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Etc Canguilhem
Etc Canguilhem
“La iniciativa para cualquier teoría ontológica de la enfermedad hay que atribuirla a la necesidad
terapéutica” pp17
Abordare tres aspectos de la obra del autor francés: La crítica a las concepciones de Claude
Bernard, las relaciones entre “norma”, “anomalía” y enfermedad; y los conceptos propuestos de
“salud” y normatividad biológica. A partir de ellos intentaré caracterizar algunos aspectos del
trabajo clínico y su objeto.
Haciendo una apretada síntesis, las teorías relacionadas con el problema de la naturaleza de la
enfermedad, presentes antes del siglo XVII, incluían dos posiciones divergentes: la teoría
ontológica de la enfermedad y la teoría de los desequilibrios humorales. El ideario ontológico
relacionaba la dolencia con objetualidad de un mal que entraba y salía del cuerpo como por una
puerta (2). Ese miasma, maleficio o gérmen se introduciría en el cuerpo para desequilibrar sus
funciones: La terapéutica consistía, en consecuencia, en la extracción del mal del cuerpo. Por su
parte, la teoría de los humores aducía un desequilibrio en los elementos constituyentes del
organismo para la explicación de la enfermedad. Vix medicatrix naturae: la terapéutica estaba
basada en una serie de pautas higiénicas y dietéticas que ayudaban a que la naturaleza actuara por sí
sola en el restablecimiento de las funciones.
La fisiología positivista del siglo XVIII, en la figura de Claude Bernard, tomará posición del lado de
la teoría de los equilibrios. El rechazo a la teoría ontológica de la enfermedad encontrará sus
razones en las exigencias del método de validación empírica. Woelher, en 1828. partiendo de la
síntesis artificial de la urea , demostrará la identidad de los fenómenos biológicos y los de
laboratorio. Los métodos de la fisicoquímica se trasladarán sin más al estudio de lo vivo. C. Bernard
sostendrá a partir de la identificación de constantes en la cuantificación de determinados parámetros
-como el azúcar sanguíneo de sus célebres investigaciones- y de su desvío en situación de
enfermedad, que ésta última no constituye más que una diferencia cuantitativa en ciertos parámetros
con respecto al correspondiente estado normal. Para esta concepción, lo que distingue a un diabético
de un individuo sano es un cierto nivel de glucemia y no tanto el sufrimiento que el primero
experiencia en sus lesiones, su ceguera, su invalidez.
1
Por trabajo clínico me refiero a aquellas experiencias de confrontación con el sufrimiento concreto-individual
orientadas a su alivio. Esto no se circunscribe a la práctica médica sino que involucra todo un conjunto de
respuestas sociales al sufrimiento como experiencia individual.
enfermedad es la expresión exagerada o aminorada de una función normal, se sabe exactamente lo
que se quiere decir” (p 50).
No obstante el intento de anular la cualidad que pudiera diferenciar a lo normal y lo patológico, los
escritos de Bernard abundan en referencias a ella. Así, expresiones como “disarmonía” o
“desproporción” dan cuenta de una valoración, de una preferencia. La pregunta que sucede es si el
concepto de enfermedad es el de una realidad objetiva accesible al conocimiento cuantitativo. En
efecto, cuando son reducidos a su realidad fisicoquímica, no hay diferencia cualitativa entre los
estados normal y patológico. Pero, justamente, con esto no se llega al concepto de lo patológico
sino que se acaba con él.
“Se comprende que la medicina necesite de una patología objetiva, pero una investigación que hace
desaparecer a su objeto, no es objetiva.” (p60)
No hay nada en la fisicoquímica que pueda asimilarse a la idea de “desvío” que implica el concepto
de enfermedad: no hay desvíos a la ley de gravedad, pero si hay desvíos de las funciones -normas-
que vinculan a un organismo vivo con las exigencias de su medio. Las reacciones fisicoquímicas no
prefieren nada. Se dan en la medida en que se presentan sus condiciones y acaban en la medida en
que éstas se transforman. Pero el organismo vivo es normativo, no le da lo mismo las exigencias de
su medio sino que prefiere ciertas condiciones y funciones propias a otras. La vida, afirmará
Canguilheim, es polaridad dinámica. La vida tiene que vérselas con un mundo, ya sea el mundo
natural que tienen los animales en general o el mundo producido por la cultura humana.
