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Título: Historia de la niña negra de color

blanco.

© 2019, Milton Batista Franco.

2ª Edición.

© Textos.

Segunda edición: septiembre 20.

ASIN: B07PHKBXZ5.

Portada y Diagramación: Milton Batista


Franco.

Todos los derechos reservados.

miltonbatistafranco@gmail.com
«El concepto Homo sapiens se lo
inventó
quien deseaba con todo su ser,
olvidar su pasado.»

Milton Batista Franco.


Historia de la niña negra de color blanco

En cualquier parte del planeta tierra el


tener un color de piel diferente es un
problema existencial. Como problema es en
algunas localidades, la antigua superstición
que reza: «Tener un niño albino en casa, es
una maldición que traerá mala suerte de por
vida a sus padres, si no se deshacen del niño
de cualquier manera».

Y así empezó cada una de las dificultades


para la pequeña niña albina de siete años,
nacida de un hombre albino con una mujer
negra, cuando una madrugada la madre
llorando le levantó de la cama. Sobre aquella
cama la niña somnolienta pudo ver que había
una faldita nueva, una blusita, calcetines y su
único par de zapatitos rotos, pero ahora
limpios. Tirada de su brazo derecho cruzaron
la casa hasta el patio trasero donde fue bañada
con el agua helada por la madrugada. En el
más enigmático silencio regresaron a la
alcoba, donde le vistieron y luego salieron sin
pasar por la cocina, en cuya mesa había ya un
desayuno servido, con su tacita favorita de
beber chocolate. Salieron a la calle,
caminaron un tiempo indeterminado hasta
llegar a un centro de enseñanza internado a
las afueras de la población, en donde fue
inscrita, y luego sin siquiera despedirse como
es costumbre entre padres e hijos, fue dejada
a manos de su suerte. El silencio de aquella
madre pareció haber fortalecido a la niña,
quien sólo se dedicó a observar

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minuciosamente toda aquella situación. En
algún momento de lucidez precoz, la niña
sintió más resignación que confusión, es más,
comparó que confusión había sentido el día
en que al recobrar el conocimiento a la orilla
de aquel rio y con la múcura llena de agua a
su lado, se levantó ensangrentada y sin su
brazo izquierdo, y lo primero que se le
ocurrió fue pensar: «¡Me regañaran en casa!
¿Cómo haré ahora para subirme la múcura a
la cabeza sin un brazo, y regresar a casa y no
haber perdido sólo el brazo sino también el
agua y el tiempo? Y además, ¿cómo haría en
adelante los demás quehaceres para ayudar a
mi familia, si además de haber perdido mi
brazo, ahora deberé dedicar tiempo a
aprender a manejar el que me quedó?». O
aquel otro día en que escuchó las palabras de
sus vecinos, cuando sin mirarle, le
recomendaban de manera reiterada a sus
padres: «Es mejor opción envenenarle, pues
ella es una zeru zeru, o sea, una fantasma».

Horas, días y meses sin ver a su madre era


igual para ella, pues muy pocas veces podía
entender si era lunes o domingo. Con el
tiempo se fue amoldando a la situación y a su
nueva familia de compañeritos de escuela,
aunque igual concepto que entonces sus
vecinos, tienen hoy sus compañeritos,
quienes le temen y dicen que si le tocan
cualquier parte del cuerpo, comenzará a
sangrar o desaparecerá por ser una fantasma.
Como cualquier regla tiene su excepción, en
la fila para recibir los alimentos, su único
amiguito insistió en conocerle aún más:

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—¿Cuándo me contarás la muerte de tu
padre?

—Cuando me ofrezcas tu manzana a


cambio.

—Pues mira que tienes suerte, porque hoy


haré algo mejor: la compartiremos.

—Está bien.

—No, no está bien, ¡cuéntame!

Un empleado de la cocina que sirve los


alimentos, observaba atento la conversación,
y la niña empuja entonces a su amiguito a
salir de la fila; llegan a la mesa y la niña exige
lo prometido, por lo cual el amiguito corta a
la mitad la manzana ofreciéndole su parte.
Entre un bocado y otro, la niña le narra los
sucesos entonces:

—Eso fue como a las ocho de la tarde…


A mi hermanita la negrita le habían acostado
cuando escuchamos ladrar a los perros fuera
de la casa, al rato se escuchó un ruido muy
grande y era que habían derribado la puerta,
eran tres hombres con machetes y cuchillos,
agarraron a mi padre que era albino y le
dijeron a mi madre que se callara o la
mataban a ella también, y empezaron a
despedazar a mi padre como a una vaca
delante de todos nosotros; entre los gritos de
mi padre, mi hermanita despertó y empezó a
llorar y uno de ellos le dijo a mi madre que le
callara o nos mataría mejor a todos. Y eso fue
todo, mi mamá quedo sin mi padre y

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asustados mi madre, la negrita y yo, nos
marchamos a vivir a otro lado. Todos
nuestros vecinos escucharon pero nadie
ayudó, estaban todos demasiado asustados.
Después, a mi madre le llamaron para que
fuera a ver a los asesinos de mi padre, y eran
ellos, quienes le dijeron a mi madre que un
curandero les había pedido partes de un
albino para compáraselas, y esa era la razón
por la que le habían matado. Cuando fuimos
a enterrar los pedazos que dejaron de mi
padre, la funeraria no quiso y tuvimos que
enterrarlos en el patio trasero de la casa, pero
no le dijimos a nadie donde los habíamos
enterrado para que no los fueran a sacar,
porque la gente los vendía para curar
cualquier enfermedad, traer suerte o hacerse
rico. Un tiempo después, mi madre me llevó
para que viera a los que me habían cortado mi
brazo, y me dieron lástima, habían vendido
mi brazo para tener dinero, y ahí estaban
frente a mí, vestidos con harapos —concluyó.

Once años después de aquella


conversación, la joven y su amigo eran ya dos
adolescentes de dieciocho y diecinueve años,
los cuales ya habiendo terminado su ciclo de
estudios, habían decidido no salir del centro
escolar internado por miedo a la sociedad, y
por aquella promesa de fidelidad de
mantenerse juntos: ahora se desempeñaban
como asistentes de quienes fueron sus
profesores.

«Y pensar que el mayor enemigo de


nosotros los albinos no son tanto nuestros
coterráneos intolerantes, como si lo es la

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misma naturaleza manifestada en el sol,
debido a que la falta de pigmentación o
melanina de nuestra piel, nos desprotege de
la radiación solar ultravioleta que a una
persona común no haría tanto daño. Como si
esto fuera poco, muchos de nosotros no
llegamos a vivir cuarenta años, pues
moriremos de cáncer de piel si no nos
sabemos cuidar. Por lo cual, mi fiel amigo y
yo decidimos compartir la mitad de la vida
que aún tenemos por delante, así como lo
hicimos con aquella manzana en la mesa del
comedor escolar, y así como lo hicimos con
nuestras confidencias». Escribió
entusiasmada la joven en su diario personal.

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