nacional sobre los derechos de los pueblos indígenas y, en el
estado de Chiapas, los representantes de su gobierno firmaron el acuerdo de San Andrés,
donde el derecho a la autonomía se reconoce claramente como una demanda legítima de
los “pueblos indígenas”.
133 Es cierto que unos meses después el presidente de la república parece dar marcha atrás,
cuando insiste en el peligro de “balcanización” que las autonomías indígenas representan.
Pero si bien hay discrepancias de fondo en cuanto a la naturaleza y el alcance de la
autonomía, el jefe del ejecutivo se muestra más bien favorable a las reformas sobre los
derechos de los pueblos indígenas que no amenacen la “soberanía nacional”. La
legislación sobre los usos y costumbres municipales en Oaxaca llena completamente estas
condiciones en virtud de que no implica un reordenamiento territorial ni una
redistribución de prerrogativas entre la federación, los estados y los municipios.
134 En el PRI sigue habiendo reticencias, pero parecería que la experiencia favorable de 1995
convenció a sus dirigentes de que no perdían nada con legalizar las costumbres. Además,
el PRI gana las elecciones federales de 1997 en todas las circunscripciones de Oaxaca, al
mismo tiempo que sufre uno de los más grandes reveses de su historia en el resto de la
federación. Es menos difícil, por lo tanto, para los operadores del gobierno en el seno del
Congreso local aprobar la nueva reforma. Lo cual no impide que en 1997, como en 1995,
hayan tenido lugar las más fuertes discusiones sobre la cuestión de las costumbres en el
seno de la fracción priísta. Los argumentos de los juristas y de los sectores “tradicionales”
del PRI son los mismos: reprochan a la reforma ser anticonstitucional y representar una
concesión excesiva a la oposición. Aquí también cabe hacer una distinción entre los
allegados al gobierno que apoyan su proyecto político “renovador” y los que pertenecen a
otros grupos políticos y piensan que está “saboteando” al partido. Jaime Bailón Corres,
presidente de la comisión de asuntos indígenas del Congreso local, y leal aliado de
Diódoro Carrasco, logra convencer a los más recalcitrantes.
135 El PAN mantiene una postura similar a la de 1995, con algunos matices: uno de los
diputados de su partido, Delfino Santiago Pérez, es indígena y se muestra favorable al
reconocimiento de las costumbres, por lo que contribuye a atemperar la postura
anticonsuetudinaria de José Isaac Jiménez Velasco, uno de los que más se oponen a la
reforma de 1995– El PAN, Delfino Santiago incluido, sigue convencido de que el voto
“universal, individual y secreto” debe garantizarse en todos los municipios. 127 Estos
representantes proponen también que cada municipio codifique sus costumbres. 128 En
este punto no se alejan de los representantes del PRD, para los que la reglamentación de
las costumbres es demasiado imprecisa y permite al PRI o a los caciques, con frecuencia
vinculados a este partido, manipular las elecciones.129
136 Las organizaciones indígenas no han dejado de insistir en los límites de la legislación. Su
reivindicación de autonomía ha abierto brecha y ocupa desde entonces un lugar central
en la agenda pública. En 1996 el EZLN organiza un foro sobre los derechos de los pueblos
indígenas en San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, en el cual participan organizaciones
de todo el país. Algunas de sus propuestas se integrarán al texto de los Acuerdos que el
grupo armado y el gobierno federal firman en 1996. En Oaxaca, la consulta nacional sobre
los derechos de los pueblos indígenas dura más que en otros sitios. Exigen que se
convoque a las reuniones con la suficiente anticipación, y que constituyan verdaderos
espacios de discusión y propuestas. Las reuniones regionales se multiplican; del 16 al 18
de febrero tiene lugar en la capital del estado un loro en el que participan más de 400
personas.130 Paralelamente, las organizaciones oaxaqueñas coordinan sus propias
reuniones, que van más allá de la consulta.131 La difusión que le hacen los medios
contribuye sin duda a sensibilizar a la opinión pública y a los diputados más resistentes a
la cuestión de los derechos de las comunidades indígenas. Mientras tanto, los consejeros
del gobierno también se han convertido en consejeros del EZLN, y ponen su “ciencia” al
servicio de las negociaciones entre el grupo armado y el gobierno. Esta experiencia les
servirá para orientar las nuevas reformas en Oaxaca. Durante este lapso el gobierno
consolida sus relaciones con los intelectuales indígenas y los invita a participar en la
elaboración de las nuevas leyes.
137 En el nuevo texto sobre las costumbres influye otro factor. En 1996 el IEE contrata a una
antropóloga para realizar una encuesta sobre los usos y costumbres, con el fin de conocer
mejor los procedimientos de nombramiento de las autoridades municipales y descubrir,
eventualmente, ciertas “regularidades”. Se enviará un cuestionario a los 412 municipios
de usos y costumbres. Una vez sistematizadas las respuestas, dan lugar a la publicación de
un Catálogo municipal de usos y costumbres, con una ficha técnica para cada municipio,
especificando los procedimientos, los órganos de decisión, los cargos tradicionales y su
jerarquía, los criterios de elegibilidad, etc.132 Aunque desde el punto de vista
metodológico la encuesta parece poco digna de confianza (son las autoridades
municipales las que responden al cuestionario), sirvió para dar una idea general de las
normas que aplican las comunidades en la designación de las autoridades municipales. En
todo caso, aparecieron algunas constantes, como que la asamblea del pueblo juega un
papel importante en la mayoría de los municipios. Este estudio forma parte del deseo de
encontrar reglas generales entre la amplia diversidad de las costumbres, para poder
precisar su reglamentación sin codificarlas. Las respuestas al cuestionario reflejan un
discurso normativo más que una realidad sociológica y política. Las autoridades
municipales describen qué es lo que debería ser según la costumbre y no qué es lo que
realmente ocurre. El peso de las relaciones de poder es soslayado, en una visión
despolitizada de los procedimientos de selección de las autoridades municipales, lo cual
no obsta para que en 1997 el estudio sirva para convencer a los que toman las decisiones
de que es posible una reglamentación más completa de las costumbres. También influye
directamente en la redacción del nuevo libro IV.
138 La nueva versión de este libro será aprobada por el Congreso local el 27 de septiembre de
1997, junto con las demás modificaciones realizadas al código electoral. La oposición
aprueba la reforma en conjunto, menos la separación de las fechas de las elecciones. 133 El
libro IV se llama, desde entonces, De la renovación de los ayuntamientos en municipios
que electoralmente se rigen por normas de derecho consuetudinario.134 Contiene cinco
capítulos y 16 artículos. Los municipios de usos y costumbres se definen ahora con mayor
precisión: se trata de municipios que han desarrollado “instituciones políticas propias,
diferenciadas e inveteradas, que incluyan reglas internas y procedimientos específicos
para la renovación de sus ayuntamientos”; de municipios cuyo régimen de gobierno
reconoce como principal órgano de consulta y de designación a las autoridades
municipales, a la “asamblea general comunitaria” o a toda otra forma de “consulta a la
comunidad”; o bien, para finalizar, los municipios donde la mayoría de la asamblea
comunitaria decidirá adoptar el régimen de usos y costumbres para el nombramiento de
las autoridades municipales.135
139 Estas tres “características” vienen a sustituir la definición “tautológica” del primer libro
IV. Dan a la asamblea comunitaria un papel central y permiten que nuevos municipios
opten por el régimen consuetudinario si no lo habían hecho en las elecciones de 1995– El
resto del texto especifica mejor cuáles son las personas que tienen derecho a elegir y ser
elegidas, según los preceptos constitucionales y los “derechos y obligaciones”
determinados por la comunidad. Los detalles del procedimiento de elección siguen sin
reglamentar: la ley se limita a “reconocer”, de modo general, los procedimientos
adoptados por las asambleas comunitarias. Sin embargo exige a las autoridades
municipales que indiquen al IEE, por anticipado y por escrito, la fecha, la hora y el sitio
donde se realizará “el acto de renovación de los consejeros del ayuntamiento” (Artículo
115). Especifica también las funciones del IEE: el consejo general deberá anunciar, en la
primera sesión del año electoral, los municipios que aplican el régimen consuetudinario y
publicar la lista en el diario oficial (Artículo 114). Luego de las elecciones, deberá reunirse
para declarar la validez de éstas y dar a las autoridades electas las “constancias de
mayoría”. Sin embargo, la sanción última recaerá en el Congreso local, tal como en los
demás municipios. Para terminar, se prevén procedimientos para resolver eventuales
litigios, como una “consulta a la comunidad” en caso de que los criterios establecidos en
el Artículo 110 sobre la definición del régimen electoral no fueran suficientes (Artículo
125).136
140 La gran novedad consiste en un artículo corto, el 118, que prohibe a los partidos registrar
a las autoridades elegidas por usos y costumbres. Se estipula aquí, efectivamente, que “los
ayuntamientos elegidos siguiendo las normas del derecho consuetudinario no tendrán
afiliación partidista”.137 Finalmente, la “ratificación” en las urnas de la elección
consuetudinaria se suprime. La ley establece en adelante dos vías electorales distintas: la
de la costumbre y la de los partidos políticos. Éstos no pueden intervenir en los
municipios que hayan optado por el régimen de costumbres, ni en el procedimiento de
designación ni en la acreditación de las autoridades municipales ante las instancias
oficiales.
141 La reforma de 1997 ratifica el acuerdo firmado por los partidos políticos en septiembre de
1995, donde se comprometían a no registrar planillas en un conjunto de municipios en los
que la competencia partidista era inexistente. Aun cuando da otras especificaciones sobre
las características de estos municipios y sus procedimientos de elección, la ley sigue
siendo general: no codifica las costumbres y se limita a declarar su validez. El legislador
prefiere delimitar claramente las funciones del IEE a imponer una reglamentación
estandarizada a todos los municipios de usos y costumbres, cuyos procedimientos son
extremadamente variados y evolutivos. Esta nueva versión del libro IV es la que se aplica
en las elecciones municipales desde 1998.
142 En agosto de 1995 se integraron al código electoral costumbres que durante siglos se
reprodujeron fuera de la ley. Esta reforma es el desenlace de un largo proceso de
reorientación de las políticas indigenistas debido a la influencia cruzada de un contexto
internacional favorable al reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios y de
una coyuntura política marcada por el surgimiento de una guerrilla indígena que coloca
la cuestión de la autonomía en el centro de la agenda política nacional y local. Pero, fuera
de este contexto, son las estrategias de los actores políticos (gobernadores,
organizaciones indígenas, partidos políticos, etcétera) las que contribuyeron a la génesis
de una legislación electoral sin precedentes. Hemos mostrado cómo fue que estos actores
de intereses antagónicos convergieron en una misma decisión: dar validez legal a las
costumbres que, a priori, excluyen la intervención de los partidos políticos de la elección
de autoridades municipales.
143 La legislación de las costumbres en Oaxaca es entendible si la colocamos en el largo
proceso de transformación del sistema político federal y estatal. Es, a la vez, indicador y
factor del cambio político. No nace de la decisión de un actor único sino de la
convergencia de una multitud de actores, de intereses de lo más diverso. Todos, gobierno,
partidos y organizaciones sociales, ven en la legislación de las costumbres una forma de
realizar sus propios objetivos; proyectan en ella sus deseos políticos. Para unos las
costumbres oficializadas son una garantía de estabilidad política; para otros son una
manera de acelerar el cambio. Para los primeros permitirán que se siga manteniendo la
vieja hegemonía bajo nuevas formas; para los segundos traerán una ruptura del orden
político tradicional y la creación de nuevas formas de mediación y de representación
política.
144 Pero más allá de los cálculos racionales de estos actores, la reforma relativa a las
costumbres refleja en sí misma una crisis profunda del modo de dominación político
instalado tras la Revolución en los años veinte. La aparición de nuevos actores sociales y
la consolidación del pluralismo político han puesto en tela de juicio una vez más el viejo
pacto clientelista y corporativista que vinculaba al poder central con las comunidades
indígenas. El centro político se ha “desdoblado” con la consolidación de un sistema de
partidos en el que la oposición ha dejado de ser puramente decorativa. El Estado-partido,
en crisis, ya no tiene los medios para seguir siendo el único interlocutor de una sociedad
en plena mutación. Nuevos canales institucionales (partidos, organizaciones sociales) se
constituyen para dar expresión a la diversidad de intereses e identidades sociales, y hacen
que reviente el estrecho grillete del corporativismo de Estado. Las comunidades
indígenas, expuestas a las fracturas internas, a las divisiones, a los conflictos, se hacen eco
de esta descomposición del vínculo político tradicional. La crisis del Estado corporativista
provoca simultáneamente una crisis de la comunidad revolucionaria institucional. El
vínculo simbiótico Estado-partido-comunidad se desmorona. Cada uno intenta contener la
descomposición u orientar la construcción de un nuevo vínculo político. Esto da como
resultado una reforma por demás paradójica ya que equivale a oficializar las costumbres
en el momento en que éstas están en plena mutación. Para el gobierno significa a la vez el
intento de contener el cambio político y para la oposición y las organizaciones
independientes un medio para acelerarlo. Todos pretenden controlar y orientar este
cambio en un sentido que les favorezca. Las comunidades intentan dar sentido al nuevo
panorama político, se adaptan a la nueva realidad política, incierta, equívoca. Las
reacciones son de lo más variadas y contradictorias, de la “crispación” represiva a la
constitución de nuevas formas de convivencia menos corporativas y más abiertas.
145 Dentro de este panorama por demás heterogéneo, la nueva legislación electoral sólo
puede tener efectos contradictorios. La experiencia de Oaxaca nos parece la ideal para el
intento de medir el impacto de las políticas del multiculturalismo. Al igual que en todo el
continente latinoamericano, el reconocimiento institucional de la diversidad cultural se
hace en el momento mismo en que las formas de mediación y de representación política
pasan por una profunda crisis. En Oaxaca, la realización de varias elecciones municipales
con la nueva legislación (en 1995, 1998, 2001 y 2004), nos permite evaluar sus efectos
políticos. ¿Permite detener la crisis de la representación política? ¿O por el contrario
contribuye a agravarla? ¿La legalización de las costumbres comunitarias consolida un
corporativismo de “enclave” o bien logra superarlo? ¿Es un instrumento de cambio
democrático o de la consolidación de formas más o menos redoladas de autoritarismo?
¿Contribuye a construir una autonomía comunitaria incluyente y abierta, o bien refuerza
la segregación y el sectarismo? Todas éstas son preguntas a las que intentaremos dar
respuesta examinando de cerca qué de lo que ocurre en los municipios y las comunidades
abarca la categoría equívoca de usos y costumbres.
NOTAS
1. Entrevista con Diódoro Carrasco Altamirano, ex gobernador de Oaxaca (1992-1998), Oaxaca, 17
de noviembre de 1998 y Heladio Ramírez López, ex gobernador de Oaxaca (1986-1992), México, 20
de junio de 2003.
2. “En la ley se establecerá el respeto a las tradiciones y prácticas democráticas de las
comunidades indígenas”, Artículo 25, párrafo 5. Véase Constitución política del estado libre y
soberano de Oaxaca, p. 24.
3. Palabra de origen náhuatl que designa el trabajo obligatorio y gratuito que los habitantes de
los municipios realizan en beneficio de su comunidad. El tercer párrafo del Artículo 12 prescribe
que “las autoridades municipales preservarán el tequio como expresión de solidaridad
comunitaria, según los usos de cada región étnica”. Véase Constitución política del estado libre y
soberano de Oaxaca, p. 14.
4. Ibid., p. 17.
5. María Lorena Cook, “Organizing Opposition in the Teachers Movement in Oaxaca, en
Foweraker Joe y Ann L. Craig (eds.), Popular Movements and Political Change in Mexico, pp. 199-212.
6. Nació el 11 de mayo de 1939 en Santa María Ayú, pequeña comunidad perteneciente al
municipio de Huajuapan de León, en la Mixteca.
7. Entrevista con Salomón Nahmad Sittón, Oaxaca, 16 de octubre de 1999.
8. En ese momento el INI depende directamente de la SEP.
9. Entrevista con Salomón Nahmad.
10. Ibid.
11. El Centro de Investigaciones Superiores del INAH, antecedente del CIESAS, fue creado por
decreto presidencial el 19 de septiembre de 1973, en un momento en que convergen, dentro de la
administración pública, los esfuerzos de dos importantes antropólogos: Gonzalo Aguirre Beltrán
como subsecretario de Cultura de la Secretaría de Educación Pública, y Guillermo Bonfil Batalla
como director del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Un tercer antropólogo de
renombre, Ángel Palerm, asume el cargo de dicho Centro. En septiembre de 1980, mediante
decreto presidencial cambia el nombre a Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social, otorgándosele más amplias facultades.
12. Entrevista con Clemente de Jesús López, diputado local del PRD (1989-1992), Oaxaca, 26 de
octubre de 1999
13. Convenio 169 de la OIT sobre pueblos indígenas y tribales en países independientes (1989),
Oaxaca, Red Oaxaqueñade Derechos Humanos, 1999, p. 7.
14. Ibid., p. 9.
15. Ibid., p. 12.
16. Entrevista con Salomón Nahmad.
17. Ibid.
18. Entrevista con Salón Nahmad.
19. Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos, p. 22.
20. Donna Lee van Cott, The Friendly Liquidation of the Past. The Politics of Diversity in Latin America.
21. Donna Lee van Cott, The Friendly Liquidation of the Past. The Politics of Diversity in Latin America,
pp. 43-47.
22. Contribuciones a la discusión sobre derechos fundamentales de los pueblos indígenas, p. 11
23. Ibid., p.48.
24. Ibid., pp. 55-67.
25. Para el análisis de la rebelión zapatista nos basamos en las siguientes fuentes: Carlos Tello
Díaz, La rebelión de bis cañadas; Juan Pedro Viqueira y Mario Humberto Ruz (eds.), Chiapas. Los
rumbos de otra historia; Bertrand de la Grange y Maïte Rico, Marcos, la genial impostura; Yvon Le Bot
y subcomandante Marcos, El sueño zapatista; Henri Favre, “Mexique le revelateur chiapanieque,
Problémes d’Amérique latine, núm. 25, abril-junio, 1997, pp. 3-17 y María del Carmen Legorreta
Díaz, Religión, politica y guerrilla en las cañadas de la selva lacandona.
26. C. Tello Díaz, La rebelión de bis cañadas.
27. Ibid., p. 21.
28. Ibid.
29. B. de la Grange y M. Rico, Marcos, la genial impostura, p. 296.
30. B. de la Grange y M. Rico, Marcos, la genial impostura, pp. 297-298.
31. Ibid., pp. 300-301.
32. Ibid., p. 226.
33. C. Tello Díaz, La rebelión de las cañadas, p. 206.
34. Y. Le Bot y subcomandante Marcos, El sueño zapatista, p. 40.
35. C. Tello Díaz, La rebelión de las cañadas, pp. 83-84.
36. Y. Le Bot y subcomandante Marcos, El sueño zapatista, p. 143.
37. H. Favre, “Mexique: le révélateur chiapanèque”, p. 5.
38. B. de la Grange y M. Rico, Marcos, la genial impostura, p. 32.
39. H. Favre, “Mexique: le révélateur chiapanèque”, pp. 19-20.
40. Y. Le Bot y subcomandante Marcos, El sueño zapatista, pp. 202-204.
41. Ojarasca, núm. 46, diciembre-junio de 1995-1996, p. 10.
42. Los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, firmados el 16 de febrero de 1996, corresponden a la
primera fase de las negociaciones entre el gobierno federal y el EZLN. El gobierno se compromete
a establecer una nueva relación con los pueblos indígenas, que parte de un reconocimiento de su
autonomía en los límites del “pacto federal”. Para ello el gobierno se compromete a impulsar
reformas legales e institucionales a favor de los indios en materia de justicia, de política social y
de educación en el respeto de su especificidad cultural. Estas reformas deben garantizar el
reconocimiento de las formas comunitarias de organización y la representación de los indios en
las instancias regionales y nacionales. A fines de 1996 el gobierno envía al Congreso federal un
proyecto de ley que se espera que aplicará los acuerdos, pero los zapatistas consideran que viola
el espíritu de éstos y deciden romper las negociaciones. El EZLN y la mayoría de las organizaciones
indígenas independientes del país se declararon en pro del proyecto de ley elaborado por la
comisión de diputados y senadores que fungió como mediadora en las negociaciones: la Comisión
de Concordia y Pacificación (Cocopa). La aplicación de los Acuerdos de San Andrés –nombre del
pueblo de los Altos de Chiapas donde se firmaron– y la aprobación de la “ley Cocopa” se
convierten en las principales reivindicaciones de las organizaciones indígenas a partir de 1996.
Para el texto de los acuerdos, véase “Los primeros acuerdos de Sacam Ch’en”, Ce-Acatl, núm.
78-79, marzo-abril de 1996.
43. Habrá que esperar el mandato del primer presidente salido de la oposición, el panista Vicente
Fox Quesada (2000-2006), para que el Congreso vote una reforma a la Constitución federal que se
espera que “ratifique” los Acuerdos de San Andrés. Sin embargo, los diputados del PAN, se niegan
a aprobar en bloque el proyecto de reforma propuesto por la Cocopa. Finalmente, el 14 de agosto
de 2001, aprueban junto con la mayoría de diputados y senadores del PRI y del PRD, una reforma
constitucional que no satisface a los dirigentes ni a los simpatizantes del EZLN. Éstos acaban de
organizar una marcha de Chiapas a la ciudad de México para influir en el debate legislativo, y
convencer a los parlamentarios de aprobar la llamada “ley Cocopa” en su integridad. En esta
ocasión la red de organizaciones indígenas tejida en 1994 parece renacer. Miles de personas se
movilizan para recibir a los “rebeldes” y manifestar su solidaridad con la causa indígena. La
comparecencia de delegados indígenas –incluyendo a Adelfo Regino de Ser– ante el Congreso
federal, reunido en sesión plenaria, le da a las reivindicaciones del movimiento indio un eco sin
precedentes. No obstante, al no ser aprobada la iniciativa de la Cocopa, el EZLN decide replegarse
de nuevo en sus bastiones chiapanecos e impulsar la autonomía “desde abajo” cortando toda
relación con el Estado. De ahí en adelante, el movimiento zapatista y sus aliados del Congreso
Nacional Indígena han ido perdiendo visibilidad e influencia política a nivel nacional.
44. Entrevista con Filoteo Revilla, abogado indígena miembro de CAMPO y originario de la Sierra
Juárez, Oaxaca, 20 de julio de 2000.
45. Segundo foro de análisis y propuestas de reglamentación al Art. 4 oy 27; frac. VII, párrafo II,
constitucionales, mimeo., 10 de julio de 1994, p. 2.
46. Código de Instituciones Políticas y Procedimientos Electorales de Oaxaca, p. 28.
47. Diódoro Carrasco Altamirano, Propuesta de un nuevo acuerdo para los pueblos indígenas, p. 5.
48. Ibid. p. 6.
49. Diódoro Carrasco Altamirano, Propuesta de un nuevo acuerdo para los pueblos indígenas, p. 7.
50. Ibid., pp. 14-24.
51. Entrevista con Gustavo Esteva, asesor de Diódoro Carrasco Altamirano, Oaxaca, 25 de mayo de
1996.
52. D. Carrasco Altamirano, Propuesta de un nuevo acuerdo para los pueblos indígenas, pp. 24-29.
53. Constitución política del estado libre y soberano de Oaxaca, p. 12.
54. Derechos indígenas en la legislación oaxaqueña.
55. Noticias, 25 de octubre de 1994.
56. Entrevista con Gustavo Esteva.
57. Para negociar la reforma electoral general, los partidos y el representante del gobierno de
Oaxaca (José Antonio Estefan Garfias, secretario general de Gobierno y presidente del IEE.) se
reúnen en el recinto del antiguo convento de Santo Domingo, en la capital del estado.
58. Iniciativa de reformas y adiciones al Código de Instituciones Políticas y Procedimientos Electorales de
Oaxaca y de La Constitución del estado libre y soberano de Oaxaca.
59. Memoria de los procesos electorales de diputados y concejales de 1995, pp. 32-39.
60. Ibid., p. 33.
61. Ibid., p. 10.
62. Ibid., p. 34.
63. Ibid., p. 36.
64. Memoria de los procesos electorales de diputados y concejales de 1995, pp. 37-38.
65. Ibid., p. 38.
66. Entrevistas con Jaime Bailón Corres, presidente de la Comisión de Asuntos Indígenas de
Oaxaca del Congreso de Oaxaca (Oaxaca, 9 de octubre de 1998); Juan José Jiménez Pacheco, jefe de
la dirección de usos y costumbres del IEE, Oaxaca, 13 de octubre de 1999; Clemente de Jesús López,
representante del PRD ante el Consejo General del IEE durante las elecciones municipales de 1995,
Oaxaca, 26 de octubre de 1999, y Miguel Ángel Carballido, representante del PRI ante el Consejo
General del IEE de 1995 a 1998, Oaxaca, 4 de octubre de 1999.
67. Noticias, 22 de noviembre de 1994.
68. Ibid. p. 2 de abril de 1995.
69. Entrevista con Jaime Bailón Corres.
70. Antes de ser coordinador de asesores de los gobernadores Heladio Ramírez y Diódoro
Carrasco, Armando labra Manjarrez fue profesor de economía de la UNAM, y diputado federal por
el PRI en el Estado de México.
71. Gerardo Garfias es antropólogo, fue director de la Procuraduría para la Defensa del Indígena
durante los sexenios de Heladio Ramírez y Diódoro Carrasco Altamirano.
72. Noticias, 1 de abril de 1995.
73. En marzo de 1998 el gobernador Diódoro Carrasco Altamirano presenta ante el Congreso local
un proyecto de Ley de Derechos de los Pueblos y las Comunidades Indígenas, que será aprobada el
17 de junio del mismo año por la mayoría del Congreso. Esta ley representa una de las
legislaciones más avanzadas del país, así como de todo el continente latinoamericano, en lo
tocante a derechos de los pueblos indígenas. Contiene ocho capítulos, uno de ellos sobre la
autonomía y otro sobre los “sistemas normativos internos”. La ley fue elaborada con el concurso
de abogados indígenas, como Adelfo Regino Montes, de la organización Ser. También
participaron los asesores del gobernador, Gustavo Esteva y Salomón Nahmad Sittón. Pese a toda
la publicidad que le hicieron el gobernador y su equipo en el plano nacional e internacional, la ley
ha sido fuertemente criticada por algunos abogados indígenas. Éstos consideran que su aplicación
es prácticamente imposible, dado que el aparato judicial se rehusa a tomarla en cuenta, pero
también porque es demasiado general en su formulación. Además contradice la legislación
federal, lo que anula de facto toda posibilidad de aplicarla. Sus efectos son más bien simbólicos,
ya que a partir de 1998 algunas autoridades municipales la invocan para reclamar el respeto a su
autonomía. Según nuestro modo de ver, esta legislación viene a reforzar los efectos que
atribuimos a la reforma electoral de los usos y costumbres. Cf. Ley de Derechos de los Pueblos y
Comunidades Indígenas, Oaxaca, Gobierno del estado, 17 de junio de 1998. Para una lectura
crítica de la ley véase Francisco López Bárcenas, “Ley de Derechos Indígenas en Oaxaca. Una casa
para todos”, La Jornada, suplemento Masiosare, 31 de mayo de 1998.
74. Según las reglas no escritas del sistema político mexicano, hasta diciembre de 2000, el jefe del
Ejecutivo (gobernadores y presidente de la república) es el más alto dirigente del partido. Su
autoridad y sus decisiones se imponen, por lo tanto, sobre el conjunto del aparato de partidos.
75. Noticias, 22 de noviembre de 1994.
76. Ibid., 29 de octubre de 1994.
77. Entrevista con Miguel Ángel Carballido y con Juan Manuel Cruz Acevedo, jurista y
representante del PRI en el Consejo General del IEE en 1995, Oaxaca, 17 de enero de 2000.
78. Entrevista con Jacobo Sánchez López, diputado local del PRI de 1992 a 1995 y secretario de
asuntos electorales del PRI de Oaxaca, Oaxaca, 18 de enero de 2000.
79. Noticias, 4 de marzo y 18 de septiembre de 1995.
80. Entrevista con Clemente de Jesús López.
81. Noticias, 12 de mayo de 1995.
82. En 1995, la mesa de negociaciones de la reforma electoral se divide en dos: la de los
principales partidos acreditados en el plano federal ( PRI, PAN, PRO y PT) y la de los “partidos
pequeños” (PFCRN, PPS, PARM y PVEM). Fue en la primera donde se tomaron los primeros acuerdos.
83. No habiendo obtenido el mínimo de votos que la ley exige, en las elecciones del 6 de agosto de
1995 el PPS pierde su registro. Aun así, dado que está representado en la legislatura saliente,
participa en la reforma sobre los usos y costumbres hasta la última sesión del Congreso local, el
30 de agosto de 1 995. En los estados de la federación, al igual que en el plano federal, los
legisladores se renuevan cada tres años. En Oaxaca el cambio se hace el 1 de septiembre del año
de las elecciones. La LV legislatura se extiende, así, del 1 de septiembre de 1992 al 1 de
septiembre de 1995.
84. Noticias, 1 de enero de 1995.
85. Ibid., 22 de febrero de 1995.
86. Aristarco Aquino fue secretario general de la sección XXII del Sindicato Nacional de
Trabajadores de la Educación (SNTE) a principios de los años ochenta. Este sindicato de maestros
está subdividido en secciones que corresponden a cada uno de los estados de la federación. La
sección XXII agrupa a rodos los maestros de Oaxaca. El secretario es el dirigente local más alto.
En un estado donde hay más de 50 mil maestros, este cargo es especialmente importante desde el
punto de vista político. Lo que explica en parte que el PRD haya incluido a Aristarco Aquino en su
planilla de candidatos al escrutinio proporcional.
87. Entrevista con Aristarco Aquino, Oaxaca, 12 de julio de 2000.
88. Entrevista con Aristarco Aquino, Oaxaca, 12 de julio de 2000.
89. Entrevista con Clemente de Jesús López.
90. Entrevista con José Isaac Jiménez Velasco, abogado y diputado local del PAN (1995-1998),
Oaxaca, 16 de octubre de 1998.
91. Noticias, 27 de abril de 1995.
92. Ibid., 5 de septiembre de 1995.
93. D.L. van Cott, The Friendly Liquidation of the Past, p. 24.
94. Entrevista con Jaime Bailón Corres.
95. Entrevista con Aldo González, dirigente de la UNOSJO, Guelatao de Juárez, Oaxaca, 16 de
febrero de 2000.
96. Noticias, 28 de noviembre de 1994.
97. Ibid., 27 de enero de 1995.
98. Ibid, 17 de febrero de 1995.
99. Noticias, 9 de marzo de 1995.
100. En el borrador que sirve de base en los trabajos de la Comisión Plural para la Reforma
Electoral, entre mayo y junio de 1995, el pasaje sobre las sanciones reservadas a los partidos y a
los funcionaros se suprime. Tampoco se menciona la representación de los indígenas en el seno
del Congreso local. Y, como vimos, no es ante el IEE. ante quien las autoridades deben ser
registradas, sino ante la dirección general de Gobierno. Diferencias sutiles con el proyecto de las
organizaciones independientes pero que reflejan las resistencias de los partidos políticos, sobre
todo del PRI. Este texto será reemplazado a fines de agosto, en la tercera sesión de la LV
legislatura, por una versión mucho más corta, de cinco artículos nada más.
101. Noticias, 9 de marzo de 1995.
102. Entrevista con Filoteo Revilla, abogado miembro de CAMPO, 20 de julio de 2000.
103. Noticias, 25 de marzo de 1995.
104. Ibid.,5 de junio de 1995.
105. Ibid., 25 de marzo de 1995.
106. Entrevista con Salomón Nahmad.
107. Noticias, 25 de febrero de 1994.
108. Principalmente de los que están a la cabeza de su política social e indigenista (Coplade,
Procuraduría para la Defensa del Indígena).
109. Conversación con Cipriano Flores Cruz, presidente del LEE, Oaxaca, 15 de mayo de 1999.
110. Noticias, 5 de junio de 1995.
111. Noticias, 29 de junio de 1995.
112. Ibid., 17 de julio de 1995.
113. Ibid., 6 de marzo y 10 de septiembre de 1995.
114. Véase Código de Instituciones Políticas y Procedimientos Electorales de Oaxaca, pp. 28-29.
115. Noticias, 31 de agosto de 1995.
116. Acuerdo del consejo general del Instituto Estatal Electoral sobre los lineamientos generales aplicables
a los municipios que se regirán por lo establecido en el libro cuarto del CIPPEO para la elección de concejales.
117. Código de Instituciones Políticas y Procedimientos Electorales de Oaxaca, 1995, p. 28.
118. Dictamen, Comisión de Administración de Justicia.
119. Código de Instituciones Políticas y Procedimientos Electorales de Oaxaca.
120. Carta de protesta enviada al presidente del Consejo General del IEE por organizaciones independientes,
mimeo. 10 de noviembre de 1995.
121. Noticias, 1 de septiembre de 1995.
122. Entrevista con Norma Reyes Terán, diputada local del PRD (1995-1998), Oaxaca, 14 de octubre
de 1998.
123. Puntos mínimos que deberá contener una agenda de análisis y discusión de la legislación estatal
electoral mimeo., 1997.
124. Entrevista con Jaime Bailón Corres.
125. Diario de los debates, H. Congreso del Estado Libre y Soberano de Oaxaca, año III. núm. 3, 27 de
septiembre de 1997, p. 74.
