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Cátedra: Elias Palti


Teórico 02: 17-06-2014
Tema: López y Lastarria
Profesor: Elias Palti
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Profesor: Vamos a terminar hoy con López. Lo que estamos viendo


básicamente es cómo en la segunda mitad del siglo XIX el lenguaje romántico
empieza a contorsionarse. Digamos, a mí no me importan tanto las ideas de Alberdi
o Mitre o quién sea, a mí lo que me interesa es cómo a partir de ellos yo puedo
reconstruir un tipo de discurso político que se impuso en un determinado momento y
cómo ese discurso se fue transformando a lo largo del tiempo. En el caso de Mitre y
López nos sirve para ver cómo ese lenguaje romántico entra en crisis en la segunda
mitad del siglo XIX. Mitre y López muestran dos líneas distintas por las cuales ese
universo conceptual romántico se va a empezar a problematizar. En el caso de Mitre
cuando empieza a introducir un elemento de indeterminación en el origen de la
nacionalidad. La idea historicista presupone que existe un núcleo formativo
originario que despliega una nacionalidad. La historia no es simplemente una
sucesión de hechos, sino que se supone que hay una serie de principios que están
operando y articulando esos acontecimientos en una unidad de sentido orientadas
hacia la realización de un fin. Esto presupone ya un núcleo primitivo a partir del cual
ese proceso se despliega.

Bueno, de alguna forma Mitre se empieza a apartar de ese modelo, empieza a


plantear cómo se constituye ese propio germen primitivo, que era una premisa del
pensamiento romántico, y como tal aparece como algo dado. Y esto entonces vemos

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que lo lleva a oscilar entre la historia y entre aquello que precede a todo proceso
histórico. Hay una oscilación entre el ámbito objetivo de la historia y el subjetivo. Y
esta concepción histórica está asociada a cambios conceptuales y también a
problemas históricos más concretos que él está enfrentando. Va a enfatizar en todo
momento esta dimensión política en la articulación de los sentidos de identidad
nacional, y esto tiene que ver con el contexto en el que él está escribiendo su historia
de Belgrano, producto de la crisis de 1874 donde él se va a embarcar en un proyecto
insurreccional.

Con López ese concepto historicista también se va a problematizar, pero ya a


López no le interesa tanto el problema del origen. Su concepto va a privilegiar el
segundo aspecto propio de todo concepto organicista: el concepto de totalidad
orgánica. La idea es que todo organismo constituye un sistema integrado. Es eso lo
que él va a empezar a cuestionar, y va a empezar a cuestionar la idea romántica de
pueblo como una totalidad homogénea. Para él lo que existe es una diversidad de
grupos funcionales, es decir, toda sociedad es constitutivamente heterogénea.
Entonces, el eje de su reflexión se va a situar en esta antinomia entre la naturaleza
plural de la sociedad y el carácter unificado y centralizado del estado. Él va a ver esa
relación como una contradicción. Aquello que hasta ahora vimos que era lo que
proveía el estado a la sociedad, el estado le otorgaba a lo social ese principio de
unidad que constituía a la comunidad como tal, ese era justamente el trabajo de la
política. Él ahora lo va a ver como señalando un desfasaje inherente y constitutivo:
nunca el estado puede dar cuenta de esa heterogeneidad como tal, justamente por esa
demanda de unidad y homogeneidad que supone todo sistema político.

Estudiante: (Inaudible)

Profesor: El estado debe reducir la heterogeneidad a un único principio. Él lo


que busca es eso: cómo pensar un sistema político que dé cuenta de esa
heterogeneidad sin destruirla como tal. Les leo una cita:

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“Un poder ejecutivo independiente de la opinión pública librado a los


consejos de su propia prudencia o a las afinidades de su predilección será siempre
un poder personal que tendrá en las propias atribuciones que lo hacen
independiente de la facultad de divorciarse cuando le convenga y quiera de la
opinión pública del país que gobierna. El poder ejecutivo de un país libre debe estar
organizado de modo que en todos los instantes de su existencia tenga que ser
flexible en su composición y en sus actos ante las exigencias de la opinión pública.
Y la independencia de ese poder ha venido a ser contrario a todos los principios de
la política liberal porque equivale a sustraerlo de la acción coercitiva del país que
lo elige. Es imposible que el poder ejecutivo tenga una esfera propia de acción y
que quede librado en ella el arbitrio de los funcionarios...”

La idea es tratar de lograr que el sistema político se identifique con la


sociedad. Toda institucionalización presupone un grado de rigidez y eso supone un
divorcio permanente respecto de la sociedad. ¿Cómo lograr un sistema político que
no se separe de la sociedad sino que forme parte integral de la misma? Digamos que
él va a llevar hasta sus últimas instancias algo que era propio del siglo XIX. Si en el
período clásico se va a enfatizar la naturaleza trascendente del poder, en el siglo
XIX lo que se va a buscar es todo lo contrario: borrar todo vestigio de trascendencia.
Esa distinción entre política y sociedad se va a ver ahora como perversa. Y lo que se
va a buscar ahora es todo lo contrario, que el sistema político y la sociedad sean uno.
Eliminar toda distancia entre el sistema político y la sociedad. Todo vestigio de
trascendencia lo único que hace es hacer manifiesta la existencia de relaciones de
poder, y eso se va a ver a partir de la era de las revoluciones como algo incompatible
con el concepto republicano. El problema fundamental es cómo confrontar la
evidencia de que la constitución de todo orden político supone la partición de la
sociedad, la división de la sociedad entre gobernantes y gobernados. La institución
de un sistema propiamente republicano se va a entender como un sistema en donde
se borren las relaciones de poder, y que la distancia entre el estado y la sociedad se

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elimine. Ese es el ideal de una identidad sustantiva entre ambos. Acá vemos cómo
cambia la idea de representación, se pasa de la idea de una representación-mandato a
una idea de representación-expresión.

