Está en la página 1de 376

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por la cual no tiene costo alguno.

Es una traducción hecha por fans y para fans.


Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.
No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes
sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros e incluso
haciendo una reseña en tu blog o foro.
Índice
Sinopsis 16
Prólogo 17
1 18
2 19
3 20
4 21
5 22
6 23
7 24
8 25
9 26
10 27
11 28
12 Próximo Libro
13 Sobre la Autora
14
15
Sinopsis
Nadie esperaba que se enamoraran.
Cuando Aria fue entregada a Luca en matrimonio, la gente estaba segura que
la rompería.
Aria temía lo peor de un hombre como él.
Un hombre sin piedad.
Pero de alguna manera ella ganó su amor.
Amor: una debilidad que un Capo como Luca no debería arriesgarse a sentir.
Cuando Aria traiciona a Luca yendo a sus espaldas por su familia, se da cuenta
demasiado tarde que podría haber perdido lo que luchó tanto para conseguir en primer
lugar: la confianza de Luca.
La confianza de un hombre que nunca antes se permitió confiar en alguien
incondicionalmente.
¿Puede su amor sobrevivir en un mundo de traición y muerte?

Born in Blood Mafia Chronicles #6


Prólogo
Aria
Traducido por LizC

Corregido por Masi

o puedo hacer esto, Aria. Quiero salirme. Salir de este mundo.

N Escapar de mi matrimonio arreglado. Tan solo salir.


Esas palabras pronunciadas por mi hermana Gianna lo
comenzaron todo. Me llevaron a mi primera traición a Luca. No lo vi como una
traición en aquel entonces. Solo quería ayudarla, no traicionar a mi marido.
Aun así, cuando tomé la decisión de ayudarla a escapar, supe que tendría que
ir en contra de él.
Traición.
Los hombres de la mafia siempre eran rápidos para llamar traición a cualquier
palabra de objeción. Se suponía que las mujeres debían aceptar como ley la palabra
de su esposo, especialmente yo, que estaba casada con el Capo.
Pero proteger a mi familia, a mis hermanas y hermano, proteger a los que
amaba contra las duras realidades de la vida de la mafia a veces hacía difícil el
obedecer.
Pensé que Luca lo entendería, pensé que nuestro amor podría desafiar cualquier
cosa.
Luca no era un hombre que alguna vez se hubiera permitido confiar o amar a
nadie; hasta mí. Tal vez siempre había sido cauteloso con sus emociones.
Tal vez siempre había esperado que algo le probara que era correcta su cautela.
Y yo se lo había justificado.
Luca
Nuestro padre sádico nos enseñó a Matteo y a mí muchas lecciones, todas ellas
destinadas a hacernos fuertes y despiadados para las tareas que se esperaban de
nosotros. Odiaba al hombre, lo había odiado toda mi vida, y odiaba que demostrara
tener razón con la única lección sobre la que quería que estuviera equivocado.
El amor es una debilidad, Luca. Pone a los hombres más fuertes de rodillas.
Las mujeres son débiles, y hacernos creer que podemos amarlas es su manera de
manipularnos porque es la única forma en que ellas tengan poder. No dejes que una
mujer tenga ese poder sobre ti. Serás Capo. Un Capo no puede permitirse ninguna
debilidad.
Aria me hizo creer que esas palabras eran una mentira.
Con sus sonrisas amables, sus ojos inocentes y su belleza sin igual, me atrajo
y caí en su trampa. Todavía recordaba ese maldito día.
—Eres buena, Aria. Eres inocente. Te obligué a esto. —Aria había recibido
una bala por mí, había arriesgado su vida para salvar la mía. Mi vida, que valía
mucho menos que la de ella.
Sus ojos azules sostuvieron los míos. Esos ojos, siempre llenos de tantas
emociones que apenas podía entender.
—No lo hiciste, Luca. Nací en este mundo. Elegí quedarme en este mundo.
Nacer en nuestro mundo significa nacer con sangre en nuestras manos. Con cada
respiración que damos el pecado queda grabado aún más profundamente en nuestra
piel.
Negué con la cabeza.
—No tienes elección. Ninguna manera de escapar de nuestro mundo. Tampoco
tenías elección al casarte conmigo. Si hubieras dejado que esa bala me matara, al
menos habrías escapado de nuestro matrimonio.
—Hay pocas cosas buenas en nuestro mundo, Luca, y si encuentras una, te
aferras a ella con todas tus fuerzas. Eres una de esas cosas buenas de mi vida.
¿Cómo podía decir algo así? Maté a tantos, y lo disfruté. Si había un cielo y
un infierno, no había duda de dónde terminaría.
—No soy bueno.
—No eres un buen hombre, no. Pero eres bueno para mí. Me siento segura en
tus brazos. No sé por qué, ni siquiera sé por qué te amo, pero lo hago, y eso no
cambiará.
Cerré mis ojos ante el amor en su mirada. Aria me amaba. Me lo había dicho
antes. No estaba seguro cómo podía después de todo lo que me había visto hacer, y
ni siquiera era lo peor. Todavía estaba ocultándole eso.
—El amor es un riesgo en nuestro mundo y una debilidad que un Capo no
puede permitirse —murmuré. Una verdad que creí durante toda mi vida. Una verdad
por la que vivía. Una verdad que pensaba llevarme a la tumba conmigo.
—Lo sé —susurró, resignada.
¿No sabía lo que sentía? ¿No podía verlo? Incluso Matteo lo sabía, aunque
había intentado ocultárselo a él, a todos.
La miré fijamente, con el pecho apretado por las emociones que me asustaban
terriblemente. Me asustaban, incluso aunque ya nada realmente me asustaba. Había
sobrevivido a la tortura y al dolor insoportable, me había torturado e infligido dolor
a mí mismo, había visto morir a tantos, había matado a muchos de ellos, y aquí
estaba, asustado de mis propias emociones.
—Pero no me importa, porque amarte es la única cosa pura en mi vida.
Aria se congeló, con los ojos llenos de lágrimas. Llorar y rogar nunca me
habían ablandado el corazón, pero con Aria siempre apelaban a una parte de mí que
no sabía que existía.
—¿Me amas? —preguntó con los ojos llenos de esperanza e incredulidad.
—Sí, incluso si no debería. Si mis enemigos supieran cuánto significas para
mí, harían cualquier cosa para ponerte las manos encima, lastimarme a través de ti,
controlarme al amenazarte. La Bratva lo intentará de nuevo, y otros también lo
harán. Cuando me convertí en un hombre de la mafia, juré poner a la Famiglia lo
primero, y reforcé ese mismo juramento cuando me convertí en un Capo dei Capi,
aunque sabía que estaba mintiendo. Mi primera elección siempre debería ser la
Famiglia. Pero tú eres mi primera elección, Aria. Arrasaré el mundo si tengo que
hacerlo. Mataré, mutilaré y chantajearé. Haré cualquier cosa por ti. Tal vez el amor
es un riesgo, pero es un riesgo que estoy dispuesto a asumir y, como dijiste, no es una
opción. Nunca pensé que lo haría, nunca pensé que podría amar a alguien así, pero
me enamoré de ti. Luché contra eso. Y es la primera batalla que no me importó perder.
Y maldita sea, esas palabras habían sido la verdad. Había pensado que eran
ciertas. Puse a Aria en primer lugar, la protegí, le permití cosas que mi familia había
desaprobado. Habría hecho cualquier cosa por ella, y maldición, me había traicionado.
Traicionó mi amor y confianza.
Amor.
Una debilidad.
Una debilidad que ya no me permitiría.
1
Aria
Traducido por LizC

Corregido por Masi

Antes…

i hombro aún dolía ocasionalmente cuando movía mi brazo

M demasiado rápido, pero el Doc había retirado las suturas ayer y me


había dicho que el dolor pronto desaparecía por completo. Toqué la
cicatriz roja debajo de mi clavícula. Todavía estaba sensible. Mi primera cicatriz.
Luca apareció detrás de mí, cerniéndose más de una cabeza por encima de mí,
y apoyó sus manos ligeramente sobre mis hombros, sus ojos grises oscurecidos por la
ira cuando se asentaron en la cicatriz. Estaba completamente desnudo como yo
después de nuestra ducha, pero su cuerpo estaba cubierto de innumerables cicatrices.
Evalué su rostro, preguntándome si tal vez le molestaba que ya no fuera perfecta. Los
hombres de la mafia llevaban sus cicatrices como testimonio de su valentía; y no había
hombre más valiente que Luca. Pero yo era mujer; una mujer entregada por su belleza.
—El doctor dijo que se atenuará —susurré.
Luca levantó los ojos para encontrarse con los míos en el espejo, sus cejas
oscuras frunciéndose. Me dio la vuelta y levanté mi barbilla.
—Aria, me importa una mierda si se atenúa o no. La única razón por la que me
molesta tu cicatriz es porque me recuerda que arriesgaste tu vida por un imbécil como
yo, y esa es en realidad la última cosa que deberías considerar hacer.
—Lo haría de nuevo —dije sin dudarlo.
Luca me agarró de la cintura y me alzó sobre el lavabo.
—No —gruñó, atrayendo su rostro hacia el mío. Sus ojos ardían de ira, y otros
se habrían encogido bajo su fuerza—. No, ¿me escuchaste? Esa es una puta orden.
—No puedes darme una orden como esa —dije suavemente.
Soltó un suspiro áspero.
—Puedo y lo hago. Como tu Capo y como tu marido. No arriesgarás tu vida
por mí nunca más, Aria. Júralo.
Lo miré fijamente. Quizás pensaba que era tan fácil como eso. Luca estaba
acostumbrado a controlar a todos a su alrededor, acostumbrado a que sus hombres
obedecieran cada una de sus órdenes, pero incluso él tenía que darse cuenta que
algunas cosas estaban fuera de su control, que incluso su poder tenía límites.
—Aria, júralo. —Habló con su voz de Capo, la voz que hacía que sus hombres
lo siguieran y hacía que sus enemigos se acobardaran de miedo.
Envolví mi mano alrededor de su cuello, jugando con su cabello negro, y froté
mis labios sobre los suyos.
—No.
Sus ojos se endurecieron.
—¿No?
—No. ¿Nunca antes has escuchado la palabra? —pregunté en broma a medida
que repetía las palabras que le había dicho en nuestra noche de bodas.
—Oh, la escucho a menudo —dijo, representando su parte.
Mi cara se rompió en una sonrisa, pero la suya permaneció dura.
—Aria, hablo en serio.
—También yo, Luca. Protejo a las personas que amo. Tendrás que aceptar eso.
Sacudió la cabeza.
—No puedo porque actúas sin pensar cada vez que actúas por amor.
Me encogí de hombros.
—Así es como soy.
Apoyó su frente contra la mía.
—No te perderé por eso.
—No me perderás —susurré, mi palma presionada contra el tatuaje de la
Famiglia sobre su pecho.
Nacido en sangre. Jurado en sangre.
Tal vez no había hecho un juramento de sangre, pero lo que me ataba era más
fuerte que cualquier otro juramento. Estaba atada por amor.
—Siempre estaré a tu lado.
Sus ojos se suavizaron.
—La próxima semana iremos a nuestra luna de miel.
La sorpresa se apoderó de mí.
—¿En serio? —pregunté, la emoción burbujeando. Habíamos estado casados
por dos meses y nunca habíamos hablado de una luna de miel, al principio porque
nuestro matrimonio no había sido por amor sino por conveniencia, y después porque
pensé que Luca estaba demasiado ocupado.
—¿Qué hay de la Bratva? ¿No volverán a atacar? —Su ataque a la mansión
Vitiello en los Hampton hace dos semanas les costó la vida a varios de los hombres
de Luca, y casi me cuesta la mía. Había perdido a mi guardaespaldas de la infancia
Umberto, lo había visto recibir un disparo en la cabeza, y tener que escribirle la carta
a su viuda e hijos me había roto el corazón.
—Atacarán nuevamente, pero no pronto. Tendrán que recuperarse después de
perder a Vitali. No puedo irme por mucho tiempo, pero mis hombres pueden manejar
las cosas sin mí durante una semana. Matteo recibe casi tanto respeto como yo. Él
puede hacerse cargo por un tiempo.
No pude dejar de sonreír.
—¿A dónde iremos?
Luca me besó antes de enderezarse con una sonrisa propia. Era una expresión
que reservaba para mí, y hacía que mi corazón se desbordara de amor.
—Mi padre tenía un yate en el puerto de Palermo y ahora es mío. Podríamos
pasar una semana navegando a lo largo del mar Mediterráneo.
Contemplé su rostro para ver si la muerte de su padre lo molestaba, pero a pesar
de que el hombre solo había muerto hace unas pocas semanas, Luca no mostraba ni
una pizca de tristeza. Salvatore Vitiello había sido un hombre que inculcó miedo, pero
no admiración ni afición en los demás. No lo conocí lo suficiente como para estar
triste por su muerte, y si lo hubiera conocido sin duda tampoco habría estado triste.
—Eso sería increíble —dije con el tiempo. Nunca había estado en Sicilia, y me
encantaría ver de dónde venía la familia de Luca.
—¿Estuviste antes en Italia? —preguntó.
—Solo una vez —respondí con pesar—. Padre nos llevó a Bolonia para el
funeral de su tío, pero solo pasé un día allí antes de que visitáramos Turín y Milán.
Fue hermoso. Siempre quise volver, pero Padre estaba demasiado ocupado siendo
Consigliere y no nos permitió ir sin él.
—Entonces está arreglado —dijo—. Tendremos una semana solo para
nosotros.
—No puedo esperar —susurré, mi boca encontrando la de Luca. Apreté mi
agarre en su cuello mientras su lengua se deslizaba dentro. Su mano se arrastró por mi
hombro, luego mi costado y sobre mi muslo. Me estremecí ante el gesto gentil.
Debido a mi lesión, Luca había tenido cuidado cuando hacíamos el amor, y una
vez más su toque era insoportablemente gentil cuando me separó las piernas y me
acarició con movimientos expertos. Sostuve su mirada a medida que él entraba en mí
con dos dedos antes de reemplazarlos con su longitud, su punta empujando en mi
abertura. Envolví mis piernas alrededor de él y lo recibí, todavía maravillada por la
plenitud. Con nuestras bocas moviéndose entre sí, Luca se empujó dentro de mí a
ritmo lento. Podía sentir toda su longitud mientras se deslizaba dentro y fuera, y la
tensión comenzó a arremolinarse en mi centro.
Luca retiró su boca y me dijo ásperamente:
—Córrete para mí, amor.
Gemí cuando él se inclinó para que sus embestidas fueran hacia arriba. Luego
su boca volvió a posarse sobre la mía y su lengua me acarició en un baile delicioso.
Sus ojos grises se clavaron en los míos. No me tocaba como usualmente lo hacía, y
bajé mi mano entre nosotros para tocar mi clítoris y enviarme por el borde, pero Luca
me apartó suavemente.
—Tratemos de hacer que te corras solo con mi polla.
Nunca lograba correrme sin la fricción adicional, pero estaba dispuesta a
intentarlo. Él enlazó nuestros dedos y los presionó contra la superficie de mármol.
Empujó dentro de mí otra vez en el mismo ángulo que antes, y jadeé sin aliento por el
placer que vibró desde el punto dulce que golpeó. Mis ojos se abrieron de par en par
a medida que él sostenía su mirada posesiva. Cada vez que hacíamos el amor, parecía
marcarme de nuevo como suya. Luca era uno de los hombres más posesivos que
conocía, y yo había crecido entre mafiosos.
Golpeó el mismo lugar y jadeé sin aliento. Me sentía maravillosa, pero no
estaba segura de cuánto me llevaría correrme así, sin embargo, Luca no tenía prisa a
medida que apuntaba al mismo lugar una y otra vez con lentas embestidas duras.
—¿Cómo se siente? —gruñó, el sudor brillaba en su pecho cuando se estrelló
contra mí nuevamente, empujando mi trasero contra la encimera de mármol, pero su
mano me arrastró hasta el borde y me mantuvo en el lugar para su próxima embestida.
Lamí mis labios secos.
—Bien —jadeé cuando el placer se disparó de nuevo. Los dedos de mis pies se
curvaron y mis paredes empezaron a sufrir espasmos.
—Sí, amor —gruñó Luca—. Córrete para mí.
Su lengua se hundió entre mis labios cuando golpeó mi punto dulce
nuevamente y me arqueé, cerrando los ojos fuertemente. Me aparté de la boca de Luca,
mi cabeza cayendo hacia atrás mientras gritaba mi liberación. Luca se tensó,
embistiéndome aún más fuerte antes de que él soltara un gemido gutural y se corriera
dentro de mí. Me sacudí contra él, mi orgasmo intensificándose cuando su longitud se
contrajo dentro de mí.
Cuando pude volver a hablar, susurré:
—Guau. Eso fue increíble.
Luca sonrió, sus ojos dominantes y complacidos.
—Lo fue. Me encanta que puedas correrte solo con mi polla.
Fruncí el ceño.
—¿Eso no es normal? —Un indicio de inseguridad se deslizó en mi voz. Luca
y yo habíamos estado durmiendo juntos por más de un mes, pero aún estaba lejos de
ser experimentada.
Luca acunó mi mejilla y me acercó más para un beso dulce.
—Eres cualquier cosa excepto normal, Aria. En todos los aspectos. —No dejé
de fruncir el ceño. Así que se rio entre dientes—. Es algo bueno, créeme. Me encanta
que puedas correrte así. Muchas mujeres necesitan que les toquen el clítoris, y aun así
algunas no encuentran la liberación durante el sexo.
—Oh —dije sorprendida. No podía imaginar que ninguna mujer no pudiera
correrse durante el sexo con Luca, pero no quería pensar en otras mujeres con Luca.
Era solo mío.
Luca me besó otra vez antes de salir de mi interior lentamente.
—Será mejor que prepare todo para nuestra luna de miel.
Sonreí. Si alguien me hubiera dicho antes de mi boda que estaría tan
ridículamente feliz con Luca, los habría declarado dementes.

Luca
Me costaba concentrarme en la voz de Matteo. Todo en lo que podía pensar era
en Aria y en todas las formas en que quería hacerla correrse en nuestra luna de miel.
—Luca, ¿por qué no te vas y dejamos de fingir que te importa un carajo lo que
te digo? —preguntó Matteo con una sonrisa a medida que se recostaba en el sillón de
mi oficina en la Esfera, con una pierna sobre el reposabrazos.
Le entrecerré los ojos.
—Estoy escuchando. No tienes que preguntarme por cada pequeño detalle.
Puedes tomar tus propias decisiones y tendrás el apoyo de Romero. No me llames
cada maldito día con preguntas molestas.
Sacudió la cabeza.
—Eres el Capo.
—Y tú el Consigliere. Estaré fuera solo una semana. Puedes controlar a nuestra
jodida familia ese tiempo. Nuestros tíos y primos no se arriesgarán todavía a un
ataque. Todos quieren convertirse en Capo. No trabajarán juntos.
—No me preocupa que ellos ataquen. Puedo controlar a tus soldados y a
nuestra familia, pero no puedo prometerte que no terminaré matando a uno o dos de
ellos.
Puse mis ojos en blanco. Matteo era demasiado impulsivo.
—Entonces al menos mata a los alborotadores.
—Aria debe tener un coño milagroso para mantenerte bajo su hechizo de esa
manera, ¿o da mamadas como una diosa?
No pensé. Me lancé y lo agarré por la garganta, estrellándolo contra el respaldo.
Su cuerpo se puso rígido por la tensión, y su mano derecha descansó sobre su cuchillo,
que aún no había sacado. Si no se hubiese tratado de mí, ese cuchillo habría estado
enterrado profundamente dentro de mi pecho. Aflojé mis dedos y retrocedí, tomando
una profunda y relajante respiración a medida que fulminaba a mi hermano con la
mirada quien se frotaba la garganta, con sus ojos castaños agudos y cautelosos.
—Guau —dijo con voz áspera. Unas marcas rojas en forma de dedo estaban
floreciendo en su piel—. Siempre me pregunté cómo se sintió nuestro querido primo
cuando aplastaste su garganta. Nunca pensé que me darías una muestra.
No me disculpé. Me pasé la mano por el cabello, fui a la vitrina de licores junto
al escritorio y nos serví a los dos unas bebidas, luego llevé los vasos a Matteo y le
entregué uno antes de hundirme en mi butaca. Me lo quitó y tragó el whisky con un
siseo. Se había enderezado, pero estaba aún observándome.
—Supongo que tengo mi respuesta —dijo.
—¿A qué pregunta?
—Qué haría falta para que intentes matarme.
Le fruncí el ceño.
—Jamás voy a matarte, Matteo. Eres de mi carne y sangre. Sabes que confío
en ti con mi vida.
Matteo me dio su sonrisa de tiburón.
—Luca, ambos sabemos que eso no es cierto. Somos asesinos. Los dos
mataríamos al otro con el incentivo correcto. Y el tuyo es Aria.
No dije nada porque tenía razón.
—Si unos cuantos comentarios sucios ya te hacen saltar así, sé lo que pasaría
si alguna vez se me ocurre lastimarla.
Mis dedos sobre el vidrio se tensaron, pero esta vez logré permanecer en mi
asiento.
—No la lastimarás así que la discusión es inútil. Y tú eres mi hermano, Matteo.
Tú y Aria son las únicas personas que me importan.
Él asintió, luego la tensión se desvaneció y se inclinó hacia adelante para
golpear mi hombro.
Se lo permití y sonreí.
—Sabes cómo presionar mis malditos botones.
—Eso es lo que mejor hago —dijo Matteo, después en un raro momento de
seriedad, añadió—: Probablemente habría hecho lo mismo si hubieras insultado a
Gianna.
Suspiré. Intentaba olvidar que él había pedido su mano y que su fiesta de
compromiso se suponía que sucedería en tres semanas. Eso iba a ser un desastre.
Todos lo sabían, excepto Matteo. Todavía creía que casarse con la maliciosa pelirroja
sería una jodida aventura. Sin duda, un viaje a través del infierno.
Mi celular sonó y gemí cuando vi que era mi madrastra Nina. Había intentado
llamarla para decirle que necesitaríamos el yate, pero ella no había contestado, y ahora
que finalmente estaba respondiendo mi llamada, sentí mi desprecio habitual alzar su
cabeza.
Matteo miró la pantalla y se levantó.
—Ni saludes de mi parte. Voy a seguir adelante y saludar a los Lugartenientes
y Capitanes. —Se miró en el espejo que había junto a la puerta y arregló su cabello
oscuro hasta que estuvo satisfecho antes de marcharse. Puse los ojos en blanco.
Bastardo vanidoso. Como si a mis soldados les importara un carajo si se veía bonito.
El timbre de mi teléfono continuó. Hablar con Nina y tener que escuchar a mis
tíos toda la tarde, era una jodida pérdida de mi tiempo, cuando una mujer hermosa
esperaba en mi cama. Tomé la llamada.
—Nina.
—Luca, querido, ¿me llamaste?
¿Querido? Ambos sabíamos que no había amor desaprovechado entre nosotros.
La había odiado desde el momento en que se casó con mi padre cuando yo solo tenía
diez años. Casi había sentido pena por ella cuando mi sádico padre la golpeaba, pero
eso desapareció cuando la había visto desquitar su frustración con las criadas. Era una
criatura de apuñalar a las espaldas; muchas mujeres en nuestros círculos eran así, ya
sea porque no tenían otra manera de defenderse, o porque estuvieran aburridas. Antes
de conocer a Aria, me preocupaba que escondiera una personalidad fea detrás de la
apariencia inmaculada, pero era jodidamente perfecta por dentro y por fuera. Y estaba
jodidamente contento, porque con una mujer como Nina a mi lado, las cosas habrían
terminado mal.
—Necesito el yate de padre en cuatro días. Tendrás que pasar las próximas dos
semanas en nuestra casa de vacaciones si no quieres volver a Nueva York —le dije.
—Estoy haciendo una ruta por la costa de Cerdeña. No puedes esperar que
regrese porque decidiste que necesitas unas vacaciones —espetó.
Había sido demasiado indulgente con ella desde la muerte de mi padre hace
tres semanas.
—Harás lo que yo diga, Nina. Soy el Capo ahora y será mejor que recuerdes
que soy el hijo de mi padre, ¿o has olvidado de lo que soy capaz?
Silencio. No me gustaba lastimar a las mujeres, pero poco después de que ella
se hubiera casado con mi padre la atrapé golpeando a Matteo. Solo tenía diez años,
pero ya era tan alto como ella y más fuerte. La agarré por la garganta, y tal vez no la
habría soltado si mi padre no hubiera venido en ese momento. Nina vio en mis ojos
entonces que yo era un asesino. Padre la había golpeado a punto de matarla por tocar
a sus hijos, incluso cuando él nos torturaba a Matteo y a mí todo el tiempo para
hacernos más fuertes. Un año después maté a mi primer hombre, y seis años después
de eso, aplasté la garganta de mi primo como había querido aplastar a Nina cuando
ella había lastimado a mi hermano, y ella lo sabía.
—¿Cómo puedes pedirme que regrese cuando sabes que todavía estoy de luto?
—preguntó, agregando ese molesto vibrato en su voz como si estuviera al borde de
las lágrimas, cosa que ambos sabíamos que no era así.
—No me mientas —siseé—. Odiabas a mi padre tanto como yo. Querías
matarlo tú misma, así que no finjas que estás triste porque se ha ido. Y no finjas que
no dejas que un jodido capitán de barco te esté follando hasta volarte los sesos en el
maldito yate de mi padre.
Nina se aclaró la garganta. ¿Creía que no tenía contactos en Sicilia? Mi tío
abuelo era el Capo de la Famiglia allí, y por supuesto uno de sus hombres la vigilaba
por mí. Había visto fotos de ella con el capitán de veinte años, y lo que habían estado
haciendo en cubierta no se parecía en nada al duelo. Ella solo tenía unos treinta y
cinco años y se vio obligada a casarse con mi padre cuando solo tenía diecinueve, y
me importaba un carajo que estuviera follando por ahí siempre y cuando no me
causara problemas.
—Y Nina, soy el Capo, podría decidir qué tuvieras que volverte a casar. Hay
suficientes hombres en mis filas que tienen la misma disposición que mi padre.
Ella contuvo el aliento. No tenía intención de casarla con otra persona. Sin
importar lo mucho que la despreciara, había sufrido bastante bajo el gobierno de mi
padre.
—Puedes tener el yate, pero no volveré a Nueva York —dijo en voz baja.
—No me importa un bledo, como si te mudas a Italia, Nina. No te extraño,
créeme. —Antes de colgar, añadí—: Y que alguien limpie cada centímetro del yate.
No quiero encontrar ningún rastro de tu puta perversión en ningún lugar, ¿entendido?
Jadeó, pero no esperé su respuesta.
Después de la llamada con Nina, necesitaba esas jodidas vacaciones, pero
primero tendría que sobrevivir a un encuentro con los Lugartenientes de la Famiglia,
dos de los cuales eran mis tíos, y dos los esposos de mis tías. Salí de mi oficina y me
dirigí a la última puerta en la parte trasera de la Esfera.
Entré. Todos estaban ya reunidos alrededor de la mesa ovalada de madera. La
expresión de Matteo no era un buen augurio. Era bueno que me uniera a ellos o pronto
habría matado a alguien.
Los hombres se levantaron, incluso Matteo, porque sabía cómo mantener las
apariencias incluso si nunca me trataba como al Capo cuando estábamos solos… pero
el tío Gottardo se tomó su dulce tiempo al levantarse de su silla, probablemente su
forma de mostrarme que no me respetaba.
Les indiqué que se sentaran nuevamente mientras dejaba que mi mirada vagara
sobre ellos. Estaba el tío Ermano, el hermano menor de mi padre, que era
Lugarteniente de Atlanta, y mi tío Gottardo quien gobernaba Washington DC en mi
nombre. Frente a ellos estaba sentado el tío Durant, que gobernaba Pittsburgh y era
esposo de mi tía Crimella, y junto a él estaba sentado el tío Felix, esposo de la tía
Egidia y Lugarteniente de Baltimore. Los Lugartenientes que gobernaban Charleston,
Norfolk, Boston y Filadelfia no estaban relacionados conmigo, al menos no lo
suficientemente cerca para ser considerados familia. Todos los hombres tenían entre
cuarenta y muchos y cincuenta años, a excepción de Matteo y yo. Mis tíos pensaban
que era demasiado joven para ser Capo. No lo decían abiertamente, pero lo sabía por
las miradas que compartían, por los ocasionales comentarios desafiantes.
—Hay mucho por discutir. Sé que esta es solo nuestra segunda reunión y tienen
que acostumbrarse a mi forma de lidiar con las cosas, pero estoy seguro que podemos
controlar la amenaza rusa si trabajamos juntos como uno.
—En la época de tu padre, la Bratva jamás se habría atrevido a atacar la
mansión Vitiello. Mostraban respeto —dijo Gottardo. Sus ojos expresaban desprecio.
Todavía me odiaba por haber aplastado la garganta de su hijo hace seis años, pero mi
primo recibió lo que merecía por intentar matarnos a Matteo y a mí para mejorar su
posición. Si hubiera sido por mí, Gottardo habría compartido su destino. Todavía
dudaba que Gottardo no hubiera estado involucrado en nada de esto. Padre había
creído sus afirmaciones de inocencia por cualesquiera razones inexplicables, pero
desconfiaba del hombre. Si tenía que hacer una declaración sangrienta para
establecerme como Capo, empezaría con él.
—Mi padre fue golpeado en la cabeza por una bala de la Bratva. ¿Cómo es eso
mostrar respeto? —pregunté en una voz mortal a medida que me acercaba al frente de
la mesa. No me senté, queriendo que tuvieran que inclinar sus putos cuellos para
mirarme. Que vieran quién gobernaba ahora sobre la ciudad, quién gobernaba sobre
ellos. Me importaba una mierda si estaban felices de que yo fuera Capo con solo
veintitrés años. Mataría a todos los hijos de puta en la habitación si eso significaba
permanecer en el poder.
Matteo me lanzó una sonrisa. Había sacado su cuchillo cuando Gottardo había
hablado y ahora lo estaba girando alrededor en sus manos, sus pies apoyados sobre la
mesa. Él definitivamente apreciaría una declaración sangrienta.
Gottardo y mis otros tíos le dirigían miradas nerviosas. Nunca se habrían
convertido en Lugartenientes si no fuera por mi padre. Los otros hombres que se
habían ganado esa posición, era a ellos a quienes tenía que convencer de mi capacidad,
porque albergaban el respeto de sus soldados.
—Necesitas enviarles otro mensaje —dijo Gottardo bruscamente.
Di la vuelta y me detuve junto a su silla. Hizo el intento de levantarse, pero lo
empujé de vuelta hacia abajo.
—Les envié a Vitali en pequeños pedacitos, con una carta de advertencia
adjunta a su polla cortada. Creo que recibieron el mensaje. La pregunta es si tú
recibiste el mensaje de que soy tu Capo, Gottardo. —Tuvo que inclinar su cuello todo
el camino hacia atrás para encontrarse con mi mirada. Luego se giró hacia Ermano a
su lado en busca de ayuda, después a mis otros tíos. Ninguno de ellos hizo un
movimiento para acudir en su ayuda.
—Harías bien en respetar a tus mayores. Quizás los otros son demasiado
cobardes para decirlo en voz alta, pero no debiste haberte convertido en Capo. Puedes
ser fuerte y cruel, pero eres demasiado joven —murmuró, intentando salvar su orgullo.
Matteo bajó los pies de la mesa, la sonrisa desapareciendo.
—¿Y quién, por favor, dime, debería haberse convertido en Capo en mi lugar?
¿Tú, tío? —pregunté en voz baja—. Después de todo, tu familia intentó evitar que me
convirtiera en Capo una vez antes, y tu hijo pagó con su garganta aplastada por la
traición.
Gottardo se levantó de un salto y esta vez lo dejé. Solo me llegaba a la nariz,
así que si pensaba que podía impresionarme así, era un maldito tonto.
—Él habría sido un mejor Capo que tú. Yo sería un mejor Capo. Tú, como tu
padre, no eres digno del honor.
—Bueno, Gottardo, estás diciendo estupideces y lo sabes —murmuró Durant,
con los ojos moviéndose nerviosamente entre Matteo y yo.
Le di a Gottardo mi sonrisa más fría.
—Eso me suena muy similar a una violación de juramento. Soy tu Capo.
—Nunca hice el juramento de seguirte.
Ermano agarró a su hermano y trató de sentarlo, pero Gottardo se resistió.
—Cállate, Gottardo, por el amor de Dios. ¿Qué te pasa?
—No —espetó—. Primero Salvatore, ahora él. No seguiré las órdenes de
alguien que podría ser mi hijo. Si no fuera por su padre, él no sería Capo. Heredó el
título, pero no es digno.
—Si no fuéramos familia, ya te habría cortado la lengua —dijo Matteo
mientras se acercaba por detrás de mí.
Quería matar a Gottardo en el acto, quería aplastarle la garganta como había
hecho con su maldito hijo. Estaba cien por ciento seguro que había enviado a su hijo
a matarme hace tantos años.
Miré a cada uno de mis Lugartenientes.
—¿Qué tan rápido pueden convocar a sus capitanes y sus soldados para una
reunión?
Mansueto, Lugarteniente de Filadelfia, se puso de pie, apoyando su peso con
su bastón. Desde su segundo ataque al corazón hace tres meses, se había convertido
en una sombra del hombre que había conocido. Su familia era leal hasta la médula. Si
él moría, eso llevaría a más problemas. Filadelfia era importante, y su hijo Cassio era
solo cuatro años mayor que yo.
—Esta noche. Mañana por la mañana a más tardar.
Los otros hombres asintieron en acuerdo, todos excepto Gottardo, que me
estaba observando con sospecha, y Ermano quien dijo:
—Se tarda al menos quince horas en llegar hasta aquí desde Atlanta. Y no sé
si puedan volar todos tan rápido. Mañana por la mañana sería mejor si también
pretendes involucrar a los soldados.
Matteo me lanzó una mirada interrogante, pero me enfrenté a Gottardo.
—Entonces mañana por la mañana. Llamen a todo el mundo. Mañana haré que
todos los mafiosos de la Famiglia me den su juramento.
Gottardo resopló.
—¿Qué te hace pensar que lo harán? Quizás quieren que alguien más sea Capo.
Asentí.
—Permitiré que me desafíe quienquiera que se considere más digno. Puedes
competir contra mí. Si consigues el apoyo de la mayoría de los soldados, renunciaré.
Matteo me miró como si hubiera perdido la maldita cabeza, pero sabía que esta
era la única manera de acabar con todos los que dudaban de mí debido a mi edad.
—Mañana a las once en la central de energía abandonada de Yonkers —ordené.
Mis hombres intercambiaron miradas. Ahí fue donde tuvo lugar el último baño de
sangre en la historia de la Famiglia, y la prensa llamó al lugar La Puerta del Infierno.
Le envié una sonrisa a Gottardo.
—Buena suerte, tío.
Giré sobre mis talones y los dejé con su sorpresa. Ya estaba harto de esta
maldita reunión. Hasta que tuviera el apoyo total de la Famiglia, no tenía sentido
discutir sobre la Bratva.
Matteo corrió tras de mí.
—Luca, eres Capo. ¿Por qué lo arriesgas todo?
—No lo hago —dije—. Mis hombres me prometerán lealtad.
Matteo me detuvo con una mano en mi hombro.
—Debiste haber cortado la garganta de tío Gottardo. Eso también habría
calmado a los que dudan. No somos el puto Senado ni nada parecido. No votamos por
nuestro Capo, Luca.
—Soy el Capo más joven de la historia y necesito silenciar a todos mis
enemigos. Esta vez les daré la oportunidad de hablar.
—¿Y estás seguro que mañana todavía serás Capo? —preguntó Matteo en voz
baja.
—La Famiglia necesita fuerza. Necesitan una mano brutal. Mis hombres lo
saben. —Y todos sabían que no había nadie que pudiera enfrentar la venganza con
más brutalidad que yo.
Matteo asintió, luego apretó mi hombro.
—Espero que tengas razón, porque si no las cosas se pondrán sangrientas.
Me encontré con su mirada.
—Nunca más me someteré a las órdenes de nadie. O gobernaré sobre el Este,
o caeré luchando.
—Lo sé. Así que, si las cosas no salen según lo planeado, tendremos que
acuchillar y disparar para escapar. Y ambos podríamos morir, y odio decirlo, pero
realmente detestaría morir antes de tener la oportunidad de follarme a Gianna al menos
una vez.
Negué con la cabeza.
—Tal vez te estoy ahorrando muchos problemas si hago que nos maten.
Él sonrió.
—Me gustan los problemas —dijo, como si no lo supiera—. ¿Le hablarás a
Aria sobre esto?
Me detuve un momento. Tenía que encontrar una manera de mantenerla a salvo
si las cosas iban cuesta abajo. Había muchos hombres en mis filas a quienes les
encantaría ponerle las manos encima, y eso nunca iba a suceder.
—No —dije—. No quiero que se preocupe por mí.
2
Aria
Traducido por LizC

Corregido por Masi

lgo estaba mal. Lo supe al momento en que Luca había vuelto a casa

A la noche anterior, y mis sospechas terminaron confirmadas a la mañana


siguiente mientras lo veía ponerse sus fundas de arma y cuchillo. Dos
cuchillos atados a su frente, dos a su espalda con dos cuchillos abajo. Dos cuchillos
más en sus pantorrillas. Luca me había pedido que también estuviera lista, pero no
dijo por qué. No había sido muy comunicativo con algún tipo de información, pero
algo debía haber ocurrido ayer con sus Lugartenientes para que él convocara una
reunión con toda la Famiglia.
—Luca, estoy empezando a preocuparme —dije en voz baja a medida que me
cepillaba el cabello y luego bajaba el cepillo sobre mi tocador en el dormitorio.
—No te preocupes —dijo con firmeza, tomando mi mano y atrayéndome
contra su pecho—. Este soy yo siendo sobreprotector. Pasarás la mañana con Romero.
Él te protegerá.
—Estoy preocupada por ti, no por mí —dije con el ceño fruncido.
Su expresión se suavizó, pero entonces me dio una sonrisa engreída.
—Soy difícil de matar.
Me estremecí.
—¿Alguien intentará matarte hoy?
Besó mis labios, su agarre sobre mí apretándose casi dolorosamente antes de
retirarse. Con su mano entrelazándose con la mía, me condujo escaleras abajo donde
Romero estaba esperando, viéndose tan preocupado como yo me sentía. Enmascaró
sus emociones rápidamente cuando me vio, pero ya era demasiado tarde.
—Luca —susurré—. ¿Qué está pasando? Pensé que esta era solo una reunión
de la Famiglia.
Romero y Luca intercambiaron una mirada, y Romero asintió, luego se dirigió
hacia la puerta de entrada.
Luca acunó mis mejillas, su cuerpo protegiéndonos de la mirada de Romero.
Evalué sus ojos para tranquilizarme, pero él se cerró. El miedo me arañó el pecho y
las lágrimas brotaron de mis ojos. Tal vez intentaba protegerme de las realidades de
la vida de la mafia, pero era la hija del Consigliere de la Organización. La mafia estaba
en mi sangre. Conocía sus reglas, a su gente. Un Capo nuevo significaba un cambio
en el poder.
Luca negó con la cabeza.
—No —gruñó—. Sin lágrimas.
Parpadeé y aspiré profundamente.
—Volverás a mí. —Era más pregunta qué declaración.
La oscura determinación llenó el rostro de Luca.
—Siempre. Incluso si tengo que masacrar a mil hombres para hacerlo.
Buen Dios. Le creía. Me dio otro beso y luego intentó retroceder, pero apreté
mi agarre alrededor de su cintura.
—Aria —dijo en voz baja, pero no lo solté. Luca le dio una señal a Romero y,
un momento después, Romero agarró mi brazo y me apartó de Luca suavemente.
Después de una última mirada hacia mí, Luca salió del apartamento. Las puertas del
ascensor se cerraron tras su fuerte espalda.
—Vamos, Aria —dijo Romero con voz suave, soltándome—. También
deberíamos irnos.
—¿Está en problemas? ¿Es porque es un Capo joven?
Romero negó con la cabeza.
—Luca no quiere que sepas los detalles. No me pidas respuestas que no puedo
darte.
Luca
La central de energía de Yonkers con su frente de ladrillo marrón rojizo se
alzaba cerca del río Hudson, una reliquia desmoronada del pasado… como mis tíos.
—La Puerta del Infierno —murmuró Matteo por lo bajo mientras
estacionábamos cerca de la entrada. Los alrededores descuidados de la central
eléctrica estaban llenos de docenas de autos.
La Puerta del Infierno… la prensa le había dado ese nombre al edificio en los
últimos años debido a las guerras de pandillas, pero el último baño de sangre real
había sido orquestado por la Famiglia, y tal vez hoy otro le seguiría. Romero estaba
llevando a Aria en un viaje alrededor de la ciudad hoy. No la quería en nuestro ático,
ni en la mansión si las cosas se intensificaban. Si Matteo y yo moríamos, Romero la
llevaría a Chicago. La Organización la protegería.
Las dos chimeneas se elevaban hacia el cielo como cañones de armas. Mis
propias armas atadas a mi pecho con suerte no entrarían en acción hoy. Matteo y yo
cruzamos las puertas chirriantes, pasamos frente a las tuberías oxidadas y nos
dirigimos a la sala principal del edificio con la altura propia de una catedral. Cientos
de hombres giraron sus cabezas hacia mí cuando pasé junto a ellos. El frente estaba
formado por los soldados de Nueva York y Boston, soldados con los que había
trabajado con frecuencia a lo largo de los años, pero en las filas detrás de ellos vi
muchas caras menos conocidas: soldados de Washington y Atlanta, de Cleveland y
Filadelfia, y las otras ciudades de la Costa Este bajo mi mando. Algunos de ellos nunca
me habían visto en persona, solo habían oído las historias y visto las fotos en la prensa.
Un murmullo aumentó a medida que me contemplaban. No había elegido un traje de
tres piezas para la ocasión como lo hubieran hecho mi padre y los Capos antes que él.
Vestía una camisa ajustada gris oscuro, con las mangas enrolladas, mostrando los
músculos por los que había trabajado duro.
No elegí una de las plataformas altas, que permitía una vista asombrosa de la
sala, para mi discurso. La distancia habría disminuido el efecto que mi tamaño tenía
en las personas. Quería que mis hombres me vieran de cerca, especialmente aquellos
que no me habían visto antes. Salté sobre una plataforma de hormigón baja con los
restos de pernos oxidados, antes de girarme hacia la Famiglia reunida. Matteo se
mantuvo apartado a un lado. Tenerlo aquí conmigo habría sugerido que necesitaba su
refuerzo, pero hoy necesitaba mostrarles a mis hombres que podía manejar cualquier
cosa por mi cuenta.
Levanté mi mano y al momento mis hombres se callaron. Gottardo, desde el
frente, me fulminaba con una mirada llena de desprecio apenas oculto.
—Gracias por acatar mi llamado —estallé—. Sé que los Capos antes que yo
nunca han convocado una reunión de esta proporción, pero los tiempos están
cambiando y, aunque estamos atados a nuestras tradiciones y reglas, que siempre he
honrado, es necesario cambiar algunas cosas. Necesitamos adaptarnos para que así la
Famiglia permanezca fuerte, para que así podamos afrontar las amenazas futuras y
salir más fuertes.
La mayoría de los soldados más jóvenes asintieron e incluso muchos de los
más viejos, pero algunas caras se mostraron escépticas, entre ellas las de mis tíos
Gottardo y Ermano.
—Como señal de respeto para todos ustedes, convoqué esta reunión para que
puedan expresar sus inquietudes antes de prometerme lealtad.
Susurros sorprendidos resonaron a mi alrededor.
Señalé a Gottardo, quien se enderezó inmediatamente.
—Para mostrarles que estoy hablando en serio sobre esto, ahora le daré la
palabra a uno de mis críticos, mi tío Gottardo Vitiello, Lugarteniente de la Famiglia
en Atlanta. Algunos de ustedes podrían haber oído hablar de él.
Fue un golpe que no pude resistir. Gottardo siempre había sido más de palabras
que acciones. Dudaba que muchos de ellos lo hubieran visto fuera de su oficina.
Gottardo se adelantó y subió a la plataforma con algunos problemas. Había
pasado un tiempo desde su última pelea, como lo demostraba la panza contra su traje.
Me dio apenas un asentimiento de reconocimiento y una vez más me pregunté si debí
haber seguido el consejo de Matteo y simplemente cortarle la garganta al hombre,
pero era mi familia y yo, al menos, tenía que fingir que malditamente me importaba.
Gottardo se aclaró la garganta y abrió los brazos.
—No tengo ninguna intención de faltar el respeto. Quien me conoce, sabe que
todo lo que me preocupa es el respeto —comenzó, y tuve que evitar poner los ojos en
blanco. Lo único que sabía hacer era hablar mal a las espaldas de las personas. Eso no
tenía nada que ver con el respeto—. Pero hay que decir algunas cosas por el bien de
la Famiglia. Necesitamos una mano fuerte, una mano experimentada que nos guíe.
Luca es fuerte, pero es demasiado joven, demasiado inexperto.
Unos cuantos susurros asombrados se alzaron. Mi cara no delataba nada. Si
mis hombres pensaban que las palabras de Gottardo me impactaban, podrían
considerarlas verdaderas.
—Tenemos muchos Lugartenientes capaces con décadas de experiencia. Uno
de ellos podría convertirse en Capo hasta que Luca sea más mayor.
Jodida basura. Una vez que cediera, Gottardo, y mis otros tíos y sus hijos, se
asegurarían de que siguiera siendo así, probablemente con un cuchillo en mi espalda.
Levanté mi mano una vez más, mi expresión de acero.
—¿Cuál es el nombre que infunde respeto en la Organización? ¿Cuál venganza
teme la Bratva cuando consideran atacarnos? He sido miembro de la Famiglia durante
doce años. He matado a cerca de doscientos enemigos. Es mi nombre el que susurran
con miedo. El Tenazas. Me temen porque mis acciones hablan más que mi edad,
porque soy capaz de hacer lo que se debe hacer, sin importar lo sangrientas, sin
importar lo peligrosas, sin importar lo despiadadas que sean. Eres mayor, tío Gottardo,
es cierto, pero ¿en cuántas peleas has participado, cuántos hombres has torturado,
cuántos enemigos has matado? Eres viejo. Y eso es lo que hoy te está salvando. No te
mataré por hablar en contra de tu Capo porque respeto a mis mayores. Los respeto
siempre y cuando ellos me respeten, así que la próxima vez que consideres rebelarte,
ni tu edad ni tu estatus como mi tío me impedirán clavar mi cuchillo en tu corazón.
—Me concentré en los muchos cientos de hombres debajo de mí—. Aquellos que han
luchado a mi lado saben por qué soy el Capo que necesita la Famiglia en este
momento. Sé cómo luchar, a diferencia de muchos Capos anteriores que pasaron su
tiempo escondidos detrás de los escritorios y detrás de sus guardaespaldas. Pero puedo
actuar diplomáticamente, como mi unión con la hija de Rocco Scuderi debería haber
demostrado.
—¡No queremos a la puta de la Organización en la Famiglia! —gritó una
profunda voz masculina.
Mis ojos giraron en dirección de donde había venido el grito. Matteo me mostró
su jodida sonrisa retorcida. La Puerta del Infierno. Esta noche habría sangre.
—¿Quién lo dijo? —pregunté.
Algunas personas se movieron a mi derecha. Me centré en ellos. Había un
imbécil alto que no conocía, probablemente uno de los hombres de Gottardo, que se
encontró con mi mirada.
—¿Quién? —rugí.
—Yo lo hice —admitió, con voz firme.
Salté de la plataforma y avancé hacia él a través de la multitud que se iba
abriendo. Matteo permaneció cerca de mí. Mis hombres me miraron con respeto y
fascinación. La mayoría de ellos eran mucho más bajos que yo, y cuando me detuve
justo delante del imbécil que había hablado mal de Aria, él también tuvo que inclinar
la cabeza ligeramente hacia atrás, a pesar de que medía un metro noventa
aproximadamente. Sabía cómo me veía ante la mayoría de las personas: como el
diablo surgido del infierno.
—Prefiero saber el nombre de los hombres que mato, así que, ¿cuál es tu
nombre?
—Giovanni —respondió, intentando sonar imperturbable pero fallando. El
sudor cubría su labio superior y su mano descansaba sobre el arma en su cintura.
—Giovanni —repetí con mi voz más letal, acercándonos aún más, mis ojos
diciéndole lo que le esperaba.
Retrocedió un paso, solo uno, pero todos lo vieron.
Mi sonrisa se abrió de par en par.
—¿Cómo llamaste a mi esposa?
Sus ojos revolotearon a su alrededor.
—Solo fue un pago por la tregua. Es una puta —soltó y luego añadió
rápidamente—: No soy el único que piensa así.
—¿En serio? —pregunté, dejando que mi furiosa mirada se deslizara sobre los
hombres de los alrededores, la mayoría de ellos soldados de Gottardo. Ninguno de
ellos confirmó lo que Giovanni había dicho, pero podía imaginar lo que Gottardo les
había dicho—. Tal vez te ayuden, Giovanni. Espero que algunos de ellos lo hagan, así
también podré masacrarlos.
Giovanni se tensó, sus dedos envolviéndose en el mango de su arma. Mi mano
se lanzó hacia adelante, cerrándose alrededor de su garganta, y lo empujé al suelo,
golpeé mi rodilla contra su pecho para retenerlo. Se estaba ahogando a medida que
mis dedos detenían su suministro de oxígeno. Sostuve su mirada, disfrutando del
pánico en sus ojos mientras luchaba contra la muerte. Su lucha se volvió brusca
cuando se arqueó y retorció, pero no me relajé. Extendí mi mano a Matteo.
—Cuchillo.
Tenía el mío, pero habría necesitado un esfuerzo considerable para liberarlo de
mi pantorrilla o mi funda trasera, con el imbécil luchando debajo de mí. Matteo me
entregó su cuchillo de desollar favorito con una hoja corta y afilada de carbono,
construida para atravesar la carne como la mantequilla. Los ojos de Giovanni se
ensancharon, por el terror y la falta de oxígeno.
Poco antes de que perdiera el conocimiento, solté su garganta y su boca se abrió
de par en par para tragar aire. Coloqué mi mano entre su mandíbula superior e inferior
para mantenerla abierta, y luego, bajé el cuchillo contra su lengua. Él apretó los
dientes, chillando con voz ronca, pero la hoja cortó su carne. El dolor se disparó a
través de mis dedos de su mandíbula cerrada, pero me habían pasado cosas peores.
Dejé caer el cuchillo y alcancé la mitad de la lengua cortada, después la arranqué con
un tirón cruel. Sus ojos se quedaron en blanco a medida que la sangre inundaba su
boca. Cayó de costado, temblando. Moriría pronto de la pérdida de sangre o ahogado
con su propia sangre.
Con la lengua resbaladiza todavía en mi mano, me di la vuelta en un círculo
para mostrar a mis hombres que los veía a todos, luego dejé caer el pedazo inútil de
carne en el suelo antes de volver al frente, con la mano y el antebrazo cubiertos de
sangre. Salté a la plataforma y me enfrenté a la multitud, sin molestarme en limpiarme.
Les dejé ver la sangre, pero la mayoría de los ojos estaban fijos en mi cara, y un
respeto enfermizo retorcía sus facciones.
—Mi esposa es una mujer honorable, mi mujer, y mataré a cualquiera que se
atreva a faltarle el respeto. —Esperaba que esto resolviera el asunto de una vez por
todas.
Matteo me sonrió mientras sostenía el cuchillo ensangrentado que había dejado
caer. Le di un asentimiento y él habló.
—Ahora que hemos resuelto lo de la lengua rebelde de Giovanni, es hora de
que prometan lealtad a su Capo. Aquellos de ustedes que aún piensan que Luca no
está en condiciones de ser Capo, pueden dar un paso adelante y no hacer el juramento.
Depende de ustedes. —Les mostró los dientes y limpió la hoja en el pantalón.
Nadie dio un paso adelante, y cuando Matteo apoyó la palma de la mano sobre
su corazón y comenzó las palabras de nuestro juramento:
—Nacido en sangre, jurado en sangre —respondió la multitud como una sola.
Respiré profundamente, observando a mis hombres a medida que me contemplaban.
Por ahora había silenciado a mis críticos, los había asustado para que se callaran, pero
no siempre seguirían siendo así. Sin embargo, por ahora, era Capo, un Capo más fuerte
que mi padre porque les había dado a mis soldados la sensación de que me habían
elegido. Cuando descendí más tarde, tomé la toalla que me dio Matteo para que me
limpiara la mano antes de aceptar las felicitaciones de mis soldados y estrecharles la
mano.
Mis hombres buscaron mi cercanía, especialmente aquellos que nunca antes
me habían conocido. Solo habían hablado de mí alguna vez, y ahora podían hablar
conmigo. Les di lo que estaban buscando. Hablaron, escucharon, y palmearon mis
hombros.
Mansueto, Lugarteniente en Filadelfia, quien apoyaba su peso en un bastón, se
me acercó más tarde, y su hijo Cassio se cernía tras él. Estreché la mano de Mansueto
y luego la de Cassio.
—Tu esposa trae esplendor y luz a Nueva York. En mis casi setenta años nunca
he visto una belleza como la de ella. Tuya o no, estás bendecido por tenerla en tu
cama.
Me tensé.
—Padre —dijo Cassio en advertencia, enviándome una mirada de disculpa.
Mansueto me sonrió y asintió.
—Protector como deberías ser. Soy un hombre viejo. No me hagas caso.
Sabía que Aria era hermosa. Si hubiera nacido en el pasado, habría sido reina,
dada a un rey por su belleza incomparable, e incluso ahora estaba destinada al
escenario, para ser admirada por millones de personas. Sería el sueño húmedo de
millones de adolescentes, aparecería las fantasías de millones de hombres casados que
no podrían alcanzar el clímax con las imágenes de sus propias esposas… si ella no
fuera mi esposa. Pero era un cabrón posesivo, y por eso ella siempre sería solo mía.
Cada centímetro de ella.
—Sé que hoy no es un buen momento, pero necesito hablar sobre mi sucesión
contigo —dijo Mansueto.
Cassio apretó la boca.
—No morirás hoy, padre.
—Pero tal vez mañana —dijo Mansueto.
Dirigí mi mirada hacia Cassio.
—Te harás cargo en lugar de tu padre.
Cassio inclinó la cabeza.
—Si das tu consentimiento. Soy joven.
Sonreí.
—No tan joven como yo. La Famiglia necesita sangre joven. —Me dirigí a
Mansueto—. Sin ofender.
—No me ofendo. Hay ciertas fuerzas en la Famiglia que nos están frenando.
Pero tengo fe en que acabarás con el problema de raíz.
La mirada de Mansueto se movió hacia el centro del pasillo donde Giovanni se
había desangrado. Nadie había acudido en su ayuda.
—Lo haré.