126. Se trata del Ejército Popular Revolucionario ( EPR). Este nuevo grupo armado organiza
ofensivas “relámpago” simultáneas en varias regiones del país, entre ellas Guerrero y Oaxaca. Su
táctica se parece a la de las guerrillas “foquistas” de los años setenta. Las declaraciones oficiales
han establecido vínculos con el antiguo PROCUP
127. Entrevista con Delfino Santiago Pérez, diputado local del PAN (1995-1998), Oaxaca, 28 de
octubre de 1998.
128. Ibid.
129. Entrevista con Norma Reyes Terán, 14 de octubre de 1998.
130. El gobierno de Oaxaca publica las actas un mes después, Coloquio sobre derechos indígenas,
Oaxaca, IOC-Foesca.
131. Las organizaciones constituyen un foro independiente que se reúne periódicamente en 1996
y 1997.
132. María Cristina Velasquez Cepeda y Luis Adolfo Méndez Lugo, Catálogo municipal de usos y
costumbres, 1996.
133. Diario de los debates, pp. 94-97.
134. Publicado en el Compendio de legislación electoral.
135. “De la renovación de los ayuntamientos en municipios que electoralmente se rigen por
normas de derecho consuetudinario”, en Compendio de legislación electoral.
136. Ibid., pp. 79-80.
137. Ibid., p. 79.
1 Según el discurso oficial, la reforma de 1995 no hace más que reconocer una realidad social
y política, pero contribuye, de hecho, a crear una nueva frontera normativa e
institucional. Al definir dos vías electorales distintas (usos y costumbres vs. partidos
políticos), la reforma induce nuevas dinámicas políticas. Aparecen nuevos tipos de
conflictos en torno a la definición de las reglas del juego político. Esa conflictividad, no
siempre violenta, se cristaliza en torno a tres problemas principales: (1) La definición del
régimen electoral municipal. (2) La definición del procedimiento consuetudinario, cuando
este régimen es privilegiado pero que los actores locales disienten en cuanto a su
interpretación. (3) La aceptación del resultado mismo del proceso de nombramiento.
Estos conflictos o controversias han sido recurrentes desde 1995, fecha de la primera
aplicación del sistema electoral dual.
3 La nueva reglamentación electoral hace una distinción entre dos categorías de municipios
donde, en realidad, las lógicas institucionales y políticas están marcadas por una
profunda hibridez. La clasificación de los municipios durante las elecciones de 1995 no es
natural, contrariamente a lo que una interpretación culturalista de la política podría
hacernos creer. Vamos a demostrar aquí cómo trazarán los operadores políticos una
nueva línea de demarcación destinada a circunscribir la competencia electoral a la
cantidad más reducida posible de municipios.
4 Como mencionamos en el capítulo anterior, la primera versión del libro IV es escueta. No
especifica cuáles son los municipios a los que debe aplicarse esta legislación particular.
Durante las negociaciones del nuevo texto del código electoral, los diputados y los
representantes de los partidos políticos anuncian el número aproximado de municipios
que podrían ser considerados consuetudinarios. Los cálculos fluctúan entre 350 y 450. Si
para nadie es posible dar una cifra exacta es porque, en realidad, la frontera entre los
llamados usos y costumbres y el resto del sistema político no es nada clara. La costumbre
y el sistema de representación política articulado alrededor del partido de Estado están
completamente imbricados. Aun cuando, como describimos antes, el Estado toleró un
margen de autonomía en la elección de autoridades municipales, la costumbre finalmente
formaba parte de los procedimientos internos de selección de los candidatos del partido
oficial. La simbiosis entre la comunidad y el Estado-PRI hacía que la costumbre no entrara
en pugna con ninguna lógica partidista. En realidad, el partido de Estado era un partido
único en las zonas rurales. La ausencia de competencia electoral impedía la más mínima
distinción entre la costumbre y los partidos, ya que éstos prácticamente eran inexistentes.
Como vimos, la consolidación de los partidos de oposición (en particular el PRD) tiende a
romper con este monopolio de la representación política. En ese momento es cuando
aparece la distinción entre lógica de partido y costumbre. El PRI, que no era percibido como
un partido político propiamente dicho, empieza a serlo desde el momento en que otros
partidos vienen a cazar en sus dominios, o cuando menos amenazan hacerlo. En ese
momento se crea una nueva categoría electoral: la de los usos y costumbres, que establece
una diferenciación formal entre dos elementos (costumbre y partido político) que no se
había hecho nunca antes. Además, el discurso que acompaña a la reforma funciona como
una dicotomía, como si las costumbres y los partidos políticos fueran enteramente
irreconciliables. En muchos aspectos, sobre los que volveremos después, los principios
comunitarios se diferencian efectivamente de los que se aplican en la democracia
representativa. Pero en el momento en que se hace la distinción entre costumbres y
partidos en la mayoría de los municipios de Oaxaca, la representación política no
funciona verdaderamente como competencia entre partidos, sino a modo de una
mediación corporativista a través del partido de Estado. Una vez más, Estado, partido y
comunidad son indisociables.
5 En estas condiciones, la nueva reglamentación electoral resulta difícil de aplicar. Es el
Consejo General del IEE el que deberá trazar la nueva línea entre la costumbre y los
partidos. El libro IV se aprueba el 30 de agosto de 1995, y la fecha límite para el registro de
las planillas electorales es el 30 de septiembre. Para ese día los partidos políticos deben
saber en qué municipios van a registrar planillas de candidatos. Como no se prevé ningún
mecanismo de consulta y el tiempo apremia, son los representantes de los partidos lo que
elaborarán, en prolongadas y rispidas negociaciones, la lista de municipios de usos y
costumbres.
6 Uno de los personajes claves de esta negociación es Cipriano Flores Cruz, ex funcionario
del IFE, al que Diódoro Carrasco propone como presidente del 1EE en el congreso local.
Tiene fama de negociador y forma parte del “ala izquierda” del PRI. Los diputados locales
de todos los bandos aprueban su designación. La sensibilidad de Cipriano Flores se
asemeja a la de Heladio Ramírez. Él también proviene de un medio rural e indígena. Nació
que, aun cuando un municipio sea de usos y costumbres, puede solicitar que un partido
registre su “planilla única” antes de someterla al veredicto de las urnas. No olvidemos que
la redacción del código electoral es ambigua: aparentemente implica que las autoridades
designadas por las asambleas comunitarias son candidatos y que su planilla (aunque sea
única y sin filiación partidista) debe someterse al voto universal, individual y secreto el 12
de noviembre de 1995. Desde el principio, el PRD insiste en que las autoridades designadas
por procedimientos consuetudinarios no sean registradas por ningún partido. Finalmente
los partidos firman un acuerdo el 23 de septiembre, que confirma la posibilidad para las
comunidades de registrar a sus autoridades ante el IEE –por intermedio de un partido o
independientemente– a más tardar el 30 de septiembre.6 El acuerdo especifica los
procedimientos de registro: las comunidades deben presentar ante el IEE un acta de
asamblea donde se indique si desean que su planilla sea o no registrada por un partido. 7
Los municipios que celebren elecciones después del 30 de septiembre serán
automáticamente considerados consuetudinarios y el IEE deberá proceder a la validación
de la elección y después enviar la documentación al congreso local –constituido en colegio
electoral– para que oficialice los resultados.8 Los partidos se comprometen a no registrar
ninguna lista adicional en las comunidades que hayan optado por el registro
“independiente” de sus autoridades. Para estos casos se prevén boletas especiales: la
planilla “comunitaria” aparece en la boleta sin logotipo partidista. El acuerdo del 23 de
septiembre también especifica los criterios de elegibilidad que hayan de aplicarse en los
municipios consuetudinarios: si la comunidad opta por la vía independiente, se aplicarán
solamente los artículos 113 del código electoral (“ser reconocido y aceptado por la
comunidad”) y 101 y 102 de la Constitución local (ser ciudadano del estado de Oaxaca,
tener 18 años, no ser militar activo, etcétera);9 si opta por el registro partidista, su planilla
deberá cumplir también con las condiciones indicadas en los artículos 10 y 139 del código
electoral (estar inscrito en el Registro Federal de Electores, tener credencial de elector, no
ser funcionario ni miembro de un tribunal o instituto electoral local o federal, etcétera). 10
11 El meollo de las negociaciones es delimitar el espacio en que los partidos (principalmente
el PRI y el PRD) competirán abiertamente. El PRD es el que más insiste en que se establezca
un padrón de municipios consuetudinarios y que éstos sean “sacados de la jugada”, es
decir, que los partidos no tengan ninguna injerencia en el proceso de designación de las
autoridades ni en el de su registro ante el IEE. Propone que se apliquen exclusivamente los
criterios de elegibilidad contenidos en el libro IV (“ser reconocido y aceptado por la
comunidad”). En los demás municipios, en cambio, todos los partidos (se sobrentiende
que “incluido el partido oficial”) deberán sujetarse a las mismas reglas del juego. Aun
cuando el PRD alardee que su intención es reconocer y proteger las costumbres, su
objetivo fundamental es evidente: hay que impedir que el PRI se aproveche de la ventaja
que le confiere la tradición clientelista en la mayoría de los municipios rurales. Las
palabras de Clemente Jesús López, representante del PRD ante el Consejo General del IEE,
son significativas:
si efectivamente queremos llegar a un acuerdo político [...] es necesario establecer
que las comunidades no tienen que registrar [a sus autoridades] a través de un
partido [...]. No hay que orillar a la comunidad a la decisión de afiliarse a un partido
o no [...] porque para que la comunidad pueda decidir por cuál opción política se
inclina [...] habría que abrir un espacio en la asamblea, para que los partidos
políticos puedan presenta! su oferta ideológica y política [...]. Pero como esto no
está reglamentado, y como tampoco es posible, entonces se corre el riesgo de
repetir una vez más lo ocurrido en las elecciones del 8 de noviembre de 1992, en que
20 La frontera entre los municipios tradicionales y los que ameritan un régimen electoral
partidista se basa más en las diferentes formas que asume el cambio político y cultural
(que son inseparables), que en una oposición ontológica entre “visiones del mundo”
radicalmente opuestas. La diferencia entre los municipios de Oaxaca es de grado más que
de esencia. Son un continuo que va de la comunidad rural más tradicionalista (la
comunidad revolucionaria institucional) en la capital del estado, con sus 300 mil
habitantes, pasando por una infinidad de gradaciones que reflejan un equilibrio diferente
entre la comunidad y la sociedad, entre las instituciones comunitarias y las de la
democracia representativa. A semejanza de la indianidad mexicana, la organización
comunitaria es una frontera imprecisa, móvil y porosa que atraviesa el conjunto de las
relaciones sociales y políticas.20 Es esta realidad híbrida la que los operadores políticos
parecen querer encasillar en categorías claramente definidas.
21 Esto es particularmente significativo en los municipios que se encuentran en la
conurbación de la ciudad de Oaxaca.21 Se caracterizan por una fuerte estratificación social
y un desplazamiento de las actividades agrícolas por las del sector secundario o terciario;
poblaciones alógenas (los llamados “avecindados”) comparten el territorio municipal con
los “originarios” y pretenden defender sus propios intereses exigiendo una participación
en la administración municipal; los marcadores de la identidad indígena y comunitaria
(lengua, sistema de cargos, respeto de los ancianos, etc.) tienden a desaparecer; el grupo
político dominante se divide en facciones rivales que entran en abierta competencia por
el control del poder municipal; las campañas para las elecciones supramunicipales tienen
impacto directo en la sociedad local por la proximidad de la capital y la circulación
constante de la información y de las personas entre la comunidad y el exterior (cuya
frontera con el interior prácticamente ha desaparecido). En todos estos casos, las facciones
en competencia por el poder local conforman planillas cuyo registro buscan, ya sea de
forma independiente o por la vía de un partido. El antiguo grupo dominante recurre
generalmente a la costumbre para impedir que sus adversarios registren su planilla y
entren en la competencia electoral en un plano de igualdad.
22 Otros municipios, más rurales e indígenas,22 viven situaciones semejantes. Las facciones
rivales buscan el apoyo de un partido político, o bien se cobijan en las costumbres, según
sus intereses y según las oportunidades que se les ofrecen. Tras las elecciones es común
que cada grupo constituya su propio ayuntamiento, “comunitario” para unos
(reminiscencia de los antiguos “ayuntamientos populares”), y “constitucional” para otros
(cuando reciben el reconocimiento oficial del gobierno). En todos estos casos la frontera
entre costumbre y partidos es ambigua y fluctúa según las relaciones de fuerza y de las
estrategias políticas de los grupos locales.
23 Cada tres años se reproducen las mismas dinámicas.23 De hecho el IEE ha ido
formalizando, a partir de 1998, los mecanismos para dirimir las “controversias” (según la
jerga de la propia dirección de usos y costumbres de la autoridad electoral estatal). 24 La
determinación del régimen electoral, y en su caso, del propio procedimiento
consuetudinario, es objeto de largas negociaciones, a veces públicas, a veces a puerta
cerrada, entre el presidente del Consejo General del IEE (o el responsable de la dirección
de usos y costumbres) y los “solicitantes”: dirigentes de los partidos políticos y de las
facciones locales, autoridades municipales en turno y/o representantes de los ciudadanos
(ya sean originarios, avecindados, vecinos de las agencias municipales o de policía,
mujeres o “radicados”).25
24 De esta forma, en enero de 1998, el IEE establece una lista de 56 municipios susceptibles de
cambiar de régimen electoral. De estos 56 municipios 45 se habían considerado de usos y
costumbres en 1995; los partidos proponen que en esta ocasión adopten el régimen
partidista. Los otros municipios, en cambio, se clasificaron en el régimen de partidos en
1995, pero los partidos, las autoridades municipales y los grupos de ciudadanos piden que
se “restablezca” el régimen consuetudinario. En el primer caso las demandas provienen
principalmente de los partidos de oposición: el PAN, el PRD y el Partido Cardenista (PC),
proponen 43 municipios. El PRI no propone cambios más que para dos municipios
consuetudinarios: Guevea de Humboldt y Mazatlan Villa de Flores. En cambio, las
demandas de “regreso” al régimen consuetudinario provienen de las autoridades
municipales en turno, salvo en tres casos: San Andrés Dinicuiti, donde la petición la
formula un grupo allegado al PRD, Santa Cruz Amilpas y Teposcolula, donde disidentes
priístas son los que desean el regreso a las costumbres.26
25 El IEE no ha recurrido prácticamente nunca a la consulta directa de todos los ciudadanos
de los municipios en cuestión. La ley es ambigua en este punto: prevé una “consulta de la
comunidad” en caso de que la “conciliación entre los partidos” fracase, pero no señala
ningún procedimiento de consulta y tampoco especifica qué comunidad deba ser
consultada cuando existan varias en un mismo municipio.27
26 En realidad, el IEE ha empleado, de 1995 a 2004, tres métodos simultáneos para resolver
las disputas: la conciliación entre las facciones rivales, el diagnóstico “antropológico”
sobre el terreno y la negociación con los dirigentes de los partidos políticos en los
municipios donde éstos tienen influencia directa.28 Esta preferencia por la “concertación”
entre los líderes de los partidos tiene que ver con la lógica de que hablamos antes: el caso
es evitar a toda costa los conflictos, o impedir que se agraven los que están latentes.
Según los responsables del IEE, si se somete la selección de régimen electoral al voto de los
ciudadanos se correría el riesgo de provocar nuevas tensiones y de arrastrar al conjunto
de la población local a un conflicto que sería mucho más difícil de resolver. En suma, de lo
que se trata es de desactivar el conflicto hallando una solución negociada entre los líderes
de las facciones movilizadas.
27 Encontramos aquí nuevamente una estrategia clásica del sistema político mexicano:
privilegiar la concertación, la negociación, apelando a la persuasión y a la cooptación de los
dirigentes cuando sea necesario, en vez de resolver las disputas por la vía electoral o la
judicial. Esta negociación en la cúpula se basa en una concepción y una práctica de la
política en que la mayoría de los ciudadanos deben permanecer pasivos. Esta pasividad es
vista como una garantía de estabilidad política: es mucho más fácil entenderse con
algunos mediadores que “controlan a su gente”, que con ciudadanos autónomos con
aspiraciones potencialmente divergentes. Esta costumbre política ha funcionado durante
decenios: ha garantizado la estabilidad del régimen. Se parece curiosamente a lo que las
comunidades llaman el “consenso”: este ejercicio constante de concertación destinado a
evitar decisiones por mayoría que pueden dividir al grupo en tendencias u opiniones
claramente diferenciadas. En las comunidades, como en el PRI, la divergencia de opinión
se ve como un problema que es mejor resolver, y el ideal que se pregona no es favorecer
una de las opiniones en detrimento de las otras, sino, por el contrario, integrar los
diferentes puntos de vista en una decisión en la que todos salgan ganando. El objetivo es
evitar a roda costa que algunos se sientan excluidos, marginados y caigan en la tentación
de entrar en conflicto abierto con el resto de la comunidad. El desacuerdo puede y debe
expresarse en la asamblea pero hay que superarlo, cueste lo que cueste, para no romper la
34 Una primera interpretación de estas cifras nos hace pensar que el regreso al régimen
consuetudinario es una estrategia de las autoridades municipales, en alianza con el PRI,
para frenar el acceso de la oposición al poder municipal. Es difícil pensar, en efecto, que
en los municipios en los que las elecciones precedentes fueron objeto de competencia
entre varios partidos, la decisión de volver al procedimiento tradicional no refleje un
cálculo político del grupo que controla el poder municipal.30
35 No obstante, la realidad es más compleja. En la mayoría de los casos, semejante decisión
refleja un compromiso entre las diferentes fuerzas políticas locales, más que una
determinación unilateral de las autoridades municipales.
36 En los seis municipios que cambian de régimen en 1998, las autoridades municipales
hacen alarde de su voluntad de poner fin a las divisiones y a las confrontaciones
provocadas por los partidos políticos. El discurso es el mismo por doquier, con algunas
diferencias: de lo que se trata es de recuperar una unidad perdida, de evitar los conflictos
“entre hermanos” que impiden que la comunidad progrese. La mayoría de las veces la
decadencia de las instituciones comunitarias, como el tequio o el sistema de cargos civiles
y religiosos, se imputa a la “injerencia” de los partidos. En regiones y municipios muy
diferentes se escucha la misma afirmación categórica: “Los partidos políticos son como las
sectas: dividen a la comunidad.” La finalidad es, pues, reconciliar a los habitantes de los
municipios en torno a los valores de la comunidad y “trabajar de nuevo todos juntos,
como antes”. Al mismo tiempo, sin que por ello les parezca contradictorio, las autoridades
insisten en su indefectible adhesión al PRI. La carta enviada al presidente estatal del PRI por
las autoridades en turno de Santa Catarina Mechoacán,31 en 1998, para exigir la adopción
del régimen de costumbres, nos parece particularmente significativa: en ella reiteran su
lealtad indefectible al PRI, al mismo tiempo que solicitan al dirigente de este partido que
no intervenga en el registro de las futuras autoridades municipales. Explican, los
solicitantes, que no debe verse su petición como un acto de “desobediencia política”, sino
que lo único que quieren es “evitar las divisiones que podrían provocar a los partidos
políticos en el seno de la comunidad”.32
37 Este tipo de solicitud refleja perfectamente hasta qué punto el PRI no ha sido percibido
hasta entonces como un partido, entre otros más. Indica también que, al denunciar la
injerencia de los partidos, las autoridades hacen alusión sobre todo a los partidos de
oposición. En Santa Catarina Mechoacán, al igual que en la mayoría de los municipios
indígenas, el priísmo de las autoridades municipales es un priísmo consuetudinario, que
identifica estrechamente al PRI con el gobierno y la unidad de los dos con la comunidad.
Mientras que todavía en 1995 las autoridades en turno hicieron que el PRI registrara a las
autoridades designadas en asamblea, en 1998 hay disidentes que amenazan con buscar el
apoyo del PRD para asegurarse una plaza en el seno del futuro ayuntamiento. Obligan a los
principales dirigentes de la comunidad a negociar y encuentran un nuevo arreglo: cada
uno renuncia a su filiación partidista y la elección se realiza “como siempre”, en una
asamblea en la que cada grupo buscará colocar sus candidatos.
38 Este ejemplo ilustra hasta qué punto es imposible una lectura unívoca en términos de
manipulación política. Detrás de las etiquetas partidistas y del discurso sobre la defensa
de las costumbres, se ocultan realidades extremadamente complejas y diversas. La
defensa de los usos y costumbres encubre relaciones de poder, con configuraciones
variables según la localidad. La tan cantada unidad refleja un equilibrio precario entre
fuerzas o grupos de intereses divergentes. Algunos árbitros, como los ancianos o las
autoridades municipales, ayudan a dirimir las rivalidades. Su capacidad para hacerlo se
deriva del prestigio y la legitimidad que les confieren las tradiciones, pero también de su
monopolio de la mediación con el poder central. La diversificación de los canales de
mediación (instituciones electorales, partidos de oposición, organizaciones
independientes o ONG) y los cambios sociales y culturales que afectan a las comunidades
provocan el debilitamiento de los mecanismos tradicionales de arbitraje. Los disidentes,
aquellos que en otros momentos se habrían contentado con plegarse a la decisión de la
mayoría, pueden tratar de defender sus propios intereses y romper el monopolio de los
antiguos dirigentes apelando a terceros, incluyendo los partidos de oposición. Estos no
hacen más que canalizar las rivalidades que existen en forma latente y darles una
consistencia institucional que rebasa los marcos tradicionales del consenso. Muy a su
pesar, los dirigentes en funciones deben pretender que se separan del PRI para poder
preservar el equilibrio habitual de las relaciones de poder.
39 El discurso sobre la unidad de la comunidad no es estrictamente manipulador, aun si
beneficia a un grupo más o menos grande. Tampoco es una estrategia directa del PRI para
detener al PRD, aun si a la larga obtiene una evidente ventaja. En el caso de Santa Catarina
Mechoacán, la adopción formal o legal del régimen costumbrista refleja una negociación
entre facciones. No es la expresión de la lucha de una comunidad armoniosa y homogénea
para preservar su unidad frente a la injerencia de los partidos, ni de la simple táctica de
una camarilla o de un cacique para conservar sus privilegios y aniquilar a los disidentes.
Refleja un ajuste entre una mayoría y una o varias minorías, entre un grupo dominante
que goza de un grado más o menos considerable de legitimidad y aquellos que lo quieren
desplazar. La articulación de estos grupos a los partidos políticos es, además, relativa y
aleatoria. El PRI goza de la legitimidad que le confiere la tradición y apoya más o menos
directamente a los dirigentes en funciones mientras garanticen la legitimidad y la
estabilidad del régimen. El PRD existe en el plano local sólo porque los disidentes buscan
en él un relevo institucional externo para compensar su relativa debilidad dentro de la
comunidad. Lo utilizan para ejercer presión y forzar a sus rivales a establecer un nuevo
reparto del poder.
40 Una vez más, cada municipio es un caso particular. Santa Catarina Mechoacán tiene todas
las características del régimen consuetudinario en 1995: las autoridades son nombradas
en una asamblea más o menos abierta; las rivalidades entre grupos o entre personas se
ventilan en la comunidad sin relación directa con los partidos políticos; el PRI es el único
interlocutor de las diferentes facciones, funge como canal natural para registrar a las
futuras autoridades. Por eso, no hay que equivocarse: un municipio de este tipo, en 1995,
cuando el reconocimiento a los usos y costumbres aún no es bien difundido, las
autoridades no han decidido adoptar el régimen de partidos. Ese año hicieron lo mismo
que los años precedentes. Su gestión se inscribe perfectamente en la relación clientelista:
temen ser “mal vistos” por el gobierno si optan por el registro “independiente” de su
planilla. Además, el proceso es confuso dado que las autoridades designadas con el
procedimiento consuetudinario pueden ser registradas por un partido... En 1998, en
cambio, la opción entre el sistema consuetudinario y el de los partidos es obligatoria,
opción tanto más crucial cuanto que los disidentes en el interior de la comunidad
amenazan con recurrir al apoyo de un partido de oposición.33
41 Esas situaciones de transición entre el orden tradicional, donde domina la norma del
consenso, y una situación de competencia abierta por los cargos municipales, dan pie a
todo tipo dinámicas, incluyendo la más llana instrumentalización del discurso
costumbrista con tal de eliminar a los opositores. Ése es el caso de San Agustín Chayuco (a
unos pocos kilómetros de Santa Catarina Mechoacán) o el de San Sebastián Tutla (en la
conurbación de la ciudad de Oaxaca), sobre los cuales regresaremos con más detalle en el
siguiente capítulo. En esos dos municipios, la oposición local se institucionaliza (con el
apoyo del PRD) a partir de 1992. En 1995, de nuevo, el PRD pretende registrar una planilla
en cada municipio, pero las autoridades se lo impiden en Tutla, donde el PRI defiende el
régimen consuetudinario ante el Tribunal Estatal Electoral. Lo mismo ocurre en Chayuco,
en 1998, cuando el presidente en turno decide tramitar el regreso al régimen
consuetudinario (con el apoyo del PRI) para eliminar a sus opositores. Esos ejemplos dan
una idea clara del uso estratégico que las autoridades en turno hacen del régimen
consuetudinario legalizado, para excluir a la oposición de la competencia y mantener el
control del poder municipal. En esos casos, en vez de reflejar un compromiso entre
facciones rivales, la determinación del régimen electoral resulta de la imposición de un
grupo político en detrimento de otros.
42 En las elecciones siguientes (2001 y 2004), las solicitudes de cambio de régimen
disminuyen gradualmente, y son tramitadas en su mayoría por los representantes de los
partidos de oposición ante el IEE ( PAN y PRD), sin el apoyo real de los ciudadanos de los
municipios aludidos. Simplemente, las dirigencias partidistas consideran que tienen un
electorado potencial, cuyas preferencias se han reflejado en elecciones supramunicipales;
eso los motiva a pedir el cambio de régimen de usos y costumbres a partidos políticos,
aunque en realidad no tengan el apoyo explícito de simpatizantes o militantes a nivel
municipal.
43 La estrategia del IEE se va perfeccionando. El presidente de esta institución, junto con la
Dirección de Usos y Costumbres, decide anticipar las solicitudes de cambio de régimen y
sistematizar el método de conciliación forjado, improvisadamente, en 1998. Así, a partir
del mes de agosto de 2000, el IEE invita a los 418 municipios consuetudinarios a
especificar, lo más rápidamente posible, la fecha, la hora y el lugar de la elección de las
futuras autoridades, para que el consejo general pueda aprobar el catálogo de los
municipios consuetudinarios a principios de enero de 2001. Al mismo tiempo fija fechas
precisas para depositar las solicitudes de cambio de régimen.34 Finalmente, de enero a
marzo 33 municipios son considerados para un cambio de régimen: 31 de usos y
costumbres y dos de partidos políticos.35
44 En esta ocasión el presidente del IEE convoca sistemáticamente a las autoridades de cada
uno de los 33 municipios y, de ser el caso, a los representantes de los habitantes que
hayan firmado la petición de cambio de régimen. En total tienen lugar alrededor de 50
reuniones entre el 17 de enero y el 28 de marzo de 2001, durante las cuales cada parte
debe argumentar a favor o en contra del cambio de régimen. Para formalizar el
procedimiento de definición del régimen electoral el consejo general aprueba una serie de
criterios: cuando se trate de un cambio de régimen de usos y costumbres al de partidos
políticos la petición debe ser transmitida por escrito y firmada por las autoridades
municipales, o bien por un “grupo representativo de ciudadanos de la comunidad”. 36 En
el caso inverso (cambio de régimen partidista a régimen consuetudinario), se toma en
cuenta la opinión de los representantes de los partidos políticos. De cualquier forma, el
cambio de régimen no puede ocurrir más que si la petición es suscrita por un “sector
mayoritario de ciudadanos de la comunidad o de las comunidades que constituyen el
municipio”.37 Para verificar esto, el IEE toma en cuenta “el padrón comunitario de
ciudadanos”. Se indica además que el consejo general evaluará el efecto que pudiera tener
el cambio de régimen en la “estabilidad política y la paz social del municipio en cuestión”.
nuevas disputas se multiplican, elección tras elección, cada tres años. Hemos tratado de
establecer aquí una tipología sumaria del tipo de conflictos o controversias que se han
presentado en los diez años de aplicación de la legislación electoral sobre usos y
costumbres. A continuación examinaremos, de manera más precisa, las dinámicas
políticas locales y regionales subyacentes a dichos conflictos. Este análisis nos servirá
para demostrar hasta qué punto, lejos de preservar el orden establecido, el
reconocimiento legal de las costumbres ha acelerado el proceso de cambio político a nivel
local.
NOTAS
1. Entrevista con Cipriano Flores Cruz, Oaxaca, 20 de julio de 1997.
2. Noticias, 18 de septiembre de 1995.
3. Entrevista con Cipriano Flores Cruz, Oaxaca, junio de 1998.
4. Ibid.
5. Ibid.
6. Acuerdo del consejo general del Instituto Estatal Electoral sobre los lineamientos generales aplicables a
los municipios que se regirán por lo establecido en el libro cuarto del CIPPEO para la elección de concejales.
7. Ibid.
8. En el estado de Oaxaca la legislación electoral atribuye al IEE la responsabilidad de validar las
elecciones, pero el Congreso local erigido en colegio electoral debe a continuación calificar esta
decisión para que tenga carácter oficial y definitivo. Puede darse el caso de que el Congreso emita
una opinión contraria a la del IEE. El Congreso es el único que puede convocar a elecciones
extraordinarias, que el IEE estará encargado de organizar. Este sistema de doble validación fue
suprimido en el plano federal: se contradice el principio de autonomía de la autoridad electoral al
otorgar a los diputados –y por ende a los partidos– considerable poder de decisión en el dominio
de las elecciones y sus resultados. Los diputados son “jueces y partes”, cosa que permite muchas
manipulaciones en el sistema de partido hegemónico que aún prevalece en Oaxaca.
9. El artículo 113 del CIPPEO especifica que para ser miembro de un ayuntamiento siguiendo el
sistema de costumbres basta con ser reconocido y aceptado por la comunidad. Los artículos 101 y
102 contienen los criterios de elegibilidad aplicados en el conjunto de los municipios: ser
ciudadano del estado de Oaxaca en el ejercicio de todos sus derechos y haber cumplido los 18
años; ser habitante del municipio con cuando menos un año de residencia; tener un medio
honesto de vivir; disponer de un excedente; no ser militar en activo, miembro de las fuerzas del
orden, funcionario del Estado ni funcionario de la federación.
10. El artículo 11 del CIPPEO establece con mayor precisión las condiciones requeridas para ser
candidato en las elecciones: estar inscrito en el Registro Federal de Electores; tener credencial de
elector; no ser magistrado, juez ni secretario del Tribunal Federal Electoral ni del Tribunal
Electoral local; no ser empleado ni consejero de ningún organismo electoral del estado ni de la
federación; no ser funcionario local ni federal. El artículo 139 especifica los documentos que los
candidatos deben proporcionar: una carra en la cual manifiesten su aceptación de la candidatura,
copia del acta de nacimiento y de la credencial de elector, etcétera.
11. Acta de la sesión del Consejo General del IEE del 22 de septiembre de 1995, mimeo., pp. 39-40.
12. En la mayoría de los municipios, los que emigran a otras regiones del país o a los Estados
Unidos siguen estando obligados con sus comunidades y pueden ser nombrados para ocupar
cargos en el ayuntamiento; provisionalmente regresan a sus pueblos para cumplir con su
proceso electoral el IEE ha aplazado la publicación del catálogo para permitir a los partidos
políticos, a las autoridades municipales y/o a grupos de ciudadanos solicitar un cambio de
régimen electoral. No obstante, desde 1998, ningún cambio de régimen ha sido aprobado por el
IEE, estableciéndose en 418 el número de municipios de usos y costumbres, y 152 el de régimen de
partidos políticos. Véase el Compendio de legislación electoral, p. 79.
25. Los “radicados” son las personas originarias de algún municipio oaxaqueño pero que residen
fuera, va sea en alguna ciudad de México o en el extranjero (la mayor parte en los Estados
Unidos). La mayoría sigue teniendo contacto con su comunidad de origen, donde quedaron
familiares o simplemente conservan la propiedad de una casa y/o de algún terreno. Muchas veces
también están obligados a cooperar con dinero o con bienes materiales (como premios para los
concursos que se organizan durante las fiestas patronales) para el mejoramiento de la vida
comunitaria. Asimismo deben cumplir con los cargos comunitarios con cierta frecuencia, ya sea
personalmente o bien pagándole a algún “interino”, como ha venido ocurriendo. A partir de
finales de los noventa, grupos de radicados han ¡do reclamando mayor participación en las
decisiones públicas y, por ende, en el nombramiento de los ayuntamientos. Regresaremos sobre
ese nuevo sujeto político emergente y las resistencias internas que provoca en quienes no han
emigrado.
26. Las autoridades municipales y sus opositores locales están “afiliados” al mismo partido: el PRI.
27. Compendio de legislación electoral, p. 80.
28. Entrevista con Cipriano Flores Cruz, Oaxaca, 20 de julio de 1999.
29. San Pedro Ixtlahuaca, Santa María Guelace, Santa María Camotlán, San Sebastián
Tecomaxtlahuaca, San Agustín Chayuco y Santa Catarina Mechoacán.
