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Los andamiajes teóricos centrales no han sido terminados ni son
totalmente obsoletos, aunque hay una cantidad de preguntas que
no han sido respondidas. Y hay una cantidad de preguntas nuevas
que hemos aprendido en el transcurso del tiempo y que no fueron
planteadas en el siglo XIX. Tú tienes un Marx que abre realmente
el terreno de la investigación, por primera vez en serio, de Saint-
Simon sobre la sociedad; y un Freud que abre el problema de la
subjetividad. Lo único que no estaba, por ejemplo, o estaba
apenas tocado y nunca desarrollado realmente, es el tema del
cuerpo. El eurocentrismo que comienza con Descartes, esta
radical división, separación entre el cuerpo y no cuerpo, aún tiene
una huella clara, seguimos aún prisioneros en gran parte de eso.
Por eso digo, no era un andamiaje teórico, homogéneo y
sistemático de punta a punta. No era una doctrina, sino un
esfuerzo teórico; por lo tanto, con relaciones contradictorias y
conflictivas entre sus elementos y con la realidad, que es lo que
diferencia la teoría de la doctrina.
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a la dependencia, que en su primer momento, no en su momento
de canonización, estaba fundada en el redescubrimiento de la
heterogeneidad. Es muy curioso. Ahora, la idea de
multiculturalismo, de hiperculturalidad, de heterogeneidad, parece
que viniera de centros académicos de Europa y de Estados
Unidos. Casi, casi, parece que lo han descubierto allá y que
nosotros lo estamos importando. Pero es patrimonio
latinoamericano de los años veinte y, sobre todo, en su gran
momento, de los sesenta. La derrota política hace que también
eso intelectualmente se sumerja. Porque mientras no sea usado,
es un pensamiento que está al margen. Mientras una pregunta
hecha acá no sea una pregunta admitida y usada y explorada por
los demás, por lo menos por un sector relativamente importante,
está allí, pero al margen; existe, pero al margen.
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La relación entre intelectuales y poder debe haber sido siempre
muy tortuosa, conflictiva, contradictoria y complicada, porque
hemos encontrado intelectuales destacados como seguidores de
dictaduras, que incluso terminaron condenados y mandados a
ejecutar por sus amos. En América Latina, La fiesta del Chivo
describe a esta mancha de intelectuales, que parecen fascinados,
deslumbrados y pasan al servicio, no de la dictadura, sino de ese
personaje fabuloso que es el Chivo. Pero si Vargas Llosa u otro
fueran a novelar, por ejemplo, a Juan Vicente Gómez, en
Venezuela, mucho antes, encontrarían lo mismo, sólo que en
Venezuela además medió un teórico político importante Laureano
Vellenilla Lanz, autor de un libro que en su momento fue muy
influyente, El cesarismo democrático. Allí trata de probar que un
fulano como Juan Vicente Gómez, dictador realmente bestial, no
era cualquier cosa. Trujillo era refinado; el otro era una bestia.
Pero los dos eran considerados por esta gente como virtualmente
los fundadores de la nacionalidad, los que toman todas las riendas
para organizar, centralizar, dar corporeidad histórica a eso que
parece algo caótico y que no sale nunca de la crisis. Vallenilla
Lanz dice que ser democrático es exactamente eso. En América
Latina hay, pues, toda una tradición al respecto. Si miramos al
Perú encontramos que en este siglo hay muchos paralelos entre
los veinte y el Perú de los noventa. No sólo por Leguía, aunque
ciertamente todo el mundo ha hablado principalmente de eso. En
los veinte emerge una franja llamada de los intelectuales que
están políticamente distribuidos en un amplio espectro, que va
desde Mariátegui, pasando por Haya, Basadre, Villarán, etc. Es
decir, toda la progresión de la izquierda hasta la derecha; y que de
algún modo prolongan a la vez que rompen con el pensamiento de
la generación llamada del novecientos y que proponen por primera
vez una imagen de lo que podía llegar a ser un país como el Perú.
¿Qué tienen en común todos ellos, a pesar de todas sus
variantes? Que todos ellos se formaron dentro de la atmósfera de
la educación llamada oligárquica. Unos porque vienen
directamente de ahí y otros porque es lo único que hay. Eso hace
una franja de gentes que son socialmente muy heterogéneas y
que todos como generación aparecen como encarnando una
suerte de misión histórica. Lo que dijo Víctor Andrés Belaunde
temprano: queremos Patria, lo vamos a hacer de esta manera.
Claro, para eso se crea toda esa mitología nacional, en la cual
todavía vivimos. En la generación de ustedes, Tito Flores y Manuel
Burga han heredado y han vuelto a celebrar unos mitos típicos de
ese momento, como en Basadre, que habla de una República
Aristocrática. Donde la palabra aristocracia es tomada sin
inventario porque obviamente lo menos que era esa república es
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aristocrática. Pero se crean esos mitos, se heredan y se
retransmiten.
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a eso. La inteligencia en todo el mundo lo resiente, aunque en el
Perú de manera un poco extrema, por lo que hizo la Izquierda en
los ochenta. La deserción teórica, intelectual, después de los
ochenta, está detrás del eclipse total del ejercicio intelectual serio
en el Perú, en los años noventa, para mí.
