Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
2020-01-06
Acabo de ver la película «Dos Papas», del consagrado cineasta brasileiro Fernando
Meirelles.
Considero que la película está técnica y estéticamente bien hecha, reproduciendo los
espacios grandiosos del Vaticano y de sus jardines. Está basada en hechos históricos,
por supuesto, con la creatividad que permite este tipo de arte, particularmente en la
construcción de diálogos. Pero en ellos se entrevé sus respectivas teologías y sus
conocidas afirmaciones.
Con el profesor Joseph Ratzinger tengo una deuda de gratitud por haber valorado
positivamente mi tesis doctoral sobre “La Iglesia como Sacramento Fundamental en el
Mundo secularizado”, voluminosa, más de 500 páginas impresas. Me ayudó
financieramente con una cantidad considerable de marcos y encontró una editorial para
su publicación, cuando nadie quería arriesgarse a publicar un libro de estas dimensiones.
La recepción en la comunidad teológica internacional fue excelente, considerada una
obra fundamental, especialmente por el reconocido especialista en el tema Iglesia Jean
Yves Congar, dominico francés.
Al saber que había sido elegido Papa, inmediatamente pensé: “Es un Papa que sufrirá
mucho porque quizás no haya abrazado nunca a la gente, mucho menos a una mujer, ni
haya estado expuesto a las multitudes”.
Nuestra amistad se fortaleció porque durante cinco años, a partir de 1974, en la semana
de Pentecostés (que suele caer hacia mayo) alrededor de 25 reconocidos teólogos y
teólogas progresistas de todo el mundo nos reuníamos en la ciudad de Nimega en los
Países Bajos o en otra ciudad europea. Durante una semana discutíamos
ecuménicamente, acompañados por un pequeño grupo de científicos, hasta de Paulo
Freire, sobre temas relevantes del mundo y de la Iglesia. Editábamos una revista,
«Concilium», que se publicaba en 7 idiomas y aún se sigue publicando (en Brasil por la
Editora Vozes). En ella, las mejores mentes del mundo colaboraron en las diferentes
áreas del conocimiento, desde la sexualidad y la Teología de la Liberación hasta la
moderna cosmología.
El Prof. Ratzinger se sentaba casi siempre a mi lado. Después del almuerzo, mientras
casi todos echaban una siesta, él y yo paseábamos por el jardín, discutiendo temas de
teología, nuestros favoritos San Agustín y San Buenaventura, de los cuales he leído
prácticamente toda su obra.
La película no retrata la figura fina y elegante que lo caracteriza. En una escena levanta
la voz y casi grita, lo que me parece totalmente improbable y contrario a su carácter.
Con referencia a Jorge Mario Bergoglio, ahora Papa Francisco, diría lo siguiente: Nos
conocimos en 1972 en el Colegio Máximo de San Miguel en Buenos Aires, exponiendo
la singularidad del camino espiritual de San Ignacio de Loyola él), y el camino
espiritual de San Francisco yo. Allí discutimos sobre hermenéutica de un francés, cuyo
nombre no recuerdo, y también sobre la vertiente de la teología de la liberación
argentina (del pueblo silenciado y la cultura oprimida), la nuestra brasileña y la peruana
(sobre la injusticia social y la opresión histórica de los pobres y los afrodescendientes).
De esta reunión hay una foto que él, desde Roma, tuvo la amabilidad de enviarme,
donde aparecemos todo un grupo de teólogos y teólogas, la mayoría ya no están entre
nosotros, algunos perseguidos y torturados por la represión bárbara del ejército
argentino o del chileno. Después nos perdimos de vista.
Al ser elegido Papa, volvimos a comunicarnos. Sabiendo que había estado ocupado
intensamente con el tema de la ecología integral, involucrando a la Casa Común, la
Madre Tierra, me solicitó colaboración, lo que hice con asiduidad. Pero me advirtió: “no
envíes los textos al Vaticano, porque no me los entregarán (el famoso sottosedere de la
Curia: sentarse encima y olvidar), sino envíalos directamente al embajador argentino
ante la Santa Sede, que todos los días muy temprano toma el mate conmigo”. Así lo
hice. Dicen que se nota la presencia de mis pensamientos y temas en la
encíclica Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015). Pero la encíclica es
del Papa y él puede elegir a los consultores que quiera. También envié textos al Sínodo
Panamazónico de 2019. Contestó agradeciéndolo.