30. En cuatro de los seis municipios que adoptan el régimen de costumbres había más de una
planilla electoral en competencia en 1995: Tecomaxtlahuaca ( PRI, PRD y PFCRN), San Agustín
Chayuco (PRI, PRD), San Pedro Ixtlahuaca (PRI, PFCRN), Santa María Guelace (PRI, PRD). Solamente en
dos casos no había más que una planilla del PRI: Santa María Camotlán y Santa Catarina
Mechoacán.
31. Municipio mixteco del distrito de Jamiltepec, en la costa del Pacífico.
32. Copia del oficio mandado por las autoridades municipales en funciones de Santa Catarina
Mechoacán, a Ulises Ruiz Ortiz, presidente del comité ejecutivo estatal del PRI en Oaxaca, 2 de sep
tiembre de 1998, consultada en los expedientes de la Dirección de usos y costumbres del IEE,
Oaxaca, Oax., noviembre de 1998.
33. La situación es similar en municipios como Santa María Guelace (Valles Centrales), San Pedro
Ixtlahuaca (idem) y San Sebastián Tecomaxtlahuaca (distrito de Juxtlahuaca): la opción por el
régimen partidista en 1995 es coyuntural. Los disidentes registran su planilla con el PRD y
“obligan” a las autoridades municipales y a los partidarios de la planilla mayoritaria (o
“comunitaria”) a que registren ésta con el PRI En los tres casos, nunca había habido antes otra
planilla que no fuera la del PRI en las elecciones municipales (la tradicional “planilla única”). En
1998, no obstante, el contexto político ha cambiado, y los opositores locales ya no tienen la fuerza
suficiente para cuestionar el procedimiento tradicional de nombramiento de las autoridades.
Después de haber obtenido resultados excepcionales en las elecciones municipales en 1995, el PRD
obtiene resultados mediocres en las elecciones municipales del 4 de octubre de 1998. Las
rivalidades ya añejas entre “corrientes” en el seno del partido ( COCEI contra UCD principalmente)
se intensifican en el momento de elaborar las planillas municipales. Estas luchas intestinas
impiden que el PRD “capte”, como en 1995, a los candidatos disidentes que pudieran surgir en los
municipios tradicionalistas. De ahí el aparente regreso al régimen consuetudinario.
34. Las peticiones deben llegar al IEE a más tardar el 6 de febrero de 2001. Los demandantes
tienen hasta el 6 de manco para documentar sus peticiones. Finalmente el plazo se prorroga
hasta el 28 de marzo de 2001.
35. De esos municipios 16 ya habían sido objeto de una solicitud de cambio en 1998; los 17
restantes lo son por primera vez.
36. Acuerdo del Consejo General del Instituto Estatal Electoral sobre lineamientos generales para la
resolución de peticiones de cambio de régimen electoral para la elección de concejales.
37. Ibid.
38. Ibid.
39. En los dos municipios restantes los demandantes retiraron su petición.
40. La petición de Santiago Matatlán es igualmente suscrita por los simpatizantes del PRO y las
autoridades comunales de la cabecera.
41. IEE, Memoria del proceso electoral 2004, p. 121.
1 Los conflictos electorales que surgen a partir de 1998 no se deben únicamente a las
transformaciones de fondo –demográficas, económicas o socioculturales– que se han ido
dando en las comunidades. Tienen que ver, sobre todo, con las mutaciones propiamente
institucionales del poder local. A continuación veremos cómo la política de
descentralización del gobierno federal, por un lado, y las reformas legales realizadas por
el gobierno de Oaxaca, por el otro, contribuyen a modificar la naturaleza y el significado
mismo del poder municipal. Lo que en algún momento pudo haber sido un ejercicio
desinteresado de los cargos municipales, se va volviendo un objetivo estratégico para
individuos y grupos. Ello provoca la exacerbación de la competencia por el control del
poder municipal.
gobierno. En lo que toca a los asuntos internos, los municipios gozaban de una relativa
autonomía respecto del centro, pero dependían totalmente del apoyo de los principales
dirigentes de la comunidad.
7 Esta configuración de las relaciones de poder cambia notoriamente a partir de los años
ochenta, con la asignación de recursos financieros en forma de “participaciones”
(recursos no etiquetados otorgados anualmente por la federación a los municipios,
esencialmente para financiar los gastos de funcionamiento).
8 El cambio más profundo se da a partir de la creación de los fondos municipales de
Pronasol, en 1989. Cada año las autoridades van a participar en la administración de
cientos de miles de pesos. La reglamentación de ese programa impulsado por el
presidente Carlos Salinas de Gortari, con préstamos del Banco Mundial, insiste en la
participación de la comunidad. Se crean comités de Solidaridad para cada proyecto u obra
financiada por el programa. Las decisiones se toman en asamblea y los beneficiarios
deben aportar mano de obra gratuita para la ejecución de las obras. Como una manera de
limitar el poder de ciertos caciques regionales y locales, Salinas de Gortari sólo les
confirió a las autoridades municipales un papel de coparticipación y supervisión; el trato
era más bien entre la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) y los comités regionales y
municipales de Solidaridad. Aun así, las autoridades municipales obtuvieron recursos
sustanciosos a través de los llamados fondos municipales de Solidaridad.
9 Así, poco a poco las autoridades llegaron a no depender únicamente de la cooperación de
todos los habitantes para llevar cabo sus decisiones. El margen de maniobra de las
autoridades locales se fue ensanchando.
10 No obstante, fue hasta 1995 en que la descentralización promovida por el presidente
Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000), tuvo mayor impacto en la administración
municipal. Efectivamente, el nuevo presidente decidió transferir la mayor parte de los
recursos para el desarrollo social y la infraestructura básica a los municipios, y ya no a los
comités formados, como antes, por actores de la “sociedad civil”. El objetivo era
esencialmente de control y transparencia en el uso de los recursos, ya que el saldo de
Pronasol, en ese aspecto, había sido bastante negativo: muchas de las organizaciones de la
“sociedad civil” se disgregaban al momento de recibir los primeros recursos, y al final,
nadie se hacía responsable de las obras a cargo de los comités de Solidaridad. Además, se
habían producido cuantiosos conflictos entre las organizaciones formadas en torno a
Solidaridad, y los gobiernos municipales, que en algunos casos eran marginados en el
manejo de programas cuyos presupuestos rebasaban por mucho el presupuesto
municipal. No en pocos casos se produjo una verdadera competencia encarnizada por la
administración de los nuevos recursos entre los comités de Solidaridad y las autoridades
municipales. Por esa razón, el presidente Ernesto Zedillo decidió que los programas
regionales de desarrollo productivo fueran manejados por la Sedesol, al mismo tiempo
que dirigía gran parte del presupuesto federal descentralizado a las tesorerías
municipales. Se creó así el llamado Ramo 33, del presupuesto federal, cuyos recursos eran
destinados al desarrollo de infraestructura básica municipal, mientras se mantenía el
Ramo 26, de participaciones y fortalecimiento de la administración municipal (que incluía
recursos para el pago de nómina a las autoridades municipales).
11 La descentralización ha traído consigo nuevos conflictos en municipios que hasta ese
momento habían funcionado a base de autofinanciamiento por las propios “cargueros” y
las contribuciones obligatorias de los vecinos, en mano de obra y en dinero. Pese a los
dispositivos previstos para que la gestión de los fondos municipales fuera lo más
15 Los conflictos electorales no son ajenos en esta nueva realidad del poder municipal. Ya en
1995 algunos de los conflictos que mencionamos tenían que ver con ese nuevo flujo de
recursos financieros. El caso de San Pedro y San Pablo Ayutla es particularmente
significativo. El conflicto que estalla en 1994 se relaciona directamente con la
implementación de Pronasol en el plano regional y local. A principios de los años noventa,
jóvenes ingenieros originarios de la región, constituyeron organizaciones para
aprovechar los fondos regionales de Solidaridad manejados bajo la supervisión del INI.
Una de ellas es la Unión Regional de Sociedades de Producción Rural “Mixes de Oaxaca”,
que agrupa a varias organizaciones locales de productores de café, de ganaderos y de
artesanos. Noel Martínez Villanueva forma parte de esta unión. Con el apoyo de dos
cuñados suyos, Teódulo Domínguez y Antonio Aguilar, crea una empresa de artesanías
que financia gracias al programa Empresas de Solidaridad, de Pronasol. Las empresas y las
organizaciones de productores florecen simultáneamente en toda la región. Teódulo
Domínguez funda la Unión Regional de Productores de Café “Territorio Mixe”, que agrupa
a doce comunidades. Obtiene sumas considerables, en principio destinadas a la
comercialización del café. Antiguo empleado de la Secretaría de Agricultura, utiliza los
fondos para constituir una clientela política que le servirá luego para convertirse en
diputado local del PRI. Por su parte, Antonio Aguilar crea, en la baja mixe, una
organización de productores de cítricos y de café.
16 En cada municipio aparecen nuevos empresarios que proponen los proyectos más
variados, desde la comercialización del café hasta el ecoturismo, pasando por la
explotación de los recursos forestales. Pronasol despierta repentinas vocaciones. Pero la
mayoría de estas empresas son de corta vida: son sólo fachadas para obtener, con pocos
gastos, los muy abundantes recursos del programa federal. La mala administración y la
utilización de los fondos para otros fines, de índole puramente política, contribuyen al
fracaso de los fondos regionales en esta región. Pero si Pronasol tiene un impacto
económico nulo, no ocurre lo mismo en el plano político. Contribuye a la formación de un
grupo de dirigentes que, como Teódulo Domínguez, alcanzan posiciones claves en el seno
del aparato político. En el plano local, los fondos de Pronasol permiten a ciertas personas
hacerse de una clientela política y jugar el papel de intermediarias entre su comunidad y
el gobierno. Esto necesariamente trae consigo tensiones: algunos antiguos dirigentes se
sienten desplazados o bien entran en competencia por el control del nuevo maná que
representa Pronasol. Es lo que ocurre en Ayutla. A lo largo de los años ochenta, una
agrupación de maestros, antiguos alumnos de los salesianos, se consolidó como grupo
dirigente en el plano municipal. Toman su distancia de los viejos maestros, allegados al
PRI, de los que de todos modos heredan la preeminencia política que les confiere su status
profesional.3 A principios de los años noventa, cuando este grupo de maestros cercanos a
la Iglesia está consolidando su poder en el seno de la comunidad, entra en competencia
directa con Noel Martínez y sus asociados, cuya influencia se nutre de la gestión de los
nuevos programas gubernamentales. Noel Martínez no tiene realmente ninguna
intención de acceder al poder municipal: sus ambiciones son económicas más que
políticas. Pero al mismo tiempo sus relaciones privilegiadas con algunos altos
funcionarios y el éxito de su empresa hacen sombra a los maestros. Éstos van a explotar la
envidia que provoca el éxito económico de Noel Martínez para movilizar a la comunidad
en su favor.
17 El conflicto de Ayutla no puede entenderse si no se toma en cuenta la dimensión religiosa,
aunque también la del control del territorio. Sin embargo, el análisis queda trunco si no
consideramos las tensiones que provoca el flujo de los nuevos recursos que el Estado
descentraliza desde principios de los años noventa. En 1994 y 1995, en Ayutla, las
autoridades municipales reprochan principalmente a Noel Martínez Villanueva que se
enriqueciera a costa de la comunidad, sin que ésta se beneficie. Le exigen al gobierno que
establezca la gestión de la empresa bajo el control de la comunidad y no en manos de un
particular. Éste es el tipo de conflicto que provoca el Pronasol al saltarse a las autoridades
municipales; éstas se sienten relegadas. Al mismo tiempo, la inversión muy “restringida”
e inequitativa de los recursos del Pronasol causa la inconformidad de los que no se ven
beneficiados con él.
18 El aumento de los fondos municipales a partir de 1995 no resuelve verdaderamente el
problema. Al contrario, las tensiones se exacerban conforme aumenta el presupuesto
municipal. Diferentes sectores de los municipios se movilizan para obtener una mejor
repartición de los fondos. Es el caso de las agencias municipales. En ocasiones los
conflictos entre agencias y cabeceras son de larga data, pero la descentralización aviva
esas tensiones. Aun cuando la reglamentación de los fondos municipales indique que la
asignación de los recursos deba ser decidida en el seno de un Consejo de Desarrollo Social
Municipal (CDSM), con la participación de las autoridades de las agencias, no siempre es
así. Éstas reprochan con frecuencia a las autoridades municipales que no anuncien cuánto
dinero reciben y que favorezcan al pueblo-cabecera en la asignación de recursos. En
muchos casos, en efecto, resulta que el CDSM realmente no funciona, hecho que se acentúa
a partir de 1998, ya que la responsabilidad de constituir los CDSM se deja enteramente en
manos de las autoridades municipales, que adquieren más atribuciones en la selección,
aprobación y ejecución de las obras de infraestructura. Este nuevo margen de maniobra
suele utilizarse en detrimento de las comunidades periféricas.
19 La monopolización de los recursos –real o supuesta– está en el origen de muchos
conflictos en 1998. El de Santiago Matatlán es un buen ejemplo. Las autoridades de la
agencia de San Pablo Güilá acusan al alcalde de haber organizado solamente una reunión
del CDSM. Se dice que durante su mandato dispuso del presupuesto municipal a su antojo,
sin consultarlas, y que San Pablo Güilá no recibió más que una ínfima parte de los
recursos asignados al municipio entre 1995 y 1998. En el momento de las elecciones
municipales de 1998 las autoridades de la agencia exigen un cambio de régimen electoral,
pues consideran que así asegurarán su representación en el seno del ayuntamiento, para
poder obtener una porción más favorable de los recursos municipales. Las autoridades de
la agencia afirman, sin embargo, que simplemente preferirían que el gobierno asignara de
manera directa a San Pablo Güilá una parte del presupuesto municipal, más que
participar en la elección del nuevo ayuntamiento. Finalmente llegan a un arreglo con el
Coplade, que se compromete a asignarles recursos adicionales.4
20 La movilización de las agencias para exigir de las cabeceras una mejor repartición del
presupuesto municipal se produce prácticamente en todos los municipios que tienen
varias localidades. Desde este punto de vista, el conflicto de Ayutla presenta, a partir de
1995, características similares a las de Matatlán. Las autoridades de las agencias dan
apoyo a Noel Martínez Villanueva en contra de las autoridades de la cabecera, a las que
les reprochan acaparar los recursos municipales en detrimento de las comunidades
periféricas. Noel Martínez no hace más que explotar un viejo resentimiento de las
agencias al transmitirles una información más o menos deformada sobre los recursos que
la federación asigna a la cabecera. Una de las agencias de Ayutla, El Duraznal, manifestó
siempre el deseo de ser autónoma. Se trata de una comunidad relativamente grande que
posee enormes recursos forestales. Sus habitantes siempre se han quejado de que los
obligan a participar en los tequios de la cabecera y a ocupar cargos subalternos en el seno
del ayuntamiento, sin que la cabecera muestre reciprocidad y los ayude en sus propias
obras de infraestructura. En otras palabras, tienen la sensación de ser explotados por la
cabecera sin obtener, a cambio, el menor beneficio. Añádase la creciente diferenciación
social entre un centro donde los maestros, comerciantes y otros profesionistas son
mayoritarios, y una periferia donde la mayoría de los habitantes es todavía campesina.
Las tensiones entre las dos categorías sociales son constantes. Los habitantes de las
agencias aguantan cada día menos el desprecio o el paternalismo de los habitantes de la
cabecera, que los tildan de “rancheros” y los utilizan para mano de obra gratuita.
21 La descentralización activa estas antiguas tensiones entre la periferia y el centro de los
municipios. En Ayutla la información en gran medida deformada que hace circular Noel
Martínez Villanueva sobre los recursos municipales, atiza el sentimiento de explotación y
de exclusión de los habitantes de las agencias. Al descubrir la cantidad de dinero que la
cabecera recibió entre 1996 y 1998, las autoridades de las agencias llegan a la conclusión –
errónea– de que así ha sido desde hace muchos años y de que jamás se les informó. A fines
de 1997, los habitantes de las agencias se movilizan y logran colocar a uno de los suyos a
la cabeza del nuevo ayuntamiento. Se trata de un maestro, sólo que originario de La
Chicocana, una de las agencias de Ayutla, lo que le da legitimidad a los ojos de los
25 A partir de 1996 Máximo Flores debe hacer frente a una fuerte oposición, aliada al PRD. Al
aproximarse las elecciones municipales de 1998, solicita ante el IEE que Chayuco sea
colocado bajo el régimen de usos y costumbres, cuando que en 1995 el PRI –al que
pertenece– y el PRD participaron en la elección, como lo hemos mencionado en el capitulo
anterior. No cabe duda que Máximo Flores vé en la “restauración” de las costumbres una
forma de consolidar su poder y de mantener el control de los asuntos municipales cuando
se termine su mandato. Al erigirse en defensor de las costumbres, se ganó a los
tatamandones, cuyo prestigio e influencia han ido disminuyendo durante los últimos
decenios, en parte a causa de las transformaciones económicas y culturales por las que
atraviesa la comunidad. Su intento de valorización de las costumbres no es ajeno al hecho
de que él mismo puede convertirse en tata-mandón, después de haber sido presidente
municipal, a condición de que desempeñe la función tradicional de mayordomo durante
la fiesta patronal del pueblo. Al devolver a los ancianos un lugar central en la jerarquía
del poder local, garantiza la continuidad de su influencia entre las futuras autoridades
municipales. El meollo de esta “operación” es en gran medida el control de los recursos
financieros, que han aumentado exponencialmente a partir de 1995. Frente al alcalde en
turno, los opositores exigen estar mejor representados en el seno del ayuntamiento,
aunque pierdan la elección. Ellos también quieren poder controlar la asignación de los
recursos municipales.
26 Estos ejemplos demuestran que los factores estructurales ni las transformaciones sociales
y culturales, como tampoco los conflictos territoriales, bastan para explicar la
exacerbación de la competencia electoral y las tensiones que conlleva. Las
transformaciones propiamente institucionales son igualmente decisivas. La
descentralización, que se desprende a su vez de la consolidación del multipartidismo en el
plano federal, provoca un cambio de fondo en la naturaleza misma del poder municipal.
Éste tiene medios financieros que lo convierten en un punto de importancia estratégica.
Los cargos municipales ya no son lo que eran. Dejaron de ser sinónimos de sacrificio y
endeudamiento. El prestigio ya no es la única recompensa a la que puede aspirar la
persona que ha servido a su comunidad “gratuitamente”. Ahora ser presidente municipal
y regidor le permite decidir sobre la asignación de un presupuesto cada vez más
abundante.
27 Sin embargo, es conveniente evitar una lectura reductora que ponga el atractivo de las
ganancias como móvil único de la movilización política. Las facciones o las personas que
compiten por acceder al poder municipal no lo hacen solamente para ganar dinero, sino
porque el poder municipal permite controlar la asignación de los recursos y por ende
tomar decisiones que tienen efectos reales, inmediatos, palpables, sobre la situación
material de la colectividad. Las decisiones que toman las autoridades municipales no
conciernen sólo a la organización del trabajo obligatorio o al mantenimiento del orden,
sino que tienen por objeto repartir un bien escaso que la federación les asigna de manera
regular. Cada grupo, cada sector del municipio quiere influir en estas decisiones. En
colectividades marcadas por la pobreza, donde los mecanismos de solidaridad eran una
garantía de supervivencia, la transferencia de recursos financieros tiene efectos radicales.
El conjunto del orden y de los principios comunitarios se pone parcialmente en tela de
juicio. Se reavivan antiguas fracturas y el equilibrio de fuerzas se rompe. El presidente
municipal tiene ahora una capacidad de acción y de mediación política que antes era
exclusiva del cacique local o regional. La descentralización, en su fase más reciente, asesta
30 Las nuevas reglas del juego electoral parecen dar un papel preeminente a las autoridades
municipales. Y esto tiene que ver menos con el texto de la ley que con la aplicación que se
hace de ella. El libro IV del código electoral habla de autoridades electorales
“competentes” en el nivel local, sin precisar su naturaleza.6 El principio de respeto a la
autonomía de las comunidades induce a los legisladores a no reglamentar con detalle los
procedimientos de elección. La idea es hacer un reconocimiento “genérico”, sin codificar
las costumbres locales por demás diversas y cambiantes. Las instituciones y los
procedimientos varían de un municipio al otro, pero en la mayoría de ellos las
autoridades en funciones juegan un papel muy importante. Son ellas las que convocan a
las asambleas de pueblo e incluso, a menudo, las presiden. Sin embargo, en muchos casos,
ceden el lugar a una mesa de debate, designada por la asamblea y encargada de moderar
las deliberaciones y efectuar el recuento de los votos, en caso de que se tome alguna
decisión por mayoría. Esta figura de la mesa de debates fue introducida por los maestros a
partir de los años sesenta. Es el procedimiento que se sigue en las asambleas del sindicato
de maestros y en los comités de padres de familia en las escuelas públicas.
31 En todos los casos, las autoridades municipales tienen un papel central en la definición de
la agenda de las asambleas comunitarias, en la decisión de la fecha de las elecciones
(cuando no depende exclusivamente del calendario religioso), del procedimiento mismo
de designación de sus sucesores, etc. Ahora bien, aun cuando la ley electoral destaca sobre
todo el papel de la “asamblea general comunitaria” y evita definir claramente cuál es el
“órgano electoral competente”, legitima la participación de las autoridades en turno en la
elección de las nuevas autoridades. Por ejemplo, en el artículo 116 se indica que la
autoridad electoral “podrá formar parte del órgano electoral designado por la asamblea”.
7 Un poco más adelante la ley estipula que las autoridades en funciones deberán,
selección del régimen electoral. En realidad, son las autoridades municipales las
encargadas de anunciar al IEE el régimen que se aplicará en su municipio. Pero, como ya
dijimos, en ciertos municipios las autoridades toman decisiones no unánimes; se trata
más bien de decisiones unilaterales de las autoridades y del sector del municipio que las
apoya.
34 En adelante las autoridades municipales tendrán, en la ley, considerables prerrogativas
electorales. En la relación con el IEE gozan de una evidente ventaja: son la “voz oficial” de
la comunidad, a tal punto que solamente su firma puede validar una elección. Toda
asamblea convocada sin su visto bueno carece de valor legal. En los municipios donde
existe una fuerte polarización entre varios sectores o facciones, las autoridades tienden a
tomar partido. Promueven o sostienen a candidatos que son sus allegados. También
buscan definir e imponer reglas del juego electorales que favorezcan a sus candidatos.
35 Una vez más, el ejemplo de Santiago Matatlán es especialmente ilustrativo. La defensa del
régimen consuetudinario es esencialmente la obra del alcalde Juan José Méndez León
(1996-1998), que representa a un grupo poderoso de productores y comerciantes de
mezcal. En 1995, cuando acaba de aprobarse la reforma electoral, el futuro presidente
municipal organiza una asamblea con la connivencia de las autoridades en turno. La
elección se realiza como siempre: los representantes de los diferentes “sectores” de la
comunidad (comisariado ejidal, comisariado comunal, representantes de las asociaciones
de cultivadores de agave y de productores de mezcal) se reúnen en la alcaldía para
seleccionar a las personas que van a reemplazar a las autoridades en turno. Sólo que en
vez de registrar la lista con el PRI, como en los años anteriores, las autoridades deciden
utilizar la nueva categoría de usos y costumbres, impidiendo con ello, al mismo tiempo,
que la oposición presente otra planilla. Y es que desde 1974 siempre hubo dos planillas
durante las elecciones municipales: la del PRI, designada por la asamblea de los “sectores”
y la autoridad en funciones, y la del PAN. Se instalaban las urnas, pero la del PAN era
minoritaria. La oposición, simbólica.
36 En 1995, sin embargo, el PRD obtuvo un centenar de votos en las elecciones legislativas del
6 de agosto de 1995. Aun cuando el PRI continuara siendo mayoritario,10 la multiplicación
por tres de los votos de la oposición reflejó un cambio sensible en las relaciones de fuerza
locales. El bloque mayoritario de los productores de mezcal pareció resquebrajarse. De
todos modos, la elección del régimen de costumbres en 1995 no provocó ninguna reacción
en la oposición, todavía muy marginal. Entre 1996 y 1998, en cambio, las autoridades de la
agencia de San Pablo Güilá entran en conflicto con el alcalde, al que acusan de
monopolizar el presupuesto asignado al municipio por el Estado. Paralelamente, un sector
de los habitantes de la cabecera impugna la gestión del presidente municipal, acusándolo
de desviar los fondos municipales y favorecer a un grupo reducido de parientes y
partidarios suyos.11 Este movimiento de oposición aglomera a los miembros de una
especie de clase media local. Algunos han hecho estudios superiores y han pasado parte
de su vida fuera de Matatlán. La mayoría son pequeños comerciantes, su situación
económica es más bien mediocre en comparación con la de los grandes comerciantes de
mezcal que apoyan al alcalde. El principal impulsor de la movilización, Armando López
López, es médico; tiene un consultorio y una farmacia en Matatlán. Nacido en Oaxaca, de
padre originario de Matatlán, crece y realiza una parte de sus estudios en Ixtepec, en el
Istmo de Tehuantepec, donde entra en contacto con los dirigentes de la COCEI. Luego hace
sus estudios de medicina en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y participa
en el movimiento universitario de fines de los años setenta. Tras casarse con una mujer de
39 Además del apoyo de estos “batallones” de campesinos a los que proporciona becas y
empleo en las empresas de mezcal, Méndez León tiene el apoyo de los hombres de
negocios más poderosos de Oaxaca: Pedro Mateo, propietario de la marca de mezcal
Benevá, de renombre internacional, y presidente de la Asociación de Magueyeros del
Estado de Oaxaca. No solamente está este hombre a la cabeza de una de las industrias más
florecientes de Oaxaca, a la que el gobernador Diódoro Carrasco quiso otorgar una
promoción sin precedentes, sino que también es considerado uno de los padrinos del
tráfico de drogas en la región de los Valles Centrales.14 Valiéndose de este apoyo en el
interior de Matatlán, y de la relación personal que lleva con su compadre Diódoro
Carrasco, Méndez León utiliza la legislación sobre los usos y costumbres para neutralizar
a la oposición y asegurar su propia sucesión.
40 Los recursos –relaciónales, financieros, legales– de que dispone el presidente municipal
son tales que ni el IEE ni el PRI logran detenerlo. El IEE intenta en vano forzarlo a negociar
un mecanismo de elección que satisfaga a los opositores. La transición al régimen de
partidos se rechaza desde el inicio. En nombre del respeto al “derecho de los pueblos
indígenas a determinar su propio destino”, el presidente del IEE decide buscar un
procedimiento consuetudinario que garantice la participación de todos en la elección.
Ante la intransigencia del edil, busca primero un acuerdo con las autoridades de San
Pablo Güilá, que están dispuestas a no participar en las elecciones con la condición de
obtener garantías sobre la repartición equitativa del presupuesto municipal. Pero la
negociación con los opositores de la cabecera resulta mucho más difícil. Éstos exigen que
la elección se haga según los patrones convencionales, con un sufragio universal y
secreto, por medio de boletas y urnas. Consideran que será la única forma de evitar que el
presidente municipal manipule la elección. A pesar de los esfuerzos de los consejeros
electorales, que acuden a Matatlán en varias ocasiones (Méndez León no quiso ir a las
reuniones convocadas por el IEE en Oaxaca) para convencerlo de que ceda en cuanto al
mecanismo del voto, él insiste en que la elección se realice por la vía de una asamblea con
voto a mano alzada, “como siempre se ha hecho”. Finalmente, ningún acuerdo es posible.
El presidente municipal se niega a ceder, al grado que convoca unilateralmente a una
asamblea de elecciones el 18 de octubre de 1998, en la que sólo participan los miembros
de tres asociaciones que lo apoyan, así como los comités de las iglesias católica y
evangélica. En la asamblea se reúnen cerca de 150 personas, cuando que en la cabecera
hay más de 1 500 electores. El escenario es perfecto, la reunión tiene lugar en la cancha
municipal de basquetbol, los electores designan la mesa de debates y a varios
escrutadores, antes de proponer a los candidatos para cada uno de los cargos del
ayuntamiento. Cada “sector” (magueyeros, productores de mezcal, mujeres campesinas y
representantes de las iglesias) propone un candidato. Luego la asamblea vota a mano
alzada. Se elige al que obtiene el mayor número de votos. De esta manera el edil garantiza
el nombramiento de sus propios candidatos. Su sucesor es Melchor Monterrosa
Hernández, propietario de la marca de mezcal Fandango. La asamblea es un montaje en la
que no está presente más que una facción, poco numerosa pero muy poderosa, de los
habitantes de Matatlán.
41 El IEE se rehúsa a validar esta asamblea. El colegio electoral hace lo mismo y solicita a la
autoridad electoral, en enero de 1999, que organice elecciones extraordinarias. Aun
cuando Méndez León ya no esté en el puesto, sus hombres mantienen la misma posición:
se oponen categóricamente al voto universal y secreto. El IEE encuentra finalmente un
punto medio: una contienda entre dos planillas compuestas por cada parte, y un voto
público por medio de un pizarrón. Cada planilla tiene un color diferente (verde para la de
Melchor Monterrosa y roja para Hermenegildo Hernández Méndez, candidato de la
oposición). La elección tiene lugar durante una jornada entera, con la vigilancia de
representantes del IEE y de cada una de las planillas que compiten. Procedimiento que de
todos modos permite a los “padrinos” del mezcal controlar el voto de su clientela.
42 Éste es el mejor ejemplo de un presidente municipal que adquiere un poder y un margen
de acción sin precedentes en materia electoral. La ley sobre las costumbres tiene mucho
que ver en este caso, ya que deja la selección del procedimiento electoral en manos del
municipio. Los partidos políticos y los consejeros electorales pueden ejercer presión para
obligar al alcalde a encontrar una forma de elección que garantice la participación de los
adversarios, pero su autoridad es muy limitada. Sólo les queda tratar de convencerlo o en
última instancia de negarse a validar la elección, si ésta se efectúa de manera unilateral y
fraudulenta. En Matatlán el edil reina como dueño y señor indiscutido. Hasta el final de su
mandato marca el paso de las negociaciones. Ciertamente que no saca su fuerza
solamente de la ley electoral, sino del apoyo tácito del gobernador, que naturalmente no
se atreve a enemistarse con el representante de uno de los grupos de empresarios más
poderosos del estado. Pero la reglamentación electoral le permite mantener muy de cerca
el control de la elección municipal. Basta con que la mayoría priísta del Congreso local
decida validar su elección, en contra de la opinión del IEE, para que el presidente
municipal asegure su propia sucesión sin toparse con mayores obstáculos.
43 Las autoridades municipales, empero, no tienen el monopolio del uso de los nuevos
recursos legales, aun cuando estén en una posición ventajosa para hacerlo. Ya lo vimos en
Matatlán: el conflicto surge porque el presidente municipal en turno quiere imponer a su
sucesor. Pero si alcanza tales proporciones es también porque sus oponentes han
encontrado la manera de contrarrestar su estrategia apelando a los partidos políticos y al
IEE. Aun si la capacidad de acción de éste es muy limitada, de todos modos logra invalidar
la elección del 18 de octubre de 1998 y organizar otra, con reglas del juego más
equitativas. En otras palabras, si antes los disidentes no podían hacer nada frente a las
imposiciones de los caciques, ahora pueden utilizar los nuevos canales institucionales: los
partidos de oposición, al IEE y también, como veremos más adelante, al Tribunal Electoral
Federal.
44 El problema es que a partir de 1995 existen dos órdenes jurídicos: el de la costumbre
legalizada, en el que las autoridades municipales tienen la sartén por el mango, y el
derecho positivo, al que los actores locales pueden apelar, según su postura y sus
intereses. El derecho consuetudinario por su parte se convierte en arena de conflicto, en
la que las autoridades municipales y sus oponentes se enfrentan para imponer las reglas
del juego que mejor les convengan.
45 Estos conflictos locales son la prueba de que la adopción de cualquiera de los regímenes
electorales –usos y costumbres o partidos políticos–, no es una operación “natural”
dictada únicamente por una realidad social o cultural. No puede ser comprendida a
menos que se le considere una alternativa, en la que los actores hacen un cálculo de las
ventajas y los inconvenientes de cada uno de ellos. Los conflictos se desprenden también
de las estrategias políticas de los actores locales. A partir de ahora éstos tendrán a su
disposición recursos legales que se contradicen, ya que algunos ponen el acento en los
derechos políticos de los ciudadanos y otros sobre los derechos de la comunidad. Según su
posición y sus intereses, pero también según su formación ideológica o su trayectoria
política, los actores locales apelarán a uno de los dos órdenes jurídico-institucionales,
provocando disputas que el IEE o los tribunales deberán resolver.
representadas las minorías y pueden ejercer presión desde el interior para orientar las
decisiones de la autoridad en un sentido que les sea menos desfavorable.
50 El conflicto estalla y rebasa los límites de la comunidad cuando coinciden dos elementos.
Por una parte, en el plano local, un solo grupo monopoliza el poder y excluye a los otros
de forma permanente. El precario equilibrio se rompe y el discurso sobre la unidad
comunitaria sirve entonces para legitimar la exclusión. Pero, por otra parte, los excluidos
tienen a su disposición recursos y canales institucionales que les permiten reclamar su
inclusión: los partidos políticos, las organizaciones de defensa de los derechos humanos,
los medios de comunicación y algunas instituciones públicas que adquieren una relativa
autonomía, como los institutos electorales o los tribunales electorales (en los planos
federal y estatal). Ahí donde a los disidentes no les quedaba más que resignarse o apelar al
único árbitro disponible –el PRI o el gobierno que apoyaba al grupo dominante–, en
adelante podrán recurrir a otras mediaciones para impugnar el monopolio del poder que
ejercen sus adversarios.
