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Con Negri: contra Negri

Pablo L ópiz Cant ó


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Escribir sobre Negri -posiblemente la amplitud de su trayectoria, vital como te órica,


desautorice cualquier comentario que centre la atención exclusivamente en sus últimos
libros traducidos y publicados en español. Sin embargo, pueden estos demostrarse útiles a
la hora de aproximar la compleja actualidad de un pensamiento que tal vez, en ciertos
puntos, como se verá, deba ser criticada. Porque Negri es uno de esos autores vivos, pocos
o muchos no importa, sobre los cuales una y otra vez se vuelve, a los cuales se sigue, cuyos
libros se esperan con ansiedad y devoran con fruición extra ña cuando aparecen, porque es
uno de esos autores a quienes se lee no ya simplemente persiguiendo una privilegiada
herramienta, lente o cámara a través de la cual contemplar desde una peculiar perspectiva
el presente que ha tocado en suerte vivir, sino también para encontrar un punto de apoyo
desde el cual construir la propia palabra, con y contra el cual pensar.

Ejemplo de resistencia, Toni -Antonio- Negri es esa figura que atraviesa, ilumin ándolos,
los albores de nuestro mundo, pero también su más dinámica actualidad. Ocupado al
menos desde 1965 en la organización de comités de base, etc., vive el 68 en Venecia, para,
a partir de 1971 trasladarse a Milán y ser uno de los impulsores del movimiento de la
Autonomía. Catedrático de la Universidad de Padua, en abril de 1977 es detenido bajo la
delirante acusación de ser el cerebro del secuestro y asesinato de Aldo Moro, siendo, a
partir de entonces, sometido a un proceso kafkiano. "Los filósofos -escribía desde las
cárceles italianas en su libro sobre Spinoza- eran conscientes, en otros tiempos, de ser
combatientes" . Elegido en 1984 diputado, escapa a París poco antes de que se suspenda su
inmunidad parlamentaria gracias a los votos del propio Partido Radical en cuyas listas
había sido presentado. Entablará en el exilio estrechas relaciones con la izquierda
intelectual francesa. Louis Althusser le invitará a dar en la École Normale Sup érieur el
seminario que acabaría titulándose Marx más allá de Marx; pero quizá con quien desde el
principio trabe una más intensa amistad sea con Felix Guattari, junto al cual escribir á Las
verdades nómadas. Durante este tiempo vivirá en primera persona las revueltas del 95,
llegará a trabajar como profesor de la Universidad de Par ís VIII, y, adem ás de publicar
diversos libros entre los que sobresale El poder constituyente, será impulsor de la excelente
revista Futur Anterieur. En 1997 decide volver a Italia con el fin de acelerar el proceso que
permita la amnistía de quienes aún permanecen en prisión o en el exilio a consecuencia de
la ola represiva abierta contra los movimientos de los 70. Es inmediatamente encarcelado.
Permanecerá aún en régimen abierto, hasta que se cumpla su condena en octubre de este
mismo año 2003. Como un filósofo de otra época, durante todo este tiempo Toni Negri no
ha cejado en su esfuerzo, no ha dejado de pensar, de intervenir, de hacer filosof ía, de
luchar.

Léase, por tanto, a Negri: El trabajo de Dionisos, publicado inicialmente en 1994 y escrito
junto a Michael Hardt, con quien más tarde habría de redactar el ya considerado esencial
Imperio ; y Del retorno, trascripción levemente alterada de una larga entrevista grabada en
formato para video tras su retorno a Italia. Uno y otro, redactados en registros del todo
diferentes, incluso firmados con distinto nombre, muestran, respectivamente, un antes y un
después de la publicación del ya mencionado Imperio, pero también un antes y un
después de Génova y del derrumbe de las Torres Gemelas. Perteneciente al g énero
estrictamente filosófico tan ampliamente practicado por Negri y que aqu í comienza a
ejercitar junto a Hardt, se despliega El trabajo de Dionisos como lectura cr ítica, de
raigambre materialista, de diversos discursos teóricos posmodernos, de Rawls a Vatimo,
pasando por Rorty y otros. En cambio, Del retorno, que reproduce el formato de un
abecedario que va cargándose de palabras y contenido, se puede integrar en otra l ínea del
pensamiento negriano, de mayor peso autobiográfico, y que incluye entrevistas, con
especial relevancia la que acabara siendo publicada bajo el t ítulo de Del obrero masa al
obrero social, y textos como El tren a Finlandia o, más recientemente, El exilio.