Aria
Romero y yo habíamos estado conduciendo por Nueva York por cerca de dos
horas. Estaba empezando a inquietarme y el agarre de Romero en el volante se
apretaba con cada momento que pasaba. Esta no era una simple reunión de la
Famiglia, o Luca no habría tomado este tipo de precauciones. Mis ojos se dirigieron
hacia el Edificio Flatiron mientras nos deslizábamos entre el tráfico, intentando
distraerme de mi pánico creciente, en vano.
—Luca es fuerte, Aria —me aseguró Romero nuevamente, pero sus palabras
no calmaron mis miedos. Se las había arreglado para alborotar su cabello castaño por
completo al pasar sus manos a través de él con demasiada frecuencia, y su evidente
señal de nervios me puso aún más nerviosa.
Dos horas.
¿Y si no volvía conmigo?
El móvil de Romero emitió un pitido y lo sacó, sus ojos dirigiéndose a la
pantalla antes de volver al parabrisas y la tensión se desvaneció. Sonrió.
—Todo está bien. Podemos ir a casa.
Me derrumbé en el asiento, presionando una mano contra mis labios a medida
que cerraba los ojos para luchar contra las lágrimas de alivio.
Cuando los abrí de nuevo, Romero me estaba observando con una pizca de
sorpresa, pero luego se volvió hacia el frente.
—¿Por qué? —pregunté en voz baja—. ¿Por qué estás sorprendido?
—Algunos pensaban que lidiarías bien estar casada con Luca. Muchos piensan
que celebrarás su muerte —dijo con cuidado.
—¿Y tú qué piensas? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Romero, creo que merezco la verdad.
—Cuando te vi por primera vez cuando solo tenías quince años, sentí pena por
ti. No me malinterpretes. Respeto a Luca más que a nadie. Él es mi Capo, pero he
luchado a su lado durante años. Sé lo que esta vida les hace a las personas, he visto lo
que Salvatore Vitiello le hizo a Luca y Matteo. Luca nació y se crio para ser Capo.
—Sé lo que es —dije con firmeza—. Y lo amo.
Romero me dio una sonrisa pequeña, sus ojos castaños gentiles.
—Lo sé. Cuando recibiste esa bala por él se volvió bastante claro, pero a veces
todavía me sorprende.
—También a mí —admití con una pequeña risa, porque hace unos meses
todavía era una de las personas que pensaban que convertirse en una viuda joven sería
lo mejor que me podría pasar.
—Hará cualquier cosa por ti, ¿lo sabes?
Fruncí el ceño.
—No si lastima a la Famiglia.
Los labios de Romero se retorcieron en una sonrisa irónica, pero no dijo nada.

La oscuridad acechaba en los ojos de Luca cuando regresó de la reunión con la


Famiglia a última hora de la tarde. Estaba leyendo una revista de viajes que mostraba
el sur de Italia en el sofá de la sala de estar, pero corrí hacia él apenas Romero
desapareció en el ascensor, arrojando mis brazos alrededor de su cintura y hundiendo
mi cara en su pecho. Olí a sangre, pero debajo de ello yacía el reconfortante aroma a
almizcle de Luca. Me sostuvo por unos momentos hasta que me eché hacia atrás para
mirar su cara.
—¿Estás bien? —le pregunté, mi voz entrecortada.
No dijo nada, solo me acarició el cabello. Sonriendo, tomé su mano y la llevé
a mis labios, besándole los nudillos. Cuando retrocedí me di cuenta de la sangre seca
que se había reunido en las líneas de expresión entre sus dedos. Me puse rígida antes
de que pudiera controlar la reacción. Había visto sangre antes. En las camisas y el
cuerpo de Luca, y en cada centímetro del piso de la mansión después del ataque de la
Bratva, pero esto era inesperado.
Luca hizo una mueca y apartó la mano.
Evalué sus ojos.
—¿Qué pasó? —Cuando se hizo evidente que no estaba dispuesto a decírmelo,
tomé su mano una vez más para mostrarle que un poco de sangre no me molestaba y
me acerqué a él.
—Por favor, dímelo. Puedes confiar en mí.
—No quiero mancharte con los horrores de mi vida.
—Tus horrores no me asustan. Estoy aquí para ayudarte a lidiar con ellos.
No parecía convencido, pero aun así respondió:
—Tuve que hacer una declaración sangrienta en la reunión de hoy.
—Declaración sangrienta —repetí. Había escuchado el término antes—.
¿Mataste a uno de tus soldados?
Levantó su otra mano y la arrastró por mi mejilla hasta mi garganta, luego sobre
mi hombro.
—Tan inocente —susurró sombríamente.
Fruncí los labios.
—Ya no soy tan inocente, gracias a ti. —Estaba pensado de una manera sexual,
con la intención de aligerar el estado de ánimo, pero Luca asintió, sus ojos
parpadeando con remordimiento.
—Todavía recuerdo la primera vez que te vi. Maldición, eras una niña.
—No era tan joven, Luca —lo contradije—. Y tú eres solo cinco años mayor
que yo. Haces que parezca que eres un viejo decrepito.
—Incluso el día de nuestra boda aún tenías esa inocencia infantil. Habías sido
protegida, resguardada. Eras pura y yo no era para nada similar. Tal vez no soy mucho
mayor, pero he hecho tanto, visto tanto.
No estaba segura si estaba hablando de las cosas que había hecho como un
mafioso o como soltero codiciado. Sabía que había estado con muchas mujeres. Una
mirada a la prensa y eso quedaba muy claro. Y no estaba muy segura que quería decir
con sus palabras.
—Nunca pareciste molesto por mi falta de experiencia…
—No lo estoy. Ya sabes lo posesivo que soy. Habría tenido que matar a todos
los hombres con los que hubieras estado en el pasado, así que es bueno que sea el
único.
Solté un suspiro exasperado, pero podía sentir que su estado de ánimo estaba
mejorando ligeramente.
—¿Con cuántas mujeres te has acostado? Tuviste tu primera vez cuando tenías
trece años, así que has tenido diez años antes de que nos casáramos. —Me lo había
estado preguntando por un tiempo, incluso si no estaba segura de querer saber la
respuesta, pero sabía que eso distraería a Luca de los demonios que la reunión había
convocado.
La expresión de Luca se cerró de lleno.
—Eso no es importante. Es el pasado.
—Pero me gustaría saberlo.
—No importa si hubo cien o mil personas antes de ti, porque ahora solo estás
tú, Aria —dijo Luca con firmeza.
Suspiré. Tal vez tenía razón, pero no podía dejarlo pasar tan fácilmente.
—¿Un millar? —pregunté, abriendo los ojos por completo.
Él sonrió.
—Buen intento. Digamos que aproveché todo lo que pude conseguir.
—Y conseguiste mucho —terminé.
—Nada importante —murmuró antes de besarme. Sabía que no debería ser así,
pero no podía dejar de preguntarme si un hombre que estaba acostumbrado a estar con
tantas mujeres podría alguna vez conformarse con una sola, especialmente una que
había aprendido de él todo lo que sabía sobre el sexo.
3
Aria
Traducido por LizC

Corregido por Masi

E
l sol a mediados de octubre besó mi piel cuando desembarcamos en
nuestro jet privado estacionado en el aeropuerto de Palermo. Mientras
el clima en Nueva York había sido gris y lluvioso, el sol y el calor nos
recibieron en Sicilia.
Incliné mi cara hacia arriba, disfrutando del toque de los rayos del sol en mi
piel. En preparación para el clima más cálido, me puse mi vestido maxi de color
naranja con su efecto sombreado y el cinturón dorado acentuando mi cintura, así como
mis sandalias doradas planas favoritas.
La mano de Luca se apretó alrededor de la mía y lo miré de reojo,
encontrándolo frunciendo el ceño amenazadoramente a nuestro piloto que me había
estado comiendo con los ojos. Tiré de su mano y él se centró en mí, el ceño fruncido
desapareciendo.
—Eres demasiado hermosa.
—Cierto —dije con una risa—. Vamos. Quiero ver el yate. —Eso, y quería
alejarnos del piloto antes de que Luca decidiera liberarlo de algunas extremidades.
Un conductor nos esperaba junto a un vehículo Maserati blanco cuando salimos
del aeropuerto.
—Es un soldado de la Famiglia siciliana. Mi tío abuelo es el Capo.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Oh, ¿en serio? ¿Lo has visto antes?
—Dos veces. No estuvo en el funeral de mi padre porque en ese momento
estaban poniéndole un marcapasos. Tiene más de setenta años, de modo que en algún
momento su nieto Alessandro asumirá el cargo.
—¿No lo hará su hijo?
—Está muerto. Asesinado por la Camorra. Gobiernan sobre Nápoles y
Campania.
—Oh. ¿Qué hay de la Camorra en los Estados Unidos?
—Se mantienen retirados en el Oeste. Benedetto Falcone está tan loco cómo el
que más.
Llegamos al auto. Nuestro conductor, un tipo alto de la edad de Luca con
cabello oscuro y barba oscura, estrechó la mano de Luca y se presentó como
Alessandro en italiano. Luca pareció sorprenderse, y luego dijo con fluidez en italiano:
—No te reconocí. Ha pasado un tiempo. No esperaba que mi tío abuelo enviara
a su propio nieto para recibirme.
Alessandro inclinó la cabeza.
—Una señal de respeto, Luca, como hombres de honor. —Se volvió hacia mí
y sus ojos viajaron a lo largo de mi cuerpo, obviamente sorprendido antes de que se
encontrara con mi mirada y me hablara en un inglés acentuado—. Es un honor conocer
a la mujer con el cabello dorado que trajo la tregua entre la Organización y la Famiglia.
Casi resoplé.
La mirada vigilante de Luca se posó en el otro hombre.
—También es mi esposa.
Me molestó que hablaran en inglés conmigo, esperando que fuera incapaz de
hablar italiano.
Quizás era famosa por mi belleza, pero había terminado la escuela como la
mejor de la clase y podría haber ido a cualquier universidad de la Ivy League que
quisiera si no fuera quien era.
Sonreí a pesar de mi molestia, y dije en un italiano impecable:
—No traje ninguna tregua, Luca lo hizo porque es el mejor Capo que Nueva
York ha visto nunca.
Ambos hombres me contemplaron asombrados y levanté mis cejas hacia Luca.
La apreciación parpadeó en su mirada antes de que volviera su atención a Alessandro.
—¿Mi tío abuelo espera una visita hoy?
El alivio se asentó en mis huesos cuando Alessandro negó con la cabeza.
—Sabe que querrás disfrutar tu luna de miel con tu esposa. Pero, agradecería
una reunión antes de irte a Nueva York.
—Por supuesto —dijo Luca. Subimos al auto después de que Alessandro
hubiera ayudado a Luca a cargar nuestro equipaje en el maletero. Luca y yo nos
sentamos en la parte de atrás, lo que a Alessandro no pareció importarle. Tenía la
sensación de que Luca quería vigilar al otro hombre, así que me alegré cuando
Alessandro nos dejó en el puerto y se marchó. Luca hizo rodar nuestras dos maletas
por el largo rellano hacia un yate blanco y negro, y no uno pequeño como esperaba.
Luca me ayudó a subirme al bote y luego levantó nuestro equipaje en cubierta.
—¿Puedes conducir esta cosa? —pregunté.
Luca sonrió.
—Sí. Es como conducir un auto.
Lo dudaba. Me llevó a las cubiertas inferiores, que eran el epítome de elegancia
lujosa con partes del techo hechas de vidrio para permitir una vista del cielo. Los
muebles, las paredes y las alfombras iban de color blanco a crema con algunos
elementos de madera más oscuros. La zona de asientos y la mesa del comedor fueron
hechas para al menos ocho personas. Luca siguió avanzando hasta que llegamos al
dormitorio principal con su propio baño privado. La cama tamaño King tenía un dosel
de color crema y espejos sobre la cabecera, así como en la parte superior del dosel.
Caminé hacia ella y miré los espejos, medio avergonzada, medio curiosa.
Luca me observaba con los brazos cruzados y una expresión hambrienta en su
rostro.
—No puedo esperar a ver tu hermoso cuerpo desde todos los ángulos cuando
esté dentro de ti.
Mis mejillas ardieron. No estaba segura si me gustaba la idea de ser vista así,
y peor aún, verme a mí misma.
Luca se acercó a mí y me acarició la mejilla.
—Todavía inocente.
Fruncí el ceño. No era eso exactamente. Simplemente no estaba interesada en
ver mi cuerpo expuesto en cada ángulo desfavorable posible.
—No estoy segura que necesite ver tanto de mí misma.
Luca se rio.
—No me digas que eres tímida, Aria. Joder. Casi mato al piloto, al personal de
tierra y a Alessandro por sus miradas lascivas, y te sientes cohibida por ese cuerpo.
Gesticuló hacia mí.
—Solo porque otros no ven mis imperfecciones no significa que yo no lo haga.
Él se rio de nuevo.
—Eres perfecta en todas partes, Aria, créeme. He visto a muchas mujeres
desnudas, y todas habrían dado su riñón izquierdo por ser la mitad de hermosa que tú.
—Tienes que decir eso porque eres mi marido —dije, pero estaba empezando
a relajarme a pesar de los espejos. ¿Qué importaba si no estaba feliz con la forma en
que me veía, siempre y cuando Luca me considerara hermosa?
Tocó mi cintura y se inclinó hacia mi oreja.
—No tengo que hacer nada. Es la verdad. Ahora ven, antes de que te arroje
sobre la cama y te muestre lo jodidamente sexy que eres para mí.
Habría estado perfectamente bien con eso, pero lo seguí hasta la cubierta
superior y luego hasta la cabina elevada del piloto.
—Guau —dije.
Luca sonrió.
—Espera un segundo. Tengo que soltar los amarres. —Cuando regresó unos
minutos más tarde, se puso detrás del timón y puso en marcha el motor. Lo observé
fascinada mientras presionaba los botones y revisaba todo tipo de pantallas de las que
no tenía ni idea. La concentración llenó el rostro de Luca a medida que maniobraba el
yate fuera del puerto y hacia el mar abierto—. Podemos detenernos prácticamente
donde sea que queramos, y tener el lugar solo para nosotros.
Me gustaba la idea, me gustaba mucho, especialmente la idea de tener a Luca
para mí sola.

Luca
Podía decir que Aria estaba tan entusiasmada con la perspectiva de tener el
océano y las playas aisladas solo para nosotros como lo estaba yo. Quería follar a Aria
en la playa, en el océano, en la terraza y debajo de ese gran espejo. Todas esas serían
primeras veces para Aria, y eso hacía que mi polla se endureciera con tan solo
pensarlo.
Su frente se frunció.
—¿Qué hay de la comida?
Quizás nuestras mentes no habían vagado por los mismos caminos oscuros.
Tuve que reprimir una sonrisa.
—Le pedí a mi familia que abasteciera nuestra nevera y los armarios con
comida.
—Así que, ¿tenemos que cocinar?
La preocupación de Aria me envió al borde. Me reí a plena carcajada. Aria
tenía tanto talento para cocinar como yo. Definitivamente no era como las esposas
italianas del pasado.
—Nos moriremos de hambre o nos intoxicaremos con la comida —dijo
sacudiendo la cabeza.
—Ya resolveremos algo, de todos modos, solo tengo hambre de una cosa —
dije en voz baja, atrayendo a Aria contra mi cuerpo.
—Por ahora. Veremos cómo te sientes al respecto después de unos días sin una
comida decente. —Se presionó contra mí, sus suaves senos frotándose contra mis
costillas, y decidí encontrar un anclaje rápidamente. Cuando llegamos a una pequeña
bahía, anclamos el yate antes de que Aria y yo entráramos en la cocina. Preparamos
una ensalada verde y llenamos nuestros platos con pan de chapata, queso de cabra,
aceitunas y jamón de Parma antes de pasar a la terraza, nos sentamos en los muebles
del salón y observamos la puesta de sol sobre el océano.
Aria suspiró.
—Esto es increíble.
La visión más increíble de todas era el halo dorado que el sol proyectándose
creaba alrededor de la cabeza de Aria. Se llevó un pedazo de pan a su boca y luego se
lo tragó tímidamente.
—Tienes una mirada extraña en tu cara.
Sacudí la cabeza y me comí unas lonchas de jamón. Al final, mi hambre por la
comida quedó reemplazada por otra, así que dejé el plato a un lado, me incliné hacia
delante y metí la mano debajo del dobladillo de su vestido. Los labios de Aria se
alzaron a medida que deslizaba otro bocado de queso en su boca. Todavía era tímida
para seducirme, pero ya casi nunca apartaba los ojos. Empujé mi mano más arriba,
subiendo por la suave curva de su rodilla. Sus ojos escudriñaron los acantilados
circundantes.
—Solo somos tú y yo —le aseguré. No me arriesgaría a que alguien viera lo
que era solo mi privilegio.
Ella dejó su plato y se acercó más, permitiendo que mi mano ascendiera aún
más. Acepté la invitación y deslicé mi mano entre sus muslos, mis dedos acariciando
su suave piel. Suspiró delicadamente, sus ojos inundándose de necesidad cuando se
recostó sobre sus brazos, con la cabeza inclinada hacia atrás, su cabello cayendo como
seda dorada sobre sus hombros, rozando el cuero del sofá. Demasiado malditamente
hermosa para las palabras.
Ascendí aún más y acaricié sus pliegues húmedos. Mis cejas se dispararon
hacia arriba.
—¿Sin bragas? —pregunté roncamente, mi polla sacudiéndose.
Incluso en la luz tenue podía ver el rubor de Aria.
—Me deshice de ellas antes de la cena.
Gruñí. Mierda, estaba mejorando en esto. Froté la yema de mi pulgar sobre su
clítoris y ella se apretó contra mí con un movimiento de su cadera. Con mi mano libre,
alcé su vestido, revelando sus piernas esbeltas y su coño. Me puse de rodillas y acuné
su culo con mis manos antes de acercarla a mi boca hambrienta.
Aria gimió.
—Sí, por favor —gimió, y maldición, casi me corrí en los pantalones. Aún no
era muy abierta a expresarse, y que ella dijera algo así era jodidamente increíble. Sabía
que le encantaba cuando la lamía, y maldita sea, a mí me encantaba tanto o más que
a ella. Rara vez había tenido sexo oral con las mujeres en el pasado, había preferido
follármelas con fuerza o que me chuparan la polla, pero con Aria tener su coño en mi
boca era un paraíso. Nunca olvidaría el asombro en su rostro cuando la lamí por
primera vez.
La adoré con mis labios y mi lengua, y esperé hasta que estuvo cerca de su
liberación antes de introducir un dedo en su interior. Así es como le gustaba más. Solo
un dedo para hacerle llegar al clímax mientras chupaba su clítoris, y como de
costumbre, fui recompensado con su grito de placer y su dulce jugo. Mierda. Amaba
su sabor.
Cuando su respiración se tornó más lenta, retrocedí y besé su rodilla antes de
enderezarme. Aria me miró con ojos lujuriosos.
—Sal de ese vestido, principessa. Déjame ver tu cuerpo perfecto.
Se puso de pie, se alzó el vestido por la cabeza y lo dejó caer al suelo. Se quedó
completamente desnuda. ¿Qué tipo de imperfecciones veía ella? No había ninguna.
Le rodeé la cintura y la acerqué más para probar sus pezones antes de soltarla
y hacer un trabajo rápido con mi ropa. Ella envolvió su mano alrededor de mi polla,
pero sacudí mi cabeza.
—Quiero follarte, Aria. Arrodíllate en el sofá.
Ella vaciló, pero luego hizo lo que le pedí.
Posicioné a Aria de modo que estuviera arrodillada a cuatro patas delante de
mí. Esa era una posición que no habíamos probado todavía. La había tenido inclinada
sobre un sofá, pero esto era nuevo y me encantó la vista que conseguí de su trasero.
Me alineé cuando noté la tensión en la espalda de Aria y sentí que su coño se
apretaba contra mi punta. No estando seguro de lo que había causado su reacción, le
acaricié la espalda, pero no se relajó. Estaba demasiado tensa para que entrara en ella
sin causarle dolor.
—¿Aria? —gruñí. Mis bolas estaban a punto de estallar.
No reaccionó, pero ahora sus hombros caían bajos y su respiración cambió.
¿Estaba llorando? Rodeé su cintura, la alcé y le di la vuelta. Sus ojos se alzaron a los
míos de golpe. No estaba llorando, pero su expresión dejaba en claro que estaba
perturbada por algo.
—Lo siento —dijo en voz baja—. ¿Podemos probar otra posición?
—Primero dime ¿por qué te tensaste? ¿Cuál es el problema con que estés en
esta posición?
Bajó la vista, cosa que era una mala señal.
—Me recordó el día en que te vi con Grace.
Maldita sea. Me sentía como el imbécil más grande del planeta. Me incliné a
medida que levantaba su barbilla. Se encontró con mis ojos, pareciendo jodidamente
vulnerable.
—Aria, te dije que es una cosa del pasado. No hay otra mujer para mí. Solo tú.
—Lo sé. No sé por qué no puedo olvidarlo.
No estaba seguro de qué hacer con su dolor, así que la besé. Retrocediendo,
susurré:
—Entremos. Te haré el amor en nuestra cama. —Cuando vaciló, acuné su
mejilla y acerqué nuestras caras—. Eres la única mujer a la que he hecho el amor,
Aria. —Si mis soldados pudieran escucharme ahora, tendría que hacer otra
declaración aún más sangrienta para recuperar su respeto.
Sin embargo, cuando la expresión de Aria se suavizó, no me arrepentí de mis
palabras. Me siguió hasta la cubierta inferior y a nuestra habitación. Estaba callada y
cuando la hice acostarse de espaldas en la cama y pasé mis dedos sobre su coño, pude
ver que no estaba tan excitada como antes. Sus ojos estaban cerrados, ya sea por el
espejo o porque estaba intentando ocultarme sus emociones. Me acosté a su lado y
acaricié su mejilla. Abrió los ojos y el dolor ya no estaba, de modo que solo estaba
tímida por el espejo. Podía lidiar con eso.
Asentí hacia el espejo sobre nosotros y ella siguió mi mirada. Su cuerpo
delicado parecía frágil en comparación con el mío, su piel pálida demasiado perfecta
contra mis cicatrices y músculos firmes. Sus ojos se enfocaron en la pequeña cicatriz
en su hombro. Solo Aria podría preocuparse por el más mínimo defecto en su cuerpo;
que ni siquiera era un maldito defecto porque era una prueba de su amor. Me propuse
distraerla y reavivar su excitación. Acuné su seno con mi mano, luego apresé un pezón
entre mi dedo medio y pulgar y lo apreté suavemente. Aria bajó la mirada.
—No, principessa. Quiero que veas mis manos adorando tu cuerpo.
Levantó los ojos y no los volvió a apartar del espejo. Su respiración se
entrecortó cuando mi mano viajó más abajo.
—Abre las piernas —le ordené, y lo hizo. Separé sus pliegues con el pulgar y
el dedo medio, dejando su clítoris al descubierto. Ella arqueó sus caderas y presioné
mi dedo índice hacia abajo y comencé a frotar en pequeños círculos. Sus labios se
separaron a medida que mecía su pelvis. Pronto estaba tan lista como antes. Retrocedí
y me metí entre sus piernas antes de acercarla más, separando sus piernas aún más y
levantando su trasero. Sus ojos aún estaban enfocados en el espejo, y podría haberme
corrido solo con la mirada de necesidad y fascinación en su rostro.
—Sí, amor, mira cómo mi polla reclama tu coño. —Ella tembló de deseo
cuando presioné mi punta contra su abertura y me deslicé lentamente en su estrecho
canal. Su cuerpo me recibió, cediendo a la presión, y la vista de mi polla enterrada
profundamente dentro de ella hizo que mis bolas se apretaran. Me aferré a sus caderas
mientras la penetraba a un ritmo lento. Había sido lento y gentil con ella desde que le
habían disparado, y no me había importado, pero hoy quería más. Aun así, después de
la reacción de Aria en la parte de arriba, no quería presionarla.

Aria
Tener a Luca haciéndome el amor… nada nunca se había sentido mejor, pero
podía ver el hambre en sus ojos, el gesto controlado de su boca necesitando más, y
estaba tan lista para ello. Aunque amaba su lado más suave, también disfrutaba de su
lado más oscuro y duro durante el sexo. Clavé mis talones en su trasero,
encontrándome con su mirada en el espejo.
—Más —susurré, y él obedeció de inmediato. Cayó hacia adelante, atrapando
su peso en sus palmas, sus ojos posesivos y hambrientos a medida que me taladraban
fijamente, y entonces embistió aún más duro contra mí. Mis ojos encontraron el espejo
una vez más, y él jadeó:
—Sí, principessa. Míranos. —Y lo hice. No podría haber mirado hacia otro
lado, incluso si lo hubiera intentado. Luca era magnífico, y el observar cómo me
reclamaba me excitó como nunca nada lo había hecho. Los músculos de su espalda se
movían hermosamente bajo su piel bronceada, y su firme y redondeado trasero se
tensaba con cada empuje. Era tan fuerte y poderoso. Todo hombre, todo alfa, todo
mío.
Me embistió más fuerte, más profundo, golpeando en el lugar que ni siquiera
había sabido que tenía antes de él, y grité mi liberación. Luca se dejó caer sobre sus
antebrazos, empujando con más fuerza, presionándome más profundamente en la
cama. Sus jadeos se tornaron laboriosos, y luego gimió. Su trasero se tensó, sus
omóplatos se flexionaron mientras se corría dentro de mí, y casi volví a correrme al
verlo así en los espejos. ¿Cómo podría haber pensado que prestaría atención a mi
cuerpo cuando podía mirar a Luca? Pasé mis manos sobre sus músculos, hasta su
fuerte trasero, maravillándome de que este hombre fuera mío, y no solo su cuerpo sino
también su corazón. El pasado ya no importaba, mucho menos Grace. No le daría el
poder de arruinar ni otro segundo de mi luna de miel.
Luca permaneció inmóvil sobre mí y hundió su rostro en mi cabello, pero
cuando levantó sus ojos, pude leer una pregunta no formulada en ellos.
—Estoy bien —dije, y después en voz baja—: Me encanta el espejo.
Luca se rio entre dientes, un sonido oscuro desde lo profundo de su pecho.
—Sabía que lo haría.
Se deslizó fuera de mí y me atrajo contra él. Este era un buen comienzo para
nuestra luna de miel.

Al día siguiente partimos temprano hacia una pequeña aldea de pescadores que
estaba invadida por turistas en los meses de verano, pero tranquila y pintoresca el resto
del año. Fuimos en busca de un pequeño café para desayunar ya que nuestro intento
de panqueques había demostrado ser un gran fracaso. Hambrientos, nos acomodamos
en una pequeña mesa redonda cerca del puerto. Luca empequeñeció la silla de madera
y tuve que contener la risa, pero él estaba relajado. Más relajado de lo que se permitía
estar en casa. Por supuesto, tenía una pistola atada a su pantorrilla y un cuchillo en la
funda de su pecho, razón por la cual llevaba una camisa negra a pesar del calor. Era
menos aceptado exhibir armas por aquí, así que Luca tenía que adaptarse. Pedí un
capuchino y un biscotti, incluso si los lugareños usualmente reservaban esas delicias
para la tarde. Después de eso, Luca y yo paseamos por el paseo marítimo bajo las
curiosas miradas de lugareños y turistas por igual.
—Vamos, volvamos al barco. Prefiero nuestra privacidad.
Tuve que estar de acuerdo. Luca y yo simplemente atraíamos demasiada
atención, lo cual se debía principalmente al hecho de que Luca parecía un jugador de
fútbol profesional con su tamaño.
Luca encontró otra hermosa cala aislada para nosotros. Mis ojos vagaron sobre
el agua cristalina hacia la playa virgen sin tocar. Luca me tendió un tubo de buceo y
una máscara.
—¿Qué tal un baño?
Acepté ambos objetos, sorprendida.
—Nunca antes he buceado.
—Ahora lo harás —dijo. Ya teníamos puestos nuestra ropa de baño de modo
que solo tuvimos que ponernos la máscara y el tubo. No pude evitar sonreír al ver a
Luca vestido así.
—No pensé que fueras el tipo de persona que bucea. Después de todo, no
puedes llevar armas en el agua.
Levantó las cejas oscuras y alzó una funda de cuero con un cuchillo curvo antes
de atarlo a su pierna. Por supuesto, llevaría un arma con él.
Me incitó a avanzar hacia la plataforma al final del yate. Me senté en el borde
y me deslicé lentamente dentro del agua. Nunca había nadado tan lejos y me
preocupaba no poder ver el suelo bajo mis pies, pero cuando Luca se unió a mí, una
sensación de seguridad me invadió. Luca me protegería. Probablemente era el
depredador más peligroso en estas aguas. Ahogué una sonrisa ante el pensamiento. Y
al momento en que coloqué mi cabeza bajo el agua y vi lo que había debajo, peces y,
más abajo, fascinantes formaciones rocosas, olvidé mis preocupaciones. Luca y yo
buceamos durante casi una hora, Luca siempre cerca de mí, protector como siempre.
Después, cenamos antes de que Luca nos llevara a la playa en un inflable.
Extendió una manta sobre la arena, y me hundí en ella cuando sacó el champán de la
bolsa de la nevera y se acomodó a mi lado. El aire salado del océano aún permanecía
presente en mi nariz.
Llenó dos copas y me entregó una. Chocamos las copas y nos besamos antes
de que me llevara la copa a los labios y tomara un sorbo. Me había acostumbrado al
gusto con el paso de los años y había aprendido a apreciar la acidez y las burbujas
estallando en mi lengua. Luca envolvió un brazo alrededor de mi cintura, atrayéndome
contra él, a medida que observábamos la puesta de sol sobre el océano en tonos rosa
y naranja.
—Nunca imaginé que sería así —admití en un susurro.
Luca se volvió hacia mí.
—¿Qué exactamente?
—Nosotros, nuestro matrimonio —respondí—. En los tres años hasta nuestra
boda, me imaginé cómo me tratarías. Escuché las historias de Umberto sobre tus
peleas, sobre cómo aplastaste la garganta de un hombre, cómo mataste a tu primer
hombre a los once años, y todo lo que podía pensar era que no sobreviviría si eras el
hombre que él y todos los demás describían.
Me quedé en silencio, mis ojos posándose en las olas. Mis miedos aún estaban
frescos en mi mente; aún habían llenado mis noches hace tres meses atrás, y ahora
estaba sentada junto a Luca con champaña, sintiéndome más segura de lo que me
había sentido en toda mi vida. Luca me estaba observando con gran atención, pero no
me interrumpió cuando continué:
—Nuestro padre nos golpeaba ocasionalmente, más a Gianna que a Lily y a
mí, pero me preocupaba que tú fueras peor. —La mano de Luca en mi cintura se tensó,
pero aun así seguí adelante—. Siempre fui protegida, es cierto, pero las mujeres
hablan y lo que oí decir a muchas de ellas sobre cómo los mafiosos tratan a sus esposas
me aterrorizó… y esos hombres ni siquiera eran llamados el Tenazas. Sé que no hemos
estado casados por mucho tiempo, pero si sigues tratándome como lo haces ahora,
seré más feliz de lo que creí posible. Sé que puedo considerarme afortunada. Lo sé
cada vez que otras mujeres me ofrecen palabras de consuelo y me envían miradas de
compasión porque soy tu esposa.
Finalmente me encontré con su mirada. Las sombras jugaban en sus rasgos
afilados, pero sus ojos parecían arder relucientes con emoción.
—¿Por qué no eres el monstruo al que todos temen cuando estás conmigo?
No dijo nada, solo dejó salir una profunda respiración. Esperé, deseando que
él contestara mi pregunta.
—Porque no quiero serlo. Quiero que esa parte de mi vida sea buena, pura. El
resto de mi vida siempre estará lleno de violencia y muerte. La crueldad corre por mis
venas, y me alegro de ser el monstruo que temen cuando no estoy contigo porque está
en mi naturaleza y lo disfruto, pero no contigo, nunca contigo, Aria, lo juro.
Incliné la cabeza.
—¿Puedes hacerlo? ¿Jurar algo así?
Pensó en ello durante un par de segundos antes de murmurar:
—Sí, a menos que hagas algo tan imperdonable que me rompa.
—¿Y entonces? —pregunté.
Luca hizo un sonido grave en su garganta y rozó sus labios sobre mi sien.
—Nunca llegará a eso.
Asentí, y tomé otro sorbo de champaña.
—¿Tu padre alguna vez levantó su mano contra ti después de nuestro
compromiso? —susurró Luca sombríamente. Vacilé. Esa fue toda la respuesta que
Luca necesitaba, y se puso rígido—. Le advertí que no te pusiera una mano encima.
Toqué su antebrazo.
—Es el pasado, Luca. No dejes que eso arruine el presente. —Podía decir que
se mostraba reacio a dejarlo pasar, y decidí seguir mi propio consejo. Vacié mi copa,
la dejé a un lado, y después me desenredé del agarre de Luca y me puse de pie. Pasé
el vestido sobre mi cabeza y lo arrojé a la arena junto a Luca, quien me observaba con
entusiasmo. La única luz que quedaba provenía de los focos de nuestro yate y de la
pequeña lámpara solar que Luca había colocado en la manta. La brisa atrapó mi
cabello y lo azotó alrededor mientras le sonreía a Luca. Se puso de pie y se quitó su
ropa, y un escalofrío de excitación se disparó por mi espalda al ver su desnudez. Se
acercó y se inclinó para un beso. Mis manos vagaron por su pecho y rozaron su
estómago a medida que el suyo viajaba por mi espalda y tomaba mi trasero. Pronto
mi necesidad de sentir a Luca dentro de mí ahogó todo lo demás cuando me tocó con
dedos fuertes y experimentados. Su longitud se clavaba insistentemente en mi
estómago. Retrocedí, jadeando, recuperando el aliento antes de decir:
—Quiero volver a intentar la posición.
Luca asintió, pero podía decir que estaba inquieto mientras nos acomodamos
en la manta. Le di la espalda y me coloqué sobre mis rodillas y manos. Mi estómago
se tensó por los nervios. Por alguna razón, me preocupaba más esta posición que
cualquier otra que hiciera que Luca me comparara con sus amantes anteriores. Había
visto cómo se había follado a Grace, lo duro que ella lo había dejado tomarla, lo
desenfrenado que había estado Luca. Mi cuerpo todavía se tensaba a veces cuando no
quería, y las posiciones nuevas a veces me hacían sentirme incómoda.
Luca acarició mi espalda, el gesto tan reverente que me relajé bajo su toque.
Se apretó contra mí, pero no entró. En lugar de eso, se estiró y comenzó a frotarme.
Gemí y retrocedí un poco de modo que la punta de Luca se deslizara en mi interior.
Soltó un suspiro antes de abrirse camino profundamente y, cuando me llenó por
completo, me di cuenta de porqué él tenía ventaja en esta posición. Él se sentía más
profundo que nunca, y tuve que respirar lentamente a través de la nueva sensación.
Me sentía demasiado estirada. Luca se apoderó de mis caderas y se retiró lentamente
antes de regresar al mismo ritmo. Encontró un ritmo lento y suave y, mi cuerpo se
acostumbró a este ángulo poco a poco. Luca no aceleró, y a pesar de la punzada que
causó, moví mis caderas más rápido para encontrarme con sus estocadas y mostrarle
que no necesitaba refrenarse. Sin embargo, sus dedos en mi cintura me apretaron,
conteniéndome.
—No, amor —gruñó—. Todavía te sientes tensa.
—No me importa —solté—. Puedes moverte más rápido.
Luca se inclinó hacia delante, deslizándose aún más profundo, y contuve el
aliento cuando presionó su pecho contra mi espalda.
—No, no puedo. No sin hacerte daño.
—Quiero que encuentres placer.
—No encuentro placer al hacerte dolor, créeme —dijo con voz grave—.
Tenemos todas nuestras vidas para probar cada posición posible. No te presiones
porque crees que necesites estar a la altura de ciertas expectativas, porque las superas
todas en lo que a mí respecta.
Él salió de mí. Mi resoplido de protesta murió cuando Luca me dio la vuelta y
me alzó en su regazo.
—Móntame. Quiero ver tu cara.
Contemplando sus ojos, descubrí que lo decía en serio y sonreí mientras bajaba
sobre su longitud. Nuestras miradas colisionaron a medida que balanceaba mis
caderas, y el placer se disparó a través de mi núcleo, e incluso mientras la tensión
aumentaba hasta niveles imposibles, monté a Luca a paso lento. Sus jadeos se
profundizaron mientras aferraba mi cintura con fuerza, y luego mi orgasmo me
atravesó, y Luca se tensó debajo de mí, con la cabeza cayendo hacia atrás mientras se
corría dentro de mí. Presioné un beso en su garganta, sintiendo su pulso martillando
contra mis labios. Lo mordí ligeramente y la polla de Luca se sacudió en mi interior
cuando gruñó. Sonreí contra su piel. Mío.