51 La añeja unanimidad de la comunidad revolucionaria institucional se ha roto, pero
también los modos precarios de integración de los grupos de interés y de las minorías
asociadas a ellos. En este contexto de pluralización política, en que la consolidación de un
sistema de partido competitivo en el plano federal juega un papel central, la defensa de
las costumbres parece haberse convertido en un instrumento de exclusión y no de
integración. Ya no sirve para crear un equilibrio entre las fuerzas locales, por frágil que
fuera, sino para imponer los intereses de un grupo reducido de “partidarios” que se
disfrazan de defensores de la unidad comunitaria. La asamblea ya no es un espacio de
conflicto y de conciliación, sino el instrumento de legitimación de una facción que busca
erigir sus decisiones en expresión de la voluntad general.
interviene sólo como aval para acreditar a las autoridades nombradas por las asambleas
comunitarias. Cuando los mecanismos tradicionales de conciliación no funcionan y los
disidentes reclaman una participación que les está vedada, recurren al dirigente estatal
del PRI o directamente al gobernador (o su secretario general de Gobierno). Éstos
negocian con las diferentes facciones para constituir una planilla electoral “de unidad” o
convencer a los disidentes de que renuncien, cuando menos provisionalmente, a sus
ambiciones. En caso de conflicto, las decisiones tienden a tomarse en el centro y no en el
municipio. No hay, entonces, más que un árbitro, el PRI y sus representantes oficiales, el
gobernador incluido.
54 A partir de los años setenta la mecánica comienza a anquilosarse. En los municipios de
tamaño mediano, generalmente las cabeceras de distrito, las facciones locales empiezan a
recurrir a los partidos de oposición y no solamente al PRI pata zanjar sus diferencias.
Rompen entonces con la lógica de la concertación para entrar en una competencia
electoral directa. Sin embargo, la mayoría de las veces no se trata más que de una manera
de presionar para obligar a los dirigentes del PRI y al gobierno a reconocer su fuerza
política y garantizarles un acceso al poder local. En la mayor parte de los municipios, pese
a la consolidación de un sistema de partidos más competitivo en el plano federal, el
gobierno y el PRI siguen siendo los principales interlocutores y árbitros cuando los
conflictos rebasan los límites de las instituciones locales.
55 La reforma electoral de 1997 otorga al Instituto Estatal Electoral de Oaxaca, creado en
1992, un papel central en la regulación de los conflictos electorales. En efecto, la ley
establece, por un lado, que los ayuntamientos nombrados por medio del procedimiento
consuetudinario no tienen filiación partidista, y, por el otro, atribuye al Consejo General
del IEE la responsabilidad de resolver las disputas que surgen durante las elecciones. En un
contexto de creciente competencia electoral, estos dos preceptos contribuyen a cortar el
cordón umbilical que unía al PRI con las comunidades indígenas. Las autoridades ya no
son consideradas de manera automática como candidatos del PRI. Éste ya no debe asumir
el papel de árbitro, ahora será el IEE el que lo hará.
56 El problema fundamental radica en que el nuevo árbitro electoral no tiene la legitimidad
ni los medios (financieros o institucionales) que poseía el PRI para resolver los conflictos
electorales. Es también un espacio relativamente más abierto y plural que el del PRI lo que
contribuye a modificar la naturaleza misma del arbitraje y de las negociaciones políticas.
Conflictos que antes se negociaban en las oficinas del partido oficial o del gobernador
ahora se resuelven en un espacio donde intervienen los representantes de los partidos de
oposición y los consejeros electorales, que ya no están directamente afiliados al gobierno.
57 Lo anterior no quiere decir que el PRI o el gobierno estén atados de pies y manos durante
los procesos electorales. Por el contrario, el PRI interviene cada vez más directamente en
los municipios consuetudinarios, al sentir que su poder está amenazado por actores
políticos independientes. Además, el IEE no es la institución plenamente autónoma como
dice la ley. Ya vimos que Cipriano Flores Cruz, el consejero presidente del IEE, fue elegido
por un congreso local en el que el PRI seguía siendo mayoritario, y con mucho. Aun
cuando recibe el apoyo de una parte de la oposición, su designación se debe en mucho a la
decisión del gobernador.15 Cipriano Flores Cruz pertenece al PRI, aun cuando nunca haya
ocupado un cargo electivo. Hizo carrera de funcionario en el seno del partido, 16 después
en la administración federal, en la Secretaría de Gobernación, entre otros. Procede, pues,
de las altas esferas del régimen. Sus cualidades de negociador, su contacto permanente
con todos los partidos políticos cuando participa en la reforma electoral federal de 1991,
le confieren una cierta legitimidad a los ojos de la oposición. Su designación ha sido
ampliamente concertada. Diódoro Carrasco busca una persona cercana al PRI pero que se
presente como conciliadora y pueda así ser aceptada por la oposición. El contexto político
–rebelión zapatista, ascenso de la oposición-hace que toda imposición del gobierno sea
arriesgada. Al mismo tiempo, éste no quiere soltar completamente el control de los
procesos electorales. La designación de Cipriano Flores representa un término medio. El
Instituto Estatal Electoral, antes dirigido por el secretario general de gobierno, lo
encabeza ahora una persona cercana al PRI pero sin vínculo directo ni institucional con el
gobierno. Con Cipriano Flores, de 1995 a 2002, la autoridad electoral adquiere una
autonomía relativa. No es un árbitro verdaderamente independiente e imparcial, pero
tampoco un instrumento electoral del gobierno. Se trata más bien de un nuevo espacio de
negociación entre las diferentes fuerzas políticas, en el que el gobierno y el PRI disponen
de ciertas ventajas. Eso, como lo mencionamos en el capítulo precedente, va a cambiar
radicalmente con la renovación del consejo electoral del IEE, en diciembre de 2002. José
Luis Echeverría, el nuevo consejero presidente, es el que fungió como secretario técnico y
director general del IEE, de 1995 a 2002. Rápidamente entró en rivalidad con el consejero
presidente, al querer monopolizar la dirección del instituto, sobre todo, porque se vuelve
el operador del gobernador José Murat, dentro de esa institución. Éste le tiene recelo a
Cipriano Flores, simplemente porque lo identifica con Diódoro Carrasco, su principal
adversario político dentro del PRI; también porque el presidente consejero trata de
mantener cierta distancia del gobernador en la resolución de los conflictos electorales
municipales. Con la salida de Cipriano Flores el IEE pierde su autonomía sustancialmente.
58 De todas formas, con Cipriano Flores o sin él, la composición del consejo general y de la
administración del IEE siempre ha favorecido al PRI. Lo mismo que los seis consejeros
electorales. Aunque se supone que no deben pertenecer a ningún partido, todos fueron
propuestos por los grupos parlamentarios del congreso local. Su imparcialidad es, pues,
relativa. De 1995 a 2003, la mitad de ellos son cercanos al gobernador; el resto tiene una
posición neutra o independiente. En cuanto a la administración del IEE, está dominada en
gran parte por personas allegadas al PRI y al gobierno. Al igual que el director general, que
controla la gestión del presupuesto del instituto electoral. Aun cuando su capacidad de
intervención en el consejo general17 es limitada, su influencia en el funcionamiento del
IEE es considerable. En principio, debe ser elegido por dos terceras partes de los miembros
del consejo general, pero aquí también la decisión del gobernador es determinante. El
director general está encargado de elaborar el proyecto de presupuesto anual del
instituto electoral y también debe proponer al consejo general los candidatos a las
direcciones ejecutivas del IEE18 y a los consejos electorales de los distritos y de los
municipios.19
59 La constitución de los consejos electorales en los 152 municipios de partidos es objeto de
ásperas negociaciones entre los representantes de los partidos políticos. Su decisión es
fundamental durante todo el curso de las elecciones locales. En este caso también la
mayoría de los consejos están dominados por personas allegadas al PRI, excepto en los
distritos y municipios en los que la oposición es suficientemente fuerte para colocar a sus
propios consejeros electorales. Sin embargo, al igual que en el centro, cada partido tiene
un representante que participa en las deliberaciones, aunque no puede votar.
60 La autonomía y la imparcialidad de la autoridad electoral están limitadas por un último
elemento: la institución del colegio electoral. La ley señala que el congreso local, erigido
64 Para empezar, los conflictos se difunden mucho más ampliamente: el IEE es un espacio
público, lo que ahí se hace y se ventila adquiere mayor visibilidad que en el seno del PRI
(al menos hasta 2003). Es verdad que no todas las negociaciones son públicas. En los casos
más difíciles, los representantes de las facciones rivales negocian con el presidente del IEE,
a puerta cerrada. Pero en la mayoría de los otros hay una fase en que los grupos políticos
se encuentran cara a cara, en sesiones abiertas al público y a los medios. Esto representa
un cambio considerable en comparación con elecciones anteriores en que las
negociaciones se realizaban en la intimidad del partido.
65 Por lo demás, el IEE no posee los mismos medios que el PRI para resolver los conflictos, ya
que éste contaba con todo el peso del Estado detrás de él. Tenía la autoridad y los recursos
financieros suficientes para “disciplinar” a los disidentes. En los casos más difíciles el
gobernador intervenía personalmente. A partir de 1998 esto ya no es posible. En todo
caso, las elecciones consuetudinarias ya no son cosa de los partidos; si el PRI interviene,
debe hacerlo con discreción, disimuladamente. Sus medios se ven igualmente reducidos:
continúa disponiendo de recursos financieros considerables pero ha perdido gran parte
de su autoridad. Como las facciones locales no se consideran necesariamente como
miembros o clientes de un partido, éste ya no ejerce la misma influencia sobre ellos.
66 Al mismo tiempo, ya lo dijimos, el IEE no es reconocido como un árbitro imparcial y
legítimo. Su autonomía respecto del gobierno es relativa. Muchos lo perciben como un
instrumento en manos del gobernador y su partido. Esta falta de legitimidad tiene un
efecto directo en la propia autoridad de esta institución. En muchos casos, como veremos
más adelante, el instituto electoral es incapaz de obligar a las facciones locales a negociar.
67 La fragilidad del árbitro electoral procede ciertamente de su falta de autonomía. Pero más
que un instrumento en manos del PRI, hasta 2003, el IEE es un espacio donde se expresan
de manera aleatoria las relaciones de fuerza entre los diferentes grupos políticos en el
interior de los partidos, del gobierno y de los municipios. Debilitado por los conflictos
internos que oponen, en este caso, al director general y al consejero presidente, la
autoridad electoral difícilmente logra asumir su papel de árbitro. En muchos casos, como
el de Santiago Matatlán, el IEE no logra controlar a las autoridades municipales salientes,
que quieren imponer a sus sucesores y dejar fuera a los adversarios políticos. Cuando una
solución amistosa no es posible, el IEE tampoco es capaz de imponer reglas del juego
aceptables para el conjunto de los actores locales.
68 Una vez más, la impotencia del IEE se deriva en gran parte de la reglamentación en
materia de elección consuetudinaria. Ésta se basa, en efecto, en el principio de respeto de
la autonomía de las comunidades en la elección de sus autoridades locales. Las
comunidades deben gozar de absoluta libertad en el nombramiento de sus autoridades. Se
supone que el IEE no debe intervenir más que para validar la elección y el congreso local
solamente ratifica la decisión de la autoridad electoral. La ley se basa en una concepción
autogestionaria en que las decisiones y la solución de los conflictos –si los hay– se dejan
enteramente en manos de las autoridades locales. La necesidad de un arbitraje externo no
se toca más que de manera marginal. Solamente en el artículo 125 del código electoral se
especifica que el IEE debe tener conocimiento de las disputas que aparecen en el momento
de las elecciones y tratar de resolverlas “por la vía de la conciliación”. 21 Pero ningún
procedimiento está previsto en caso de no alcanzar dicha conciliación. En gran medida, la
resolución de los conflictos depende de la buena voluntad de las facciones rivales. En
1998, por ejemplo, en diez municipios el IEE no consigue negociar un procedimiento
electoral aceptado por todos y remite la decisión al congreso local después de
transcurrido el tiempo legal de las elecciones.22
69 Así pues, la ley pone fin a un modo de regulación política, el operado por el PRI, pero lo
reemplaza por un sistema de arbitraje imperfecto y frágil. Esto explica en gran parte los
conflictos que se producen a partir de 1998. Desde el momento en que el PRI-árbitro se
retira, afloran las rivalidades entre dirigentes y facciones. En muchos casos, los conflictos
no son realmente nuevos. Una revisión escrupulosa de la prensa en 1995 revela otros
conflictos que el PRI desactiva unos meses antes de la fecha oficial de las elecciones. Una
vez más, las palabras de Jacobo Sánchez López, el operador estatal del PRI, son
significativas:
En 1995 hay [en varios municipios] grupos que no logran ponerse de acuerdo... son
facciones del PRI que acuden al partido para que zanje sus diferencias. Entonces, nos
hicieron creer que se ponían de acuerdo por la vía de la concertación, para
constituir una sola planilla. Por eso en el IEE hay muy pocos problemas, porque el
PRI no puede hacer que sus militantes se pongan de acuerdo antes de las elecciones.
No como en 1998, no... eso es otra cosa, porque esta vez los partidos ya no pueden
intervenir. Al IEE le roca resolver todos los conflictos...23
70 El operador electoral del PRI no revela más que una parte de la verdad: en 1998 el PRI ni los
demás partidos se quedan con los brazos cruzados. En muchos municipios, el PRI trata de
influir en las elecciones a través de sus operadores regionales y locales: delegados del
gobierno, antiguos delegados municipales del PRI, diputados locales, dirigentes
comunitarios, etcétera. Pero ya no interviene como árbitro, tratando de reconciliar a su
“grey”, a partir de ahora lo hace como partido y apoya, más o menos directamente, a una
de las facciones locales. Frente a la división comunitaria, el PRI ya no puede asumir un
papel integrador; está obligado a actuar en lo oscuro, cosa que reduce su capacidad de
negociación y de cooptación. Por supuesto, esto no se debe únicamente a la ley electoral.
Se trata más bien del efecto conjugado de una intensificación de la competencia electoral,
de la influencia creciente de una corriente autonomista de inspiración neozapatista y de
la nueva reglamentación electoral. En efecto, al prohibir a los partidos que intervengan
en las elecciones municipales de más de 400 municipios, la ley impugna el pacto implícito
por medio del cual las autoridades locales se comprometen a sostener al PRI a cambio del
reconocimiento oficial y de los apoyos materiales que éste les garantizaba. A partir de
ahora, para preservar la lealtad de las autoridades y de las comunidades, el PRI debe
realizar esfuerzos que antes no tenía que hacer. Debe buscar por otros medios ganarse la
confianza de un electorado y unas autoridades municipales que disponen de nuevo
margen de maniobra.
71 Los ejemplos que citamos muestran hasta qué punto, pese a la prohibición legal, los
partidos políticos intervienen en las elecciones consuetudinarias. Su participación es
disimulada pero directa. En Matatlán, como en Tutla o Chayuco, aunque también en
Ayutla, los partidos dan su apoyo a una de las facciones locales. Cosa que hace que algunos
observadores digan que los conflicros son proyecciones locales de la competencia entre el
PRI y el PRD. Efectivamente, en los municipios en que la elección opone dos planillas de
diferente color (como en Matatlán y Chayuco), cada una está indirectamente ligada a uno
de los dos partidos, aun cuando esta relación no siempre se declare.
72 Los partidos son los principales mediadores entre las facciones locales y la autoridad
electoral. Constituyen el canal privilegiado para influir en las decisiones del Consejo
General del IEE. Esto es verdad particularmente para los adversarios cuando quieren
contrarrestar la decisión de las autoridades municipales. En Matatlán las autoridades de
San Pablo Güilá y los opositores de la cabecera negocian con el apoyo del PRD. Lo mismo
ocurre en Chayuco. Algunos municipios eluden este esquema bipartidista, como San
Sebastián Tutla, donde los avecindados que se movilizan no tienen vínculos directos con
la oposición; sus dirigentes están más bien vinculados a un grupo diferente dentro del PRI.
En Ayutla los maestros, que tienen control del poder hasta 1997, adoptan una posición
antipartidista y rechazan el apoyo del PRD, mientras que sus adversarios son allegados del
PRI.
73 Los modos de articulación entre las facciones locales y los partidos políticos son variables.
En algunos casos, en el plano local existe un militantismo más bien reciente y frágil. Pero
en la mayoría de los casos los grupos locales establecen alianzas tácticas con los partidos.
No necesariamente existe una identificación ideológica anterior. Por regla general el PRI
es el interlocutor natural de las autoridades municipales, que la mayor parte de las veces
representan a los grupos dominantes, vinculados al poder central a través del
compromiso clientelista tradicional. Entonces los disidentes acuden al PRD para que los
escuchen. Rara vez la relación resulta de una iniciativa unilateral, sino más bien de una
convergencia de intereses. El PRD trata de conformar su propia clientela en el plano
municipal y los disidentes buscan un canal para intervenir en las decisiones del IEE. Estas
alianzas tácticas no siempre dan lugar a una relación duradera entre los partidos y sus
aliados del momento. Las identidades partidistas, como hemos dicho y repetido, siguen
siendo frágiles, sobre todo en lo que toca a la oposición. En cambio el PRI goza todavía de
la autoridad que le confiere su relación simbiótica con el gobierno. Tiene los medios para
ganarse la confianza de una clientela, que rebasan con mucho los de los otros partidos,
pese a los efectos de la crisis económica y de las transformaciones políticas en el plano
federal.
74 Los partidos políticos intervienen activamente en el seno del IEE, pero también en el
terreno. Sus propias estrategias constituyen una variable determinante que influye
directamente en la selección del régimen electoral. Los grupos locales –autoridades
municipales, disidentes, avecindados, etc.– nunca actúan aisladamente y sus estrategias
no responden nada más a motivaciones estrictamente locales. Los tejemanejes del poder
local son también los del poder regional y las relaciones de fuerza locales están
articuladas a las que se juegan en el plano de las regiones, del estado e incluso de la
federación. Las articulaciones son complejas y variables, pero el proceso de
autonomización de los poderes locales no significa que los municipios se hayan
convertido en islas separadas del juego político nacional y estatal.
75 La naturaleza y las estrategias mismas de los mediadores influyen directamente en la
dinámica del conflicto y la selección del régimen electoral municipal. Una vez más, es
significativo el ejemplo de San Sebastián Tutla. Los intereses y la decisión de los
dirigentes del PRI tienen un papel determinante en la preservación del régimen
consuetudinario en 1998. Sin el apoyo del PRI las autoridades municipales ciertamente no
habrían ganado el pleito. Efectivamente, el 24 de agosto de 1998 el IEE emite una
resolución que coloca a Tutla en el régimen de partidos políticos.24 La decisión se basa en
un estudio antropológico realizado bajo la responsabilidad de la Dirección de Usos y
Costumbres del IEE. La autoridad electoral se contenta con afirmar que los resultados de
este estudio confirman la viabilidad del régimen de partidos en el municipio de Tutla. El
representante del PRI ante el Consejo General del IEE impugna de inmediato la decisión.
Propone a las autoridades municipales que impugnen la decisión ante el Tribunal Estatal
Electoral. Paso nunca visto, ya que generalmente los partidos tienen recurso a esta
instancia para denunciar irregularidades en los procesos electorales o impugnar
resoluciones del IEE que los perjudiquen. Sólo que esta vez el PRI acude al tribunal para
impugnar una resolución que no le afecta directamente –en apariencia–, puesto que se
trara de defender el derecho de una comunidad a preservar sus costumbres electorales.
De entrada a uno le sorprendería que un partido defienda una causa contraria a sus
propios intereses, ya que al querer restablecer el régimen consuetudinario en Tutla, el
propio PRI se priva de la participación directa en la competencia electoral. El argumento
jurídico de Miguel Ángel Carballido es interesante en este sentido, ya que afirma que la
resolución del consejo general perjudica a su partido en virtud de que la autoridad
electoral “no respetó el principio de legalidad y atenta contra el estado de derecho”. No se
pronuncia en realidad sobre el fondo del asunto, tratando de demostrar, por ejemplo, que
Tutla llena las condiciones legales para pertenecer al régimen consuetudinario. Cuestiona
la forma en que el consejo general tomó la decisión.25 Por una parte, éste se basó en un
estudio antropológico, cuando la ley señala otros procedimientos para determinar el
régimen de un municipio (artículo 110 del código electoral);26 por otra, los miembros del
consejo general no tuvieron conocimiento directo del expediente completo relativo al
caso de Tutla (incluidas las conclusiones finales del estudio antropológico en cuestión, que
recomiendan que se mantenga el régimen consuetudinario a condición de garantizar la
participación de los avecindados). Esta falta de información estaría en el origen de una
resolución errónea que atenta contra la legalidad sobre la que se basa el estado de
derecho y, por ende, ¡la existencia misma del PRI! El quejoso agrega, para acabar, que la
resolución del IEE viola el Artículo 25 de la Constitución local, ya que no protege las
“tradiciones y prácticas democráticas que las comunidades indígenas han utilizado hasta
ahora para elegir sus ayuntamientos”.
76 El 25 de septiembre de 1998 el tribunal electoral emite una sentencia favorable al
representante del PRI, pero no se limita a juzgar la forma en que los consejeros electorales
tomaron la decisión. En un preámbulo relativamente largo los magistrados se pronuncian
sobre las características mismas del municipio de San Sebastián Tutla. A partir de los
documentos proporcionados por el quejoso (cartas enviadas por las autoridades
municipales al IEE, actas de asambleas comunitarias, estudio antropológico, etc.),
concluyen que el municipio de San Sebastián Tutla presenta “características muy
tradicionales en su forma de gobierno”: sigue existiendo el sistema de cargos civiles y
religiosos, y el acceso a los puestos del ayuntamiento depende del cumplimiento de una
serie de obligaciones comunitarias, la asamblea sigue fungiendo como “órgano de
decisión” para resolver los problemas de la comunidad y designar a las autoridades
municipales, todo ello “a pesar de la proximidad de la capital y la explosión demográfica”.
27 A continuación los magistrados evocan los preceptos legales, desde el Convenio 169 de
la OIT hasta las constituciones federal y local, pasando por la Ley Estatal de los Pueblos y
las Comunidades Indígenas, para afirmar que el Estado tiene “la obligación de reconocer y
preservar las formas de organización social y política de las comunidades indígenas”. 28
Después de esta larga y meticulosa argumentación jurídica, los magistrados dan la razón
al representante del PRI: los consejeros electorales emitieron su resolución sin tener
conocimiento del expediente completo relativo al municipio de Tutla. Tampoco siguieron
los procedimientos señalados por la ley: buscar la conciliación entre las partes o bien
81 Los partidos políticos no son los únicos mediadores. Si bien el PRI está presente en todos
los municipios del estado, los demás partidos, incluido el PRD, no alcanzan a “cubrir” la
totalidad del territorio. La herencia del corporativismo Estado-PRI-comunidad, en plena
descomposición, dificulta la consolidación del sistema de partidos. En las zonas rurales el
voto se diversifica, como veremos más adelante, pero la abstención alcanza niveles récord
y en la mayoría de las regiones prevalece un fuerte sentimiento antipartidista, nacido en
parte de una conjunción del principio comunitario del concenso y el “unitarismo” priísta.
En ambos lados la lucha electoral se percibe como una fuente de inestabilidad y un
obstáculo para el progreso de la colectividad. Como nos recuerda Soledad Loaeza, el
Partido Nacional Revolucionario se crea en 1929 para llegar a un acuerdo entre los
caudillos de la Revolución cuyas luchas intestinas impiden el restablecimiento de un
orden institucional y la reconstrucción del país.29 Desde su formación el régimen
posrevolucionario pone el acento en la unidad política de la sociedad como condición sine
qua non de la modernización y del progreso de la nación. 30 Esta ideología unitaria se
articula perfectamente con el unanimismo comunitario, a la vez que lo refuerza. Como
describimos ampliamente en el capítulo 1, el corporativismo comunitario y el del Estado
priísta se conjugan para dar nacimiento a la comunidad revolucionaria institucional. La
indefectible lealtad de los dirigentes comunitarios con el gobierno y su partido se vuelve
indisociable de su aversión por la ruptura del consenso en el interior de la comunidad.
82 Pero el antipartidismo tiene otros orígenes. Es un hecho que se deriva de la nueva élite
formada por la Iglesia e influida por los movimientos universitarios de fines de los años
sesenta. En el capítulo 2 describimos este fenómeno: la Iglesia, por intermedio de ciertas
congregaciones, como la de los salesianos en la región mixe, tiene considerable influencia
en toda una generación de jóvenes indígenas, y contribuye a la aparición de un
movimiento de afirmación identitaria hacia fines de los años setenta. Influidos por los
principios del Concilio Vaticano II, los misioneros transmiten a sus pupilos un ideal de
solidaridad y unidad de la comunidad cristiana, que recupera, aunque reinterpretándolos,
algunos de los principios de la organización tradicional.31 Los partidos políticos se
perciben aquí también como fuente de confrontaciones que impide la unión fraternal, la
única que puede arrancar a las comunidades indígenas de la situación de opresión y
pobreza en que se encuentran. Algunos de estos jóvenes indígenas participan también
más o menos directamente en los movimientos universitarios de protesta de los años
sesenta y setenta. La ideología marxista antielectoral contribuye a reforzar su concepción
negativa de los partidos políticos. En este semillero ideológico arraiga el movimiento
comunalista y autonomista de los años ochenta y noventa. Nuevas organizaciones se
crean en el plano regional, como la Asamblea de Autoridades Mixes o el UCIRI en el Istmo
de Tehuantepec. La Iglesia continúa apoyándolos, a veces participando directamente en
su formación y su dirección. En muchas regiones estas organizaciones tienen un arraigo
mucho más profundo que los partidos políticos. Se convierten en verdaderos
intermediarios, en el ámbito de la producción, o del desarrollo, pero también en el de la
política.
83 Estos nuevos mediadores, portadores de un proyecto comunitario, juegan un papel
central en la resolución de ciertos conflictos electorales. Son muy activos y también hacen
las veces de puente entre las facciones locales y el IEE. El ejemplo de Ayutla que hemos
dado es significativo. Los maestros que controlan el poder hasta 1997 son antiguos
alumnos de los salesianos. Encarna esta nueva generación formada fuera de las escuelas
públicas y portadora de un proyecto de reforma, de modernización en el interior de su
comunidad. Ponen el acento en la solidaridad como motor del desarrollo y retoman
ciertos elementos de la organización comunitaria, como el tequio, que erigen en
principios rectores de su gestión municipal. En los años ochenta, constituyen asociaciones
locales encargadas de dar un sostén benévolo a las autoridades municipales u organizar
actividades culturales y deportivas en favor de la juventud. Trabajan siempre de concierto
con los salesianos y sobre todo con el párroco Pedro González Villanueva. Este último
forma parte de la generación que la congregación envía a cursar estudios de antropología
en la Universidad Iberoamericana en los años setenta, después del Concilio Vaticano II. En
su pastoral se esfuerza por aplicar los principios de la incluturación del evangelio. Guiado
por una percepción favorable de algunas características de la organización comunitaria,
alienta a sus alumnos a revalorizarlas y a “rescatar” las prácticas o valores tradicionales
“perdidos” como consecuencia de la modernización.
84 Pero para comprender la orientación que toma el conflicto electoral en Ayutla, cabe
agregar a la influencia ideológica de la Iglesia, la intervención directa de la organización
Servicios del Pueblo Mixe. Las autoridades municipales en funciones apelan a esta
organización en agosto de 1995, cuando sus adversarios se movilizan con el apoyo del
diputado priísta Teódulo Domínguez. Ansiosos de defender el poder que conquistaron en
1994, los maestros buscan un relevo externo que les permita ejercer presión sobre el
gobierno y el IEE. Hasta ese momento habían estado relativamente solos, ya que su
orientación comunitarista los hace que desconfíen naturalmente del PRD, al que asocian
con el corrupto sistema político. Se identifican más fácilmente con el discurso identitario
y autonomista de la organización Ser, pese a la distancia que habían mantenido respecto
de los dirigentes de esta organización, a causa de las rivalidades históricas que oponen los
municipios de donde son originarios.32 La organización les sirve de puente con la prensa
escrita y contribuye a dar forma a un discurso político que conecta su lucha local con un
movimiento indígena de mayores dimensiones.
85 Gracias a Ser los maestros de Ayutla participan en foros regionales sobre los derechos de
los pueblos indígenas, organizados con el apoyo de la Iglesia y que congregan a
numerosas organizaciones y representantes de las comunidades. Con ella descubren un
nuevo vocabulario y conceptos (libre determinación, autonomía, derechos indígenas,
etcétera) que dan sentido a su propia experiencia. Cobran conocimiento también del
desarrollo del conflicto en Chiapas, de las reivindicaciones del EZLN y de las negociaciones
que la guerrilla lleva con el gobierno. Los organizadores de estos foros, entre los cuales
figuran miembros de Ser, se encargan también de divulgar la nueva legislación electoral
sobre los usos y costumbres, que conciben como un medio para defender la autonomía
comunitaria y municipal. Gracias a estas reuniones y a la asesoría de los abogados de Ser,
los maestros pueden movilizar cierto número de recursos legales y políticos que antes no
conocían. Al inscribir su movilización en el marco de un movimiento general, de alcance
federal y de resonancia internacional, le atribuyen una fuerza y una legitimidad de las
que hasta entonces carecía. El estratégico apoyo de los nuevos mediadores regionales les
permite elaborar una interpretación del conflicto local en la que ya no aparecen como un
grupo que defiende sus intereses particulares. Se presentan a partir de entonces como los
defensores de la unidad y de la autonomía comunitaria en contra de los intereses
mezquinos de un puñado de individuos corruptos. Están investidos de una verdadera
misión que rebasa al mismo tiempo las redes locales, dado que está inscrito en un
movimiento global de defensa de los derechos de los pueblos indígenas. Por eso los
comunicados que las autoridades municipales en turno envían a la prensa o los mensajes
que inscriben en las paredes del municipio, presentan su movilización como una lucha
por la unidad del pueblo mixe. La lucha ya no es local, sino la expresión de un combate
por la autonomía de un pueblo entero. El cambio es radical ya que como muchas otras
regiones, la mixe está marcada por una lógica localista, y las comunidades, aunque
pertenezcan a la misma etnia, tienen relaciones conflictivas entre sí. La intervención de
Ser contribuye a desenclavar el conflicto de Ayutla, a darle un significado político
regional e incluso nacional.
86 La intervención de este tipo de organización tiene un efecto determinante en la
orientación y la salida del conflicto electoral. En Ayutla, como en otras partes, existe un
tejido comunitario y algunas reglas y prácticas que regulan la política local, pero lo que
los actores locales llaman usos y costumbres puede someterse a diversas interpretaciones.
Aun cuando una de las partes en conflicto quiera hacerlos aparecer como algo objetivo,
unívoco, las costumbres siempre son objeto de una interpretación selectiva, de una
elaboración política para legitimar y consolidar una cierta relación de fuerza. Quien dice
selección dice elección, y es en esta elección donde la influencia de mediadores tales como
la Iglesia o bien las organizaciones independientes –muchas veces cercanas a ella– tienen
un papel decisivo. Proporcionan a los actores locales un marco de interpretación de la
realidad social y política que hace que den más valor a determinados aspectos de la
organización comunitaria y que movilicen ciertos recursos institucionales en vez de
otros.
87 La defensa de los usos y costumbres refleja una estrategia política que implica tanto a los
actores locales como a los que les sirven de relevo en un nivel supralocal. La naturaleza
misma del aliado exterior puede variar de una región a otra e imprimir una orientación
diferente a las estrategias de las facciones locales. Una vez más, nada está dado por
anticipado. Cabría imaginar que las autoridades de Ayutla hubieran podido establecer una
alianza con el PRD si éste hubiera tenido la capacidad de intervenir rompiendo con la
tradicional actitud clientelista. En otros sitios, pese a la posición autonomista y
antipartidista de los actores locales, éstos escogen hacer una alianza táctica e informal
con un sector del PRD (el que conforman los dirigentes de la COCEI), en vez de recurrir a
otro tipo de mediación. En Ayutla, Servicios del Pueblo Mixe llena el vacío dejado por los
partidos de oposición, que son incapaces de realizar una verdadera labor de articulación
de las demandas locales sin dar la impresión de que los mueve un fin puramente electoral
y clientelista. El repliegue sobre la comunidad y la defensa de la autonomía son
igualmente reveladores de las deficiencias del sistema de representación política que
suscitan el rechazo de una buena parte de las élites y de las poblaciones locales.
88 Los ejemplos que evocamos demuestran que la preferencia por un régimen electoral –
usos y costumbres o partidos políticos– y los conflictos que puede suscitar, no está
exclusivamente determinada por factores socioeconómicos o culturales. Incluso, si hay
más “juego” y por ende más conflicto en los municipios que pasan por profundos cambios
económicos, sociales y culturales (como los situados en las regiones donde la agricultura
de subsistencia cede el sitio a una agricultura de exportación, o los que son absorbidos
por la expansión de la capital), los factores estructurales no explican por sí solos las
variaciones que pueden observarse entre municipios de características semejantes pero
que emprenden caminos políticos diferentes. Solamente si tomamos en cuenta las
NOTAS
1. Roberto Varela, “Estructuras de poder en comunidades de Morelos”, en Jorge N. Padua y Alain
Vanneph (coords.). Poder local poder regional, pp. 144-163.