El problema que ve López es que ese ideal de representación es que mientras


el estado siga funcionando en una esfera separada de la sociedad esa
incompatibilidad entre ambos no se puede eliminar, porque la sociedad y el estado
funcionan sobre bases lógicas distintas. El estado tiende a unificar y a perpetuar en
el tiempo aquello que por definición escapa a toda institucionalidad: la opinión
pública. La singularidad, lo contingente, inexpresable políticamente, ahora no se
sitúa en el origen como para Mitre, sino que se sitúa en el presente, en la propia
heterogeneidad de la sociedad y la mutabilidad de las opiniones.

Y esto tiene que ver con las dos características fundamentales. Lo que resulta
inexpresable es el concepto mismo de soberanía popular. Esa inexpresabilidad de la
soberanía popular está inscrita en su propio concepto, “la soberanía”, dice, “es por
definición indivisible, y por más independencia que se dé a los poderes públicos de
una nación, la tendencia natural de las cosas sociales ha de hacer fatalmente que el
acto de gobernar pertenezca por entero a uno de esos poderes”. Y es también
indelegable. Si yo delego la soberanía dejo de legislar. Dice: “si el pueblo es el
dueño nosotros empezaremos por conceder a los adversarios de nuestra doctrina que
él puede dejar abandonado si quiere el poder de gobernarse que le corresponde. Pero
en todo caso ellos deben concedernos a nosotros que delegando los derechos de esta
manera el pueblo deja de ser libre. Ahora pues, si la cuestión vital del gobierno libre
es mantener la opinión común en el poder para que ella misma se gobierne, es
evidente que se habrá obtenido el resultado opuesto al que se busca en una
constitución liberal. Todos los poderes pertenecen en una república democrática a la
opinión pública”.

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Lo que se trata es de que la sociedad se gobierne a sí misma. Y eso no se


puede hacer por el mecanismo de voto, porque, como dice, “votar es designar a los
que gobiernan, y como la verdadera cuestión de un pueblo libre es gobernarse a sí
mismo a nadie puede ocurrírsele que un resultado como ese no puede obtenerse sino
cuando el país se reserva en el seno de su opinión pública el poder bastante para que
sus agentes sean dirigidos por ella y le den al gobierno lo propio que apetece”.

Entonces, la idea es cómo lograr un modo de institucionalidad que no haga


violencia sobre la sociedad sino que la exprese. Y la solución que va a encontrar es
en principio la forma más característica del gobierno de sí: el municipio, la
institución municipal. Es ahí en donde se articula un sistema político propiamente
orgánico que acompaña los vaivenes de la opinión pública, que se identifica sin más
con la sociedad y con los distintos elementos que componen esa sociedad. López
retoma aquí la diferencia entre la lengua orgánica y la inorgánica. En la lengua
inorgánica las palabras son rígidas e independientes entre sí, mientras que en una
lengua orgánica los términos se articulan mutuamente de modo que resulten
complementarios. Y dice que lo mismo ocurre con la municipalidad en el plano
político, ella permite articular un sistema política orgánico que acompañe a los
vaivenes de la sociedad.

Todavía él hace un planteo crítico en términos compatibles con el modelo


republicano clásico. Va a ser recién en las décadas del 70 y del 80. Cuando se va a
producir el debate con Mitre, que radicalizará su crítica. En este primer momento
todavía se inscribe dentro de lo que nosotros habíamos llamado “el concepto forense
de la opinión pública”. Él sigue pensando a la opinión pública como un tribunal, y la
contradicción la plantea en términos de la mutabilidad y la riqueza de esa opinión
pública frente a la rigidez del sistema política. Es en los años 70 donde él va a
plantear una idea más fuerte de la sociedad civil.

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Entre el año 1871 y el año 1873 va a sesionar la asamblea constituyente de la


Provincia de Buenos Aires, porque entre 1859 y 1862 va a estar separada la
confederación y al Provincia de Buenos Aires y la reunificación de 1862 supuso una
revisión de la carta constitucional de 1853. La Provincia de Buenos Aires propuso
como condición una serie de reformas, y esa fue la constitución nacional. Ahora, la
Provincia sanciona su propia constitución. Y ese debate va a ser un debate muy
importante, muy intenso, donde van a participar todas las figuras políticas del
momento. De hecho tuvo repercusión fuera de la Argentina. Y la intervención de
López ahí va a ser algo errática, pero va a anticipar una serie de temas que después
del 80 se van a terminar convirtiendo en los ejes del debate político. Y es ahí donde
no va a plantear el problema de la irrepresentabilidad de la sociedad no sólo en
términos de variabilidad, sino que ahí va a hacer ya una crítica más aguda y radical a
la idea misma de pueblo. En el contexto de los debates sobre sistemas electorales lo
que él va a plantear es que las ideas y las opiniones no son más que aspectos
circunstanciales. Uno piensa una cosa hoy y mañana otra, pero eso no es lo
constitutivo de la sociedad. Lo que es constitutivo de la sociedad no son las
opiniones sino los intereses. Entonces va a decir que lo que hay en una diversidad de
intereses, y eso no es una cuestión meramente fáctica sino inherente. Las sociedades
son constitutivamente heterogéneas. De hecho, esta entidad que se llama “pueblo”
tampoco existe. Lo que existen, dice, son las clases y estas clases tienen sus
intereses particulares, intereses que no siempre están de acuerdo con los intereses
del mayor número, que es lo que se llama “soberanía del pueblo”. Lo que están en
cuestión ya es el mecanismo mismo de la elección fundada en el principio de la
representación mayoritaria. Toda elección, si se impone la mayoría, deja de lado
otras expresiones sociales.