La obra de Bernard es productora y producto de su tiempo. Cuando los fisiólogos afirmaron que la
enfermedad sólo difería de la salud por la magnitud de ciertos parámetros, y aplicaron las leyes de
la fisicoquímica para explicar estas desviaciones, estaban cumpliendo con los requisitos de
coherencia del pensamiento empírico-positivo. Este sometimiento de los fenómenos de la
enfermedad al pensamiento científico-positivo implicó tanto la pérdida del carácter de valor de la
salud -en la medida en que es homogénea y continua con la enfermedad- como el sometimiento de
la terapéutica basada en la experiencia del trabajo clínico a las prescripciones de la fisiología y
patología científicas.
Que la vida sea polaridad implica un juicio, la producción de un valor. Es la interrupción del
desarrollo de este valor lo que cada individuo experimenta como sufrimiento. El trabajo social ha
desarrollado formas específicas de responder al llamado de quienes padecen. Canguilheim afirma
que, desde las formas más originarias de respuesta al medio hasta el trabajo clínico, se expresa la
continuidad de un esfuerzo:
“La vida no es un objeto, sino una actividad polarizada cuyo esfuerzo espontáneo de defensa y de
lucha contra todo aquello que tiene valor negativo es prolongado por la medicina, agregándole la
luz relativa pero indispensable de la ciencia humana.” (p96).
¿Qué condición necesaria fue precisa para que Bernard desarrollara sus investigaciones sobre la
diabetes? Que haya diabéticos, es decir: individuos que en algún momento sintieron interrumpido el
desarrollo de un valor (el trabajo, el placer sexual, el bienestar físico) y buscaron la utilidad de un
trabajo que diera alivio a su experiencia. Fue necesario, así mismo, que el trabajo clínico se
interesara, sintiera asombro y curiosidad por los fenómenos del sufrimiento e intentara explicarlos.
Finalmente, el azúcar sanguíneo se presenta como posibilidad explicativa. Es posible ver un
aumento en la glucemia como signo de enfermedad porque originariamente alguien padeció por
esto, atravesó una experiencia de sufrimiento.
“Existe una medicina porque hay hombres que se sientes enfermos, y no porque haya médicos se
enteran por eso los hombres de sus enfermedades” (p62)
Los esfuerzos por reducir lo patológico y lo fisiológico a meras diferencias de cantidad (más o
menos azúcar, mayores o menores niveles de presión arterial, ect.) marchan tras la necesidad de
fundar una terapéutica científica, en términos de lo que por ciencia entiende el abordaje empirista-
positivista. La terapéutica (definiéndola, por el momento, como aquello de debe hacer la clínica
ante cada caso) debe estar fundada en evidencias empíricas, obtenidas en condiciones controladas y
referidas a un marco explicativo. Para el positivismo una terapéutica exitosa, emergida de la
experiencia clínica, constituye un problema a resolver así como una situación negativamente
valorada, en la medida en que este tipo de saber favorece el “charlatanismo”. Todo saber producto
de la experiencia del trabajo clínico debe necesariamente pasar por el tamiz valorativo y explicativo
de la ciencia empiro-positiva, no sólo para demostrar su eficacia sino, así mismo, para merecer el
derecho de caracterizarse como científica.
“La acción eficaz se confunde con la ciencia.” (Clude Bernard, citado por GC).
La terapéutica científica que propone esta fisiología naciente le prescribe un modo de trabajo a la
clínica. Sin embargo, resulta que que lo recibido por ella no son más que las elaboraciones sobre un
objeto que la propia clínica le ha prestado. ¿Sobre qué se realizaron las mediciones y comparaciones
sino sobre la experiencia de sufrimiento que mostraba la clínica? ¿Es posible decir para un valor,
como en este caso sentirse enfermo, que de su contrario solo lo separa una cierta cantidad? ¿Sería
posible distinguir el sufrimiento del resto de las experiencias humanas si no fuera valorado como
cualitativamente distinto de la salud? Canguilhem se inclinará a sostener que no: los métodos de la
fisico-química no pueden dar cuenta de lo patológico como de una mera diferencia en cantidad con
respecto al estado de fisiológico. Con esto señala una especificidad de la biología: los organismos
vivos son normativos, producen valores.