2. Roberto Varela, “Estructuras de poder”, p. 162.
3. Los maestros se convirtieron en la clase política “natural” de Ayutla a partir de los años
sesenta, cuando se intensifican las relaciones con el Estado. Para más información sobre el
apogeo y la declinación del papel político de los maestros en la región mixe, véase Etsuko Kuroda,
“Los mixes ante la civilización universal”, Bulletin of the National Museum of Ethnology, vol. 18, núm.
3, 1993, pp. 495-531.
4. Entrevista con las autoridades de San Pablo Güilá, noviembre de 1998.
5. Jack Knight, institutions and Social Conflict.
6. Código de Instituciones Políticas y Procedimientos Electorales de Oaxaca, p. 19.
7. Ibid.
8. Ibid.
9. Cipriano Flores Cruz, “El sistema electoral mediante usos y costumbres en los municipios
indígenas de Oaxaca”, En Marcha. Realidad Municipal de Oaxaca, núm. 8, octubre-noviembre de
1998, p. 12, primera parte.
10. El candidato del PRI obtiene 459 votos, 146 el del PRD y 142 el del PAN.
11. Noticias, 31 de agosto de 1998.
12. Entrevista con Armando López López, Matatlán, febrero de 1999.
13. Palabras de Juan José Méndez. León, presidente municipal de Santiago Matatlán (1996-1998),
recogidas durante una sesión de negociación en el IEE, Oaxaca, 6 de abril de 1998.
14. Bajo Palabra, núm. 23, 16 de agosto de 2001, p. 10.
15. La ley señala que el consejero presidente del IEE debe ser elegido por dos terceras partes del
Congreso local, a propuesta de los diferentes grupos parlamentarios. En 1995 Cipriano Flores
Cruz es propuesto por el PRI, pero va antes el gobernador Diódoro Carrasco Altamirano había
decidido impulsar su candidatura. Lo mismo ocurre con su sucesor, José Luis Echeverría Morales,
quien es “sugerido” a los diputados por el gobernador José Murat, en 2002.
16. Durante diez años, de 1985 a 1995, dirige la escuela nacional de cuadros del PRI.
17. El director general, al igual que el secretario general, el representante del registro federal de
electores y los representantes de cada partido, tienen todos derecho a participar en las
deliberaciones del consejo general, pero no pueden votar.
18. La ley prevé tres direcciones ejecutivas: la dirección ejecutiva encargada de la organización
de las elecciones, la que se ocupa de la capacitación de los funciones de casillas y del personal
electoral, y la encargada del financiamiento el registro de los partidos políticos. Existe también
una dirección de usos y costumbres, creada por iniciativa de Cipriano Flores sin que se modificara
la ley.
19. Se constituyen comités electorales en los 25 distritos de Oaxaca y en los 152 municipios
clasificados bajo el régimen de partidos políticos, siguiendo el modelo del Consejo General del IEE,
con consejeros electorales sin filiación partidista y con representantes de cada uno de los
partidos. Solamente los primeros poseen derecho de voto en los comités.
20. Entrevista con Jacobo Sánchez López, diputado local (1998-2001) y secretario de asuntos
electorales del PRI, Oaxaca, 22 de octubre de 1999.
21. Código de Instituciones Políticas y Procedimientos Electorales de Oaxaca, p. 80.
22. Son los municipios siguientes: San Pablo Etla, Santa María Colotepec, La Pe, Santiago Xanica,
San José Ayuquila, Santiago Ixtayutla, Santa María Camotlán, Santiago Yaveo, San Miguel
Tlacotepec y Santiago Matatlán.
23. Entrevista con Jacobo Sánchez López, 18 de enero de 2000.
24. Acuerdo del Consejo General del IEE, mimeo., 24 de agosto de 1998.
25. Según la ley, el acceso al Tribunal Electoral está reservado a los partidos políticos. El
representante del PRI se esfuerza entonces por demostrar en qué lesiona a su partido la
resolución del Consejo General del IEE, ya que el argumento de que perjudicaría a la comunidad
de Tutla no sería aceptable.
26. Este artículo señala que el IEE debe tratar de llegar a un acuerdo entre las partes por la vía de
la conciliación. En última instancia, si no es posible llegar a un acuerdo, la autoridad electoral
debe consultar a la comunidad
27. Fallo del Tribunal Electoral sobre el caso de San Sebastián Tutla, mimeo., 5 de septiembre de
1998, p. 6.
28. Fallo del Tribunal Electoral sobre el caso de San Sebastián Tutla, mimeo., 5 de septiembre de 1998,
p. 6.
29. Soledad Loaeza, “Mexique. Construire le pluralisme”, en Georges Couffignal (coord.),
Réinventer la démocratie. Le défi latino-américain, p. 206.
30. Ibid.
31. Kristin Norget, “The Politics of Liberation. The Popular Church, Indigenous Theology, and
Grassroots Mobilization in Oaxaca, Mexico”, Latin American Perspectives, vol. 24, núm. 5,
septiembre de 1997, pp. 96-127.
32. Floriberto Díaz, el fundador de Ser, es originario de Tlahuitoltepec, el municipio vecino con el
que Ayutla tuvo conflictos sangrientos en el pasado por cuestiones de tierras.
exterior. Controla el comercio, saca provecho de la explotación del bosque y, sobre todo,
se convierte en el operador local del cártel de Francisco Iglesias Meza, el padrino de
Jamiltepec.
6 Fin 1998 el presidente municipal en turno, Nicolás Ramírez Roque, pretende imponer a su
hijo en la presidencia municipal, con el apoyo de Paulino Millán y Heberto Abraján Díaz. 2
Organiza una asamblea de pueblo que intenta controlar repartiendo alcohol y
amenazando a los más reacios. Al no conseguirlo, “disuelve” la asamblea, organiza otras
dos y finalmente logra colocar a uno de sus allegados en la presidencia.
7 Ante la reacción de sus adversarios, el presidente en turno invoca siempre el respeto de
las costumbres, ya sea para justificar la distribución de alcohol durante las asambleas o
bien para exigir al IEE la validación de la elección. Francisco Caballero, el presidente cuya
elección es impugnada, afirma haber recibido, de manos del consejo de ancianos, la vara
de mando, “símbolo del poder en Santiago Ixtayutla”.3 Por su parte, el diputado del PRI
Heberto Abraján Díaz acusa al diácono José Rentería de aliarse con el PRD para “socavar
los principios de autonomía de los pueblos indígenas”.4
8 La lógica discursiva sigue siendo la misma: los adversarios son agitadores, representan a
una minoría manipulada por la Iglesia o por el PRD que pone en peligro la unidad y el
progreso de la comunidad. Al unísono, las autoridades en turno, sus sucesores y el
diputado del PRI llaman al respeto de las tradiciones en contra de la violencia y el
desorden. Se erigen en defensores de la autonomía de las comunidades contra la intrusión
del PRD, de la Iglesia o de la guerrilla.5
11 Ese regreso peculiar al régimen consuetudinario es presentado como una forma de poner
fin a las confrontaciones supuestamente provocadas por los partidos políticos desde el
comienzo de los años noventa. Una vez más, cuando Máximo Flores y los tatamandones
hablan de partidos políticos, se refieren sobre todo al PRD. En 1988, Cuauhtémoc Cárdenas,
el candidato del FDN y futuro fundador del PRD, obtiene muy buenos resultados en la
región de Jamiltepec, Chayuco incluido. Recibe el respaldo de los jóvenes, que ven en él
una posibilidad de cambio, aunque también de los mayores, para quienes es ante todo el
hijo de Tata Cárdenas, el hombre que impulsó la reforma agraria, cuya memoria
permanece particularmente viva en la Mixteca. Tras semejante triunfo electoral, unos
antiguos empleados de la Conasupo, encargados de la creación y la gestión de tiendas
comunitarias, deciden promover al PRD en la región y activan toda una red constituida
cuando eran funcionarios, logrando ocupar puestos de elección popular a nivel local y
federal a partir de 1994. En Chayuco apoyan a los rivales de Máximo Flores durante las
elecciones municipales de 1995. Éste gana con sólo 64 votos de diferencia pero se niega a
integrar a dos representantes de la oposición al ayuntamiento, como lo prescribe la ley
electoral.
12 A lo largo de su mandato Máximo Flores da muestras de intransigencia. Gobierna
autoritariamente, instaura un toque de queda y utiliza la fuerza para mantener el orden
en el municipio. Después de que la policía municipal cometiera una serie de atropellos,
sus adversarios se apoderan de la presidencia municipal y obligan al ayuntamiento a
instalarse en una bodega de café durante casi un año. La víspera de las elecciones
municipales de 1998, la comunidad está totalmente polarizada entre los enemigos y los
partidarios del presidente. Éste se dedica entonces a descalificar a la oposición,
acusándola de ser el origen del conflicto y la división. Apela al retorno a la unidad, a la
paz, perturbada por los “agitadores” del PRD. Se gana así a los tradicionalistas, que
identifican al PRI con las costumbres y que sueñan con un regreso a la comunidad
revolucionaria institucional de antaño. Ironía de la historia, dado que durante mucho
tiempo Máximo Flores despertó la desconfianza de los mismos ancianos: en los años
setenta, pactó con la guerrilla cabañista para eliminar a los caciques de Chayuco.
13 Aun cuando la operación de restauración del orden tradicional fracasa, la adopción del
régimen costumbrista no deja de reflejar una lógica de exclusión contraria a la
democratización que está en marcha a nivel nacional. Todo lleva a creer que en Chayuco,
como en Ixtayutla, Matatlán o Tutla, el PRI recupera el terreno perdido frente a la
oposición, apoyándose en nuevos caciques que se erigen en defensores de las costumbres,
para garantizar mejor el monopolio autoritario del poder local.
14 Esta primera lectura parece confirmar la interpretación de Roger Bartra7, Juan Pedro
Viqueira8 o Fernando Escalante,9 cuando ven en los usos y costumbres formas de gobierno
esencialmente corporativas y autoritarias, cuya legalización no puede más que reforzar el
caciquismo y la violencia.
15 En muchos casos, la defensa de las tradiciones sirve para legitimar la exclusión de los
disidentes (políticos y religiosos), pero también de las mujeres, de los avecindados y de los
habitantes de las agencias. Permite también al PRI preservar una unidad amenazada por la
consolidación de los partidos de oposición. Porque aun cuando el partido oficial no puede
atribuirse las victorias electorales, sí goza de la lealtad de las autoridades municipales y
de los líderes a los que apoya en forma más o menos disimulada. En muchos municipios la
estrategia de “cambiarlo todo, para que todo siga igual” parece haberles funcionado.
17 “Deseamos que Chayuco esté en paz, que ya no haya violencia por culpa de los partidos
políticos... además, aquí, somos cien por ciento priístas”,10 declaran al unísono Máximo
Flores y los tatamandones ante el presidente del IEE, al parecer sin inmutarse por la más
mínima contradicción. El rechazo por parte de los partidos de las divisiones que provocan
en el seno de la comunidad es inseparable, aquí, de una afirmación de lealtad con el
gobierno y el PRI, que no es percibido realmente como un partido político, sino como la
representación oficial del gobierno ante las comunidades. Cuando los tata-mandones
defienden la costumbre están afirmando a la vez su fidelidad hacia una institución que no
se distingue del gobierno. No manifiestan su adhesión a un partido político en tanto que
organización autónoma, portadora de una ideología y de un programa particular.
18 En Chayuco, “la mayoría de la gente es priísta, porque saben que es el gobierno el que
apoya a las comunidades, el que trae los programas. Gracias al gobierno hay recursos,
podemos trabajar, construir... por eso, desde que yo era pequeño, cuando se practicaba la
costumbre, las personas nombradas se registraban siempre con el PRI, porque es él el que
ayuda al pueblo, es él el que le da dinero”11 –nos recuerda Máximo Flores, para justificar
su lealtad con el gobierno y el PRI. Sus palabras hacen eco de las de Pedro Nicolás, el
tatamandón que citamos en el capítulo 1, cuando dice que el PRI “es parte de la
costumbre”.
19 El vínculo clientelista parece reproducirse de maravilla. Frente a la penetración de los
partidos de oposición, la costumbre, la unidad comunitaria y la lealtad hacia el gobierno
son inseparables. La simbiosis Estado-partido-comunidad parece estar a salvo, al menos
en parte, cuando un joven líder como Máximo Flores se une a los ancianos para defender
la costumbre y el el consenso en contra de la injerencia de la oposición. Desde el punto de
vista electoral, el PRI se beneficia directamente de esta reproducción del vínculo
clientelista. Aun cuando las autoridades municipales han dejado de tener filiación
partidista oficial, siguen siendo fieles al PRI y se encargan de hacer a un lado a los
opositores. Aunque no exista un vínculo directo y unívoco entre el régimen
consuetudinario y el comportamiento electoral durante las elecciones supramunicipales –
como veremos más adelante–, la simbiosis entre el PRI y la costumbre no deja de hacer
más difícil la consolidación de la oposición en el plano local. Excluidos de la gestión
municipal, los opositores no tienen los medios para financiar una movilización, que con
frecuencia funciona de manera clientelar. El PRD, cada vez más dividido en el centro, no
representa un apoyo institucional suficiente para contrarrestar las estrategias de
reconquista política que despliegan las autoridades municipales con ayuda del gobierno
del estado.
24 Por añadidura, querer analizar a toda costa las estrategias locales de exclusión de los
disidentes como operaciones comandadas por el PRI más o menos directamente sería
reductor. Ya demostramos en el capítulo anterior que los municipios han ganado
autonomía y todo lleva a pensar que las relaciones de fuerza y las dinámicas de poder en
el plano local no son simples réplicas de los conflictos que tienen lugar en el centro. La
acción de las autoridades municipales y sus opositores responde a intereses y urdimbres
locales, a su vez relativamente autónomos. El PRI trata de articularse a los conflictos
locales, de crear alianzas con las facciones locales con el fin de garantizar una clientela
para las próximas elecciones, pero está en competencia a su vez con otros partidos en ese
quehacer. También aquí cabe utilizar la imagen de la confluencia de intereses: las
facciones locales buscan apoyos institucionales “exteriores” para reforzar su posición en
el plano municipal, mientras que el PRI y los demás partidos aspiran a implantarse o a
consolidar su posición en los municipios.
25 Las lógicas de exclusión que describimos no son exclusivas de simples priístas disfrazados
de jefes consuetudinarios. Son la obra de verdaderos empresarios políticos que pretenden
defender los intereses de grupos o de redes a los que representan y encuentran en ciertas
interpretaciones de la costumbre y de la autonomía comunitaria un medio para alcanzar
sus objetivos. Establecen alianzas más o menos deliberadas con los partidos políticos, pero
puede ocurrir que actúen apoyándose en otros relevos institucionales, como la Iglesia, las
organizaciones sociales o las ONG, según las oportunidades que se presenten.
26 No obstante, el gobierno y el PRI conservan una posición ventajosa. Tienen a su servicio
una estructura de mediación que abarca el territorio entero: las delegaciones regionales
del gobierno. Cada región dispone de uno o varios delegados, cuya función oficial es
representar al gobierno ante la población local y las autoridades municipales. Tienen bajo
su control las antenas regionales del Coplade, encargadas de supervisar la gestión de los
recursos municipales descentralizados. Estas delegaciones del gobierno ejercen
considerable influencia en las autoridades municipales, aunque sea porque controlan la
información sobre los recursos asignados a los municipios. Se aprovechan de la falta de
experiencia y conocimiento de las autoridades municipales, que suelen pensar que los
delegados pueden intervenir directamente en la transferencia de los recursos
municipales.
27 En realidad, las delegaciones tienen prerrogativas relativamente limitadas, pero de todos
modos pueden intervenir ante la administración central para suspender o retardar la
entrega de una parte de los recursos destinados a los municipios. Las organizaciones
independientes, los partidos de oposición y muchas autoridades municipales critican la
existencia misma de estas delegaciones, que consideran anticonstitucionales. Invocan el
Artículo 115 de la Constitución federal, que en efecto especifica que no debe haber
“autoridad intermedia” entre los municipios y el gobierno del estado. Para algunos, las
delegaciones hacen las veces de gobernadores regionales. Su verdadera función es velar
por la estabilidad política en sus jurisdicciones respectivas.
28 Los delegados disponen de un presupuesto (una especie de “caja chica”) que pueden
utilizar para garantizar la lealtad de las autoridades municipales con el gobernador y su
partido. Resultan de gran utilidad en el momento electoral: intervienen en el interior de
los municipios para apoyar a los candidatos del PRI en las elecciones municipales, de
39 Empero, aun si el consenso no es un principio aplicado por doquier y para todas las
decisiones, no por ello deja de ser un ideal transmitido por las élites locales y los
intelectuales orgánicos del movimiento indígena. Un ideal que inspira en parte la reforma
de 1995 y 1997 en lo tocante a las costumbres electorales municipales. Descansa en el
principio de unidad. La finalidad de las prácticas consuetudinarias –y de su legalización–
es preservar la unidad de las comunidades. Sistemáticamente la costumbre es
contrapuesta a los partidos políticos, concebidos como factores de división. Para luchar
contra el “mal de la política”, sinónimo de confrontación y de disputa, lo conveniente es
sufragio censitario, aun cuando el canon adquiera aquí la forma de una participación en las
tareas comunes y no solamente la de un impuesto.25
48 Por lo demás, el voto no es necesariamente personal o individual, ya que el jefe de familia
puede ejercerlo en nombre de su mujer y de sus hijos. Tampoco es siempre directo, pues
en ciertos casos son las autoridades de las agencias las que acuden a las asambleas de la
cabecera para participar en la elección del ayuntamiento, en nombre de sus comunidades.
Durante muchos años esta forma colectiva e indirecta del voto se aplicó a las elecciones
municipales (cuando era necesario “ratificar” la planilla única para las urnas), aunque
también a las supramunicipales: las autoridades locales se encargaban de llenar todas las
boleras electorales en nombre de la comunidad. A partir de los años noventa esta práctica
dejó de ser posible: con la nueva reglamentación electoral y la consolidación de los
partidos de oposición, las casillas de voto se instalan sin falta y solamente las personas
que poseen una credencial de elector pueden votar. Sin embargo, todavía llega a ocurrir
que la decisión del voto sea tomada colectivamente en las elecciones supramunicipales.
Los electores se limitan entonces a ratificar individualmente, en la confidencialidad de la
mampara, la decisión de la asamblea.
49 Sin duda es en las formas materiales donde el voto consuetudinario se aparta más del voto
prescrito por la ley en las elecciones supramunicipales: casi nunca es secreto. Según una
encuesta realizada en 1997, en casi 250 municipios consuetudinarios el voto se hace a
mano alzada; en el resto cada elector lo inscribe en un pizarrón, lo deposita en una urna o
bien lo comunica confidencialmente a un escrutador. También se expresa en forma de
aclamación o de aplauso. Por último, en algunos casos los electores se forman en línea
detrás del candidato de su preferencia.
50 Estas técnicas de voto muestran hasta qué punto el principio de mayoría forma parte de
las costumbres, al menos en lo referente a la designación de las autoridades locales. El
carácter público del voto no deja de reflejar una lógica propia de la elección
consuetudinaria: durante mucho tiempo, el voto comunitario no constituyó más que un
acto de legitimación de una decisión tomada por la vía de la deliberación (del consejo de
ancianos, del cabildo o bien de la misma asamblea comunitaria). Sólo había que ratificar
una decisión tomada con antelación, más que efectuar una selección individual entre varios
candidatos posibles. Aun cuando desde los años sesenta y setenta la lógica de la mayoría
tiende a reemplazar la del consenso, es muy probable que esta función de legitimación
vaya de la mano de la elección propiamente dicha. Es un acto ritual, cuya principal función
es de orden simbólico: el objetivo es reforzar la unidad de la comunidad expresando
públicamente su acuerdo. Si es secreto, el voto puede que no llene esta función de
unificación y de producción del consenso. Amenaza con debilitar la lógica que hace que la
minoría en desacuerdo o los indecisos se alineen con la mayoría. Las palabras de un
tatamandón de San Agustín Chayuco ilustran perfectamente esta lógica: “[Con el voto
secreto] las personas dicen una cosa, pero luego tachan la boleta de otra forma... se
burlan. Es mejor que veamos por quién vota cada uno, marcándolo en un pizarrón. [...]
Así, los que no saben cómo votar ponen su cruz donde hay más... aunque no estén de
acuerdo”.26
51 Pero la explicación antropológica no debe desechar otra mucho más prosaica: son los
caciques los que se oponen al uso del voto secreto en las decisiones colectivas porque
quieren seguir controlando a la disidencia. Una vez más, la unidad comunitaria expresa
también la unidad de una cierta configuración de las relaciones de poder, equilibrio en
ocasiones frágil que los rituales consuetudinarios sirven para legitimar y preservar.
Ilustramos este fenómeno ya varias veces al describir el caso de San Agustín Chayuco o el
de Santiago Matatlán, sobre todo. En estos dos municipios las autoridades en turno
manifiestan particular insistencia en que la elección municipal se realice públicamente, a
mano alzada o marcando en un pizarrón. Es evidente que lo que quieren es asegurarse de
que las personas a las que hicieron “favores” voten por su candidato.
52 Estas concepciones de la ciudadanía y las formas de ejercerla entran en contradicción con
la que está en vigor fuera de los municipios. No es sorprendente que ello produzca
interferencias durante las elecciones supramunicipales. Lo que es legítimo a los ojos de la
costumbre no lo es para la ley. La confidencialidad del voto no siempre se respeta; las
autoridades locales se arrogan el derecho de supervisar el desarrollo de las elecciones, y
las mujeres y las minorías religiosas o étnicas no siempre pueden ejercer su derecho al
voto. Como subraya Juan Pedro Viqueira, en el caso de Chiapas estas prácticas no
favorecen el arraigo de la democracia electoral en las zonas indígenas.27 La costumbre del
voto corporativo no ha desaparecido completamente, pese a la nueva ingeniería electoral.
En las comunidades donde el PRI sigue siendo identificado con el gobierno, la decisión
colectiva favorece siempre a los candidatos oficiales. Las credenciales infalsificabies, el
sorteo para constituir las mesas de casilla electoral y la instalación de mamparas no
siempre son garantía suficiente para impedir que se perpetúen añejas prácticas.
maestros que controlan el poder desde 1994 intensifican la movilización de los habitantes
de la cabecera para controlar lo que describen como una “tentativa de desestabilización”
de parte de su adversario. En ese momento lanzan una verdadera cruzada contra los
partidos políticos: expulsan al representante regional del PRI, cierran las oficinas del IEE –
instaladas en el municipio un poco antes– y decretan que en el futuro ningún candidato
podrá hacer campaña. Con esto los maestros pretenden cortar los apoyos de su
adversario. No hacen ninguna distinción entre PRI, IEE y los demás partidos. Cuando
afirman que Ayutla “lucha contra la injerencia de los partidos y por la defensa de su
autonomía”, se refieren sobre todo al PRI, cuyos operadores locales apoyan a Noel
Martínez Villanueva. Los otros partidos, el PRD incluido, brillan por su ausencia. Los
maestros –y la franja de la población local que los respalda– adoptan entonces una
postura radical de repliegue comunitario: frente a un sistema político corrupto, que
apoya a los “enemigos de la comunidad”, deciden prohibir toda actividad electoral en
territorio municipal.
55 El boicot de las elecciones refleja también una segunda dinámica, estrechamente ligada a
la primera, que dice mucho de la falta de legitimidad del sistema electoral y de la cultura
política de las élites indígenas en las regiones más marginadas. En efecto, las autoridades
municipales tratan de presionar al gobierno para que dé respuesta a demandas, algunas
antiguas, que van de la asignación de recursos financieros adicionales a la solución de una
controversia (como en el caso de Ayutla, sobre los terrenos y la empresa de la familia
Martínez Villanueva), pasando por la solicitud de apertura de una secundaria. En todos
los casos, para las autoridades –que son maestros en su mayoría– las elecciones son
“asunto del gobierno”, algo oficial, pero no un medio que permita a los ciudadanos, con su
voto, influir en la orientación de las políticas públicas. Sin duda no están del todo erradas
al considerar que las elecciones no son más que un medio de legitimación en manos del
gobierno, un juego cuidadosamente orquestado por el PRI para afianzar mejor su
hegemonía. Bajo el régimen monolítico del PRI, hasta los años noventa, las elecciones no
han sido más que un ritual, una formalidad administrativa destinada a legitimar a los
candidatos del partido oficial. En el caso de los maestros, cabe agregar a esta experiencia
de elecciones falseadas, una ideología antielectoralista de inspiración marxista entre los
unos y católica entre los otros. El movimiento de los maestros para la democratización de
su sindicato en los años ochenta, da origen a una corriente que pone el acento en las
decisiones tomadas “en la base”, en los comités de sección, y ya no en la cúpula, por los
delegados de los que se sospecha que se venden al gobierno. Esta tendencia se vuelve
dominante en el estado de Oaxaca. Los más radicales, los “ultras”, tienen una concepción
de las elecciones heredada del movimiento universitario de 1968: las elecciones son un
asunto de Estado, un instrumento de control en manos del gobierno y de la clase
dominante. Aunque los “ultras” no ocupan los cargos de dirección sindical en Oaxaca, su
discurso tiene gran influencia en la mayoría de los maestros.29
56 El boicot de las elecciones expresa también una nueva corriente política que se consolida
después de la aparición de la guerrilla zapatista en Chiapas. Centrado en un discurso
autonomista, este movimiento cuestiona el sistema de partidos, que considera que no
representa los intereses de los indígenas.
57 Aquí también la lucha es profundamente antipriísta, sin inclinarse por ningún partido.
Organizaciones como OIDHO –en la Sierra Sur–, el Frente Único de Presidentes Municipales
de la Región Mazateca o Ser, comparten esta orientación. Su objetivo es consolidar
espacios de poder local autónomos, que ya no estén sometidos al control clientelista del
63 Esto explica sin duda que los resultados del PRI sean más elevados en los municipios
consuetudinarios que en los otros. Por ejemplo, en las elecciones del 1998 los candidatos
del PRI obtienen 50.6% de los sufragios manifestados en la primera categoría de
municipios y 45% en la segunda. En cambio, el PAN casi triplica sus resultados en los
municipios partidistas, donde obtiene el 13.6% de los sufragios, contra 5.3% en los otros.
En cuanto al PRD, éste obtiene prácticamente los mismos resultados en los dos tipos de
municipios (34% de los sufragios) (véase el cuadro 3).
64 En 2000, la diferencia entre los municipios consuetudinarios y los demás se acentúa: el PRI
obtiene 50.2% de los sufragios en los primeros, contra 40.6% en los segundos. El PAN
triplica sus resultados en los municipios consuetudinarios (17.1% de los sufragios
declarados), pero obtiene siempre más sufragios en los municipios partidistas (27%). Los
resultados del PRD siguen siendo casi equivalentes en las dos categorías de municipios
(23.4% en los consuetudinarios y 25.2 en los demás) (véase el cuadro 4). Estas cifras
muestran hasta qué punto el PRI se beneficia de una plusvalía consuetudinaria que le
permite seguir siendo mayoritario en más de 400 municipios en las elecciones
supramunicipales; en efecto, los resultados del PRI disminuyen en 4.4% en los municipios
partidistas entre 1998 y 2000 pero siguen siendo estables en los consuetudinarios.
Cuadro 3. Resultados de las elecciones legislativas locales del 2 de agosto de 1998 (porcentaje de
sufragios válidos)
Cuadro 4. Resultados de las elecciones legislativas federales del 2 de julio de 2000 (porcentaje de
sufragios válidos)
65 La diferencia entre los resultados del PRI de una categoría de municipios a la otra se debe
a la abstención. Así, en 1998, mientras alcanza ésta un 5% más en los municipios
consuetudinarios en comparación con los partidistas, el PRI obtiene también un bono de
5% en la primera categoría de municipios, en tanto que los resultados del PRD permanecen
estables y los del PAN disminuyen. En 2000 el fenómeno se reproduce: la abstención y los
resultados del PRI marcan ambos una diferencia de 10% entre las dos categorías de
del ejido– deben desempeñar funciones agrarias. Cada núcleo agrario posee un
comisariado, encargado de administrar los asuntos agrarios (repartición de parcelas,
resolución de disputas sobre los límites de los núcleos y, en el interior de éstos, entre los
titulares de las parcelas, etcétera). Los miembros del comisariado también son designados
por la asamblea de comuneros o de ejidatarios y deben cumplir con sus funciones durante
tres años.
69 Estos diferentes cargos generalmente no son remunerados.34 Además de la falta de salario
que suponen (el carguero debe dejar de trabajar para poder cumplir sus funciones
públicas), algunos traen aparejados gastos considerables. Los cargos religiosos son sin
lugar a dudas los más costosos. En Tlahuitoltepec, por ejemplo, en la región mixe, el
capitán de festejo debe erogar alrededor de 25 mil pesos y en los Valles Centrales los
mayordomos deben desembolsar más de 50 mil pesos. Es lo mismo para los que deben
financiar los fuegos artificiales para la fiesta patronal, que a menudo cuestan varios miles
de pesos. Los miembros de los ayuntamientos gastan también sumas considerables en
rituales y ceremonias que deben celebrar cuando entran en funciones. En las agencias,
donde los recursos asignados por la federación siguen siendo insuficientes, las
autoridades locales financian por sí mismas sus desplazamientos a la ciudad de Oaxaca,
cuando necesitan hacer gestiones ante las instancias gubernamentales.
70 Empero, es precisamente la falta de remuneración lo que castiga más a los cargueros.
Algunos cargos exigen una disponibilidad constante de sus titulares durante uno o varios
años, tiempo durante el que deben abandonar toda otra actividad profesional o
económica. Dependen de la familia para cubrir sus necesidades, sobre todo los
campesinos. Si su cargo es de tiempo completo, deben recurrir a los miembros de la
familia para que cultiven su parcela, cosechen y vendan el producto si obtienen un
excedente. Si la ayuda mutua no es suficiente para cubrir las necesidades básicas del
hogar, el jefe de familia debe contratar mano de obra adicional. Algunos alcanzan a
ahorrar antes de asumir el cargo, pero la mayoría se ve obligada a endeudarse. En las
zonas más pobres, las personas a las que la asamblea comunitaria asigna un cargo, a veces
se ven obligadas a emigrar por un tiempo para poder reunir el dinero necesario y
“aguantar” un año o más sin trabajar. El problema es el mismo para los artesanos o los
comerciantes, pero mucho más complicado para los asalariados, que deben solicitar una
licencia sin goce de sueldo a sus patrones. Si no se les concede, tienen que renunciar.
Solamente los maestros salen bien librados de esta situación: su sindicato ha establecido
un acuerdo con la administración que les da derecho a una licencia con goce de sueldo
cuando ejercen algún cargo de elección popular. Si los eligen presidentes municipales,
continúan recibiendo la totalidad de su salario durante todo su mandato; la
administración se encarga de pagar a un sustituto. Si ocupan otro cargo, están obligados a
pagar ellos mismos al sustituto, que recibe una paga menor y esto permite al maestro
conservar una buena parte de su salario. Este privilegio explica sin duda que en regiones
especialmente marginadas, como la mixe, los maestros ocupen la mayoría de los puestos
del ayuntamiento y constituyan, de hecho, una especie de clase política profesional. Su
situación económica les permite asumir los costos de un servicio municipal no
remunerado pero por el que reciben una retribución de manera indirecta.
71 Para el resto de la población, el costo del servicio comunitario es elevado. Casi siempre
conlleva un endeudamiento y contribuye a un claro deterioro de su situación material. En
realidad el sistema de cargos viene a acentuar las dinámicas en curso en las regiones más
pobres: los niños en edad de trabajar deben abandonar sus estudios para contribuir a la
economía familiar y los jefes de familia se ven obligados a emigrar o a vender una parte
de sus tierras para rembolsar las deudas acumuladas durante el servicio. En cuanto a los
asalariados, a veces se los obliga a abandonar su empleo, sin garantía de recuperarlo
después. En otras palabras, aquello que supuestamente contribuye a que la comunidad
sobreviva –el servicio obligatorio– acaba minando la situación material de los individuos
y de las familias. Esto porque a los cargos hay que añadir la participación frecuente en
labores de interés público, los tequios. Aun cuando los cargueros estén exentos de éstos
durante el cumplimiento de su cargo, cuando éste termina deben participar. Todos los
adultos, la mayoría de las veces los jefes de familia, deben reservar una cantidad variable
de días por año a la realización de trabajos en beneficio de la colectividad.
72 Lo brumoso de los cargos y de los tequios se debe en gran parte a su frecuencia. Existen
considerables diferencias de un municipio o región a otra. En algunos municipios la
asamblea deja pasar varios años antes de volver a designar a las personas que ya han
ocupado un cargo y así tienen tiempo para enderezar su situación económica y
prepararse a la vez para futuros gastos. No obstante, en muchos municipios los cargos son
mucho más frecuentes: los ciudadanos no tienen más que uno o dos años de respiro entre
un cargo y el siguiente. Esto depende esencialmente de dos factores: el número de cargos
–civiles, religiosos y agrarios– y el número de habitantes. Algunos municipios tienen
menos cargos que otros. En los cercanos a la capital del estado, por ejemplo, rara vez hay
más de una centena de cargos civiles (los del ayuntamiento y los de los comités), mientras
que en la región mixe son un mínimo de doscientos cargos permanentes.