Nuestros días en el yate pasaron demasiado rápido y cuando dejamos el yate


en el puerto de Palermo en nuestro último día, tuve una sensación de melancolía.
Luca pareció darse cuenta.
—Volveremos la próxima primavera, lo prometo.
Le di una sonrisa agradecida.
Todavía teníamos que pasar por una visita al tío abuelo de Luca antes de poder
regresar a Nueva York, y podía ver el cambio de conducta en Luca cuando entramos
en el auto de Alessandro, que nos recogió en el puerto. Luca era de nuevo el Capo,
había vuelto a ser vigilante. No había nada suave ni gentil en su expresión ahora. A
veces, cuando veía las miradas que daba a los demás, recordaba mis propios miedos
del pasado y sentía un inmenso alivio de que fueran solo eso: recuerdos.
—¿Disfrutaron su luna de miel? —preguntó Alessandro; pero esta vez no se
molestó en hablar inglés.
Estaba entablando una pequeña charla, pero podía decir que no estaba
interesado en eso.
—Lo hicimos, gracias —respondí. Alessandro echó un vistazo a Luca por el
espejo retrovisor como si estuviera sorprendido de que Luca no hubiera respondido.
Pensé que la pregunta había sido dirigida a los dos.
—¿Hay alguna razón por la que mi tío abuelo quiera hablar conmigo más que
para reavivar los lazos familiares? —Luca cortó el tema en cuestión.
—Él compartirá sus pensamientos contigo —dijo Alessandro con voz tajante,
y la mirada que pasó entre ellos envió un escalofrío por mi espalda. El aire pareció
espesarse con sus dominancias. Era como estar encerrado en una jaula con dos lobos
alfa.
Treinta minutos más tarde, llegamos a una finca extensa. Me recordó a las villas
que había visto en la Toscana con su fachada y columnas de color crema. La familia
de Luca había colocado una larga mesa en el patio de la entrada principal. Fui recibida
con un saludo de las mujeres incluyendo besos y abrazos, y miradas de asombro hacia
mi cabello. Todos tenían el cabello negro como el de Luca. Como siempre, destacaba.
Luca se acercó de inmediato a un hombre alto y anciano con bigote. Su tío abuelo, y
después de un momento, también me acerqué a ellos para saludar al Capo de la
Famiglia siciliana. Sus ojos oscuros me valoraron, como de costumbre persistiendo
en mi cabello, luego sonrió.
—Debes ser el orgullo de la Organización.
—Ahora soy parte de la Famiglia, pero gracias —dije, mostrándole mi sonrisa
ganadora para suavizar mi objeción. Rio, con un sonido ronco, y después bajó la mano
para alcanzar un cigarro. También le tendió uno a Luca, quien lo aceptó. Reprimí un
estremecimiento. Odiaba su olor.
—Llámame Adalberto, ¿puedo llamarte Aria? —Adalberto miró a Luca para
su aprobación. Luca inclinó la cabeza.
Por supuesto, mi opinión no era de su preocupación.
—¿Por qué no ayudas a mis hijas y nietas a preparar nuestra comida para
nosotros? —dijo Adalberto.
La boca de Luca se crispó, pero dudé que alguien más que yo lo notara.
—Sí, Aria, ¿por qué no vas?
Mi respuesta fulminante no escapó de mis labios. Haría que Luca pagara más
tarde cuando estuviéramos solos.
Seguí a las mujeres a la enorme cocina, y esperé que me dieran una tarea que
pudiera manejar.
Múltiples ollas ya estaban en la estufa, y un cordero entero colgaba de un
gancho en el techo, ya sin piel, con sus ojos muertos observándome. Pronto me
encontré rodeada de mujeres italianas charlando, hablando tan rápido que incluso tuve
problemas para entender cada palabra que decían, y me puse a trabajar en la
preparación de unas alcachofas. Nunca había visto a nadie prepararlas, y no tenía
absolutamente ninguna idea de qué hacer.
Cuando mi despiste se hizo evidente, Livia, la hermana menor de Alessandro,
que solo tenía doce años, me quitó el cuchillo y me mostró cómo hacerlo, y pronto se
hizo cargo completamente cuando mi incompetencia arruinó dos de las verduras. Al
final me dieron la tarea de revolver la sopa en una de las ollas. Las mujeres fueron
amables a pesar de mi inutilidad, pero me di cuenta que estaban sorprendidas de que
no supiera cocinar.
—¿Supongo que los hombres en Estados Unidos no esperan que sus esposas
cocinen? —comentó una de las hijas de Adalberto, una mujer gruesa de unos cuarenta
años. Dudaba que la mayoría de los hombres italianos esperaran que sus esposas
fueran cocineras perfectas, pero estas eran mujeres de la mafia, y la mafia estaba
estancada en el pasado.
—Mira su cabello, ¿a quién le importa si puede cocinar? —preguntó Livia,
sus mejillas tiñéndose de rojo cuando le sonreí. Su comentario fue recibido por una
ola de asentimientos. El papel de la rubia estúpida no me sentó bien, pero sabía que
no estaban intentando ser malas. Todos sabían que Luca no se había casado conmigo
por mi ingenio. Ni a él ni a mí se nos había dado una opción al respecto.
Después, cuando servimos la comida preparada a los hombres, y Adalberto
preguntó cómo me había ido, las mujeres elogiaron mis habilidades. Solo Luca sabía
que era una mentira descarada. Nunca sería una cocinera decente, ni nada parecido.
Podía decir por la tensión alrededor de sus ojos que su conversación con Adalberto y
Alessandro, quienes estaban sentados con él pero evitaban los ojos de Luca, debe
haberlo preocupado.
Más tarde, cuando finalmente estuvimos solos en nuestro avión, tuve la
oportunidad de preguntarle al respecto.
—Las cosas se están poniendo difíciles para la Famiglia por aquí. Mi tío abuelo
me preguntó si aceptaría a Alessandro y a sus hermanas si las cosas se le iban de las
manos.
—¿Y lo harás?
—Por supuesto. Somos familia. El honor me lo ordena, pero Alessandro está
destinado a convertirse en Capo. Él no se inclinará ante mi gobierno fácilmente.
Espero que no llegue a eso. —Su expresión cambió de preocupación a algo más
relajado—. Entonces, escuché que de repente te convertiste en una chef. ¿Puedo
esperar cenas elaboradas en el futuro?
—Por supuesto —dije dulcemente—. Sabes lo mucho que Marianna disfruta
haciendo todo lo posible.
Luca se rio entre dientes. Nuestra ama de llaves era una salvavidas en lo que
respectaba a la comida. A menudo preparaba varias comidas por adelantado y las
ponía en recipientes de plástico en nuestra nevera para que así no nos muriéramos de
hambre.
—Eres una horrible ama de casa.
Resoplé.
—No fui criada para ser ama de casa. Me criaron para ser una esposa trofeo.
—Las palabras dejaron un sabor amargo en mi boca, pero era la verdad y tenía que
reconocerlo.
Luca negó con la cabeza, sus ojos reverentes mientras me observaban de pies
a cabeza.
—Naciste para ser reina.
4
Luca
Traducido por M@r

Corregido por Paop

L
os días pasaron rápidamente después de nuestro regreso a Nueva York,
y pronto llegó noviembre y con él la maldita fiesta de compromiso de
Matteo y Gianna. La chica ni siquiera intentaba ocultar que no quería
casarse con Matteo.
Si hubiera dependido de mí, habría dejado que Scuderi la casara con el viejo
cretino que había elegido para ella antes de que Matteo se convirtiera en el jodido
héroe y le pidiera su mano.
Ella traería problemas a Nueva York, y me alegraba que aún faltara más de
medio año para la boda porque lo último que necesitaba en este momento era un
problema adicional.
Dante entró en mi mansión con Scuderi y Fabiano de nueve años, quien los
seguía como un cachorro perdido. Gianna y Liliana habían llegado antes con su madre
e inmediatamente subieron las escaleras para prepararse para la celebración. Ninguna
de las mujeres se sentía cómoda alrededor de mí.
Dante y Scuderi no pasarían la noche bajo mi techo. Prefirieron un hotel
cercano, y me sentí jodidamente aliviado. Tal vez nuestros padres acordaron una
tregua, pero Dante y yo no confiábamos el uno en el otro. No lo quería bajo el mismo
techo que Aria. No que tuviera algún interés en ella. Todavía no se había hecho cargo
oficialmente de la jefatura de su padre Fiore Cavallaro, pero todos sabían que ya
estaba dirigiendo el espectáculo en Chicago.
—Todavía no puedo soportar sus malditas caras —murmuró Matteo—.
Especialmente la de Scuderi me da ganas de arreglarla con mi cuchillo.
Tal vez un día, pero no hoy.
Caminé hacia ellos y le tendí la mano a Dante como dictaba la tradición.
—Dante —dije neutralmente, que era el tono más amable que podía usar—.
Escuché que te comprometiste recientemente. Felicidades.
Dante inclinó la cabeza.
—La boda no será tan grande como la tuya con Aria.
—De todos modos, nos sentiremos honrados de asistir. —Por supuesto,
habíamos recibido una invitación y debíamos ir, incluso aunque me tuviera sin
cuidado si Dante se casaba o no.
Dante inclinó la cabeza, sus ojos fríos y cautelosos. Le di la mano a Scuderi y
apreté un poco más fuerte de lo que era necesario, recordando lo que Aria me había
dicho en Sicilia: que la había golpeado incluso después de nuestro compromiso,
incluso después de decirle que era mía.
Sus cejas se fruncieron.
—Luca.
Solté su mano.
—Rocco.
—¿Dónde está Aria?
—Está hablando con el proveedor sobre algunos cambios de última hora, pero
estará aquí en cualquier momento.
—¿Romero es todavía su guardaespaldas? Nunca entendí cómo dejaste que un
hombre atractivo casi de su edad la proteja. No le permitiría a mi esposa una
oportunidad como esa.
Al momento en que terminara esta tregua, lo perseguiría y le mostraría lo que
se siente ahogarse en su propia sangre. Sonreí fríamente, mi voz de acero.
—Mis hombres saben que es mía. Nadie se atrevería a mirarla de manera
equivocada. Hombres como tu sobrino Raffaele habrían sido despellejados en Nueva
York, habría dejado secar su piel para poder usarla como una bonita alfombra en mi
oficina.
La cara de Scuderi se puso roja.
Dante solo encontró mi mirada con la misma evaluación fría de siempre.
—Supongo que, hemos venido a celebrar un compromiso, no a despellejar a
nadie. —Sus ojos indicaban que habría preferido esto último.
Incliné la cabeza.
—Por supuesto. Queremos ampliar nuestros vínculos, ¿cierto?
—Cierto —respondió Dante tajante, y siguió el silencio.
A mi lado, Matteo parecía estar esperando una señal de mi parte para sacar sus
cuchillos y tallar una sonrisa en sus gargantas.
Mis ojos se dirigieron a la pequeña figura detrás de Scuderi que nos observaba
con enormes ojos azules, los ojos de Aria.
—Fabiano —dije, intentando suavizar mi voz, pero solo teniendo poco éxito.
Miró a su padre, quien asintió bruscamente antes de que Fabiano se adelantara y
tendiera la mano. La tomé y la estreché, luego el niño entrecerró los ojos.
—¿Dónde están Gianna y Lily?
Un timbre protector resonó en su joven voz, y tuve que reprimir una sonrisa.
—Las enterró en el patio trasero —dijo Matteo con una sonrisa.
Fabiano se sobresaltó, y le dirigí mi ceño fruncido a Matteo.
—Están arriba —le dije a Fabiano y apreté mi agarre ligeramente, enviándole
una mirada de advertencia. Todavía era un niño, pero no toleraría su insolencia en mi
propio territorio.
Bajó los ojos y lo solté.
—No te estoy diciendo nada que no sepas, pero tendrás que poner a Gianna en
forma. Necesita mano dura —dijo Scuderi, y la sonrisa de respuesta de Matteo me
puso en alerta máxima.
Dante se enderezó. Tres años de tregua. ¿Cuánto tiempo más duraría?
La puerta se abrió y Romero entró, verificando si todo estaba despejado antes
de permitir que Aria entrara. Sus cejas se fruncieron cuando notó la tensión entre
nosotros, y estiró su brazo para bloquear el camino de Aria. Por supuesto, ella no lo
aceptaría, sus ojos centrándose en su hermano.
Pasó por debajo del brazo de Romero.
—¡Fabi! —gritó, sonriendo ampliamente a medida que corría hacia nosotros.
Se arrojó sobre su hermano y lo abrazó con fuerza. La felicidad desenfrenada en su
rostro desterró cualquier pensamiento violento que hubiera albergado. Se echó hacia
atrás, sus ojos escudriñando a su hermano—. De nuevo has crecido. ¿Cuándo vas a
parar?
—Cuando sea tan alto como Luca —dijo Fabiano con firmeza.
Y Aria soltó esa risa tintineante que amaba jodidamente más que cualquier otra
cosa.
—Entonces tendremos que alimentarte mucho. —Levantó su mirada hacia mí,
tan llena de felicidad y amor que tuve problemas para mantener mi rostro duro y sin
emociones. Su expresión decayó un poco antes de comprenderlo cuando se volvió
hacia Dante y su padre. La cortesía y la gracia se apoderaron de su rostro a medida
que se acercaba a su padre y lo besaba en las mejillas—. Padre.
Luego se volvió hacia Dante. Por la tensión en sus hombros podía ver que la
asustaba, y esa visión hubiera sido suficiente para hacerme perder el control pero la
mano de Matteo en mi antebrazo, una advertencia silenciosa, me detuvo. Le envié una
mirada. Justo ahora tenía que evitar que rompiera la tregua, ¿en serio?
Dante debe haber percibido algunos de mis pensamientos, porque sus ojos se
estrecharon un poco antes de tomar la mano de Aria y besarla. La soltó rápidamente
y ella dio un paso atrás. Vino a mi lado y le rodeé la cintura. Mía.
—¿Ya llegó el pastel? —preguntó—. El proveedor dijo que no pudieron
contactar a la panadería, y nadie está respondiendo cuando intento llamar.
Me quedé mirando. Ni siquiera sabía que habíamos pedido un pastel.
Suspiró.
—Creo que será mejor que Romero me lleve allí. —Se giró para mirar a su
hermano—. ¿Por qué no vienes conmigo?
Ahogué una sonrisa. Aria había captado la atmósfera tensa y quería que su
hermano se alejara.
Fabiano miró a su padre, quien agitó una mano hacia él.
—De todos modos, solo estás estorbando.
Aria envolvió un brazo protector alrededor de su hermano, endureciendo sus
ojos.
—Vamos. —Levantó sus ojos a los míos—. Si Gianna y Lily preguntan por
mí, por favor, diles que volveré pronto. —Me dedicó una sonrisa breve, pero no me
besó. Habría tiempo para eso cuando estuviéramos solos.
—Debo admitir que Aria parece sorprendentemente relajada a tu alrededor.
Dada tu reputación, habría pensado que se encogería frente a ti —dijo Scuderi—. Pero
supongo que algunas reputaciones son engañosas.
—Un matrimonio no es lugar para el miedo —dijo Dante, y sentí algo similar
a respeto por él.

Varias horas después, mis sospechas quedaron confirmadas cuando Gianna


causó una escena, haciendo que su renuencia a casarse quedara perfectamente clara
para cualquiera que tuviera la desgracia de estar cerca.
Matteo lo tomó con calma. Era el maestro de los juegos, y ella sería su victoria
definitiva, o eso pensaba él. Tenía el presentimiento de que la pelirroja no solo haría
de su vida un infierno, sino también la mía. Solo podía esperar que no arrastrara a
Aria en problemas porque cuando sus hermanos estaban involucrados, Aria perdía
todo sentido de preservación.

—¿Qué vas a hacer con la fiesta de Fin de Año? —preguntó Matteo.


Hice una mueca. Había pospuesto la decisión hasta ahora. Cada vez que Aria
preguntaba qué íbamos a hacer con la fiesta de Fin de Año, fingía no haberlo decidido
todavía, pero eso era una maldita mentira. Como todos los putos años, me invitaron
al evento social de Nueva York: la fiesta de Fin de Año del senador Parker. La
Famiglia había estado trabajando junto a él durante muchos años, y se esperaba que
apareciera como el Capo actual.
—Voy a asistir, y también tú.
—¿Y Aria?
Eso iba a ser un gran problema. Era mi esposa y, por supuesto, todos esperaban
que también estuviera allí, y la quería a mi lado… si no fuera porque Grace también
estaría allí. No la había visto desde que Aria me había atrapado con ella, y había
obligado al senador a enviar a su hija a Inglaterra, pero regresaría a la fiesta como se
esperaba.
—Vendrá con nosotros.
—Eso tiene el potencial para un escándalo —murmuró Matteo.
Como si no lo supiera. No es que me importara un escándalo, pero me
importaban los sentimientos de Aria.
—¿Estás seguro que Grace no hará una escena? Nunca la dejaste en persona.
—Nunca la dejé porque no estaba saliendo con ella. Me la follaba, y a otras
mujeres. —Por supuesto, la otra razón por la que no la había vuelto a ver era porque
quería matarla por pagarle a Rick para que pusiera droga en la bebida de Aria. Si no
fuera mujer y, más importante aún, la hija de un senador, le habría puesto una bala en
la cabeza.
—Grace podría estar en desacuerdo.
—Me importa un carajo. Será mejor que mantenga la boca cerrada y trate a
Aria con el respeto necesario, o haré que se arrepienta.
Esa noche cuando Aria y yo nos acostamos, finalmente abordé el tema que
había estado evitando.
—Estamos invitados a la fiesta de Fin de Año.
Aria levantó su cabeza de mi pecho, frunciendo las cejas.
—Está bien. ¿Y solo te enteraste cinco días antes?
Negué con la cabeza.
—Lo he sabido por un tiempo.
Se sentó y me miró con confusión.
—Y, ¿por qué no me dijiste?
—Es la fiesta del senador Parker.
Aria se puso rígida y empezó a salir de la cama, pero la agarré por la cintura.
—Por favor —susurró—, suéltame.
La liberé. Ese susurro roto fue como una maldita bala en el corazón. Se deslizó
fuera de la cama y caminó hacia la ventana del piso al techo con vista a Manhattan,
dejándome para mirar su espalda desnuda. Me levanté de la cama, me acerqué y me
detuve detrás. Su rostro se reflejaba en la ventana, pero su mirada era distante como
si no viera lo que estaba justo delante de ella. Podía imaginar muy bien qué recuerdos
estaría reviviendo.
Apoyé mis manos en sus caderas y mi barbilla en la parte superior de su cabeza.
—Aria…
—Grace estará allí —dijo en voz baja, y finalmente levantó sus ojos a los míos
en la ventana.
—Sí.
Asintió bruscamente y luego intentó alejarse de mi agarre, pero esta vez no dejé
que me evadiera.
—No —gruñí, apretando mi agarre en su cintura—. No hagas que esto sea más
importante de lo que es.
La ira brilló en su rostro, y me sorprendió al golpear su codo en mi costado. La
solté en shock. Se giró, sus ojos furiosos.
—¿Más importante de lo que es? —Levantó sus palmas contra mi pecho y
empujó con fuerza. Tuve que contener una sonrisa. Eso habría enviado el mensaje
equivocado. Cuando vi el indicio de lágrimas en sus ojos, mi diversión murió.
—Aria, no me importa ni mierda Grace, créeme. No importa si está en la fiesta
o no.
—Si no importa, entonces, ¿por qué me ocultaste todo el asunto de la fiesta
durante tanto tiempo?
—Porque sabía cómo reaccionarías, y tenía razón —dije. Frunció el ceño—.
Vamos —añadí, luego la tomé de la mano y la llevé hacia la cama. Me siguió y volvió
a meterse bajo las mantas. Me uní a ella y la puse encima de mí, pero su cuerpo no se
relajó como solía hacerlo.
—Intentará restregarme que me engañaste.
Acaricié su suave espalda.
—Ya te lo dije. Es una maldita rata intentando humillar a una reina. Ignórala.
Aria suspiró.
—No estoy segura que pueda.
—Eres una princesa de la mafia, Aria. Fuiste criada para hombres valientes
como yo. Puedes enfrentarte a una puta miserable como Grace.
Aria inclinó la cabeza.
—Si piensas así, ¿por qué pasaste tiempo con ella?
—No es que hubiera salido con ella. Solo era sexo.
—No puedo imaginarme durmiendo con alguien por quien no tenga
sentimientos. Solo he hecho el amor. —Su voz fue una suave exhalación.
Corrí mis nudillos por su espina dorsal.
—Antes de ti solo follaba, Aria. No me importaba ninguna de esas mujeres.
—Pero si no podías soportar sus presencias, ¿no era difícil pasar tiempo con
ellas después del sexo?
Mis cejas se fruncieron.
—No me quedaba después.
Los ojos de Aria se llenaron de incredulidad.
—¿Te acostabas con ellas y te ibas inmediatamente después de terminar?
—Me las follaba y me iba, sí. ¿Por qué me habría quedado?
Me contempló como si no pudiera entender mi razonamiento.
—Pero… ¿qué hay de acurrucarse? ¿Nunca anhelaste la cercanía?
Me reí.
—Oh, principessa, tienes una mala impresión de mí. Esta versión de mí es una
que solo tú has visto.
Se apoyó en mi pecho y me miró.
—¿Pero te gusta conmigo?
Todavía tenía que preguntar.
—No —murmuré—. Me encanta.
Sus labios se curvaron en una sonrisa hermosa, luego me dio un beso suave.
Como si alguien pudiera competir con Aria alguna vez.

Matteo se parecía al gato que se comió la crema. Después de todo, con su


enfermiza fascinación por los problemas, probablemente terminaría disfrutando estar
casado con Gianna. Afortunadamente, no se casaría con ella hasta el verano, así que
no tenía que soportar sus molestas peleas todavía.
—Espero que haya un buen pedazo de culo para mí en la fiesta. Necesito echar
un buen polvo —dijo Matteo.
—Puedes tener a Grace por lo que a mí respecta. Da unas mamadas como toda
una profesional —murmuré.
Matteo pareció considerarlo.
—No estoy seguro de querer tus sobras. ¿No te importaría?
Resoplé.
—Me importa un carajo, confía en mí.
—Intentará ligar contigo, Luca.
Maldición, esperaba que no lo hiciera, pero temía que Matteo tuviera razón.
Había herido el orgullo de Grace. Era una mocosa mimada que estaba acostumbrada
a salirse con la suya, y yo el primer hombre que no había subyugado. Todavía deseaba
haberla matado después de lo que le hizo a Aria en la Esfera, pero mi padre lo había
prohibido y nuestras conexiones con el senador Parker eran demasiado importantes.
Estaba a punto de decir algo cuando Aria salió del dormitorio y se dirigió al
rellano, y cualquier pensamiento coherente se me escapó de la mente. Llevaba un
vestido dorado largo hasta el suelo que caía en suaves ondas alrededor de sus piernas.
Era sin mangas y un cuello alto con joyas. Su cabello rubio dorado caía en rizos
ondulados alrededor de su cara. Parecía una reina.
Matteo soltó un silbido bajo.
—A Grace le dará un ataque.
Aria se deslizó por la escalera y me acerqué a ella, extendiendo mi mano. La
tomó con una sonrisa pequeña. Los nervios inundando sus ojos.
—Estás hermosa, principessa.
—Lo estás —confirmó Matteo.
Aria se sonrojó y apreté su mano ligeramente para tranquilizarla.
Cuando llegamos a la casa del senador Parker, la mano de Aria estaba tensa en
la mía, pero su rostro no reflejaba su tumulto de emociones. Se veía majestuosa y
elegante a medida que la guiaba al interior de la casa de piedra rojiza.
Y luego vi a Grace, y lo que es peor, ella me vio.
El senador Parker me envió una mirada de disculpa y el hermano de Grace
incluso intentó alejarla, pero avanzó a nosotros de todos modos. Se había esforzado
al máximo. Con un ceñido minivestido de lentejuelas doradas que terminaba en lo alto
de sus muslos y dejaba poco a la imaginación. Su escote hundido profundamente,
mostrando su impresionante pecho.
Aria se puso rígida y me volví hacia ella. Aria en su vestido mucho menos
revelador era mucho más sexy de lo que Grace podría ser. Aria era una reina, y Grace
no era digna de respirar el mismo aire que ella.
—Luca —dijo Grace con dulzura y de hecho se inclinó hacia delante como si
considerara abrazarme, pero el ceño fruncido que le di la hizo retroceder—. Aria —
añadió con los labios fruncidos.
—Necesito hablar contigo —dijo su hermano mientras la agarraba del brazo y
prácticamente se la llevaba arrastrando. Tal vez había visto lo mucho que quería
acabar con su hermana, sea mujer o no.
Aria se relajó a mi lado, pero los primeros invitados nos rodearon pronto de
modo que no tuve la oportunidad de preguntarle si estaba bien. Grace intentó captar
mi atención varias veces durante la noche, pero ni me molesté en corresponderle y su
hermano vigiló su ubicación con gran precisión, asegurándose que no volviera a
acercarse.
Grace se puso frustrada visiblemente por mi falta de interés y en un último
intento por sacarme una reacción, caminó hacia Matteo, que había estado coqueteando
con la hija de otro político. Le dio su mejor mirada de dormitorio, inclinándose hacia
él. Matteo sonrió, pero sus ojos me encontraron por encima de la cabeza de Grace.
Levanté mis cejas hacia él. Aprovecha con ella.
Él le susurró algo al oído, le rodeó la cintura con el brazo y le agarró el culo.
Antes de que se lo llevara, me lanzó una mirada mordaz. ¿En serio creía que me
importaba un carajo? Si pensaba que podía convencerme al chuparle la polla a mi
hermano, entonces era incluso aún más estúpida de lo que pensaba.
—Por favor, dime que no es lo que parece —susurró Aria, pareciendo enferma.
Le apreté la cintura.
—Matteo va a recibir la mamada de su vida. —Un momento demasiado tarde
me di cuenta cómo había sonado eso.
Las mejillas de Aria se sonrojaron y se puso rígida en mi agarre, pero no tuve
la oportunidad de suavizar mis palabras porque el dueño de una cadena de restaurantes
que protegíamos llegó y me envolvió en una conversación. La cara de Aria pareció
haber estado tallada en piedra el resto de la noche, y podría haberme pateado por mi
falta de consideración. Aria permaneció a mi lado, conservando las apariencias, pero
no me dirigió ni una sola mirada.
Casi una hora después, Matteo regresó a la fiesta, con el cabello despeinado y
una sonrisa satisfecha en su rostro. Se acercó a nosotros cuando mi último compañero
de conversación se había ido, y le envié una mirada de advertencia, pero por supuesto
Matteo, siendo un imbécil, la ignoró.
—Ahora entiendo por qué la mantuviste cerca tanto tiempo. Maldita sea, esa
mujer no tiene reflejo nauseoso. —Eso y que le gustaba el sexo anal, pero Aria no
necesitaba saber eso.
Se puso rígida, palideciendo. Matteo le echó un vistazo, y luego de vuelta a mí,
con las cejas oscuras alzándose por su frente. Le envié una mirada de muerte.
—Perdónenme. Necesito refrescarme —dijo Aria en un tono formal,
alejándose de mí.
La habría detenido si el padre de Grace no hubiera venido en ese momento y
no podía arriesgarme a una escena en público. Aria giró sobre sus talones y se alejó,
con la cabeza bien alta. Podría haber matado a Matteo.

Aria
Tenía problemas para respirar mientras me dirigía hacia los baños. Por suerte,
nadie intentó detenerme. No estaba segura de haber podido mantener mi máscara si
lo hubieran hecho. Al momento en que entré, solté un suspiro tembloroso. Me lavé las
manos porque no podía lavarme la cara sin arruinar mi maquillaje. Levantando mi
rostro, me miré en el espejo. No era vanidosa, pero sabía que la gente me encontraba
hermosa. Había recibido elogios por mi belleza toda mi vida y, sin embargo, la
mención de las habilidades de Grace me hizo darme cuenta que podría no ser
suficiente para retener a Luca.
Te ama.
Cerré los ojos y conté hasta diez hasta que sentí la fuerza necesaria para volver
a la fiesta. Grace era el pasado.
Salí del baño y me puse rígida cuando vi a Grace esperándome en el pasillo.
Sonrió, pero fue puramente falso.
Resistiendo el impulso de bajar mi mirada, encontré la suya directamente. Se
acercó, envolviéndome con su perfume demasiado dulce. Con sus tacones altos, era
varios centímetros más alta que yo, pero enderecé mi espalda.
—Esperaba tener otra oportunidad de hablar contigo. En tu boda, no tuve
mucho tiempo.
Te follará como un animal. Eso es lo que me había dicho y alimentó mi propio
terror. No era mucho mayor que yo, tal vez veinte, pero tenía todo un mundo de
experiencia.
—Tal vez piensas que Luca está satisfecho con lo que puedes darle —comenzó
en voz baja—. Pero lo conozco desde hace dos años, y nunca se ha asentado. Fui la
única mujer a la que regresó durante todo ese tiempo, porque le di lo que necesitaba.
¿Dos años? Incluso si hubiera estado con otras mujeres en ese tiempo, ¿por qué
la había mantenido cerca?
La sonrisa de Grace se ensanchó.
—Le he dejado hacer todo lo obsceno que no puedes ni imaginar, Aria. No
pareces que estés dispuesta a que te meta la polla en tu pequeño y frígido trasero.
Era suficiente. Di un paso hacia ella, acercándonos demasiado, y le entrecerré
los ojos. Me crie en el mundo de la mafia. Había crecido entre depredadores. Había
embestido un cuchillo en un miembro de la Bratva. Si Grace pensaba que la dejaría
intimidarme de nuevo, estaba completamente equivocada.
—Te mantendrás alejada de él —dije en voz baja, pero con firmeza—. La única
razón por la que usó tu trasero fue porque no quería ver tu cara. Siempre has sido y
siempre serás reemplazable. Una entre muchas. No eres nada para él. Más barata que
una puta, eso es seguro. —Odiaba que su fealdad sacara a relucir mi propia maldad,
pero no podía soportarlo más.
Levantó su mano para abofetearme cuando una sombra cayó sobre nosotros, y
la mano fuerte de Luca se cerró alrededor de su muñeca. La apartó de mí tan duro que
terminó chocando contra la pared, pero no la soltó. Su agarre en su muñeca la hizo
estremecerse, y se encogió bajo la fuerza de su mirada. Parecía un asesino.
—No vale la pena —susurré implorante.
Su boca se detuvo en la sonrisa más cruel que jamás hubiera visto en él cuando
soltó la muñeca de Grace.
—Nunca más volverás a hablar con Aria. No te acercarás a ella, o verás un lado
de mí del que muy pocos han sobrevivido.
—Luca, por favor —suplicó, aferrando su brazo, y me puse rígida—. Haría
cualquier cosa por ti. Te amo.
Él se sacudió con disgusto.
—No me toques, puta. Acabas de tragarte el semen de mi hermano, ¿en serio
crees que quiero tus sucias manos sobre mí?
Se giró hacia mí y parte de la ira desapareció, pero Grace todavía no había
terminado. Su rostro se contrajo a medida que nivelaba sus odiosos ojos hacia mí.
—Ojalá que ese tipo en el club de Luca te hubiera violado cuando le pagué por
eso. Apuesto que solo estando drogada es que fuiste capaz de llevar toda la polla de
Luca en tu coño. Probablemente fue la única vez que disfrutó follando contigo.
Jadeé, pero mi sorpresa duró solo un segundo porque Luca buscó su cuchillo
debajo de su chaqueta. No fui lo suficientemente rápida. Se giró y se abalanzó sobre
Grace, empujándola contra la pared y presionando la hoja contra su garganta. La furia
en su rostro me detuvo solo un segundo, luego corrí hacia él y agarré su brazo,
intentando alejarlo pero se resistió, era demasiado fuerte para mí. La mirada de odio
en sus ojos nunca dejó a Grace mientras sostenía el cuchillo contra su piel. No me
importaba mucho Grace, pero si Luca la mataba aquí, el senador Parker llamaría a la
policía, y no todos ellos estaban en la nómina de la Famiglia.
—Luca, por favor —murmuré.
—Escúchame, Grace. Saldrás de Nueva York otra vez y no volverás. Lo diré
una sola vez: nunca más volverás a amenazar a mi esposa, o serás la primera mujer a
la que despellejaré viva. Esa es una maldita promesa. —Se golpeó el pecho con la
empuñadura del cuchillo, justo donde estaba el tatuaje de la Famiglia. Su mirada me
hizo estremecer, y Grace finalmente se dio cuenta que estaba hablando en serio. El
color desapareció de su rostro cuando asintió—. Y ahora irás a tu jodida habitación y
no saldrás hasta que termine esta puta fiesta. —La soltó y ella corrió por el pasillo
donde debía estar su habitación.
Luca se volvió hacia mí, enfundando su cuchillo, los restos del monstruo
todavía en su expresión.
Exhalé.
—Dios, incluso yo me asusté. Puedes ser aterrador.
Otra parte del monstruo desapareció, su expresión suavizándose mientras me
miraba.
—Así me han dicho.
Me acerqué y puse mis manos contra su pecho. No tenía sentido castigar a Luca
por algo que Grace había dicho o hecho. Lo había perdonado por su error hace mucho
tiempo. Con mi toque, lo último de la oscuridad de Luca cayó y el calor llegó a sus
ojos.
—No escuches ni una palabra de lo que dice, Aria. Goza del rencor y la
mentira.
—¿Dos años? —pregunté en voz baja.
Luca negó con la cabeza.
—Fue una de muchas, Aria. Solo volvía con ella porque… —Se detuvo.
—Por la falta su reflejo nauseoso —murmuré.
—Aria —dijo Luca casi enojado, alcanzando mi mano y presionándola contra
su pecho, sobre su corazón—. Nunca he querido a nadie más de lo que te quiero a ti,
y no porque tenga que imaginarme a mis tías desnudas para evitar disparar mi semen
al momento en que tus labios perfectos se cierran alrededor de mi pene, aunque eso
también me ocurre, sino porque me haces reír, porque eres amable y porque cada vez
que te miro, siento algo que nunca antes había sentido: paz.
Tragué.
Matteo eligió ese momento para irrumpir en el pasillo.
—Es cerca de la medianoche. Los tortolitos deberían hacer una reaparición. —
Sus ojos se estrecharon a medida que observaba la forma en que nos enfrentábamos.
Le di a Luca una pequeña sonrisa para mostrarle que estábamos bien, y tomó
mi mano y me llevó de regreso a la fiesta. Nos fuimos poco después de la medianoche.
Luca estaba al límite, y quedarse más tiempo solo aumentaría el riesgo de que perdiera
la calma.
Regresamos juntos a nuestro ático para brindar por el Año Nuevo sin docenas
de ojos curiosos sobre nosotros.
Matteo y yo agarramos copas y una botella de champaña, y salimos a la azotea
mientras Luca buscaba bocadillos. Los fuegos artificiales seguían elevándose hacia el
cielo en la distancia. Matteo abrió la botella y sirvió champaña en las tres copas antes
de entregarme una. Sus ojos oscuros lucieron entusiastas cuando me contempló.
—Grace te acorraló en la fiesta.
No dije nada, pero di un pequeño asentimiento mientras tomaba un sorbo de
mi champaña. Entonces, cuando estuve segura que mi voz saldría fuerte, dije en tono
burlón.
—He oído que no soy la única a quien acorraló.
Matteo esbozó una sonrisa.
—Más que acorralado —dijo sugestivamente.
Asentí, mirando de nuevo al horizonte.
—Créeme, ninguna falta de reflejo nauseoso haría que Luca mirase a Grace
con algo parecido a la jodida adoración cursi que te muestra cuando cree que nadie
está mirando —dijo Matteo con su sonrisa patentada—. Mi hermano está totalmente
enamorado de ti, y para ser honesto, quiero tener las mismas drogas que utilizas en él
para usarlas con Gianna de modo que me vea de la misma manera una vez que estemos
casados.
Me eché a reír y la champaña salió de mi boca y cayó sobre la camisa de
Matteo. La miró y luego de vuelta a mí con las cejas levantadas.
—Eso fue increíblemente sexy, no me sorprende que Luca no pueda mantener
sus manos lejos de ti.
—Tengo mis momentos —dije con una sonrisa avergonzada.
—¿Qué fue sexy? —preguntó Luca bruscamente a medida que se acercaba a
nosotros con un plato lleno de pan, queso y aceitunas. Lo empujó hacia Matteo, quien
me guiñó un ojo.
—Modo marido posesivo activado.
Luca rodeó mi cintura con su brazo.
—Matteo, creo que ya me cabreaste lo suficiente por una noche. No tienes que
disparar todas tus municiones hoy.
—Nunca disparo todas mis municiones, Luca —dijo Matteo con una sonrisa,
sacudiendo las cejas.
Me acerqué a Luca, sintiendo que mis mejillas se calentaban por la vergüenza
y los efectos de la champaña. Luca suspiró, pero cuando me miró, me di cuenta que
estaba más feliz de lo que lo hubiera visto en todo el día.
—Y esa mirada es mi señal para salir y encontrar a alguien en quien disparar
mis municiones —murmuró Matteo, bebiendo su champaña.
La vacilación parpadeó en la mirada de Luca. Habían pasado todos los fines de
años juntos, y me di cuenta que también había cambiado las cosas entre ellos.
—No, quédate. —Extendí la mano y agarré la camisa de Matteo porque no
pude agarrar su brazo y saqué la mitad de la camisa de sus pantalones. Lo solté de
inmediato.
Sus cejas se alzaron.
—Luca, ¿puedes por favor decirle a tu esposa que no me quite la ropa? Está
enviando señales mixtas.
Me eché a reír y Luca me dio un beso en la sien y luego empujó a su hermano.
—Ya quisieras.
Sonreí.
—¿Cómo pasaron su último fin de año?
Matteo se frotó la parte posterior de la cabeza, mirando a Luca, quien le lanzó
una mirada de advertencia. Tomé otro trago de champaña.
—Supongo que eso significa que hubo mujeres involucradas.
—Unas pocas, sí —dijo Matteo con un guiño.
—¿Al mismo tiempo?
—Matteo estaba demasiado borracho para recordarlo —dijo Luca con firmeza,
y puse los ojos en blanco, pero decidí dejarlo pasar.
—Nunca pude ver viejas fotos tuyas de cuando eran niños.
Matteo sonrió.
—A ver si podemos cambiar eso. —Volvió a entrar y comenzó a buscar en los
armarios.
Luca suspiró.
—Es un dolor en el culo.
Toqué su brazo y sus cejas se fruncieron, pero no dije nada. Tal vez Luca
pensaba que nunca había amado a nadie antes que a mí, pero incluso si no se daba
cuenta, amaba a su hermano.
—Vamos —le dije—. Quiero verte cuando eras pequeño.
—Nunca fui pequeño —objetó Luca mientras me seguía a la sala de estar.
Matteo levantó un álbum de fotos y me senté a su lado en el sofá. Luca se
hundió a mi lado, haciendo una mueca ante la primera foto. Lo mostraba a él y a
Matteo a los tres y cinco años, vestidos de traje. Luca ya era alto pero todavía
escuálido, y su rostro ya tenía una dureza que un niño de esa edad no debería mostrar.
Matteo sostenía la mano de su hermano.
—Están tomados de la mano —les dije con una sonrisa.
Luca gimió. Pasé la página y tanto Luca como Matteo se tensaron. La foto
mostraba a Matteo y Luca, vistiendo los mismos trajes que antes, junto a una mujer
con cabello largo y oscuro. Ella estaba mirando a la cámara con la expresión más
desesperada que jamás hubiera visto. Prácticamente podía sentir su desesperación. La
madre de Luca se había suicidado cuando él solo tenía nueve años, y al ver su
expresión, no me sorprendía. Pasé las páginas rápidamente hasta que encontré una
foto de Luca en su adolescencia con el bigote más horrible que jamás hubiera visto.
—¡Me había olvidado de tu bigoporno! —dijo Matteo, riendo.
—¿Bigoporno? —repetí, levantando mis cejas hacia Matteo. Luca estaba
fulminando a su hermano.
—Porque ese es el bigote que tenían muchos actores porno.
Tomé otro sorbo de mi champaña a pesar de que ya estaba borracha.
—Tenía catorce años y pensé que me haría parecer mayor —murmuró Luca y
pasó la página a una foto de él en un yate en solo pantalones cortos de baño. El bigote
se había ido y ya estaba todo musculoso, a pesar de que no podía tener más de dieciséis
años.
Dejé que mis ojos vagaran sobre él con aprecio y Luca sonrió. No podía esperar
a que estuviéramos solos.
5
Aria
Traducido por M@r

Corregido por Rasm

o volvimos a mencionar el incidente de la fiesta de fin de año y, unos

N días después, tuvimos que irnos a Chicago para asistir a la boda de


Dante.
Mi prima Valentina se veía absolutamente impresionante con su vestido de
novia color crema con lentejuelas. La boda no fue un gran evento como el nuestro,
pero aun así, cerca de doscientas personas asistieron de la Organización y la Famiglia.
Sonreí mientras observaba a Dante y Valentina durante su primer baile. El salón de
baile del hotel había sido decorado con rosas rojas y rosas, y el ambiente era casi
relajado.
Luca me apretó la cadera.
—No te veías tan feliz durante nuestro baile de bodas.
Me reí.
—Estaba aterrada. —Val no parecía que le tuviera miedo a Dante, pero tenía
cinco años más que yo y había estado casada antes. Supuse que la consumación de su
matrimonio no tendría el mismo efecto terrorífico en ella.
Cuando se abrió la pista de baile para los invitados, Luca me tomó en sus brazos
y me guio al ritmo de la música. Todavía me sorprendía lo bien que podía bailar a
pesar de su altura. Le sonreí radiante y su pulgar acarició mi espalda desnuda, la única
muestra pública de afecto que probablemente se permitiría. Todavía era cauteloso,
pero no me importaba, porque nunca refrenaba su afecto cuando estábamos solos y
eso era todo lo que importaba.
Como era de esperar, tuve que bailar con Dante y Luca con Val. Había bailado
con Dante antes y apenas me tensé cuando me tomó de la mano, pero cuando me atrajo
contra él y me colocó la palma de su mano en la espalda desnuda, me estremecí por
el gesto demasiado familiar. Él también se tensó ante la falta de barrera entre nuestras
pieles. Ese era el problema con los vestidos sin espalda. El calor se alzó en mis mejillas
cuando me encontré con sus ojos.
Él me dio una sonrisa muy pequeña.
—Me disculpo —dijo formalmente.
—No puedes evitarlo con mi vestido. A menos que muevas tu mano a un nivel
inapropiadamente bajo, no hay manera de que alcances la tela —dije, con la esperanza
de aligerar la atmósfera.
La más mínima insinuación de diversión se reflejó en la cara de Dante.
—Si hago eso, tu marido derramará sangre.
Seguí su mirada. Luca seguía lanzando miradas posesivas hacia mí a medida
que bailaba con Val. Aunque Val se había visto perfectamente bien con Dante, parecía
absolutamente tensa en el agarre de Luca.
—Val parecía muy feliz bailando contigo —le dije con una sonrisa. Los dedos
de Dante contra mi espalda se apretaron y su expresión se oscureció. Posesivo y
dominante, no tan diferente de Luca, cuando se trataba de eso.
Matteo tomó el relevo de Luca y Dante me soltó. Rechacé un baile de un
soldado de la Organización con una excusa rápida, sin querer probar la paciencia de
Luca y necesitando algo de beber, así como un descanso de la dominación posesiva
que me rodeaba, pero entonces Val rio a carcajadas de algo que había dicho Matteo.
Estaban bailando más cerca de lo que era apropiado. Luca entrecerró los ojos ante su
hermano, pero no era por él que estaba preocupada. Dante tenía una mirada en sus
ojos que conocía por Luca.
Ignorando mi sed, corrí a la pista de baile y me detuve junto a Matteo y Val.
—¿Por qué no bailas conmigo ahora, Matteo?
Los ojos de Val se movieron de mí a su esposo y la comprensión llenó su rostro.
Se apartó de Matteo, quien le envió una sonrisa antes de agarrar mi mano y empujarme
contra él.
Jadeé por el impacto contra su musculoso pecho. Mi mirada indignada solo
haciéndolo sonreír, y presionar su palma sin dudar contra mi espalda. Él y Gianna se
matarían, eso era un hecho.
Para Matteo todo era un juego: gozaba de la provocación y el caos. Con
cualquiera que no fuera él, me habría preocupado por la reacción de Luca, pero como
era Matteo, me relajé en su apretado abrazo y lo dejé que nos diera vueltas alrededor
de la pista de baile.
Gianna permanecía a un lado, con el ceño fruncido cuando Matteo le guiñó un
ojo al pasar. Clavé mis uñas en su hombro, volviendo su atención hacia mí.
—No le hagas daño. —Salió más afilado de lo que pretendía, casi una orden.
La cara de Matteo se tornó cautelosa.
—¿O qué?
Apreté su mano y suavicé mi tono.
—O jamás la conquistarás. Podría actuar fuerte, pero ha crecido tan protegida
como yo. Por favor, trátala con amabilidad. —Este era el hermano de Luca y era muy
consciente de que la amabilidad no era su fuerte, pero si Luca podía ser amable
conmigo, entonces tenía que esperar que Matteo pudiera hacer lo mismo con Gianna.
—No tengo intención de lastimar a Gianna a menos que ella esté en esa clase
de mierda perversa.
Puse los ojos en blanco, pero cuando volvió a mirar a Gianna, me di cuenta que
su mirada albergaba una pizca de calidez. La de ella no. Parecía que preferiría cortarse
las manos antes que casarse con él. Eso me preocupó.