Maturana y Varela, curiosamente desde una perspectiva que ellos mismos llaman positiva,
presentarán una teoría explicativa de los fenómenos de la vida que vendrá a apuntalar las
proposiciones de Canguilhheim. Los investigadores definirán la organización de lo vivo como una
concatenación de procesos de producción de componentes tal que:
a) Las interacciones entre estos componentes producen los procesos y las concatenaciones que los
generan.
b) Definen al organismo como una unidad en el espacio.
Los organismos vivos constituyen lo que ellos llaman “máquinas autopoiéticas”. A diferencia de los
sistemas maquínicos alopoiéticos (como una reacción química o un fenómeno físico adecuadamente
delimitado), los sistemas autopoiéticos tienen a su propia organización como variable a mantener
constante. Los cambios en las exigencias del medio implicarán respuestas del sistema (producción
de componentes) en el curso de las cuales puede cambiar sus elementos constituyentes. En otras
palabras: un sistema vivo conserva su organización (la valora, parafraseando a Canguilheim) aún a
costa de la permanencia de sus partes. Si organización implica juicio (valoración de la propias
condiciones y de las exigencias del medio), la vida puede ser caracterizada como polaridad,
esfuerzo espontáneo de lucha contra las limitaciones a la producción de su propia organización.
Los puntos en común entre las investigaciones de Maturana y Canguilheim señalan otro aspecto
importante: La experiencia de lucha contra las exigencias del medio es la de un organismo
individual. La experiencia del pathos no es la de los procesos fisiológicos que circunscribe el
pensamiento científico, sino la del individuo concreto e histórico. El trabajo sobre el sufrimiento, en
la medida en que es fundamento del trabajo clínico, es trabajo con la experiencia de un otro
individual y concreto. Esto tiene implicancias decisivas para la clínica, con su práctica determinada
por la prescripción de la ciencia (sujeto político) por un lado y su constante experiencia con lo
nuevo que deviene de la experiencia individual de lucha contra las exigencias.
“La clínica no es una ciencia y nunca será una ciencia (…) La clínica es inseparable de la
terapéutica y esta es una técnica de instauración o reinstauración de lo normal cuyo objetivo, a
saber, la satisfacción subjetiva de que una norma está instaurada, escapa a la jurisdicción de un
saber científico.” (P172).
Primera posibilidad: Que el rasgo es normal porque responde a una ley que define cómo debe ser.
Segunda posibilidad: Que el rasgo es normal porque representa la variante más frecuente.
Las posibilidades que expongo intentan demostrar un hecho fundamental habitualmente descuidado
y que lleva a muchos yerros en la interpretación de muestras. La ley (norma) que define como
normal a un rasgo no pertenece al ámbito del observador, no es enunciada por la ciencia como
explicación para, pos festum, se realizada en el mundo. La esencia que pudiera elucidarse de la
generalidad es siempre posterior a ésta. La ley, la norma, es la establecida por el propio organismo
en su historia de luchas. Un rasgo suyo es normal porque responde a su propia ley.
La distribución normal de un carácter biológico no es un hecho azaroso, como podrían ser las
variaciones en la pureza de distintas muestras de un mismo material, sino que da cuenta de una
preferencia por los caracteres más frecuentes, que son aquellos que más posibilidades le habilitan al
individue ante las exigencias del medio. La distribución de los pesos de los hígados de la población
de un lugar, en un período determinado, muestra los pesos más frecuentes como aquellos
“preferibles” para responder a las exigencias de la dieta o la carga de xenobióticos. Pesos mayores
podrían implicar una debilidad estructural del órgano, mientras que los menores no podrían dar
cuenta aceptablemente de las exigencias. Lo normativo -que determina lo normal- es esa preferencia
por un tipo de carácter ante cierto tipo de exigencia.
“La vida misma, y no el juicio médico, convierte a lo normal biológico en un concepto de valor y
no en un concepto estadístico de realidad.” (p 96)
Lo último podría estar sujeto a confusiones al suponer, por ejemplo, que un individuo puede elegir
(porque es preferible) el peso de su hígado. Si bien cada organismo individual puede transformarse
estando ya constituido (definido como una unidad por la interacción de sus elementos
componentes)2, la normatividad se ejerce también como fenómeno ligado a la reproducción de la
especie o tipo. En sentido estricto, Maturana y Varela señalarán que la reproducción y la evolución
son eventos posteriores a la organización de lo vivo (autopoiética) y que constituyen accidentes de
la autopoiesis. Estos accidentes implican:
2
Recordar la terápia genética.