73 Debido a las transformaciones socioeconómicas y los procesos de cambio cultural, entre
otras cosas, se ha producido una disminución de los cargos en los municipios en vías de
urbanización. Sin embargo, en los municipios rurales, donde el nivel de pobreza es
especialmente elevado y los recursos fiscales insuficientes, el sistema de solidaridad
comunitaria juega un papel central en la administración municipal y el desarrollo de
infraestructuras (carreteras, sistemas de alumbrado y de alcantarillado, agua potable,
etcétera). La movilización de los habitantes de estos municipios es mucho más intensiva,
sobre todo porque el Estado con frecuencia utiliza estos mecanismos de solidaridad para
llevar a cabo sus políticas sociales. Desde los años sesenta y setenta se crearon comités, a
nivel local, para administrar los proyectos de construcción o coordinar los programas de
educación y salud. A medida que el Estado va implementando nuevos programas de
desarrollo se produce una verdadera inflación de los cargos municipales.
74 El fenómeno se intensifica considerablemente en los años ochenta, con los programas de
tiendas-cooperativas de la Conasupo y sobre todo con el Pronasol. Miles de comités se
crean en el plano municipal y se integran al sistema tradicional de cargos civiles y
religiosos. También los tequios son cada vez más numerosos y frecuentes, ya que el Estado
condiciona el financiamiento de las obras de infraestructura a la aportación de mano de
obra gratuita por los municipios. Los habitantes de éstos se ven obligados a consagrar
cada vez más tiempo a las tareas obligatorias. El peso de los cargos y del trabajo en
beneficio de la colectividad se vuelve particularmente pesado: en muchos municipios, los
habitantes de las agencias deben servir a la vez en su comunidad y en la comunidad-
cabecera, doble carga que hace aún más difícil la situación económica de las familias.
Además, ello crea un desequilibrio entre los habitantes de las agencias y los de la
cabecera, que la mayoría de las veces no participan más que en los cargos y los tequios de
su propia comunidad.
75 En muchos municipios los cargos se han vuelto tan numerosos que las asambleas
experimentan grandes dificultades para encontrar personas disponibles que los ocupen.
Esto se aplica en especial a los municipios donde la rotación de los cargos es anual. La
cantidad de ciudadanos en edad de contribuir a las tareas comunes no aumenta con
suficiente rapidez o bien disminuye seriamente en las regiones de fuerte migración. En la
Sierra Norte, por ejemplo, llega a ocurrir que el número de cargos sea casi equivalente al
de los habitantes en edad de servir. Así que éstos son constantemente solicitados por la
colectividad. En la Mixteca, donde los índices de emigración rebasan, con frecuencia, el
50% de la población, la “mano de obra” comunitaria escasea alarmantemente. Es común
encontrar municipios en que los residentes permanentes son solamente los ancianos o las
mujeres (aunque éstas han ido migrando cada vez más en los últimos diez años). El
sistema de cargos es demasiado pesado para los pocos centenares de personas que se han
quedado en la comunidad.
76 En general, la solidaridad obligatoria que constituye el sistema de cargos consume una
energía individual y familiar considerable, al grado que los miembros de la comunidad se
lamentan de no poder ocuparse de sus propios asuntos. La organización comunitaria
ilustra perfectamente los límites de todo sistema colectivista. La iniciativa individual o la
acción colectiva sectorial (empresa familiar, constitución de grupos de productores, de
cooperativas, etc.) con frecuencia se vé obstaculizada por la movilización constante que
exige la colectividad debido a los cargos civiles, las fiestas, los tequios. Estamos ante una
verdadera paradoja que los cooperantes conocen de sobra: los individuos están tan
absorbidos por la solidaridad obligatoria que acaban por no invertir ya en formas de
acción colectiva voluntaria y sectorial. Muchos proyectos de cooperativas vegetan o
fracasan simplemente porque, por una parte, las autoridades municipales ven con malos
ojos una empresa que beneficia a unos pocos y no a la totalidad de la comunidad, y, por
otra parte, porque las personas que desean participar no tienen el tiempo ni la energía
suficiente para hacerlo, por lo mucho que son solicitadas por la comunidad. Las críticas
no vienen solamente de observadores externos, que serian portadores de una ética
capitalista ajena a la cosmogonía indígena. Surgen en el interior mismo de las
comunidades, donde las jóvenes generaciones cuestionan cada vez más ciertos aspectos
de la costumbre, como los gastos excesivos durante las fiestas religiosas. “Nos vamos a
ahogar en nuestras costumbres” –nos dice un joven mixe de Tlahuitoltepec. Al igual que
muchos, lamenta que todo el dinero gastado durante las fiestas o los rituales
propiciatorios que realizan las autoridades municipales al inicio y al término de su
mandato, no se invierta en beneficio de sus propias familias.
77 Empero, no solamente los jóvenes se quejan del peso de la costumbre, algunas
autoridades municipales, como las de Zacatepec, que a pesar de haber defendido los usos
y costumbres en contra del PRI, consideran que los cargos son demasiado numerosos y que
sería necesario suprimir algunos. Sugieren también que las personas que ocupan los
cargos más pesados en términos de responsabilidad puedan recibir una indemnización,
por mínima que sea. Pero la idea está lejos de ser aceptada unánimemente, en particular
por los que ya han ocupado los cargos más costosos y que consideran que todo el mundo
debe pasar por las mismas. Otros se oponen categóricamente, pues temen despertar la
codicia de los habitantes del pueblo, provocando una competencia encarnizada por el
poder.
78 En muchos municipios la cuestión de la remuneración de los cargos provoca verdaderas
polémicas, cuanto más que el Estado prevé dietas para los miembros del ayuntamiento,
que vienen desglosadas en el presupuesto anual que el gobierno asigna a los municipios.
En muchos municipios consuetudinarios, sin embargo, los miembros del ayuntamiento no
cobran su dieta, sino que la ponen a disposición de la tesorería municipal para que se
utilicen en beneficio de la colectividad o para financiar el funcionamiento de la
administración (compra de combustible para los vehículos que pertenecen a la
municipalidad, compra de material y equipo de oficina, etcétera). Hasta fines de los años
ochenta, la cuestión de la remuneración ni siquiera se planteaba, pues sencillamente no
había suficiente dinero para subsanarla. La transferencia de recursos federales trastoca la
ética del sacrificio, que está en la base del sistema de cargos y del servicio gratuito que cada
ciudadano debe a la comunidad.
presidente municipal, mientras que los pobres se pasan la vida ocupando cargos
subalternos: policía, mensajero o vocal en los comités, cargos que nunca son
remunerados, ni siquiera en los municipios donde los miembros del ayuntamiento
reciben dietas. Y los cargos subalternos suelen ser los más pesados desde el punto de vista
físico. La mayoría de las veces los miembros de los comités de escuelas, de trabajos
públicos o de agua potable constituyen una verdadera mano de obra gratuita para el
municipio. Son ellos los que realizan la mayor parte de las obras de construcción sin
recibir un solo centavo.35
81 Definitivamente, la selección es económica, ya que en la mayoría de los municipios
únicamente las personas que ocupan un cargo de mayordomo o de capitán de festejo
tienen acceso a los cargos del ayuntamiento. En otras palabras, es necesario estar en
posibilidad de gastar varios miles de pesos en una de las fiestas del pueblo para ocupar los
puestos más prestigiosos. Y los ricos son los únicos que pueden permitírselo. Desde la
edad más temprana se establece una diferenciación entre los que pueden ahorrar y los
que no tienen medios para hacerlo.
82 Sin embargo, la desigualdad no es sólo vertical (en el interior de una comunidad) sino
también horizontal (entre los habitantes de la cabecera municipal y los de las agencias).
Ya lo acabamos de decir: los habitantes de las agencias con frecuencia deben ocupar
cargos en la cabecera, además de los de su propia comunidad, mientras que los habitantes
de la cabecera sólo sirven en su comunidad. Si a esto agregamos que el nivel económico
de las comunidades periféricas suele ser inferior al del centro, tenemos que los habitantes
de las agencias ocupan de preferencia los cargos subalternos y rara vez acceden a los de
regidor, síndico o presidente municipal. Como dijimos sobre Ayutla, los rancheros se
quejan de ser los achichincles del municipio, ya que sistemáticamente se les asignan los
cargos subalternos. Hartos de tener que servir a la comunidad-cabecera cuando sus
miembros no les dan nada a cambio, reclaman su independencia. Esta dinámica se
presenta en muchos municipios, más allá de la región mixe.
83 En este contexto es necesario reubicar los fenómenos de conversión religiosa. Ya
hablamos de ello en los capítulos anteriores. Son el reflejo de la voluntad de salir de la
situación de dependencia y miseria en la que se encuentra la mayoría de la población. La
pobreza extrema, el endeudamiento y el alcoholismo están estrechamente ligados al
sistema de cargos, aun cuando éste no es el único causante. Resultaría excesivo cargar la
miseria a la cuenta de la organización comunitaria. Más bien tiene que ver con lógicas
económicas y políticas que rebasan la escala local y que dependen, entre otros, de una
inserción desigual en el mercado nacional e internacional. Pero ello no obsta para que el
peso excesivo de los cargos contribuya al agravamiento de las condiciones materiales de
sectores enteros de la población indígena.
84 La reglamentación de los usos y costumbres tiene efectos ambivalentes. Detrás del
discurso oficial sobre la democracia de consenso o comunitaria a veces se ocultan lógicas
de dominación o de exclusión. Una primera interpretación de los conflictos que surgen a
partir de 1995, debe hacernos romper el estereotipo de los usos y costumbres que
transmiten el gobierno y algunos intelectuales indígenas. En las costumbres están
arraigadas relaciones de fuerza y de poder; no son políticamente neutras. Su
reconocimiento oficial permite a ciertos dirigentes establecer una alianza con el PRI para
controlar mejor a la disidencia. Pero las dinámicas autoritarias no son exclusivas de los
dirigentes ambiciosos y poco escrupulosos. También reflejan la concepción idealizada de
una élite que busca en las instituciones comunitarias un modelo de política opuesto a la
corrupción y a las manipulaciones del régimen priísta.
85 Sin embargo, es conveniente no hacer juicios unívocos sobre los cambios por los que
pasan las comunidades. Los conflictos tienen siempre un lado oscuro (el de la
descomposición y saturación de las relaciones de dominación y exclusión) y un lado
luminoso (el de la recomposición y reajuste de las relaciones de fuerza). Las dinámicas
que acabamos de describir representan los síntomas de una crisis política, pero no deben
impedirnos discernir, en el paisaje fragmentado de Oaxaca, los indicios de una
recomposición en marcha en lo más profundo de las comunidades.
NOTAS
1. Fernando Escalante Gonzalbo, “Notes sur le problème indigène au Mexique”, Cahiers des
Amériques Latines, núm. 23, 1997, pp. 52-53.
2. Heberto Abraján Díaz acaba de ser elegido diputado por el PRI en las elecciones del 2 de agosto
de 1998, después de haber sido delegado regional del gobierno de Oaxaca. Es allegado de
Francisco Iglesias.
3. Noticias, 18 de enero de 1999.
4. Ibid., 19 de enero de 1999.
5. Ibid.
6. La planilla de Francisco Sánchez Mendoza, apoyada por el alcalde en turno y por el PRI, gana la
elección con 443 votos, contra 424 para la planilla de Filemón Ortiz Garzón, allegado al PRI), una
diferencia de apenas 19 votos, De las tres urnas instaladas, Francisco Sánchez ganó solamente en
aquellas donde debían votar los habitantes de las agencias (68 votos contra 26); en las otras dos
Filemón Ortiz obtuvo la mayoría de los votos.
7. Según Roger Bartra, los usos y costumbres son formas de gobierno corporativas y autoritarias
(véase R. Bartra, “Violencias salvajes: usos, costumbres y sociedad civil”, en R. Bartra, La sangre y
la tinta. Ensayos sobre la condición postmexicana, pp. 33 v 39).
8. Juan Pedro Viqueira afirma, al hablar de Chiapas, que la introducción de los usos y costumbres
como modo de elección de las autoridades municipales favorecería únicamente a los “caciques y
usureros ligados al PRI, que fácilmente podrían imponer sus designios en asambleas donde se vota
a mano alzada, lo que permite identificar a los disidentes con precisión” (véase J.P. Viqueira, “Los
peligros del Chiapas imaginario”, Letras Libres, año 1, núm. 1, enero de 1999, p. 97.
9. Fernando Escalante subraya la “dificultad de defender los derechos de las minorías con
argumentos colectivistas, porque el resultado es a menudo la defensa disfrazada (más o menos
hipócrita, más o menos irresponsable) de los intereses de los caciques, de los jefes y de los
’tatamandones’” (véase F. Escalante Gonzalbo, “Notes sur le problème indigène au Mexique”, p.
45).
10. Grabación de la reunión celebrada en el IEE entre las autoridades de San Agustín Chayuco y
sus opositores, Oaxaca, 17 de junio de 1998.
11. Entrevista con Máximo Flores Alavez, San Agustín Chayuco, 20 de noviembre de 1999.
12. Carta de los comerciantes y representantes de El Rosario, 6 de junio de 1998.
13. Carlos Lenkersdorf, Los hombres verdaderos. Voces y testimonios tojolabales, p. 79.
14. Ibid., p. 81.
15. Citado por Hermann Bellinghausen, en La Jornada, 22 de febrero de 1997.
16. Floriberto Díaz Gómez, Comunalidad: más allá de la democracia, mimeo., s.f.
17. Ibid.
18. C. Lenkersdorf, Los hombres verdaderos, pp. 82-83.
19. Ma. C. Velásquez Cepeda, El nombramiento, p. 159.
20. Entrevista con Federico Villanueva Damián, alcalde de Ayutla (1994), 27 de julio de 1998.
21. Ibid.
22. También en nombre de las costumbres, estas mismas autoridades restablecen los castigos
corporales en la lucha contra la delincuencia. Ese mismo año deciden infligir un castigo ejemplar
a dos jóvenes acusados de intento de violación por una muchacha del pueblo. Con la venia del
padre de uno de los acusados, que ocupa a la sazón el cargo de sindico municipal, las autoridades
cuelgan a los jóvenes por las axilas durante varias horas, en la plaza del pueblo, antes de
entregarlos a la policía. Aunque la intención no fuera provocar la muerte de los delincuentes, y
que la medida fuera dictada, en gran parte, por la notoria ineficacia de la justicia de Estado, la
medida ilustra los excesos a los que puede conducir el llamado a la restitución de las costumbres.
23. Guilermo Trejo y José Antonio Aguilar, “Etnicidad y consolidación democrática. La
organización de las elecciones en las regiones indígenas de México”, en David Recondo y A.
Hémond (coords.), Dilemas de la democracia en México. Los actores sociales ante la representación
política, pp. 195-200.
24. Ibid.
25. David Recondo, “Usos y costumbres y elecciones en Oaxaca. Los dilemas de la democracia
representativa en una sociedad multicultural”, Trace (Travaux et recherches sur les Amériques du
centre), núm. 36, diciembre de 1999, pp. 85-101.
26. Entrevista con Pedro Nicolás Alavez, tatamandón y presidente del comité municipal del PRI en
San Agustín Chayuco, 20 de noviembre de 1999.
27. Juan Pedro Viqueira, “Los indígenas y la democracia: virtudes y límites del sistema electoral y
partidista en los Altos de Chiapas”, en J.P. Viqueira y Willibald Sonnleitner (coords.), Democracia
en tierras indígenas. Las elecciones en los Altos de Chiapas (1991-1998), pp. 217-244.
28. En 2000, Ayutla, Matatlán y Eloxochitlán aceptan participar en las elecciones federales.
29. Entrevista con Aristarco Aquino, maestro originario de Yalalag, antiguo dirigente de la
sección XXII del sindicato de maestros y candidato a la diputación local por el PRD en 1998,
Oaxaca, 12 de julio de 2000.
30. Adelfo Regino Montes, “La elección por partidos, ¿único camino?”, En Marcha. Realidad
Municipal de Oaxaca, año 1, núm. 6, agosto de 1998, p. 17.
31. Los tres municipios con 100% de abstención son aquellos en los que las autoridades
municipales prohibieron la instalación de urnas. Se trata de Matatlán Villa de Flores,
Eloxochitlán de Flores Magón y San Juan Quiahije.
32. Dos de los tres municipios que rebasan 80% de abstenciones son Santiago Atitlán (89%), una
de cuyas agencias (Estancia de Morelos) decidió anular todas las boletas de voto, y San Juan
Quiahije (85%), donde dos de cada tres casillas de voto no fueron instaladas (las correspondientes
a las cabeceras).
33. Entrevista con Aristarco Aquino, Oaxaca, 2 de agosto de 1997.
34. Según la encuesta realizada por María Cristina Velásquez en 412 municipios
consuetudinarios, en más del 70% (298) las autoridades municipales declararon que los cargos no
son remunerados (Ma. C. Velásquez Cepeda y L.A. Méndez Lugo, Catálogo municipal de usos y
costumbres).
35. Entrevista con Armando López, médico y presidente del comité municipal del PRD en
Matatlán, Matatlán, 10 de febrero de 1999.
1 El reconocimiento de los usos y costumbres constituye un arma de doble filo. Sus efectos
políticos han resultado ambivalentes. Acabamos de ver que la nueva legislación electoral
puede utilizarse para excluir a los disidentes o a los sectores de la población que hasta
entonces se habían quedado al margen de la política local (mujeres, avecindados, vecinos
de las agencias, radicados, etcétera). En muchos casos, detrás de la defensa de las
tradiciones se esconde la de intereses particulares o faccionales. No obstante, sería
reduccionista no ver en esto más que estrategias de exclusión y de conservación del
poder. La defensa de las costumbres no sólo refleja la voluntad de preservar el orden
establecido. Al contrario, en no pocos casos suele reflejar de manera paradójica una
voluntad de cambio que pasa por la reivindicación de una identidad comunitaria
parcialmente reinventada.
aspecto paradójico del fenómeno de las costumbres: al mismo tiempo que reproduce la
identidad, la transforma, la reinterpreta no solamente para adaptarse al cambio, sino
para conducirlo. En el estado de Oaxaca, por ejemplo, la defensa de las costumbres sirve
de motor no solamente para estrategias cuyo objetivo es mantener el statu quo o dar
marcha atrás, sino que también sustenta movilizaciones que buscan la apropiación y la
dirección del cambio social y político.
mujeres en la vida política local (asambleas comunitarias, cargos municipales, etc.). Esto
pasa necesariamente por un examen crítico de los usos y costumbres por parte de las
mujeres. Por lo demás, Sofía Robles se queja de que con frecuencia es difícil obtener el
aval de las autoridades municipales para realizar estas actividades. Los talleres que
organiza en las comunidades sirven igualmente para difundir las reivindicaciones
formuladas en los loros regionales o nacionales durante las sesiones consagradas a las
mujeres indígenas.10
14 Esta misma organización ha exigido el reconocimiento de los procedimientos
comunitarios de elección de las autoridades municipales desde principios de los años
noventa. Es difícil pensar que semejante reivindicación esté motivada por el deseo de
defender un orden tradicional dominado por los ancianos o los hombres, en detrimento
de los jóvenes y de las mujeres. En los foros en que participan los nuevos dirigentes
indios, apelan a una forma de ejercer el poder que se asemeja a cierto tipo de democracia
directa o participativa. Ya recordamos sus alusiones al consenso y al principio de
“mandar obedeciendo”, nociones que parecen reflejar una idealización de la organización
comunitaria, pero revelan también una crítica radical de los mecanismos de control
tradicionales que predominan en las comunidades. El llamado a la transformación de las
relaciones políticas no es pura retórica, sino que se encarna en una serie de acciones y de
movilizaciones que no tienen mucho que ver con la tradición.
23 El ejemplo de Ixtayutla ilustra hasta qué punto el “rescate” de las tradiciones o de las
costumbres implica a menudo su reinterpretación en función de las interacciones sociales
manipular las elecciones e imponer a sus propios sucesores. Con todo, la ley es
ambivalente y el papel atribuido a la asamblea comunitaria puede servir también para
limitar los márgenes de maniobra de las autoridades municipales o de los caciques que se
vieran tentados a tomar decisiones sin consultar a la mayoría de los ciudadanos de su
municipio. Al igual que la costumbre, la ley es un arma de doble filo. Según la
interpretación que se haga de ella y según las relaciones de fuerza en el plano local, puede
favorecer la manipulación y la imposición, como puede consolidar la participación
ciudadana y bloquear así las veleidades autoritarias de los dirigentes locales.
27 Parece incluso que las elecciones que se han llevado a cabo desde 1998, uno de los efectos
de esta nueva reglamentación ha sido “revitalizar” las prácticas de asamblea para
nombrar a las autoridades municipales. En muchos municipios donde un círculo reducido
de dirigentes llevaba a cabo las elecciones, a menudo bajo la dirección del comité
municipal del PRI, grupos de ciudadanos se han ido movilizando para exigir una
participación más abierta. El concepto mismo de “asamblea general comunitaria” poco a
poco pasa a formar parte del vocabulario político. La asamblea se convierte en un recurso
altamente estratégico, que se presta así a todas las manipulaciones, ya que la ley no
precisa sus características ni su composición. Cada facción local se apresura a realizar su
propia asamblea y a enviar sus actas al IEE para certificar que ganó la elección. En algunos
municipios, como San Sebastián Tutla, el IEE tiene hasta tres actas diferentes. El número
de firmas (esto es, de participantes en las asambleas) es un argumento central en el
momento de las negociaciones con la autoridad electoral. No obstante, aun si la asamblea
puede ser objeto de manipulación, su práctica no deja de contribuir al arraigo de un
principio de soberanía popular, fundamental para todo régimen democrático. En adelante
la elección no puede ser reservada a unas cuantas personas, sino que debe ser sancionada
por el sufragio de los ciudadanos, aun si éste no toma la forma de un voto individual y
secreto.
28 Cabe destacar una lógica que evocamos arriba: las leyes, como todas las demás
instituciones, no constituyen solamente un reflejo, un resultado de las prácticas sociales y
políticas. Contribuyen también a moldear a estas últimas.26 En este caso, al poner el acento
en el papel de la asamblea en las elecciones consuetudinarias, los legisladores y los que
velan por la aplicación de la ley contribuyen a difundir en los municipios de Oaxaca este
modelo de democracia directa o participativa predilecta de los dirigentes indianistas. Ya
mostramos que la ley induce nuevas estrategias creando nuevos recursos institucionales.
La asamblea general comunitaria se convierte en uno de estos recursos que los actores
locales pueden movilizar en sus estrategias de acceso al poder local. Aun si esta forma de
participación y de decisión presenta evidentes limitaciones (presión de la mayoría sobre
las minorías o de los líderes sobre su clientela, manipulación de las asambleas por una
minoría “ilustrada”, etcétera), no deja de representar un cambio positivo si se considera
que en muchos municipios la elección ha sido, por mucho tiempo, asunto de unos pocos.
las autoridades en turno como de los opositores. Salvo en Tutla, donde finalmente los
avecindados han sido excluidos del proceso electoral, hasta hoy, en todos los demás casos
citados, los actores logran establecer reglas del juego menos arbitrarias que las que las
autoridades en turno querían establecer al principio.
34 En Matatlán, los opositores no obtienen que la elección se realice por medio del voto
secreto como exigen, pero el procedimiento aplicado se parece en muchos sentidos a una
elección con competencia libre entre dos planillas. Se instala un pizarrón en el centro del
pueblo durante todo un día, de manera que los electores pueden elegir una de las dos
opciones, pero no ya en “bola”, ni por aclamación, como hubieran querido los mezcaleros.
El voto sigue siendo público, lo que sigue permitiendo a los patrones hacer presión sobre
sus clientes, pero la manipulación es menos fácil que si la elección tuviera lugar en forma
de una asamblea fácilmente manipulada por los partidarios del presidente en turno.
35 El que un comité paritario, dirigido por un funcionario del IEE, tenga la responsabilidad de
organizar la elección, contribuye también a crear condiciones más equitativas de
competencia entre las dos planillas registradas. Los opositores tienen la posibilidad, que
se les había negado antes, de constituir una planilla y entrar en competencia abierta
contra los candidatos del grupo gobernante. Es una apertura reducida que no impide que
los mezcaleros ganen la elección, pero que no deja de representar un cambio real. Se abre
una brecha que, por estrecha que sea, permitirá a mediano o largo plazo que los
opositores puedan negociar condiciones para una competencia aún más justa.
36 Se puede hacer una lectura semejante de la elección de 1998, en Chayuco. Máximo Flores
no obtiene todo lo que quiere: debe renunciar a realizar una asamblea que hubiera podido
controlar fácilmente y debe aceptar que los oponentes presenten su propia planilla. Aquí
también el procedimiento se parece más a una elección libre, con dos planillas registradas
y un voto individual y secreto, que a una elección consuetudinaria. Toda la ingeniería
electoral convencional se pone en marcha: mamparas, urnas, tinta indeleble, boletas,
representantes de cada planilla en las casillas, etc. Además, solamente las personas
inscritas en el padrón electoral y con credencial de elector pueden votar. Ello no impide
que Máximo Flores recurra a las técnicas tradicionales del fraude electoral, como el
reparto de dinero a las autoridades de las agencias para que acarreen electores e induzcan
al voto por su candidato. Pero ello no impide que las condiciones de la competencia sean
mucho más equitativas de lo que hubieran sido si Máximo Flores hubiera podido imponer,
sin cortapisas, su propia versión de la costumbre.
37 Los ejemplos que acabamos de citar muestran hasta qué punto el régimen
consuetudinario permite producir nuevas reglas del juego político por la vía de la
concertación, aunque no es conveniente idealizar las condiciones reales de la negociación.
Como ya dijimos, el arbitraje del IEE no es imparcial y no todos los actores locales
disponen de los mismos recursos. El apoyo que Máximo Flores recibe del diputado local
del PRI, Heberto Abraján Díaz, en 1998, le da una ventaja segura en las negociaciones con
los adversarios. Los contactos del diputado en el PRI y el gobierno, permiten sin duda
ejercer presión sobre el presidente del IEE. Pese a todo, los adversarios obtienen una
respuesta favorable para prácticamente todas sus demandas con respecto al modo de
elección: voto secreto, mesas de casilla con representación de cada planilla, etc. El
resultado es un sistema electoral híbrido. Se trata de una elección convencional con una
sola diferencia: ninguna de las dos planillas que contienden está registrada por un
partido. Las fotografías de los candidatos a presidente figuran en las boletas y se asigna
un color diferente a cada una de las planillas (amarillo para los opositores, verde para la
planilla que apoya el presidente en turno).
38 La modalidad de elección se parece tanto a una elección por el sistema de partidos que
cabe preguntarse si no hubiera sido mejor colocar a Chayuco directamente en esa
categoría. Finalmente cada una de las planillas está ligada a un partido político ( PRD para
la amarilla, PRI para la verde). Sin embargo, aun cuando la adopción del régimen
consuetudinario es esencialmente obra de Máximo Flores, no por ello deja de responder a
un sentimiento difuso de la mayoría de habitantes de Chayuco que teme que la
intervención directa de los partidos políticos socave los mecanismos de solidaridad
comunitaria (tequio, cargos municipales no remunerados, etc.) y provoque divisiones
insuperables. Es un temor alimentado ciertamente por decenios de corporativismo
comunitario y hábilmente nutrido por el Estado-PRI. Pero sería abusivo ver en ese proceso
solamente una fantasía completamente desconectada de la realidad política: en Chayuco,
como en muchos otros municipios, la población ha tenido la experiencia de realizar
elecciones locales en las que la intransigencia de los dirigentes de los partidos políticos ha
provocado verdaderos enfrentamientos. Los intereses de los partidos, las ambiciones
personales de sus dirigentes regionales y sus tácticas de negociación para tener acceso al
poder central se articulan difícilmente a los intereses y los objetivos de los actores
comunitarios. Lo que se cuestiona no es tanto el principio mismo del multipartidismo
como su práctica concreta en el estado de Oaxaca.
39 Los dirigentes locales que deciden aliarse con uno de los partidos generalmente se ven
arrastrados por espirales de rivalidades y enfrentamientos cuyos pormenores los rebasan
enteramente. En Chayuco, por ejemplo, los simpatizantes del PRD “pagaron el pato”
cuando los altos dirigentes del partido los dejaron literalmente caer después de alentarlos
a endurecer su posición en las negociaciones con Máximo Flores. Los perredistas de
Chayuco se enteraron después que los dirigentes de su partido habían “cedido” su
municipio al PRI (al aceptar que fuera colocado bajo el régimen consuetudinario) a
condición de que otro municipio donde calculaban que tenían más probabilidad de ganar
–y que estaba también en negociaciones en aquel momento– hiera colocado bajo el
régimen de partidos. Este tipo de “transas” que contribuye a la mala reputación de los
partidos políticos en Oaxaca, que aparecen más como aparatos al servicio de un puñado
de dirigentes ambiciosos que se valen de los conflictos locales para negociar ventajas
personales –o de camarilla– con el gobierno y su partido. Si agregamos la verticalidad y la
opacidad de los modos de decisión en el interior de los partidos (el PRD incluido) y la
tendencia recurrente a imponer las candidaturas locales sin consultar a los militantes o a
los simpatizantes, podrá comprenderse que los partidos no siempre sean percibidos como
los mecanismos apropiados de mediación política.
40 También es conveniente no considerar el discurso sobre la especificidad de la política
comunitaria como una simple elucubración de algunos indianistas románticos. Cuando el
río suena agua lleva, dice el viejo adagio, y si bien resulta excesivo declarar sin más que
los partidos “contaminan la democracia comunitaria”, no quita que sea cierto que no
siempre se adaptan a las sutilezas y a la diversidad de la política local. Situación que no es
exclusiva de los municipios de Oaxaca; el alto número de presidentes sin filiación
partidista en las comunas rurales de Francia remite al mismo fenómeno: las orientaciones
ideológicas, las lealtades y los intereses de los habitantes de los pueblos no siempre
cuadran con los de la política nacional o regional. Las “clasificaciones” a menudo binarias
(derecha-izquierda, progresista-conservador) en que se fundan los partidos no reflejan los
matices de las identidades políticas locales.
41 En Oaxaca, este fenómeno universal se acentúa por el hecho de que efectivamente existe
un tipo particular de relaciones sociales, en clave comunitaria, con toda la hibridez que ya
le reconocimos. Si bien la comunidad que describen los antropólogos culturalistas es un
mito, no se puede negar la existencia –siempre cambiante, compleja y ambivalente– de
una serie de relaciones de interdependencia y de solidaridad, en diferentes grados, en el
medio urbano tanto como en el rural. Ahora bien, este tipo de relaciones no siempre
llegan a articularse armoniosamente con el juego de los partidos políticos. Una vez más
esta constatación remite tanto a experiencias concretas como a una percepción
sumamente subjetiva de los actores locales que puede por lo tanto, variar de un sitio a
otro.
42 En Chayuco, las elecciones de 1995 bajo el régimen partidista provocan enfrentamientos
con sus secuelas de violencia y de sangre. La competencia electoral se vive como un juego
de suma cero en el que el adversario político se convierte en el enemigo con el que hay
que cortar toda relación so pena de traición. La polarización que provocan las campañas
electorales tiende a inmovilizar líneas de oposición entre facciones, a petrificarlas y a
hacerlas prevalecer sobre otros tipos de relaciones (parentesco, vecindad, sentimiento de
pertenencia a una misma comunidad, etc.). Pasada la elección, el perdedor no reconoce la
victoria de su enemigo y adopta una actitud de resistencia hostil más que de oposición.
Esto contribuye efectivamente a socavar las bases de la solidaridad comunitaria, ya que
los que perdieron la elección se niegan a participar en los trabajos colectivos organizados
por las autoridades municipales o bien a cumplir con funciones subalternas en el
gobierno municipal (las únicas que el equipo ganador está dispuesto a asignarles con la
mayor frecuencia).
43 Ante esta situación, el régimen consuetudinario abre un espacio de negociación casi
“casuístico” que permite a los actores locales buscar soluciones más adaptadas a la
realidad local, sin excluir la posibilidad de recurrir a mediadores externos. Los partidos
siguen interviniendo pero deben hacerlo con disimulo, o sea, con más moderación.
Aunque esto no esté garantizado por anticipado, cabe ver aquí una posibilidad de revenir
las relaciones políticas a manera de que las facciones locales no se conviertan en peones
al servicio de los partidos sino, por el contrario, que éstos jueguen verdaderamente un
papel de mediación y de agregación de intereses al servicio de los actores locales. Desde
esta perspectiva, el modo de votación inventado en Chayuco refleja la búsqueda de un
sistema de elección mejor adaptado a las particularidades de este municipio. Frente a la
rigidez de las leyes electorales que imponen el registro de las planillas por uno de los
partidos nacionales –y que no permite las candidaturas independientes–, el sistema de
“planillas de color” permite asegurar una verdadera competencia electoral, al mismo
tiempo que garantiza a los partidos políticos locales una cierta autonomía respecto de
formaciones políticas que no siempre son sensibles a los matices de la política local. Este
sistema electoral permite al mismo tiempo que las planillas municipales –que de hecho
constituyen embriones de partidos locales– tejan alianzas flexibles (susceptibles de
renegociación constante) con uno de los partidos estatales o nacionales.
44 Sin caer en el evolucionismo político, cabe ver en el arreglo de Chayuco una manera de
apropiarse de los mecanismos de la democracia electoral, sin romper con ciertos
mecanismos comunitarios de participación y de gobierno. En este sentido la afirmación de
autonomía remite también a un deseo de controlar los ritmos y los caminos del cambio
político. La invención de nuevas reglas del juego a través del conflicto y la negociación es
también una forma de aprendizaje de la democracia. Un aprendizaje que no equivale a
aplicar mecánicamente las instituciones convencionales de la democracia electoral, sino
más bien a descubrir su utilidad y su sentido en la práctica. Más allá de las intenciones
deliberadas de los actores locales, el conflicto de Chayuco, al igual que los de otros
municipios que ya mencionamos, reflejan un proceso de aprendizaje de la democracia a
golpes, a tanteos, por ensayo y error. Son un síntoma de democratización y no solamente
de una descomposición del antiguo orden político autoritario.