Él busca entender cuáles son los mecanismos por los cuales dar cuenta de esta
heterogeneidad. Él hace una serie de propuestas. Por ejemplo: adscribir una de las
cámaras a una clase social. Esta propuesta no se va a terminar aprobando, va a ser

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desechada, pero el núcleo del concepto político que empieza a desarrollar a partir de
ahora de cómo volver representable esa heterogeneidad no va a poder ya ignorarse
simplemente, en la medida en que la idea romántica de pueblo se iría viendo como
insostenible. El modo en que él encuentra para hacerlo va a ser justamente el trabajo
de la política, que sería un dispositivo para convertir estas diferencias estructurales y
traducirlas en el plano de la opinión pública. La cuestión para él se va a plantear en
términos de cómo convertir esa diversidad de intereses en el ámbito del discurso
político en diferencias de opiniones.

El punto fundamental es que este concepto político está a la base de las


diferencias historiográficas con Mitre. Esta visión más compleja de la sociedad y de
la política tiene que ver con su crítica a Mitre de que él unifica fenómenos muy
distintos entre sí, incluso hechos claramente contradictorios. Esto tiene que ver para
López con un concepto de Mitre que no solo pierde de vista la heterogeneidad de lo
social, sino también la heterogeneidad de los procesos históricos. Y eso también se
va a traducir en el plano de su concepto historiográfico. López ve la historia
irreductible a un único principio, y en esto también él ve la base de todos los
problemas políticos. Esa tendencia a las revoluciones de Mitre están, para López,
asociadas a su idea de la existencia de una Verdad de lo social. Mitre, dice, piensa
que la nación se identifica con unos principios que son objetivos, y, de hecho, son
esos principios los que él invoca para justificar sus alzamientos revolucionarios. Él
pretende hablar en nombre de la nación y de los verdaderos valores de la nación. Lo
que López busca, justamente, es dislocar ese concepto de verdad, señalar que no
existe una verdad sino pluralidad de opiniones, tanto respecto de la sociedad como
respecto de la historia. Él lo que busca es recrear es esa riqueza y diversidad de
pareceres que se dan en todo proceso histórico. Él dice que Mitre piensa la historia
como si fueran cuestiones matemáticas, como una ciencia exacta que obedece a un
único principio. López, en cambio, afirma que la historia es todo lo contrario. “Su

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verdad consiste en la lucha y el debate. Las causas son fenómenos morales que no
tienen nada de estable como el número y la línea”.

Él parte de una concepción de la sociedad como algo que se constituye


estratégicamente y es ese mismo concepto el que lo traduce al plano histórico. La
historia dice que siempre es historia de partidos, porque siempre la escribe un
hombre que tiene una intención y un interés, y lo que se trata es de reconstruir esa
diversidad que es constitutiva de todo proceso histórico. Y esto explica por qué la
visión de López a Mitre le va a parecer subjetiva y arbitraria. Justamente porque lo
que busca López es destacar aquello que Mitre no alcanzaría a entender: esta
heterogeneidad de lo social y de todo proceso histórico.

Como vimos, ambos van a ser particularmente lúcidos en enfocar cuál es el


núcleo de sus divergencias respecto del otro, cuáles son los puntos críticos que
distancian las perspectivas de uno y otro. Aún cuando no sea realmente así, es cierto
que vista desde las perspectivas de Mitre el concepto histórico de López luce como
subjetivo y arbitrario, e, inversamente, visto desde la perspectiva de López el
concepto histórico de Mitre aparece como sumamente lineal y homogéneo, aunque
como vimos esto no fuera necesariamente sea así.

El punto, de todos modos, es que, más allá de las diferencias entre Mitre y
López, todo esto a su vez nos está hablando de cómo en la segunda mitad del siglo
XIX empieza a deshilacharse el concepto historicista romántico. Empiezan a
aparecer una serie de problemas que son ajenos al modelo genealógico originario.
Pero para entender esto hay que apartarnos de las dicotomías tradicionales de la
historia de ideas. Que ellos se aparten del historicismo romántico de ningún modo va
a significar que volvieron a un concepto ilustrado. La historia no es un giro
permanente en el vacío entre dos principios eternos. Se van a empezar a plantear
problemáticas nuevas que van a demandar la resignificación de todas las categorías

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políticas fundamentales: los conceptos de representación, soberanía, sociedad,


opinión pública se van a ver redefinidos.