1) Variabilidad de los caracteres en los distintos individuos.
2) Una función relacionada al carácter en variación, que resulta más o menos exitosa ante la
exigencia. (Expresándolo de manera menos teleológica: un tipo de interacción con el medio ligada
al rasgo, que resulta más o menos exitosa para la conservación de su propia organización).
3) La ventaja reproductiva de los individuos que expresan esa función o tipo de interacción (su
selección).
4) La riqueza de la comunidad: La posibilidad de sostener la capacidad de variación del carácter que
le permita afrontar futuros cambios en las exigencias.
“La anomalía es aquel hecho de variación individual que impide que dos seres pueden reemplazarse
de manera completa.” (p 101)
Anomalía no refiere a un fenómeno sin ley, sino a un evento irregular. Según la etimología
rescatada por Canguilhem, anomalía deriva de ómalos, regular o liso. El yerro de relacionarla con
“nomos”, norma, le asignó un sentido distorsionado al término. Lo inesperado en un rasgo o
atributo puede resultar perfectamente normativo para ese individuo y no constituir fuente de ningún
tipo de sufrimiento. La anomalía, aún la adquirida, tiene una distribución espacial entre los
diferentes individuos. Al valorar distintos atributos o caracteres bajo la óptica de su éxito
autopoiético -o en otras palabras: según su capacidad de dar respuesta a la exigencias de la
reproducción de sí mismo en tanto lo que son- aparecen, regularmente, caracteres inesperados,
anómalos, pero absolutamente exitosos. La posibilidad de producir variantes inéditas es lo que
garantiza la posibilidad de respuesta ante los eventuales cambios en las exigencias. Esto es
expresión de lo que más arriba mencionaba como la “riqueza de la comunidad”.
Las anomalías pueden ser perfectamente normales en tanto capaces de garantizar la reproducción
exitosa del individuo. Lo anómalo no define entonces al pathos, a la experiencia de sufrir o, en
palabras del propio Caguilhem, a la actividad polarizada de la vida: su capacidad de preferir. Al
contrario de las anomalías que, en la medida en que son detectadas como variantes exitosas, se
distribuyen espacialemente entre diferentes individues, el sufrimiento parece presentarse como un
evento crítico ligado a la temporalidad.
3
Anómalo no de sin norma, sino como a- omalo (rugoso, discontinuo).
fuera de los cuales, al perder su organización autopoiética, se destruirían. Esto es cierto para
cualquier fenómeno, fisicoquímico o biológico. El agua mantiene su estructura líquida dentro de
ciertos márgenes de presión y temperatura. Esos márgenes son siempre los mismos. A diferencia de
los fenómenos fisicoquímicos, los límites dentro de los cuales es posible un fenómeno vivo varían,
tanto en el mismo individuo como en la sucesión evolutiva de éstos. A esta capacidad de instaurar
nuevas normas ante nuevas exigencias es lo que Canguilhem reconocerá como un concepto de
salud. Los límites dentro de los cuales es posible la vida varían en la medida en que la vida misma
es una actividad de lucha contra todo aquello que tiende a limitarla.
¿Es anormal alguien que sufre? Pretendo una pregunta fundamentalmente metodológica. Lo
anormal es un inobservable. La anomalía constituye un evento de interés para les seres humanes en
tanto se relaciona con la normatividad de lo vivo, en la medida en que interacciona con la norma.
Lo anormal, aquello que no tiene regla ni norma que lo defina, no puede ser visto. Sólo es
perceptible en el transcurso de su interacción con la normatividad de lo vivo, es decir: en la medida
en que le importe a la vida (seres humanes); que es lo mismo que decir: en tanto se relacione con
algún tipo de normatividad.