EN EL ORIGEN: EL VOTO
49 La forma de elegir a los alcaldes y regidores cambia a lo largo de la historia colonial. José
Miranda, autor de una historia de las ideas y de las instituciones de la Nueva España,
agrupa los procedimientos de elección de las autoridades municipales en dos grandes
conjuntos: por un lado, las repúblicas en las que el derecho de sufragio está reservado a
un grupo restringido de nobles (principales), de autoridades (pasadas o actuales), de
ancianos y de algunos macehuales (gentes comunes); por el otro, las repúblicas en las que
el derecho de sufragio se atribuía a todos los habitantes del pueblo de indios
correspondiente.28 Entre estos dos polos existe toda una variedad de situaciones en las
que el sufragio es más o menos restringido. El principio de elección reemplaza
gradualmente el de la herencia. Desde fines del siglo XVII los caciques y otros nobles son
desplazados por una clase de principales que ocupa los diferentes cargos civiles y controla
los intercambios tributarios y comerciales con las autoridades coloniales, representadas
por los alcaldes mayores. Algunos autores hablan también de una “macehualización” del
gobierno de las repúblicas, a medida que la nobleza pierde sus privilegios y su
legitimidad, y que un número cada vez más importante de gente común tiene acceso a los
cargos públicos. La estratificación de la sociedad indígena prevalece, pero sufre profundas
transformaciones. La distinción de fortuna tiende a reemplazar la de los títulos de
nobleza. Pero no caigamos en una visión evolucionista: no se trata de un proceso lineal de
democratización de las comunidades indígenas. En el plano local se establecen nuevas
formas de dominación, de manera que la participación en la designación de las
autoridades municipales tiende a abrirse o restringirse según la historia particular de
cada una de las regiones y de las localidades.
50 Después de la Independencia, las instituciones municipales sufren profundas
modificaciones, pero como vimos en el capítulo 1, las comunidades indígenas de Oaxaca
continúan reproduciendo los elementos propios de las repúblicas de la época colonial. El
ayuntamiento sustituye al cabildo, con nuevos cargos, como el de presidente municipal o
el de síndico, que aparecen desde la segunda mitad del siglo XIX y vienen a agregarse a los
de alcalde y regidor. La rotación anual de estos cargos se mantiene y sus titulares son
siempre elegidos por los vecinos de los municipios. Al igual que las leyes de la república,
el sufragio se limita a los hombres. Las comunidades, no obstante, siguen aplicando sus
propios criterios de ciudadanía y de elegibilidad en interacción con la formación de
nuevas instituciones del Estado. Uno de los principales cambios de la organización
comunitaria y municipal es resultado, en gran parte, de las leyes de Reforma impulsadas
por el gobierno central para poner fin a todas las formas de corporación. Estas medidas
contribuyen a reemplazar el financiamiento colectivo del culto católico (cajas de
comunidad) por un financiamiento individual (mayordomías). Los historiadores sitúan en
esta época la formalización de la jerarquía de los cargos civiles y religiosos que
encontramos todavía hoy en los municipios de Oaxaca. El acceso a los cargos civiles estará
determinado desde entonces –en parte– por el prestigio que adquieren los individuos al
realizar gastos suntuarios en ocasión de las fiestas religiosas. 29
51 La Revolución marca el advenimiento del municipio libre y el sufragio universal. Las
comunidades no dejan de aplicar sus propios procedimientos de elección. El sufragio
sigue estando más o menos restringido y los principales, al igual que los nuevos caciques
que emergen merced a la reforma agraria (en los años treinta y cuarenta), a menudo
juegan un rol determinante en la designación de las autoridades municipales. Con todo, la
descripción que hace José Miranda de los procedimientos electorales en la época colonial
parece seguir siendo aplicable al periodo posrevolucionario. Existen infinidad de
situaciones diferentes –con considerables variaciones a través del tiempo– que sin
embargo parecen oscilar entre dos polos: por un lado, un sufragio reservado a algunos
principales y autoridades locales y, por el otro, una participación más extensa del
conjunto de los ciudadanos. En todos los casos los procedimientos de designación de las
autoridades municipales descansan ahora en la legitimidad del sufragio “popular”:
ninguna decisión se toma sin que sea ratificada, en un momento dado, por un conjunto
más o menos importante de miembros de la comunidad.
52 Aun cuando no cumpla las mismas funciones que en la democracia electoral, el voto
consuetudinario no deja de constituir un verdadero precedente democrático, una matriz
tradicional A partir de la cual el juego electoral moderno, competitivo e individualizante,
puede ser aprehendido e incluso apropiado por los actores locales. Y esto tanto más
cuanto que las costumbres electorales están marcadas por la hibridez original de la que
acabamos de hablar. Las prácticas consuetudinarias no constituyen una forma de
democracia esencialmente distinta, irreductibles a las inventadas en las sociedades
occidentales; al contrario, nos parece que contienen, desde el origen, lógicas “mixtas”,
hasta contradictorias. Es el caso en especial del modo de decisión: el método del consenso,
del acuerdo, que describimos en el capítulo anterior; éste se combina a menudo con un
principio de mayoría. Floriberto Díaz Gómez tiene razón, sin duda, cuando dice que el
modo de decisión indígena no pasaba por un voto nominal y que el hábito de “contar las
manos alzadas” para decidir las deliberaciones es una importación de los maestros,
movidos por un ideal de modernización y de aculturación. Es muy probable que el “voto”
de que hablan las actas encontradas en los archivos coloniales o en los de los municipios,
abarque en realidad modos de deliberación semejantes a la palabrería descrita por los
africanistas. El antropólogo Aguirre Beltrán describe así el “voto indígena” en la época
colonial:
Los electores discutían todos a una voz y al mismo tiempo las capacidades y
condiciones de los candidatos. Uno de los electores, especialmente encargado de
ello, realizaba de cuando en cuando, una síntesis de las opiniones; recomenzaba
entonces la discusión hasta que se alcanzaba la unanimidad. 30
53 Ello no obsta para que el principio de mayoría se haya arraigado poco a poco en el
corazón de la costumbre. Si bien el modo de deliberación consensual sirve todavía para
tomar decisiones respecto a los asuntos corrientes de la comunidad (asignación de los
recursos presupuestarios, obras de beneficio común, etcétera), respecto a la designación
de las autoridades, predomina sin embargo el principio del voto nominal y mayoritario.
En la encuesta realizada en 1997, ya mencionada, aparece que solamente en una quincena
de municipios la elección de las autoridades locales se hace por aclamación. En el resto
existe siempre, en un momento dado, un verdadero escrutinio en el que es la mayoría
absoluta (la mitad más uno) la que sirve de referencia para desempatar a los candidatos
previamente seleccionados por los ancianos, las autoridades en turno o la asamblea
misma.
54 Juan Pedro Viquiera lo demostró para los municipios de los Altos de Chiapas: durante
mucho tiempo las elecciones han sido rituales de ratificación, destinados a convalidar una
decisión tomada por los caciques o los dirigentes del partido oficial. 31 Sin embargo,
demuestra que estas prácticas contribuyeron al arraigo del principio de legitimidad que
descansa en la aprobación de la mayoría. Aun cuando muchas veces el voto no es más que
un simulacro, dado que todo está “amarrado” previamente, no deja de ser un elemento
clave de la legitimidad política. A partir de los años sesenta, cuando surgen desacuerdos
entre las facciones locales, deja de ser un simple ritual de ratificación y sirve en adelante
instituidos por el poder central –durante la época colonial pero también después de la
Independencia y de la Revolución– y reapropiados, reinterpretados, en el plano local,
según los modos específicos de las sociedades indígenas. Normas sincréticas por
excelencia, reflejan una tensión permanente entre la lógica de reproducción de las
relaciones de fuerza y de la identidad comunitarias, y la de la formación de un orden
estatal centralizado e individualizante.
59 Rene Otayek nos recuerda, en el caso de África, que el individuo existe también en el seno
de las comunidades.38 Lejos de concebir a éstas como el reinado absoluto del holismo,
cabe mejor considerarlas como un espacio de tensión constante entre un polo individual y
un polo colectivo, el sitio de cierto compromiso, constantemente renegociado, de las
relaciones entre el individuo y la colectividad. Es verdad que el acento es puesto en las
obligaciones del individuo frente a la comunidad, pero esto no le niega a la persona todo
margen de maniobra. Muchos estudios han demostrado que las estrategias individuales,
familiares o de facciones forman parte integrante de la vida comunitaria incluso en los
municipios aparentemente más tradicionalistas. Aun cuando frecuentemente el peso de
los cargos y del trabajo colectivo es excesivo, dejan espacios de libertad a los individuos
que establecen de una manera diferenciada su relación con el grupo. Si bien el retiro a la
vida privada y la falta de inversión en la vida colectiva es duramente sancionado, ello no
quiere decir que el individuo esté enteramente y todo el tiempo absorbido por la
colectividad.
60 Aquí también es conveniente tener presente la diversidad de situaciones: la presión
colectiva, el equilibrio entre individuo y comunidad no son los mismos en todos los
municipios de Oaxaca. Los factores estructurales de orden socioeconómico o cultural
influyen directamente en la “densidad” del sistema de cargos civiles y religiosos. Una vez
más, es posible establecer una especie de escala tipológica: en un extremo las comunidades
“muy conservadoras”, en las que el sistema de obligación rige el conjunto de la vida
colectiva y reduce considerablemente, sin anularlos del todo, los márgenes de maniobra
de los individuos; y en el otro las comunidades en las que el peso de lo colectivo se reserva
a un número limitado de tareas de interés general. Este eje comunidad-sociedad está
jalonado por una multitud de casos marcados por su carácter mixto. Cabe ir más lejos e
introducir una dimensión diacrónica: en una misma comunidad el acuerdo individuo-
colectividad cambia constantemente, sin que por ello se dé una evolución unívoca de la
comunidad hacia la sociedad.39
61 Entre los municipios que mencionamos se podría citar Santa María Tlahuitoltepec como
ejemplo de comunidad “conservadora”: aquí el número de cargos civiles y religiosos es
particularmente alto, las sanciones en caso de no respetar las costumbres son
recurrentes, la comunidad requiere constantemente a los individuos (cada dos años para
los cargos anuales). Además, la existencia de una escala más o menos formal de cargos
civiles y religiosos contribuye a dar a este municipio la imagen ideal-típica de la
“comunidad corporativa cerrada” descrita por la antropología culturalista de los años
cincuenta. Sin embargo, esta imagen estereotipada no corresponde enteramente con la
realidad: el sistema de cargos aparentemente tan íntegro y bien preservado en realidad
ha sufrido modificaciones mayores, y la imagen que dan de él las autoridades locales en
los años noventa es en gran parte la obra de un puñado de personas, entre ellas el
antropólogo “autóctono” Floriberto Días Gómez.40 No estamos diciendo que el sistema de
cargos fuera inventado de principio a fin por una o dos personas, sino que su
normalización y aun su “jerarquización” no han sido siempre las mismas.
también la flexibilidad de las élites locales y de los ancianos, pero también la movilización
de los reformadores, dan giros muy diversos de un municipio al otro. Sin embargo,
movimientos a veces imperceptibles parecen indicar una tendencia general a aligerar los
cargos o, en todo caso, a tomar acuerdos para repartirlos mejor entre los miembros de la
comunidad. En Tlahuitoltepec, por ejemplo, ante la excesiva frecuencia de los cargos, la
asamblea comunitaria decidió conceder a cada ciudadano activo cuando menos dos años
de descanso entre dos cargos en el ayuntamiento y tres entre los cargos agrarios
(comisariado de bienes comunales).
68 En otros municipios, como Ayutla o San Agustín Chayuco, el lapso entre cargos es mucho
más importante (puede ser hasta de cuatro o cinco años), pero evidentemente esto no
depende sólo de una simple decisión de los lugareños: el factor demográfico marca en
gran parte el ritmo de la rotación de los cargos. Existe, no obstante, toda una reflexión en
el seno de los municipios en cuanto a los medios para repartir mejor los cargos entre los
ciudadanos, incluyendo a las mujeres. Algunos proponen incluso establecer, gracias a la
informática, un registro detallado de los cargueros y de sus currículos comunitarios, con
el fin de garantizar la participación de todos y evitar lo más posible a los “pasajeros
clandestinos” que literalmente se “descargan” sobre un círculo reducido de
contribuyentes cautivos. Es en este marco donde hay que ubicar también las iniciativas
que apuntan a normar por escrito las costumbres que tienen que ver con el servicio
comunitario. Cada vez más municipios se han puesto a redactar estatutos comunitarios
donde se señalan, entre otras cosas, los procedimientos de nombramiento y los criterios
de elegibilidad. En la mayoría de los casos no se trata de una codificación en sentido
estricto: los estatutos siguen siendo muy genéricos y se limitan a indicar principios
generales sin establecer con precisión los escalafones del sistema de cargos o las formas
de emitir el voto. Por lo común contienen indicciones sobre quiénes tienen derecho a
participar en las asambleas o a ocupar cargos en el ayuntamiento; cuáles son las
instancias encargadas de convocar a asamblea; cuáles son las atribuciones de cada uno de
los miembros del ayuntamiento, etcétera. Ahí están indicados los tiempos de “descanso”
entre dos cargos.
69 Frecuentemente existe desacuerdo en el seno de las comunidades, incluso entre los
juristas indígenas, en cuanto a la necesidad –o la validez– de semejante transcripción de
las costumbres. Algunos temen que las costumbres así escritas pierdan su flexibilidad
original. Al dar una forma rígida al derecho consuetudinario, esos estatutos amenazan
con bloquear los mecanismos de adaptación de las costumbres a las transformaciones
sociales y políticas. Escribir la costumbre equivaldría a transformarla en derecho positivo
y a desnaturalizar la lógica casuística.43 En cambio, para otros, escribir ciertas normas
generales permite poner coto a la arbitrariedad y establecer reglas claras y aceptadas por
todos, en un modo contractual próximo al derecho positivo, sin entrar en una
codificación demasiado precisa. Quizá de lo que se trata es de una respuesta parcial a los
conflictos a que nos hemos venido refiriendo y que, en gran parte, se deben a una falta de
acuerdo explícito en torno a las reglas de la competencia política. La adaptabilidad de la
costumbre presenta inconvenientes cuando se modifica el equilibrio de fuerzas y el
antiguo consenso salta en pedazos. Los estatutos comunitarios aparecen entonces como
una forma de resolver la ambigüedad de las reglas del juego político, de reducir un poco la
polisemia de las costumbres.
70 Aunque todavía hay que probar la eficacia de estos estatutos, en nuestra forma de ver
reflejan en sí mismos la voluntad de buscar el equilibrio de los derechos del individuo con
72 Aun cuando la ciudadanía exige cierta autonomía individual, ésta también es inseparable
de la noción de comunidad. “Sin comunidad –nos recuerda Jean Leca– no hay ciudadanía,
porque una ’comunidad política’ no es una suma de individuos.”44 Muchos autores han
hecho hincapié en el hecho de que, por el contrario, un “individualismo puro” pone en
peligro a la democracia. Jean Leca habla del dilema de la teoría democrática: al poner el
acento en la libertad del individuo, resulta difícil definir qué es lo que “establece el
vínculo”, lo que garantiza una participación del individuo-ciudadano en la “cosa pública”
y su contribución al progreso del interés colectivo.45 El debate es antiguo y nuestro objeto
no es darle una respuesta definiva. Queremos simplemente subrayar que la ciudadanía
implica cierro “sentido de la comunidad” y de la responsabilidad hacia la colectividad.
Desde este punto de vista la definición que da Catherine Neveu de la ciudadanía como
“lugar de tensión entre holismo e individualismo” nos parece particularmente fecunda. 46
73 La democracia, hasta la más liberal o la más procedimental, exige del individuo una cierta
virtud cívica. Desde este punto de vista, los usos y cos tumbres pueden ser percibidos no ya
como trabas para el espíritu liberal que exige la democracia, sino, al contrario, como
reflejo del “sentido de la comunidad” y de la responsabilidad ciudadana que le es viral. En
otras palabras, en este nivel existe otra afinidad electiva, entre dos órdenes jurídico-
institucionales aparentemente contradictorios. La exigencia de un compromiso del
individuo con la comunidad en la forma de servicio no remunerado (tequio, cargos
públicos, etcétera) no se contrapone a lo que se espera de un ciudadano en la democracia
liberal. En cambio, al poner el acento en un equilibrio entre los derechos y los deberes del
ciudadano, los dirigentes comunitarios o los intelectuales indígenas remiten al viejo
debate de “la corrupción de la ciudadanía [y de la democracia] a través del
individualismo”.47
74 En las comunidades, el discurso sobre las obligaciones del ciudadano roma la forma de un
verdadero leitmotiv que no deja de estar vinculado a la “transición” mexicana hacia el
multipartidismo. Por ejemplo, se escucha en Tutla que los avecindados “quieren tener
todos los derechos sin asumir ninguna obligación”. En las agencias y rancherías se priva a
los habitantes del derecho de voto porque no prestan servicio en la cabecera. En otros
lugares se acusa a los lugareños de disfrutar de los servicios de luz y agua potable que
proporciona la comunidad sin dar su “contribución” (ya sea en forma de impuesto local o
de participación directa en los tequios). Ya lo hemos dicho varias veces: pertenecer a la
comunidad y gozar de los beneficios que se desprenden de ella (usufructo de la tierra,
servicios públicos municipales, seguridad, etc.) son inseparables de la participación de los
lugareños en las tareas comunes. ¿Acaso no es éste un criterio común a toda comunidad,
incluidas las “nacionales”?
75 Si el discurso zapatista sobre la participación de todos en los asuntos públicos tuvo tanto
eco en México y en otros países es porque remite a una “angustia existencial” común a
toda democracia moderna. Se trata de una tensión, intrínseca, original, de la democracia
representativa que Alexis de Tocqueville no fue el único en “pronosticar”. La democracia
exige la autonomía individual pero necesita también un compromiso con el servicio del
interés general. La gestión de este dilema toma entonces las formas más variadas y no
resulta del todo absurdo considerar las costumbres como una solución entre otras. Al
condicionar el acceso de la ciudadanía a la contribución para el bien común, las
costumbres expresan un especial arreglo del vínculo entre derechos y deberes del
ciudadano. El equilibrio puede realmente parecer antiliberal, en particular cuando se
niega el voto a los que se rehúsan a participar en el financiamiento de las fiestas
religiosas, pero en esencia no está totalmente alejado de los principios de la democracia
representativa. Una vez más, se trata de un equilibrio precario, permanentemente
renegociado. Desde este punto de vista, la salida al problema de la exclusión de los
avecindados no es insoluble, ya que no se debe tanto al origen de las personas en cuestión
como a su rechazo a seguir la costumbre (es decir, a someterse a las reglas de la vida
común establecidas por la colectividad). En oposición al caso de San Sebastián Tutla, se
encuentran los múltiples ejemplos de municipios donde las personas que vienen de otros
sitios se integran a la vida pública a partir del momento en que cumplen con las mismas
obligaciones que los nativos.
76 Esta constatación elemental nos lleva a considerar las prácticas comunitarias no ya como
un obstáculo a la democratización sino, por el contrario, como un espacio de ejercicio de
ciudadanía democrática. La comunidad consuetudinaria aparece así como un laboratorio
las urnas no tiene nada de unívoco. Además del hecho de que el boicot de las elecciones
supramunicipales no tiene lugar más que en una minoría de los municipios (no más de
media docena de un total de 418), cabe ver con nuevos ojos un discurso antielectoralista
que paradójicamente puede parecer el reflejo de una apropiación de los principios y de
los medios de la democracia electoral. Además, la pluralización del voto indígena en los
municipios consuetudinarios demuestra hasta qué punto han dejado de ser simples
reservas del PRI.
84 Las tasas de abstención sensiblemente más altas en las zonas indígenas y de costumbres, y
la oposición a la instalación de las urnas en una decena de municipios parecen reflejar
una antinomia entre dos “culturas políticas”. Según algunos observadores, la democracia
electoral es ajena a las representaciones y a las prácticas políticas de las comunidades
indígenas. Para otros, la diversidad lingüística, y sobre todo la defensa de los usos y
costumbres, dificulta el desarrollo de procesos electorales democráticos. Una primera
lectura de las declaraciones de ciertas autoridades municipales en ocasión de las
elecciones federales de 1997 o de 2000, parece confirmar esta interpretación. En
Cotzocón, en la región mixe, por ejemplo, las autoridades se rehusan a dejar que los
candidatos hagan campaña para –dicen– “defender el sistema ancestral de los usos y
costumbres”. Similarmente, en Eloxochitlán de Flores Magón, en la región mazateca, las
autoridades se oponen a la instalación de las urnas porque eso “viola la autonomía de los
usos y costumbres”. Hemos citado varias veces el caso de Ayutla, donde el argumento es,
también ahí, evitar que los partidos “dividan” a la comunidad. Todo lleva a creer que lo
que hay es un choque frontal entre el orden comunitario y los mecanismos de la
democracia electoral.
85 Sin embargo, si examinamos más de cerca los argumentos de los actores, nos damos
cuenta de que el boicot de las elecciones no se deriva de una simple actitud de defensa de
un orden comunitario que se vería amenazado por el multipartidismo. El discurso
antielectoral, que emana de una élite relativamente alfabetizada (la mayoría son
maestros), refleja más una crítica de la representación política tal como se practica en
México a fines de los años noventa y principios del siglo XXI, que un rechazo de toda
forma de participación electoral. Es así como escuchamos declarar a los mismos
dirigentes que si se rehusan a dejar que se instalen las casillas es porque “los partidos
políticos no tienen ninguna credibilidad” y porque sus candidatos no representan
verdaderamente los intereses de las comunidades. La crítica recurrente asume la forma
de reproche: “Los candidatos se acuerdan de nosotros cuando necesitan nuestro voto,
pero cuando son diputados, senadores, gobernadores o presidentes, nos olvidan.” No se
trata tanto de cerrar la comunidad sobre sí misma como de manifestar un desacuerdo
profundo con la forma de practicar la democracia en el plano nacional. En Quiahije, en la
sierra Sur, al igual que en Huautla de Jiménez, en la región mazateca, las autoridades
afirman que no han recibido “ningún apoyo ni beneficio de parte de los diputados y los
senadores de los diferentes partidos”. Rehusarse a votar (y a dejar que se instalen las
casillas) se presenta incluso como un acto de condena al gobierno federal, al que se le
reprocha practicar una política de privatización del Estado y de convertir la deuda de los
banqueros en deuda pública. El boicot de las elecciones no refleja entonces un verdadero
por la privacidad de la mampara. Las desviaciones son numerosas y el secreto del voto no
siempre se respeta, pero nada permite concluir que esto sea consecuencia ineluctable de
un atavismo cultural. Al contrario, nos parece incluso que estas imperfecciones, estas
desviaciones de las reglas del juego pueden ser interpretadas como señales de una
apropiación de las técnicas de la democracia electoral. Los estudios sobre la Tercera
República en Francia han mostrado que las diferentes formas de “desviación del voto dan
testimonio... de una distancia del rol [del elector] donde éste estaba lo suficientemente
dominado como para permitir jugar con él”.51
92 El hecho de que en el plano local las técnicas del voto secreto por medio de boletas haya
sido adoptado por un número creciente de municipios consuetudinarios –y de forma
autónoma–, demuestra que las prácticas comunitarias pueden apropiarse técnicas y
códigos pertenecientes a la democracia electoral sin que ello sea percibido como una
perversión de las tradiciones. Pero la convergencia entre las prácticas electorales locales
y supramunicipales no debe ser interpretada como el reflejo de un desarrollo
institucional donde las técnicas superiores de la democracia electoral moderna se
imponen poco a poco a las más rudimentarias de la costumbre. Aun cuando el voto
secreto finalmente sea un instrumento óptimo para reglamentar la competencia política
creciente en el plano local, las modalidades electorales más diversas pueden muy bien
coexistir en un mismo territorio sin que necesariamente unas sustituyan a las otras. Para
convencerse basta con recorrer las casillas durante una elección federal y constatar que
los electores indígenas que suelen votar a mano alzada son completamente capaces de
diferenciar el fondo de lo que está en juego y asimilar las técnicas del voto individual y
secreto sin que ello provoque “esquizofrenia” alguna.
93 La hibridación de las instituciones locales es un fenómeno natural, como demostramos en
el caso de las prácticas locales de voto, pero ello no impide que coexistan códigos de
conducta más o menos diferenciados sin crear disfuncionamientos necesariamente. Los
electores indígenas son enteramente capaces de manejar simultáneamente dos
repertorios de participación política, el de la comunidad y el de la democracia electoral.
Esto no puede asombrarnos más que si tenemos una concepción esencialista y exclusivista
de la cultura y de las identidades políticas. Más bien nos parece que éstas están
compuestas por una multitud de repertorios que el individuo moviliza, más o menos
conscientemente, según los contextos en los que se mueve. Las interferencias son
inevitables pero no necesariamente conflictivas. Así, el miembro de la asamblea de pueblo
tenderá a comportarse como un elector racional en unas elecciones que son cada vez más
competitivas, pero tenderá a votar en las urnas –en elecciones supramunicipales–
siguiendo lógicas de pertenencia comunitaria o étnica. Las transferencias de sentido son
múltiples e implican, a mediano plazo, un cierto número de ajustes en las prácticas
políticas locales. Hay, por ejemplo, una gran probabilidad de que si las mujeres ejercen su
derecho de voto en las elecciones municipales, se irá aceptando cada vez más que puedan
ejercerlo para elegir a las autoridades municipales. Estos ajustes no son indoloros y es lo
que demuestran las controversias que analizamos en este libro. El producto de estos
conflictos no necesariamente es una homogeneización de los órdenes jurídico-
institucionales o hacer que coincidan códigos de conducta individual, pero sí presupone la
resolución de ciertas contradicciones. Eso pasa por lo que los abogados indígenas llaman
“armonización” entre dos órdenes jurídicos, una dinámica que ya está en marcha en las
comunidades. Se lee tanto en las modificaciones de la costumbre como en los modelos de
apropiación irregular del sufragio universal que mencionamos arriba.
94 En todos los casos, el comportamiento electoral de los indígenas demuestra hasta qué
punto la democracia electoral no es un cuerpo extraño que las comunidades querrían
expulsar. En los municipios donde la costumbre está más arraigada, el voto pasa por una
pluralización semejante a la que se produce en el resto de los municipios.
96 Si comparamos los resultados en las tres últimas elecciones de gobernador (1992, 1998 y
2004) en el conjunto de los municipios de Oaxaca, el PRI pasó de 79% de los sufragios a
49%: los votos del partido “oficial” se redujeron en 30% (véase cuadro 1). Pero, lo
interesante es que la disminución más fuerte se produjo en los 418 municipios de usos y
costumbres, donde los votos ganados por el PRI –en alianza con el PT y el PVEM– en 2004,
representan 52,72% délos sufragios, contra 87% en 1992: o sea que el PRI perdió 34 puntos
en 12 años, mientras que en los 152 municipios de partidos políticos sus votos se
redujeron de 25 puntos, al pasar de 73 a 48%. Además, en 2004 la coalición dirigida por el
PRI recupera 3% de los votos válidos en los municipios de partidos políticos, en
comparación con las elecciones de 1998, cuando sólo avanza de 1% en los municipios de
usos y costumbres (véanse cuadros 2 y 3).
97 Si examinarnos los resultados de la oposición, la evolución es todavía más significativa. En
el conjunto de 570 municipios de Oaxaca (sin distinción de categoría electoral), la
oposición pasa de 21% de los sufragios en 1992 a 50% en 2004 (con un pico de 51% en
1998). El PRD da un formidable salto en 1998, pasando de 10 a 38% de los sufragios. Si
comparamos los resultados de la oposición –en particular el PRD–, en los municipios tanto
de usos y costumbres como de partidos, vemos que su progreso fue mayor en la primera
categoría que en la segunda: en los municipios de usos y costumbres la oposición pasa de
13% de los sufragios en 1992 a 47% en 2004, mientras que en los municipios de partidos
políticos pasa de 27% de los sufragios en 1992 a 52% en 2004. En otras palabras, mientras
que en los municipios de partidos políticos, la oposición apenas duplica sus resultados,
casi las cuadruplica en los municipios de usos y costumbres.
98 Los resultados del PRD son todavía más significativos: en los municipios de partidos
políticos pasa de 13% de los sufragios en 1992 a 36% en 1998, mientras que en los de usos y
costumbres pasa de 5 a 36% (la comparación no es posible con los resultados de 2004, ya
que el PRD, junto con el PAN y Convergencia, postularon al mismo candidato, Gabino Cué
Monteagudo). En otras palabras, los resultados del PRD aumentan dos veces más en los
municipios de usos y costumbres que en el resto de los municipios. Esto contradice la
imagen de la “barrera” consuetudinaria que supuestamente sirve para contener los
progresos de la oposición. La evolución de los resultados electorales se explica en gran
parte por una diferencia en el punto partida: a principios de los años noventa el PRI
obtenía más del 85% de los votos en los municipios de usos y costumbres, mientras que se
situaba ya alrededor de 70% en el resto de los municipios. En realidad, es como si la
oposición hubiera recuperado, entre 1992 y 2004, un retraso que acumulara hasta ese
momento en las zonas rurales e indígenas.
99 Los datos para 2004 muestran también que por primera vez en la historia
posrevolucionaria de Oaxaca, la oposición obtuvo más votos que la alianza dominada por
el PRI (51% contra 49%). El Partido de Unidad Popular, cuyo candidato a gobernador es
Héctor Sánchez López, ha sido creado por Heriberto Pazos, dirigente fundador del MULT,
que en 1998 había apoyado la campaña de Héctor Sánchez, entonces candidato por... el ¡
PRD! La creación del PUP, un partido cuyos estatutos hacen hincapié en su base indígena,
ha sido muy polémica. En un primer momento el IEE rechazó la acreditación de este nuevo
partido, con argumentos de técnica jurídica poco convincentes, pero sus dirigentes
apelaron ante el Tribunal Estatal Electoral que acabo dándoles la razón, tras varias
semanas de vacilaciones. Este cambio de decisión en dos instancias controladas por el
gobernador José Murat Casab, ha sido interpretado como el resultado de un nuevo cálculo
táctico. Al constituirse la coalición PAN-PRD-PCD, José Murat decidió avalar al PUP para
restarle votos a la oposición, a la vieja usanza priísta. El resultado fue concluyente ya que
al PUP se llevó el 4% que le faltó a la coalición “Todos Somos Oaxaca” para ganarle a Ulises
Ruiz Ortiz. No es casualidad que a fines de 2006, el gobernador electo le haya confiado a
Héctor Sánchez el cargo de secretario técnico de la controvertida Comisión Especial para
la Reforma del Estado.56
100 El análisis de los resultados de las elecciones presidenciales de 1994, 2000 y 2006, confirma
que el voto se ha ido pluralizando de la misma manera en los municipios de usos y
costumbres que en los de partidos políticos. Si bien el PRI saca mejores resultados en la
primera categoría de municipios que en la segunda (4% más en 1994 y en 2006; 11% más
en 2000), en los dos casos pierde 21 puntos entre 1994 y 2006 (véanse cuadros 4 y 5).
101 Pero lo más significativo es la evolución del conjunto de la oposición. Entre 1994 y 2000
ésta progresa mucho menos en los municipios de usos y costumbres, en comparación con
los de partidos políticos (3% contra 10%), pero se da un verdadero vuelco en las
presidenciales de 2006, donde por primera vez la oposición gana las elecciones, de 2 a 1 en
los 570 municipios. En los municipios de usos y costumbres, la oposición obtiene 18% más
que en 2000, cuando en los municipios de partidos políticos avanza 11%, sólo 1% más que
entre 1994 y 2000. La oposición sigue ganando mejor en la segunda categoría de
municipios que en la primera (70% contra 66%), pero la diferencia es mínima (4%).
Finalmente, la evolución entre los dos tipos de municipios es la misma.
102 Cabe resaltar que la influencia política del magisterio no favoreció al nuevo partido
(Partido Nueva Alianza, Panal) creado por Elba Esther Gordillo y dirigido por cuadros del
SNTE. El candidato de este partido a la presidencia, el ex priísta Roberto Campa Cifrián,
sólo obtiene 0.43% de los votos válidos en los 570 municipios, con una diferencia mínima
en los dos tipos de municipios (0.44% en los de usos y costumbres y 0.41% en los de
partidos políticos). Hasta el Partido Socialdemócrata y Campesino de Patricia Mercado, de
reciente creación; obtiene un mejor resultado (1.49% en los 570 municipios; 1.32% en los
de usos y costumbres; 1.72% en los de partidos políticos). Los malos resultados del Panal
se explican porque Elba Esther Gordillo ha sido acusada por los maestros de la sección 22
de perpetuar el “charrismo” contra el cual se habían rebelado en 1989, cuando Carlos
Jonguitud Barrios controlaba el sindicato con mano de hierro. De hecho la secretaria
general del SNTE jamás le ha dado reconocimiento formal a la sección 22, y tras las últimas
elecciones presidenciales y el conflicto de Oaxaca, que enfrentó a los maestros con el
gobernador Ulises Ruiz Ortiz, ha impulsado la creación de la sección 59, con maestros
disidentes.57
103 El dato clave es la victoria de Andrés Manuel López Obrador, el candidato de la Coalición
para el Bien de Todos, el 2 de julio de 2006, tanto en los municipios de usos y costumbres
como en los de partidos políticos (47.52% en los primeros y 47.31% en los segundos, contra
34.51% y 30.33% para Roberto Madrazo, candidato de la Alianza por México,
respectivamente). Es la primera vez, desde la fundación del PRI, que éste no gana la
elección federal en Oaxaca. Este sorprendente desenlace se refleja también en los
resultados de la elección para diputados federales y senadores.