Esto acompaña la llegada del positivismo y sus cambios. Donde se estudió


este fenómeno de la difusión del positivismo fue sobre todo en México. Hale fue
quien escribió un libro clásico al respecto, quien fue también quien escribió el
capítulo de la historia de ideas del siglo XIX en la historia de América Latina de la
Cambridge, que es como el manual de la historia de ideas para América Latina. Y él
retoma un poco el esquema que plantea que, mientras que el liberalismo de la
primera mitad del siglo XIX fue una ideología de combate, en la segunda mitad se
convirtió en una ideología del orden. Bueno, esto hay que ubicarlo en el contexto de
México, donde hubo una gran lucha entre liberales y conservadores, que terminó
dando lugar a una guerra civil, las Guerras de reforma, que van a terminar con la
intervención francesa. Francia va a ocupar México y va a imponer un emperador que
va a gobernar cinco años. Fue una guerra muy sangrienta que duró más de 10 años, y
que termina con el triunfo del liberalismo y el partido conservador va a quedar
identificado como enemigos de la patria desde el momento en que se van a haber
aliados con los franceses para ocupar el país.

Bueno, partiendo del modelo mejicano él va a plantear que ello cambió


fundamentalmente en la segunda mitad del siglo XIX, con Porfirio Díaz. Éste surge
como un líder liberal que luchó contra los franceses. Él se va a levantar contra
Benito Juárez con la idea de sufragio efectivo contra los intentos de reelección de
Juárez. Y una vez que él sube al poder es reelegido siete veces consecutivas, va a
quedarse más de 30 años en el poder, y va a terminar siendo revocado por la misma
consigna con la que él subió.

Entonces, lo que él dice es que en la segunda mitad del siglo XIX liberalismo
se convierte en la ideología que acompaña estos intentos de instauración de estados
centralizados y fuertemente autoritarios. Digamos que el positivismo marca una

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suerte de giro conservador en la tradición liberal latinoamericana. Ahora, así


planteado es un poco problemático de pensar, incluso dentro del propio esquema de
Hale. Así planteado resulta bastante básico y elemental. Conservadores también
hubo en la primera mitad del siglo XIX y revolucionarios siguieron habiendo en la
segunda mitad del siglo XIX. Lo que cambia en realidad de un período a otro es
cómo se empiezan a redefinir esos mismos conceptos: qué significa ser liberal o
conservador, cómo se recortan esas líneas de fisuras en los sistemas políticos, a
partir de qué pautas se va a decir que alguien es conservador o liberal. Para tomar un
ejemplo actual. ¿Qué significa hoy ser conservador? Hoy nadie es conservador por
estar en contra del sufragio universal, lo que hoy define ser conservador o no son
otras cosas. Esos ejes van cambiando históricamente. Para usar un término algo
pretencioso: se produce una partición del universo político a partir de nuevas
coordenadas. Se trata de entender cómo se modifican las coordenadas mismas. Y
como les decía, no es al nivel de las ideas donde se encuentran estas diferencias,
sino que hay que reconstruir una discursividad política.

Hay un texto que ustedes tienen que fija de alguna forma la visión estándar
sobre el positivismo en general, que es el libro de Kolakowski. El positivismo va a
acompañar en la segunda mitad del siglo XIX la segunda revolución industrial,
donde se incorporan nuevas formas de energía, y eso provoca un gran desarrollo
técnico y científico. Por estos años surgen un montón de disciplinas nuevas que van
a generar las teorías de los campos magnéticos que van a dar la termodinámica.
Toda una serie de desarrollos que culminan en 1905 con la teoría de la relatividad de
Einstein. En medicina se produce la revolución médica de Pasteur. Hasta 1870
todavía los métodos básicos de curación eran las sangrías y las cataplasmas. Les
ponían las sanguijuelas a los enfermos para sacarles la sangre supuestamente
contaminada, y esa era la base de toda la ciencia médica.

Todos esos cambios van a impactar al nivel del pensamiento político y el


positivismo se va a reivindicar a sí mismo como una visión científica de la sociedad.
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Lo que se trata es de aplicar los métodos de las ciencias naturales al estudio de las
sociedades. Y se piensa que se pueden modelar las sociedades del mismo modo en
que se puede dominar la naturaleza. El positivismo, para Kolakowski, se va a definir
a partir de una serie de reglas. La primera es la regla del fenomenalismo: atenerse a
los fenómenos y dejar de lado todo planteo metafísico, remitirse a lo observable. La
regla del nominalismo, que supone que todo saber formulado en términos generales
debe remitir siempre a los objetos singulares, casos particulares que son los únicos
susceptibles de conocimiento científico. La negación de todo valor cognoscitivo a
los juicios de valor y a los enunciados normativos, remitirse a lo dado sin pronunciar
juicios. Eso sería distinguir el conocimiento científico de la ética. Y la otra es la
unidad del método, que los métodos de la ciencia son universales y por lo tanto se
aplican a los diversos campos de la realidad, el método inductivo es el único valido
tanto para la historia como para la física.

Esta visión del positivismo tiene un problema, que se aferra demasiado a lo


que los propios positivistas planteaban sin tomar en cuenta lo que efectivamente
hacían. No se trata del viejo tópico de la distancia entre lo que dicen y lo que hacen,
sino que lo que hacen nos permite entender mejor qué entendían por aquello mismo
que decían. Si de lo que se trata es aplicar los métodos de la ciencia al campo de la
historia hay que ver qué modelos de ciencia tenían ellos en mente en ese momento.
En este sentido es fundamental entender que hay dos etapas dentro del positivismo.
El que acuña el término “positivismo” va a ser Comte en la primera mitad del siglo
XIX. En la segunda mitad del siglo XIX quien va a difundir el positivismo va a ser
Spencer, quien se va a convertir en el filósofo más respetado de ese tiempo. Hoy
nadie lo estudia, pero en ese momento se lo consideraba el pensador más grande de
la historia, que había logrado una visión integral del universo, un sistema más
coherente y moderno que el hegeliano inclusive, y que articula los distintos campos
del saber. De hecho, tiene una obra enorme, en la que desarrolla un concepto
evolucionista universal. Esto nos va a servir para entender mejor lo que vimos antes

