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18/1/2020 La muerte | Yo soy la vida eterna

YO SOY LA VIDA ETERNA

Esta joven del campo de concentración iba a morir a los pocos días; a pesar de
ello, cuando yo hablé con ella estaba muy animada.

-Estoy muy satisfecha de que el destino se haya cebado en mí con tanta fuerza, -
me dijo. En mi vida anterior yo era una niña malcriada y no cumplía en serio con
mis deberes espirituales.

Señalando a la ventana del barracón me dijo:

-Aquel árbol es el único amigo que tengo en esta soledad.

A través de la ventana podía ver justamente la rama de un castaño y en aquella


rama había dos brotes de capullos.

-Muchas veces hablo con el árbol, -me dijo.

Yo estaba atónito y no sabía como tomar sus palabras. ¿Deliraba? ¿Sufría


alucinaciones? Ansiosamente le pregunté si el árbol le contestaba.

-Sí.

-¿Y qué le decía?

Respondió:

-Me dice:

-Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida eterna.


Dr. Víktor Frankl

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Si el hecho de eliminar al Divino de nuestra vida debiera traducirse por una pérdida de
dinero, por mínima que fuese, reaccionaríamos de inmediato. ¡Es lamentable que nuestra
indiferencia no nos lleve a correr riesgo alguno!

El sol extiende sobre nosotros su resplandor, la tierra nos nutre; la sociedad humana, a
través de sus empresas de ramificaciones sin fin, satisface mejor o peor nuestras
innumerables necesidades.

Sin embargo, al no vincularnos conscientemente al Todo, ¡cuán gran vacío creamos en


nuestro interior! Mas, ¡ay!, en tanto esta verdad se nos escapa, proseguimos
tranquilamente nuestro camino, sin plantearnos preguntas; y como vivimos en la sociedad
de la abundancia, nos consideramos criaturas bendecidas por Dios.

¿Cómo hacer entender hasta qué punto nos perjudicamos con semejante actitud? A título
de de ejemplo, voy a relatar uno de mis sueños nocturnos. Perdí a mi madre cuando era
muy pequeño y crecí sin su presencia a mi lado.

Ahora bien, la noche pasada volví a verme de niño en una casa de campo al borde del
Ganges. Mi madre se ajetreaba en el interior.

Para una criatura, vivir cerca de su madre es algo completamente natural, y el


pensamiento de su presencia no ocupa en todo momento su mente. Por consiguiente, pasé
por delante de la habitación donde se encontraba sin pensar en ella.

De pronto, no sé por qué, cuando llegaba a la terraza me acordé de que estaba allí, muy
cerca; al instante corrí hacia ella y le hice mi pranam -saludo habitual en la India para
expresar respeto-. Me cogió de la mano y se limitó a decirme:

-Has venido.

Mi sueño, que concluyó en ese instante, me sugirió algunas reflexiones. Bajo el techo
familiar, un niño va y viene, diez veces al día, por delante de la puerta de su madre. Sabe
muy bien que está allí, pero actúa como si lo olvidase. ¿Le embarga un sentimiento de
carencia?

En cualquier caso, ella llena la despensa y le prepara la comida; cuando se duerme, está
junto a su cama y le abanica sin cansarse. Está atendido, vestido, alimentado. Única
diferencia: ella no le coge la mano, no le dice: «Has venido...».

No obstante, el día en que comprende plenamente el valor de tal contacto y tales palabras,
ya no aspira a otra cosa que a oír la voz de su madre y sentir el calor de su mano. Y si la
necesidad que tiene de ella no puede ser colmada, vaga de habitación en habitación, por la
casa tan bien provista de todo pero donde ya nada tiene para él ni encanto ni sabor.

En la sociedad actual, rara es la gente que sabe acercarse realmente a las personas o las
cosas que constituyen su entorno. Si bien en ocasiones presentimos la verdad de un alma
tras las apariencias, por lo general ocurre sin haberlo buscado. Sucede lo mismo incluso
con el ser más querido, con el cual compartimos nuestra existencia.

¡Cuántas veces conversamos con él en la intimidad! ¡Cuántas veces paseamos a su lado, en


el claroscuro del alba o del crepúsculo! Ahora bien, de todos esos momentos pasados

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juntos, acaso sólo uno emerge, un momento privilegiado en que nos sentimos en total
comunión con él.

Miles de individuos no han conocido nunca, en toda su vida, una unión profunda. Jamás se
han sentido cerca de nadie en el mundo y, nacidos en esta tierra, ni por un segundo han
establecido una estrecha relación con ella.