Pero ambas líneas se caracterizan por un idéntico impulso político. Todo el itinerario
negriano parece caracterizarse por un nunca interrumpido esfuerzo en pos de eso que
llamamos comunismo, y cuya fisionomía, sin embargo, en el complejo entramado te órico
que se ha ido forjando varía con el paso de los días, las lecturas, los encuentros y los
conflictos. Los dos textos que aquí se recogen remiten la última forma y las postreras
variaciones de esta obsesión antigua que ha ido cambiando, de este envite pol ítico
sostenido con sorprendente coherencia que, al menos desde el largo sesenta y ocho italiano,
una y otra vez regresa invariablemente como apuesta, repetida pero siempre diferente, por
el comunismo, esa bestia terrible.

Al margen del trabajo

Como se ha dicho, El trabajo de Dionisos se presenta como an álisis cr ítico del discurso
posmoderno. Sin embargo, tal crítica no pretende una simple deconstrucci ón-destrucción,
sino, al mismo tiempo, la afirmación de una palabra otra, de un pensamiento diferente,
materialista y creativo, constituyente. Recogiendo el gesto marxiano en su estudio de los
autores clásicos de la economía política, se trata de, por un lado y en primer lugar, seguir
el hilo de las argumentaciones reaccionarias llevándolas a su l ímite con el fin de mostrar,
digámoslo althusserianamente, aquello de lo que son culpables; para, a partir de ah í, en
segundo lugar, imponer un desplazamiento en la problemática, crear nuevos continentes
teóricos, traspasar las fronteras generando nuevas respuestas a las nuevas preguntas que
emergen, desplegar ignorados horizontes. Esta crítica afirmativa la desarrollan Hardt y
Negri a partir de la categoría, obviada con insistencia por los te óricos posmodernos, de
trabajo, y, más concretamente, de trabajo vivo -alegría del sujeto social expansivo. Sin
embargo, esta categoría no deja de resultar problemática, tanto en el terreno te órico como
en el terreno político. Por tanto, acaso merezca la pena intentar un m ás detallado
acercamiento a las cuestiones que plantea. Porque ya en el comienzo del libro una
dificultad se desvela al constatarse que, hoy, en la sociedad capitalista el trabajo no se
demuestra muy alegre, sino, al contrario, aburrido cuando no humillante, terrible incluso.
Pero, más aún, porque, como bien ha explicado el propio Negri en innumerables
ocasiones, fue la lógica del rifuto del lavoro, del rechazo del trabajo la que guiara las
revueltas de los 70 en Italia y gracias a la cual se alcanzasen in éditas cotas de resistencia y
organización frente a los poderes del capital.
¿Por qué, entonces, este uso afirmativo y central del concepto? En primer lugar, porque
previamente se ha llevado a cabo un desplazamiento de la problem ática que hace del
trabajo, en tanto que fuente del valor, no ya sólo lugar efectivo de la explotaci ón
capitalista, sino potencia constituyente, práctica ontológica, creativa, organizada de forma
independiente respecto de la organización del capital, desbordante, excesiva. Tal
desplazamiento, cuya fractura habría ido ampliándose progresivamente conforme se
acumulasen los detalles, se sostiene sobre el análisis de las din ámicas de cambio impuestas
por la emergencia del obrero social y de los procesos de reestructuraci ón de la l ógica del
dominio capitalista, del paso teorizado por Marx de la subsunci ón formal del trabajo en el
capital a la subsunción real, del paso de la producción de la fábrica a la sociedad, del paso
en lo que respecta a los dispositivos de poder de la disciplina al control, de la reducci ón del
Estado a su función policial, del paso de la modernidad a la posmodernidad, etc.
Semejantes transformaciones suponen, decía en Fin de siglo, "la traslación de lo
económico a lo político" , y, además de romper la segmentación entre producción y
reproducción, obligan a que la explotación no pase ya de modo privilegiado por el salario,
sino que se ejerza de forma parasitaria como expropiación directa de la potencia de lo
común, de la cooperación de las fuerzas vivas y creativas, de la comunicaci ón y la
afectividad, de las prácticas de auto-valorización y, en el l ímite de las energ ías ya
comunistas.

