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Tras una larga y deplorable demora, nuestro país cuenta con una ley que brinda a los
ciudadanos una poderosa herramienta de control de gestión
Después de 15 años de demoras injustificables, nuestro país cuenta con una ley que obliga
a los tres poderes del Estado, al Ministerio Público, a partidos políticos y a gremios,
universidades y empresas que reciban aportes públicos a dar la información que les
requiera todo ciudadano y en un plazo acotado.
Llegar a algo tan necesario no fue fácil en nuestro país. Año tras año durante la última
década y media, fracasaron todos los intentos de obtener una ley de este tipo.
Mezquindades políticas, obstáculos de lo más creativos para evitar supervisiones y un
deliberado desinterés de parte de legisladores y gobernantes en ser controlados nos
privaron durante todo este tiempo de contar con una herramienta básica de la
democracia. De no haber sido por el enorme impulso que dieron al tema organizaciones
de la sociedad civil, la espera hubiera sido aún mayor.
Valga como ejemplo el caso judicial que se convirtió en un hito de esta lucha por la
sanción de una ley nacional en la materia. Nos referimos a la acción de amparo
interpuesta en 2012 por la Asociación por los Derechos Civiles (ADC) contra el Estado
nacional para que el PAMI informara sobre la distribución de la publicidad oficial. El caso
llegó hasta la Corte Suprema, que ordenó proveer esa información, resolviendo en favor
del derecho de los ciudadanos de acceder a ella. El antecedente del decreto de 2003
suscripto por el entonces presidente Néstor Kirchner sobre acceso a la información
pública era limitado y rara vez los funcionarios lo cumplían. Así, moría en sus escritorios la
mayoría de los pedidos.
La ley sancionada anteayer en la Cámara de Diputados por 182 votos positivos frente a 16
negativos (provenientes estos últimos de los bloques de izquierda, del socialismo y de
Libres del Sur) ordena plazos muy precisos para que los órganos del Estado cumplan con
su deber de informar: deben hacerlo dentro de 15 días de recibido el pedido y cuentan
con una prórroga excepcional de un período idéntico. No más. Entre las excepciones a la
entrega de esos datos figuran la información reservada, confidencial o secreta por razones
de defensa o de política exterior; la que pudiese poner en peligro el sistema financiero, y
los secretos de ese sector, los científicos e industriales cuya revelación pudiese dañar el
nivel de competitividad.
Los diputados decidieron insistir en la versión que esa cámara había sancionado en mayo
pasado, por lo que fueron descartadas las modificaciones propuestas por el Senado,
lamentablemente entre ellas, la que también obligaba a informar a las sociedades
anónimas con participación estatal mayoritaria, como el caso de YPF.
Entre los puntos por destacar de la flamante norma figuran los siguientes:
Este último punto es determinante, pues para que haya un verdadero acceso debe existir
un proceso previo: que la información se produzca y se guarde, y uno posterior: que se
utilice.
Resta ahora la reglamentación por parte del Poder Ejecutivo, la que debe contemplar la
promoción de la cultura de la transparencia en las instituciones públicas. De nada sirve
una ley si los funcionarios no se convencen de que esa información no les pertenece, sino
que es propiedad de los ciudadanos. Cabe recordar que, a pesar de que el derecho a la
información está reconocido por nuestra Constitución, no era cumplido. Hoy contamos
con una ley nacional que deja a nuestro país fuera del pequeño grupo de naciones que
siguen negándose a transparentar sus actos de gobierno, entre ellas, Venezuela, Bolivia y
Cuba.
Habernos dado una norma en ese sentido es un gran paso, pero apenas el primero de un
largo camino que garantice la efectiva vigencia del derecho, brindando una herramienta
robusta para que la transparencia y la rendición de cuentas sea la regla y no la excepción.
Fuente
La Nación (16 de septiembre de 2016). Más información pública, más democracia. La Nación.
Recuperado de: http://www.lanacion.com.ar/1938275-mas-informacion-publica-mas-democracia