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Sentimientos, inteligencia y neuronas.

Aproximación a las bases emocionales de la inteligencia.

Ps. Patricio Sánchez Luengo. 1


Viña del Mar, Agosto de 2008

Cuando nos introducimos en el mundo de las neurociencias y su relación con el


aprendizaje tendemos rápidamente a centrarnos en el fenómeno de la inteligencia o
los procesos cognitivos superiores: memoria, asociación, pensamiento lógico, etc. Pero
existe un ámbito que coexiste permanentemente junto a estos procesos, como una
corriente subterránea: el lado afectivo.
Normalmente se piensa que el lado afectivo es un distractor de los procesos de
aprendizaje y que por lo tanto no merecería estar dentro de los ámbitos de estudio de
alguien que se interese en como aprenden las personas.
Sin embargo, los neurofisiólogos actuales dan cuenta de una relación bastante
estrecha entre el lado afectivo y los procesos de pensamiento y toma de decisiones. Se
señala que no hay separación entre la mente, las emociones, el pensamiento y el
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aprendizaje .
Desde nuestra tradición occidental clásica la razón siempre ha debido de
abstraerse de lo emocional, los estoicos basan su postura en el control de este mundo
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pasional, errático y traidor. Como lo señala Jensen , la vía válida estable y científica ha
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sido siempre la razón y la lógica

El error de Descartes.

Pero ¿qué pasaría si encontrásemos que las bases de la racionalidad descansan


en sistemas emocionales? O ¿Podría llegar a concluirse que es más inteligente
organizar el aprendizaje en torno a las emociones?
Al parecer esto es lo que han estado encontrando en las últimas décadas
connotados investigadores de las neurociencias.
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Goleman , en su ya famoso libro, nos habla de dos mentes una emocional y
una racional, las cuales en una interdependencia conjunta y equilibrada generan
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conducta inteligente . Sin embargo, Antonio Damasio, investigador portugués, es
quien va un paso más allá, superando la dicotomía mente cuerpo, res cogitans- res
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extensa , diciendo al mundo que el gran descartes pudo haber errado.

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Patricio Sánchez Luengo. Psicólogo.
sanchez.luengo@gmail.com +56 9 88635482
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Rosas , señala que lo que Damasio pretende no se trata de reducir la cognición
a emociones, sino que ciertos aspectos del procesamiento de emociones y
sentimientos son necesarios para la racionalidad. Razonar y decidir cuestiones
personales y sociales no es igualable a hacerlo con objetos o números, ya que los
primeros fenómenos poseen un alto nivel de incertidumbre; y además, estas
decisiones impactan directa o indirectamente en la supervivencia, por lo que se
requiere del organismo como un todo. Es en este escenario que la maquinaria neural
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de las emociones y sentimientos es fundamental.
En términos neurobiológicos la relación entre la emocionalidad y la
racionalidad está dada por la relación entre las estructuras cerebrales más primitivas,
encargadas de la regulación de las emociones y sentimientos, y las estructuras más
modernas, como la neocorteza, que surgen por el desarrollo de circuitos modificables
por la experiencia, pero que no dejan de estar influenciadas por las áreas más
primitivas. Por lo tanto, y en palabras de Damasio, “el aparataje de la racionalidad que
se suponía neocortical, parece no funcionar sin el de la regulación subcortical. “La
naturaleza no sólo parece haber construido el aparataje racional encima del
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herramental biológico-regulatorio, sino con y a partir de él”

Las emociones en nuestro cerebro.

