Está en la página 1de 1

EL DIOS QUE SUFRIÓ

Mis padres no sintieron físicamente el dolor de mi carne siendo lastimada; mi Dios sí. El ser
más supremo de todos voluntariamente tomó forma humana y se hizo vulnerable a toda clase
de aflicciones. Pasó hambre, sueño, frío; fue rechazado, ridiculizado, escupido, y desnudado. Su
cuerpo fue molido y su sangre derramada por mi pecado.

Dios no solo se compadece, sino que también conoce de primera mano la peor de las
aflicciones.

“Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino
Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con
confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda
oportuna”, Hebreos 4: 15-16.

Nuestro Señor odia el pecado, y odia lo que el pecado le ha hecho a este mundo y a nuestros
corazones. Por eso desde el principio anunció que Él vencería sobre nuestra rebeldía y maldad
(Gn. 3:15). Y por eso ahora, en medio de todo el dolor, Él nos acompaña dándonos propósito,
fortaleza, y consuelo en nuestros sufrimientos.

También podría gustarte