El sufrimiento no puede ser anormal porque hay un individuo normativo que atraviesa su
experiencia. Canguilhem identifica “sufrimiento” y “enfermedad”. Ambos términos serán objeto de
análisis, basta por ahora señalar que “sufrimiento” refiere a la experiencia en tanto evento
totalizante en la historia de un individuo concreto y “enfermedad” mienta la construcción
conceptual sobre las experiencias de sufrimiento que hacen posible un trabajo social sobre él. La
enfermedad -lato senso-, sostiene Calguilhem, tiene su propia normalidad.
En parte, los conceptos de salud y normatividad ya fueron presentados en el punto anterior. Sin
embargo, y en relación con los mismos, es importante resaltar otro aspecto de la obra del pensador
francés: las conexiones entre los conceptos de salud y trabajo humano (HELLER). Para Canguihem,
la propia existencia de la clínica, de un trabajo sobre la experiencia individual de sufrimiento, da
cuenta de la prolongación de un esfuerzo que él califica de natural:
Les seres humanes realizamos un trabajo al pensar el sufrimiento y la salud y cuando hacemos eso
somos sujetos de una lucha que puede rastrearse hasta la propia célula, continuación de “un
esfuerzo inconsciente de lucha contra todo aquello que limita la vida” (p93). Al incluir al sujeto
que piensa la salud y el sufrimiento en el abanico de estrategias de sostenimiento de la vida,
Canguilhem está relacionando la salud y el trabajo humano: la salud da cuenta de la multiplicidad y
riqueza del hacer humano. Sin embargo, proponer un trabajo humano como continuidad de los
esfuerzos más primarios de la vida pude provocar algunas confusiones. En primer lugar, la pregunta
en relación con la naturaleza, que en gran parte ya fuera esbozada en la cita. El trabajo sobre el
sufrimiento, como expresión de normatividad biológica, no difiere en sus fines de las respuestas
adaptativas básicas de una bacteria, en la medida en que no son más que parte de la riqueza de
formas de la vida para dar cuenta de sus exigencias reproductivas. Pero, tanto “exigencias” como
“reproducción” y “normatividad” son conceptos con los que nos referimos a nuestras experiencias
con los fenómenos de la vida. No constituyen el fenómeno de lo vivo en sí. Todo cuanto referimos
como “naturaleza” ya fue mediado por la palabra, el concepto (cita Schmidt). Desde esta
perspectiva, no hay respuestas “naturales” y “no naturales” a las exigencias. Es tan poco “natural”
nuestra comprensión de la reproducción de un virus, como una política de salud. Cuando nos
preguntamos sobre la influencia de la voluntad de otre ser humane en determinado fenómeno, no es
tanto para ponderar su pureza, el estado natural o esencial del proceso, sino para considerar lo
imprevisible de la voluntad del otro.
Tanto el trabajo humano como las respuestas biológicas más básicas forman parte de la
normatividad de lo vivo, aunque son cualitativamente distintas. Esto también es sugerido en la cita.
El poder de producir un conocimiento sistemático está al servicio de evitar los innumerables
ensayos y errores de la vida. La capacidad, entonces, de acotar esos ensayos, reduciendo sus
peligros e incrementando su eficacia, es la utilidad fundamental que Canguilhem le asigna al
conocimiento humano en torno al sufrimiento, como parte de una práxis que implica un trabajo que
liga ese saber al mundo.
Las investigaciones que presenta Spinkins nos permite pensar a la división del trabajo social
surgiendo codo a codo con la identificación de une otre en sufrimiento. Las evidencias de cuidado o
atención al padecimiento entre los miembros más antiguos de la especie humana puede sintetizarse
de la siguiente manera:
a.1) División del trabajo. El conjunto del trabajo social prevee la necesidad de producir para quien
no puede hacerlo. Le cazadore-recolectore debe producir para sí y para les enfermes y les niñes. Las
investigaciones con tribus cazadoras-recolectoras actuales, de la región amazónica, permitieron
estimar que une adulte sane, con capacidad para cazar y recorrer largas distancias, pierde uno de
cada tres días por lesiones o enfermedad (cita spikin). Durante esos períodos, recibe la asistencia de
otras tribus. El sufrimiento parece ser un fenómeno lo suficientemente frecuente e importante como
para determinar la estructura productiva, al menos, en estas sociedades.