Ahora bien, nos parece cuando menos excesiva la afirmación sostenida por Hardt y Negri
según la cual "el mundo es trabajo" , sustancia común a toda actividad humana. Tal
concepción del trabajo vivo como alegría del sujeto social -obrero siempre, a ún cuando ya
no pise la fábrica-, como fuerza afirmativa y dionisiaca -según la expresi ón utilizada-,
como potencia ontológica y constituyente, como se ha dicho acaso supone ciertos
problemas políticos. Naturalmente no es posible aquí desarrollar en detalle una cr ítica que
habría de abarcar los pormenores de conceptos como el de intelecto general, soporte sin
duda de cierta mistificación, ni, tampoco, de la hipótesis, cuando menos teóricamente
problemática, de la necesidad y espontaneidad de un devenir com ún de la multitud, de la
propuesta, por tanto, de una teleología supuestamente materialista. Más interesante, y
políticamente más importante, parece la constatación de las dificultades inscritas en la
aparente generalidad del concepto de obrero social; porque impide comprender los procesos
de marginación, tanto social como laboral o económica, y las espec íficas caracter ísticas de
los deseos y prácticas que bullen en ese afuera interior del mundo de la producci ón
socializada. Frente a la imagen negriana -demasiado fiel en este punto a las palabras de
Marx- puede ser útil recordar la pregunta que ya plantease Foucault en 1972, al tratar la
dicotomía entre clases laboriosas y clases peligrosas: "¿y si fuese la propia masa la que se
margina?" .

Haciendo uso del método de lectura marxiano, y que como se apuntase m ás arriba
también Hardt y Negri retoman, se puede plantear la cuestión de cu ál sea el olvido en que
incurre su texto, cuál su culpa, qué es lo que su decir no dice, qu é zona de sombra su luz
crea. Y parece eluden el reconocimiento de los sectores improductivos, constituidos como
tales y aún con todo resistentes a la lógica de la cual emergen. Desde este punto de vista es
necesario, una vez más, insistir en la ruptura con la perspectiva marxista que se centraba en
el productor. Entre otras cosas porque ni aún siquiera la actual configuración de los
diversos dispositivos de poder parece concentrarse en ese sector, tal vez ya definitivamente
normalizado. Si bien la mecánica disciplinaria privilegiaba como blanco de su ejercicio la
esfera productiva, configurando las diversas segmentaciones del campo social, de las
masas, en dirección a la constitución de una subjetividad proletaria y productiva, separada
de la esfera reproductiva tanto como de los sectores improductivos, lumpen o ej ércitos de
reserva; tras la revolución capitalista que impone el paso a la subsunci ón real del trabajo
en el capital, y por tanto la centralidad de la producci ón de plusvalor relativo, la
socialización de los procesos y la integración de lo reproductivo en la esfera del capital, las
cosas han cambiado. El poder, creemos, se preocupa hoy fundamentalmente de la
administración de la relación entre la población integrada en la producción socializada -en
el ámbito, por tanto, productivo al mismo tiempo que reproductivo- y la poblaci ón
improductiva, tomando dicha relación como su objeto y conformándose frente a ella como
Estado asistencial-policial, como instancia soberana de un dispositivo de control
biopolítico, según la terminología de Michel Foucault.