104 Las elecciones de diputados federales de 1994 a 2006 confirman las tendencias observadas
en las elecciones para gobernador y para presidente de la república. El PRI no deja de
perder votos en el conjunto de los municipios. Pasa de 53% de los sufragios en 1994 a 35%
en 2006: una disminución de 18%. Mientras que la oposición pasa de 47% de los sufragios
en 1994 a 64% en 2006 (véase cuadro 7). El retroceso del PRI es ligeramente más
pronunciado en los municipios de usos y costumbres (20%) que en los de partidos
políticos (19%).
105 Las elecciones de 2003 aparecen como una excepción: el PRI recupera prácticamente la
proporción de votos válidos que obtuvo en 1994 (52% contra 53%), después de haber
obtenido el resultado más bajo en 2000 (45%). Entre las elecciones generales de 2000 y
2006, el PRI ha perdido 10% de los votos válidos. Las legislativas de 2003 aparecen como un
paréntesis en un proceso lento y constante de retroceso para el antiguo partido de Estado.
106 Estos datos muestran claramente que los municipios de usos y costumbres no son ajenos
al cambio que condujo a la alternancia presidencial en 2000, ya que el PAN duplicó sus
resultados al pasar de 8% a 18% de los sufragios entre 1997 y 2000. El 2 de julio de 2006, el
PRI deja de ser mayoritario en la elección de diputados como en la presidencial (37%
contra 63% para el conjunto de la oposición); el voto no deja de pluralizarse tanto en estos
municipios como en el resto. El PRD (en alianza con el Partido Convergencia y el PT) sigue
siendo la segunda fuerza política, con 43% de los sufragios en 2006, después de haberse
ubicado en tercera posición detrás del PAN, en 2003 (20% contra 22%). Es en la variación
de los votos del PAN que aparece la diferencia más fuerte entre los municipios de usos y
costumbres y los de partidos políticos. En éstos, el PAN rebasa al PRD por 3 puntos
pocentuales en 2000 (29% contra 26%) y por 4 puntos en 2003 (23% contra 19%), cuando en
los municipios de usos y costumbres, el PAN sólo logra ubicarse 2 puntos por encima del
PRD en 2003.
107 Pero lo más interesante son los resultados del PRI en las elecciones legislativas de 2003:
éste se restablece en los municipios de partidos políticos, en comparación con 2000 (pasa
de 42% a 49%), cuando en los municipios de usos y costumbres sus resultados siguen
bajando (de 53 a 51%) (véanse cuadros 8 y 9). Es cierto que sólo es 2% de diferencia, pero
más significativo cuanto que en esas elecciones, a nivel nacional, el PRI se benefició de un
repunte espectacular en detrimento del PAN y el PRD. Además, el PAN gana 4 puntos en los
municipios de usos y costumbres, en comparación con las elecciones de 2000, cuando
sufre una caída de 6 puntos en los municipios de partidos políticos. Esos resultados
confirman la hipótesis de un cambio lento pero constante, en las preferencias electorales
de los municipios de usos y costumbres. El PRI no deja de perder terreno, elección tras
elección, con todo y abstención. La imagen de esos municipios como reserva “natural” del
voto priísta, queda definitivamente desmentida.
108 Las elecciones de 2006 corroboran esa tendencia de manera radical; lo que en 2003 resultó
en un carro completo del PRI, como en los viejos tiempos, se dio vuelta completamente el
2 de julio de 2006: los candidatos de la Coalición por el Bien de Todos, beneficiándose del
efecto de “arrastre” producido por el voto a favor de Andrés Manuel López Obrador, se
llevaron 9 de los 11 distritos electorales. De la misma manera, la coalición opositora ganó
las dos senadurías de mayoría relativa, quedándose el PRI únicamente con la senaduría
atribuida a la primera minoría. Se trata pues de una verdadera ola “amarilla” que ha
arrasado con los cargos de elección popular a dos años de la elección estatal más
competida de la historia moderna de Oaxaca: Ulises Ruiz sólo ganó por poco más de 35 000
votos (3% de diferencia con Gabino Cué) en una elección que fue fuertemente cuestionada.
Esas elecciones confirmaban una evolución de largo alcance y, además, hacían prever
elecciones federales adversas al partido que hasta inicios del tercer milenio, había logrado
mantener un control casi absoluto sobre la entidad.
109 Las tendencias más contradictorias del cambio han estado en marcha en los municipios de
Oaxaca de 1995 a 2006. Como vimos en el capítulo anterior, las prácticas consuetudinarias
y su legitimación por ley, les ha conferido a las autoridades en turno o a ciertas facciones
locales imponer su propia interpretación de las reglas del juego. En este sentido, el
reconocimiento de los usos y costumbres se presenta como un freno para la
democratización. Semejante perspectiva parece dar la razón a los que, como Roger Bartra,
ven en las reformas multiculturalistas simples estrategias de protección de los antiguos
mecanismos de control clientelar. Pero una mirada cercana nos muestra una realidad
mucho más compleja, y lo que al principio puede parecer un obstáculo al arraigo de la
democracia, también puede resultar un pujante vector de cambio político. Es verdad que
éste sigue siendo ambiguo, pero en muchos casos refleja una recomposición y una
reinvención de las formas tradicionales de hacer política. La reivindicación del respeto de
las costumbres contiene, paradójicamente, un potencial de transformación que no se
contrapone al proceso nacional de democratización. Al contrario, en muchos casos, como
los que acabamos de describir, las costumbres y su reformulación parecen constituir un
medio eficaz de aclimatación y aun de enriquecimiento de la democracia electoral.
110 Resulta imposible hacer una interpretación unívoca de las dinámicas que conlleva la
legalización de las costumbres. Un examen atento de las elecciones municipales de los
diez últimos años apuntala la hipótesis de Will Kymlicka según la cual las medidas de
“protección externa” propician un relajamiento de las “restricciones internas”. 58 En el
estado de Oaxaca, el reconocimiento oficial de los usos y costumbres abrió un vasto
campo de conflicto y de negociación. Aun cuando todavía es demasiado pronto para sacar
conclusiones definitivas, todo parece indicar que la comunidad revolucionaria
institucional va cediendo el lugar, poco a poco, a una comunidad más horizontal y abierta.
111 Efectivamente, lejos de preservar el orden político tradicional, como hubiera deseado el
Estado-PRI, el reconocimiento de las prácticas consuetudinarias abrió un nuevo campo de
competencia y de conflicto cuyo meollo es, justamente, la definición de las reglas del
juego político. Conjugada con otras transformaciones institucionales, como la
descentralización y la consolidación de instituciones electorales autónomas en el plano
federal y estatal, la legalización de las costumbres acompaña e incluso acelera el cambio
político. Desde este punto de vista, parece que la legalización –sin codificación– de las
costumbres ha permitido un cuestionamiento creativo en vez de petrificarlas. Los grupos
de interés y los individuos han ido renegociando las reglas de la vida común, sin el temor
de destruir el conjunto de las prácticas comunitarias. Fortalecida gracias a su legitimación
por la ley, la costumbre puede ser objeto de una revisión más abierta, más explícita,
susceptible de producir una nueva comunidad y, a través de ella, un nuevo orden político
más democrático.
NOTAS
1. Seymour Martin Lipset, Political Man: The Social Basis of Politics.
2. Samuel P. Huntington, The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century y Political
Order in Changing Societies.
3. Yvon Le Bot, Violence de la modernité en Amérique latine, p. 115.
4. Ibid., p. 127.
5. “La autonomía como nueva relación entre los pueblos indios y la sociedad nacional”, Ojarasca,
núm. 38-39, noviembre-diciembre de 1994, pp. 26-29.
6. “Foro nacional indígena”, Ce-Acatl, núm. 76-77, enero de 1996, p. 16.
7. Ibid., p. 35.
8. Ibid., p. 36.
9. Plan de reordenamiento económico mixe.
10. Entrevista con Sofía Robles, coordinadora de Ser, Oaxaca, 19 de enero de 2000.
11. Jean-François Bayart, L’illusion identitaire, p. 48.
12. Ibid., p. 49. Sobre la “invención de las tradiciones” desde un enfoque histórico, véase Eric
Hobsbawm y Terence Ranger (eds.), The Invention of Tradition.
13. Noticias 16 de enero de 1999.
14. Cantera, 18 de enero de 1999.
15. Ibid.
16. Ibid.
17. Ibid.
18. Noticias, 16 de enero de 1999.
19. Ibid. 28 de enero de 1998.
20. José Rentería Pérez, ¿Los usos y costumbres de quién?, mimeo., s. f.
21. Los pueblos indios y los procesos politico-electorales, OIDHO, mimeo., abril de 1997.
22. La Jornada, 4 de noviembre de 1998.
23. Noticias, 2 de octubre de 1998, y entrevistas personales con Adelfo Regino Montes, Oaxaca, 20
de mayo y 28 de octubre de 1998.
24. Y. Le Bot y subcomandante Marcos, El sueño Zapatista, p. 84.
25. Compendio de legislación electoral p. 78.
26. Retomamos la idea de James G. March y Johan P. Olsen en “The New Institutionalism:
Organizational Factors in Political Life”, American Political Science Review, vol. 78, núm. 3,
septiembre de 1984, pp. 734-749.
27. Max Weber utiliza el concepto de afinidad electiva (Wahlverwandtschaft) en su estudio sobre la
ética protestante y el espíritu del capitalismo (cf. Max Weber, L’éthique protestante et l’esprit du
capitalisme. No se trata en absoluto de establecer un vínculo de causalidad entre un fenómeno
social (la religión) y otro (el capitalismo), sino más bien de comprender las conjunciones que
pueden producirse entre fenómenos aparentemente inconexos, en el seno de un mismo campo
cultural (religión, filosofía, literatura) o entre esferas sociales distintas (religión y economía,
mística y política, etc.). Aun cuando los trabajos de Max Weber ilustran a la perfección el sentido
del concepto de afinidad electiva, no dan una definición precisa de él. Retomamos, entonces, la de
Michael Löwy: “es el proceso por el cual dos formas culturales –religiosas, literarias, políticas,
Conclusión
3 Las tensiones son fuertes, pues, entre un reflejo defensivo que conduce al repliegue
comunitario y a la expulsión de los disidentes (religiosos o políticos), y los intentos
frágiles, inciertos, de reformar la costumbre a manera de combinar la solidaridad
colectiva y la libertad individual. Las dos tendencias prevalecen en Oaxaca en los inicios
del siglo XXI: la de una interpretación autoritaria y exclusiva de las costumbres y del
comunitarismo –con el apoyo tácito del PRI– y la de una renegociación de las reglas del
juego político que permita combinar cierta forma de comunalidad con el respeto de los
derechos elementales de la persona. Sin embargo, aun si el panorama es de lo más turbio
y ambivalente, nos atrevemos a emitir la hipótesis de que los conflictos analizados son el
síntoma de la producción negociada, a jalones, por ensayo y error, de un nuevo orden
democrático, más que el de una crispación autoritaria del viejo orden político. Aun
cuando preferimos desmarcarnos de cierta transitología de tintes teleológicos, nos parece
que en Oaxaca estamos presenciando un aprendizaje colectivo de la democracia en virtud
del cual tanto las concepciones y las prácticas comunitarias como las de la democracia
electoral están embarcadas en un proceso de ajuste mutuo.
4 No obstante, este ajuste mutuo y virtuoso sólo será posible si se consolida un andamiaje
institucional fuera de las comunidades, que permita encauzar el cambio político. Ello
supone, primero que nada, reforzar los mecanismos de un arbitraje imparcial de los
conflictos electorales municipales. La autoridad electoral existente, el IEE, no ha logrado
por ahora asegurar una verdadera independencia del gobierno estatal. Además, no
existen medios para imponer, en última instancia, reglas del juego a las que estarían
obligados a someterse todos los actores implicados en los conflictos, en caso de que no
diera resultado la vía de la conciliación. El IEE o el Tribunal Estatal Electoral han sido
incapaces de imponer con toda legitimidad un mecanismo electoral alterno, cuando las
partes no logran ponerse de acuerdo sobre el procedimiento de nombramiento de las
autoridades municipales.
5 Las virtudes de la conciliación son indiscutibles pues los acuerdos resultantes son menos
susceptibles de ser impugnados que la aplicación automática de la ley o bien el recurso
sistemático al veredicto de un tribunal. Pero si la imparcialidad (y la legitimidad) del
mediador no está garantizada, el margen de arbitrariedad se ensancha peligrosamente y
contribuye a agravar los litigios.
6 Si se agrega a las debilidades intrínsecas del IEE que no tiene la última palabra en la
validación de las elecciones consuetudinarias, tenemos todas las razones para pensar que
los conflictos electorales seguirán proliferando. En ese aspecto, la función calificadora
ejercida por el Congreso local, erigido en colegio electoral, es totalmente anómala e,
incluso, anacrónica, en un país donde esa figura jurídica ha sido eliminada de la ley
electoral federal. Numerosas organizaciones civiles, así como el propio ex presidente del
Consejo General del IEE, Cipriano Flores Cruz, han enviado iniciativas de reforma al
Congreso local, proponiendo, entre otras cosas, la supresión del colegio electoral. No es de
extrañarse que esta propuesta haya sido totalmente ignorada por el Congreso, cuyo
partido mayoritario, el PRI, no está dispuesto a renunciar a este instrumento de control
político. No obstante, solamente una reforma que atribuya al IEE el monopolio de la
autoridad electoral y los medios suficientes –legales, financieros, logísticos– para
ejercerlo, podría contribuir a resolver los conflictos cuando los mecanismos comunitarios
se vuelven ineficaces.
7 Por otra parte, no existe hasta la fecha ningún mecanismo de acceso a la justicia electoral
para los ciudadanos de los municipios consuetudinarios. La impugnación de algún acto
electoral ante el Tribunal Estatal Electoral está reservada exclusivamente a los partidos
políticos; no existe, pues, alternativa jurisdiccional a la conciliación a nivel estatal. Sólo
existe, por ahora, la posibilidad para el ciudadano de apelar al Tribunal Electoral del
Poder Judicial Federal (TEPJF). Éste, efectivamente, ha ido construyendo una
jurisprudencia, por la vía del juicio, para la protección de los derechos político-electorales
del ciudadano, tras la impugnación de dos procesos electorales consuetudinarios en 1998.
2
8 Aun así, la experiencia dista de ser satisfactoria. Si bien los fallos del TEPJF han ido en el
sentido de exigirle al IEE que reponga el proceso electoral para garantizar los derechos de
todos los ciudadanos de los municipios en cuestión (sin pronunciarse sobre el
procedimiento mismo de elección), el gobierno de Oaxaca ha probado que aún puede
evadir, con relativa facilidad, las órdenes del tribunal. Además, la fórmula jurídica misma
ha sido duramente cuestionada por los defensores de los usos y costumbres, en la medida
en que amenaza la reproducción de este régimen electoral particular. Efectivamente, los
magistrados del Tribunal Federal tienen como misión defender los derechos del
ciudadano en tanto individuo, y no los derechos de la comunidad. El vacío jurídico
desemboca, pues, en un verdadero dilema: se busca proteger el derecho consuetudinario
en detrimento de los derechos de los ciudadanos, o bien defender a éstos en detrimento
del primero. Los mecanismos de articulación o de armonización entre los dos tipos de
derecho no se han establecido. Así, la cuestión fundamental que plantean juristas y
antropólogos permanece sin respuesta: ¿cómo combinar la protección de los derechos
colectivos sin lesionar los de los individuos?
9 Algunos abogados proponen que se constituya una sala especial en el Tribunal Estatal
Electoral, que no trataría más que las impugnaciones relativas a las elecciones
consuetudinarias. Esta sala estaría conformada por jueces que tuvieran un conocimiento
profundo de las costumbres electorales. Dicha propuesta está lejos de encontrar
unanimidad. La diversidad de las costumbres y, sobre todo, su carácter cambiante y
casuístico, hace difícil una jurisprudencia que permita determinar el tipo de
procedimiento que es conveniente aplicar en cada controversia. Querer codificar las
costumbres y establecer con ellas un derecho positivo, en vez de preservar la flexibilidad
que constituye su particularidad, presenta un gran riesgo. Las sentencias emitidas hasta
este momento por el TEPJF parecen apuntar a una solución más razonable: éste no se
pronuncia sobre la validez o no del procedimiento consuetudinario, sino sobre el hecho
de que la elección en cuestión haya permitido que participaran todos los ciudadanos del
municipio.
10 Evidentemente esto implica un ajuste de la costumbre, si hasta ese momento no prevé la
participación de las mujeres, de los avecindados, de los habitantes de las agencias o de
algunas otras personas, tradicionalmente excluidas del derecho a votar en las elecciones
municipales. Pero si retomamos el razonamiento de Will Kymlicka, un Estado liberal debe
necesariamente encontrar un término medio que garantice el mínimo de “protecciones
externas” para las prácticas comunitarias, sin con ello lesionar los derechos
fundamentales del ciudadano garantizados en la Constitución.3
11 La cuestión sigue abierta, la experiencia de Oaxaca ha planteado más preguntas que
respuestas a ese viejo dilema de las democracias contemporáneas.
12 Otro problema que cruza el conjunto de nuestro estudio es el de la representación
política, de sus formas y de sus límites. Los conflictos electorales y la defensa de los usos y
costumbres reflejan una crisis de los mecanismos de representación tal como funcionan
tanto que los partidos políticos monopolizan el acceso a ella. La ley no permite las
candidaturas independientes y ello obliga a las organizaciones indígenas, sobre todo, a
cerrar pactos con partidos cuyos dirigentes no siempre toman en cuenta sus prioridades.
Las decepciones y las rupturas entre organizaciones independientes y partidos políticos
son frecuentes y alimentan el antielectoralismo y el abstencionismo. Dentro de este
contexto urge sacar conclusiones de la preferencia declarada por una forma de
democracia directa que prescindiría de representantes y a fortiori de partidos políticos. En
México, al igual que en otras regiones del mundo, existe el sentimiento profundo de que
la política está literalmente secuestrada por un grupo reducido de cárteles que
representan exclusivamente los intereses de sus dirigentes.
17 Contra este malestar se proponen varias soluciones, una es permitir el acceso a los
puestos de elección sin la mediación de los partidos políticos, propuesta inscrita en la
agenda de reformas electorales en el plano federal tanto como en Oaxaca, pero
sistemáticamente escamoteada por los dirigentes de los partidos. Este bloqueo acarrea
una radicalización de las demandas indígenas que exigen que las comunidades puedan
designar sus propios diputados a través de asambleas regionales, con procesos similares a
los que se aplican en el plano municipal. Solución que se vislumbra difícil de poner en
práctica dada la fragmentación étnica y las rivalidades intercomunitarias. Por lo demás,
nada garantiza que semejantes recetas resuelvan el problema central de la
representación: la ausencia de mecanismos de responsabilidad de los representantes vis-
à-vis de los representados (accountability).
18 No obstante, encontrar mejores mecanismos de representación, con partidos o sin ellos,
es decisivo para consolidar las dinámicas de recomposición política que observamos en el
plano local. La descomposición del antiguo modo de articulación corporativo y
centralizado que aseguraba el PRI cede el lugar a un panorama totalmente fragmentado en
el que los enclaves autoritarios colindan con islotes de democracia local. Para que la
segunda tendencia que hemos identificado (la de la redefinición de la costumbre y de la
organización comunitaria en un sentido más democrático) pueda definitivamente
prevalecer, es indispensable construir nuevas formas de articulación entre la democracia
participativa local y las instituciones –a su vez renovadas– de la representación política
estatal y nacional.
NOTAS
1. Sven Steinmo, Kathleen Thelen y Frank Longstreth (eds.), Structuring Politics: Historical
Institutionalism in Comparative Analysis, p. 16.
2. La elecciones impugnadas ante el TEPSF fueron los de Asunción Tlacolulita y Santiago
Ixtayutla.
3. Will Kymlicka, Multicultural citizenship.
4. Comunicación de Fausto Díaz Montes, Oaxaca, 20 de agosto de 2001.
5. Richard S. Katz y Peter Mair, “Changing Models of Party y Organization and Party Democratry.
The Emergence of the Cartel Party”.
6. Jean-François Prud’homme, “Los partidos políticos y la articulación de intereses en México”,
en David Recondo v Aline Hémond (coords.), Dilemas de la democracia en México. Los actores sociales
ante la representación política, pp. 35-51.
1 En Oaxaca, las elecciones federales del 2 de julio de 2006 han tenido como telón de fondo
uno de los conflictos más violentos desde 1977. En ese entonces, el gobernador Manuel
Zárate Aquino, tuvo que renunciar a su cargo, tras una serie de enfrentamientos
sangrientos entre la policía y manifestantes, en Juchitán, en San Juan Lalana, y en la
ciudad de Oaxaca. El conflicto había empezado un año y medio antes, en el seno de la
Universidad Autónoma Benito Juárez, con demandas de democratización del
funcionamiento interno de esa institución. Ante la cerrazón del gobernador electo en
1974, el movimiento se expandió a otros sectores de la ciudad de Oaxaca y de las ciudades
más importantes del estado, con demandas de mayor justicia social y democracia para
todos. Finalmente, el presidente de la república, José López Portillo, pidió la renuncia del
gobernador y nombró como interino al general Eliseo Jimenez Ruiz, quien había acabado,
pocos meses antes, con de la guerrilla de Lucio Cabañas, en Guerrero. Eran tiempos en que
el presidente, desde lo alto de la pirámide, ponía y quitaba gobernadores, sin mayor
protocolo.1
2 Trenta años despues, las cosas han cambiado mucho. Desde la alternancia del año 2000, el
presidente de la república ya no es el “fiel de la balanza” y los gobernadores se han vuelto
verdaderos jefes políticos, con sus propios recursos para mandar. Todo parece indicar que
Oaxaca se ha convertido en un enclave autoritario, en un país cuyo régimen político se ha
democratizado a nivel federal. Esto conforta la convicción de muchos observadores y
analistas políticos que han considerado ese estado como un “bastión del PRI”. Esta
interpretación no toma en cuenta los profundos cambios que se han dado en el seno de la
sociedad oaxaqueña. Más bien, el uso sistemático de la fuerza es el síntoma de una crisis
profunda de los mecanismos tradicionales de control político. El palo reemplaza la
zanahoria. Al mismo tiempo, los rasgos cada vez más autoritarios del régimen van de la
mano con las expresiones más contundentes de una pluralización de la sociedad local,
incluyendo la del voto.
para el Bien de todos, Andrés Manuel López Obrador, que poco había hecho para apoyar a
la “rebelión” magisterial y popular, ganó las elecciones en Oaxaca y la coalición opositora
(PRD-PT-Convergencia) se llevó nueve de las once diputaciones de mayoría relativa, y dos
de las tres senadurías, incluyendo el excandidato a gobernador Gabino Cué Monteagudo.
violenta que llevó a la APPO al atolladero. Los miembros de esa organización se han
distinguido por su dogmatismo y su radicalismo “vanguardista” (¡en el sentido más
trasnochado de la palabra!); son ellos los que han rendido homenaje al “padrecito del
pueblo”, José Stalin, al plantar su retrato en medio del Zócalo durante los seis meses del
plantón; ellos son también los que en los foros de la APPO propusieron acabar con la
democracia electoral –por “burguesa”– e instaurar la dictadura del proletariado... Qué
contraste, desde luego, con las declaraciones y demás relatorías de foros organizados por
la APPO: salvo la letanía antineoliberal convencional, el contenido de éstas es bastante
moderado y refleja más bien cierta idealización del rol de la “sociedad civil organizada”,
ante un poder de Estado totalmente corrupto. Pero he ahí el detalle: los que escriben son
los representantes de las organizaciones civiles, mucho más plurales en sus posiciones
políticas, y no los “operadores” de la UTE-FPR.
8 Aun así, es importante subrayar que el movimiento social que surgió en Oaxaca va mucho
más allá de la APPO (como estructura organizativa) y sus “líderes” autoproclamados o
designados como tales por los medios de comunicación y los gobiernos estatal y federal.
Mucha gente, incluso sectores populares urbanos o de clase media-baja, hasta entonces
poco politizados, se fueron movilizando en la medida que recrudecía la violencia. Ése es
precisamente el gran logro de Ulises Ruiz, haber unido en su contra a organizaciones y
personas de las más diversas procedencias. Poco tiempo antes ocurrió algo impensable: en
las asambleas de la APPO se encontraron organizaciones cercanas a la “pastoral social” de
la Iglesia católica; organizaciones radicales de corte marxista-leninista; maestros
estalinistas; amas de casa; universitarios; estudiantes sin experiencia política previa;
vecinos de los “pueblos nuevos” conurbados, líderes del movimiento indígena;
simpatizantes de los partidos Convergencia, PRD, PT, etc. En fin, un abigarrado conjunto de
sujetos que hasta ahora no se habían reunido ni para tomar un café.
9 Además, una movilización de esa magnitud adquiere su propia dinámica, que escapa del
control de quienes la iniciaron. Muchos, incluyendo a maestros y trabajadores de la
educación, vivieron una experiencia de acción política sin precedente, que cambió su
manera de ver las cosas, rebasando la perspectiva estrictamente sectorial y corporativista
que tenían previamente. Surgió un movimiento que no se reduce a la suma de sus
componentes individuales y colectivos, ni mucho menos a las “figuras” más visibles. Un
estado caracterizado por su conservadurismo y una “paz priísta” ejemplar desde el
conflicto universitario de 1977 y la caída del gobernador Manuel Zárate Aquino, la
aparición de semejante movimiento, por muy desarticulado que haya sido, representa un
hecho excepcional cuyos efectos sociopolíticos seguramente se sentirán durante mucho
tiempo.6
camarilla. La furia de José Murat no se hizo esperar y así como lanzó el magisterio contra
Diódoro Carrasco, en 2000, cuando éste era Secretario de Gobernación, aprovechó el
resentimiento de algunos líderes sociales para “meterle ruido” a Ulises Ruiz. El “pacto de
gobernabilidad” que José Murat estableció con el SNTE y las demás organizaciones poli-
ricas del estado (incluyendo el MULT, la CIPO-RFM, OIDHO o Nueva Izquierda de Oaxaca), al
otorgarles generosos subsidios, se fue al traste. No es casualidad que varios líderes de esas
organizaciones se encontraran al frente de la APPO desde junio de 2006. Ello no quiere
decir que fueran simples títeres de José Murat, como algunos comentaristas han sugerido.
La teoría del complot resulta atractiva pero también reduccionista. Los líderes sociales y
políticos que se han opuesto a Ulises Ruiz lo hacen por motivaciones propias, en las que
seguramente pesa el trato que éste les haya dado. Tampoco se pueden descartar las
alianzas coyunturales entre Murat y los líderes inconformes en contra del enemigo
común.
11 Más allá de posiciones individuales y de intereses particulares de unos y otros, el conflicto
de Oaxaca evidencia un nuevo rasgo del sistema político mexicano, posterior a la
alternancia del 2000: el fortalecimiento de los poderes periféricos, en particular, el de los
gobernadores. Al perder el PRI la presidencia, los gobernadores de éste o de otros partidos
han ido cobrando una autonomía sin precedente. Tal evolución puede ser considerada
favorablemente como el final del centralismo antidemocrático, en el que la “presidencia
imperial” ponía y quitaba gobernadores a su antojo. El problema es que faltan
mecanismos legales de regulación de las nuevas relaciones entre la federación y los
estados. En tal situación, la defensa de la soberanía del estado puede solapar prácticas y
regímenes autoritarios y corruptos, sin que haya medio de impugnación alguno. En el
caso oaxaqueño fue significativa la actitud de los senadores al declarar en su dictamen del
19 de octubre de 2006, que ante todas las evidencias de ingobernabilidad en esa entidad,
la desaparición de poderes... ¡no se justificaba! A pesar de las hipótesis formuladas
entonces, de que pediría licencia después del lo. de diciembre para evitar convocar a
nuevas elecciones (habiéndose concluido dos años de su mandato) y nombrar un
gobernador interino proveniente del mismo PRI, Ulises Ruiz ha permanecido inamovible.
La situación es similar a la del gobernador de Puebla, Mario Marín, quien se ha mantenido
en su cargo a pesar de las evidencias que lo vinculan con una red de pedofilia.
12 La suerte de Ulises Ruiz en Oaxaca depende de la alianza que establecieron el PAN y el PRI.
Ninguno de ellos quería arriesgarse a perder un estado en manos del PRD, tras la victoria
de este partido en la contienda del 2 de julio. Pero no es la única razón por la cual Ulises
Ruiz ha permanecido en su cargo: tiene sus propios recursos legales, políticos y materiales
para mantenerse en el poder a pesar de su impopularidad. Las normas para declarar la
desaparición de poderes son ambiguas –sólo un acuerdo político en el Senado puede
autorizar esta medida– y ningún otro mecanismo de revocación de mandato está previsto
por las leyes mexicanas. Pero sobre todo, tiene en sus manos un poder de Estado
fortalecido considerablemente por la descentralización a partir de 1995. La transferencia
de recursos en materia de educación y de desarrollo social (ramo 33) hacia los estados, ha
conferido un poder considerable a los gobernadores. Pero aun así, la mejor póliza de
seguro de Ulises Ruiz es otra: la corrupción. Su contribución a la campaña de Roberto
Madrazo ha sido valuada en más de mil millones de pesos. Es de esperarse que el
gobernador, tanto como el PRI en su conjunto, prefieran encubrir tamaña estafa al erario
público. Además, es muy probable que el gobernador de Oaxaca tenga suficientes
evidencias de los desmanes de sus antecesores, y en particular, de José Murat. Éste ha
empleado toda su energía para impedir que la federación realice una auditoría del manejo
de los recursos federales durante su mandato. A los rivales políticos les conviene cerrar
filas para que no se hurgue demasiado en los expedientes contables del estado (o lo que
queda de ellos tras la incendio, más que sospechoso, de las oficinas públicas
correspondientes).
trato inicial con Héctor Sánchez López). No obstante, el factor determinante fue la
decisión de los maestros “appistas” de suspender el plantón y regresar a las comunidades
para llamar a la gente a votar en contra del PRI, el PAN y el Panal. En la mayoría de las
regiones los maestros siguen teniendo influencia determinante en la vida política local,
cuando no representan directamente la autoridad municipal. Ello explica en gran parte la
participación electoral sin precedente. Los maestros actuaron como “punteros”,
movilizando a los electores por todos los medios posibles, incluyendo el tradicional
“acarreo”. La dirigencia magisterial oaxaqueña, en su mayoría antipartidista y
abstencionista, decidió movilizarse esta vez a favor de los candidatos de la Coalición por
el Bien de Todos, con el propósito de presionar al gobernador, demostrando su influencia
política.
14 Todo ello, sin embargo, no habría producido resultados tan contundentes si a la par, y
durante dos decenios, no se hubiera producido un cambio profundo en las comunidades
rurales e indígenas de Oaxaca. Bajo el manto equívoco de los usos y costumbres se
esconde un cuestionamiento permanente a los mecanismos tradicionales de vinculación
entre el poder local y el gobierno estatal y el federal. La costumbre se ha ido zafando de la
ganga priísta. En algunos casos favoreció la consolidación de enclaves autoritarios, a
merced de los caciques locales, dispuestos a pactar con el mejor postor. En la mayoría de
los casos, no obstante, la renegociación de los usos y costumbres facilitó la apertura de
espacios de participación y decisión más democráticos. En un paisaje político tan
fragmentado como el de Oaxaca, las articulaciones entre un actor colectivo heterogéneo y
poco estructurado como la APPO y las fuerzas políticas regionales y locales, son endebles.
Pero la formación de una ciudadanía crítica y parcialmente liberada de compromisos
clientelares que ya no rinden fruto, probablemente transforme la excepción electoral del
2 de julio de 2006 en una pauta para futuros procesos electorales. En ese contexto, el
aparente regreso a la “paz príista” en Oaxaca suena al canto del cisne.
NOTAS
1. V.R. Martínez Vásquez, Movimiento popular y política en Oaxaca.
2. Víctor Leonel Juan Martínez, “Oaxaca, historia de nota roja”, En Marcha. Realidad Municipal de
Oaxaca. núm. 88, enero-febrero de 2007, pp. 14-15.
3. V.L. Juan Martínez, “Oaxaca, la paz ficticia”, En Marcha. Realidad Municipal de Oaxaca, núm. 87,
diciembre de 2006, pp. 22-25.
4. Informe especial sobre los hechos sucedidos en la ciudad de Oaxaca del 2 de junio de 2006 al 31 de enero
de 2007, México, cndh, 15 de marzo de 2007.
5. V.L. Juan Martínez, “Un régimen se muere en Oaxaca” En Marcha. Realidad municipal de Oaxaca,
núm. 85, octubre de 2006, pp. 11-13.
6. Para un relato pormenorizado del conflicto oaxaqueño y de la formación de la APPO, véase V.R.
Martínez Vásquez, Autoritarismo, movimiento popular y crisis política: Oaxaca 2006.
Bibliografía
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