Luca
Me di la vuelta y alcancé a Aria, pero toqué su lado vacío. Mis ojos se abrieron
de golpe y me senté, mirando hacia el reloj en la mesita de noche. Solo eran las seis y
media de la mañana del domingo y habíamos regresado tarde de Chicago. ¿Dónde
estaba? ¿Por qué no estaba todavía dormida?
El hecho de que ni siquiera hubiera notado cuando se levantó de la cama
mostraba lo profundo que dormía a su lado. Mierda.
Saqué las piernas de la cama, me puse de pie y alcancé mi Beretta y la metí en
mis pantalones deportivos. Cuando pisé el rellano del primer piso, el sonido del
tarareo de Aria llegó a mis oídos. Bajé las escaleras y encontré a Aria en nuestra cocina
abierta, descalza y vestida con su camisón de satén. Las encimeras y el piso estaban
cubiertos de polvo blanco al igual que Aria, con su cabello rubio apilado sobre su
cabeza en un moño desordenado.
Olía claramente a quemado.
—¿Qué está pasando?
Aria gritó y se giró con una mano sobre su corazón, y los ojos muy abiertos.
La punta de su nariz y pómulos también estaban cubiertos de polvo blanco, y mis
labios se levantaron ante la vista.
Una sonrisa se dibujó en su cara.
—Hice un pastel para ti. —Avanzó hacia mí—. Feliz cumpleaños, mi amor.
Mierda, era mi cumpleaños. Lo había olvidado. En realidad no celebraba ese
día. Aria se puso de puntillas y me agaché, moldeando nuestros labios. Probé harina
en sus labios… así que eso era el polvo blanco. Me aparté, dejando que mis ojos
evaluaran el desorden.
—No quiero sonar cruel, pero las experiencias pasadas demostraron que tú
estando en la cocina no es una buena idea.
Ella frunció los labios.
—Practiqué con Marianna cuando no estabas cerca.
—¿Has practicado?
—Quería que tu pastel de cumpleaños fuera perfecto —dijo en voz baja. La
miré, luego levanté la punta de mis dedos y le quité la harina de las mejillas. La
mancha en su nariz tendría que quedarse. Se veía jodidamente hermosa para las
palabras. Dio un paso atrás, tomó los guantes y abrió el horno. El pastel que sacó no
se veía nada mal, a pesar de que estaba más oscuro de lo normal.
—Es un pastel de chocolate con relleno de queso crema —dijo mientras lo
colocaba en la encimera. Agarró un cuchillo y cortó dos pedazos, los puso en un plato
antes de dejarlo delante de mí. Después se apretó a mi lado—. Espero que te guste.
Agarré el tenedor y tomé un trozo del pastel, luego me lo llevé a la boca,
preparado para lo peor, pero el pastel de hecho estaba delicioso, cálido y con buen
sabor a chocolate. No era fanático del dulce, pero lo disfruté porque Aria lo había
hecho para mí.
—¿Y? —preguntó, con los ojos abiertos de par en par y preocupados.
—Delicioso.
Su sonrisa en respuesta en realidad hizo que mi maldito corazón se saltara un
latido.
—¿Cuánto tiempo llevas despierta?
—¿Tres horas?
Levanté mis cejas.
—No sabía que el pastel tardara tanto.
Ella se sonrojó.
—Bueno, no es así, pero me levanté temprano en caso de que algo no fuera
según lo planeado, y quemé los dos primeros pasteles… están en la basura.
Me reí entre dientes y luego tomé otro bocado. Mis ojos arrastrándose por su
delicada garganta hasta la suave hinchazón de sus pechos.
Aria me tocó el pecho y luego pasó lentamente las manos hacia mi estómago,
y volví a colocar el tenedor en mi plato. Mi piel se tensó bajo su toque, mi polla cobró
vida. Los ojos de Aria se encontraron con los míos cuando alcanzó la Beretta en mi
cinturilla y la sacó. Con cualquier otra persona, mi cuerpo se habría puesto en alerta
máxima, pero con ella ni siquiera sentí un indicio de inquietud. Miró mi arma por un
momento antes de dejarla en la encimera. No podía apartar la mirada de su cara.
Deslizó sus manos en mi cinturilla y arrastró mis pantalones de chándal sobre mis
caderas lentamente. Siseé cuando rozó mi polla. Ella levantó los ojos y, maldición,
esa mirada en sus ojos, pude sentirla directamente en mi polla.
Y entonces se arrodilló, y casi me vine en ese preciso momento. Sostuvo mi
mirada a pesar del rubor extendiéndose en sus mejillas a medida que se inclinaba hacia
adelante, separando esos perfectos labios rosados y tomando mi punta en su boca
caliente. Tuve que impedirme empujar hacia adelante, pero aflojé su moño y enredé
mis manos en su cabello mientras ella metía mi polla más profundamente en su boca.
Mierda, mis bolas se hincharon al verlo.
Ella sonrió alrededor de mi polla y gemí, apretando mis dedos contra su cráneo.
Retrocedió poco a poco y sus dedos se curvaron alrededor de mí, luego lamió desde
la base hasta la parte superior antes de envolver esa lengua rosada alrededor de mi
punta. Me estremecí, gimiendo.
—Maldición, Aria, me estás matando.
Tarareó, luciendo jodidamente orgullosa. Esa mujer. Solo mía.
Tuve que tirar de los mechones unas cuantas veces como un adolescente
cachondo mientras su boca trabajaba en mi polla, pero cuando Aria ahuecó mis bolas
a medida que su otra mano trabajaba en mi eje y mi punta golpeó la parte posterior de
su garganta, exploté. Agarré la encimera con fuerza cuando el placer se disparó a
través de mí y estallé en su boca. Tuvo problemas para tragar alrededor de mí, así que
me retiré un poco, mi polla contrayéndose. Observé con los ojos entrecerrados
mientras ella retrocedía, soltándome y limpiándose la boca. Este era el momento en
el que siempre se sentía más cohibida. Me agaché, la agarré por debajo de las axilas
y la alcé sobre la encimera antes de reclamar su boca para besarla, sumergiéndome
dentro, probándome en ella y sintiéndome jodidamente posesivo por eso.
Tomando sus muslos, la levanté y sus piernas rodearon mi cintura. Si no fuera
por toda la harina, la habría follado allí mismo en la encimera. En cambio, me di la
vuelta con ella aferrada a mi torso y caminé hacia las escaleras. Sus ojos nunca dejaron
los míos a medida que la llevaba por las escaleras, y con su coño presionado contra
mi estómago, mi polla se estaba recuperando rápidamente. Maldición, podía sentir lo
mojada que estaba. Mojada de chuparme la polla.
—Se suponía que esto era solo sobre ti —susurró, pero sus ojos rebosaban de
necesidad.
—Esto sigue siendo sobre mí, confía en mí, porque darte placer es lo
jodidamente mejor de todo esto.
Llegamos a nuestra cama y me dejé caer. Aria chilló, pero apoyé mi peso en
mis palmas, sonriéndole con una sonrisa burlona. Se echó a reír y me golpeó la
espalda.
—Me asustaste.
La bajé completamente y guie mi polla hacia su entrada, encontrándola lista
para mí, y me deslicé dentro de ella lentamente. Cuando estaba enterrado hasta la
empuñadura, bajé a mis codos, trayendo nuestros cuerpos al ras. Tomando la cabeza
de Aria, la besé mientras entraba y salía lentamente.
Haciéndole el amor. No era algo que alguna vez pensé que haría, pero mierda,
con Aria no podía tener suficiente.
No aceleré, ni mis embestidas ni mis besos. Me aseguré de golpear
profundamente con cada empuje, apuntando hacia ese lugar que hacía que Aria se
perdiera. Sus ojos sostuvieron los míos a medida que jadeaba y gemía, maravillado en
su hermoso rostro. Quería guiarla por el borde con solo mi polla una vez más, y ella
estaba llegando allí. Mi propio alivio estaba cerca, aunque había disparado mi semen
hacía poco.
—Bésame —susurró, después jadeó cuando golpeé profundamente.
Tomé su boca, lenta y dulce, y luego se arqueó hacia arriba, sus paredes
cerrándose alrededor de mí, y mis bolas apretándose cuando mi propia liberación me
golpeó con fuerza.
Después, enterré mi nariz en su cabello mientras recuperaba el aliento.
Comencé a levantarme, pero Aria apretó su agarre sobre mis hombros, y me quedé
encima de ella y levanté mis ojos a los suyos.
Amor. La emoción estaba escrita en toda su cara, y aún me parecía imposible
que pudiera amarme porque nadie lo había hecho nunca. Había nacido con crueldad
en mis venas, había sido educado para romper a los demás.
—Feliz cumpleaños, Luca —dijo en voz baja—. Nuestro primer cumpleaños
juntos.
—El primero de muchos —murmuré porque sin importar nada, jamás la dejaría
ir.
Aria sonrió.
—Tienes que abrir tu regalo.
Mis cejas se alzaron.
—¿Pensé que este era mi regalo?
—¿Sexo y pastel? —preguntó Aria indignada. Comenzó a retorcerse debajo de
mí y yo sonreí, sin moverme ni un centímetro.
—Luca —dijo, pero la silencié con otro beso y se relajó debajo de mí. Con el
tiempo, mi curiosidad me venció, la empujé y me puse de pie, atrayéndola conmigo—
. Entonces, ¿qué es?
Negó con la cabeza y me llevó fuera del dormitorio y de vuelta abajo, luego a
una de nuestras habitaciones de invitados. Había un paquete rectangular, de unos dos
por 5 metros de diámetro. Me detuve, confundido. Esperaba un alcohol caro o un reloj
como la mayoría de las esposas compraban a sus esposos, pero no tenía idea de lo que
se suponía que era.
Aria tiró de mi mano y me llevó más cerca.
—¿No lo abrirás?
Solté su mano y recogí el paquete. Tenía solo unos centímetros de espesor y no
era tan pesado como esperaba.
Aria se rio.
—No muerde, créeme.
Arranqué el papel de regalo y me quedé inmóvil, aturdido. Era un lienzo con
grafitis. En el fondo, el horizonte de Nueva York, y en el frente, el lema de la Famiglia
en letras rojas.
—Cuando me dijiste que te gustaba el grafiti de Banksy y otros artistas, pensé
que sería bueno conseguirte un cuadro así para tu oficina en la Esfera.
Me quedé mirando a Aria. Se mordía el labio. Poco antes de Navidad,
caminábamos juntos por Nueva York y le mostré mi grafiti favorito, prácticamente el
único tipo de arte que me interesaba en lo más mínimo, pero no creí que lo recordara.
—¿Dónde lo obtuviste?
—Romero y yo intentamos descubrir quién es Banksy, pero eso fue imposible,
así que contacté con algunos de los artistas del grafiti menos secretos de la ciudad y
les pedí que crearan una obra de arte para mí. —Aria se calló—. ¿No te gusta? Pensé
que algo personal sería mejor que solo conseguirte algo caro como un reloj, sobre todo
porque pareciera que estuvieras comprando tu propio regalo ya que es tu dinero…
Me acerqué a ella velozmente, tomé su cara y la besé ferozmente. Cuando me
retiré, sus cejas se fruncían con confusión.
—Es nuestro dinero, Aria, no mío. Todo lo que poseo también es tuyo.
—Así que prácticamente soy Capo —dijo burlona, y reí entre dientes.
—Gobiernas sobre mi corazón, así que de alguna manera, sí.
Hice una pausa porque me di cuenta que era la verdad. Nadie había tenido
nunca tal poder sobre mí, no como lo tenía Aria, y era la cosa más aterradora de este
mundo porque nadie podría descubrirlo.
—Entonces, ¿te gusta tu regalo?
—Mierda, sí. Es perfecto. ¿Cómo voy a estar a la altura de esto para tu
cumpleaños?
Aria sonrió.
—Todavía tienes un mes para inventar algo.
—Genial —murmuré—. Sin presión.
Sus ojos estaban iluminados de alegría.
—Eres un chico grande, un mafioso duro, un notorio chico malo, creo que
puedes con eso.
Me incliné, mi voz baja y oscura.
—¿Chico malo, hmm?
Ella rodeó mi cuello con sus brazos.
—En realidad no sé por qué la gente te teme, eres un poco lindo.
Resoplé porque nadie me había llamado así, y nadie lo haría si supiera lo que
era bueno para ellos.
—Me temen porque soy un chico malo, amor.
Malo ni siquiera comenzaba a cubrirlo.
Aria asintió con una sonrisa pequeña.
—Lo sé, ¿y sabes qué? —Bajó la voz—. En la habitación me gusta que a veces
actúes como un chico malo.
Buen Señor, Aria. La besé con fuerza.
Aria siempre vería solo mi lado suave.

Aria
—¡Maldita sea! —El grito de Luca me despertó bruscamente. El colchón se
movió bajo su peso y me di vuelta, parpadeando. Luca se estaba vistiendo, su teléfono
encajado entre su hombro y su oreja mientras se subía los pantalones—. Estaré allí en
quince minutos. ¡Mierda!
Me senté, preocupada. Luca dejó su celular y se puso una camisa sobre la funda
de su pistola, luego se volvió hacia mí, haciendo una mueca.
—Alguien arrojó un cóctel Molotov en uno de los prostíbulos de la Famiglia.
Dos putas resultaron quemadas gravemente, y todos los muebles se chamuscaron. La
policía y el departamento de bomberos están ahí. Tengo que ir y limitar el daño.
Asentí lentamente, sofocando mi decepción. Se movió hacia mí, me dio un
beso rápido y luego salió.
Me mordí el labio, aplastando mi dolor. Era mi cumpleaños.
Me deslicé de la cama, alcancé mi teléfono y vi el mensaje de Gianna. Al
momento en que vio que estaba en línea, sonó mi teléfono. Después de hablar con
Gianna, Fabiano y Lily, me sentí mejor y me vestí.
Sabía que Luca tenía que hacerse cargo de los asuntos de la Famiglia si quería
ser un buen Capo, y aun así me preguntaba si había olvidado mi cumpleaños por
completo. Bajé las escaleras donde Romero estaba sentado en la encimera. Sonrió
cuando me vio y se levantó.
—Feliz cumpleaños, Aria.
Le ofrecí una sonrisa temblorosa a cambio y su expresión se suavizó aún más.
—Luca regresará tan pronto como termine.
Me encogí de hombros y me serví un café. La soledad se apoderó de mí. No
tenía amigos en Nueva York. Como esposa del Capo las personas en nuestros círculos
no me trataban como a un ser humano normal, y no podía ser amiga de otros fuera de
nuestro mundo. Tragándome las emociones, tomé un sorbo de mi café.
El ascensor se detuvo y Romero se paró frente a mí, pero se relajó cuando
Marianna entró con un pastel. Su cabello gris oscuro estaba asegurado con una
redecilla como de costumbre, y su vestido se tensaba sobre su cuerpo regordete y sus
amplios senos. Su rostro maternal se dibujó en una amplia sonrisa y al dejar el pastel,
me dio un fuerte abrazo.
—Feliz cumpleaños, bambina. Hice pastel de almendras para ti. Luca me dijo
que es tu favorito. —Frunció el ceño a Romero—. De todos modos, ¿dónde está?
—Negocios —respondió Romero simplemente.
Marianna no hizo ninguna pregunta.
—¿Luca te pidió que hicieras el pastel?
—Así es. —Marianna cortó tres rebanadas del pastel, luego sacó los platos y
nos entregó a Romero y a mí uno y se quedó uno para ella. Comimos, y tuve que
admitir que el pastel era mejor que cualquier cosa que hubiera comido en mucho
tiempo. Marianna era una diosa en la cocina.
Marianna me tocó la mejilla.
—Te ves triste. ¿Por qué no sales a divertirte con Romero?
Quería pasar el día con Luca, pero como eso no iba a suceder, les di un
asentimiento. Romero me llevó a almorzar a un buen restaurante, y después fui toda
esposa trofeo y gasté miles en Century21, mi tienda departamental favorita en
Manhattan. Regresamos al ático después de una cena rápida en un pequeño bistró. No
me molesté en sacar la ropa nueva de las bolsas de compra; en lugar de eso, agarré
una manta de lana y un libro y salí a la terraza, donde me acurruqué en la silla. Romero
no se unió a mí, probablemente captando mi mal humor. Dejé que mi mirada se
desviara sobre el horizonte, con unas pocas lágrimas escapando, y levanté mis piernas
envolviendo mis brazos fuertemente alrededor de ellas.
El sonido de la puerta al abrirse atrajo mis ojos hacia las ventanas francesas y
Luca salió a la terraza, su expresión retorciéndose con pesar cuando sus ojos se
posaron en mi cara. Me sequé las lágrimas rápidamente y me puse de pie, pero Luca
me levantó y me besó.
—Feliz cumpleaños, principessa. Ojalá hubiera pasado el día contigo.
—Romero me mantuvo ocupada —le dije con un pequeño encogimiento de
hombros.
Luca negó con la cabeza.
—No es lo suficientemente bueno. —Me llevó al apartamento y subió a nuestra
habitación. Mis ojos se posaron en la cama. Sobre él había un ramo de rosas blancas
y un paquete. Sonreí y besé la garganta de Luca antes de que me bajara. Olí las rosas,
luego tomé el paquete y lo desenvolví. Dentro había una caja de terciopelo rojo, que
abrí de inmediato. Un brazalete de oro rosa descansaba sobre un cojín gris. Diecinueve
diamantes estaban incrustados en la superficie lisa de oro rosa.
—Dale la vuelta —dijo Luca en voz baja.
Lo hice y encontré palabras grabadas en el interior del brazalete.
En la hora más oscura tú eres mi luz.
Tragando con fuerza, miré a los cálidos ojos de Luca. Agarró su camisa, la sacó
sobre su cabeza y se dio la vuelta. Me quedé inmóvil cuando vi el nuevo tatuaje en su
omóplato, reflejando su tatuaje de la Famiglia. La piel todavía estaba roja.
Leí las intrincadas letras en tinta negra: Iré a donde vayas, sin importar lo
oscuro que sea el camino.
Las palabras que le dije a Luca poco después de nuestra boda. Las recordó.
Respiré hondo, apretando los labios, pero no llorar era una batalla perdida. Sus dos
tatuajes estaban a ambos lados de su corazón. Luca se volvió y se acercó a mí,
limpiando las lágrimas. Presionó mi palma contra su tatuaje de la Famiglia por encima
de su corazón.
—Mi juramento fue primero, pero las palabras en mi espalda significan más.
Tragué. Se suponía que no debía decir algo así. Para un hombre de la mafia, la
Famiglia era lo primero, y más aún para un Capo. Asentí, rozando mis labios sobre
los suyos.
—Esas palabras en tu espalda, las dije en serio, Luca. Te seguiré a cualquier
parte. Tu oscuridad no me asusta. Te amo, tu fuerza y lealtad, tu ternura y protección.
Amo tu lado amable, pero igual amo tu oscuridad. Te amaré en tu hora más oscura, te
amaré incluso cuando seas débil, y si necesitas que sea tu luz, lo haré. Amo cada
pedazo de ti, Luca.
Me aplastó contra su pecho y lo sostuve con fuerza. Su amor era el regalo más
grande de todos.

Era abril cuando Lily y Gianna vinieron a visitarnos. Desde el momento en que
vi a Gianna, supe que algo estaba pasando, pero no tuvimos la oportunidad de hablar
hasta una noche cuando Luca y Matteo salieron a trabajar y Romero estaba ocupado
jugando a Scrabble con Lily.
—Estás tramando algo, ¿verdad? —le pregunté mientras disfrutábamos la vista
de Nueva York desde la terraza de la azotea.
Gianna no respondió de inmediato, y eso no era normal en ella.
—No puedo hacer esto, Aria. Quiero salirme. Dejar este mundo. Escapar de mi
matrimonio arreglado. Solo salir.
Había sospechado algo en ese sentido, pero ahora que lo expresaba en voz alta,
la preocupación y el miedo se estrellaron contra mí.
—¿Quieres huir?
—Sí.
—¿Estás segura?
Gianna me miró de reojo. No había ningún indicio de duda en su rostro.
—Absolutamente. Desde que la Bratva atacó la mansión y vi de lo que Matteo
es capaz, supe que tenía que huir.
—No es solo Matteo, lo sabes, ¿cierto? No es peor que cualquier otro hombre
de la mafia. —Matteo podía ser divertido y encantador. Estaba segura que Gianna y
él podrían ser felices si ella se permitiera dejarlo entrar, pero la conocía, sabía lo
obstinada que podía ser. No me dejaría convencerla de que le diera una oportunidad
a Matteo.
—Eso lo hace aún peor. Sé que prácticamente todos los hombres en nuestro
mundo son capaces de cosas horribles, y un día incluso Fabi lo será, y lo odio, odio
cada segundo que estoy atrapada en este desastroso mundo.
—Pensé que Matteo y tú se estaban llevando mejor. Hoy no intentaron
arrancarse la cabeza del otro.
—Está intentando manipularme. ¿No viste cuán fácil hizo que Lily dejara de
sentirse nerviosa alrededor de él?
—Podría ser peor. La mayoría de los hombres no te habría perdonado por tu
comportamiento, pero a él en realidad parece que le gustas. —No estaba segura si
Luca me hubiera dejado meterme con él de esa manera.
—¿Estás de su lado?
No tenía intención de elegir bandos.
—No estoy de su lado. Solo estoy tratando de mostrarte una alternativa a
escapar.
—¿Por qué? Sabes que nunca he querido esta vida. ¿Por qué estás tratando de
hacer que me quede?
Agarré su muñeca, enfadándome.
—¡Porque no quiero perderte, Gianna!
—No me perderás.
—Sí, lo haré. Una vez que hayas escapado no podremos volver a vernos, tal
vez ni siquiera hablar a menos que encontremos una forma de hacerlo sin arriesgarnos
a que la mafia te rastree.
—Lo sé —susurró Gianna—. Podrías venir conmigo.
En el pasado, a menudo había resentido la jaula dorada en la que me habían
criado, e incluso ahora a veces me preguntaba cómo se sentiría pasear por Nueva York
sin Romero, ir a la universidad y vivir la vida siguiendo solo mis propias reglas.
—No puedo.
Ella se apartó de mí.
—Porque amas a Luca.
Había un indicio de desaprobación en su voz, pero no defendería mis
sentimientos. Amar a Luca era algo por lo que nunca me sentiría mal.
—Sí, pero esa no es la única razón. No puedo dejar atrás a Fabi y a Lily.
Además, me he reconciliado con esta vida. Es todo lo que siempre he conocido. Estoy
bien con ella.
—¿Crees que los estaría abandonando si me voy?
—Lo entenderán. No todos están hecho a la medida para una vida en este
mundo. Siempre has querido vivir una vida normal, y ellos aun así me tendrán. Tienes
que pensar en ti. Solo quiero que seas feliz.
—No creo que pueda ser feliz aquí.
—Porque no quieres casarte con un asesino, porque no quieres vivir con lo que
Matteo hace.
—No —dijo en voz baja—. Porque puedo verme estando bien con eso.
Contemplé su cara.
—¿Qué hay de malo en eso? —Sabía lo que era Luca, de lo que era capaz.
Sabía que no cambiaría y no quería que lo hiciera porque amaba al hombre que era
ahora.
—¿Estás bien con lo que Luca hace? ¿No te quedas despierta por la noche
sintiéndote culpable por estar casada con un hombre como él?
—Venimos de una familia de hombres como él. ¿Quieres que me sienta
culpable?
—No. Pero las personas normales se sentirían culpables. ¿No puedes ver lo
arruinados que estamos? No quiero ser así. No quiero pasar mi vida con un hombre
que descuartiza a sus enemigos.
Luca siempre afirmó que era pura e inocente, pero no lo era, no según los
estándares normales.
—Lo siento. No quería hacerte sentir mal. Solo… sé que tengo que
arriesgarme. Tengo que huir de todo esto y vivir una vida sin toda esta violencia y
todas estas morales enrevesadas. Siempre me arrepentiré si no lo hago.
—Sabes que nunca podrás volver. No hay vuelta atrás una vez que huyes.
Incluso si Matteo fuera capaz de perdonarte por insultarlo de esa manera, la
Organización será responsable de tu castigo hasta tu matrimonio. Y huir de la mafia
es traición.
—Lo sé.
—La Organización castiga la traición con la muerte. Porque no eres un hombre
de la mafia, probablemente serían gentiles contigo y te manden a uno de sus
prostíbulos o te casen con alguien peor que Matteo.
—Lo sé.
Agarré el hombro de Gianna porque no creía que lo hiciera.
—¿En serio? Pocas personas se arriesgan a huir de la mafia y hay una razón
para ello. La mayoría es capturada.
—La mayoría, pero no todos.
—¿Alguna vez has escuchado de alguien que haya escapado de la mafia
exitosamente?
—No, pero dudo que alguien nos diga de ellos. Ni padre, Matteo o Luca tienen
el mínimo interés de ponernos ideas en la cabeza.
Dejé caer mis manos, suspirando.
—Estás decidida a seguir adelante con esto.
—Sí.
—Bien —dije, porque sabía que no había nada que pudiera hacer para cambiar
la opinión de Gianna y no quería que empezara a ocultarme cosas—. No puedes
hacerlo sola. Si quieres tener la oportunidad de tener éxito, necesitarás mi ayuda.
—No —dijo ella—. Puedo hacerlo sola.
—Si te ayudo a huir, traicionaré a la Famiglia y también a mi esposo —susurré.
Luca lo vería como una traición. Había sido educado con la convicción de que su
palabra sería ley, que no seguir su orden era traición.
—Tienes razón. Y no puedo dejar que tomes ese riesgo. No dejaré que te
arriesgues.
Tomé su mano.
—No, te ayudaré. Soy tu única opción. Si alguien puede hacerlo, eres tú. Nunca
quisiste ser parte de esto.
—Aria, tú misma lo dijiste, lo que estoy haciendo es traición y la mafia lidia
duramente con las personas que los traicionan. Luca no es del tipo que perdona.
—Luca no me lastimará. —Gianna parecía dudosa, pero sabía que esas
palabras eran ciertas, y no solo porque había tatuado mis palabras en su piel—. No lo
hará. Si Salvatore Vitiello siguiera con vida, las cosas serían diferentes. Habría estado
bajo su jurisdicción, pero Luca es Capo y no me castigará.
—Quizás sus hombres no le dejen opción. Es un Capo nuevo, si se ve débil,
sus hombres probablemente se sublevarían. Luca no arriesgará su poder, ni siquiera
por ti. La Famiglia viene primero para un hombre de la mafia.
—Confía en mí —dije.
—Confío en ti. Es en Luca en quien no confío.
—Y si lo piensas, en realidad no estaría traicionando a la Famiglia. Sigues
siendo parte de la Organización hasta que te cases con Matteo. Eso significa que
mayormente estaría traicionando a la Organización, pero no estoy vinculada a ellos,
así que no puedo traicionarlos.
—Visto así, podría ser. Pero Luca podría no verlo así. Incluso si no estás
traicionando a la Famiglia, estás actuando a su espalda. Sin mencionar que Matteo
moverá cielo y tierra para encontrarme.
—Cierto. Te cazará.
—Eventualmente perderá interés.
Conociendo la obsesión de Matteo con mi hermana, lo dudaba.
—Quizás. Pero no contaría con eso. Tenemos que asegurarnos que no pueda
encontrarte.
—Aria, no debí haberte hablado de esto. No puedes involucrarte.
—No intentes sacarme de esto. Me sentiré culpable si no te ayudo y eres
atrapada —le dije.
—Y yo me sentiré culpable si te metes en problemas por ayudarme.
—Te ayudaré. Fin de la historia.
6
Luca
Traducido por Yoshioka13

Corregido por Rasm

Un mes después…

—L
a Esfera aún sigue siendo fuerte, pero el Pergola se está
acercando. Aunque los rusos intentaran mear en nuestro
estanque, seguimos haciendo un montón de dinero con nuestros
clubes. Y Pergola será el club más famoso de la ciudad el próximo año, puedo sentirlo
—dijo Matteo a medida que revisaba las ganancias del último mes de nuestros dance
clubs.
En realidad me importaba una mierda si éramos los dueños de uno de los clubes
más famosos en la ciudad. Nuestros negocios principales eran las drogas, y los
números en mi portátil me decían que no estábamos vendiendo tanto como podríamos.
—La heroína está floja. Estas nuevas drogas de diseño son lo que la gente en
todas partes quiere —dije—. Necesitamos asegurarnos que nuestro distribuidor
entregue a tiempo. Me importa un carajo si los laboratorios están produciendo tan
rápido como pueden. No es lo suficientemente rápido. Háganle una visita.
Los labios de Matteo se torcieron en una sonrisa jodidamente espeluznante.
—Lo haremos.
Agité mi cabeza con mi propia sonrisa.
—Maldito enfermo.
—Hace falta uno para reconocer otro.
Mi teléfono sonó. Lo saqué de mi bolsillo y miré la pantalla. Romero.
—¿Sí, Romero?
—Sandro está desmayado en la cocina. Aria y Gianna se han ido.
Mi pulso se aceleró al doble. Los rusos.
—Repítelo. —Cerré la portátil y me enderecé en mi silla. Los ojos de Matteo
se enfocaron en mí, el resguardo desvaneciendo su sonrisa.
—Lo han drogado y lo habían atado con cinta. Uno de los vehículos se ha ido.
Gianna y Aria deben haber empacado algunas maletas porque faltan algunas prendas
en el vestidor. No hay señales de un ataque. Deben haber huido.
¿Huido? Mis ojos encontraron el grafiti que Aria me había hecho pintar cuatro
meses antes, el cual colgaba en la pared detrás de mi escritorio.
—¿Qué está pasando? —preguntó Matteo, cerrando su portátil y alejándola.
Me levanté. La ira estaba hirviendo bajo mi piel, y otra emoción. Una emoción
débil a la que no podía dar lugar. Una emoción con la que nunca me había molestado
hasta Aria, y ahora se había ido. Maldita sea, se había ido.
—Romero encontró a Sandro drogado y atado en el piso del ático. Aria y
Gianna se han ido.
Matteo se levantó lentamente.
—Maldición, me estás jodiendo.
Me detuve justo frente a su rostro, tan jodidamente enojado que, me estaba
quemando por dentro. Enojado y preocupado. Jodidamente preocupado porque mi
esposa había desaparecido. Aria había huido. Huyó de mí.
—¿Crees que bromearía con algo así?
—Pensé que Aria estaba enamorada de ti —dijo Matteo sarcásticamente.
Mis dedos ansiaban cerrarse alrededor de su garganta. Romper algo. Mierda,
se había sentido tan bien cuando había aplastado la garganta del último hombre. Pero
Matteo no me había traicionado. Debería haber querido lastimar a mi esposa por huir
de mí, y aun así, no lo hacía. ¡Mierda! Maldita seas, Aria. Maldita seas por hacer que
me importes.
Salí furioso del sótano de la Esfera. Algunos de mis hombres se habían quedado
en el bar mirándome curiosamente. Otros se pusieron de pie como si fueran a unirse
a cualquier cruzada en la que estuviera. Pero no podía arriesgarme a que supieran que
mi propia esposa había huido, que ni siquiera podía controlar a la mujer que estaba a
mi lado.
Amor. La raíz de la debilidad. Así es como nuestro jodido padre lo había
llamado. No me agradaba el hombre. Lo había odiado con cada fibra de mi ser, pero
quizás había tenido razón por una vez. Aria me estaba convirtiendo en un idiota, y
maldita sea, le estaba permitiendo hacerlo.
Matteo me siguió de cerca.
Si no hubiera querido a la maldita pelirroja, nada de esto habría pasado. Sin
duda toda esta jodida cosa era idea de Gianna.
—Es culpa de Gianna. Esa chica es la raíz de cada problema. ¿Por qué no
pudiste alejarte de una maldita vez de ella como te dije?
—Probablemente por la misma razón que dejas que Aria juegue contigo —
murmuró Matteo.
¡Mierda! Matteo era mi hermano. Si otro hombre comenzaba a pensar de la
misma manera, tendría que hacer una maldita declaración sangrienta… otra vez. Todo
por culpa de Aria. Entré en mi auto y Matteo se subió a su moto, luego fuimos a
encontrarnos con Romero a toda velocidad.
Él estaba esperándonos en mi ático, junto a un Sandro delirante. Ese idiota
debería haber vigilado a Aria y Gianna; en cambio, dejó que dos mujeres inexpertas
lo noquearan. No se encontró con mi jodida mirada, y me concentré en Romero antes
de terminar matando a ese cabrón inservible.
—Dilo —fue todo lo que dejé escapar de mi garganta jodidamente apretada.
—Diez mil dólares y dos pasaportes han desaparecido. Parece que lo planearon
por un largo periodo de tiempo.
Asentí, intentando ocultar lo que esa información me hizo. Aria me había dicho
que me amaba. Yo le había dicho que la amaba, la había tratado tan bien como sabía
hacerlo, nunca la había lastimado, ¿y ahora esto?
Iré a donde vayas, sin importar lo oscuro que sea el camino.
¿Acaso los últimos meses habían sido una maldita falsa? Pero nadie podía ser
tan buena actriz. Esta era Gianna. Era culpa de la jodida Gianna.
—Tenemos que buscarlas —murmuró Matteo, como si no supiera eso.
Lo fulminé con la mirada.
—¿Y dónde quieres comenzar? Podrían estar en cualquier lugar. Difícilmente
llevarían sus putos teléfonos con ellas.
—De todos modos, tal vez valdría la pena intentarlo —sugirió Romero
tranquilamente.
Traté de calmarme y pensar con claridad, luego di un tenso asentimiento, antes
de sacar mi teléfono y abrir la aplicación de rastreo. Y un segundo después el celular
de Aria apareció. Sorpresa, después alivio seguido de una pizca de desconfianza me
atravesó. Estaba dirigiéndose fuera de la ciudad, hacia el norte.
—¿Crees que son ellas? —Matteo se asomó a mirar mi celular—. Son
demasiado inteligentes como para llevarse sus teléfonos encima.
—Quizás es un ruso, pero es todo lo que tenemos por ahora —dije. Antes de
que Matteo y yo nos dirigiéramos a cazar a nuestras mujeres, dije a Romero—:
Llámame al momento en que tengas noticias.

Aria
Conduje por un largo tiempo, primero en una dirección, luego en la otra. Estaba
segura que ya habrían descubierto a Sandro y sabían que Gianna había huido. ¿Acaso
Luca pensaría que me había ido con ella? ¿Que las palabras que le había dicho habían
sido una mentira? No estaba segura. Mi corazón dolía cuando pensaba en eso. Luca
no era un hombre que confiara fácilmente, o en absoluto. Pero tenía su confianza.
Quizás ya no.
Le eché una ojeada al reloj en el tablero. El vuelo de Gianna a Schipol había
salido hace casi una hora. Tenía que ir a casa. Si habían rastreado mi teléfono, estarían
siguiendo el rastro equivocado sin sospechar que Gianna había tomado un vuelo. Luca
había intentado llamarme muchas veces. Probablemente estaba furioso.
Giré el auto y conduje de vuelta a Manhattan, mis latidos acelerando a medida
que me acercaba a casa cada vez más.
Para el momento en que entré en el garaje subterráneo, el empleado
administrativo viendo todo en sus monitores ya estaba probablemente notificándole a
Luca de mi paradero.
Tomé el elevador hacia el ático. Cuando las puertas se abrieron, Romero estaba
esperándome. Agitó su cabeza, con algo cercano a la ira en su rostro. Nunca antes me
había demostrado su ira abiertamente. Se llevó su teléfono a su oído, pero no apartó
sus ojos de mí.
No tuve que preguntar a quién estaba llamando. Pasé junto a él hacia la ventana
y miré hacia fuera. Gianna estaba en un vuelo hacia la libertad. Estaría aterrizando en
Ámsterdam en unas pocas horas, donde empezaría una vida nueva. Lejos de todo esto.
Lejos de la mafia y matrimonios arreglados. Lejos de jaulas de oro y reglas de
mafiosos.
Esperaba que Gianna fuera inteligente para evadir sus perseguidores, porque
no tenía dudas que mi padre enviaría a sus hombres para atraparla. Y tenía el
presentimiento que Matteo tampoco la dejaría escabullirse de sus dedos así de fácil.
Tendría que encontrar a alguien que pudiera darle una identidad nueva. En este país,
nadie iría contra la mafia, a excepción de la Bratva, y contactarlos habría puesto el
último clavo en nuestros ataúdes. Pero más que nada esperaba que Gianna pudiera
encontrar lo que estaba buscando.
—Luca, está aquí —dijo Romero finalmente—. No, sola. Sí. Lo haré.
Romero se acercó. Miré sobre mi hombro su gran silueta.
—No correré. No tienes que permanecer dos pasos detrás de mí, te lo aseguro
—dije en broma.
Romero no sonrió. Dio otro paso más cerca, mucho más cerca de lo habitual,
sus ojos castaños endureciéndose.
—Luca es el Capo. Y es el mejor que jamás ha habido. Porque gobierna sin
piedad. Porque recompensa a quienes son leales. Porque protege a aquellos que
merecen protección.
Giré hacia él completamente, anonadada ante la fiereza de sus palabras e
insegura de adónde quería llegar con ellas.
—Lo traicionaste. —Prácticamente me escupió las palabras.
—Yo no…
Romero me interrumpió.
—Fuiste a sus espaldas y huiste. No me importa por qué. En nuestro mundo
eso significa traición, y deberías saberlo, Aria.
Lo miré fijamente, estremecida. ¿Así era como Luca también veía mis
acciones?
—Con cualquier otro, Luca no dudaría en darle un castigo severo. La traición
significa la muerte, tortura como mínimo. Pero puedes estar segura que estás a salvo
—dijo. Se inclinó más cerca, y una vez más recordé que el hombre frente a mí era un
asesino despiadado de naturaleza relajada—. Nunca olvides que Luca sigue siendo el
Capo que necesita dar la cara frente a sus hombres. No lo presiones demasiado. No lo
obligues a hacer algo de lo que tú tampoco te podrás recuperar.
Tragué con fuerza, mirando hacia mi brazalete.
En la hora más oscura tú eres mi luz.
Romero no me estaba amenazando como pensé al inicio. Estaba preocupado.
No había pensado que fuera un gran problema.
No, eso no estaba del todo bien. Había considerado cuán malo podría ser si
ayudaba a Gianna a huir, pero no podía no ayudarla. Era mi hermana y la amaba.
La puerta de la habitación de invitados se abrió y Sandro salió a tropezones, su
camisa fuera de los pantalones y arrugada. Lucía pálido y desorientado. Cuando sus
ojos se posaron en mí, la ira destelló a través de su rostro, luego miró a Romero a mi
lado, y bajó la cabeza. Había herido su orgullo, lo que era la peor vergüenza posible
para un mafioso.
—¿Estás bien? —le pregunté, sintiéndome mal por haberlo drogado, pero él
nunca habría permitido que Gianna y yo nos fuéramos.
Caminó hacia el sofá y se hundió en él. Se inclinó lentamente hacia atrás pero
no dijo nada.
—¿Está herido? —le pregunté a Romero cuando se hizo claro que Sandro
estaba decidido a ignorarme.
Romero se encogió de hombros.
—Los efectos de la droga será el último de sus problemas. Su cagada le causará
problemas mayores, créeme. Luca no tolera la incompetencia.
Sandro hizo una mueca de dolor visiblemente.
—Luca no lo castigará, ¿verdad? Tengo que hablar con él…
—No —dijo Romero bruscamente—. Deberías comenzar a pensar en tu propia
supervivencia, Aria. Ten cuidado.
Cerré mi boca de golpe.
El elevador se sacudió en movimiento. Mis ojos se lanzaron rápidamente a la
pantalla. Estaba bajando al garaje subterráneo. Luca.
Mi estómago se apretó. Estaba nerviosa. Las palabras de Romero habían hecho
efecto. Pero conocía a Luca. Y él me conocía. Él entendería. No había ido en su contra.
Solo había ayudado a Gianna. ¿Verdad?
Me di cuenta que tal vez se veía diferente desde fuera. Dios. El miedo comenzó
a burbujear en mi estómago. Regresé hacia las ventanas, necesitando tiempo para
controlar mi expresión.
¿Lo había arruinado todo?
El elevador se detuvo en nuestro piso y el sonido de Luca y Matteo en algún
tipo de discusión me alcanzó. En la ventana pude ver la alta silueta de Luca
imponiéndose sobre la de su hermano. Matteo era alto, pero Luca era… Luca.
Magnífico. Su mirada encontró la mía a través del reflejo de la ventana.
Tragué con fuerza.
Estaba avanzando enfurecido hacia mí. No dijo nada. Estaba por disculparme
cuando sus fuertes dedos me apretaron el antebrazo y me dio la vuelta. Contuve un
jadeo. Su agarre era apretado, aunque sabía que debe haberse estado conteniendo. Lo
miré, y temblé. Su rostro era una máscara que escasamente controlaba su ira. Seguía
sin decir nada, y eso hizo me hizo darme cuenta de lo terrible que era en realidad la
situación.
Matteo avanzó hacia mí.
—¿Dónde está Gianna?
Lo ignoré, atrapada en la mirada de Luca.
—Responde —dijo Luca tranquilamente.
Intenté zafarme de su agarre, pero no me soltó. De repente una pizca de ira se
extendió dentro de mí. Estaba demostrando su poder en frente de todos, intentando
actuar como todo un macho y Capo.
—Se ha ido —dije.
—Oh, ¿en serio? —gruñó Matteo—. ¿No crees que eso ya lo sabemos? Pero,
¿a dónde fue? Huyeron juntas, planearon todo juntas.
—No lo sé. —Me encogí de hombros—. Decidimos que sería mejor si yo no
lo sabía.
—Estupideces. —Sonrió Matteo cruelmente—. Sabes exactamente dónde está.
—Aria. —La voz de Luca fue dura mientras llevaba mi atención de vuelta hacia
él—. Hasta ahora, nadie sabe de eso. Ni siquiera tu padre ni la Organización. Pronto
tendremos que decirles que tu hermana escapó mientras estaba bajo mi protección.
Eso lo haría quedar mal. Él era el Capo. Quería parecer invencible. Odiaba esas
pruebas de poder. ¿Por qué no podían simplemente dejarlo pasar?
Presioné mis labios juntos.
Matteo gruñó.
—De todas formas la encontraré, así tenga que buscar en todos los clubes de
Nueva York. Quiere provocarme. Si la encuentro follando con otro tipo, se va a
arrepentir.
La furia rugió a través de mí.
—Jamás la encontrarás. Está muy lejos. Y Gianna nunca regresará. Nunca.
—Muy lejos —dijo Matteo mirando a Luca—. Así que no sabes dónde está.
Me tensé.
—No importa, No te lo diré.
Sandro dejó escapar un bufido.
La expresión de Luca se ensombreció aún más. Matteo avanzó aún más cerca
de nosotros. Le dio a su hermano una mirada suplicante.
—Tenemos que encontrarla. No solo porque la quiero, sino porque esto hará
quedar mal a la Famiglia. —Matteo me evaluó. Su expresión me asustó. Me había
acostumbrado a él. Quizás había olvidado demasiado fácil la clase de hombre que era,
la clase de hombres que eran ambos, Luca y él—. Necesitamos sacarle información.
Tragué. Estaba por decirle una vez más que no diría nada cuando me di cuenta
hacia dónde se dirigía con esos argumentos.
—Si no puedes hacerlo, Luca, déjame encargarme de esto —dijo Matteo en un
murmullo suplicante—. No creo que tenga que lastimarla demasiado. No está
acostumbrada a resistir el dolor.
Me sacudí del agarre de Luca. Mis ojos volaron de Matteo a Luca.
—No puedes estar hablando en serio —susurré ásperamente. Podría decir que
Romero y Sandro estaban viendo interesados.
—Silencio —gruñó Luca, y tomé aire entrecortado. Se volvió a fulminar a su
hermano—. Soy tu Capo, Matteo. Me encargaré de mi propia esposa. No pondrás ni
un dedo sobre ella.
Matteo se encogió de hombros.
—Entonces encárgate de ella, Capo —dijo en tono desafiante. ¿Estaba
desafiando a Luca como Capo abiertamente? ¿Estaba demente? ¿Estaba tan
obsesionado con Gianna como para incluso arriesgar su relación con Luca?
Pero ¿qué había hecho? También había arriesgado mi relación con Luca por
Gianna. Aunque, tenía que creer que era diferente. Lo había hecho por mi amor de
hermana. Matteo quería a Gianna en una forma posesiva.
Luca me alejó de su hermano y seguimos al segundo piso.
—Luca —comencé, pero apretó su agarre en forma de advertencia y callé.
Todos nos estaban viendo. Lo que necesitaba decirse era solo entre Luca y yo.
Lo seguí dentro de la habitación, luego intenté de nuevo.
—Luca…
Cerró la puerta de la habitación de un portazo feroz detrás de nosotros y me
atrajo con fuerza contra él. Me dejó sin aire por el impacto contra su torso musculoso.
Si no hubiera estado casada con Luca por meses ahora, me habría acobardado
bajo su ceño fruncido, pero lo amaba y él me amaba. Tenía que confiar en eso.
—¿Dónde está Gianna? —gruñó.
Temblé bajo la furia hirviendo en su voz.
—No te lo diré. Sin importar lo que hagas.
Besó mi garganta, apoyándome contra la puerta cerrada.
—No digas eso. —Cuando levantó la cabeza, su expresión había cambiado.
Había levantado sus barreras, bloqueándome. Me contempló, luego levantó mis
muñecas sobre mi cabeza, su agarre a punto de ser doloroso. Hice un gesto de dolor.
Y una sonrisa triste retorció su boca. Sus ojos fueron cautelosos como si estuviera
considerándome por primera vez, como si estuviera intentando evaluarme.
Calculando.
El miedo se instaló en la boca de mi estómago. Temiendo lo que haría. Pero
aún peor: temiendo estarlo perdiendo. Eso era, estaba perdiendo la confianza de un
hombre que nunca se había permitido confiar en nadie tanto como lo había hecho
conmigo.
Luca asintió.
—Esa mirada en tus ojos. La he visto miles de veces en los ojos de otras
personas, pero ha pasado un tiempo que no en ti.
Su pulgar se presionó contra mis muñecas y puede sentir mi pulso martillando
contra él, pero no podía hacer nada contra ello.
—Soy un Capo joven, Aria. Más joven de lo que a muchos de los lugartenientes
más viejos les gustaría. Muchos de ellos quieren que me vaya. Están esperando
cualquier señal de debilidad. —Inclinó su cabeza. Intenté ver a través de la máscara
que se había puesto, pero por primera vez, no pude—. No seas esa debilidad.
Traté de liberarme de su agarre, pero no cedió. Era mucho más fuerte que yo.
Al final, estreché mis ojos hacia él. No era uno de sus soldados, y definitivamente no
era una debilidad.
—No soy una debilidad. Suéltame y deja de ser tan cruel.
—No estoy siendo cruel contigo —bramó—. Nunca has presenciado mi lado
cruel, Aria. Nunca has visto nada cercano a él. Si piensas que esta es una extensión de
mi crueldad, entonces no me conoces en absoluto. —Agitó su cabeza—. Eres una
debilidad a la que no puedo hacer frente. Sería fácil cambiarlo. Sé que no tomaría
mucho hacer que renuncies a tus secretos. No porque no quieras mantenerlos, sino
porque soy muy bueno haciendo que la gente se quiebre. Podría romperte tan
fácilmente.
En los meses de nuestro matrimonio él había intentado mantenerme alejada de
los negocios, pero no era estúpida.
—Lo sé —susurré.
Ni siquiera tendrías que poner una mano sobre mí para hacerlo.
—No lo sabes, ese es el maldito problema. He quemado, descuartizado y
golpeado. He estrangulado y ahogado gente. He hecho cada cosa horrenda cosa sobre
las que tú solo podrías tener pesadillas, Aria. El destino de Gianna está a menos de un
minuto si lo intento.
Por Dios, lo sabía. Había visto destellos de lo que él era capaz cuando trataba
con los demás. Había visto la sangre, había visto la oscuridad y el atisbo de emoción
en sus ojos. Sabía exactamente qué clase de hombre era. Pero que Dios me ayude, lo
amaba a pesar de todo. Lo amaba más que a nada en este mundo. Me obligué a
relajarme ante su agarre incluso aunque fuera la cosa más dura que jamás haya hecho.
Luca también lo sintió, y frunció el ceño.
—Entonces haz lo que debas hacer, Luca —susurré, y pude decirlo sin dudas
porque sabía que sin importar lo enojado que estuviera, sin importar lo oscuros que
fueran los tiempos, jamás me haría daño. Confiaba en él completamente.
Sonrió tristemente y se inclinó más cerca, su pulgar presionando mis muñecas
una vez más.
—Esto traiciona tus verdaderos sentimientos, Aria. Sé que estás asustada.
Mi cuerpo te teme, pero no mi corazón.
—Lo estoy —admití—. Pero no del dolor y no de ti. —Eso era mentira, la
perspectiva del dolor me asustaba mucho, y ambos lo sabíamos pero continué—: Lo
que más me asusta es que tú no confíes en mí nuevamente, que arruiné la mejor cosa
de mi vida, que lastimé a la persona que más amo.
La expresión de Luca podría haber hundido mundos con su intensidad. Me
liberó como si hubiera estado ardiendo y dio la vuelta, después se fue enfurecido al
baño. Sé que no debería haberlo hecho pero lo seguí. Estaba aferrado al lavabo,
fulminando su reflejo. Sus ojos grises fulguraban con furia. Cuando me divisó en el
espejo, tiró de sus manos y arrancó el lavabo de la pared.
—Maldita seas, Aria. Maldita sea tu jodido amor. Maldita sea todo. —Soltó el
lavabo y cayó al suelo, roto. Di un paso en su dirección porque simplemente no podía
mantenerme lejos de él—. Me estás convirtiendo en un maldito tonto —gruñó.
Y luego estaba sobre mí, alto e imponente. Agarró mis caderas y me levantó
del suelo, luego me alzó contra la pared de azulejos. Su cuerpo se presionó contra mí
y su boca chocó sobre la mía. Probé sangre, sin estar segura si era mía o de él, y no
me importó. Su lengua reclamó mi boca sin piedad, y le devolví el beso. Sus dedos se
clavaron en mis muslos dolorosamente a medida que él me sostenía. Empujó mi falda
hacia arriba y luego desgarró mis bragas. Lo escuché deshacer su cinturón y bajar la
cremallera de sus pantalones, luego se empujó dentro de mí en una dura estocada. Se
tragó mi jadeo. No esperó a que mi cuerpo se adaptara como siempre, en lugar de eso,
comenzó a embestir dentro de mí duro y rápido, sus manos aferrando mi trasero, su
boca devorándome. Y me rendí a él completamente. Me aferré a su cuello, el éxtasis
mezclado con el dolor mientras Luca me tomaba más fuerte de lo que jamás lo había
hecho.
Jadeaba, sus ojos hambrientos, como si estuviera cerca del límite. Dejó de
besarme y me miró fijamente a los ojos con la mirada más intensa que jamás hubiera
visto. Aún me amaba. No lo había perdido.
Y entonces se tensó, su pene expandiéndose dentro de mí, y gruñó, su cabeza
cayendo hacia adelante. Enterré mi rostro en la curva de su cuello permitiéndome
llorar a medida que me aferraba a él y escuchaba su respiración pesada y sus latidos
erráticos. Su aroma almizclado llenó mi nariz. Luca exhaló ásperamente, sus músculos
relajándose bajo mis manos antes de levantarme suavemente y retirarse lentamente.
No pude evitar hacer una mueca de dolor. Estaba dolorida. Luca me bajó y nuestros
ojos se encontraron. Su mirada bajó lentamente hasta su pene, el cual estaba manchado
con un poco de rosa. No podría describir la mirada en su rostro entonces.
Arrepentimiento. Pena. Enfado. Se hundió de rodillas y presionó su cara contra mi
estómago.
—Demonios, Aria —dijo con voz ronca—. Juré que nunca te haría daño.
—No es nada —dije.
Negó, y por un momento nos quedamos así: su rostro descansando contra mí,
mis manos en su cabello.
—Soy tu esposo, y tu Capo —dijo eventualmente, antes de presionar un beso
en la suave piel de mi estómago y sus ojos grises encontraran los míos—. No vuelvas
a traicionarme de nuevo.
Era mitad orden, mitad súplica. Su amor por mí tenía un límite; ahora lo
entendía. Era un depredador, un monstruo. Era mío.
—No lo haré —prometí, y esperaba poder mantener esa promesa.
7
Luca
Traducido por AstraBasha