Ningún papa anterior ha amonestado con tanta dureza al sistema, que ha perdido su
sensibilidad, su solidaridad con los millones de pobres y hambrientos, su capacidad de
llorar y es adorador del ídolo del dinero. Depreda la naturaleza y es anti-vida y anti-
Madre Tierra. No necesitamos indicar a qué sistema se refiere. Su opción por los pobres
es rotunda. Debido a sus valientes posturas ante la emergencia ecológica de la Tierra, el
calentamiento global y la deshumanización de las relaciones humanas, se ha convertido
en un líder religioso y político. Su voz es escuchada y respetada en todo el mundo.
El papa Benedicto XVI siguió la huella de Juan Pablo II, que era moral y doctrinalmente
conservador. Intentó relativizar el aggiornamento del Concilio Vaticano II (1962-1965).
Veía a la Iglesia como una fortaleza asediada por todos los lados por enemigos, es decir,
por los errores y las desviaciones de la modernidad. La solución propuesta fue volver a
la gran disciplina anterior, proveniente del Concilio de Trento (1545-1563) y del
Concilio Vaticano I (1869-1870). La centralidad era la ortodoxia y la sana doctrina,
como si las prédicas fueran lo que salvaba y no las prácticas. En esta línea, el Card.
Joseph Ratzinger fue estricto: más de 110 teólogos y teólogas fueron condenados,
depuestos de sus cátedras, silenciados (en Brasil, Yvone Gebara y yo personalmente) o
castigados de alguna manera. Uno de ellos, un excelente teólogo, fue condenado sin
ninguna explicación. Estaba tan deprimido que pensó en suicidarse. Solo se curó cuando
fue a América Central para trabajar con las comunidades eclesiales de base. La vida de
fe del pueblo sencillo y pobre le devolvió el sentido de la vida.
Hubo un invierno eclesial severo. Toda una generación de sacerdotes se formó en este
estilo doctrinal, con la mirada puesta en el pasado, usando los símbolos del poder
clerical. Del mismo modo fueron consagrados una pléyade de obispos, más autoridades
eclesiásticas ortodoxas que pastores en medio de su pueblo.
El Papa Francisco es un modelo distinto de personalidad religiosa. Él viene del fin del
mundo, fuera de la vieja y casi agonizante cristiandad europea. Y ha traído una
primavera para la Iglesia y para el mundo político mundial.
Primeramente innovó los hábitos. Al negarse a usar la “mozzeta”, esa pequeña capa
blanca llena de brocados que los papas llevaban sobre sus hombros, símbolo del poder
absoluto de los emperadores romanos paganos, en la película dice claramente: “el
carnaval ha terminado”. No acepta la cruz de oro, continúa con su cruz de hierro;
rechaza los zapatos rojos (de Prada) y continúa con sus viejos zapatos negros. No se
anuncia a sí mismo como Papa de la Iglesia, sino como Obispo de Roma y sólo a partir
de ahí, Papa de la Iglesia universal. Al ser presentado como nuevo Papa pide al pueblo
que rece por él y le dé la bendición. Solamente después él bendice al pueblo. Aquí
aparece claramente una nueva visión teológica, conforme al Concilio Vaticano II:
primero viene el Pueblo de Dios y después el Papa y las demás autoridades eclesiásticas
al servicio de este Pueblo de Dios.
Anima a la Iglesia no con el derecho canónico, sino con el amor y la colegialidad (en
consulta con la comunidad de obispos). En su primer discurso público dice: “Cómo me
gustaría una iglesia pobre y para los pobres...”. No vive en el palacio pontificio, lo que
sería una ofensa para el poverello de Asís, sino en una casa de huéspedes. A la hora de
comer guarda fila como los demás y comenta con humor: “así es más difícil que me
envenenen”.
Es otro tipo de pontificado, otro modelo de ser humano, que reconoce que perdió la
paciencia cuando una mujer tiró bruscamente de su mano y se la apretó con fuerza.
Molesto, le palmeteó la mano dos o tres veces. Pero al día siguiente pidió públicamente
perdón. Es naturalmente humilde y reconoce su debilidad.
Dos Papas: diferentes y complementarios
Vale la pena ver la película, porque nos hace pensar y nos ofrece lecciones de
escucha mutua, de diálogo abierto, de verdades dichas sin tapujos y una amistad
que va creciendo a medida que la relación se distiende con cada encuentro. El
perdón que se dan uno a otro y el abrazo final, largo y amoroso, engrandece lo
humano y lo espiritual presente en cada uno de nosotros.