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Breve noticia de un ángel en olvido de sus alas.

Encender el misterio
de una lámpara ciega
cuya luz imposible
acaso nos haya sido prometida
He aquí el terrible regalo de los dioses

Poética. Rómulo Bustos

Por: Emmanuel Pichón Mora.

Primeras señales del ángel


Todo Borges, sus laberintos, sus espejos y sus cielos derramándose en luz en los patios
del fervoroso Buenos Aires, le dieron la clave de lo poético. No sin contrariedades, pues
en un principio desdeñó la propuesta estética borgiana por considerarla reaccionaria;
desafueros de juventud entendibles en un estudiante aturdido por el marxismo y los
estruendos del materialismo dialéctico resonando en los claustros Cartageneros.
Aunque, es preciso decirlo, la literatura ya se le había revelado mucho antes, en las
fantasmagorías espirituales de Nathaniel Hawthorne, cuando ejercía el precoz oficio de
niño bibliotecario en la casa que su padre había destinado a ser la Biblioteca Pública de
Santa Catalina de Alejandría, pueblo que vio nacer al poeta.

Si Héctor Rojas Herazo, el poeta mayor del patio Caribe, descubre que “desde la luz
preguntan por nosotros”, Bustos Aguirre nos revela que desde las sombras el poeta tiene
el deber de preguntar por ellos. Pues, está convencido que desde la penumbra podrá ver
mejor a quienes nos requieren desde la luz (¿dioses?, ¿ángeles?), para así instarlos a que
digan lo que saben.

Es pues su poética un camino de averiguación sobre las dudas que siempre acosan al
hombre, y que dan noticias de la precaria condición humana. Camino que apuesta a
transfigurar el misterio del mundo, preguntando desde las sombras para obtener como
respuesta esplendores. Y como lo que esplende suele ser, por su misma naturaleza,
intenso, luz que ciega, la poesía de Bustos Aguirre es corta, para que así el lector no
termine deslumbrado. Corta pero no lacónica. Sus versos son pequeños soles en
expansión que al leerlos se convierten en pequeñas supernovas capaces de iluminar todo
un universo. Entonces, para no encandilar, acude a escribir versos rotundos y pulidos
como guijarros labrados en agua límpida. Versos sutiles y austeros que liberan a su
poesía de vanos atuendos retóricos para que su verdad se muestre desnuda a nuestros
ojos, lo que no la hace menos misteriosa. El poeta se ha impuesto ser un asceta del
lenguaje, y tal designio lo ha hecho tener trato con otros poetas de la misma estirpe:
Horacio Benavides, José Manuel Arango, José Wuatanabe, a quienes, por supuesto,
admira.
En busca de vestigios de Dios y del destino del hombre

La primera averiguación que emprende el poeta es la duda sobre la existencia de Dios.


Para resolverla acude a Tagore, quien ilumina su primer libro, El oscuro sello de Dios,
con la siguiente certeza: si nuestros cuerpos / proyectan sombra / es que hay una
lámpara / que no hemos encendido. Certeza que Bustos Aguirre transmute en precario
hallazgo del vano destino del hombre al sospechar: acaso sea nuestra sombra /
indeleble sello de Dios / oscuro emblema del vacío / que nos acecha. De esta manera el
poeta liga el problema de la existencia de Dios con el destino del hombre y nos revela
que nuestra sombra es un sombrío vestigio de Dios y, a la vez, signo de lo que nos
espera; la nada irredimible.

Pero no nos engañemos con la aparente aceptación de la existencia de Dios que estos
versos sugieren: si la sombra es vestigio, apenas huella, no quiere decir que sea prueba
de que Dios exista. Quiere decir que existió pero puede que a lo mejor haya muerto. Así
nuestra sombra acaso sea la prueba de que nada nos vigila, de que nada nos espera. Por
eso piensa que, como lo plantea Octavio Paz, la gran función de la poesía moderna es
construir el otro sagrado, ya que se supone que Dios ha muerto. Su poesía, en últimas,
gira alrededor de la dudosa existencia de Dios y del precario destino del hombre. Es, por
tanto, en el hondo sentido de la palabra, un escritor religioso. Puesto que busca el
religamiento, el amarre con lo trascendental que finalmente lo colme. Aunque sea
esperanza vana.