Biopolítica, producción, resistencia

Como bien sabrá el lector habitual de Negri, éste ha llevado recientemente a cabo una
relectura de la noción de producción en términos biopolíticos. Es la vida, seg ún esta
concepción, lo que se pone a trabajar. Esta lectura altera profundamente la original
concepción foucaultiana de qué sea un poder ejercido directamente sobre la vida al
conferirle una determinación productivista y, nos parece, insiste en la elusión de una vida
situada al margen de la esfera productiva-reproductiva. "Lo que finalmente Foucault no
logró comprender -escribían Hardt y Negri en Imperio- fue la dinámica real de la
producción que tiene lugar en la sociedad biopolítica" . Al respecto de la interpretaci ón de
Negri de este concepto, de la determinación productivista que le impone al leerlo como
producción biopolítica, puede ser buen ejemplo la diferencia que frente a la brillante
exposición de Agamben sobre la nuda vida -blanco ésta del ejercicio biopol ítico- junto a
Hardt detallara: "Giorgio Agamben -venían a decir- emple ó la expresión "vida desnuda"
parar referirse al límite negativo de la humanidad y para exponer, detr ás de los abismos
políticos creados por el totalismo moderno, las condiciones (más o menos heroicas) de la
pasividad humana. Nosotros diríamos, en cambio, que mediante las monstruosidades con
que redujeron a los seres humanos a una mínima vida desnuda, el fascismo y el nazismo
trataron en vano de destruir el enorme poder en que podría transformarse la vida desnuda y
eliminar la forma en que se acumulan los nuevos poderes de la cooperaci ón productiva de
las multitudes" .

No se pretende aquí en absoluto defender la propuesta teórica de Agamben, que


ciertamente cae en una mistificación de la pasividad humana, adem ás de en una
comprensión teológica de la vida reducida a sus escombros. Se trata de poner en duda la
tesis negriana del carácter productivo y cooperativo de la vida humana, incluso cuando
ésta es constituida en el interior de las relaciones de poder como solitaria e improductiva.
Más allá de la afirmación de Agamben según la cual no trasladó Foucault sus an álisis al
lugar por excelencia de la biopolítica, al campo de concentración , pudiera resultar útil
retornar, una vez más, a ese espacio, para relacionar las tesis negrianas con ciertas
experiencias relatadas por Antelme acerca de su enfrentamiento a la reclusi ón y exterminio
nazis -y no ya para evitar confrontarse con el presente, sino, antes bien, para reincidir en la
constatación de la actualidad de Auschwitz. Llena de estupefacci ón la descripci ón de la
relación entre reclusos y SS conforme el trabajo comienza a escasear al acercarse la
victoria aliada: "...la emprenden con un tipo que ten ía las manos en los bolsillos. Él es el
primero que cobra, porque no hay trabajo [...] Ahora debemos de ser del todo intolerables
[...] Ya no hay carlinga, estamos al descubierto, en la f ábrica, con en un no man ´s land,
estamos desorientados. Tenemos que agarrarnos a algo, disimular, encontrar un nuevo
camuflaje. Si ya no trabajamos, sólo serviremos para que nos maten" .

¿Pero acaso fue otra que la funcionalidad exterminadora la que se privilegiara en los
campos nazis? No. No se trataba de campos de trabajo. Eran campos de exterminio. Su
producción era, fundamentalmente, producción de cadáveres, de muerte por tanto. El
ámbito del trabajo -esa zona gris, según la expresión de Primo Levi- en ellos pose ía antes
que nada una función de administración de los procesos de exterminio, y de desgaste, de
producción de lo inhumano, del no hombre como condición de posibilidad para una
posterior aniquilación sin excesivos costes morales. Por decirlo ir ónicamente, esa parece
ser la producción biopolítica. Lo cual, obviamente, no significa que no se generen efectos
de resistencia, ni que esta vida situada al margen del trabajo sea pura pasividad. Pero sus
formas refractarias son diferentes de las constituidas en el interior de la anatomopol ítica.
Frente a lo sostenido en El exilio por Negri, para quien "la soledad es la impotencia" , es
necesario recordar de nuevo la experiencia de Antelme: "la conciencia de los presos ten ía
bastantes oportunidades de convertirse aquí en una conciencia solitaria. Pero, aunque
solitaria, la resistencia de esta conciencia continuaba. Privado del cuerpo de los dem ás,
privado progresivamente de su propio cuerpo, cada tipo ten ía a ún algo de vida que
defender y que querer" . Así pues, acaso aparezca, frente a la biopol ítica, en el l ímite, la
soledad como privilegiado nódulo de resistencia.