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con Mitre y López. Nos muestra cómo el concepto mismo de organismo se había
entonces modificado respecto de la mitad de siglo precedente, y también la idea de
teleología implícita en aquél. Spencer tiene una gran obra que se llama “Los
primeros principios” que va a ser la que sintetiza su concepto filosófico. Está claro
que esos primeros principios él los toma de la ciencia pero de ciertas ciencias, parte
de ciertos desarrollos científicos específicos contemporáneos. Una influencia
fundamental para él no van a ser tanto los avances en el campo de la biología, como
para el pensamiento historicista, sino la termodinámica. De hecho, sus primeros
principios están tomados de las leyes de la termodinámica. La termodinámica es la
ciencia que estudia los desplazamientos de energía. En los años 50 se establecen sus
leyes fundamentales, que son primero la persistencia de la energía, que la energía en
el universo es constante; y que hay un proceso constante y uniforme de disipación de
energía. Es decir: si nosotros tenemos una taza caliente de café el calor se va a
disipar y el café se va a poner a temperatura ambiente. Lo mismo pasa a escala
cósmica con los soles y las estrellas. Hacia fines de siglo de esto se van a sacar
consecuencias negativas: la perspectiva de la muerte térmica. A muy largo plazo,
cuando toda la energía se distribuya homogéneamente va a haber mucho frío, no va
a haber posibilidad de vida.

Bueno, la ley de la entropía es eso. Tiene varias formulaciones, pero la idea


es que el grado de indeterminación en el universo aumenta permanentemente. Pongo
un ejemplo: si nosotros tenemos una caja dividida a la mitad por una pared, pero que
se comunican las dos mitades. Si tiramos un gas adentro se va a distribuir
parejamente a los dos lados de la pared de la caja. Eso tiene que ver con una
cuestión estadística: la distribución de las moléculas tiende a ser homogénea. Si
nosotros tiramos una moneda al aire tenemos un 50% de posibilidades de que salga
cara y 50% de que salga cruz. Si tiramos dos tenemos un 25% de que salgan las dos
caras, 25% que salgan las dos ceca, y 50% de que salgan una cara y una ceca. Si
multiplicamos las monedas la distribución pareja de caras y ceca va a crecer

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exponencialmente, y en un determinado punto es casi inevitable que termine


saliendo una distribución pareja. Ese es el estado más estable. El sistema tiende
siempre a ir a ese estado original, como en el péndulo es la posición vertical. Ese es
el estado más estable, pero a la vez más caótico molecularmente, porque nosotros no
le ponemos número a las monedas no podemos identificar el estado del sistema a
nivel molecular, ése es el estado que nos brinda menos información. Lo mismo
ocurre si tiramos una gota de tinta en agua, no sabemos cómo se va a desplegar la
mancha de tinta, pero sí sabemos cuál va a ser el estado final: una solución
homogénea azul clara.

La termodinámica del siglo XIX va a ser teleológica, en el sentido de que va


a estar orientada a esos estadios finales que son los más estables y los más
deterministas. El modo en que se llega a eso es siempre caótico. Sólo en el siglo
veinte se van a desarrollar modelos matemáticos y conceptos físicos que permitan
estudiar los procesos aleatorios como son esos estados alejados del equilibrio. Como
les decía: de ahí, de la termodinámica del siglo XIX, es de donde Spencer extrae sus
primeros principios que para él constituyen leyes universales de la evolución, que se
aplican tanto al universo físico como al histórico social. Este ya no es el concepto
organicista donde el énfasis estaba puesto más bien en el origen, sino que acá va a
estar puesto más bien en la dimensión teleológica de los estados finales. La primera
de las leyes que define Spencer en Primeros principios es, precisamente, la de la
persistencia de la energía. Es, para él, el carácter cerrado del universo el que define
la determinabilidad de los procesos. Volviendo al ejemplo anterior, si la caja
estuviera abierta al exterior, el sistema se volvería siempre caótico. Lo que garantiza
que sea estable es el hecho de que se trata de una caja cerrada. La termodinámica del
siglo XX va a empezar a estudiar lo que se llaman la estructuras disipativas, que se
encuentran abiertas al intercambio de energía con su entorno. Pero la termodinámica
del siglo XIX piensa al universo como un universo cerrado.

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Bueno, la segunda ley es el paso de lo homogéneo a lo heterogéneo y de lo


simple a lo complejo, que según él se va dando mediante la disipación de energía y
solidificación de la materia. Es decir que los sistemas se vuelven más complejos y al
mismo tiempo más estables. Lo mismo se daría en las sociedades: se van volviendo
más complejas pero al mismo tiempo más estables.

Y esta sería la tercera ley: el paso de lo inestable a lo estable. Esta visión


explica también este proceso de complejización del concepto romántico
evolucionista. Así como el romanticismo va a quebrar el supuesto de un único
momento institutivo originario y va a desplegar temporalmente ese origen, en la
segunda mitad del siglo XIX ese concepto historicista va a cambiar, y el gran
cambio que va a producirse va a ser, por un lado, que se quiebra la idea del
determinismo de los orígenes, y, por otro, que se empieza a desagregar la idea de lo
social, se pasa de la idea de pueblo homogéneo, a la idea de sociedad civil como una
entidad heterogénea. Lo que cambia es el concepto mismo de organismo. Una
sociedad orgánica empieza a pensarse como una sociedad heterogénea, compleja,
pero al mismo tiempo, y por ello mismo, mejor integrada y estable.