Corregido por Rasm

L
e di una última mirada a Aria. Me daba la espalda. Estaba desnuda de
pies a cabeza, cada centímetro de esa piel de porcelana perfecta que solo
yo podía tocar estaba a la vista. Sus omóplatos y sus nalgas estaban rojas
en las secciones que se frotaron contra los azulejos cuando la follé.
Me la follé enojado. Eso era algo que nunca había querido hacer con Aria, pero
algo se había roto dentro de mí, y me odiaba por ello. Odiaba haberla lastimado
incluso si decía que no era nada. Era mía para proteger. Era mía, jodidamente mía
hasta el maldito final. No había huido, y no lo haría. Ahora lo sabía.
Girándome, abrí la puerta del dormitorio y bajé las escaleras mientras sacaba
mi celular del bolsillo para llamar a algunos contactos en el aeropuerto. No podía
perder tiempo. La noticia sobre la huida de Gianna se extendería como un incendio
forestal, y tendría que asegurarme que no se convirtiera en algo que no pudiera
controlar. Mis tíos y los esposos de mis tías tenían sus ojos puestos en mi posición.
Pensaban que podían ser mejores como Capo. Gottardo me lo había dicho en cara. La
única razón por la que nadie se había movido todavía era que se peleaban entre sí,
pero no podía contar con que eso duraría para siempre. Quizás llegarían a un acuerdo
en algún momento. Necesitaba asegurarme que mis hombres fueran demasiado leales
a mí para darles algún tipo de apoyo. Y aparentar debilidad no lo haría.
Matteo me estaba fulminando con dagas cuando me vio.
—No me digas que no pudiste sacarle nada.
Le envié un ceño fruncido en respuesta. Era mi hermano, pero estaba
empezando a cabrearme. Necesitaba detener la falta de respeto cuando otros estaban
alrededor.
—Lo único que sé es que Gianna tomó un avión del JFK. Aria no me dijo más
nada, pero nuestros informantes sabrán qué avión tomó Gianna, muy pronto.
—Genial —murmuró, sus ojos volviendo a la puerta de la habitación antes de
girarse hacia mí. No me gustó esa puta mirada ni un poco—. ¿Y entonces qué? Aria
conoce el plan de Gianna. Se cuentan todo. La única manera de encontrar a Gianna es
a través de tu esposa.
Romero y Sandro nos estaban observando, y me detuve justo frente a la cara
de Matteo.
—No me dirá nada.
El hijo de puta en realidad intentó pasar junto a mí escaleras arriba.
—Entonces déjame hablar con ella.
Lo empujé hacia atrás, gruñendo.
—Te mantendrás alejado de ella, Matteo. —Sea mi hermano o no, si él se
acercaba a Aria, si tan solo le tocaba un pelo del cuerpo, terminaría con él.
—Dejaste que robe tu dinero, tus pasaportes. Dejaste que ataque a nuestros
hombres. —Señaló a Sandro, que todavía estaba mirando—. Que se burle de ti y te
traicione. Deberías querer castigarla. Eres el Capo.
Me acerqué hasta estar pecho a pecho, de modo que Matteo tuvo que inclinar
su cabeza hacia atrás.
—Aria es mi esposa. No es asunto tuyo cómo trato con ella. Te dije que Gianna
significaba problemas pero no quisiste escuchar. Nunca debiste haber pedido su mano
pero tenías que pensar con tu polla —gruñí.
Se fue enojado a la terraza del techo. Era mejor así. Habríamos estado en la
garganta del otro muy pronto.
Volviéndome hacia mis hombres, le dije a Sandro:
—Vete. No tengo tiempo para tratar contigo ahora mismo. Nadie le dirá nada
de esto a nadie. —Se levantó del sofá de inmediato, corrió hacia el ascensor y
desapareció, jodidamente aliviado de que no le hubieran pateado el culo hoy. Luego
me volví hacia Romero—. Ve a llamar a Sami y averigua adónde se dirige Gianna. —
Romero asintió rápidamente, después sacó su teléfono y se dirigió a la cocina.
Con un suspiro, me llevé mi teléfono a mi oído, odiando lo que tenía que hacer
ahora. Después de unos pocos timbres, Scuderi contestó.
—Luca, no esperaba tu llamada. —Había un indicio de sospecha en la voz del
imbécil. Y tenía razón de tenerlo. Nos habíamos arruinado. Yo lo había arruinado.
—Tengo malas noticias. Gianna huyó.
Hubo silencio en el otro extremo. Entonces, finalmente.
—¿Huyó? —Scuderi sonaba como si quisiera meterse en el teléfono y
estrangularme—. Juraste que la protegerías. Confié en tu palabra. En Chicago, la
palabra de un Capo significa algo.
Hijo de puta. Como si las cosas siempre fueran de acuerdo al plan de Dante.
—Tu hija no es exactamente fácil de proteger, como muy bien sabes. No es la
primera vez que actúa. —Intenté mantener mi voz civilizada; después de todo, fue
uno de mis hombres quien la jodió y dejó que lo drogaran.
—¿Qué hay de Aria, ayudó a su hermana?
No necesitaba saber que Aria había estado involucrada. Ya era suficientemente
malo como era. No había necesidad de añadir combustible al fuego.
—No, no sabía nada. Matteo irá a buscar a Gianna inmediatamente. No huirá
por mucho tiempo.
—Enviaré a dos de mis propios hombres con él. No confío en que manejes esto
por tu cuenta.
Tuve que morderme la lengua para no insultarlo. Necesitábamos paz entre la
Organización y la Famiglia.
—Eso es comprensible, pero te aseguro que Matteo la encontrará. Está muy
decidido a casarse con ella.
—¿Todavía? Podría estarse prostituyendo mientras hablamos.
Dudaba que Gianna usara el viaje en avión para follar con un chico al azar;
estaría ocupada intentando encontrar una manera de estar delante de nosotros. Pero
¿después? Sí, abriría sus piernas, sin duda, pero ese no era mi problema.
Romero apareció en mi campo de visión y susurró:
—Ámsterdam. Schiphol.
—Sabemos que tomó un avión a Ámsterdam. Ahí es donde Matteo se dirigirá
en el próximo avión.
—Haré arreglos para que mis hombres estén allí tan pronto como sea posible.
Dante no estará feliz con esto. Eso te lo puedo prometer. Esto tendrá que ser discutido
en profundidad.
Me importaba un carajo sobre Dante. Nueva York era mi preocupación, la
Famiglia lo era.
—Seguro. —Colgué, sofocando el impulso de arrojar mi teléfono a la pared.
En su lugar, lo usé para reservar el próximo vuelo a Matteo. Era el peor momento para
perder a mi mejor soldado. Todo por culpa de Gianna y Aria. Una nueva ola de furia
cegadora se apoderó de mí, y realmente pensé que perdería la cabeza, pero tenía que
mantener la calma y conservar el control. Era un Capo.
Salí y me detuve junto a Matteo, que estaba apoyado contra la barandilla con
una expresión determinada en su rostro. Atraparía a Gianna. Solo era cuestión de
tiempo.
—Llamé a Scuderi. Por supuesto está furioso y nos culpa.
—Por supuesto —dijo en voz baja.
—Está enviando a dos de sus hombres tras Gianna.
Seguí sin mirar en mi dirección. Todavía esta cabreado por que hubiera
perdonado a Aria. Como si hubiera torturado a Gianna para obtener información.
Éramos asesinos, tal vez incluso sádicos, pero definitivamente no con las mujeres que
nos importaban.
—Iré con ellos —dijo.
—Pensé que lo harías. Ya le avisé a Scuderi. Los encontrarás en Ámsterdam.
Eso llamó su atención. Se enderezó y se volvió hacia mí.
—¿Ámsterdam?
Asentí.
—Me informaron que tomó un avión a Schiphol.
—¿Cuándo salgo? —Estaba entrando en modo cazador.
—En cuatro horas.
—Tengo que irme antes.
—Imposible. Hice todo lo que pude.
—Maldición. Gianna estará muy lejos para cuando llegue.
—La encontrarás. Eres el mejor cazador que conozco. No tiene ninguna
posibilidad.
Me tocó el hombro.
—Me dejas ir, aunque me necesitas aquí.
La Famiglia lo necesitaba. Yo lo necesitaba más. La Bratva era un dolor en el
culo. Mi familia traidora estaba respirando en mi cuello.
—No me sirves de mucho si todo en lo que puedes pensar es en Gianna. —
Incluso mi confianza en Matteo tenía sus límites. No necesitaba saber cuánto confiaba
en su apoyo.
—Podría tomarme semanas —dijo—. No volveré hasta que la haya encontrado.
—Lo sé. Si Aria hubiera huido, habría hecho lo mismo. —La habría seguido
hasta el fin del mundo. No había querido casarme, pero Aria lo había cambiado todo.
Era mi esposa, y jamás la dejaría ir.
Asintió.
—Haré algunos arreglos para que te consigan algunas armas en Ámsterdam.
Comprobaré si puedo encontrar a Rolfo para que así pueda llamar a su familia en los
Países Bajos. Deberías empacar todo lo necesario. Debes estar en el aeropuerto en dos
horas.
—Deberías decirle a Rolfo que se consiga un puto celular. El tipo todavía está
atrapado en la década de los setenta.
—Tiene casi setenta años. Dudo que algo en este mundo pueda convencerlo de
usar un celular. Iré a Roma. Estará cenando allí. Volveré antes de que tengas que irte.
—Con eso, volví a entrar. Al pasar le dije a Romero—: Me iré por un par de horas.
Asegúrate que Aria se quede en el apartamento.
—Lo haré, jefe —dijo cuando entré al ascensor. Romero no dejaría que nadie
lo drogara.

Aria
Estaba cansada, y extrañaba a Luca. Después de mi ducha rápida, me metí en
la cama. Todavía estaba adolorida pero no me importaba. Solo quería que las cosas
entre Luca y yo volvieran a ser como eran antes de hoy. Aún no era tan tarde, solo
alrededor de las siete, pero los eventos del día habían sido agotadores. Me senté
cuando la puerta del dormitorio se abrió con un chirrido. El movimiento fue
demasiado cauteloso, demasiado callado para ser Luca. Me levanté de la cama cuando
Matteo se deslizó en el dormitorio, luego se giró hacia mí.
Mi columna vertebral se puso rígida.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y dónde está Romero? —Me moví alrededor de
la cama pero me detuve a medio camino entre ella y la puerta.
Los labios de Matteo dibujaban una sonrisa peligrosa.
—Está afuera, tomando la llamada de Luca.
Por un momento ninguno de los dos se movió. No estaba segura qué hacer. No
quería pedir ayuda a Romero… todavía. Por un lado, no estaba segura que pudiera
escucharme en la terraza de la azotea, y no quería reaccionar de forma exagerada. Si
llamaba a Romero ahora, tendría que decirle a Luca sobre esto, y entonces las cosas
entre Matteo y él se pondrían amargas. No quería que eso sucediera por mi culpa. Ya
había arruinado lo suficiente.
Avanzó hacia mí y me tambaleé hacia atrás.
—¿Por qué estás aquí? —pregunté con calma forzada, pero no pude reprimir
el pequeño temblor en mi voz.
La frialdad en los ojos de Matteo apretó mi estómago con miedo helado.
—Conseguir la información que Luca es incapaz de obtener. Ambos sabemos
que planeaste todo con Gianna. —Se acercó más y yo giré. Este no era Luca. Este era
Matteo, y era un hombre en busca de sangre. Un hombre que estaba acostumbrado a
obtener lo que quería, y Gianna era lo único que quería más que nada. Corrí hacia la
mesita de noche, alcanzando el cajón con la pistola. Ni siquiera estaba segura qué
hacer con eso. Difícilmente podía dispararle a Matteo, o dispararle hacia él. Mis dedos
rozaron el mango cuando las manos de Matteo se apretaron en mis caderas. Me
suspendieron en el aire por un segundo antes de caer de espaldas en el colchón,
dejándome sin aire con un zumbido. Después estaba sobre mí, y me congelé. Nunca
había estado en la cama con alguien que no fuera Luca. Comencé a temblar.
Los ojos de Matteo lucían calculadores a medida que sujetaba mis muñecas a
mis costados, su cuerpo a horcajadas sobre mis piernas.
—Quizás el dolor no sea lo que más temes —dijo en voz baja. Me estaba
evaluando como un medio para un fin. Matteo albergaba el mismo monstruo que Luca,
pero el suyo no estaba contenido en mi presencia.
No estaba segura de lo que más temía en este momento. Matteo estaba muy
exaltado, pero también estaba el temor de lo que esto significaba para su relación con
Luca. Dudaba que Luca perdonara a Matteo por esto; lo mataría, y eso a su vez mataría
a Luca.
—Déjame ir antes de que hagas algo de lo que te arrepientas —murmuré con
falsa valentía. La piel de gallina estalló en mi piel. Los ojos de Matteo captaron mi
reacción. Su silencio calculador me estaba tenía aterrada.
Aún no había hecho nada. Estaba en conflicto. Lo podía ver en su cara. Tenía
que usar esa ventaja. Le agradaba a Matteo, tal vez no lo suficiente para detenerlo,
pero él amaba a Luca, y Luca a mí.
—Solo he estado con Luca. Esta es la primera vez que estoy en la cama con
alguien más, Matteo —susurré.
Matteo soltó mis muñecas.
—Eres de Luca —dijo en voz baja—. Jamás te deshonraría de esa manera. Ni
siquiera cuando es obvio con qué facilidad obtendría las respuestas que deseo si
quisiera. Esto no es Las Vegas y no soy ese tipo de hombre.
Aún cernido sobre de mí, se estiró detrás de su espalda y sacó uno de sus
cuchillos. Este no era Luca. Matteo no me amaba. Y había escuchado las historias.
Sabía lo que podía hacer, lo que le gustaba hacer. Como Luca, él no tenía piedad, pero
con Matteo no había amor que me protegiera.
—No te diré dónde está —mentí, porque solo podía ser una mentira. No era tan
fuerte.
—Lo harás —dijo. La hoja brilló bajo la luz tenue entrando por las ventanas—
. Nadie puede guardar sus secretos cuando trato con ellos.
—Si grito, Romero estará aquí en un instante. Me protegerá.
—Lo intentará. ¿Y quién dice que te daré la oportunidad de gritar?
Levantó el dobladillo de mi camisola y comencé a retorcerme, no estando
acostumbrada a la cercanía de alguien más. Me quedé inmóvil cuando la punta de la
hoja tocó mi piel debajo de mi ombligo.
—Esta es un área muy sensible. Muchas terminaciones nerviosas. Incluso un
corte pequeño será muy doloroso.
—Matteo, por favor —susurré. Grita, decía una voz insistente en mi cabeza,
pero tenía que intentarlo otra vez, por Luca.
Levantó los ojos de la hoja a mi cara.
—Sé que estás enojado porque Gianna huyó. Estás enojado conmigo por
ayudarla. Sé que harías cualquier cosa para recuperarla, pero Luca no te perdonará
por esto.
—Me matará, como debería —murmuró Matteo.
Matteo y yo nos miramos el uno al otro por un tiempo porque ambos sabíamos
que era la verdad. Matteo levantó la hoja lentamente, pero no la guardó. Todavía
estaba allí, todavía entre nosotros, todavía demasiado cerca de mi carne.
—Confía en ti —dije.
Matteo bajó la vista para fijarse en la forma que todavía estaba sobre mí. Mi
miedo comenzó a desvanecerse, sabiendo que mis palabras habían llegado hasta él.
Pude haber llorado de alivio.
La boca de Matteo se tensó.
—Esto es traición. Eres suya. No debería estar aquí.
Se me quitó de encima, y me senté rápidamente escabullendo hacia la cabecera
de la cama. Matteo me observó, y un destello de arrepentimiento pasó por su rostro
antes de que desapareciera.
—Somos monstruos, Aria. Luca y yo, ambos. Siempre lo hemos sido. Siempre
lo seremos. No cometas el error de olvidar eso. Todos pensaban que iba a romperte,
que te matarías a las pocas semanas de tu matrimonio. Pero aquí estás. Que Luca te
trate como lo hace, es un regalo que deberías apreciar y no pisotear.
Se giró para irse.
—No le diré sobre esto —me apresuré a decir antes de que él pudiera abrir la
puerta.
Matteo me miró por encima del hombro, sus cejas oscuras frunciéndose.
—Deberías decirle. Lo que hice estuvo mal.
—Sí, lo fue, pero no, no le diré —dije, decidida—. No quiero que te pierda. —
Y Ambos sabíamos que eso sucedería. Luca intentaría matar a Matteo por lo de hoy,
e incluso si no lo hiciera, nunca serían como lo habían sido. Luca necesitaba a Matteo.
No querría quitarle eso a él.
Matteo inclinó la cabeza.
—Juro que nunca más volveré a amenazarte. —No esperó mi respuesta; en
cambio, salió y cerró la puerta sin hacer ruido.
Solté un suspiro y puse una mano sobre mi corazón martillando. Me temblaban
las manos. Dios es bueno.

Todavía estaba sobresaltaba de mi encuentro con Matteo cuando Luca regresó


más tarde en la noche. Me había quedado leyendo para distraerme de todo lo que había
sucedido, pero mi mente seguía distrayéndose. Sus ojos aún estaban tensos por la ira
y la decepción de lo que había hecho cuando se desvistió y se acercó a la cama.
—Matteo está en camino a Ámsterdam ahora. Tal vez esté fuera por semanas
o incluso meses hasta que atrape a tu hermana —dijo con voz tensa.
Los dedos en mi libro se apretaron ante la mención de Matteo.
—¿Lo viste antes de que se fuera al aeropuerto?
—No, ya se había ido cuando volví.
Mordí mi labio, tentada a disculparme con Luca, pero sabía que lo volvería
hacer (ayudar a Gianna, y todo eso) y él también lo sabía. Luca se deslizó bajo las
sábanas, sus ojos grises tan duros a medida que buscaban mi cara. Dejé el libro, y mis
dedos todavía temblaban ligeramente. No habían dejado de hacerlo desde mi
encuentro con Matteo.
Luca tomó mi mano. Por supuesto que lo notaría. Sus ojos se suavizaron
cuando llevó mis dedos a sus labios y los besó.
—No debía haber sido tan duro contigo, pero me empujaste a un maldito
rincón, Aria.
—Lo sé —dije en voz baja—. Pero nunca quise traicionarte. Te amo, Luca.
Se inclinó, su mano acunó mi cuello y me atrajo hacia él para darle un beso. Su
lengua se deslizó dentro de mi boca mientras otra mano se movía debajo de mi
camisola, las yemas de sus dedos subiendo por mis costillas hasta que encontraron mi
pezón, que se endureció bajo su toque. Se retiró.
—Tengo que compensarte por correrme antes que tú —retumbó, y sentí un
hormigueo entre mis piernas por el timbre bajo de su voz y el hambre en sus ojos.
Me ayudó a salir de mi camisola, luego deslizó mis bragas a medida que sus
ojos dejaban un rastro posesivo a lo largo de mi cuerpo. Se recostó, agarró mis caderas
y me alzó sobre su estómago.
—Monta mi cara, principessa. Quiero saborearte.
Mi cuerpo se inundó de necesidad cuando me arrastré hasta que estuve
posicionada sobre su cara. Sus manos bajaron sobre mis caderas y me sostuvo en su
lugar, evitando que me bajara sobre su boca como mi cuerpo quería hacerlo. Sus ojos
se posaron en mi cara, su lengua recorrió mis pliegues, lentamente, apenas tocando,
no lo suficiente. Se retiró, sonriendo.
—Tan húmeda por mí. —Incliné mi cabeza para encontrar su mirada. Me
encantaba mirarlo como a él le gustaba mirarme. No había nada más caliente. Metió
la punta de su lengua entre mis pliegues y yo me estremecí en su agarre, pero aun así
no me permitió bajar mi cuerpo.
—Luca —jadeé.
Una vez más, una larga y lenta lamida hasta mi clítoris, seguida de un pequeño
empujón de la punta. Un gemido bajo escapó de mis labios, pero necesitaba más.
—Paciencia —gruñó Luca contra mi carne caliente, luego mantuvo sus caricias
burlonas. Agarré la cabecera y me rendí a su dulce tortura. Con cada golpe de su
lengua, me excité más y Luca sonrió a medida que deslizaba su lengua a lo largo de
mi abertura, dejando escapar un zumbido cuando me probó. Y entonces finalmente,
afortunadamente, su agarre en mis caderas aflojó. Me hundí, presionándome contra
su boca. Sus labios se cerraron sobre mi clítoris y chupó. Grité y casi llegué pero me
contuve, deseando prolongar esta sensación. Sus dedos amasaron mi trasero mientras
me movía contra él. No estaba segura de cuánto tiempo sería capaz de contenerme.
Estaba llegando demasiado rápido. Mis dedos se apretaron, mi espalda se enderezó, y
luego mi cuerpo explotó con mi orgasmo. Me arqueé hacia atrás y Luca me mantuvo
en su lugar, contra su boca. Me balanceé hacia adelante, jadeando, sacudiéndome.
Observé a través de ojos entrecerrados como su lengua me guiaba a través de
mi orgasmo con lentas lamidas. Sus ojos estaban llenos con su propia necesidad, su
hambre por mí y un toque de ira. Retrocedió, luego se lamió el labio superior.
—Nada mejor que tus jugos en mi boca —murmuró, y me estremecí con los
remanentes de mi orgasmo—. Otra ronda —dijo antes de que su boca se presionara
de nuevo contra mí y continuara su tarea. Todavía estaba sensible, pero debajo de ello
se estaba construyendo lentamente otro orgasmo. Apoyé la cabeza contra la cabecera
y me permití unos minutos más para disfrutar de la boca amable de Luca. Sus dedos
volvieron a mi cintura, y me alzó hacia atrás hasta que me senté a horcajadas en su
estómago antes de él inclinarse y recostarse contra la cabecera. No necesitaba aliento.
Me coloqué sobre su polla tensa hasta que la punta rozó mi abertura, luego lo tomé
centímetro a centímetro hasta que me llenó por completo. Ambos gemimos a medida
que nuestros cuerpos conectaban. Me incliné hacia delante, mis labios encontrando la
boca de Luca, probándome en él. Torcí mis caderas mientras nuestras lenguas se
deslizaban una contra la otra sin prisa.
El placer se estaba construyendo dentro de mi núcleo. Me moví más rápido,
más profundo, meciéndome y girando, y las caderas de Luca se alzaron, encontrando
mis estocadas con las suyas. Mis ojos se cerraron cuando se hundió más
profundamente en mí con cada empuje.
—Tan jodidamente hermoso —gruñó mientras bombeaba dentro de mí, y las
comisuras de mi boca se alzaron, mis párpados se abrieron. Presioné mis palmas
contra su pecho musculoso, una mano sobre su tatuaje de la Famiglia, sobre su
corazón.
—Iré a donde vayas, sin importar lo oscuro que sea el camino —susurré.
Su agarre en mis caderas se tensó, los tendones en su garganta se tensaron.
Estaba cerca. Su mano pasó por mi estómago, encontró mi clítoris y presionó, y me
corrí otra vez, su propio clímax siguiéndome un segundo después. Vi como sus ojos
se cerraron, sus labios se separaron. Me encantaba verlo encontrar su liberación. Sus
brazos me rodearon y me aplastó contra su pecho, nuestros cuerpos resbaladizos de
sudor. Presioné mi nariz en el hueco de su cuello, respirando su aroma almizclado,
esperando que estuviéramos bien. Sus dedos se arrastraron por mi espina dorsal, luego
volvieron a subir y terminaron jugando con mi cabello como lo hacía tantas veces.
Matteo había tenido razón. Tenía que apreciar el amor de Luca, su ternura, su
confianza. No era algo que diera libremente, o en absoluto, y para mí siempre tenía
suficiente.
8
Luca
Traducido por Infinity y MEC

Corregido por Rasm

H
oy Aria y yo celebrábamos nuestro primer aniversario, pero en lugar
de pasarlo en nuestro yate en el Mediterráneo, estaba atrapado en una
reunión en Nueva York, intentando ser Capo y Consigliere en una sola
persona, cosa que no estaba funcionando. Ya casi no tenía tiempo para ella. Si me
dijera dónde estaba Gianna, podríamos acortar esta prueba y Matteo finalmente podría
regresar, pero Aria seguía sin hablar.
—Es ridículo —dijo el tío Gottardo—. Matteo debería estar aquí ayudándote y
no persiguiendo a su puta por Europa.
—Puedo manejar los negocios por mi cuenta, no te preocupes —dije
bruscamente.
Mis ojos se movieron hacia Cassio, quien representaba a su padre mientras el
hombre estaba en el hospital.
—¿Cómo te va con la Bratva? ¿Te volvieron a dar problemas?
Había habido un gran ataque de la Bratva en nuestro depósito de drogas en
Filadelfia hace un mes.
—No desde que maté a Sergej y su hermano Jegor, pero tenemos un MC que
está intentando vender armas en nuestro territorio.
Cassio manejaba las cosas en Filadelfia con mano brutal como yo lo hacía en
Nueva York. Era hora de que él asumiera el cargo de lugarteniente oficialmente, pero
quería esperar hasta que Matteo regresara antes de anunciar el cambio. Por supuesto,
no tenía forma de saber cuándo regresaría Matteo. Gianna había logrado evadirlo hasta
ahora.
Asentí. También teníamos problemas con un nuevo MC en Nueva Jersey, pero
hasta el momento no eran tan importantes como para justificar un ataque.
—La Bratva no se arriesgará a un ataque en Nueva York a corto plazo. Maté a
muchos de sus soldados, pero creo que podrían centrarse en Atlanta o Charleston
como segunda opción.
Mis lugartenientes asintieron. Hice un gesto al tío Ermano, que gobernaba
Atlanta, y él comenzó su informe. Me acomodé en la silla, sabiendo que esta sería una
larga noche.
Me las arreglé para volver a casa alrededor de las ocho, y solo porque había
cortado otro de los desvaríos del tío Gottardo. Romero me saludó con un asentimiento
y luego desapareció cuando avancé hacia donde Aria estaba tendida en el sofá. Al
momento en que la vi, mi molestia desapareció. No podía seguir enfadado con ella
incluso aunque fuera la fuente de mis problemas.
Se levantó de inmediato y se acercó a mí, la culpa llenando su rostro.
—Pedí sushi para nosotros. Está en la nevera. Pensé que podríamos tomar un
baño en el jacuzzi. Necesitas relajarte.
Asentí y la besé, sintiéndome jodidamente agotado. Aria se apresuró a regresar
y comencé a desvestirme, luego me deslicé en el agua caliente, gimiendo a medida
que mis músculos tensos se relajaban. Los suaves pasos de Aria me hicieron abrir los
ojos. Llevaba una bandeja con una botella de champán, dos copas y una selección de
sushi, que dejó al borde del jacuzzi. La observé mientras se quitaba el vestido y, a
pesar de mi cansancio, mi polla reaccionó al ver su cuerpo desnudo como siempre lo
hacía. Se deslizó en el agua y luego se apretó contra mí, y envolví un brazo alrededor
de ella. Besó mi garganta antes de levantar sus ojos para encontrarse con los míos,
viéndose insegura.
—Estamos bien —le dije y pasé mi pulgar por su brazo.
Ella asintió hacia el champán. Alcancé la botella y la abrí, aunque no tenía
ganas de celebrar. Estaba jodidamente feliz por mi matrimonio con Aria, pero hoy
había sido un día largo y de mierda y quería que terminara, sea mi aniversario o no.
Aria y yo bebimos champaña, luego tomó los palillos, recogió mi rollo de
anguila favorita y me lo tendió. Lo tomé, saboreando el sabor, y sentí un poco más de
calma. Cuando terminamos de comer, Aria se sentó a horcajadas en mi regazo y
comenzó a masajear mis hombros. Me recosté, cerrando los ojos.
Aria se acercó a mi oreja.
—¿Por qué no vamos a nuestra habitación para que así pueda darte un masaje
por toda tu espalda?
—Eso suena como un plan perfecto —dije en voz baja. Aria se enderezó, el
agua escurriendo de ese cuerpo perfecto, y me puse de pie y salí antes de ayudar a
Aria a salir del jacuzzi también.
Después de secarnos, nos fuimos a nuestra habitación y Aria me indicó que me
acostara boca abajo. No necesité que me lo dijeran dos veces. Se subió encima de mí
y se acomodó en mi trasero, su suave coño presionado contra mi piel. Las yemas de
sus dedos trazaron el tatuaje en mi hombro.
—¿Alguna vez te has arrepentido de habértelo hecho? —preguntó en voz baja.
—No —respondí sin dudarlo.
Aria se movió y presionó un beso en el tatuaje antes de que sus manos
comenzaran su trabajo, masajeando la tensión de mis hombros y cuello.
—Eso se siente tan jodidamente bien —jadeé. Ni siquiera me había dado
cuenta de lo tenso que estaba.
Aria aplicó la cantidad justa de presión en mi espalda y pude sentir que me
relajaba aún más, mis extremidades tornándose pesadas.

Desperté con el suave cuerpo de Aria acurrucado contra mí, y la luz del sol
cosquilleando en mi cara. Mis ojos se abrieron de golpe y gemí.
—Mierda.
Los párpados de Aria se agitaron, luego me miró con esos hermosos ojos azules
claros.
—¿Qué pasa? —Su voz aún sonaba ronca por el sueño.
—Me quedé dormido —murmuré—. No solo tuviste que pasar la mayor parte
de nuestro aniversario con Romero, sino que ni siquiera te follé como quería.
Sus labios temblaron.
—Creo —comenzó, apoyándose en mi pecho—, que igual fue un final
apropiado para nuestro primer año de matrimonio. Después de todo, no tuviste
ninguna acción en nuestra noche de bodas, así que es justo que yo no haya recibido
ninguna en nuestro primer aniversario.
Reí entre dientes. Confiaba en Aria para hacerme sentir mejor. Luz en la
oscuridad, ciertamente. Mis dedos se arrastraron por su columna vertebral hasta llegar
a su culo y luego entre sus piernas, encontrándola húmeda.
—Tal vez podemos comenzar nuestro segundo año con sexo alucinante para
establecer el ambiente para el futuro.
Aria sonrió y luego gimió cuando mis dedos rozaron su clítoris.
—Eso suena perfecto.

Aria
Las cosas entre Luca y yo volvieron a ser como solían ser. A veces, cuando
Matteo le enviaba una actualización de su cacería, Luca se ponía tenso alrededor de
mí, pero solo duraba un par de horas. No estaba segura si sabía que podía seguir el
progreso de Gianna a través del blog de viajes que ella había creado. Tal vez
sospechaba que sabía algo, pero había dejado de presionarme para obtener
información.
Respiré profundamente, amando el aire fresco de la mañana. Central Park
estaba tranquilo este domingo temprano, a excepción de los corredores que hacían sus
rutinas a pesar del frío de diciembre. En verano, Luca y yo habíamos estado entre
ellos, pero en invierno prefería correr en la cinta, aunque todavía nos levantábamos
temprano para disfrutar de un paseo matutino.
Luca apretó mi mano enguantada, y mis ojos encontraron los suyos.
—Un dólar por tus pensamientos —murmuró.
Sonreí y me detuve.
—Solo pensaba en lo mucho que me encanta que seamos personas mañaneras
y podamos tener Central Park casi para nosotros solos. —Luca casi siempre trabajaba
en estos días. Sin Matteo a su lado, tenía que ocuparse del negocio por su cuenta. Solo
lo tenía durante las primeras horas de la mañana y tarde en la noche, pero solo en la
mañana encontrábamos tiempo para hablar. Las noches estaban reservadas para hacer
el amor, ya que Luca estaba demasiado estresado por los eventos del día para darme
más que su cercanía física. Era mi culpa, por supuesto. Matteo todavía no había
regresado porque no les decía en dónde estaba Gianna.
Luca rio entre dientes, el sonido bajo haciéndome querer encontrar un lugar
donde pudiéramos estar solos.
—Pensar que solía ir de fiesta hasta la madrugada, y ahora me levanto tan
temprano.
Mi sonrisa vaciló.
—¿Te importa? Solías ser el soltero más buscado de la ciudad, y ahora… —
Me detuve.
Luca me atrajo hacia sí, y se agachó para que su cálido aliento tocara mi cara.
—Estaba fuera toda la noche, siempre cazando, siempre moviéndome porque
no había nada en casa que me hiciera volver. Ahora estás tú y sin importar dónde esté
o lo que esté haciendo, la idea de que me esperes es lo mejor.
Mi cuerpo se llenó de calidez ante sus palabras, pero una leve preocupación me
azotó.
—¿Y qué hay de otras mujeres? —susurré—. Tenías una chica nueva en tu
cama cada fin de semana, y ahora solo estoy yo. —Había visto cómo algunas de las
corredoras mujeres miraban a Luca. Notaba cómo muchas de las mujeres más jóvenes
e incluso mayores en los eventos sociales lo miraban, cómo lo desnudaban con sus
ojos. Sus encantos depredadores las atraían. Era todo músculo, todo hombre, todo
poder.
Luca negó con la cabeza.
—¿Por qué querría a alguien más, Aria? No quiero a nadie más.
Envolví mis dedos sobre su cuello y lo atraje hacia mí, mis labios rozando los
suyos.
—Te amo, Luca.
Sus ojos grises se suavizaron, y esa visión siempre me cautivaba. Esa mirada,
ese lado de él, nadie podía verlo más que yo. Tal vez Luca había sido el primer y único
hombre en reclamar mi cuerpo, pero yo era la primera y única persona que tenía esa
parte de él, su lado suave, su lado amable. Eso era todo mío.
Un zumbido nos separó.
Luca dejó escapar un suspiro.
—¿Ahora quién es?
Luca buscó su celular en su abrigo, luego miró la pantalla, y por la expresión
de su rostro supe de inmediato que era importante.
Me quedé helada.
—¿Luca?
Alzó la vista.
—Matteo escribió.
Mi corazón se apretó. Tragué con fuerza.
—¿Y?
—La tiene.
Mi aliento dejó mi boca en una nube de niebla.
—¿Gianna? —Como si pudiera haber alguien más.
Luca asintió. Podía decir que estaba aliviado, pero no lo demostraba
abiertamente por mi culpa. Aliviado porque Matteo finalmente regresando a Nueva
York después de seis meses de estar a la caza de mi hermana. Seis meses. Ese es el
tiempo que Gianna había vivido su sueño.
Había arriesgado mucho por Gianna: la confianza de Luca, mi matrimonio.
Pero había sido en vano. Matteo la había capturado. Debería haberme sentido
miserable pero no lo estaba. Me sentía aliviada, como Luca, porque Gianna vendría a
Nueva York. Finalmente la vería. Era un pensamiento egoísta porque sabía que no
querría. Quería vivir una vida lejos de la mafia. Siempre habíamos sido muy diferentes
cuando se trataba de lidiar con la oscuridad de la vida de la mafia. Ella quería salir, y
yo quería encontrar un lugar dentro de esa vida donde me sintiera segura y cómoda.
Lo había encontrado, y esperaba que Gianna también encontrara su propio lugar.
Entonces la preocupación superó mis pensamientos.
—¿Qué le pasará ahora? ¿En dónde están? ¿Está bien?
Luca levantó su mano contra mi fría mejilla. Su palma era cálida, incluso en
las temperaturas de congelación.
—Aria, tu hermana estará bien. Déjame llamar a Matteo.
Asentí. Me habría encantado arrebatarle el teléfono a Luca y llamar a Matteo
por mi cuenta, pero desde nuestro último encuentro no estaba segura si hubiera sido
correcto hacerlo. Me había alegrado por los meses que había estado fuera, aunque al
mismo tiempo deseaba que Luca no hubiera tenido que manejar todo por su cuenta.
No estaba segura si alguna vez podría volver a actuar normal con Matteo, pero tenía
que intentarlo o Luca sospecharía.
Luca marcó el número de Matteo, y luego esperó, pero no pasó nada, y una
nueva oleada de preocupación me abrumó.
—¿Por qué no contesta? No le hará daño a Gianna, ¿verdad? No hizo nada
malo. Solo quería ser libre. La traerá a Nueva York, ¿verdad? No puede llevarla a mi
padre. Luca, por favor…
Luca envolvió un brazo alrededor de mi cintura y me atrajo contra él, una de
sus manos acunando mi cuello.
—Por alguna razón inexplicable, Matteo quiere a tu hermana. La traerá a
Nueva York, confía en mí.
Confiaba en Luca. Era Matteo en quien no confiaba. Más aún desde que me
atacó, pero Luca no sabía eso, por supuesto, y nunca lo haría.
—¿Pero la lastimará?
Luca no dijo nada, y mi corazón se desplomó.
—Vamos, volvamos a casa. Tengo el presentimiento de que tendremos que
volar a Chicago pronto para apaciguar a tu jodido padre. —Tomó mi mano y me
condujo hacia la salida del parque. No había respondido a mi pregunta porque no
podía.
No podía dejar de preocuparme por lo que estaba pasando con Gianna, y Luca
lo sintió. Intentó llamar a Matteo varias veces durante nuestro viaje a casa, pero no
contestó. Cuando sonó el teléfono de Luca, podría haber llorado de alivio, pero resultó
ser mi padre.
La cara de Luca se oscureció a medida que lo escuchaba.
—Iremos a Chicago para discutir asuntos con usted. Esto no es solo un asunto
de la Organización. Gianna es la prometida de Matteo. —Pausa—. Sí, todavía, hasta
que él decida que no la quiere.
Al momento en que Luca colgó, pregunté:
—¿Qué dijo?
—Aparentemente, Matteo encontró a tu hermana con otro chico. No tengo que
decirte lo jodidamente malo que es eso.
Me giré hacia la ventana del auto, intentando mantener el control. Matteo lo
vería como un engaño y, peor aún, como un ataque a su honor. Sabía cómo los
hombres en nuestro mundo lidiaban con ese tipo de cosas. Temblando, me volví para
mirar a Luca y tomar su mano.
—Por favor, Luca, debes asegurarte que Matteo no lastime a Gianna.
Nos detuvimos en el estacionamiento y Luca negó con la cabeza.
—Es su prometida. No puedo decirle a Matteo qué hacer con su mujer.
Entrecerré los ojos. Sabía que yo odiaba eso, pero su expresión reflejaba un
mensaje claro: tenía que aceptarlo. Estas eran las reglas de la vida de la mafia.
Seguí a Luca fuera del auto, y su fuerte brazo alrededor de mi cintura me
sostuvo.
—No te preocupes tanto.
¿Cómo podría no preocuparme?
Entonces, finalmente, cuando llegamos a nuestro apartamento, Matteo contestó
su teléfono.
—¿Un mensaje con “la tengo” es todo lo que recibo de ti? —dijo Luca enojado.
Me acerqué a él, con ganas de escuchar lo que Matteo estaba diciendo, pero Luca era
demasiado alto y Matteo no hablaba lo suficientemente alto como para que yo
escuchara nada.
—¿Qué está diciendo? —pregunté, el pánico aferrándose a mi voz.
Luca puso los ojos en blanco ante algo que dijo Matteo y luego murmuró:
—¿Con qué? —Hizo una pausa—. No, no me digas. No quiero saber ni mierda.
—¿La lastimó? —grité prácticamente, esperando que Matteo me escuchara. Mi
garganta estaba apretada y mis ojos llorosos. Iba a perder el control y pronto. Luca
podía decirlo cuando sus ojos grises se alzaron sobre los míos.
Luca bajó la voz.
—¿Está viva?
Me sacudí contra él, mis ojos abriéndose de par en par. No había considerado
esa opción. Matteo no lo haría, ¿verdad?
Era un asesino y había encontrado a Gianna con otro hombre.
Oh, Dios.
Luca me apretó la mano.
—Tomaré eso como un sí.
—¿Cómo está Gianna? Por favor, ¿está bien? Necesito saber.
Luca asintió.
—Gianna está bien —me dijo, luego a Matteo—. ¿Cuándo estarás de vuelta?
—¿Traerá a Gianna a Nueva York? —pregunté. Luca apartó mi mano
suavemente de su brazo y me indicó que me quedara donde estaba. Luego salió a la
terraza de la azotea. Lo seguí pero me quedé dentro, observándolo a través de las
ventanas. Sabía que lo estaba volviendo loco con mi ansiedad, pero a él nunca le había
gustado mucho Gianna. La toleraba gracias a mí, pero no derramaría ni una lágrima
si ella se hubiera ido.
Se paseó por la terraza con sus cejas oscuras fruncidas, desaprobadoramente.
Sacudió la cabeza, después bajó su teléfono y me vio observándolo. Volvió a entrar.
—Tu hermana está bien, Aria. Matteo se dirigirá a Chicago con ella para lidiar
con tu padre.
—También iremos, ¿verdad? —susurré.
Lanzó un pequeño suspiro, luego acunó mi cara.
—Lo haremos. Por supuesto, lo haremos. Tomaremos nuestro avión. Empaca
una bolsa en caso de que tengamos que pasar un par de días en Chicago. —Asentí y
estaba a punto de retroceder, pero él me mantuvo en el lugar y se inclinó hasta que
sus labios casi tocaron los míos—. Tienes que dejar de proteger a tu hermana. Es una
mujer adulta y tendrá que lidiar con las consecuencias de sus decisiones. No quiero
tener que preocuparme por ti además de Matteo, amor. —Mi corazón se estremeció
ante el apodo cariñoso. A Luca no le gustaban los apodos, pero cada vez que me
llamaba “amor” o “principessa”, se sentía aún más especial.
—No tienes que preocuparte por mí —le prometí—. Mientras estés a mi lado,
puedo lidiar con todo.
—Siempre estaré a tu lado, Aria, eso te lo puedo prometer.
Me besó lento y dulce, antes de permitirme subir a las escaleras.
La mano de Luca alrededor de la mía estaba tensa mientras esperábamos en el
aeropuerto a que Matteo y Gianna bajaran de su avión. Para el momento en que lo
hicieron, tiré de la mano de Luca y él me soltó. Corrí hacia Gianna. Se veía obligada
a caminar junto a Matteo, quien la mantuvo a su lado, pero finalmente le permitió ir
hacia mí y chocamos dolorosamente. Envolví mis brazos con fuerza alrededor de ella,
contenta de tenerla de vuelta en una sola pieza.
—Oh, Gianna, estaba tan preocupada por ti. Estoy tan contenta que estés aquí.
—No pude contener las lágrimas.
Me aparté para darle un buen vistazo. Me tomó una segunda mirada
reconocerla con su cabello teñido. Castaño. No me gustó.
—¿Estás bien? ¿Te lastimaron?
Gianna acarició mi cabello. Un gesto raro para ella, y eso volvió a encender mi
preocupación.
—¿Gianna? ¿Matteo hizo algo?
—Matteo no hizo nada —dijo Matteo con voz dura. Salté, mis ojos lanzándose
hacia él. Cuando sus ojos oscuros se encontraron con los míos, luché contra las ganas
de apartar la vista a medida que el miedo brotaba en mí. Pensé que habíamos arreglado
las cosas entre nosotros, pero mi cuerpo parecía estar en desacuerdo. Las cejas de
Matteo se fruncieron cuando me contempló y aparté mis ojos. No necesitaba que Luca
captara la atmósfera tensa entre su hermano y yo.
—No te pregunté a ti —dije en voz baja. Cuando Luca llegó a mi lado y palmeó
el hombro de Matteo, me relajé—. Es bueno verte de nuevo —dijo, y me di cuenta
que lo decía en serio. Había echado de menos a Matteo, su único confidente, excepto
yo.
—Estoy bien —me aseguró Gianna cuando le devolví mi mirada preocupada.
—El jefe espera —ladró Stan, un soldado de la Organización—. Vámonos. No
es que la puta merezca una gran bienvenida.
Jadeé. No podía creer que en realidad se hubiera atrevido a insultar a Gianna
de esa manera. Matteo sacó un cuchillo y lo lanzó contra Stan, quien gritó cuando la
hoja le cortó la oreja. Presionó su mano contra la herida, su otra mano en el arma en
su cintura.
—La próxima vez mi cuchillo romperá tu maldito cráneo si no mantienes la
boca cerrada —siseó Matteo.
—No queremos que esto termine mal, ¿verdad? —preguntó Luca en voz muy
baja, con sus dos armas apuntando a los dos soldados de la Organización—. Su jefe
no lo apreciaría. —Romero, también, estaba apuntando hacia ellos. Ellos asintieron
con un reacio acuerdo.
Luca puso sus armas una vez más en sus fundas.
—Vámonos.
El otro soldado recogió el cuchillo que Matteo había arrojado y se lo devolvió
a Matteo, quien no apartó los ojos de Stan.
—Ella irá en un auto con nosotros —dijo Stan.
Los labios de Matteo se curvaron en una sonrisa fría.
—Esta es la última advertencia que recibes. Deja de cabrearme o voy a tallar
una sonrisa permanente en tu garganta.
El segundo soldado agarró el brazo de Stan y lo arrastró hacia un automóvil
negro de la Organización mientras que el resto de nosotros nos dirigimos hacia dos
BMW.
Tomé la mano de Gianna con fuerza, feliz de tenerla de vuelta. Extrañaba su
voz, incluso su lenguaje colorido. Gianna se deslizó en el asiento trasero y estaba a
punto de seguirla cuando Luca me agarró del brazo.
—No. Quiero que Matteo vigile a tu hermana.
Gianna puso los ojos en blanco. Apreté su mano una vez, luego la solté y me
senté en el asiento del pasajero junto a Luca, que conduciría. Esperaba que las cosas
volvieran a su lugar ahora, pero sabía que todos teníamos un largo camino por delante.