Sin embargo, no son conscientes de ello. Porque siempre están a punto para divertirse,
para distraerse, para charlar o discutir al capricho de los encuentros, porque comparten
con algunos las actividades y responsabilidades cotidianas, se creen ligados a todos. Que
tales relaciones carezcan, de hecho, de valor real es una idea que supera su entendimiento.
Rabindranath Tagore

Deseo del que cada uno participa también oración de quienes no oran: que la
muerte nos salga un día al encuentro repentina y suave de un instante a otro.
Más ligeros, más sueltos como gamos en las rocas
como peces en el mar viviríamos con la certeza de tener otorgado ese deseo

Kurt Marti

Sintiéndome desposeído de mi madre no podía ya soportar un mundo


absolutamente vacío para mí. Yo amaba a mi madre como el más querido
amigo de la tierra. Sus hermosos y consoladores ojos negros habían sido
siempre mi seguro refugio en todas las insignificantes tragedias de mi niñez.

Paramahansa Yogananda

La muerte es el final de la vida pero es el no tener vida, es reconocer que


nuestra vida es finita, que llega un momento en que se acaba. Podríamos
incluso no hablar de muerte, sino hablar de una vida que tiene un principio y
un final. Hay gente que se acerca a la idea de la muerte con mucha
naturalidad y que puede hablar de ella, que puede hablar con sus amigos y
pensar en ella tranquilamente, y hay gente que no.

Es una ayuda enorme para los familiares y los médicos que cualquier persona
deje sus intereses por escrito cuando está lúcido, cuando es capaz y diga:
«Estos son mis intereses» y después nosotros lo que tenemos que hacer es
respetarlos, sino corremos el peligro de que nuestros intereses, las
decisiones las tome un médico, puede ser que ese médico tenga unos
criterios muy diferentes de los tuyos. El testamento vital nos permite de
alguna manera dejar esas decisiones por anticipado.

Se ha perdido un poco el aspecto más humanístico, nos parece que nos


quedamos como obnubilados con la grandeza técnica, diagnósticos,
tratamientos, terapéutica y nos olvidamos de las personas. Entonces todos
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los diagnósticos, tratamientos, terapéutica van dirigidos a alargar la vida,


curar la enfermedad, entonces la muerte se retira, el final de la vida no
existe, parece como que es el fracaso de la medicina.

En el momento en que los médicos consideran que la muerte es el fracaso de


la medicina, lo que hacemos es evitarla. Evitarla, no existe debajo de la
alfombra, y olvidamos que también uno de los fines de la medicina es ayudar
a morir.

Dra. Carmen Santos

Mi madre Elsie Hines tuvo una relación muy estrecha con Dios toda su vida.
Creía que nuestra verdadera identidad es espiritual y eterna. Era como si su
fe en Dios la hubiera preparado para la muerte durante toda su vida. A los
setenta y ocho años, le diagnosticaron leucemia.

El médico quiso que iniciara una quimioterapia, y ella le dijo que esperara
tres días y luego le comunicaría su decisión al respecto. Al igual que con
todas las demás cosas de su vida, rezó a Dios pidiéndole que la ayudara a
tomar la decisión. Tres días más tarde, le comunicó al médico que había
decidido no someterse a la quimioterapia y le explicó que había llegado a esa
decisión a través de la oración. La familia la respaldó en su decisión y luego
también la apoyó el médico.

Mi madre empezó entonces a hacer disposiciones para su funeral. Me dijo


qué ropa deseaba llevar puesta. También quería que su peluquero la peinara
con determinada forma. Dado que iba a ser un funeral con ataúd abierto,
quería que colocaran su cabeza en tal posición que no se viera un bulto que
tenía en la nariz y siempre había detestado; hasta giró la cabeza para
mostrar la posición exacta que quería. Mi madre tenía un excelente sentido
del humor durante sus últimos meses de vida.

Fue en este tiempo cuando recibí uno de los mayores y mejores regalos que
jamás había podido hacerme mi madre, quien me dijo:

-Cuando yo muera, nunca pienses que no hiciste lo suficiente por mí, ¡porque
lo has hecho!.

Sentí que éste era uno de los regalos más liberadores que pudiera recibir
cualquier hijo adulto.

Más adelante, mi madre debió ser internada por una septicemia, y empezó a
sufrir algunos dolores. Tomó la decisión de volver a su casa y dejar de recibir
transfusiones de sangre y medicamentos analgésicos. Cuando llegó
nuevamente a la casa, se sentó y tomó un poco de sopa casera que ella
misma había preparado y guardado en el congelador. Esa tarde, después de
dar las buenas noches a sus familiares y de rezar con ellos, desconectó su
tubo de oxígeno en un momento en que la enfermera que la cuidaba por la
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noche salió de la habitación. Cuando se descubrió lo que había hecho, la


enfermera alertó a los miembros de la familia, que se apresuraron a acudir al
lado de mi madre para darle su último adiós. Ella había muerto a su manera;
no podía esperar para reunirse con Dios.

Mi madre me enseñó que tengo mucho que hacer todos los días. Me enseñó a
trabajar con empeño, a liberarme de todo tipo de control y a dejar que Dios
tome mis decisiones. Me enseñó la importancia de la oración diaria y la paz
que se obtiene cuando uno confía, tiene fe y entrega su vida a Dios.

Linda Ryan

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