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Algunas cuestiones disputadas sobre el anarcocapitalismo (III): la

inestabilidad de la minarquía

MIGUEL ANXO BASTOS BOUBETA02/11/2016

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Robert Nozick planeteó hace ya más de 40 años en su libro Anarquía, estado y utopía la
posibilidad de un estado ultramínimo, encargado solamente de la prestación de servicios
de seguridad y justicia, dejando las demás funciones, incluidas las de asistencia social e
infraestructuras, en manos del mercado o de la sociedad civil. Su tesis, explicada muy
brevemente, es que, de dejarse exclusivamente en manos privadas el suministro de
servicios de defensa y seguridad, al poco tiempo aparecerían agencias privadas
dominantes que se impondrían y se convertirían a su vez en monopolistas, con lo que
podrían, de esa manera, explotar al consumidor de tales servicios. Por lo tanto, si bien se
consideraba libertario, reconocía la necesidad de reservar el monopolio en la prestación
de estos servicios a los Estados, quienes, al menos supuestamente, podrían ser
controlados con instituciones diseñadas para tal fin. Al siempre cáustico Roy Childs le
faltó tiempo para denominar tal propuesta minarquismo y a sus defensores minarquistas.
También Ayn Rand años antes había expuesto ideas parecidas, pero dispersas a lo largo
de su obra y sin un tratamiento tan sistemático como el de Nozick. Sus seguidores, en
especial Tibor Machan, se cuentan sin embargo entre los mejores defensores de esta
doctrina.
Es conveniente precisar, antes de analizar la viabilidad del minarquismo, que tal
propuesta es radicalmente nueva en la teoría política. Es cierto que habían existido
históricamente Estados limitados en su alcance, esto es, con bajos impuestos y un
relativamente reducido nivel de intervención en la economía o en la sociedad, pero
nunca circunscritos exclusivamente a estas dos funciones. Estados Unidos, por ejemplo,
disfutó durante mucho tiempo tanto de unos impuestos bajos como de una libertad
económica y social muy amplia, pero mantuvo muchas otras funciones como la de la
regulación monetaria, las infraestructuras de transporte y, tímidamente al principio, la
educación forzosa. Esto es, tenía competencia sobre muchas de las funciones que hoy
prestan los modernos Estados, sólo que aún poco desarrolladas, pero con la evidente
posibilidad de poder extenderlas en el futuro, como así aconteció. El ideal de Estado
pequeño y limitado, el Estado del 5% que ha propuesto el profesor Rallo en alguna
ocasión, es el ideal del liberalismo clásico. Es una postura política legítima y puede
perfectamente ser defendida, pero tiene un problema, que es el de justificar teóricamente
la existencia de intervención en otros ámbitos distintos de la justicia y la defensa. La
defensa de la intervención estatal desde postulados socialistas o socialdemócratas es ya
bien conocida, pero no conozco justificaciones liberales de la misma. El minarquista lo
sabe bien y por eso justifica la intervención en sólo esos dos ámbitos., pero incluso esta
defensa entiendo que presenta problemas.
El primero, y no menor, es el de definir con precisión que es lo que se entiende por
seguridad o defensa. Partiendo de un Estado justificado sólo en la defensa se puede
construir un Estado al menos tan grande como el actual, sólo que en vez de justificarlo
en la igualdad o en los bienes públicos se justificaría en las necesidades de seguridad de
la población, entendida esta de forma laxa. Por ejemplo, autores como Barry Buzan o
Ole Waever, que se asocian a la llamada Escuela de Estocolmo y especialistas en
defensa como Lock Johnson defienden la intervención estatal para justificar, por
ejemplo, la seguridad alimentaria o la seguridad de recursos naturales para poder
afrontar un conflicto en debidas condiciones. También justifican políticas sociales y
monetarias para defender la estabilidad social y así evitar disturbios internos. Lo mismo
ocurre con la sanidad pública en nombre de la seguridad de la población frente a plagas
o infecciones. El Estado debería suministrar las necesarias infraestructuras de transporte
también por razones de seguridad, lo mismo que el control de la inmigración en el país.
No digamos de la ciencia o la industria promovidas por causa del interés estratégico de
la nación. Tampoco la regulación de los medios de comunicación escaparía a tal
definición. Casi cualquier política podría ser definida en términos de seguridad. Algo
semejante ocurriría con la justicia, sobre todo si le sumamos el apellido social a la
misma.
El Estado minarquista basado en la justicia y la seguridad podría entonces ser tan grande
como el actual, salvo que se definiese de forma estricta a qué seguridad y justicia se
refieren, pero no he encontrado aún una definición más o menos clara de cuáles son los
límites de las mismas y cuántas intervenciones y gasto se podrían justificar en su
nombre. No hay límites de hecho a las intervenciones en tales ámbitos ni a lo que se
puede gastar en los mismos. Cualquier cantidad dada sería arbitraria y se correspondería
con una determinada definición de la provisión de dichos bienes. ¿Sería necesario tener