Luca
Aria estaba brillando de felicidad por haber recuperado a su hermana, y Matteo
parecía que iba a tener una puta erección de solo mirar a Gianna.
—Probablemente saltarías del auto en movimiento si te diera la oportunidad —
le dijo a su prometida.
—No estoy del todo loca. ¿Crees que me arriesgaría a correr por Chicago
desprotegida cuando los hombres de mi padre están obviamente por ahí para
lastimarme? —gruñó Gianna en respuesta.
Era un dolor en el culo, y no estaba feliz de tener que lidiar con el maldito
Scuderi por ella.
—Entonces confías en mí para que te proteja pero aun así no quieres casarte
conmigo —dijo Matteo.
Gianna contuvo el aliento.
—¿Todavía quieres seguir con lo del matrimonio?
—Probablemente podrías clavarle un cuchillo en la espalda y él seguiría
queriendo continuar. Es un maldito terco —le dije. Aria puso una mano sobre mi
muslo, con una pequeña sonrisa jugando alrededor de sus labios. Esa vista suavizó mi
molestia hacia Matteo y Gianna.
—No te perseguí por seis meses para dejarte ir.
Después de haberla encontrado follando con otro chico, había pensado que
perdería el interés en ella, pero no Matteo. La mera idea de que alguien más pudiera
tocar a Aria, ver su piel perfecta, follarla, me volvía loco. Matteo era muchísimo más
indulgente que yo. Habría despellejado al bastardo que tocaba lo que era mío. No
estaba seguro de lo que le haría a Aria si me engañaba, si me traicionaba así. Mi pulso
se aceleró ante la mera idea. La amaba más que a cualquier otra cosa, pero no creía
que pudiera controlarme si me era desleal.
Las cejas rubias de Aria se fruncieron. Apretó mi muslo a modo de pregunta
silenciosa. Me conocía demasiado bien. Le di una sonrisa pequeña, y se relajó. Mi
propio pulso desaceleró. No tenía sentido perder mi puto control por algo que nunca
iba a suceder. Aria era solo mía.

Matteo en realidad se había casado con Gianna. Por supuesto que Scuderi la
había entregado con gusto. Estaba arruinada en nuestros círculos. La noticia de ella
follándose a cualquiera por ahí sería el chisme más candente en Nueva York y
Chicago muy pronto. Nadie la habría querido, al menos nadie de importancia. Si
Matteo no hubiera aceptado casarse con ella, Scuderi habría tenido que entregarla a
un soldado de bajo rango o algo peor. Tuvo suerte de que la obsesión de mi hermano
por ella siguiera siendo fuerte. Solo esperaba que él no se arrepintiera de su decisión
después de habérsela follado y haber satisfecho cualquier picazón que tuviera.
Pero más que eso, maldita sea, realmente esperaba que encontrara una manera
de mantenerla bajo control. Las cosas en Nueva York estarían tensas ahora que Gianna
era su esposa. Solo podía imaginar lo que mis tíos, tías y el resto de la puta familia
dirían sobre su decisión, y peor aún: por mi decisión. Después de todo, le había
permitido casarse con una mujer arruinada.
Maldito sea. Prácticamente se había estado follando a Gianna con sus ojos. No
había dejado de mirarla lascivamente desde que abordamos el avión en Chicago
después de la boda, y todavía estaba con eso ahora que habíamos llegado a Nueva
York. Por supuesto, Aria también se había dado cuenta, y la tensión irradiaba de ella
en oleadas cuando entramos en el ascensor de nuestro edificio de apartamentos. Estaba
preocupada por su hermana, siempre preocupada. Tiré de su mano para atraer su
atención de mi hermano y su hermana, pero ella no pareció notarlo.
El ascensor se detuvo con un rebote y las elegantes puertas se abrieron. Matteo
prácticamente arrastró a Gianna a su apartamento. En serio esperaba que lograra
controlar su ira porque si no, sería el que tendría que lidiar con el desastre y mi esposa
preocupada.
Aria dio un paso adelante como para seguirlos. Agarré su muñeca y la atraje
contra mí.
—¿Qué estás haciendo? —murmuré cuando las puertas del ascensor se
cerraron ante nosotros. Aria alzó su cabeza, su cara pálida de preocupación.
—Parece estar sediento de sangre. No creo que acepte un no por respuesta.
El ascensor volvió a ponerse en movimiento.
—Por supuesto que no lo hará, Aria. Después de lo que hizo tu hermana, puede
estar contenta de que él no la mató. Se suponía que él la tendría en su noche de bodas,
y ella se fue corriendo y dejó que otros hombres tuvieran lo que es suyo. —Que él
todavía la deseara era lo más jodidamente típico en Matteo.
Aria se estremeció.
—No hizo nada horrible. Intentó vivir su vida. Nada más. No le da a él ni a
nadie el derecho a tratarla como a una puta que puedan tener en la forma que quieran
—dijo con firmeza.
A veces olvido lo buena e inocente que era Aria. Me encendía como nada más.
El ascensor se detuvo en nuestro piso y la llevé a nuestro ático, muy concentrado en
distraerla de su preocupación.
—Sabes lo exaltado que puede ser Matteo. Yo…
La alcé en mis brazos y presioné mis labios contra su boca abierta, evitando
que dijera más. Jadeó sorprendida y luego se retiró, frunciendo el ceño.
—Luca —dijo indignada—. Estoy hablando en serio. —La cargué por las
escaleras y hacia nuestra habitación.
—Lo sé —murmuré a medida que la bajaba en nuestra cama. Me cerní sobre
ella y negó con la cabeza.
—Estás siendo imposible —murmuró, su respiración agitándose mientras
corría mis manos por sus piernas delgadas, luego enganché mis dedos en sus bragas y
las arrastré hacia abajo—. No me gusta si no me tomas en serio —dijo en voz baja a
medida que levantaba su falda y separaba sus piernas, dejando su perfecto coño
desnudo para mí.
Estaba excitada, pero su voz tenía un toque de tensión, así que subí de nuevo y
me estiré a su lado, besándola lentamente antes de que dijera:
—Te estoy tomando en serio, Aria, pero te preocupas por algo que no tengo
ningún modo de cambiar. No puedo decirle a Matteo qué hacer. Soy su Capo, sí, pero
Gianna es su esposa y no puedo interferir. Esa es una de las reglas a las que estoy
obligado, y lo sabes.
Sus ojos azules se llenaron de realización.
—Deja de pensar en ello. Tu hermana puede defenderse. —No estaba seguro
que eso fuera cierto. Si Matteo realmente perdía la cabeza con ella, eso no iría bien.
Hasta donde sabía, sus gustos no giraban hacia el lado rudo de las cosas en el
departamento sexual, pero impulsados por los celos y la furia como estaba, las cosas
podrían salirse de control.
Pasé mi mano por su costado y la deslicé debajo de su camisa, mis dedos
rozando su estómago y luego la besé otra vez, y esta vez se abrió a mí, su lengua
encontrándose con la mía. La saqué de su falda para tener acceso completo a ella y
moví mi mano entre sus piernas. Mis dedos encontraron su clítoris y luego se
hundieron más abajo. Aria todavía estaba preocupada. No estaba tan lista como de
costumbre, pero sabía cómo cambiar eso. Hundí un dedo en ella, sus paredes
apretándose fuertemente alrededor de mí, y mi pulgar presionó contra su clítoris.
Establecí un ritmo lento, intensifiqué nuestro beso, probando su boca perfecta, y ella
abrió sus piernas más ampliamente para mí, un suave gemido escapando de su
garganta. Su rostro se sonrojó con excitación, sus ojos se entornaron, y mi dedo se
movió más fácilmente fuera de su canal resbaladizo.
Agregué un segundo dedo y ella me besó aún más fuerte, sus caderas
moviéndose al ritmo de mis dedos. Me aparté de su boca ansiosa.
—Me encanta follarte con mis dedos. Tan caliente, apretada y húmeda. —La
besé—. ¿Te gustan mis dedos? ¿Que folle ese coño perfecto que tienes con ellos? —
Empujé mis dedos más profundamente, curvándolos para alcanzar su punto.
Aria se estremeció con un gemido.
—Sí —jadeó cuando repetí el movimiento. Mi polla estaba tan jodidamente
dura mirándola—. Te quiero dentro de mí, Luca.
Mi polla se contrajo, demasiado dispuesta a obedecer.
—Más tarde —solté. Me incorporé para así poder ver cómo mis dedos se
deslizaban dentro y fuera de esos perfectos pliegues rosados. Mierda. Puse mi otra
mano debajo de su camisa, encontrando su pezón alegre y pellizcándolo a través de
su sujetador de encaje. Aria gritó, cerrando los ojos, mientras sus caderas se arqueaban
en la cama. Sus paredes me apretaron fuertemente, pero seguí follándola con mis
dedos mientras ella temblaba y gemía. Unas hebras de oro se pegaban a su cara
sudorosa. Tan jodidamente hermosa. Y toda mía. Era un puto imbécil posesivo.
Bajé la intensidad de mis dedos a medida que su respiración se calmaba. Se
lamió los labios y luego volvió esos preciosos ojos azules hacia mí. Sonreí y saqué
mis dedos de ella. Dejó escapar un gemido suave, sus labios se separaron, y yo deslicé
mis dedos cubiertos con sus jugos en su boca. Ella giró su lengua alrededor de ellos,
sus ojos desafiándome, y yo gemí. Mi polla tuvo un puto espasmo. Iba a arder en
cualquier segundo.
Aria agarró mi muñeca y sacó mis dedos de entre sus labios, sonriendo
tímidamente.
—Quítate los pantalones —dijo.
Me reí de su tono mandón y me levanté de la cama antes de girarme hacia ella
desabrochándome el cinturón, desabrochándome el pantalón, hasta quitármelos junto
a mis calzoncillos. Mi polla se liberó, ya tenía manchas de pre eyaculación como si
fuera un jodido adolescente. Esa mujer me excitaba como nada más. Se arrastró hasta
el borde de la cama, sonriendo perversamente. No perdí tiempo y me acerqué hasta
que mis espinillas chocaron contra el colchón.
Sus dedos se curvaron alrededor de la base de mi polla, y luego separó esos
labios rosados y tomó mi punta en su boca caliente. Mi mano voló hasta su cuello,
enredándose en su largo cabello. Aria metió más de mi longitud en su boca mientras
trabajaba mi eje con su mano. Agité mis caderas, necesitando que ella fuera más
rápido, pero no me dejó tomar la iniciativa. Cada vez que empujaba más profundo o
más rápido, ella retrocedía, volviéndome jodidamente loco. Sus ojos brillaban con
malicia y triunfo a medida que me sostenían en su hechizo.
—Aria —gruñí, apretando los dedos en su cuello, pero ignoró mi tono de
advertencia. Giró su lengua alrededor de mi punta, luego me soltó y retrocedió.
—¿Qué estás…? —Me detuve.
Se giró y se puso en cuatro, exponiéndome su culo. Me sonrió por encima del
hombro y movió las caderas. No necesité más ánimo. Mis manos se cerraron sobre su
cintura, y me alineé contra su abertura antes de insertarme en ella. Cerré los ojos por
la presión deliciosa y su calor, y permanecí enterrado dentro de ella durante un par de
segundos antes de retirarme casi por completo solo para empujarme de nuevo en ella.
Gimió y la embestí con más fuerza, mis piernas golpeando contra su firme culo.
Se reclinó lentamente hasta que sus brazos se estiraban por encima de su cabeza y su
mejilla se presionaba contra la almohada, permitiendo que mi polla entrara aún más
profundo. Reduje mis primeras estocadas en ese nuevo ángulo, sabiendo que su
cuerpo siempre necesitaba un momento para abarcarme en esa posición y no
queriendo causarle incomodidad. Cuando comenzó a corresponder a mis empujes,
aceleré de nuevo, embistiéndola profundamente y con fuerza, amando sus gemidos y
jadeos cada vez que golpeaba su dulce punto.
—Tócate —ordené cuando pude sentir que me estaba acercando. Aria deslizó
un brazo debajo de su cuerpo, y sus dedos rozaron mis pelotas cuando comenzó a
frotar su clítoris. Sus gemidos se salieron de control y mi propia liberación se acercó
rápidamente. Mis bolas se apretaron a medida que la golpeaba y Aria se arqueó hacia
arriba, sus paredes cerrándose sobre mi polla mientras gritaba su liberación. Perdí el
control, y me vine duro a medida que seguía empujando.
Con el tiempo, me calmé, mi polla volviéndose flácida y mi respiración
tornándose más lenta, mientras corría mis manos por la espalda de Aria. Ella soltó un
suspiro pequeño, relajándose bajo mi caricia. Me incliné hacia delante y besé su
mejilla. Ella inclinó la cabeza para encontrarse con mi beso con sus suaves labios. Salí
de ella y gimió otra vez.
Me reí de lo sensible y receptiva que era Aria. Al comienzo de nuestra relación,
me preocupaba que no funcionáramos bien juntos en la cama. Había sido tímida y
temerosa, y nuestras primeras veces habían sido jodidamente incómodas para ella,
pero ahora sabía lo que quería y lo que yo quería, y era jodidamente perfecto.

Aria
Después de un tiempo, mientras nos abrazábamos en nuestra cama, pregunté:
—¿Te habrías dado cuenta si no te hubiera dicho que era virgen?
Luca me dio una mirada extraña.
—Habría sido difícil no darse cuenta.
—Tal vez podría haberlo escondido.
Luca besó mi garganta, riendo entre dientes.
—No. Créeme. —Él se echó hacia atrás, sus ojos grises estudiando mi cara—.
¿Por qué siquiera estás haciendo una pregunta así?
Dudé. Gianna no quería que nadie lo supiera, y si se lo contaba a Luca, podría
dejarlo pasar. Gianna estaría furiosa si Matteo se enteraba por mi culpa, incluso
aunque dudaba que pudiera ocultárselo, y Luca solo había confirmado mi sospecha.
Luca soltó una carcajada, y supe que él mismo lo había descubierto. Me
conocía demasiado bien, y era muy bueno leyendo a las personas.
—¿Gianna?
Miré hacia otro lado, intentando pensar en una manera de despistar a Luca.
Su cabeza se acercó, las esquinas de su boca inclinándose hacia arriba en una
sonrisa.
—No me digas que no se acostó con nadie mientras huía.
Me acurruqué contra su costado y fruncí el ceño.
—Gianna no es tan mala como tú quieres que sea, independientemente de su
temperamento.
El cuerpo de Luca vibró contra mí a medida que sucumbía a una carcajada
abierta. Esa risa baja y profunda siempre me hacía sentir un hormigueo en la espalda,
y pocas personas llegaban a escucharla.
Con los ojos entrecerrados con evidente diversión, preguntó:
—¿Hablas en serio? ¿Sigue siendo virgen?
—Sí —contesté, pero cuando mis ojos encontraron el despertador en la mesita
de noche, revelando que habían pasado dos horas desde la última vez que la había
visto, enmendé—: Lo era. No sé el estado actual de las cosas.
Luca rio de nuevo. En realidad no estaba segura de lo que encontraba tan
divertido.
—Matteo se llevará una sorpresa. Oh, demonios. Me encantaría ver su cara
cuando lo descubra.
Golpeé su pecho.
—Sé serio. Me preocupa que la vaya a lastimar.
—Por supuesto que lo hará. Ha estado esperando follársela durante meses y la
tendrá esta noche. Si ella no le dice que él es el primero, la tomará como lo haría con
cualquier otra mujer.
Luca estaba haciendo un mal trabajo intentando aliviar mis preocupaciones.
Realmente esperaba que Gianna hubiera cambiado de opinión y le dijera a Matteo que
no había hecho lo que él y todos los demás pensaban que había hecho.
—¿Cuál fue el propósito de huir y arruinar su reputación si ni siquiera se
divirtió? Porque créeme, tu hermana lo arruinó todo.
Me hacía la misma pregunta. Gianna había estado tan ansiosa por huir, por
tomar sus propias decisiones, por escapar de las ataduras de un matrimonio arreglado,
pero al final casi no había conseguido nada. Tal vez debería haber intentado llegar a
términos con su matrimonio con Matteo desde el principio. Desconfiaba de Matteo,
pero sabía que él había intentado todo para ganársela. Ahora ya no estaba tan segura.
—Si hubiera hecho lo que Gianna hizo, ¿qué habrías hecho tú?
La expresión de Luca se oscureció, pero tuvo cuidado de no dejarme ver toda
la fuerza de sus emociones, así que supe que era malo. Quitó la correa de mi camisón
de mi hombro derecho.
—No lo hiciste —dijo a medida que plantaba un beso en la parte superior de
mi hombro—. Me alegra que siempre hayas sido solo mía. Cada centímetro de ti
siempre ha sido solo mío, y eso no cambiará jamás.
Puse los ojos en blanco ante su posesividad. Aunque me emocionaba y
molestaba igualmente. Con él siendo Capo, la posesividad era de esperar. Gobernaba
sobre la Costa Este, sobre cientos de hombres, prácticamente ellos y su territorio les
pertenecían; por supuesto que también quería ser mi dueño, quería controlarme. No
siempre era fácil hacerle verme como un igual, hacer que confiara en mí y no esperar
una obediencia incuestionable. Era una lucha que todavía no había ganado
completamente, pero estábamos en un buen camino.
Lo que me molestó aún más que su posesividad era que él no me diera una
respuesta a mi pregunta. Su lengua se deslizó sobre mi hombro, luego hasta mi
clavícula. Eso hacía difícil concentrarme, pero estaba decidida a no dejar que me
distrajera de esa manera otra vez.
—Deja de preocuparte por tu hermana. Puede encargarse de sí misma. Y
Matteo sabe cómo hacer que una mujer se venga.
No se estaba tomando esto en serio, tampoco yo. Me senté, sin dejar a Luca
más remedio que detener sus besos, y esperando que el punto de ventaja más alto me
diera una ventaja. Luca rodó sobre su espalda, relajado, mientras su brazo se relajaba
alrededor de mi cintura. Sabía que su estado de ánimo cambiaría pronto.
—Ya no quiero quedarme en casa. Quiero hacer algo. Quiero ser útil.
Las cejas oscuras de Luca subieron a su frente.
—Eres útil para mí.
—¿Cómo? —lo desafié.
Luca sonrió, y esa fue la última gota. Escapé de su agarre y me deslicé de la
cama.
—Independientemente de lo que pienses —murmuré a medida que alcanzaba
mi bata de baño—, mi único propósito en la vida no es ser bonita y calentar tu cama.
Luca reaccionó rápidamente, sacó las piernas de la cama, se sentó y pasó su
brazo por mi cintura para atraerme de nuevo contra él. Intenté resistirme pero era
demasiado fuerte. Dejé que me empujara al ras contra su cuerpo de modo que estaba
mirando su cara tensa, pero mi cuerpo no se ablandó en su abrazo. Necesitaba que
viera lo importante que era esto para mí. Desde que Gianna había huido, había
pensado mucho. Sabía que me deprimiría si me quedaba encerrada en el ático.
—Aria, eres mi esposa. Cuando te casaste conmigo, sabías que tus opciones
serían limitadas. Esta vida siempre será una jaula de oro. Necesitas estar protegida
contra la Bratva y otras amenazas.
—Si fuera a la universidad, eso no supondría un riesgo adicional, Luca. No es
que la Bratva vaya a atacar el campus. Lo que quieres decir es que prefieres tenerme
donde no estoy rodeada de otras personas, especialmente de los hombres.
Los labios de Luca se tensaron, los músculos de su brazo contrayéndose.
—Sí —dijo en voz baja—. No confío en los hombres a tu alrededor. Todo
hombre con ojos en la cabeza querrá un pedazo de ti. Eres jodidamente hermosa.
Su cumplido no hizo nada para apaciguarme. Había escuchado esas palabras
toda mi vida, de todos los que me rodeaban. Mi belleza era todo por lo que había sido
conocida. Por eso me habían entregado a Luca en matrimonio.
—Estoy rodeada por Romero, Sandro y otros hombres todo el tiempo.
—Son mis hombres y saben las consecuencias de tocar lo que es mío —gruñó,
con los ojos llenos de la promesa de violencia—. Jamás se atreverían a siquiera mirarte
de reojo, pero los forasteros no están sujetos a nuestras reglas. Los mataría por tocarte
como lo haría con mis hombres, pero eso solo sucedería después de que se hiciera el
hecho porque no saben quién eres. Podrían arriesgarse a tocarte.
—¿Sabes algo curioso? —dije mis manos alzándose contra su pecho para
alejarlo, pero una vez más no se rindió—. Nunca consideraste mi reacción a sus
avances. No me importa si un mafioso o un forastero intentan ligar conmigo, porque
mi reacción sería la misma. Los rechazaría y les diría que estoy casada, porque soy
fiel. Estás en contacto con mujeres todo el tiempo y no me preocupo de que las toques,
incluso aunque tenga más razones para desconfiar considerando lo que pasó con
Grace.
Se puso rígido.
—No es justo usar eso contra mí, Aria —murmuró—. Cometí un error. En
aquel entonces, nuestro matrimonio solo existía en papel, y nunca pensé en nadie más
que en ti después de eso. Soy fiel. Ninguna otra mujer cambiará eso jamás.
Suspiré. No debería haber sacado a Grace. Me traía recuerdos que no quería
revivir y, como dijo Luca, era una cosa del pasado. Luca nunca me había dado razones
para dudar de su fidelidad otra vez.
—¿Por qué no puedes confiar en mí alrededor de otros hombres?
—Confío en ti, pero no confío en ellos, y si bien soy capaz de rechazar los
avances, eres una mujer pequeña que no tendría ninguna posibilidad contra un
oponente masculino.
—Hemos estado trabajando en mis habilidades de defensa personal. Estoy
mejorando —dije, pero en realidad, todavía era una posibilidad muy remota antes de
que fuera capaz de luchar contra un atacante con la mitad del tamaño de Luca.
Además, en los últimos seis meses apenas habíamos encontrado tiempo para entrenar,
porque Luca también había estado ocupado en hacerse cargo del trabajo de Matteo—
. Y no todos los hombres ignoran el significado de “no”.
—Un imbécil es suficiente —dijo Luca.
—Romero podría estar a mi lado, como lo está cuando salgo a correr o a
comprar.
Luca buscó en mis ojos.
—De todos modos, ¿qué te gustaría estudiar?
—Lo pensé por un tiempo. Tiene que ser algo útil para la Famiglia. En realidad
no puedo trabajar en el mundo exterior. La única forma de tener un trabajo es si puedo
ser parte de nuestro negocio, y eso limita mis opciones. Dudo que seas feliz si me
convierto en química y produjera nuestras drogas.
La boca de Luca aflojó, y su abrazo se hizo menos como una jaula.
—Sin duda eso sería interesante.
—Pensé que tal vez podría obtener una licenciatura en contabilidad. De esa
manera puedo hacer nuestros libros.
Luca asintió lentamente.
—Un contador… eso es algo que incluso los miembros de la familia anticuados
podrían aceptar.
—¿Eso significa que tengo permiso para ir a la universidad?
Luca suspiró.
—Si te hace feliz, puedes conseguir un título, pero Romero tendrá que estar a
tu lado en todo momento, y no quiero que se sepa que estás asistiendo a la universidad.
Sabes lo receloso que es mi familia respecto a mi capacidad para ser Capo. Mi tío
Gottardo piensa que él debería estar haciendo el trabajo, y a mis tías les encantaría ver
a sus esposos o hijos en mi posición. No puedo matarlos a todos, no sin que me
provoquen. Eso no me traería el respeto de mis hombres, así que tendré que
mantenerlos en silencio lo mejor posible.
—No tenemos que decirle a nadie sobre mi título. Romero no se lo dirá a nadie.
Ni siquiera tendré que decirle a Gianna de inmediato si te preocupa que ella pueda
dejar escapar algo.
Luca apartó el cabello de la cara.
—Eso probablemente es lo mejor. Tu hermana es una bomba de tiempo en este
momento. Solo mantengamos a Romero al tanto.
—Entonces, ¿en serio me permitirás hacerlo? ¿Cuándo puedo empezar?
—Cuando quieras.
—El plazo de solicitud para el programa de negocios de NYU es el primero de
enero. Podría intentar conseguir mi solicitud para entonces. Sin embargo, no estoy
segura si podré tener todo lo que necesito, pero podría intentarlo… —Me detuve.
Luca me bajó de modo que terminé sentada a horcajadas en su regazo.
—Si quieres entrar en la NYU, entrarás, Aria.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello y hundí mi cara en su hombro. Había
pensado que me pondría más obstáculos. Obtener un título en negocios y convertirse
en un contador para la Famiglia no era el trabajo de mis sueños. Si me hubieran criado
en una familia diferente, podría haber elegido ser maestra o trabajadora social. No
estaba segura, pero sabía que un título en negocios sería lo más útil en mi posición.
Cuando me retiré, capté el indicio de preocupación en el rostro de Luca antes de que
lo ocultara y me prometí que le mostraría que él permitiéndome hacer algo fuera del
ático, que me permitiera graduarme, no era un riesgo para nuestro matrimonio o su
posición como Capo.
—Con tu cabello y dada nuestra presencia en el periódico, la gente podría
reconocerte —dijo Luca.
—Y eso atraería una atención innecesaria —concluí—. ¿Qué tal si me pongo
una peluca? Funcionó para Gianna.
Luca frunció el ceño.
—Tú y ella juntas son una combinación peligrosa.
Me incliné más cerca y presioné un beso en su boca tensa.
—No te preocupes. Esta vez lo sabrás todo. Entonces, ¿qué piensas? Una
peluca. Tal vez te gustaré más con el cabello castaño.
—No —dijo, retorciendo un mechón de mi cabello alrededor de sus dedos
largos y fuertes—. Tu cabello es perfecto. Como el oro hilado, nada puede acercarse
a él.
Me reí. Su fascinación por mi cabello era casi linda. Había perdido la cuenta
de las veces que había jugado con él.
—Una peluca podría funcionar. Afortunadamente, Romero es bueno para
mantenerse en segundo plano y no ha estado en el ojo público.
—Todavía faltan meses para que pueda siquiera ir a la universidad. Lo
resolveremos todo entonces. Si me aceptan.
—Lo harán —dijo Luca sin lugar a dudas. Sabía que mis calificaciones siempre
habían sido de primera categoría, pero tenía la sensación de que él tendría sus formas
de aceptarme, incluso si no lo fueran hacer.
9
Luca
Traducido por Camifl y M@r

Corregido por Paop

—T
engo un mal presentimiento con lo de hoy —dije mientras
conducía nuestro auto hacia la casa de los Bardoni en la ciudad.
Bardoni había sido muy cercano a mi padre, una de las razones
por las que Matteo y yo no podíamos soportar al imbécil. Era mi capitán, no uno
bueno, y su hijo era un maldito cobarde.
—¿Por Gianna y Matteo? —preguntó Aria frunciendo el ceño—. Sé que estás
preocupado porque le quitó el monitor del tobillo, pero no intentará nada hoy.
No estaba preocupado por eso. Desde que Matteo había atrapado a Gianna hace
un par de semanas, habían estado follando o peleando. Y las cosas habían estado
jodidamente tensas en la Famiglia porque mis tíos no eran los únicos que pensaban
que hacer que Gianna fuera parte de la Famiglia era una mala idea. Compartía su
opinión, pero no podía decirlo abiertamente, no solo porque me haría parecer débil al
dudar de mi decisión, sino también por Matteo y Aria.
—Bardoni cree que su hijo debería ser Consigliere y debido a la decisión de
Matteo de casarse con Gianna, algunas fuerzas de la Famiglia están de acuerdo.
Aria se mordió el labio.
—Odio que tengas tantos problemas por la fuga de Gianna.
—Al final convenceré a todos, pero es un dolor en el culo —dije. Otra jodida
declaración sangrienta era inevitable en algún momento.
Aria rio a medida que nos deteníamos en el camino de entrada de los Bardoni.
—¿Qué es eso?
Seguí su mirada hacia un enorme ángel tallado en hielo que había sido instalado
en el patio delantero. Todo el patio brillaba en blanco y dorado.
—A Bardoni le gusta impresionar —murmuré.
Aria levantó una ceja, y apreté su mano brevemente antes de salir del auto y
dejar caer la expresión agradable.
Abrí la puerta de Aria mientras Matteo detenía su Porsche justo detrás de mi
Aston Martin.
Aria suspiró cuando me contempló.
—¿Qué? —pregunté en voz baja.
—A veces tu expresión me asusta. Prefiero la forma en que miras a puertas
cerradas.
Toqué su espalda.
—Lo sé.
Mis ojos se fijaron en Bardoni y su esposa. Ambos nos sonreían abiertamente
con unas jodidas sonrisas falsas. Empujé a Aria ligeramente y me siguió hacia mi
capitán. Me estrechó la mano antes de tomar la de Aria y besarla. La ayudó a quitarse
su abrigo, sus ojos dirigiéndose hacia sus senos por un breve momento. Lo miré
fijamente y retrocedió de inmediato, volviendo su atención hacia Matteo y Gianna.
—Vamos —le dije a Aria, tocando la piel expuesta de su espalda, y la guie a la
sala de estar. Di un rápido vistazo a los invitados: la mayoría eran soldados de Nueva
York, pero reconocía a algunos hombres de Filadelfia, entre ellos Cassio. Mientras
me dirigía hacia él con Aria a mi lado, dije en voz baja—: Ese es Cassio Moretti.
—Hijo de Mansueto Moretti, lugarteniente de Filadelfia —terminó Aria con
una sonrisa—. Lo recuerdo de nuestra boda, Luca. Tengo buena memoria. Reconozco
a la mayoría de los hombres en esta sala, y también a las mujeres.
Asentí. A veces olvidaba lo inteligente que era Aria, pero había visto sus
calificaciones cuando había preparado todo para su aplicación a la Universidad de
Nueva York.
Cassio se enderezó cuando me vio y extendí mi mano para tomar la suya. Luego
sus ojos se movieron hacia Aria, respetuosamente.
—Es un honor verla otra vez.
—El honor es todo mío, Cassio —dijo con una sonrisa sofisticada, mirando a
mi soldado—. ¿Cómo está tu esposa? Escuché que dio a luz a tu primer hijo hace unos
días.
Había olvidado eso. Le di a Aria un ligero apretón para mostrarle mi
agradecimiento.
—Se está recuperando —dijo Cassio, entonces sus ojos se movieron hacia mí
y me di cuenta que tenía asuntos que discutir.
Aria sonrió, captando el mensaje silencioso.
—Voy a hablar con la señora Bardoni por un momento. —Se dio la vuelta y se
fue, dándome una vista impresionante de su espalda desnuda.
Cassio se aclaró la garganta, sus ojos en mí, y finalmente aparté mi mirada de
Aria.
—La salud de mi padre no está mejorando. Ya no puede ocuparse del negocio.
—Te anunciaré como lugarteniente de Filadelfia en nuestra próxima reunión.
La sorpresa cruzó el rostro de Cassio.
—Pensé que quizás querías darle el puesto a uno de tus primos para…
—¿Para qué? —pregunté con voz severa.
Se encontró con mi mirada.
—Para apaciguar a tu familia.
Sonreí sombríamente.
—Mi familia se inclinará ante mis órdenes si saben lo que es bueno para ellos.
Eres leal, y prefiero recompensar la lealtad que favorecer a alguien por su sangre.
De repente, Gianna apareció a mi lado y me agarró el antebrazo. La miré
fijamente, sorprendido por su cercanía.
—Luca, ¿puedes venir conmigo un momento, por favor? —me preguntó con
la voz más civilizada que jamás me hubiera dirigido. Mi cuerpo entró en alerta
máxima de inmediato.
—Disculpa —le dije a Cassio, quien asintió y retrocedió.
Gianna no soltó su agarre mientras me llevaba fuera de la sala.
—¿Qué demonios está pasando? —pregunté sospechosamente. No confiaba ni
un poco en la pelirroja.
—Matteo necesita tu ayuda —susurró, sus ojos dirigiéndose a una puerta en el
pasillo.
—Maldición —susurré—. Regresa a la fiesta y encuentra a Aria y Romero
antes de que la gente sospeche que nos hemos ido juntos.
Frunció los labios.
—Como si alguna vez fuera a tener un rapidito contigo.
—No te preocupes, la idea de follarte me emociona tanto como a ti.
Le di la espalda y me dirigí hacia la puerta que me había indicado.
—¿Matteo? —gruñí, ya perdiendo mi jodida paciencia aunque ni siquiera sabía
lo que había pasado. Conociendo a Gianna y Matteo, no podía ser nada bueno.
Matteo abrió la puerta y me hizo señas para que entrara.
—¿Qué quieres? Gianna no dijo nada —comencé cuando vi a Bardoni detrás
de su escritorio con el cuchillo de Matteo enterrado en la parte inferior de su barbilla—
. Oh, mierda.
Matteo se encogió de hombros.
—Bardoni tuvo un accidente.
No podía creer su maldito descaro. Había matado a uno de mis capitanes en su
casa, como si necesitara más problemas de los que ya tenía.
—Maldición, Matteo, ¿qué hiciste?
—Si me preguntas, creo que el buen y viejo señor Bardoni se suicidó —dijo.
Rodeé el cuerpo. Pocas personas se suicidaban empujando un cuchillo en su
garganta.
—Es por Gianna, ¿cierto? Bardoni hizo o dijo algo que te enojó y perdiste la
cordura. Sabía que esa chica no traería nada más que problemas.
Y ese era el eufemismo más grande de toda una vida. Maldición.
—El cabrón ha estado en tu lista de muerte por un tiempo. Ha estado envuelto
en un montón de mierdas. Estás feliz de que se haya ido, admítelo. Hemos discutido
matarlo incontables veces. Finalmente decidí actuar.
—Por supuesto que lo quería muerto, pero no en su propia casa en la fiesta de
Navidad. Maldición, Matteo. ¿Puedes pensar primero y disparar después por una vez?
Podía decir que quería hacer una broma, probablemente sobre haber apuñalado
a Bardoni y no dispararle, pero entrecerré los ojos y se calló.
—Llamaré a Romero. Está vigilando a Aria y Gianna pero lo necesitáremos
aquí para lidiar con este jodido desastre.
Llamé a Romero. Respondió después del primer tono.
—¿En cuántos problemas estamos?
Sabía que Romero percibiría que alguna mierda había pasado.
—Ven a la oficina de Bardoni de inmediato.
Cuando Romero se unió a nosotros unos minutos más tarde y vio la escena,
miró a Matteo.
—¿Lo mataste?
—¿Por qué siempre tengo que ser yo? —preguntó Matteo.
—Porque tú eres el loco —murmuré. Su cordura no había mejorado desde su
boda con Gianna. Me dirigí a Romero—: ¿Puedes hacer que esto parezca que Bardoni
se suicidó?
Romero hizo una mueca.
—Pocas personas se apuñalan a sí mismas en el cerebro.
—Siempre hay una primera vez para todo —dijo Matteo con una maldita
sonrisa. Lo fulminé con la mirada—. Oh, vamos. Fue divertido.
Tuve que sofocar una carcajada. Matteo era un jodido loco.
—Busca en la habitación un arma que pudiera haber volado su puta cabeza. No
necesito a los Bardoni en mi espalda en este momento. Quiero que este asunto sea
tratado silenciosamente —ordené.
—Sin importar cómo lo hagamos lucir, los Bardoni sospecharán algo. No
creerán que fue un suicidio. Bardoni era demasiado narcisista para terminar con su
propia vida —dijo Matteo.
—Tal vez también debería ponerte un maldito monitor de tobillo —gruñí—.
Eres una jodida bomba de tiempo. —Había sido quien sugiriera que le pusiera esa
cosa a Gianna, pero al parecer él también necesitaba más supervisión.
Romero dejó de buscar en los cajones del escritorio.
—Aunque los Bardoni sospechen algo, no lo dirán en voz alta. Si no tienen
pruebas, no buscarán retribución.
Matteo negó.
—No contaría con eso. Pero nos aseguráremos que no tengan ninguna
posibilidad para vengarse.
El cuchillo de Matteo aún estaba encajado en la maldita cabeza de Bardoni. Si
alguien entrara a la habitación ahora, tendríamos que convertir esta fiesta de Navidad
en un baño de sangre.
—Tal vez deberías sacar tu cuchillo de la cabeza de Bardoni. Nadie creerá que
fue un suicidio con tu cuchillo atascado en su barbilla.
Matteo retiró con cuidado el cuchillo y saltó hacia atrás antes de que la sangre
pudiera caer en su ropa.
Romero sacó un Smith & Wesson de alto calibre de un cajón en el armario
detrás del escritorio.
—Esto podría funcionar.
Asentí. Romero era mi mejor soldado. Sabía por qué lo había elegido para
proteger a Aria, lo que me recordaba que actualmente no estaba vigilada.
—Bien. Matteo y yo regresaremos a la fiesta. Espera unos cinco minutos antes
de volarle la cabeza, después sal de una jodida vez de aquí. Matteo y yo con suerte
seremos los primeros en llegar aquí y en la conmoción nadie notará que te fuiste.
Romero ya estaba ocupado buscando el mejor ángulo para dispararle a Bardoni
y apenas reaccionó cuando salimos de la habitación y cerramos la puerta. La molesta
pelirroja estaba al final del pasillo.
—Asegúrate que no cometa algún desliz —murmuré—. Y tendremos una
charla sobre este jodido asunto más tarde.
—No te preocupes. Gianna puede mentir si tiene que hacerlo.
Mis ojos se movieron a Gianna.
—Oh, no dudo que pueda mentir muy bien si quiere hacerlo. Pero no es
exactamente la persona más merecedora de confianza en este sitio.
—Es mi esposa —gruñó Matteo.
—Ese es el problema —dije a medida que me alejaba. Aria estaba aferrando
una copa de vino en sus manos, sus ojos llenos de alivio cuando me vio. Se excusó de
una conversación con una joven a la que no podía ubicar y se acercó hacia mí. Agarré
su brazo y me miró con expresión interrogante.
No podía decirle lo que estaba pasando con tanta gente a nuestro alrededor. La
guie hacia la mesa del buffet, asegurándome que nos vieran suficientes personas.
—Luca —dijo en voz baja, su cuerpo tenso.
Negué con la cabeza y, justo en ese momento, sonó un fuerte estallido. Jugando
mi parte, saqué mi Beretta y giré en dirección al ruido. El cuerpo de Aria se sacudió
contra el mío, el miedo cruzando su rostro. Me incliné hacia su oreja.
—Quédate aquí. No es nada, confía en mí.
Corrí hacia la oficina de Bardoni con los otros hombres, empujando a algunos
de ellos para estar al frente. Matteo, también, vino corriendo.
—¿Qué está pasando? —gritó.
La esposa de Bardoni soltó un grito agudo cuando vio a su marido muerto. Fue
un horrible intento de actuación.
Cuando volví con Aria más tarde y me encontré con su mirada preocupada, me
juré que nunca haría que Aria me viera así, porque sabía que su agonía sería real.
Llevaba una vida llena de muerte, y no temía morir exactamente, pero desde que Aria
entró en mi vida, tenía otra razón para seguir con vida.

Las cosas salieron mejor de lo que esperaba después del incidente de Bardoni.
La esposa y la hija de Bardoni no parecían extrañarlo, y su hijo era un cobarde llorón
que jamás actuaría por su cuenta.
Por supuesto, la fiesta de Navidad de Bardoni no fue la última vez que Matteo
la jodió.
Unos socios comerciales nos habían invitado a su fiesta de Navidad cinco días
antes de Noche Buena en un almacén, que había sido convertido en un paraíso invernal
con nieve falsa y una barra tallada en hielo. Matteo había estado de mal humor toda
la noche, debido a Gianna, naturalmente. Seguía negándose a caer en su encanto.
Aria me lanzó una mirada tranquilizadora.
—Disfrutemos el resto de la tarde.
Ahora que había enviado a casa a Matteo y Gianna, esa tal vez era una opción.
—¿Bailas conmigo? —preguntó Aria, con expresión esperanzada y suave. Si
no hubiéramos estado rodeados por tanta gente, la habría besado, pero como lo
estábamos solo asentí y la atraje hacia mí. Lanzó un suspiro pequeño cuando
empezamos a movernos con la música.
—¿Alguna vez tu hermana aceptará estar casada con mi hermano? —pregunté
en voz baja.
Aria levantó sus ojos.
—No lo sé. Creo que en realidad le gusta, pero no quiere admitirlo.
—¿Por qué? ¿Tanto disfruta hacer que todos se sientan miserables?
Aria frunció los labios, sus pasos vacilando, pero la estabilicé.
—No es eso. Se siente culpable por estar enamorada de un hombre como
Matteo.
Mis labios se torcieron.
—¿Un hombre como Matteo?
—Gianna cree que tendrá sangre en sus manos si acepta el lado oscuro de
Matteo. Se siente culpable. Quiere ser una persona buena.
—¿Qué hay de ti? —murmuré.
Las cejas de Aria se fruncieron. Su mano viajó por mi espalda hasta que su
palma presionó contra el tatuaje en mi hombro.
—Sabes que acepto cada parte de ti.
—Lo sé —dije, bajando mi voz aún más—. ¿Pero te sientes culpable por eso?
—¿Culpable por amarte? No, nunca —dijo con firmeza, sin un indicio de duda
en su voz, y mi pecho se hinchó de amor por la mujer en mis brazos—. Si eso me hace
una mala persona, no me importa.
—Eres buena, Aria. Nada de ti es malo —susurré ferozmente.
Me recompensó con una de esas sonrisas, y tuve problemas para mantener mi
máscara dura.
—Creo que puedes ser parcial.
—No lo soy. Se necesita mucha bondad para anular mi oscuridad.
Resopló, pero no tuve la oportunidad de decir más porque mi teléfono comenzó
a sonar.
—Mierda —murmuré. Aria y yo salimos de la pista de baile y comprobé la
pantalla—. Matteo —dije, molesto. Aria me siguió hacia un rincón tranquilo del
almacén.
Tomé la llamada, sintiendo hervir mi sangre.
—No estoy de humor para hablar contigo, Matteo. Actuaste como un imbécil
de primera esta noche.
Un sollozo femenino sonó en el otro extremo. Me tensé y Aria se acercó.
—¿Gianna? —pregunté con cuidado a medida que me dirigía hacia la puerta y
salía. Aria tuvo problemas para seguir mi ritmo.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Se está muriendo —dijo Gianna.
Me detuve en seco.
—¿De qué estás hablando? Pásame a Matteo. —Mi aliento escapaba de mi
boca en nubes por el frío abrasador, y Aria se estremecía a mi lado.
—No puedo. Los rusos nos atacaron. Hay tanta sangre, Luca, tanta sangre.
Mi garganta se estrechó.
—¿Matteo está vivo?
Aria jadeó y se presionó hacia mí.
—¿Luca? —Negué, y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Llama a Romero y
dile que traiga a Sandro.
Aria sacó su teléfono, siguiendo mis órdenes.
—No está respirando. Lo estaba haciendo hace un momento, pero ya no lo hace
—susurró Gianna.
Si estuvo respirado hacía no mucho tiempo, podría sobrevivir. Matteo era un
luchador. Aria asintió y bajó su teléfono.
—Gianna, tienes que hacer RCP1. Estaré ahí pronto. Tengo tus coordenadas
GPS. Pero tendrás que hacerlo respirar o será demasiado tarde. —Le indiqué a Aria

1
RCP: siglas empleadas para Reanimación Cardiopulmonar.
que me siguiera mientras corría hacia mi auto. Me pisó los talones y ambos nos
metimos en mi Aston Martin.
—Dame tu teléfono. Necesito rastrear el celular de Matteo —le dije, todavía
presionando mi propio teléfono contra mi oído, pero Gianna había estado callada en
el otro extremo por un tiempo.
—¿Gianna? —dije a medida que aceleraba el motor. La estática crepitó en mi
oído y, por un instante, pensé que Gianna había colgado. Esta era su maldita
oportunidad de escapar de una vez por todas. Si Matteo moría, sería libre. Pero si lo
dejaba morir para ser libre, incluso mi amor por Aria no me impediría cazarla—. Sé
que sientes que Matteo te atrapó, que arruinó tu vida, pero sin importar lo que pienses,
no lo hizo para hacerte miserable. Por alguna razón inexplicable, Matteo te ama. No
tienes que creerme. Puedes seguir odiándolo, pero no lo dejes solo, ahora no. Si me
ayudas a salvar su vida, te concederé la libertad. Lo juro por mi honor y mi vida. Aria
está aquí. Ella es testigo. Recibirás dinero, una nueva identidad e incluso protección
de la Organización si quieres. Si salvas su vida todo será tuyo.
Los labios de Aria se separaron en shock, sus ojos abiertos por completos e
incrédulos, pero mantuve mis ojos en la calle, siguiendo las instrucciones del teléfono
de Aria.
—Bien —respondió Gianna.
Esa maldita perra. Ahogué mi furia y me centré en salvar la vida de mi
hermano.
—Tienes que hacer compresiones en su pecho. Duro y rápido. No te preocupes
por romperle las costillas. Treinta compresiones, dos respiraciones. Rápido.
Podía sentir los ojos de Aria sobre mí todo el tiempo.
—¡No está reaccionando! —gritó Gianna.
—Sigue haciéndolo —ordené. Hubo un silencio en el otro extremo, y mi
garganta se apretó aún más. Aria me tocó la pierna, pero no dijo nada.
—Llegaremos en unos diez minutos —dije a través del nudo en mi garganta—
. ¿Cómo está Matteo?
Más silencio, y me pose rígido.
—¿Gianna? ¿Sigues ahí?
—Sí. Matteo está respirando de nuevo.
El alivio se apoderó de mí y Aria apretó mi muslo con fuerza. Dejó escapar un
suspiro tembloroso.
—Bien. Quédate donde estás —dije en voz baja. Mis ojos atraídos por el espejo
retrovisor donde podía ver acercarse el auto de Romero.
—No te preocupes —dijo Gianna.
Al momento en que llegamos, vi el auto destrozado de Matteo. Frené, abrí la
puerta y corrí hacia Matteo. Caí de rodillas junto a él e hice un rápido examen de sus
lesiones. Su cabeza estaba cubierta de sangre, pero como Gianna había dicho, estaba
respirando. Romero y Sandro se unieron a mí.
—Llamé al Doc —me informó Romero mientras se hundía en el suelo a mi
lado. Aria estaba hablando con Gianna, quien todavía se cernía junto a Matteo como
si realmente le importara si vivía o moría. Desde que éramos pequeños, Matteo y yo
nos habíamos protegido el uno al otro; habíamos sido nosotros contra el resto del
mundo: contra un padre sádico, contra una madre que nos abandonó, contra los
enemigos que querían vernos muertos.
Levanté la vista de mi hermano a Gianna. Solo con ver su cara me hizo querer
matarla. Pensar que tuve que convencerla de salvar la vida de Matteo…
—Sácala de aquí. Toma mi auto y llévala a nuestro apartamento.
—¿A dónde llevas a Matteo? —Se atrevió a preguntar.
—Al hospital. Esto es demasiado serio para nuestro doctor —dije, intentando
controlarme frente a Aria, pero le di a Gianna mi sonrisa más fría—. No te preocupes.
Cumpliré mi promesa. Cuando regrese al apartamento, haremos los arreglos
necesarios para asegurar tu libertad.
—Quizás Gianna quiere ir al hospital con Matteo —sugirió Aria suavemente
cuando Sandro y yo levantamos a Matteo del suelo.
—No. Ayúdala a recoger sus cosas del apartamento de Matteo, así podremos
enviarla a su nueva vida antes de que mi hermano vuelva a casa. —No la quería nunca
más cerca de mi hermano.