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Ahí, insisto, cuando este horizonte al que me refería antes
desaparece, este resplandeciente horizonte donde los fines están
ya establecidos, mucha gente pasó a la desmoralización, pasó a
la desocupación política; muchos intelectuales se replegaron y
muchos otros se sintieron libres para, finalmente, poder transitar
cómodamente al lado contrario. Y alguien como Pablo, que no
tenía ninguna de estas características, entonces también,
obviamente, resiente el impacto de todo esto y siente, en un tramo
un poco tardío de su vida, que se duerme en su forma de
vincularse y de tener alguna influencia en el centro del poder. Sin
la derrota mundial, sin este eclipse total de horizonte, esto hubiera
sido menos probable. Quizá...
- Pero tambien creo que con Mario hay un equívoco absoluto, del
cual él no es en absoluto responsable. Y creo que eso es
responsabilidad, una vez más, del conjunto de la izquierda, que
siempre ve cosas que no están. Mira a Pablo como su líder
ideológico y moral, no sé por qué, y con Mario es igual. Mario fue,
desde que lo conozco hasta hoy, un liberal en política. Es verdad
que en sus memorias mucha gente dice que se matriculó en una
célula del Partido Comunista, pero aparte de esas aventuras
extracurriculares, Mario nunca dejó de ser un liberal, sólo que es
un liberal consecuente y en eso es radical. Ahora bien, un liberal
consecuente bajo la dictadura de Odría entre 1948 y 1956,
obviamente debía parecer a muchos un hombre radicalmente de
Izquierda.
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Luego viene la experiencia con Cuba. Pero eso no es culpa de
Mario, es culpa de los cubanos. Los cubanos, como necesitaban
salir del aislamiento, acogen e invitan a intelectuales de todo
calibre, con la única condición de que sean más o menos
antiimperialistas. La historia es conocida. En un momento Fidel
pasa del liberalismo total al estalinismo total. Viene el caso Padilla.
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- ¿Cómo definirías la situación ahora, en este nuevo contexto
que también ya va cambiando, después de esa cerrazón de
horizonte a la que te has referido. ¿Cómo ves eso, ahora que
comienza un nuevo capítulo y en ese capítulo los jóvenes
aparecen nuevamente en la escena de la política?
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inteligencia crítica no es que no quede, sino que no aparece, no
está en el escenario, no publica, no tiene dónde. Por eso en el 45
reaparecen todos. Pero después de eso, la burguesía que emerge
en los cincuenta, en los sesenta no tiene más interés intelectual, y
la de ahora mucho menos. Y no solamente eso, hay una cosa
mucho más grave con la juventud. Hay una franja nueva que ha
aparecido en estos diez años con Fujimori, que ha emergido en
ese espacio donde la frontera entre lo lícito y lo ilícito se ha
borrado, que ha lucrado, se ha beneficiado y se ha convertido en
una nueva capa media. Incluso hay mucha gente que viene de
muy abajo y se ha instalado como clase media. Como Frank diría
de la vieja burguesía norteamericana, es una especie de clase
media peruana lumpen, donde el lugar de la inteligencia y de las
letras no existe o es mínimo. Entonces, cuando arranca gente
nueva, entrando, gente que tiene probablemente menos de
veinticinco años en este momento y mirando sus revistas -porque
en este momento por fin otra vez empieza a haber un montón de
revistas universitarias por todas partes; en San Marcos hay media
docena, en la Católica, en Cusco, en Trujillo, en Chimbote- son,
por el momento sobre todo poético-literarias, narrativas, etc, de
denuncia en materia política, pero todavía no asoma en ellas
ninguna propuesta en términos de preguntas que hacerle a la
realidad, o propuestas de respuesta a las preguntas que ya están
establecidas. Este es un asunto muy serio que nos concierne a
todos. Cuando fui al mitín en la Plaza San Martín el famoso lunes
después de las elecciones, tuve una sorpresa agria. Había unas
sesenta mil personas, pero la franja entre cuarenta y cinco a
sesenta y cinco años no estaba ahí; todos eran menores y sobre
todo gente de menos de veinticinco años. ¿Qué quiere decir eso?
Que la memoria no está, o sea la correa, esa franja que transmite
la memoria no está ahí. Este reencuentro aún no parece haberse
producido totalmente. Si la memoria tiene que ser aún recuperada;
si el debate, las bases del debate, las preguntas, requieren aún
ser establecidas; entonces estamos ante un problema importante
que debe preocuparnos a todos: la total confusión entre
liberalismo y democracia. Entonces volvemos a la vieja quimera
del liberalismo latinoamericano: democracia, en los términos del
capital, sin ciudadanía. El mercado no existe sin la ciudadanía, y
sin ésta, la ciudadanía, la sociedad, el Estado van a ser como lo
que son ahora.
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- No creo que su relación con los intelectuales sea apreciativa, ni
cordial; yo no creo que esto le interese mucho. No quiero decir
con esto que Fujimori sea el equivalente de Ferdinand Marcos en
Filipinas: una especie de puédelotodo, y hácelotodo. Es por eso
que yo insisto en hablar de algo llamado fujimorismo, que es un
régimen político, hecho de muchas cosas. Dentro de ese
ensamblaje Fujimori es una parte, probablemente ha ido incluso
creciendo su margen de acción, pero no creo que sea el que tome
las decisiones mayores, ni más importantes, ni ahora, ni antes.
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