Como habíamos visto, esto va a suponer una redefinición de los conceptos de


representación política, y, en definitiva, cuál es el sentido y la función de la política.
Aquí vamos a ver como con el positivismo surge un nuevo vocabulario político ya
sobre bases distintas al tipo de biologismo historicista de la primera mitad del siglo
XIX. Uno de los problemas de la oposición entre mecanicismo y organicismo es que
presupone que el concepto organicista es uno y que tiene una definición clara y
evidente, por lo que bastaría con decir que algo es organicista para que todos
entendamos ya de qué se trata. Y en realidad al decir eso todavía no dijimos nada, lo
único que hicimos es poner un nombre vacío, si ningún contenido aún, lo que se
trata, justamente, es de entender que entendía cada uno por organicismo. Decir que
es organicista no nos aclara qué entendían ellos con eso, cómo concebían ellos un
modelo de sociedad orgánica. En este caso vamos a ver a Lastarria para tratar de
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entender a partir de él cuál es el concepto de sociedad orgánica que ya está


funcionando en la segunda mitad del siglo XIX y cuáles son los problemas que el
mismo va a plantear.

Hacemos la pausa acá.

(Pausa)

Profesor: Lastarria va a ser un miembro de la elite letrada chilena, va a ser


rector de la universidad de Chile. Este nos revela cómo surge una nueva visión de lo
social, distinta de la romántica, y que es la que va a hacer estallar el debate en torno
a sistemas electorales. Básicamente, la idea de que hay que representar la
heterogeneidad social supone trascender el criterio electoral puramente numérico. La
idea es que la expresión de los distintos intereses sociales no se puede reducir a una
cuestión aritmética, que esto tiene más que ver con cómo está constituida la sociedad
y cómo hacer para que esa constitución social esté expresada en el mecanismo
político más allá de la elección formal de los funcionarios. Digamos que el problema
electoral es un problema constitucional y no meramente numérico.

Como vimos, el romanticismo cambia la idea de representación, de una


representación-mandato a otra de representación-expresión. Esta ultima se sostenía
en el supuesto de la existencia de una suerte de armonía espontánea entre la sociedad
y el sistema político. El sistema político y la sociedad eran ambas parte de un mismo
proceso evolutivo. En fin, las sociedades crean los sistemas políticos a su imagen y
semejanza. Por eso para el romanticismo la coincidencia entre estado y sociedad
venía de una forma siempre dada y el garante de eso era la propia historia.

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La quiebra del concepto unificado de pueblo va a problematizar también este


concepto. Esta sincronía entre sistema político y social ya no se va a poder pensar
como un fenómeno espontáneo que esté garantizado por las propias leyes históricas,
sino que ahora va a demandar un trabajo que sería el trabajo propio de la política, el
asegurar esa armonía entre Estado y sociedad.

Este problema aparece ya muy tempranamente en Lastarria. En este sentido


es un precursor en cuanto a que instalará ciertos temas que van a aparecer como
problemas algo más tarde en la segunda mitad del siglo. En 1846 produce un escrito
que se llama “Elementos de derecho público constitucional teórico positivo y
político” donde plantea la necesidad de una reforma política. Este proyecto de
reforma va a estar también asociada a una elección que hubo en 1851. En Chile
estaba el Partido conservador en el poder. Lastarria era parte del Partido Liberal, que
desconoce la elección de Montt, y produce un alzamiento que va a ser derrotado.
Con el tiempo en Chile el Partido Conservador, a raíz de este levantamiento, va a
establecer una alianza con el Partido Liberal y juntos se va a repartir el poder. Pero
en ese momento a Lastarria, aunque no participó de ese levantamiento, se lo va
asumir como el promotor del levantamiento, y eso le va a costar su puesto en la
universidad, y va a caer preso.

Volviendo entonces a ese texto, en él Lastarria distingue claramente el


principio social del principio de lo político. Mientras que el poder político responde
a un principio de una unificación, el poder social es heterogéneo. Entonces él
propone desarrollar un mecanismo de representación que no pase por el ámbito
institucionalizado del estado. Propone crear un sistema de representación social
paralelo al sistema de representación política. El gran problema constitucional para
él es que justamente el poder político del estado oprime a ese poder social difuso y
que es necesario darle una representación propia para que pueda hacerse efectivo
como tal. Dice:

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“Para formarse una idea exacta del poder del estado no debe confundirse
con la del poder social en general, porque de no hacerlo así se perdería la justa
independencia en que deben estar las diferentes esferas de la actividad social”

Digamos que el poder social busca que cada esfera de la sociedad desarrolle
su propia forma de representación.

“El poder social existe en la sociedad y es en suma el conjunto de todas las


fuerzas puestas en movimiento por la sociedad y sus miembros en las diversas
esferas de la actividad humana. Ya hemos visto que el fin general del hombre se
compone de los fines moral, religioso, científico, artístico, industrial, comercial y
político. Por consiguiente, el poder social se compone también de los poderes
encargados de realizar estos fines particulares de los cuales no debe faltar ninguno
en la sociedad aunque no todos existan en la debida proporción. La justa
separación que debe existir entre todos ellos según su naturaleza especial es la que
asegura todas las esferas de la actividad humana su independencia respectiva, y al
mismo tiempo es la única garantía contra los males que sufrirá la humanidad si el
poder político se absorbiese a todos los demás y anulase la acción del poder social
en general”.