Guerra y constitución

Ahora bien, es sabido, desde que así lo expusiese Foucault, que la biopol ítica requiere una
refuncionalización del poder soberano, del poder de la espada para abrirse la posibilidad de
matar; pues inicialmente la biopolítica tan sólo se ejerce como control sobre la vida, como
localización y administración de las singularidades, de las diferencias comprendidas en el
interior de una población dada. Es a partir de una reivindicaci ón de la inmanencia de las
luchas desde donde trazará Foucault su genealogía del control biopolítico y de la
refuncionalización que en el interior de esta nueva forma de ejercicio el poder soberano
sufre. El poder, para ejercerse como derecho sobre la vida y la muerte, exige la
recodificación de la lógica de guerra, su sometimiento a una finalidad concreta, aquella
que, siguiendo la sarcástica expresión que Foucault utilizara para titular su curso de 1975-
1976, se puede caracterizar como defensa de la sociedad. "Hay que releer los an álisis sobre
la guerra de Foucault" -afirma Negri en Del retorno. Hágase. Porque acaso permita
solventar ciertas ambigüedades que hacen confusas las tesis del italiano, agudizadas por las
recientes manifestaciones en contra de la intervención en Irak, ya que Negri oscila entre
una defensa de la paz impuesta por el rechazo a la guerra -a la guerra que el capital pone en
marcha para asegurar su dominio- y una afirmación de la guerra -de la guerra encendida de
las multitudes contra el poder, de la guerra a la guerra-. Tal vez el momento de mayor
dificultad sea cuando asevera que ¡polemós no hay que entenderlo como sin ónimo de la
guerra!

Decía Foucault en su resumen del mencionado curso que "habr ía que tratar de estudiar el
poder no a partir de los términos primitivos de la relación, sino a partir de la relaci ón
misma, por cuanto esta relación es precisamente la que determina los elementos entre los
cuales se mueve" . Así pues, los procesos bélicos, en tanto que modos de relaci ón, son
ontológicamente constituyentes. No el trabajo sino la guerra. O por decirlo al modo
clásico, la lucha de clases. Pues la resistencia se constituye en oposici ón al poder, como
bloqueo al tiempo que como línea de fuga respecto de la relación misma, como éxodo
activo, creación, devenir. El problema viene cuando el poder mismo se confunde con el
proceso bélico. Porque, como a la hora de tratar la figura del post-fascismo -"m áquina de
guerra que toma directamente la paz como objeto"- dijeran Deleuze y Guattari, "ah í es
donde la fórmula de Clausewitz se invierte efectivamente; pues, para poder decir que la
política es la continuación de la guerra por otros medios, no basta con invertir las palabras
como si se pudiesen pronunciar en un sentido o en el otro, hay que seguir el movimiento
real al final del cual los Estados, habiéndose apropiado de una m áquina de guerra,
habiéndola adaptado a sus fines, vuelven a producir una máquina de guerra que se encarga
de la finalidad, se apropia de los Estados y asume cada vez más funciones pol íticas" .