Con El oscuro sello de dios (1988) el poeta instaura su vocación de místico provocador
que interpela a Dios para que dé testimonio de su existencia y al hombre para que se
entere de la fatalidad que lo acecha. Pero también funda un universo que se expandirá,
con su materia poética inquisitiva, en otros libros, que, como lo dice Roberto Burgos
Cantor, iluminaran retrospectivamente a este primer poemario, obedeciendo a la
máxima: preguntar, tantear con la certidumbre de que habitamos la duda incesante y que
en ello reside la condición humana: la búsqueda de precarias y fugaces certezas.

Vendrá entonces Lunación del amor (1990), donde su universo poético se expande a
indagar sobre las penumbras y esplendores del amor: Alba acaso / O crepúsculo / su
oscuro territorio prometido, se pregunta el poeta. El espíritu de Dios, de un dios
moribundo, aletea también en este poemario. Y lo hace habitar el vacío del amor: Es
Dios que agoniza en tu exilio.

Conversaciones con el ángel en el traspatio del cielo


En 1993 aparece En el traspatio del cielo (Premio nacional de poesía Colcultura). En
este libro el poeta convoca a su infancia, o mejor dicho, al patio de la infancia (con el
matarratón lleno de relinchos y el camajorú que da frutos que comen los ángeles), no
como territorio de refugio, al que anhela volver, sino como el lugar de las preguntas. El
lugar donde se manifiesta el ángel con el que el poeta conversa escondido en la sombra.
Y al que pregunta con alma de niño inocente: cómo se construye un caballo de palo,
dónde Dios recuesta su fatiga, de qué color es el canto del gallo. Y al que escucha
relatar la crónica de los nueve cielos, cómo Dios sembró un árbol de agua para que
lloviera, el conjuro del caballo y que dicen los árboles a las cuatro de la tarde.
Rómulo en este libro trascendental para la poesía Caribe nos cuenta en el poema La
balada de la casa que las alas del ángel que merodea su patio son de color verde. Yo
sospecho que el poeta es también un ángel, un ángel que ha comido del fruto del
camajorú, que no solamente vuelve ciego a los hombres sino que también produce
olvido en los ángeles, y por eso no nos dice nada sobre el color de sus propias alas.
Pues, el poeta, Ícaro dudoso, ha olvidado que él también lleva alas a la espalda.

Después de las conversaciones con el ángel en el traspatio del cielo, publica La estación
de la sed en 1998. Este libro está compuesto por los poemarios La oración del impuro,
De la dificultad para atrapar una mosca y La estación de la sed. Sólo a este último me
referiré por su vinculación con La Guajira.

En la Estación de la Sed, el poeta asoma su rostro de averiguador impenitente por los


extraviados caminos del desierto guajiro con ojos nuevos, y descubre para nosotros, lo
que nuestros ojos cansados y llenos de polvo no han podido ver. Por ejemplo: las
astucias del paisaje para preguntar al caminante si existe el agua en esta tierra, las
engañosas señales de humo de una lluvia olvidada y la feliz revelación de que el árido
corazón del cactus / es también el árbol de sombra de la casa. Estos versos escogidos
delatan, sin embargo, una carencia en la mirada del poeta. En ellos se interpela al
paisaje, a la intemperie; revela el corazón del cactus, no al corazón del hombre. El
salitre a

Señales del hombre

La obra de Rómulo Bustos ha sido compilada en dos libros. En el primero, Palabra que
golpea un color imaginario (1996), la Universidad Internacional de Andalucía recoge
los tres libros mencionados. En el segundo, Oración del impuro: obra reunida (2004),
la Universidad Nacional de Colombia recoge sus primeros tres libros y añade el inédito
Sacrificiales.

Es Rómulo Bustos Aguirre un Poeta universal, de talante inquisitivo, íntimo,


amurallado, que ha tejido su canto desde el sombrío del patio Caribe con la pretensión
de iluminar el fugaz tránsito del hombre por la tierra. Para esto ha creído necesario
mitificar lo cotidiano, transfigurar el solar familiar en el traspatio del cielo. Convencido
de que el poeta asume el precario oficio de restañar profundas heridas con costuras
sutiles y que además debe encontrar, como Odiseo, una estratagema que permita
escuchar el terrible pero bello canto de las sirenas sin sucumbir a él.

Y cómo la poesía es para muchos un oficio dudoso --y mucho más si el que la ejerce es
un ángel--, es menester decir, como última señal, para tranquilidad de estos, que Bustos
Aguirre es también dibujante, abogado y profesor de literatura.

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