Es decir, para Lastarria, la soberanía nacional no puede reducirse al poder del


estado, no se encarna exclusivamente allí. La soberanía nacional debería ser
pluralizada en diversidad de manifestaciones, de las cuales el poder político sería
solo una de ellas.

El problema fundamental que surge acá es cómo articular estas diversas


instancias constitutivas de lo social. Y esto reintroduce de alguna forma una cierta
idea de verdad. El problema fundamental se va a trasladar a los mecanismos de
articulación de esas diversas instancias representativas entre sí. Y es acá entonces
que para Lastarria resurge la idea del estado como una instancia distinta de lo social.

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Si bien lo político es una instancia más de la sociedad, al mismo tiempo se distingue


ya de la sociedad porque es ella la que sirve para articular todas ellas en una unidad
de sentido.

Básicamente lo que distingue al poder del estado es que es el que tiene un


conocimiento de esa totalidad social, cuáles son esas distintas esferas y cuál es el
grado de representación que le corresponde a cada una. Dice: “El gobierno no solo
debe conocer la riqueza y los recursos de la nación sino también distribuirlos y
dirigirlos”

Así, en este primer intento por eliminar el desfasaje entre lo político y social a
nivel de la representación-expresión hace que vuelva a abrirse una fisura en otro
plano, al nivel de lo que podemos llamar la representación-figuración, cómo se
representa la sociedad y cómo se la concibe, cuáles son esos intereses sociales que
deben ser a su vez representados. Recapitulando lo visto hasta aquí. Una vez que se
quiebra la idea romántica de una coincidencia romántica entre estado y sociedad se
abre nuevamente el problema de la trascendencia, la existencia de un desfasaje
constitutivo entre ambos términos. Viene a plantearse así el problema de cómo
eliminar el fantasma de la trascendencia. Y es acá que estalla el debate electoral. Eso
ya no se puede confiar a la historia sino que debe ser el resultado de un accionar
político. Ahora, ese intento de reducir esa distancia y lograr un sistema político que
sea una replica exacta de la sociedad, hace que la misma vuelve a emerger en el
plano de la representación figuración. Es en este plano que resurge, de manera aún
más aguda, el problema de la trascendencia. Aquello que deben determinar cuáles
son esos intereses que deben estar representados en el sistema político se
desprenden, de hecho, de la propia sociedad. Su opinión ya no va a ser una opinión
más, sino que ellos van a hablar ahora en nombre de un saber objetivo, impersonal.
Son los portadores de un saber social o de una sociología.

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Esto se va a plantear más crudamente en un texto muy posterior que escribe


treinta años más tarde, las “Lecciones de política positiva”. Acá ya cambia su
perspectiva, ya no plantea la existencia de dos sistemas de representación separados,
sino que intenta fusionar ambos, que la representación del estado sea también la de
los intereses sociales.

“Una gran nacionalidad aunque tenga un mismo origen y un mismo territorio


puede tener también varias unidades sociales y constituir cada una otros tantos
estados o gobiernos. De la misma manera puede haber distintas nacionalidades
sometidas a un estado. En todas estas combinaciones y en las demás que puedan
existir el estado es siempre la institución social y política que representa el
principio del derecho para mantener la armonía y las correlaciones entre las
diversas esferas de la actividad social”.

Básicamente su idea ahora del estado no es nada más que la articulación de


las diversas instancias entre sí, no es algo separado de la representación social sino
el principio que unifica las diversas instancias de representación de la sociedad. Los
positivistas van a redefinir entonces el concepto de democracia en términos de
semecracia o gobierno de sí, el ideal de una sociedad que se autogobierna. Y para
ello necesitan la eliminación del estado como algo distinto de lo social. Esto
obviamente rompe más claramente con el ideal republicano deliberativo. El
concepto republicano abandona el modelo del ágora, la plaza pública, y se va a
empezar a pensar en términos estratégicos, no deliberativos.

Sin embargo, una vez que se impone esta idea de que hay que eliminar todo
tipo de desajuste entre estado y sociedad, va a surgir un nuevo interrogante: ¿cómo
se constituye la propia sociedad civil? La idea de una representación social en un
sentido recuerda la idea del antiguo régimen de la representación estamental. La idea
de representación social pareciera devolvernos a una idea de representación por
cuerpos, pero hay una diferencia fundamental: que estos grupos especializados, a

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diferencia de lo que eran los antiguos estamentos, o también la idea de individuo,


tanto unos y otros, aparecían como la base natural de la sociedad. Para el antiguo
régimen los cuerpos eran entidades naturales, que formaban parte del orden natural.
Los grupos funcionales, en cambio, son ellos mismos construcciones políticas. Es
decir, ni son algo fijo, ni tampoco solamente el resultado de un proceso espontáneo
de desarrollo histórico, como suponía el concepto historicista, sino que la
constitución de esa sociedad civil supone una cierta operación sobre el cuerpo
político. De hecho ese va a ser el momento donde se desarrollan toda una serie de
dispositivos de disciplinamiento social, como los sistemas de educación pública, las
políticas higienistas, etc. Esto se relación, a su vez, con cierto recambio que se
produce en el plantel gobernante: ahora ya no son los abogados quienes deberán
estar a cargo de funciones de estado, sino los médicos. Los médicos condensan el
nuevo ideal político ideal y práctico, universal y particular al mismo tiempo. La idea
de una sociedad higiénica es aquella en donde los que poseen un conocimiento de la
sociedad deben encargarse no solo de figurar esa sociedad (determinar cómo está
constituida, y, por lo tanto, cuáles los diversos intereses sociales que deben
encontrar su representación en el sistema político) sino también de modelar las
conductas públicas, constituir a esos, mismo grupos como tales, darle forma a una
sociedad a la que se la considera que todavía no ha alcanzado una constitución
orgánica definida. Digamos que la idea es que el sujeto no es espontáneamente
sociable y bueno, sino que los propios sujetos son el resultado de un accionar
político.