Hoy el Imperio, la soberanía en tiempos de biopolítica, funciona, como la pol ítica de


control de poblaciones durante nazismo y estalinismo , como una m áquina de guerra que
toma la paz como objeto, que tiende a suprimir toda posibilidad de enfrentamiento, toda
fuerza que se pueda posicionar de modo antagonista, todo conflicto o guerra social por
tanto. Incluso, quizá, se pueda afirmar que el exterminio imperial es m ás estalinista que
nazi, pues no se sostiene tanto en el juego de exclusión-destrucci ón de identidades raciales,
en un racismo étnico, cuanto sobre un racismo que trabaja con singularidades l íquidas, de
perfiles cambiantes, con identidades híbridas, no definidas, etc. Contra toda disidencia. De
ahí proviene el interés negriano por escapar a la l ógica de guerra que el poder codifica y
que no hace sino encerrar las luchas en el interior de una estructura que le es útil. Como ha
apuntado muy recientemente al tratar los movimientos contra la guerra de Irak, "el
movimiento se ha visto obligado a definirse como resistente siguiendo la v ía del éxodo,
mostrando su capacidad de oponerse a la guerra en el preciso momento en el que se
propone la constitución de una sociedad anticapitalista" .

Ahora bien, para terminar, el movimiento contra la guerra imperial, contra la guerra que el
poder despliega, contra la guerra que funciona como privilegiado elemento del ejercicio
biopolítico y sostén del capital global, ciertamente ha permanecido, en la mayor parte de
los casos, encerrado en prácticas meramente testimoniales, de rechazo pacifista,
interviniendo exclusivamente en el ámbito de lo espectacular y manteni éndose por ello
mismo impotente frente a las decisiones tomadas, incapaces de hacer fluctuar la balanza.
Pero no deja de resultar irónico que se diga que los movimientos persiguen el mismo
objetivo que el poder dice perseguir. Confusión extraña. Es necesario recordar la
polivalencia táctica de los discursos. Y olvidarse de finalismos, de teleologías materialistas
o de cualquier otro tipo. Porque, frente al Imperio, frente a esa m áquina de guerra que
tiene directamente la paz por objeto, no parece resultar muy útil -e incluso pudiera resultar
peligroso- una lectura de los movimientos en términos de defensa de la paz, y acaso mejor
sería -asumiendo los peligros que igualmente conlleva esta postura- aclamar por otra que
atienda al efectivo rearme de los procesos de liberaci ón capaces de horadar la mec ánica
que se impone, de romper la cotidiana sucesión de humillaciones y complacidos
conformismos con que se acostumbra a trazar los días. Porque, de hecho, en el no a la
guerra parece haber acontecido algo más que una defensa de la susodicha paz, parece
haberse producido un devenir común a través del rechazo, la emergencia de una misma
sensación de asco frente a las condiciones diversas de vida, de colaboraci ón y
participación más o menos activas, y frente a la lógica pol ítica que despliega la actual
forma de dominio. Más allá de la consideración de los presuntos objetivos que se
persiguieran está lo que efectivamente se ha producido, y lo que ha tenido lugar ha sido un
resurgir del conflicto -de un conflicto en torno a palabras como paz o guerra, tanto como en
relación a los cuerpos-, un encuentro de las diferencias en y gracias a un compartido
repudio. El movimiento se constituye hoy en oposición -en guerra, en una guerra efectuada
desde cada singularidad, desde cada soledad, desde donde se encuentra cada uno, desde su
diferencia y su especificidad propias- a la guerra imperial, como éxodo creativo, pero en
ese gesto es necesario recordar que el despliegue de la resistencia pasa no s ólo y no
fundamentalmente, quizá ni aún siquiera necesariamente, por una cohesión de las fuerzas,
sino más bien por la destrucción del enemigo. Frente a un poder sin afuera, que lo ocupa e
invade todo, no basta con construir -¿en qué lugar hacerlo?-, tambi én es necesario
combatir, abrir hueco.

Negri, T.
Del retorno. Abecedario biopol ítico.
Debate, 2003

Negri, A. & Hardt, M.


El trabajo de Dionisos.
Akal (Cuestiones de antagonismo), 2003

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