a.2) Trabajos curativos. Surge acá la necesidad de identificar aquel trabajo que refieran al sufriente
en la medida en que es sujeto de obligaciones y derechos sociales, de aquel otro que implica una
tarea directa sobre el sufrir de une otre, una experiencia con la experiencia de sufrimiento. En el
primer caso señalo que el sufriente, en función de sus capacidades, realiza ciertas labores, como el
cuidado de les niñes, respondiendo a determinadas responsabilidades que le son asignadas por el
conjunto social. Esto requiere de la capacidad de juzgar a le otre en lo que respecta a sus
posibilidades de trabajar y de una sociedad donde sea posible la asignación y cambio de tareas. Es
interesante señalar, a propósito de la división del trabajo social, que si bien hay evidencias
prehistóricas de división del trabajo entre niñes, sufrientes y sanos, las pruebas en torno a una
división por género de las tareas son exiguas. No habría habido una división por género en las
sociedades cazadoras-recolectoras y esto parece estar reafirmado por las investigaciones sobre
sociedades actuales de este tipo.
El trabajo curativo que requiere de una experiencia directa con el sufrir de une otre, es el que en este
estudio refiero como trabajo clínico. No se trata sólo de conseguir más comida o de distribuir las
tareas para salvar a quien sufre y no puede, sino de confrontar a ese o esa que atraviesa una
experiencia de sufrimiento y de accionar conforme a una idea de lo que le está ocurriendo. La
experiencia individual -el juicio que el organismo de Canguilhem hace sobre sí- es volcada al
lenguaje. El que sufre comunica un mensaje que es tal en la medida en que en esa sociedad haya
quien lo escuche. Lo que trasmite es materia de un trabajo clínico de interpretación: el sufrimiento
es reconocido como perteneciendo a un tipo determinado de sufrimiento, es elaborado como una
enfermedad. Cada tipo de enfermedad viene entramado en una constelación de expectativas en
torno a lo que puede pasarle a le enferme y lo que es más conveniente hacer. De manera
esquemática, el trabajo clínico tiene dos utilidades: a) hace inteligible para el conjunto social a la
experiencia individual de sufrir y permite la organización del trabajo social en torno al cuidado de
les enfermes, involucrando tanto a las tareas de la asistencia directa -o trabajo clínico-como al resto
de los trabajos una comunidad y b) Alivia -“cura”- el sufrimiento.
Los modos en que les individues humanes hacen frente a las exigencias son siempre mediados por
la cultura. Canguilhem distingue los logros de una clínica científica de los obtenidos por la
evolución en el hecho de que un conocimiento sistemático nos aleja de “los peligrosos ensayos y
errores de la vida” (ver cita). La segunda pregunta planteada, a propósito de la salud como trabajo
humano, se refería al cómo de este fenómeno. ¿De qué manera un conocimiento sistemático no
aleja de los peligros de los ensayos y errores?
Vale rescatar lo dicho: el trabajo clínico no es sólo ese conocimiento sistemático, requiere también
de la confrontación con ele sufriente en su totalidad: oír su reclamo, recibir la impresión de su
imagen, su modo de moverse, sus olores, el timbre de su voz, es decir; toda su otredad. Requiere un
saber que es tanto sistemático como emocional. Las emociones en general y el saber que se
desprende de su experiencia consciente son objetos muy devaluados en el campo del saber
académico. Aún así, el trabajo clínico real lidia tanto con emociones como con enfermedades que,
en definitiva, no existen.
Uno de los requisitos de la estructura autopoiética, que las distingue de otras formas similares como
las sociedades, es su delimitación espacial: su individualidad. Considero que la proposición más
revolucionaria del autor francés es la que desplaza la definición de lo patológico de la ciencia
(logos) al individuo y su experiencia. Que el patos (y, luego, la enfermedad) sean un juicio
exclusivo de quien sufre implica un trabajo ya no con un ente -la enfermedad- sino con une otre y
su misterio. Para construir las enfermedades y producir los fármacos, la cirugías o las dietas, es
necesario que alguien se ejercite en la tarea de confrontar ese sufrimiento individual, de interesarse
en el y ahondarlo. En términos de práctica médica esto se resume como “anamnesis”, que es una
colección de observaciones orientadas por algoritmos, donde toda experiencia emocional y creativa
del trabajo clínico “sobra”.