Estudiante: Este paso de los abogados a médicos sería el paso de leyes


prescriptivas a... (el resto inaudible)

Profesor: La idea es que la sociedad misma es el resultado de intervenciones


políticas. El tema es que aquellos encargados de modelar las conductas sociales, a su
vez no se van a concebir a sí mismos como una instancia separada de la sociedad
misma, sino sólo como encarnando na función especializada dentro de ese sistema
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de funciones que compone la sociedad civil. Entonces, es una función más, pero al
mismo tiempo no lo es. En definitiva, en ella se encarna el ideal de autoconstitución
de la sociedad (el trabajo de la sociedad sobre sí misma). Pero, de este modo, ese
intento de eliminar el fantasma de la trascendencia reemerge radicalizado en otro
plano. De hecho, entre el paciente y el médico hay una asimetría fundamental: el
paciente es siempre paciente, un sujeto pasivo sometido a los dictámenes de aquellos
que poseen el saber y que son los encargados de constituir esta sociedad civil como
tal. Ellos se consideran de una parte integrante de esa sociedad, pero al eliminar la
antinomia entre política y estado lo único que se va a lograr es la partición de la
propia sociedad. Esa antinomia se va a reproducir ahora en el interior de la propia
sociedad en las figuras del médico y el paciente.

El problema es que el poseedor de ese saber no se elige. El que tiene un


conocimiento especializado en la sociedad no ocupa ese lugar porque haya sido
elegido sino porque está formado para eso. Esa suerte de elite tecnocrática escapa a
todo sistema de representación política. Son aquellos que ocupan un determinado
lugar en la sociedad, pero lo ocupan objetivamente, forman parte del proceso de
división funcional de la sociedad. Es una función especializada, que es la de modelar
la sociedad.

Estudiante: (Inaudible)

Profesor: La idea es que los poderes públicos deben obedecer y responder a


aquellos que poseen el saber. Pero aquí se supone que no gobiernan los sujetos sino
que la que gobierna es la ciencia, el saber. Ellos serían sólo sus voceros, sus
instrumentos. Pero el fantasma de la trascendencia, la existencia de relaciones de
poder como constitutiva de todo orden cultural siempre termina manifestándose en
algún nivel, siempre reemerge en algún plano. Resulta ineliminable.

Estudiante: (Inaudible)

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Profesor: Ellos piensan claramente que existe una tecnocracia, los encargados
de ordenar la sociedad según los principios de la ciencia. Ellos piensan todavía en
términos dicotómicos. Ellos parten de la idea de que la suya no es una opinión más,
sino que son los voceros de una ciencia que obedece a principios que están más allá
de todo debate. Y esa la idea que subyace al postulado de que hay que aplicar los
principios de la ciencia a la sociedad. Esa idea supone a su vez también un concepto
que las sociedades ya no son un producto histórico. La quiebra de la idea romántica
de pueblo abre la puerta para pensar las sociedades como heterogéneas y
construcciones políticas. Éstas pasan a ser vistas así como el resultado de una
intervención política, y eso va a plantear el problema de cuál es la naturaleza de esas
operaciones producidas en un cuerpo social, y quiénes sus agentes.

Esta es una problemática nueva que aparece y que va a ser también la que en
la década del 20 del siglo pasado va a hacer estallar este tipo de lenguaje y va a dar
lugar a un nuevo lenguaje político. En última instancia esta idea de un ideal de
democracia perfecta en que la sociedad se gobernaría a sí misma va a terminar
dando lugar a las peores dictaduras, y eso va a hacer que ese intento de identidad
entre lo social y lo político ya en la década del 20 se va a denunciar como absurdo y,
en última instancia, políticamente perverso. Y eso va a permitir, a su vez, que
aparezcan teorías como la de Carl Smith, su idea de la soberanía hará ahora
manifiesta la instancia política como institutiva de lo social, la cual resultaría ella
misma infundamentada. Remerge, en fin, en el plano del discurso lo que el siglo
XIX quiso eliminar, lo que éste no podía aceptar. Al hablar el siglo XIX en nombre
de un fundamento objetivo buscaba eliminar todo vestigio decisionista. Esas
operaciones producidas sobre la sociedad, son operaciones propiamente políticas
pero que se niegan como tales ocultándose tras el velo de una racionalidad científica.
Se asumen como manifestación de un saber objetivo impersonal.

El siglo XX va a producir un giro radical. Va a enfatizar el carácter


decisionista (infundamentado) de toda instancia institutiva. Algo que el siglo XIX
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no podía admitir. Para el siglo XIX eso aparecía siempre como incompatible con
cualquier concepto republicano y es lo que va a tratar de eliminar sin poder nunca
lograrlo. El fantasma de la trascendencia siempre se volvía a manifestar. Pero bueno,
al siglo XX ya no llegamos nosotros, nos quedamos acá.

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