submarinos nucleares, aviones de caza, tanques de última generación o llegaría con
armas ligeras? ¿Usaríamos cárceles, trabajos forzados o multas para sancionar al
delincuente? ¿Cuánta defensa o justicia privada se toleraría? ¿Se permitirían los árbitros
y las formas de justicia no estatal? Son cuestiones que aún no he visto bien definidas en
el argumentario minarquista.
Otro punto que encuentro problemático es el del alcance espacial de la minarquía, esto
es, cuántas minarquías serían admisibles para sus teóricos (un Estado mundial, los
Estados actuales, miles de unidades políticas como en el siglo XIII...) y cuál sería la
escala mínima para permitirles existir.
La cuestión es relevante, porque la minarquía de Nozick surgiría desde una hipotética
anarquía y, por tanto, se constituirían Estados para eliminar el problema de agresión de
la agencia dominante. Nozick no especifica cómo de grande sería esta agencia de la que
nacería el prístino Estado minarquista. Entiendo que muchos defensores de esta doctrina
la plantean como una reducción de los Estados actualmente existentes a un nivel de
intervención mucho menor basado sólo en defensa y justicia, esto es, reducir el actual
Estado español a niveles muy pequeños. Pero ¿por qué tendría que ser así? Podríamos
imaginar miles de minarquías en competencia, sin límite numérico y con derechos de
secesión como los municipios de Liechenstein y organizadas en anarquía entre sí, lo
cual se parecería más a un modelo anarcocapitalista que al propuesto por Nozick. ¿O no
se permitiría la secesión y existiría un único Estado mundial? Esta cuestión tampoco la
he visto aclarada en los escritos minarquistas.
Por último, habría que discutir la factibilidad de conseguir llegar a una minarquía, es
decir, que los Estados actualmente existentes reduzcan su intervención y competencias
para alcanzar el ideal buscado. Se tacha muchas veces a la anarquía de utópica, no sin
cierta razón, no tanto por imposible sino por la dificultad de llegar a ella desde la
situación actual. Sería muy difícil convencer a la población de que cambie una situación
actual en la que, aún estando oprimida por tributos y regulaciones, disfruta de cierto
nivel de protección y bienestar atribuido al Estado (entiendo que erróneamente como
analizaremos en otro escrito), por una situación de anarquía en la que no sabe muy bien
qué se iba a encontrar. Y mucho más difícil aún convencer a los gobernantes de que
voluntariamente renuncien a su dominio por las buenas. Para el tránsito a una sociedad
de este tipo se requiere, por tanto, vencer la incredulidad de la gente y la resistencia de
los gobernantes. En cualquier caso, de darse sería una batalla ideológica que requeriría
de un grupo de iniciadores fuertemente motivados y convencidos dispuestos a gastar
tiempo y recursos y, en algunos casos, a sacrificar carreras profesionales e, incluso, en
casos extremos, la libertad o la vida. Para conseguir tal grado de motivación, el
resultado final tiene que compensar, y para facilitar cierta coordinación en la acción
debe estar dotado de cierta precisión. Irvin Schiff murió encarcelado por no querer
pagar impuestos, ninguno, pues los consideraba radicalmente inmorales. Pero no creo
que hubiera asumido el coste de ese castigo si el premio hubiera sido una rebaja en el
impuesto de sociedades.
La larga marcha a la minarquía cuenta con problemas semejantes a la de la anarquía.
Los minarquistas tendrían también que esforzarse en convencer a la población de
renunciar a los actuales sistemas de protección social y regulaciones laborales o de tener
que pagar peajes en las carreteras, por ejemplo, para adoptar mecanismos de mercado
cuyas ventajas a simple vista no son tan fáciles de percibir. Y tendrían también que
vencer la resistencia de los actuales gobernantes, que dudo mucho que aceptasen con
aplausos las propuestas minarquistas. De hecho, uno de los argumentos que se usan para
criticar al anarquismo es que sus propuestas son vistas como muy radicales por una
mayoría de personas, lo que aleja a muchos de la lucha por la libertad. No lo creo. Las
propuestas minarquistas, aun poco concretas y difusas, también son percibidas como
muy radicales (solo hay que preguntar qué opinión merecería entre gran parte de la
población abolir la educación, la sanidad o las pensiones públicas). El objetivo
minarquista no está detallado con precisión y probablemente a la hora de llevarlo a cabo
habría disputas sobre su alcance, como, por ejemplo, qué porcentaje de impuestos sería
admisible en una sociedad minarquista. No dudo del coraje de los minarquistas, muchos
de ellos verdaderos y valientes defensores de su ideal, pero sí cuestiono su operatividad
práctica a la hora de movilizar partidarios. La lucha por abolir la esclavitud fue por
abolirla por completo, no por mejorar la alimentación de los esclavos. Y en tal lucha se
consiguieron ambas cosas, porque los esclavistas se vieron obligados a ceder. Quizá la
mejor forma de conseguir la minarquía sea reclamar la anarquía. Si lo que se busca son
mejoras a corto plazo muy probablemente sería la estrategia más consecuente.

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