Que el patos le pertenezca inicialmente a le individue implica que el sujeto de la ciencia -las
universidades, asociaciones profesionales, compañías de biotecnología y farmacéuticas, etc-
depende del trabajo clínico para definir las enfermedades. Esta dependencia implica modos de
control sobre la práxis de les trabajadores cliniques, uno de los cuales consiste en desplazar la
producción del conocimiento sistemático desde el trabajo clínico real al gabinete del investigador,
lo que representa -en términos marxianos- una forma de la alienación del trabajo clínico (cita
Menendez). Si esto es así, es importante preguntar cuáles son aquellos conocimientos producidos en
el transcurso de la labor clínica real que no logran sistematizarse y cómo lograr hacerlo.
Si se trata de la lucha contra los limitantes de la vida, todo objeto de trabajo es une otre.
Obvservaciones de EG
El texto me gustó mucho. El problema que planteas -entre clínica, salud/enfermedad, valor,-me
parece fascinante y el abordaje, que entiendo como pensar desde el malestar y no desde la
institución, reorganiza todo el esquema. También la idea de que anomalía no es enfermedad, en
tanto y cuanto puede resultar beneficioso para la normalidad de un individuo, tomado en su
singularidad. Acá abajo verás extractos de tu texto y comentarios míos (entre paréntesis), espero
que te sirvan.
Ahora mismo estoy leyendo el último libro de Donna Haraway (Seguir con el problema), tiene
algunas cosas muy buenas. Por ejemplo, un planteo para salir de los autopoiético a lo simpoiético
(al hacer con, o hacerse con). Por ahí te puede interesar. Otro libro que te podría copar es el Tratado
de la eficacia, de Francois Jullien.
la seguimos!
abrazo!
-Por trabajo clínico me refiero a aquellas experiencias de confrontación con el sufrimiento concreto-
individual orientadas a su alivio. Esto no se circunscribe a la práctica médica sino que involucra
todo un conjunto de respuestas sociales al sufrimiento como experiencia individual.
(gran definición)
-Pero el organismo vivo es normativo, no le da lo mismo las exigencias de su medio sino que
prefiere ciertas condiciones y funciones propias a otras.
(vivir es preferir? Busqué la etimología de preferir: llevar adelante / anteponer. Es interesante para
pensar al verbo como modo de articular el pasado-presente-futuro. La preferencia como un modo de
vínculo de futuridad)
-Que la vida sea polaridad implica un juicio, la producción de un valor. Es la interrupción del
desarrollo de este valor lo que cada individuo experimenta como sufrimiento.
(hermoso)
-¿Qué condición necesaria fue precisa para que Bernard desarrollara sus investigaciones sobre la
diabetes? Que haya diabéticos, es decir: individuos que en algún momento sintieron interrumpido el
desarrollo de un valor (el trabajo, el placer sexual, el bienestar físico) y buscaron la utilidad de un
trabajo que diera alivio a su experiencia.
(esto me parece muy interesante: la relación entre dolor/sufrimiento y valor. Me hiciste acordar de
un libro -Sobre el dolor, de Enrique Ocaña. Pensaba también en cómo, según entiendo, el valor
funciona en dos sentidos: como algo en sí -el hecho de producir, de sentirse bien, de disfrutar- y
como algo para otra cosa -como posibilitante. El valor sería el nombre de la posibilidad de tener
posibilidades, que el sufrimiento vendría interrumpir. Y el trabajo produciendo -o re-produciendo-
ese valor)
-“La clínica no es una ciencia y nunca será una ciencia (…) La clínica es inseparable de la
terapéutica y esta es una técnica de instauración o reinstauración de lo normal cuyo objetivo, a
saber, la satisfacción subjetiva de que una norma está instaurada, escapa a la jurisdicción de un
saber científico.” (P172).
(esta cita me dejó pensando algo: si bien la clínica no es una ciencia, la noción misma de sujeto y
subjetividad no forma parte del bagaje conceptual científico?)
-La distribución normal de un carácter biológico no es un hecho azaroso, como podrían ser las
variaciones en la pureza de distintas muestras de un mismo material, sino que da cuenta de una
preferencia por los caracteres más frecuentes, que son aquellos que más posibilidades le habilitan al
individue ante las exigencias del medio.