Aria
Tomé un poco de ropa del armario de Matteo, aunque me pareció extraño
hurgar en su ropa interior, y las metí en la pequeña maleta con un par de pantalones
deportivos y camisas, así como también calcetines.
Después de eso, fui a su baño y agarré su cepillo de dientes. Mis ojos se
detuvieron en el cepillo para el cabello de Gianna que no se había llevado consigo.
Sandro la había llevado a un hotel. Había aceptado el trato de Luca. No podía creer
que su decisión fuera definitiva. Había visto cómo había mirado a Matteo cuando
pensó que nadie más estaba prestando atención. Suspirando, me di la vuelta y me
dirigí de vuelta al ascensor.
Incluso si cambiaba de opinión, no creía que Luca la perdonara nunca. Estaba
convencido de que habría dejado morir a Matteo si no hubiera hecho su oferta. Rara
vez había visto tanto odio en sus ojos como cuando miró a Gianna ayer.
El ascensor me llevó de vuelta a nuestro ático. Luca estaba sentado en un
taburete, con un café en la encimera frente a él y sus ojos en el teléfono. Levantó la
vista cuando entré, pero la tensión no abandonó su rostro. Me acerqué a él, dejé caer
la maleta junto a la barra y me puse entre sus piernas. Bajó el teléfono y acunó mi
rostro.
—¿Dónde está?
—En la habitación de invitados grande —dijo, con aspecto agotado, sombras
bajo sus ojos.
—Pronto volverá a molestarte —le aseguré.
Luca sonrió irónicamente.
—Ya era un grano en el culo cuando lo recogí del hospital hoy.
Estudié sus ojos.
—Nunca te había visto tan preocupado como ayer.
Sus dedos se arrastraron por mi garganta y luego apartaron mi cuello de mi
hombro, revelando la pequeña cicatriz allí.
—No viste mi cara cuando te dispararon.
—No me perdiste en aquel entonces, y tampoco perderás a Matteo.
Luca me acarició la cicatriz y luego sus ojos grises se encontraron con los míos,
llenos de emoción.
—Recibiste una bala por salvar mi vida, mientras que tu hermana habría dejado
que mi hermano muriera solo por su jodida libertad.
No intenté defender a Gianna, incluso aunque en el fondo sabía que estaba
equivocado. Luca se inclinó hacia delante y besó mi cicatriz, después mi garganta
hasta que su boca reclamó mis labios. Su teléfono sonó y se retiró con un suspiro,
mirando la pantalla. Era Sandro. Contesto y escuchó por un momento, luego asintió.
—Estaré allí en quince minutos. —Colgó, suspirando—. Tengo que ir a una
reunión con mis capitanes. Vamos a planificar nuestra venganza.
La sorpresa se apoderó de mí. Por lo general, se contenía información como
esa, y solo me mostraba cuán desconcertado todavía estaba por Matteo.
—Voy a vigilarlo —le dije con una sonrisa tranquilizadora.
Luca frunció el ceño.
—Tanto Romero como Sandro están fuera. Le diré a Romero que regrese lo
antes posible, pero podría pasar una hora. No me gusta la idea de dejarte sola.
—No estaré sola. Matteo está aquí.
—Matteo está herido y probablemente desmayado otra vez.
—Luca —dije con firmeza, tocando su pecho—. Nadie puede entrar en el ático
sin un código, y Matteo sigue siendo mortal aún estando herido. Estaré bien hasta que
Romero regrese.
Luca se levantó y sacó una de sus armas de su funda, luego me la entregó.
—Por si acaso.
No le dije que no tenía mucha práctica disparando un arma. Me besó, antes de
avanzar hacia el ascensor, ya levantando su celular hacia su oreja.
Para el momento en que se fue, metí el arma en la parte posterior de mis
pantalones, luego recogí la maleta con la ropa de Matteo y me dirigí hacia la
habitación de invitados. Dudé. Matteo y yo no habíamos estado solos desde que me
había atacado hace siete meses. Empujando los recuerdos, giré la manija y me deslicé
silenciosamente. Mis ojos se posaron en la cama donde estaba acostado, de espaldas
a mí. Estaba cubierto por las mantas, solo su cabello despeinado y aún enmarañado
asomaba.
Aliviada de que estuviera dormido, me dirigí hacia el armario al otro lado de
la cama para guardar su ropa. Abrí la puerta.
—No creo que necesites esa pistola. De todos modos, soy un puto desastre —
dijo Matteo.
Grité, dejé caer la maleta y giré, mi espalda chocando con el armario mientras
mis ojos volaban hacia la cama. Matteo se incorporó, sus ojos castaños atentos a pesar
de su contusión. Me contempló en silencio.
Estaba vestido solo con pantalones de chándal, y su torso estaba cubierto de
moretones y cortes. Parecía un desastre, pero no me relajé. Me enderecé a pesar de mi
pulso acelerado.
Suspiró.
—Puedes dejar de tenerme miedo, Aria. Te dije que nunca más volvería a
amenazarte, mucho menos herirte, y lo dije en serio.
No estaba asustada. Era cautelosa.
—Tengo algo de ropa para ti.
Asintió y luego hizo una mueca.
—No es necesario que desempaques. No me quedaré aquí para siempre. Ahora
puedes irte.
Dejé caer el bolso y me dirigí a la puerta, pero me detuve cuando vi a Matteo
poniéndose de pie.
—¿Qué estás haciendo?
—Voy a mear —murmuró, dando un paso hacia el baño y balanceándose
precariamente.
Corrí hacia él y envolví un brazo alrededor de su cintura sin pensarlo dos veces.
Se apoyó en mí pesadamente por un momento antes de contenerse y tratar de
enderezarse, pero no lo solté. No estaba segura si su tensión era porque no quería
mostrar debilidad frente a mí, o porque le preocupaba que su cercanía me pusiera
nerviosa.
Sus ojos se encontraron con los míos mientras sostenía su peso lo mejor que
podía.
—Solo déjame caer en la cama. Me haré en los pantalones —murmuró con una
sonrisa torcida.
Puse mis ojos en blanco.
—No seas ridículo, Matteo. Te ayudaré a ir al baño.
No protestó, y juntos logramos llegar al baño. Era pesado y alto, y me di cuenta
que con Luca esto nunca habría funcionado.
Nos detuvimos justo al lado del baño.
—¿Puedes hacer esto?
Matteo rio entre dientes.
—¿Qué harías si te dijera que no? Difícilmente puedes sostener mi polla.
Me sonrojé y lo solté con cuidado.
—Bueno, podrías sentarte por una vez, ¿o eso lastimará tu ego? —Levanté mis
cejas hacia él.
Sonrió. Con sus ojos hinchados, el cuerpo y la cara magullados y el cabello
enmarañado, no tuvo el efecto deseado.
—Nada puede herir mi ego como el odio de Gianna. —Se suponía que era una
broma, pero capté el toque de amargura en su voz.
Di un paso atrás.
—Te daré algo de privacidad. Llama si necesitas mi ayuda, ¿de acuerdo?
Matteo no dijo nada, pero alcanzó sus pantalones de chándal y tomé eso como
una señal para irme. Cerré la puerta y dudé un momento antes de ocuparme de poner
la ropa de Matteo en el armario. Agarré una camisa y un par de pantalones, luego los
puse en la cama.
Decidiendo encontrar algo de comida para Matteo, fui a la cocina, recogí una
ensalada de pasta preparada y preparé un té negro fuerte con mucha azúcar antes de
regresar a la habitación de invitados.
Matteo todavía estaba en el baño. La preocupación me inundó cuando dejé la
bandeja y me dirigí hacia la puerta del baño. El sonido de la ducha corriendo hizo que
mis ojos se abrieron de par en par. En el estado en que había estado Matteo, ducharse
parecía una idea particularmente mala.
—¿Matteo? —llamé. Nada. Alcancé la manija y entonces vacilé. Matteo
probablemente estaba desnudo, y no solo eso me ponía nerviosa, sino que también
sabía cuán ridículamente posesivo era Luca. Golpeé fuerte—. ¿Matteo?
Decidiendo que esto no podía esperar, abrí la puerta y entré. Matteo estaba
arrodillado en la ducha, con la espalda curvada y las palmas apoyadas contra el suelo.
Vi su perfil. Afortunadamente desde mi punto de vista, sus partes privadas estaban
ocultas a mi vista. Estaba cubierto de cicatrices y nuevos moretones, cortes y sangre
corría por su espalda, probablemente por la herida de su cabeza.
Di un paso vacilante hacia adelante.
—¿Matteo?
Sus omóplatos y sus brazos se tensaron.
—Vete —gruñó.
—¿Puedes pararte? —No parecía que pudiera.
Matteo me lanzó una mirada, con los ojos castaños duros.
—No deberías estar aquí. A Luca no le gustará que me veas desnudo.
Resoplé.
—Le gustará aún menos si te matas por accidente.
—He sobrevivido a cosas peores.
Ignorando su mirada, tomé una toalla y me acerqué a él, mis ojos se posaron
en su rostro.
Tuve que inclinarme sobre él para llegar a la ducha y cerrar el agua. Mi aliento
quedando atrapado en mi garganta por la temperatura helada. ¿Estaba intentando
provocarse un infarto? Para el momento en que logré cerrar el agua en mi posición
incómoda, la parte delantera de mi ropa estaba empapada y estaba temblando.
Matteo me observó atentamente desde su posición en cuclillas en el suelo, y
hubo un indicio de cautela en su expresión. Me detuve. Como Luca, él odiaba mostrar
debilidad, y yo no era alguien en quien confiara, como Luca confiaba en mí.
Agarré la toalla de donde la había dejado caer en el suelo y se la tendí a Matteo.
—¿Puedes cubrirte?
Me sorprendió al no hacer un comentario gracioso cuando aceptó la toalla y la
envolvió torpemente alrededor de su cintura.
—¿Puedes levantarte?
Dejó escapar un sonido bajo en su garganta, una mezcla de gemido y risa, y
levantó una ceja.
—Eso es un no, supongo —dije.
—Soy demasiado pesado para ti, créeme. Dame un momento.
Esperé y observé cómo su espalda se levantaba pesadamente con cada
respiración. Apoyó el brazo contra el cristal del compartimiento, sus músculos
flexionándose, y logró levantar una rodilla. Lo alcancé pero negó con la cabeza.
—No —dijo bruscamente, después más suave—: No.
Di un paso atrás. Su cuerpo tembló cuando apoyó el brazo en la rodilla y apoyó
el otro contra la cabina de ducha. Con un gemido bajo, se puso de pie, después se
tambaleó y cayó contra la ducha. Toda la cosa vibró como si fuera a estallar. Salté
hacia adelante y puse mi hombro contra las costillas de Matteo mientras lo agarraba
por el medio.
Dejó escapar un suspiro bajo.
—No tienes que ayudarme. No me debes nada.
—Quiero hacerlo, y te debo decencia común —murmuré, mirándolo.
—Supongo que es mi talento especial hacer que las mujeres Scuderi me odien.
—No te odio, Matteo —dije con firmeza—. Y tampoco Gianna.
Levantó la cabeza para que así pudiera ver su expresión y señaló con la cabeza
hacia la puerta.
—Si vamos despacio, debería poder soportar la mayor parte de mi peso.
Tardamos varios minutos en llegar al dormitorio cuando Matteo se tensó de
repente.
—Alguien entró en el ático —murmuró, cada músculo de su cuerpo tirante. No
había escuchado nada.
—Luca dijo que Romero vendría.
—Supongo que eso significa que nadie está de guardia en este momento.
Parpadeé hacia él, repentinamente preocupada. Los rusos habían logrado
ingresar a la mansión, así que, ¿quién decía que no podrían entrar a nuestro ático? Su
mano se deslizó por mi espalda y después de un momento de shock, comprendí lo que
estaba haciendo. Sacó la pistola de la cinturilla de mis pantalones y la apuntó hacia la
puerta, apartándose de mi hombro.
—Ponte detrás de mí.
—No puedes pararte por tu cuenta.
—Mierda, detrás de mí, Aria —gruñó Matteo, y retrocedí, pero luego
entrecerré los ojos.
—No.
Tal vez me habría empujado detrás de él, pero en ese momento Romero gritó:
—¿Aria? ¿Dónde estás?
Su voz sonaba con preocupación.
—¡Aquí! —grité, y Romero tardó unos segundos en entrar a la habitación,
pistola en mano. Cuando sus ojos se posaron en Matteo y en mí, la sorpresa cruzó su
rostro y volvió a poner el arma en la funda.
—Matteo pensó que era una buena idea desmayarse en la ducha —le dije.
—No me desmayé. Me tropecé y caí —murmuró él.
Romero vino hasta nosotros y deslizó su brazo bajo la axila de Matteo. Solté
un suspiro pequeño cuando el peso se alzó de mi hombro y retrocedí.
—Me encargo desde aquí. ¿Por qué no vas a cambiarte? —dijo Romero.
Miré hacia abajo. Mi camisa estaba transparente por el agua y daba una visión
clara de mi sujetador de encaje blanco, pero también había sangre en la tela.
Antes de salir de la habitación, escuché a Matteo.
—¿Aria? —Me volví hacia él. Romero lo había puesto en la cama—. Gracias.
Sonreí.
—De nada.
Sintiéndome agotada, me dirigí escaleras arriba hacia el dormitorio principal.
Tomé una larga ducha caliente antes de ponerme mi camisón más suave y acostarme
en la cama.
Me desperté con una mano cálida en mi mejilla. La cara de Luca se cernía sobre
mí mientras su pulgar acariciaba mi piel. Parpadeé.
—¿Qué hora es?
—Tarde —murmuró.
—Oh —dije—, debo haberme quedado dormida. ¿Cómo está Matteo?
—Mejor —dijo Luca con voz extraña. Busqué sus ojos. Me estaba observando
con una mirada que inundó mi vientre de mariposas—. Me dijo lo que pasó.
—Tenía que ayudarlo —dije indignada—. No me importa si estás enojado
porque casi lo vi desnudo.
Luca dejó escapar una risa suave y fruncí el ceño, confundida por su estado de
ánimo. Su mano se deslizó por mi costado y amontonó mi camisón y se acomodó entre
mis piernas, su cálido cuerpo cubriendo el mío. Cuando su punta rozó mi centro, solté
un suspiro de sorpresa. No entró, solo me besó.
Le devolví el beso, relajándome bajo su calor y fuerza. Pronto, la lengua de
Luca en mi boca y su cuerpo encima de mí me llenaron de excitación, y finalmente
hundió su punta. Sus ojos sostuvieron los míos a medida que se deslizaba el resto del
camino, y gemí ante la plenitud total.
—No te merezco, Aria.
Reclamó mi boca una vez más antes de que pudiera protestar y pronto sus
movimientos expertos me hicieron retorcerme y jadear, olvidando cualquier palabra
de objeción.

Luca
Cuatro meses después…

Matteo perseguía a Gianna hacia el océano, sus gritos agudos resonando


alrededor. Aria envolvió sus brazos alrededor de mi cintura, dándome su mirada de
“te lo dije”. No pensé que Gianna regresaría con mi hermano, pero lo había hecho.
Parecían bastante felices. Todavía no confiaba en la pelirroja, ni un poco, pero me
alegraba el buen humor de Matteo.
—Esperemos que no cambie de opinión.
Aria negó con la cabeza.
—Verás, una vez que los hombres Vitiello han penetrado en nuestros
corazones, no hay escapatoria.
Sus ojos azules brillaban con diversión.
—Nunca tuve la intención de abrirme paso en tu corazón —admití porque el
amor nunca había sido parte del trato.
—Lo sé —dijo encogiéndose de hombros, luego su sonrisa se tornó juguetona,
y mi polla se tensó—. Solo me querías por mis locas habilidades sexuales.
Me atraganté con una carcajada. Aria agarró mi mano y me llevó a la mansión.

Más tarde ese día, Matteo y yo preparábamos una barbacoa en el patio. Giré
las chuletas de cordero mientras Matteo recogía una botella de nuestra bodega y Aria
preparaba una ensalada con suerte comestible.
Gianna se acercó a la barbacoa y levanté las cejas. Parecía que tenía algo que
decir, y generalmente eso no era algo bueno.
—Sé que no te agrado —dijo, de hecho pareciendo nerviosa. Gianna,
¿nerviosa?—. Pero creo que deberíamos intentar llevarnos mejor por Aria y por
Matteo.
Se encontró con mi mirada y la sostuvo. Aún no era un gran fan de Gianna,
probablemente nunca lo sería, pero tenía razón. Aria y Matteo querían que nos
lleváramos bien.
—No me agradabas porque odiaba la forma en que tratabas a Matteo.
Frunció el ceño como si esto fuera una jodida sorpresa.
—Está bien.
—Pero estoy empezando a cambiar de opinión —dije. No era del todo cierto,
pero tampoco una mentira.
—¿En serio?
Di vuelta a una chuleta de cordero y me encogí de hombros.
—Estoy empezando a pensar que tal vez Matteo tenía razón y ustedes dos no
son la peor pareja posible. —Ambos eran tercos y amantes de los conflictos. Se
merecían el uno al otro.
—¿Gracias? Eres realmente malo con los cumplidos.
—No tengo el hábito de decirlos. Y no le digas a mi hermano que dije que tenía
razón. Ya es suficientemente arrogante.
Matteo se nos acercó, con los brazos cargados de botellas de vino. Por un
instante su expresión se tensó cuando vio a Gianna a mi lado. Me conocía lo
suficientemente bien como para imaginarse que no podía soportarla la mayor parte
del tiempo, pero no tenía de qué preocuparse. La mujer estaba a salvo porque era suya
sin importar lo insoportable que fuera.
—Lo es —dijo Gianna con afecto. Me obligué a que mi expresión sea algo
menos fría, y Gianna me dio una sonrisa agradecida.
Matteo dejó las botellas de vino sobre la mesa antes de unirse a nosotros y
envolver su brazo alrededor de la cintura de Gianna.
—¿De qué están chismeando ustedes dos?
—De ti.
—¿Ah, sí? —Matteo levantó una ceja.
Aria volvió de la cocina, llevando un cuenco. Me lanzó una mirada interrogante
a medida que se acurrucaba contra mí.
—¿Qué está pasando?
—Tu esposo y mi esposa están discutiendo mis muchos y maravillosos
atributos —dijo Matteo.
Gianna se folló a Matteo con los ojos.
—Eres demasiado arrogante.
—Admítelo, te encanta mi arrogancia.
—Hecho.
—Tus declaraciones de amor todavía hacen que mis rodillas se debiliten —
bromeó.
—Tu arrogancia no es lo único que me encanta de ti.
Era solo una cuestión de tiempo antes de que esos dos desaparecieran para otra
maldita maratón de sexo.
—Necesito algo del maldito cordero para aplacar este desagradable despliegue
de dulzura —murmuré. Aria me sonrió y apreté su cadera.
Matteo levantó a Gianna e hizo un jodido giro con ella.
—No estoy seguro de poder soportarlos juntos —dije, poniendo los ojos en
blanco.
Aria sonrió.
—Admítelo, estás feliz.
Dudé. Estaba feliz, más feliz de lo que había estado toda mi vida. Asentí hacia
el cuenco que Aria aún sostenía, intentando cambiar el tema.
—¿Qué tal resultó la ensalada? ¿Hay alguna posibilidad de intoxicación
alimentaria?
Aria me dio una mirada de complicidad.
10
Aria
Traducido por M@r

Corregido por Paop

garré la peluca y la coloqué en mi cabeza. Me tomó un par de minutos

A que se viera natural.


Había elegido un peinado que nunca me permitirían tener
porque Luca jamás aceptaría que me cortara o tiñera el cabello. La peluca hasta la
mandíbula de color castaño oscuro era más larga en la parte delantera que en la de
atrás. Después de pasar nuestro segundo aniversario en nuestro yate en el
Mediterráneo, mi piel estaba tan bronceada que el color del cabello oscuro no se veía
falso a pesar de mis ojos azules.
La peluca me cambiaba la cara por completo, me hacía ver más atrevida, menos
dulce. Había elegido unos jeans negros ajustados con una camisa ajustada de rayas
blancas y negras y zapatillas blancas. No me veía como yo. Este era el aspecto de una
estudiante universitaria y no de una princesa de la mafia. Sonreí, ridículamente feliz.
Salí del baño y entré en el dormitorio, donde Luca se estaba poniendo una
camisa de vestir negra.
Luca se detuvo en seco cuando me vio, sus ojos vagando por mi cuerpo.
Me di la vuelta.
—¿Y? ¿Qué piensas?
—Esa no eres tú —dijo.
—Lo sé. —Sonreí—. Nadie me reconocerá así.
—Te ves feliz —dijo Luca en voz baja a medida que se ajustaba la funda de la
pistola en el pecho.
—Lo estoy —admití. Finalmente iría a la universidad. Fingiría que era una
mujer normal, no la esposa de un Capo. Era extraño que estuviera de camino a la
universidad, mientras Luca estaría lidiando con cualquier problema que la Famiglia
estuviera enfrentando.
Todavía estaba tenso, así que me acerqué a él y toqué su pecho.
—Todo estará bien. Romero estará a mi lado.
Luca asintió.
—Tendrá que mantener su distancia de vez en cuando para así no llamar la
atención. Se supone que debes mezclarte.
—Lo haré —le dije.
Luca tocó la peluca, sus labios retorciéndose.
—Extraño tu cabello.
—Es solo para la universidad —le aseguré—. He estado pensando en cómo
asegurar que los chicos mantengan la distancia que quieres.
Los ojos de Luca se pusieron atentos.
—Romero podría pretender ser mi novio. Es solo dos años mayor que yo.
Luca no parecía convencido.
—¿Cómo lograrías eso? —Los celos sonaron en su voz.
—Podríamos tomarnos de las manos. Eso sería suficiente porque de todos
modos las personas siempre nos verán juntos.
Luca asintió.
—Eso podría funcionar. Y confío en Romero contigo. Será respetuoso.
Me reí.
—Se negará a tomarnos de las manos, confía en mí. —Hice una pausa—. No
hables con él. Quiero sorprenderlo más tarde.
Luca sonrió.
—Eres perversa. Romero es leal. Perderá la cabeza si intentas coquetear con
él.
Puse mis ojos en blanco.
—Le pediré que finja, eso es todo. —Incliné la cabeza—. Entonces, ¿está bien
si tomo la mano de Romero o si envuelve el brazo alrededor de mi hombro? —Quería
asegurarme que Luca pudiera lidiar con eso y que no hiciera que la vida de Romero
fuera un infierno.
Luca me besó posesivamente.
—Con alguien más, no, pero Romero, sí. Sabe que eres mía.
Todos en nuestro mundo sabían que era de Luca.

No podía dejar de mirar a Romero. Parecía un estudiante universitario con sus


jeans oscuros y camisa a cuadros. Las chicas se estarían arrojando sobre él. Nos llevó
en su propio automóvil, un Dodge Charger gris oscuro.
Romero miró en mi dirección.
—Asistiré a tantos cursos contigo como pueda. Almorzaremos juntos, y no
caminarás a ningún lado sin mí.
Suspiré.
—Sí, lo sé. Prácticamente estamos unidos a las caderas.
Estacionó el auto, luego salió, pero era demasiado tarde para abrirme la puerta.
—Basta —murmuré—. Finge que eres mi novio y no mi guardaespaldas.
Los ojos de Romero se abrieron de par en par, sacudió la cabeza y dio un
respetuoso paso hacia atrás.
Extendí mi mano.
—Creo que es la mejor manera de que los hombres no se acerquen, Romero.
Eres intimidante. No seas cobarde —dije burlonamente, moviendo mis dedos hacia
él.
Los miró como si fueran serpientes venenosas a punto de atacar.
Decidiendo acortar esto, avancé hacia él antes de que tuviera la oportunidad de
retroceder, agarré su mano y lo atraje hacia mí. Atrapado por sorpresa, se balanceó
hacia delante y se estabilizó con una mano en mi cadera.
Dios mío. La mirada en su rostro me haría sobrevivir durante muchas horas
oscuras en el futuro. Me reí y él retiró su mano como si se hubiera quemado.
—Aria —murmuró implorando, tirando de mi mano, pero no la solté.
—Tranquilízate, Romero. La gente sospechará si te niegas a tomar la mano de
tu novia.
La ira llenó sus ojos, y me sentí culpable por hacerle creer que estaba haciendo
algo que Luca no aprobaría. Solté su mano.
Suspiré.
—Hablé de esto con Luca. Piensa que es una buena idea si pretendes ser mi
novio para que otros hombres no se acerquen.
La sorpresa desterró la ira.
—¿Dijo eso?
—Llámalo —lo insté, y por supuesto que lo hizo. Después de que Luca dijera
que estaba bien, se relajó visiblemente.
—Te lo dije —murmuré.
—Luca es mi capo —dijo Romero firmemente—. No puedo ir contra él,
especialmente no cuando estás involucrada.
—Lo sé —contesté, cada vez más frustrada—. Soy muy consciente de que soy
una posesión de tu Capo.
—No eres una posesión de Luca. Tú eres suya.
No estaba muy segura si había una diferencia, y no era como si todavía me
molestara mucho. Después de dos años de matrimonio, había llegado a un acuerdo
con la posesividad de Luca. Romero extendió su mano con una pequeña sonrisa.
—Vamos, Aria.
Le lancé una sonrisa, decidiendo no dejar que nada me arruinara este día, y
puse mi mano en la suya, después caminamos hacia las clases. Incluso sin mi cabello
rubio, varios chicos me miraron. No lo había esperado.
Romero se puso rígido.
—Si supieran quién eres no estarían merodeando.
—No lo saben, y eso es exactamente lo que queremos. —Los miré de reojo—
. Tus miradas de muerte los asustarán muy pronto.
Rio entre dientes.
—Tengo que hacer lo que Luca haría.
Mi pecho se apretó. A veces me preguntaba cómo sería si Luca no fuera quien
era y si yo no fuera yo. Si fuéramos personas normales, podríamos pasear juntos por
estos pasillos como una pareja normal. Las lágrimas escocieron en mis ojos porque
eso nunca iba a suceder. Luca nunca había tenido la opción de ir a la universidad.
Desde el día de su nacimiento, su camino había sido determinado, un camino de
oscuridad, lleno de enemigos incluso entre los nuestros.
—¿Estás bien? —preguntó Romero, deteniéndose a unos pasos de nuestra
clase, soltando mi mano.
Negué con la cabeza.
—Me gustaría que Luca pudiera estar aquí.
—Todos estamos atados al camino para el que estábamos destinados.
Un grupo de chicos de mi edad pasaron, y uno de ellos se volvió y me sonrió.
La sorpresa se disparó a través de mí ante su obvio coqueteo.
—Bueno. No me gusta esto —gruñó Romero.
—Entonces muéstrales que soy tu novia. Confía en mí, se retirarán si les das
esa mirada. Se las dan de muy seguros, pero cualquiera con ojos en la cabeza puede
decir que no eres un hombre con el que se puedan meter.
Romero vaciló.
—¿Cómo me tratarías si fuera tu novia?
Frunció el ceño.
—Sin besar —añadí rápidamente, sonrojándome.
—Créeme, Aria, jamás soñaría con besarte. Eres como mi hermanita.
Sonreí, porque Romero era como el hermano mayor que nunca había tenido.
Se acercó y rodeó mi cintura con su brazo, su palma descansando ligeramente
sobre mi cadera. Me tensé ante la extraña cercanía.
Romero me contempló, murmurando:
—¿Esto está bien?
—Sí. Simplemente no estoy acostumbrada a estar tan cerca de nadie más que
Luca —admití, avergonzada.
Asintió.
—Lo sé. ¿Estás lista para entrar?
Respiré hondo y caminamos juntos a mi primera clase como estudiante
universitaria, y como predije los chicos retrocedieron al momento en que me vieron
con Romero.

Estaba vertiginosa cuando regresamos a casa. No podía esperar para contarle a


Luca sobre mi día. Por primera vez tenía más que decirle que solo sobre mis aventuras
de compras o el libro que había estado leyendo.
El teléfono de Romero sonó y contestó después de un vistazo a la pantalla.
—Luca —dijo.
Me volví, curiosa.
Romero asintió.
—Lo haré. Sí, todo salió bien.
—¿Qué quería?
—Todavía está en la Esfera. Quiere que te lleve allí porque quiere llevarte a
nuestro dojo para entrenarte cuando haya terminado.
Mis ojos se abrieron por completo. Había pasado mucho tiempo desde que
Luca y yo habíamos practicado, pero ir a la universidad obviamente lo hizo
reconsiderar. Era inusual que Luca le hubiera dicho a Romero que me llevara a la
Esfera. Me quité la peluca y me solté el cabello. Estaba más salvaje de lo habitual.
Después de buscar ropa deportiva, nos dirigimos a la Esfera y Romero
estacionó el auto justo en frente de la entrada. Esta vez fue lo suficientemente rápido
para abrir mi puerta, y lo miré fijamente antes de dirigirme a la entrada. Era de tarde
así que el club no estaba abierto todavía, pero Jorge vigilaba la puerta a pesar de todo.
Su rostro oscuro registró sorpresa cuando me vio, especialmente vestida con jeans y
zapatillas. Ese no era mi atuendo habitual. Aunque no lo mencionó.
Entramos en el club, pasamos el guardarropa y luego al área principal. Los
colores dominantes eran el azul, blanco y negro. La barra del bar parecía haber sido
tallada en agua congelada, con un azul fluorescente pálido.
—Eso es nuevo —dije, sorprendida.
—Luca lo ha renovado recientemente. Para mantenernos en la cima,
necesitamos mantener nuestros clubes al día.
Mis ojos se dirigieron hacia las plataformas con postes en el medio.
—¿Y las bailarinas de tubo son necesarias para eso?
Romero se encogió de hombros.
—Envían a la multitud al éxtasis.
Luca no había mencionado que había renovado su club. Deseaba que
compartiera más de su vida diaria conmigo. Tendría que hablar con él al respecto,
hacerle ver que para que seamos socios todo el tiempo tenía que involucrarme más, y
no protegerme de todo lo relacionado con la Famiglia. Tal vez que me invitara a este
sitio era un comienzo.
Romero me llevó a la parte trasera de la Esfera, donde se ubicaban varios
cuartos privados y luego a una especie de oficina. Lo recordaba vagamente del
incidente de las drogas. Luca y Matteo estaban sentados en el borde del escritorio,
entablando una conversación. Luca me miró cuando entré, con los ojos fijos en mi
cabello y una mirada complacida cruzó su rostro.
—Gianna ha estado preguntando por ti —dijo Matteo a modo de saludo. La
culpa apretó mi estómago por mantener en secreto mi asistencia a la universidad, pero
Luca insistió en que involucráramos a la menor cantidad de personas posible durante
el mayor tiempo posible. Ella lo descubriría pronto, por supuesto, porque solíamos
pasar todos los días juntas.
—Lo sabe —dijo Luca.
—Te das cuenta que para el momento en que Gianna descubra que vas a la
universidad, también querrá eso —murmuró Matteo.
Me encogí de hombros.
—Entonces déjala. —Luca me envió una mirada de advertencia. Sabía que
todavía no confiaba en Gianna, pero ese era su problema.
—¿Cómo te fue? —preguntó Luca a medida que avanzaba hasta mí y me atraía
contra él para un beso posesivo. Sus ojos se fijaron en Romero, no en mí.
—Estuvo bien —respondí—. Romero fue el novio perfecto.
Luca rio entre dientes.
—¿Aria al menos te besuqueó? —preguntó Matteo con una sonrisa.
Romero se echó a reír.
Luca sonrió, después llevó su mirada dominante hacia mí. Mía, eso es lo que
decían sus ojos.

Romero se unió a Luca y a mí en el gimnasio, pero algunos otros soldados


también estaban allí cuando entramos en el viejo almacén.
Antes de unirme a Luca en el ring, Romero susurró:
—Usa tu velocidad. Luca nunca podrá moverse tan rápido como tú con tu
pequeño cuerpo.
Le envié una sonrisa antes de subir al ring. Luca no se había molestado en
ponerse una camisa esta vez y solo llevaba pantalones cortos de combate. Mis ojos se
perdieron por sus abdominales impresionantes, sus pectorales, y sus hombros anchos.
Al mirarlo, pude pensar en muchas cosas que preferiría estar haciendo que pelear. La
sonrisa en respuesta de Luca dejó claro que sabía exactamente lo que estaba pensando.
Incluso mi velocidad no fue suficiente para burlar a Luca. Parecía adivinar cada
uno de mis movimientos, y cuando caí de espaldas por lo que sentí como la centésima
vez con él agachado sobre mí, dejé escapar un suspiro de exasperación. Los ojos de
Luca lucían dominantes pero suaves cuando me miraron.
Entonces escuché a uno de los adolescentes, que había estado haciendo pesas
en el banco, decir algo en el sentido de que a él tampoco le importaría pelear conmigo,
y mi cuerpo se tensó ante la expresión de Luca.
Se puso de pie y me jaló con él.
Fue como si hubieran activado un interruptor cuando se enfrentó al grupo de
tres chicos. Tenían quizás dieciséis o diecisiete años, y sus caras reflejaron miedo al
momento en que se dieron cuenta que Luca los había escuchado.
Toqué ligeramente la muñeca de Luca.
—Luca, son niños.
Sus ojos se posaron en ellos, ignorándome.
—Son mis soldados.
Romero se movió hacia el ring y separó las cuerdas por mí.
—Vamos, Aria. —Dejé que me ayudara a salir del ring de boxeo.
Luca hizo un gesto para que los chicos se acercaran.
—Muéstrenme sus tatuajes —ordenó.
Uno tras otro, los chicos se sacaron las camisas sobre la cabeza, revelando el
tatuaje de la Famiglia en sus corazones. Eran más musculosos de lo que pensaba.
Luca señaló al más alto, y el chico no dudó en subirse al ring a pesar de que
parecía que iba a mearse encima. Era alto, pero solo alcanzaba la nariz de Luca.
—No va a lastimarlos, ¿verdad? —le pregunté a Romero, quien tenía los brazos
cruzados sobre su musculoso pecho y observaba todo sin piedad.
—Son sus soldados.
Como si eso respondiera a mi pregunta.
—Son niños.
—Dejaron de ser niños cuando fueron reclutados a la Famiglia.
—Querías pelear —dijo Luca con frialdad—. Ahora pelearás conmigo,
Demetrio.
El chico dudó solo un segundo antes de atacar. Luca esquivó el ataque, agarró
al chico y lo arrojó contra las cuerdas. Demetrio intentó detener su caída, pero Luca
le dio un puñetazo en las costillas. El chico se puso de rodillas con un jadeo de dolor,
pero Luca no tuvo piedad. Agarró al chico por la garganta y le dio un puñetazo en el
estómago. Demetrio cayó de rodillas, jadeando. Luca se colocó detrás del chico y
envolvió su brazo alrededor de su garganta con una mirada que envió un escalofrío
por mi espalda. Me estremecí cuando apretó su agarre hasta que la cara del niño se
puso roja. Romero agarró mi muñeca porque había hecho un movimiento para
interferir. ¿Iba a matar al chico?
Luca dio un paso atrás, relajando su agarre y Demetrio cayó hacia adelante,
tosiendo. Por unos momentos, yació tendido en el piso del ring, pero entonces Luca
extendió su mano y Demetrio la tomó. Luca lo levantó de un tirón y lo soltó. El chico
se apresuró a salir del ring. Luca señaló al siguiente chico.
—Orfeo.
El chico agachó la cabeza y se subió al ring. Me di la vuelta y regresé al
vestuario. Luca tenía que asegurarse que sus soldados lo respetaran, pero era difícil
verlo así. Eran niños. No era ingenua, sabía que los adolescentes en nuestro mundo
eran criados desde muy pequeños para ser duros. Tenían que ser hombres de la mafia,
pero no podía evitar preguntarme si Luca sería igual con un hijo. Mi padre siempre
había sido duro con Fabi, y dudaba que hubiera cambiado desde que me había mudado
a Nueva York.
Me di una ducha rápida, siempre incómoda en el vestuario porque sabía que lo
estaba cerrando para todos los demás mientras estuviera ahí dentro. Me puse la ropa
cuando la puerta se abrió. No tuve que alzar la vista para saber quién era. Cuando
levanté los ojos, Luca se paró frente a mí, su pecho cubierto de sudor y sangre, pero
su expresión había perdido la brutalidad. Me subí sobre el banco de madera entre
nosotros para que así estuviéramos al mismo nivel de ojos.
La mirada de Luca parpadeó con preguntas. Tracé mis dedos desde su sien
hasta su garganta y su mejilla. En un segundo era un monstruo, y al siguiente un
marido amoroso. Nunca entendería a Luca.
Me tocó la cintura.
—Necesitaban que se les enseñara una lección. Son jóvenes, pero eso no
evitará que los maten.
No dije nada, y las cejas de Luca se fruncieron.
—¿Aria?
—No puedo dejar de preguntarme cómo tratarás un día a tu hijo.
Se puso rígido.
—No quiero tener hijos.
Mis ojos se abrieron por completo. Nunca habíamos hablado de tener hijos.
Simplemente asumí que los tendríamos eventualmente… después de todo, Luca
necesitaba engendrar un heredero.
Sacudió la cabeza.
—Por ahora —enmendó—. O en los próximos diez años.
¿Diez años? Tendría treinta años entonces, todavía no sería vieja, pero pensé
que podríamos formar una familia antes de eso.
—Oh. —Fue todo lo que conseguí decir.
Luca buscó mis ojos.
—¿Quieres tener hijos antes de eso?
—Bueno, no de inmediato, ¿pero tal vez en cinco años?
No dijo nada, y decidí no presionar sobre el asunto ahora mismo. Todavía
podríamos abordar el tema cuando fuera el momento adecuado.
11
Luca
Traducido por M@r

Corregido por M.Arte

Siete meses después…

—L
a Organización ha aumentado su producción de LSD y éxtasis,
y parte de su mierda se abre camino en nuestro territorio. No
creo que sea por accidente —murmuré mientras señalaba el
correo electrónico que Durant me había enviado. Pittsburgh formaba parte del oeste
exterior de nuestro territorio, y había informado de las inconsistencias. Romero y
Matteo asintieron a medida que observaban mi portátil.
Sonó el teléfono de Aria, y miré hacia donde estaba encorvada sobre sus libros
en la esquina de mi oficina en la Esfera. Había tenido que pasar de ir a la universidad
a cursos en línea de contabilidad. Las cosas simplemente estaban demasiado tensas
con la Bratva y los jodidos clubes moteros para arriesgarse.
Contestó el celular y estaba a punto de volver mi atención a mi computadora
cuando su cara se puso blanca. Me levanté lentamente.
—Estaremos allí tan pronto como podamos, Lily.
Romero se puso rígido a mi lado ante la mención de la hermana de Aria, y le
disparé una mirada penetrante antes de moverme hacia Aria, que estaba sentada en el
sofá congelada. Me agaché frente a ella y sus ojos llenos de lágrimas se encontraron
con los míos.
—¿Tu madre? —supuse. Ludevica Scuderi había estado luchando una batalla
perdida contra el cáncer durante meses.
—Se está muriendo. No durará mucho tiempo. —Aria tragó, luchando por la
compostura.
—Volaremos de inmediato —le dije, luego me volví hacia Romero—. Prepara
todo. Necesitaré que vengas con nosotros. Alguien tiene que vigilar a Gianna mientras
yo vigilo a Aria.
Matteo enarcó una ceja oscura.
—Tienes que quedarte aquí para encargarte de los negocios, y los dos sabemos
que terminarás matando a Scuderi si te encuentras con él.
—Si lastima a Gianna…
Levanté una mano.
—No lo hará. Me aseguraré de ello, no te preocupes.

Gianna y su padre se pelearon desde el momento en que se vieron. Podría decir


que Scuderi la habría golpeado si no hubiera estado allí. Pero incluso sus peleas
constantes no me preocuparon tanto como las miradas que Romero le dio a Liliana
cada vez que pensaba que nadie estaba prestando atención. Era como su sombra
inmutable a lo largo de los días previos a la muerte de su madre, e incluso en el funeral.
Si no hubiera estado ocupado consolando a Aria, tal vez me hubiera dado cuenta de
adónde conduciría su atención.

Aria
Lily pasó el verano con nosotros en Nueva York después de la muerte de mi
madre, y estaba feliz teniéndola cerca, especialmente porque había perdido ese aire
triste que la envolvía después de un tiempo. Volvió a ser la hermana que conocía
amante de la vida. Debí haber sabido que Romero era la razón, pero había ignorado
todas las señales, esperando estar equivocada, hasta que la realidad me abofeteó un
día durante nuestras vacaciones en nuestra mansión en los Hamptons.
Luca y yo nos dirigíamos a almorzar en un pequeño bistró cercano cuando
recibió una llamada debido a un incidente de la Bratva y tuvo que irse a la ciudad sin
mí. Regresé a la mansión para preguntarle a mi hermana si en su lugar ella quería
acompañarme a almorzar.
—Lily, yo… —Me congelé cuando vi a Romero encima de Lily en el sofá, su
mano empujaba su camisa. Romero se echó hacia atrás, con los brazos cruzados frente
a la zona de la ingle, pero había visto el bulto.
Cerré la puerta, contenta de que Luca no estuviera aquí para verlos.
Lily intentó alisar su cabello rápidamente, pero no había nada que pudiera hacer
con sus labios hinchados.
—Esto no es lo que parece —dijo.
Levanté mis cejas y luego fulminé a Romero. Tuvo la decencia de parecer
culpable, como debería.
―¡Por eso es que no te quería a solas con ella, Romero! ¡Sabía que esto
sucedería!
―Lo haces sonar como si no tuviera nada que ver en esto. No solo lo hizo
Romero —murmuró Lily, pero solo podía mirar a Romero. Era un hombre. Una chica
más o una menos no quería decir nada, pero que Lily fuera atrapada con un hombre
antes del matrimonio sería su ruina. Él lo sabía—. De todos modos, ¿por qué
regresaste? ¿No deberías estar almorzando con tu esposo? —preguntó Lily.
No podía creerle. ¿Acaso no se daba cuenta en qué tipo de situación estaba
metida? ¿En qué tipo de situación me encontraba yo porque los había atrapado?
―¿Me estás culpando por esto? Luca recibió una llamada informándole que
había problemas en uno de los clubes. Algo con uno de los subjefes rusos, así que me
dejó en la entrada y se fue a Nueva York. Tienes suerte que él no entró.
—Si le dices a Luca… —comenzó Romero, como si no supiera lo que pasaría
si Luca descubriera que Romero había tocado a la hija del Consigliere de la
Organización, como si no supiera lo que pasaría con Romero por haber ido contra las
órdenes directas de Luca.
—No le diré —respondí con enojo—. Sé lo que tendrá que hacer si lo hago.
Romero ayudó a Lily a levantarse, y la mirada que compartieron me desgarró
el corazón porque sabía que no podían estar juntos. Romero se encontró con mi
mirada.
―Él es tu esposo. Le debes la verdad.
Mi interior se removió porque tenía razón, pero también sabía que no podía
decírselo a Luca. Sabía que no podía condenarlos a ambos, ni a él ni a Lily. Y más
que eso, no podía cargar a Luca de esa manera. Su familia y la Bratva aún seguían
dándoles suficientes problemas; no necesitaba el peso de tener que decidir qué hacer
con Romero. A Luca le gustaba Romero, lo valoraba como su mejor soldado. Si
descubría lo que Romero había hecho, se enfrentaría a una decisión con la que no
quería cargarlo.
Incluso cuando les advertí que se mantuvieran alejados el uno del otro, sabía
que era demasiado tarde para eso… pero tendría que esperar que las cosas se
resolvieran milagrosamente.