Se señala que las estructuras nerviosas relacionadas con los mecanismos


emocionales, hicieron su aparición sobre la faz de la tierra hace unos 250 millones de
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años, en la época de los últimos reptiles y de los primeros mamíferos . Sin embargo,
no fue hasta el siglo XIX pasado cuando los seres humanos comenzaron a fijar su
atención sobre parte tan fundamental de su anatomía. Fue Broca el que dio el nombre
de Lóbulo Límbico a la parte del encéfalo que rodea el tallo cerebral y que se halla bajo
el manto de la neocorteza. Pasó un buen tiempo antes de relacionar este sistema
con las emociones, de hecho primero se lo relacionó solo con el sistema olfativo.
Actualmente, se sabe que este sistema tiene que ver con muchas funciones humanas.
No obstante, existe una estructura de este sistema que tendría directa relación con
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las emociones: La amígdala.
La amígdala es una pequeña estructura nerviosa, de tamaño no superior al de
una almendra, que se encuentra situada en el seno del lóbulo temporal y que posee
abundantes conexiones muchas zonas del cerebro. Es el componente más importante
de una red de estructuras que elaboran la información emocional. La función de esta
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estructura consiste en asignar significado emocional a los estímulos ambientales .
Es decir, lo que hace la amígdala es que, cuando se presenta un nuevo estímulo en el
campo sensorial, hace una rápida evaluación del mismo y le dice al resto del cerebro si
ese estímulo representa un peligro, o por el contrario, promete alguna ganancia para
el organismo. Lo que, a su vez, desde el punto de vista del funcionamiento cerebral
significa que la amígdala se encuentra en condiciones de relacionar un determinado
estímulo con el placer o con el dolor potenciales que dicho estímulo puede llevar
aparejados, aspecto directamente relacionado con la supervivencia como lo
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señalábamos anteriormente.
La amígdala emite un juicio que determina, junto a otras áreas cerebrales que
hacer. Incluso existe una vía directa entre la amígdala y el tálamo que permitiría
reacciones rápidas sin mayores intervenciones de otras áreas, conductas como por
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ejemplo la huida ante un depredador .
¿Cómo “sabe” la amígdala lo que es bueno o malo para el organismo y cómo
organiza la respuesta? Existiría un mecanismo heredado, que se encuentra pre
programado en el cerebro, por lo que pueden considerarse innatos. Es lo que Damasio
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denomina emociones primarias . En segundo lugar, a este contingente de
reacciones innatas hay que añadir todas las emociones que cada organismo, de forma
individualizada, va adquiriendo a lo largo de su vida. Son las “emociones secundarias”
de Damasio. Las experiencias que tenemos hacen que los estímulos que en principio
eran neutros vayan adquiriendo una cierta tonalidad afectiva. Esto se produce al irse
formando asociaciones entre los objetos y situaciones con los que nos enfrentamos y
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las emociones primarias.
Lo que propone Damasio para explicar este funcionamiento es que estas
emociones segundarias se modulan sobre las primarias, y que por principio de
economía, ambas compartirían los mecanismos de expresión corporal. Pero, las
secundarias agregan una valoración reflexiva (cortical), que varía la amplitud e
intensidad de los patrones emocionales preestablecidos, posibilitando una respuesta
flexible, basada en la historia particular de las interacciones del organismo con su
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ambiente.
Existiría un monitoreo de los sentimientos, un sentir las emociones. Y el
cerebro aprende de este monitoreo. Una comunicación entre las bases subcorticales
con las corticales en la organización de las respuestas.
Lo importante de destacar es que en términos generales los sentimientos son
tan cognitivos como cualquier otra imagen perceptual, y dependen también del
procesamiento cerebrocortical.

Emociones y racionalidad

Nosotros como organismos debemos permanentemente evaluar y tomar


decisiones sobre una enorme cantidad de información, en base a una multiplicidad de
escenarios posibles futuros. Por lo que si nuestro organismo decidiera en base a la
lógica clásica nos tomaría mucho tiempo y recursos llegar a la decisión, que
posiblemente sea poco práctica. Por lo tanto, y es lo que señala Damasio, la selección y
guía que nos brindan los sentimientos, y que la pura razón no nos puede
proporcionar, se basa entonces en el proceso de marcar imágenes o escenarios
posibles de acción dentro de una enorme variedad de imágenes que surgen al iniciar
el razonamiento, relativo a determinados estados corporales, dándoles un valor de
positivo o negativo, categorizando el conocimiento. Esto es lo que se conoce como
Marcador Somático. Consistiendo en un proceso automático de predicción, que puede
actuar incluso sin nuestra voluntad, de manera subterránea descartando o señalando
rápidamente opciones.
Estas señales de alerta son creadas en interacción con los otros, lo innato en
relación con el medio ambiente. Se adquieren tanto por un sistema interno de
preferencias que el organismo desarrolla a lo largo de su experiencia con el ambiente
y su necesidad de supervivencia, como por un conjunto de situaciones externas
relativas a las convenciones sociales y éticas que conforman el entorno sociocultural.
¿Qué diría Vigotsky ante estos planeamientos?

Discusión final.

Al parecer las emociones lejos de ser un obstáculo para la toma adecuada de


decisiones son base de las mismas. De alguna manera, la investigación neurobiológica
actual está confirmando lo que de forma poco valorada algunas veces, la psicología ha
estado diciendo durante todo el siglo XX y lo que llevamos de este: las emociones
conscientes y las más profundas están más que involucradas en la conducta
consciente de un sujeto.
Para la educación ha de significar una importante fuente de evidencias para
fomentar los ambientes emocionalmente facilitadores del aprendizaje, es decir, que no
se marque negativamente ninguna instancia del aprendizaje.
La nueva frontera del conocimiento sobre las emociones está modificando toda
nuestra visión sobre la relación entre el pensamiento y el mundo afectivo del ser
humano.
Nos queda solo invitar al lector a adentrarse en este fascínate ámbito de la
investigación neurofisiológica.

Referencias:

1. Bunge, M. (1988) La ciencia, su método y su filosofía. Ed. Siglo Veinte, Buenos Aires.
2. Descartes, Renato (1950). Discurso del método y meditaciones metafísicas. Ed.
Espasa-Calpe, Buenos Aires.
3. Goleman, D. (1996). La inteligencia emocional. Ed. Javier Vergara, Buenos Aires.
4. Jensen, Eric. (2004) Cerebro y aprendizaje. Competencias e implicaciones educativas. Ed.
Narcea, Madrid.
5. Rosas, R., Boetto, C. Y Jordán. V. (2004) Introducción a la psicología de la inteligencia. Ed.
Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile.
6. Simón, V. (1997). La participación emocional en la toma de decisiones. Psicothema, 1997.
Vol. 9, nº 2, pp. 365-376 ISSN 0214 - 9915

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