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Encender el misterio
de una lámpara ciega
cuya luz imposible
acaso nos haya sido prometida
He aquí el terrible regalo de los dioses
Si Héctor Rojas Herazo, el poeta mayor del patio Caribe, descubre que “desde la luz
preguntan por nosotros”, Bustos Aguirre nos revela que desde las sombras el poeta tiene
el deber de preguntar por ellos. Pues, está convencido que desde la penumbra podrá ver
mejor a quienes nos requieren desde la luz (¿dioses?, ¿ángeles?), para así instarlos a que
digan lo que saben.
Es pues su poética un camino de averiguación sobre las dudas que siempre acosan al
hombre, y que dan noticias de la precaria condición humana. Camino que apuesta a
transfigurar el misterio del mundo, preguntando desde las sombras para obtener como
respuesta esplendores. Y como lo que esplende suele ser, por su misma naturaleza,
intenso, luz que ciega, la poesía de Bustos Aguirre es corta, para que así el lector no
termine deslumbrado. Corta pero no lacónica. Sus versos son pequeños soles en
expansión que al leerlos se convierten en pequeñas supernovas capaces de iluminar todo
un universo. Entonces, para no encandilar, acude a escribir versos rotundos y pulidos
como guijarros labrados en agua límpida. Versos sutiles y austeros que liberan a su
poesía de vanos atuendos retóricos para que su verdad se muestre desnuda a nuestros
ojos, lo que no la hace menos misteriosa. El poeta se ha impuesto ser un asceta del
lenguaje, y tal designio lo ha hecho tener trato con otros poetas de la misma estirpe:
Horacio Benavides, José Manuel Arango, José Wuatanabe, a quienes, por supuesto,
admira.
En busca de vestigios de Dios y del destino del hombre
Pero no nos engañemos con la aparente aceptación de la existencia de Dios que estos
versos sugieren: si la sombra es vestigio, apenas huella, no quiere decir que sea prueba
de que Dios exista. Quiere decir que existió pero puede que a lo mejor haya muerto. Así
nuestra sombra acaso sea la prueba de que nada nos vigila, de que nada nos espera. Por
eso piensa que, como lo plantea Octavio Paz, la gran función de la poesía moderna es
construir el otro sagrado, ya que se supone que Dios ha muerto. Su poesía, en últimas,
gira alrededor de la dudosa existencia de Dios y del precario destino del hombre. Es, por
tanto, en el hondo sentido de la palabra, un escritor religioso. Puesto que busca el
religamiento, el amarre con lo trascendental que finalmente lo colme. Aunque sea
esperanza vana.
Con El oscuro sello de dios (1988) el poeta instaura su vocación de místico provocador
que interpela a Dios para que dé testimonio de su existencia y al hombre para que se
entere de la fatalidad que lo acecha. Pero también funda un universo que se expandirá,
con su materia poética inquisitiva, en otros libros, que, como lo dice Roberto Burgos
Cantor, iluminaran retrospectivamente a este primer poemario, obedeciendo a la
máxima: preguntar, tantear con la certidumbre de que habitamos la duda incesante y que
en ello reside la condición humana: la búsqueda de precarias y fugaces certezas.
Vendrá entonces Lunación del amor (1990), donde su universo poético se expande a
indagar sobre las penumbras y esplendores del amor: Alba acaso / O crepúsculo / su
oscuro territorio prometido, se pregunta el poeta. El espíritu de Dios, de un dios
moribundo, aletea también en este poemario. Y lo hace habitar el vacío del amor: Es
Dios que agoniza en tu exilio.
Después de las conversaciones con el ángel en el traspatio del cielo, publica La estación
de la sed en 1998. Este libro está compuesto por los poemarios La oración del impuro,
De la dificultad para atrapar una mosca y La estación de la sed. Sólo a este último me
referiré por su vinculación con La Guajira.
La obra de Rómulo Bustos ha sido compilada en dos libros. En el primero, Palabra que
golpea un color imaginario (1996), la Universidad Internacional de Andalucía recoge
los tres libros mencionados. En el segundo, Oración del impuro: obra reunida (2004),
la Universidad Nacional de Colombia recoge sus primeros tres libros y añade el inédito
Sacrificiales.
Y cómo la poesía es para muchos un oficio dudoso --y mucho más si el que la ejerce es
un ángel--, es menester decir, como última señal, para tranquilidad de estos, que Bustos
Aguirre es también dibujante, abogado y profesor de literatura.