(es decir, que hay una cadena de equivalencias entre normalidad, preferencia, valor, posibilidad. Me
interesa esto porque tiendo a pensar que tenemos que ir hacia vínculos de futuridad no signados por
objetivos que alcanzar sino por posibilidades que generar. Esto no quiere decir que no haya
objetivos o imágenes de futuro, sino que deberían estar subordinadas a otro principio. Y medio
tangencial, este uso de la noci´on de “noramlidad” me recordó un texto de Tiqqun, en el que se
plantean que, más allá de la insurrección, se trata de construir una normalidad poscapitalista)
-El sufrimiento no puede ser anormal porque hay un individuo normativo que atraviesa su
experiencia. Canguilhem identifica “sufrimiento” y “enfermedad”. Ambos términos serán objeto de
análisis, basta por ahora señalar que “sufrimiento” refiere a la experiencia en tanto evento
totalizante en la historia de un individuo concreto y “enfermedad” mienta la construcción
conceptual sobre las experiencias de sufrimiento que hacen posible un trabajo social sobre él. La
enfermedad -lato senso-, sostiene Calguilhem, tiene su propia normalidad.
(maravilloso)
-Este esfuerzo se enmarca en un concepto de salud no formalista, donde “salud” refiere a una
capacidad de instaurar nuevas normas ante nuevas exigencias (cita), en otras palabras: la salud deja
de ser el estado preferible de un ente (la cualidad de determinado equilibrio, estado o proceso) para
concebirse como actividad normativa innovadora.
(esto me parece muy bueno: me hace pensar -un toque narcisista, pero bueh- en mi noción de
futurabilidad, y en la dialéctica posible entre las futurizaciones y las futurabilidades: es decir, que
no hay, como decís, un estado preferible (y fijo; diría yo, un estado utópico) sino un proceso de
configuración constante de lo preferible).
(esto es genial, me gustaría saber más. Me parece muy interesante este juego entre el trabajo -de
cuidado, de consumos, de producción de alimentos- y la identificación con el sufrimiento y el dolor
ajeno. Ahí se cae la hipótesis marxiana de las relaciones de producción como fundamento de lo
social: lo que hay es una trama de producción, consumo y cuidado que se configuran
recíprocamente.)
-Las investigaciones que presenta Spinkins nos permite pensar a la división del trabajo social
surgiendo codo a codo con la identificación de une otre en sufrimiento.
(lo mismo que arriba: en la ideología alemana, Marx postula que la división del trabajo
(originalmente, entre varones y mujeres) es el inicio de la desigualdad social. Este trabajo de
Spinkins se parece más a la antropología de Kropotkin en relación al apoyo mutuo como condición
de lo social. Incluso, en la medida en que la división tenía por fin el cuidado, puede haber sido un
modo de igualar, no de desigualar. En definitiva, las relaciones entre división del trabajo,
asociación, cuidado y explotación son ambiguas)
-Cada tipo de enfermedad viene entramado en una constelación de expectativas en torno a lo que
puede pasarle a le enferme y lo que es más conveniente hacer.
-Spikin sostiene que la motivación para la atención de les sufrientes en las culturas paleolíticas no
provenía del cálculo de interés en torno a la futura utilidad de une individue sanade, sino del
desarrollo del sentimiento de compasión. La necesidad de asistir a quien lo necesita surgió de un
vector emocional más que de uno estrictamente racional.
Una de las utilidades del trabajo clínico es la de volver inteligible la experiencia individual de
sufrimiento. En la medida en que hace esto, produce también un modelo de lo que es óptimo o
preferible: valoriza las prácticas. Este valor asignado cambia, claramente, conforme se transforma
históricamente ese conocimiento sistemático; en tanto el sufrimiento de une individue es el
sufrimiento de un ser con capacidad de normatizar, siempre desbordará el modelo que de ele se
haga, conforme cada modelo es apenas una colección de preferencias.
(esto es muy interesante: el trabajo clínico funcionaría como un productor de posibilidades que
redefinirían el conocimiento médico. Es decir, en lugar de una lógica de aplicación de un
conocimiento a un caso, sería posible pensar el modo en que la experiencias singulares aportan
novedades e innovaciones a ese conocimiento. Las posibilidades de una singularidad impactarían en
las imágenes previas de preferencia).