Unas semanas más tarde, después de que padre llamara a Lily para que volviera
a Chicago, las cosas realmente empeoraron.
Unos gritos me hicieron levantar los ojos de las carpetas con las ganancias
falsificadas de la Pergola de los últimos meses. Luca saltó de su silla y salió de la
oficina a toda prisa. Lo seguí de cerca.
Romero estaba golpeando a uno de los otros soldados.
—¡Oye! ¿Qué está pasando aquí? —gruñó Luca. Agarró los brazos de Romero
y se los sujetó detrás de la espalda—. ¿Romero qué demonios estás haciendo? Cálmate
de una puta vez.
Matteo se arrodilló junto al soldado herido, que estaba sangrando por una
herida en la cabeza y la nariz. Mis dedos en las carpetas con los libros falsificados se
apretaron. Que Romero estuviera así de exaltado, solo podía significar una cosa: Lily.
Matteo ayudó al soldado a levantarse y lo despidió, pero apenas les presté
atención.
Caminé hacia Romero.
—¿Pasó algo con Lily?
—Puedes soltarme ahora —le dijo a Luca, quien lo soltó, luego volvió sus ojos
entrecerrados hacia mí.
—¿Por qué Romero sabría si algo estuviera mal con Lily? —preguntó Luca
con cuidado.
No dije nada, manteniendo mis ojos en Romero, pero los ojos de Luca
permanecieron en mí.
—Tu padre ha arreglado un matrimonio con Benito Brasci para ella —
murmuró Romero.
Jadeé.
—¿Qué? ¡Nunca dijo nada de que estuviera buscando un marido para ella! —
Miré a Luca—. ¿O te mencionó algo a ti?
La expresión de Luca fue de piedra.
—No, no lo hizo. Pero en este preciso momento estoy más preocupado por el
hecho de que Romero sabe de esto antes que nadie y que casi mata a uno de mis
hombres por ello.
—Lily y yo nos estuvimos viendo durante el verano —dijo Romero, y mi
estómago dio un vuelco. Ahora que lo había admitido, Luca se daría cuenta que había
estado involucrada.
Matteo dejó escapar un silbido bajo.
Luca se acercó a la cara Romero.
—¿No me dijiste hace no mucho que no estabas interesado en ella? ¿Que no
habría ni un puto problema cuando ella estuviera cerca? Recuerdo esa maldita
conversación jodidamente bien, ¿y ahora estás diciéndome que estuviste viendo a
Liliana detrás de mi jodida espalda durante todo el puto verano?
Luca se veía asesino. Toqué su brazo y me posicioné a medio camino entre
ellos.
—Luca, por favor, no te enfades con Romero. Él y Lily no querían hacer nada
malo. Se enamoraron. Simplemente sucedió.
—¿Y tú lo sabías todo este tiempo? —murmuró Luca—. ¿Lo sabías y no me
lo dijiste? ¿No tuvimos una discusión sobre la lealtad y la confianza cuando ayudaste
a Gianna a huir?
Me puse blanca. Tenía razón. Para él era una traición que le ocultara algo así,
y no era como si no lo supiera.
—Son mis hermanas.
—Y yo tu jodido marido.
—Luca, ella no quería… —comenzó Romero.
Luca golpeó sus dedos contra el pecho de Romero.
—Permanece jodidamente lejos de esto. Tienes suerte de que no ponga una
bala en tu cabeza en este mismo segundo por ir en contra de mis órdenes.
—Oye, cálmate Luca. Tal vez no es tan malo como parece —dijo Matteo,
sorprendiéndome. Por lo general, era el que añadía combustible al fuego.
—Oh, sospecho que es exactamente tan malo como creo que es —murmuró
Luca. Sus ojos se fijaron en Romero—. Solo dime esto, ¿vamos a estar en problemas
en la noche de bodas de Liliana?
—Lily no se casará con ese tipo. ¿No tiene más de cincuenta? Es ridículo —
dije.
—Más de cincuenta y un pedazo de mierda asqueroso —agregó Matteo.
Luca fulminó a Romero.
—¿Habrá algún maldito problema en su noche de bodas?
—Dormí con Lily —dijo con calma. Me estremecí ante su admisión.
Luca maldijo.
—¿Por qué no pudiste mantener tu polla en tus pantalones? ¿No podrías al
menos haber dibujado una maldita línea en lugar de follártela?
—No me arrepiento —dijo Romero—. Ahora menos que nunca.
—Esto es un maldito desastre. ¿Te das cuenta lo que va a suceder si Benito
Brasci descubre que su esposa no es virgen? Scuderi se dará cuenta que ocurrió en
Nueva York y estaremos jodidos.
—No creo que vaya a ser un problema. Estuve junto a Brasci en un urinario
una vez. La polla de ese tipo es minúscula. No puede esperar que haya ninguna sangre
en las sábanas con esa pequeña salchicha. Liliana probablemente no se dará cuenta
que su polla está dentro de ella —bromeó Matteo.
Romero se abalanzó sobre Matteo.
Sobre Matteo. Se enfrentaron, con cuchillos apuntándose el uno al otro.
—¡Basta! —rugió Luca, separándolos—. Voy a matarlos como a perros
rabiosos si no se controlan ahora mismo.
—Empezó él —dijo Matteo. Tenía ese brillo en sus ojos. Ese brillo que me
recordaba lo que era. De lo que tanto Luca como él eran. Era fácil olvidarlo a veces
cuando nos sentábamos alrededor de la mesa del comedor como una familia normal.
—Tú lo provocaste —le dije—. Lo que dijiste fue horrible.
Matteo puso los ojos en blanco.
—Dios mío, estaba intentado aligerar el ánimo.
—Fallaste —dijo Luca con frialdad—. Ahora aparten los cuchillos. Los dos.
Romero enfundó su cuchillo y Matteo hizo lo mismo.
—No debí haberte pegado —dijo Romero con el tiempo.
Matteo asintió.
—Debería mantener la boca cerrada de vez en cuando.
—Pero no está embarazada, ¿verdad? —preguntó Luca después de un
momento.
Romero negó con la cabeza.
—Entonces, tal vez saldremos de esta ileso. Brasci quizás no se dé cuenta, y
hay maneras de hacer manchas de sangre falsas en las sábanas —dijo Luca. No miró
en mi dirección, aunque supuse que estaba pensando en nuestra noche de bodas, en
cómo había sangrado por mí, y ahora otra vez le había ocultado un secreto. Sabía que
no siempre me contaba todo lo que sucedía en la Famiglia, pero eso era diferente. Él
guardaba secretos para protegerme de los horrores de su mundo. Yo guardaba secretos
para proteger a mis hermanas.
—No va a casarse con ese hombre —dijo Romero.
Luca enarcó las cejas.
—¿Ah, no? ¿Estás pensando en parar a Scuderi? ¿Tal vez secuestrar a Lily y
casarte con ella?
Estaba claro que Romero estaba empeñado en arriesgarse a un conflicto con
Luca. Romero, que siempre había sido leal, el mejor soldado de Luca. Todo por culpa
de Lily. Debe amarla.
Toqué el brazo de Luca.
—Luca, por favor. ¿No puedes hablar con mi padre?
—¿Hablar con él y decirle qué? —gruñó Luca, con los ojos grises duros cuando
se posaron en mí—. ¿Que mi mejor soldado se ha follado a su hija y la quiere para él?
¿Que rompí mi promesa de proteger a Liliana y ahora ha perdido su maldito honor?
Eso iría jodidamente bien.
—No, pero podrías decirle que Gianna y yo queremos a nuestra hermana en
Nueva York con nosotras y si tal vez consideraría que se case con alguien de la
familia. No tienes que decirle quién de inmediato. Eso nos daría tiempo de pensar en
algo mejor.
—No puedo involucrarme. No es asunto mío. Y si tu padre ya prometió Liliana
a Brasci, no va a cambiar de opinión. Eso le haría quedar mal y ofendería a Brasci.
—¡Pero tenemos que hacer algo! —le rogué, apretando mi agarre.
—¡No voy a entrar en guerra por esto! —rugió Luca en respuesta, sacudiéndose
de mis manos cuando dio un paso atrás.
Me callé, aturdida por su feroz ira. No solo estaba dirigida a Romero, sino
también a mí.
—¡Maldita sea! —gruñó y volvió a su oficina.
Seguí a Luca. Desde que comencé a trabajar en los libros, a menudo trabajaba
en el escritorio de Luca cuando estaba fuera o incluso cuando estaba cerca. Cerré la
puerta. Luca se sentó en la silla de su escritorio y me contempló con el ceño fruncido.
Dudé en el medio de la habitación cuando me encontré una vez más con su
mirada furibunda.
—Pensé que habíamos acordado que no volverías a ocultarme secretos. No
después de lo que pasó con Gianna. ¿Recuerdas la promesa que me hiciste?
Lo hacía. Rodeé el escritorio y me detuve frente a Luca.
—Lo hago. Esperaba que las cosas se resolvieran por sí sola. Solo quería que
Lily fuera feliz. Romero y ella están enamorados. Es algo hermoso. Algo que no
quería destruir. —Me acomodé entre sus piernas y apoyé las palmas de las manos en
su pecho a medida que él se recostaba en la silla para escanear mi cara.
—¿Destruido por mí?
—Eres el Capo. Habrías evitado que Romero persiguiera a Lily. Tienes que
poner a la Famiglia de primero, pero yo no.
Se enderezó de modo que nuestras caras estuvieron al mismo nivel. Sus ojos
eran feroces.
—Tú deberías poner nuestro matrimonio de primero. ¿Y cuándo he puesto a la
Famiglia antes de ti? Debería, maldita sea, ni siquiera debería considerarte cuando
tomo decisiones que conciernen a la Famiglia, pero siempre lo hago y tú lo sabes.
—Lo sé —susurré—. ¿No tengo permitido algunos secretos? No quería
cargarte más encima de todo lo que está sucediendo, y no pensé que tendría que
casarse tan pronto.
—Cuando se trata de tus hermanos, nunca piensas las cosas hasta el final. Eres
demasiado emocional.
—Ocultarías un secreto por Matteo, ¿verdad?
—No me eches la culpa de esto —dijo en voz baja.
Pasé la mano por su cuello hasta su cabello oscuro. No se relajó bajo mi toque,
pero tampoco se apartó, lo cual tomé como una buena señal.
—Todos tienen secretos. Nunca te ocultaría algo relacionado con nuestra
relación.
—¿Estás segura que puedes dibujar una línea? —preguntó Luca.
Suspiré.
—Lo siento, Luca. Esto es todo lo que puedo decir. Vamos a encontrar una
salida a este lío.
—Tu hermana se casará con Brasci y fingirá ser virgen. Eso es todo lo que hay
que hacer. No vamos a resolver nada.
La voz de Luca no aceptaba discusión, pero la idea de dejar que Lily se llevara
la peor parte no me sentó bien.
—No podemos dejar que se case con ese hombre.
—Te casaste con un hombre al que temías porque era por el bien de la
Organización, Gianna se casó con un hombre que no quería, y ahora tu hermana Lily
tendrá que hacer lo mismo.
—No es lo mismo. Tenemos una edad similar, al igual que Gianna y Matteo, y
tú y Matteo no son sádicos con las mujeres.
—Pero no sabías eso antes de casarte conmigo, Aria. Me temías como al
demonio, te estremecías por mi toque, esperabas que te violara y te golpeara, y sin
embargo dijiste que sí. Hiciste lo que se esperaba porque conoces las reglas de nuestro
mundo, e incluso tu hermana Gianna aceptó su destino después de aquel incidente.
No puedes proteger a Lily de este mundo.
Presioné mi frente contra la de él.
—Te temía, pero me probaste que estaba equivocada. Me regalaste algo que
había creído imposible en nuestro mundo —susurré. Los ojos de Luca eran agudos y
más suaves que antes, pero la pizca de ira permaneció en su lugar—. Me regalaste
amor y ternura, y no hay palabras para expresar lo agradecida que me siento. Sé que
ambos son raros en nuestro mundo, y no quiero que pienses que doy por sentado tu
amor o tu confianza, porque no lo hago. Sé que es un honor que seas así conmigo.
Me quedé en silencio y Luca tampoco dijo nada, pero sus manos subieron hasta
mi cintura, el toque ligero. Tomé una de sus manos y presioné un beso en la cicatriz
de su palma.
—Estoy agradecida que estas manos siempre me traten con cuidado cuando
han tenido que realizar tantas acciones violentas.
Luca me acercó más, sus labios encontrando los míos, antes de retirarse de
nuevo y murmurar:
—Todavía estoy enojado contigo, pero aprecio lo que dijiste.
Asentí. Sabía que me perdonaría porque en el fondo comprendía que no había
ido en contra de él. Solo actué con preocupación por mi hermana.
12
Luca
Traducido por M@r

Corregido por M.Arte

fines de octubre, Aria y yo fuimos invitados a cenar a la casa de Dante

A dos días antes de que se suponía que Liliana se casaría con Brasci.
Hasta ahora nadie sospechaba nada, y solo podía esperar que siguiera
siendo así en su noche de bodas.
Se hizo evidente al momento en que pusimos un pie en su casa que Dante no
estaba tan feliz de tenerme en su hogar, y lo entendía. Su esposa estaba embarazada y
vulnerable, y en algún lugar de la casa dormía su hijo indefenso. Incluso si había paz
entre nosotros, eso no significaba que confiáramos mutuamente. Las cosas no habían
mejorado exactamente desde el comienzo de la tregua. A excepción de no atacarnos
unos a otros, apenas habíamos trabajado juntos en los últimos años, y si Liliana no
lograba convencer a Brasci de que era virgen, el resultado sería la guerra.
Aria y yo entramos en el vestíbulo de la villa de Cavallaro, y mis ojos hicieron
un rápido vistazo a nuestros alrededores. Valentina estaba muy embarazada. Abrazó
a Aria y luego se volvió hacia mí con una sonrisa más contenida. Era una mujer muy
controlada, no tanto como Dante, por supuesto, pero nadie lo era. A pesar de su
moderación, no pudo ocultar su inquietud a mi alrededor. Besé su mano, evitándole
la decisión de si debería abrazarme. La forma en que ese pequeño beso ya había hecho
que Dante se tensara, fue para mejor que no la hubiera abrazado.
Mis ojos se dispararon hacia Aria. Si estuviera embarazada, no tendría a Dante
en ningún lugar cerca de ella, pero Aria no lo estaba y me alegraba. La vida era
demasiado peligrosa en este momento, y en realidad no estaba hecho para ser padre.
—Es un placer tenerlos de invitados —dijo Valentina con una sonrisa pequeña.
Dante inclinó la cabeza, pero sus ojos enviaron un mensaje muy diferente. Mi agarre
en la mano de Aria se apretó cuando los seguimos hasta el comedor y nos
acomodamos alrededor de la mesa. Dante y yo nos sentamos uno frente al otro, y mis
músculos se tensaron por su expresión.
—Tu hermana será una novia hermosa —dijo Valentina, intentando romper el
silencio tenso.
—Tal vez sirva de distracción al hecho de que fue entregada a un anciano como
si fuera un trozo de carne —dijo Aria con una mirada aguda hacia Dante.
Apreté su mano en advertencia, pero no apartó la mirada de Dante. Tampoco
lo hice porque quería asegurarme de saber cuándo tendría que sacar mi arma.
—Tu padre quiere lo mejor para…
—Él mismo —interrumpió Aria a Dante, y apreté mi agarre. Hizo una mueca,
pero aun así, no se detuvo—. Después de todo, consiguió una niñata de novia a cambio
de vender a mi hermana.
—Aria, eso es suficiente. —Mi voz sonó aguda como un látigo.
Sus ojos finalmente me encontraron. Si hubiéramos estado solos podría
haberme enfrentado, pero estábamos en una habitación con Dante y sabía que tenía
que mostrar fuerza frente a él. De mala gana, bajó los ojos, tragando con fuerza.
Después de un momento, se volvió hacia Dante.
—Lo siento. No quise faltarte al respeto.
Dante asintió brevemente. Las criadas aparecieron con la comida un segundo
demasiado tarde. Nos las arreglamos para pasar el resto de la cena sin más incidentes,
y Val y Aria pronto entablaron una conversación relajada sobre el sur de Italia, a la
que Dante y yo pudimos unirnos sin ningún riesgo a más conflictos.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo y lo saqué, arriesgándome a echarle un vistazo.
Era Matteo. Levanté mi teléfono.
—Tengo que atender esto —dije a medida que me levantaba de mi silla y salía
del comedor y entraba en el vestíbulo. Los ojos de Dante me siguieron. Obviamente
no le gustaba la idea de que caminara solo por su casa, pero no tenía ninguna razón
para preocuparse. Si hubiera pensado en algo engañoso, no habría dejado a Aria sola
en una mesa con él.
—¿Matteo? ¿Qué pasa?
—Estoy preocupado por Romero. Parece que va a perder la cabeza. No estoy
seguro que sea una buena idea llevarlo a Chicago con nosotros.
Suspiré.
—Lo sé. Asegúrate que no haga algo estúpido.
—No estoy seguro que sea el hombre más adecuado para el trabajo.
—Me importa un carajo —murmuré en voz baja—. Estoy ocupado aquí.
Colgué, queriendo volver a Aria. Que estuviera sola con Dante y Val no me
sentaba bien.
Un movimiento arriba en las escaleras me puso tenso y me volví hacia la fuente,
mi cuerpo ya en alerta máxima. Me detuve con la mano en el arma, y entonces la bajé
lentamente cuando vi a una niña pequeña en el último escalón. La hija de Dante, Anna.
—¿Dónde están mamá y papá? —susurró.
—En el comedor —respondí, sin moverme. Sus ojos verdes me escanearon de
pies a cabeza, y esperé que no empezara a llorar. No pensaba que Dante esperaría una
explicación antes de que intentara dispararme, y a decir verdad, no estaba ansioso por
matarlo delante de su hija.
—¿Quién eres? —preguntó de forma acusadora, y tuve que reprimir una
carcajada.
—Soy el marido de tu madrina Aria.
Una sonrisa se extendió en el rostro de la niña y tropezó hacia adelante. Me
moví sin pensar y detuve su caída rodeando su cuerpo con mi brazo y levantándola.
No lloró como esperaba. En cambio, envolvió sus brazos alrededor de mi cuello.
—¿Aria está con mamá y papá?
Asentí mientras intentaba dejarla en el piso, pero solo se aferró a mí.
—¡No! —protestó—. ¡Llévame a Aria!
Miré a la niña.
—¿Esa es una orden?
Asintió bruscamente.
Suspirando, la sostuve contra mí con un brazo a medida que volvía al comedor.
A Dante no le gustaría esto, pero si la niña empezaba a llorar porque no hice lo que
quería, las cosas se pondrían aún más feas.
Para el momento en que entré en el comedor con la niña, Dante se levantó y
sus ojos habrían enviado a la mayoría de la gente a correr.
—Bajó las escaleras y quería que la trajera con Aria —dije con firmeza. Me di
cuenta que Dante era protector. Mierda, probablemente habría puesto una bala en su
cabeza si nuestras posiciones se hubieran invertido.
Aria se puso de pie, probablemente para ir a mí, pero Dante negó con la cabeza
y se quedó inmóvil.
La furia me atravesó y me costó jodidamente mucho controlarla. Desaté los
brazos de Anna y la bajé.
—Gracias —dijo con una gran sonrisa antes de comenzar a correr hacia Aria,
sin darse cuenta de la tensión en la habitación. Valentina agarró el brazo de Dante y
tiró de él hasta que finalmente se dejó caer en su silla. Anna saltó sobre Aria, quien
abrazó a la niña contra su pecho y le besó la mejilla. Aria parecía jodidamente
extasiada con la niña en sus brazos.
Me acerqué a la mesa lentamente, aún desconfiando de Dante, y sus ojos me
dijeron que compartía el sentimiento. Aria me dio una mirada significativa.
—Dante, quizás ahora sea un buen momento para hablar en privado —dije en
tono civilizado.
Dante asintió bruscamente y se puso de pie.
Val tocó su antebrazo brevemente, y capté la advertencia en su mirada. Aria,
también, me estaba rogando con sus ojos que me controlara.
Dante y yo salimos de la habitación y me llevó al jardín. El frío ayudó a
despejar mi mente.
—Soy muy consciente que no te gusto cerca de tu esposa y tu hija —dije—. A
mí tampoco me gustas alrededor de Aria.
Dante inclinó la cabeza.
—Estamos en paz, pero en el pasado eso no siempre ha evitado los accidentes.
Probablemente se refería a la tregua entre la Famiglia, la Camorra y la
Organización que la Camorra había roto al asesinar a la esposa del Jefe de la
Organización. Eso había sucedido hace sesenta años, pero algunas cosas eran
recordadas.
—Ambos somos hombres de honor, Dante. No te gusto y no me gustas, pero
puedo asegurarte que tu esposa e hijos están a salvo de mí. No me aprovecho de los
débiles.
Dante me dio una sonrisa con los labios cerrados.
—¿Seguirá siendo así si la tregua se rompiera alguna vez entre nosotros?
—Podría preguntarte lo mismo, ¿Aria estaría a salvo si hubiera una guerra entre
nosotros?
Dante no dijo nada porque los dos sabíamos que la guerra era una bestia
impredecible.
—Estaría a salvo de ciertas cosas en mi territorio incluso en tiempos de guerra.
Ninguna mujer, enemiga o no, jamás tendrá que temer la violación en mi territorio.
—Eso es algo que también puedo garantizar.
Ninguno de los dos dijo nada más porque realmente no había nada más que
decir. Sabía que las voces en la Organización que querían cancelar la tregua se habían
hecho más fuertes, así como lo habían hecho en la Famiglia. Era un odio viejo que
solo había sido enterrado, pero no olvidado.

Había asistido a innumerables bodas desde una edad temprana. Todas habían
sido tensas hasta cierto punto, como era de esperar con los matrimonios arreglados,
pero la boda de Scuderi con la chica Brasci la superaba a todas. La niña era más joven
que Aria, y el padre de Aria tenía más de cincuenta años. Era enfermo incluso para
nuestros estándares. Pero eso por sí solo no me hubiera puesto tenso. No, eso era todo
gracias a Romero y Lily. Ambos se habían ido después de la ceremonia. No hacía falta
ser un genio para adivinar lo que estaban haciendo. A la mierda con ellos. ¡Se suponía
que ella se casaría con Brasci mañana!
—No lo entiendo. Es menor que dos de sus hijas —dije asintiendo hacia
Scuderi y su esposa demasiado joven. Él estaba sonriendo abiertamente. No algo de
extrañar. Llegaría a hacer estallar la cereza de una niña treinta años menor que él.
—Algunas tradiciones son más difíciles de cambiar que otras —dijo Dante,
pero capté el indicio de desaprobación por la elección de su Consigliere. Habíamos
vuelto a ser civilizados, al menos frente a nuestros hombres reunidos. No sería bueno
enviarles el mensaje equivocado. Brasci y Scuderi habían hecho los arreglos y, como
sabía muy bien, la influencia de un Capo con respecto a los asuntos familiares era
muy limitada.
—Me alegra que Valentina esté cerca de mi edad. Hace que sea más fácil
encontrar temas para discutir —dijo Dante.
Asentí. Se había casado con una mujer que había estado casada antes. Eso había
roto con la tradición, pero fue su elección. Aun así, no podía obligar a los demás a
tomar la misma elección. Si hubiera sido por mí, habría detenido la tradición de las
sábanas ensangrentadas hace mucho tiempo, pero tenía una familia a la que necesitaba
aplacar. Capo o no, necesitaba su apoyo. Gobernar sobre la Costa Este no era un
espectáculo de un solo hombre.
Su atención se movió más allá de mí hacia una niña joven, quizás de doce o
trece años, con el mismo cabello rubio que Dante. A menudo me preguntaba por qué
la Organización tenía tantas rubias. Tal vez era porque muchas de las familias eran
originarias de Génova y Bolonia al norte de Italia. La niña se nos acercó. Se
desenvolvía con un orgullo sorprendente por alguien tan joven, pero no se encontró
con mi mirada, solo hizo una breve reverencia antes de volverse hacia Dante.
—Mamá me dijo que te encontrara para un baile —dijo con voz alegre. Sus
ojos se lanzaron hacia mí, sus mejillas sonrojándose. Este debe haber sido uno de sus
primeros eventos sociales. Era obvio que no estaba acostumbrada a los hombres que
no pertenecían a su familia. Y sabía por qué la habían enviado, la hermana de Dante
probablemente había captado la tensión subyacente entre su hermano y yo.
Dante puso una mano en el hombro de la niña.
—Esta es mi sobrina, Serafina —la presentó. Su voz albergando una protección
obvia. Ella cuadró sus hombros y se encontró con mi mirada.
—Es un placer conocerlo, señor.
Negué con la cabeza.
—No soy tan viejo.
Dante entrecerró los ojos y tuve que contener una sonrisa. Su familia era muy
estricta con el comportamiento adecuado, pero ese exterior adecuado era una fachada
y ambos lo sabíamos. Dante albergaba los mismos demonios que yo.
—Si nos disculpas. —No esperó mi respuesta; en cambio, se llevó a la niña y
se dispuso a bailar con ella.
Les di la espalda y vi que Romero se dirigía hacia Lily una vez más. ¿No habían
tenido suficiente? Si ambos desaparecían de la boda dos veces juntos, las cosas se
verían realmente mal. Ese era un encuentro que no podía permitir, no frente a la
Organización reunida. Me adelanté y alcancé a Lily primero.
—Baila conmigo —le ordené. No era así como usualmente le pedía a una mujer
que baile, pero ya estaba perdiendo mi maldita paciencia otra vez. Sus ojos se abrieron
por completo, pero tomó mi mano. La llevé a una parte menos concurrida de la pista
de baile antes de atraerla hacia mí, más cerca de lo que era correcto, pero no quería
que la gente escuchara nuestra conversación.
Estaba tensa en mi agarre, y un leve rubor cubrió sus mejillas. ¿Estaba
avergonzada porque sabía lo que había hecho? No me habría importado que hubiera
follado antes de su boda si no hubiera elegido a unos de mis soldados para deshonrarla.
Ese era un maldito problema, mi jodido problema.
—¿Seguirás con este matrimonio? Romero y tú desaparecieron por un tiempo.
—Sí. Me casaré con Benito, no te preocupes —dijo en voz baja, pero su cuerpo
se puso rígido en mi agarre. Estaba asustada. Su rostro se parecía al de Aria en algunos
aspectos, y ambas se mordían su labio inferior de la misma manera cuando estaban
ansiosas. Maldición.
—No tienes que estar casada con él para siempre —dije porque sabía que Aria
no dejaría de preocuparse ni por un segundo mientras Lily estuviera casada con
Brasci.
Lily sacudió la cabeza ligeramente, sus ojos encontrándose con los míos.
—Padre nunca aceptaría un divorcio.
Tenía razón. A Scuderi nunca le había importado la felicidad de sus hijas. Para
él eran algo con lo que podía negociar, un activo que podía usar para su ventaja. Si
fuera un padre decente, jamás habría aceptado casar a Aria conmigo. Mi reputación
me precedía y no podría haberle dado ninguna duda de que destruiría a su hija.
—Hay otras maneras de salir de un matrimonio que el divorcio. A veces la
gente muere —dije, pero la respuesta de Lily dejó en claro que no había captado mi
indirecta.
—No es tan viejo.
Levanté una ceja.
—A veces la gente muere de todos modos.
Vaciló en sus pasos pero la seguí balanceando. Tenía que trabajar en su cara de
póquer.
—¿Por qué no puede morir antes de mi boda? —preguntó, sus ojos rogándome,
pero ni siquiera por Aria podía hacer que eso suceda. Si dejaba que Romero mate a
Brasci, cosa que con mucho gusto haría, como se veía en las miradas de muerte que
enviaba al viejo hijo de puta cada vez que se sentía no observado, habría guerra.
—Eso parecería sospechoso. Espera unos meses. El tiempo pasará
rápidamente, confía en mí.
Se estremeció contra mí.
—Romero no me querrá entonces.
No podía discutir con eso. No estaba seguro si Romero querría a Lily después
de que Brasci se la hubiera follado durante meses. Era una cosa difícil de digerir. Si
la amaba, podría ignorarlo, pero no sabía el alcance de sus sentimientos. Dudaba que
hubiera tomado la virginidad de Lily si no hubiera albergado sentimientos por ella.
Romero era demasiado honorable para eso, pero a veces los sentimientos cambiaban.
—También hay buenos hombres en la Organización. Encontrarás la felicidad
de nuevo. Estás haciendo lo correcto al casarte con Benito. Estás previniendo la guerra
y protegiendo a Romero de sí mismo. Eso es muy valiente de tu parte —le dije.
No era ningún tipo de consuelo para ella, y lo sabía, pero era el Capo de la
Famiglia, y no me correspondía proteger a Lily, incluso si el pensamiento no me
sentaba bien. No merecía ese destino, pero en nuestras vidas a menudo nos repartían
cartas de mierda.
La devolví a su mesa. Aria captó mi atención desde donde estaba apoyada
contra la pared, conversando con Valentina.
Algo en mi expresión debe haber mostrado a Aria que no había cambiado de
opinión sobre su hermana y Romero. No podía arriesgar todo por sus sentimientos.
Romero había ido en contra de mis órdenes directas al perseguir a Lily. Que no
lo hubiera castigado con dureza ya era más de lo que otros habrían recibido de mí a
cambio. El rostro de Aria se llenó de resignación y decepción. No intentaría discutir
conmigo otra vez, pero sabía que no le gustaba mi decisión. Después de su primera
disculpa por ocultarme todo, intentó convencerme de que ayudara a su hermana, pero
cuando me negué, se alejó. Se retrajo, y no había hecho ningún movimiento para
suavizar las cosas entre nosotros. Después de todo, era el único que tenía motivos para
estar enojado.
—Aria y tú han estado casados por más tiempo que Dante y Valentina, y aun
así están esperando su segundo hijo y Aria ni siquiera está embarazada todavía —dijo
Scuderi bruscamente a medida que avanzaba hacia mí. Habíamos estado casados por
más de cuatro años, y sabía que la gente de la Famiglia se preguntaba cuándo Aria
finalmente quedaría embarazada, pero no tenía la intención de ser padre pronto.
Disfrutaba teniendo a Aria para mí solo, y todavía era joven, solo tenía veintidós años.
Teníamos mucho tiempo.
Entrecerré los ojos cuando lo vi.
—Eso no es asunto tuyo. Ahora solo deberías preocuparte por tu esposa nueva.
—Estará embarazada antes que Aria, puedo garantizarte eso —dijo Scuderi con
una mirada asquerosamente lasciva a su esposa, que estaba entre las chicas de su edad.
Soldados de la Organización que no conocía se unieron a nosotros y usé la
excusa para irme. Habría cortado la lengua de Scuderi si hubiera hablado con él un
momento más. No era asunto suyo, ni de nadie cuándo Aria y yo decidíamos que era
hora de formar una familia. Mi padre había sido una maldita pesadilla y no estaba
seguro que no lo hubiera heredado. No estaba seguro si quería someter a mis hijos a
ese tipo de cosas. Eventualmente, podría necesitar un heredero, pero definitivamente
no pronto.

Aria
Lily era un espectáculo digno de contemplar en su vestido de novia, un
espectáculo que rompió mi corazón en pedazos porque no le permitieron casarse con
el hombre que amaba.
—Luces hermosa —le dije mientras le colocaba el velo sobre los hombros. Su
rostro reflejaba miseria cuando se encontró con mi mirada en el espejo. Me había
sentido de la misma manera el día de mi boda, había estado aterrorizada y
desesperada, pero a diferencia de Lily no había tenido a alguien con quien quisiera
casarme. El matrimonio de Lily no resultaría ser una bendición disfrazada como lo
había sido mi matrimonio con Luca. No había palabras de consuelo que pudiera
ofrecer a mi hermana que no hubieran sonado falsas.
—Esto es una mierda —murmuró Gianna. Tocó el hombro de Lily—. Lily vete
de una puta vez de aquí. Déjanos ayudarte. ¿Cuál es el punto de estar casadas con el
Capo y el Consigliere de la familia si no los podemos obligar a comenzar una guerra
por nuestra hermana pequeña? Vas a ser miserable.
Gianna sabía que había intentado todo lo que podía para convencer a Luca, y
tampoco había dejado de molestar a Matteo, pero fue en vano. No podía ir a espaldas
de Luca una vez más, no cuando él todavía estaba herido porque había mantenido en
secreto la relación de Lily con Romero. Era tan difícil cuidar de mi familia como
quería y no ir en contra de Luca.
—Luca dijo que me podría deshacer de Benito en unos meses cuando ya no
pareciera sospechoso —susurró Lily. ¿Unos meses? La mera idea de tener que
soportar el toque de Brasci envió escalofríos de asco por mi espalda, y sabía que Lily
sentía lo mismo.
Gianna resopló.
—Oh seguro, ¿y qué pasará hasta entonces? Dios mío, ¿Luca podría ser más
idiota?
Luca era el Capo. Estaba dispuesto a ponerme ante la Famiglia, pero eso era
todo. No ayudaría a Lily, sin importar lo mucho que le rogara.
―¿Luca y tú aún están peleando? —preguntó Lily.
―No lo llamaría una “pelea”. Básicamente nos estamos ignorando. Está
enojado conmigo por haberle ocultado el secreto de tu asunto con Romero, y yo estoy
enojada con él por hacer que te cases con Brasci. —Aunque ignorarlo tampoco era
del todo cierto. Hablábamos y dormíamos juntos, pero había una barrera entre
nosotros, un muro invisible de decepción y dolor.
―Él no me está obligando, Aria. Lo hace padre. Luca está actuando como un
Capo debería hacerlo. No soy su responsabilidad, pero la Famiglia sí.
Sabía que tenía razón, pero no me gustaba. No me gustaba que las mujeres
siempre tuviéramos que pagar el precio para que los hombres pudieran permanecer en
el poder.
―Buen Dios, realmente aprendiste de Romero. Por favor, dime que en serio
no crees lo que acabas de decir ―dijo Gianna.
―No voy a dejar que todos ustedes arriesguen todo por mí.
Gianna se golpeó la frente con exasperación.
―Queremos arriesgarlo todo por ti. Pero tienes que dejarnos.
No estaba segura qué hacer si Lily decía que sí. Tendría que decírselo a Luca
si ayudábamos a Lily a escapar. Estaba demasiado asustada a perderlo
completamente.
Alguien llamó y un momento después, Maria, la chica con la que se había
casado mi padre, asomó la cabeza.
―Ya tienes que salir.
Desapareció sin otra palabra. Me estremecí cuando pensé en que mi padre
estaba casado con una niña de la edad de Lily. Estaba mal.
―No puedo creer que padre se casó con ella ―dijo Gianna, reflejando mis
pensamientos―. No me agrada pero aun así me siento mal por ella. Padre es un
bastardo.
Lily bajó su velo sobre su cara.
―Deberíamos irnos.
—Lily —comencé, sin estar segura de lo que quería decirle, cómo mejorar esta
situación; pero antes de que pudiera pronunciar otra palabra, enderezó su espalda,
parpadeó y avanzó hacia la puerta. Afuera nuestro padre ya estaba esperando para
llevarla por el pasillo. Le envié una mirada fulminante. Los días en que sentí respeto
o incluso temor por él se habían ido. Era la raíz de nuestra miseria, y por eso nunca lo
perdonaría.
13
Aria
Traducido por Masi, Smile.8 y Lyla

Corregido por Masi

L
as celebraciones de la boda pasaron en un borrón y cuando sonaron los
primeros gritos que pedían al novio que se acostara con la novia, me
sentí enferma. Lily intentó parecer fuerte, pero podía ver detrás de su
máscara, podía ver el terror y el miedo, y eso me rompió. Matteo prácticamente tuvo
que sostener a Gianna en su lugar para evitar que siguiera a nuestra hermana, pero yo
me quedé congelada.
Indefensión. No era la primera vez que la sentía, pero hoy alcanzó nuevos
niveles.
—Vamos —dijo Luca en voz baja, cuando Brasci y Lily habían desaparecido
en su habitación compartida. Su mano se sintió cálida cuando se cerró alrededor de la
mía, y le permití que me guiara hacia nuestra propia habitación en la mansión de
Brasci. No deberíamos haber aceptado la sugerencia de mi padre a pasar la noche allí.
La puerta se cerró detrás de nosotros, y mi garganta se atascó. Me aparté de Luca y
caminé hacia la cama. Recordé nuestra primera noche en una habitación juntos,
nuestra noche de bodas.
Había estado aterrorizada de Luca, de consumar nuestro matrimonio, pero Luca
había mostrado amabilidad, me había tratado con respeto y había continuado
haciéndolo desde que estábamos casados. Había tenido suerte.
Lily no sería tan afortunada. Brasci era un pedazo de mierda desagradable, o
así era como Matteo lo había puesto. Lo había visto en sus ojos. Sabía que la violación
todavía era común en algunos matrimonios en nuestro mundo. No era dicho por ese
nombre porque nuestras tradiciones anticuadas todavía veían el cuerpo de la mujer
como una posesión del marido, pero era una presencia oscura en la vida de muchas
mujeres. Gianna y yo habíamos tenido suerte. Siempre había pensado que Lily
también la tendría. Me había equivocado.
Comencé a llorar por Lily, y por Romero. Por su amor imposible. No dejé que
mi mente vagara a lo que podría estar sucediendo en el dormitorio al final del pasillo.
No podía soportarlo. Luca vino detrás de mí y me puso las manos en los hombros
como había hecho en nuestra noche de bodas hace más de cuatro años. En ese entonces
su toque no me había traído consuelo, pero ahora lo hizo.
—Aria —murmuró él.
Su tono suave me hizo llorar aún más fuerte, y deslizó un brazo alrededor de
mi cintura y me atrajo contra él. Era cálido y fuerte. Sus labios rozaron mi mejilla,
que estaba mojada por las lágrimas.
—Es injusto —susurré a través de mi garganta obstruida—. Es casi como si me
hubieran concedido toda la buena suerte a mí y a Gianna, y ahora no quedara nada
para Lily.
Luca me dio la vuelta para enfrentarlo e inclinó mi cabeza hacia arriba. Su
rostro era amable.
—No te culpes, Aria. No tiene nada que ver con la suerte o el destino. La vida
es injusta, así es como es.
—No —dije con dureza—. No es así para todos. No es así para los hombres.
¿Estabas aterrorizado antes de nuestra noche de bodas? No. Probablemente estabas
emocionado porque querías reclamarme.
Luca suspiró y limpió las lágrimas de mi mejilla.
—Sí, estaba emocionado, Aria, hasta el momento en que me di cuenta que
estabas aterrorizada, y lo sabes.
—Lo sé —dije—. Pero a Brasci no le importará que Lily esté aterrorizada.
Nada le impedirá violarla.
Luca se agachó hasta que nuestras frentes se tocaron.
—Mierda, Aria. ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que saque al imbécil de esa
habitación y le corte la garganta? Porque justo en este puto momento, quiero hacerlo
porque odio verte tan devastada. Lo único que me detiene es saber que arriesgaría tu
vida. Si mato a Brasci o si Romero lo mata, entonces estaremos en guerra con la
Organización.
—Tal vez no tengamos que matarlo… —Me callé, dándome cuenta de lo tonto
que era. Brasci no dejaría que Lily deje el dormitorio. Como mínimo tendríamos que
noquearlo, y eso también llevaría a la guerra.
Incliné mi cabeza hacia arriba y rocé mis labios sobre los de Luca. Sus cejas se
fruncieron.
—¿Por qué es eso?
Forcé una sonrisa temblorosa.
—Por querer arriesgarlo todo por mí. No te merezco.
Sacudió la cabeza, pero el timbre de su celular le impidió decir algo. Se llevó
el teléfono a su oreja y su rostro se transformó en una máscara de sorpresa, luego furia.
—¡Maldita sea, Romero! —gruñó. Di un paso atrás, mi pulso acelerado—.
Entonces déjame aclarar esto… ¿estás en una habitación con Lily y Benito?
Hubo una respuesta en el otro extremo.
—¡Maldita sea! —gruñó Luca. Colgó y bajó el teléfono.
Luego se volvió hacia mí.
—¿Le pasó algo a Lily? —susurré.
Él me miró enfurecido.
—¡Ella y Romero comenzaron la guerra con la Organización!

Luca
Aria se me quedó mirando sin comprender.
—¿Qué quieres decir? —Parecía asustada, pero probablemente por las razones
equivocadas. Apostaba a que toda su preocupación era por su hermana.
—Romero mató a Brasci. Está con tu hermana ahora mismo.
Aria no dijo nada, pero el alivio se reflejó en su rostro. No la culpaba. A ella
solo le importaba la seguridad de su hermana. No sabía lo que eso significaba, no
sabía que Romero me había obligado a tomar una decisión que nunca había querido
tomar.
—Ahora tendremos que ir con ellos —le dije a medida que recogía mis armas
y cuchillos y los colocaba en las fundas de mi pecho, espalda y pantorrillas.
Aria me observaba con preocupación creciente.
—Tendremos que huir, ¿verdad? Si Brasci está muerto, Dante nos declarará la
guerra.
Asentí brevemente y luego le tendí la mano para que la tome. Esa era una
opción. La otra era mostrar a Dante que no aprobaba las acciones de Romero.
—Vamos. Tenemos que darnos prisa.
Deslizó su pequeña mano en la mía, y la llevé fuera de nuestra habitación y por
el pasillo donde se suponía que Liliana y Brasci pasarían la noche de bodas.
Escudriñé nuestros alrededores y escuché en busca de ruidos sospechosos, pero
solo se prolongó el sonido de la música y la risa distante. La fiesta todavía estaba en
todo su esplendor. Mi boca se tensó. Siete años. Ese era el tiempo que habíamos
logrado mantener la paz entre la Organización y la Famiglia, y esta noche la enemistad
volvería a florecer una vez más, probablemente peor que antes. Dante era un hombre
orgulloso, y tendría que tomar represalias. Si alguien matara a uno de mis hombres en
mi territorio, los cazaría y los cortaría en pedazos.
Aria estaba sorprendentemente tranquila a mi lado. Tal vez se daba cuenta del
peligro de la situación.
Llamé a la puerta de la habitación y Romero la abrió un momento después.
Aria me soltó la mano y se deslizó dentro, apresurándose hacia su hermana que estaba
sentada en el borde de la cama.
Romero se encontró con mi mirada, y no intentó parecer que sintiera pena. Al
menos estaba siendo honesto. Pasé junto a él para entrar en la habitación.
—Dios mío, Lily. ¿Qué pasó? ¿Estás bien? —preguntó Aria, pero yo solo tenía
ojos para el cadáver en el centro del dormitorio. Brasci yacía de lado, y un abridor de
cartas sobresalía de su estómago. Avancé más y me agaché para echar un vistazo más
de cerca. El abridor de cartas no había matado a Brasci. Un cuchillo había entrado
justo debajo de sus costillas y le había perforado el corazón. Como esperaba, eso era
lo que Romero había hecho.
Levanté mi mirada hacia Liliana, quien estaba inmóvil.
—¿Qué pasó aquí?
Miró a Romero como si no estuviera segura qué mentira decir. No podía
creerles.
—¡Quiero la puta verdad!
—Luca —me regañó Aria—. Lily obviamente está en shock. Dale un
momento.
—No tenemos ni un maldito momento. Tenemos a un miembro de la
Organización muerto en una habitación con nosotros. Las cosas se pondrán feas muy
pronto.
Aria se volvió hacia su hermana.
—Lily, ¿estás bien?
—Estoy bien. No tuvo tiempo de hacerme daño.
No me importaba ni mierda nada de esto. Estábamos en un gran problema. Al
matar a Brasci, Romero había traído toda la ira de la Organización sobre nosotros en
un momento en que ya estábamos en guerra con la Bratva, por no mencionar que
algunos clubes moteros seguían dándonos problemas en Atlanta, Charleston e incluso
en Nueva Jersey.
—Basta —gruñí, perdiendo mi jodida paciencia con todos ellos. Fulminé a
Romero—. Quiero respuestas. Recuerda tu juramento.
La mirada de Romero era firme. Siempre había sido un buen soldado hasta
ahora, pero esto no era un desastre pequeño. Para lo que hizo hoy, solo había una
consecuencia lógica, y ambos lo sabíamos.
—Siempre lo hago.
Señalé a Brasci.
—Eso no lo parece. ¿O estás diciendo que Liliana hizo esto sola?
Romero negó con la cabeza.
—Liliana es inocente. Benito todavía estaba vivo cuando llegué. Lo apuñaló
con el abrecartas cuando la atacó. Fue en defensa propia.
Claro.
—¿En defensa propia? —repetí. Dudaba que Brasci hubiera hecho algo que
nadie en esta casa no hubiera esperado que hiciera. Estas eran las reglas de nuestro
mundo. Entrecerré mis ojos sobre Liliana—. ¿Qué te hizo?
—Intentó abusar de ella —dijo Romero.
—¡No te pregunté! —gruñí. Aria intentó apaciguarme con una mano en mi
brazo, pero no tenía intención de calmarme. Esta no era una transgresión menor. Que
Liliana hubiera apuñalado a Brasci le habría causado grandes problemas por haberle
negado algo a lo que tenía derecho como marido—. Y si él intentaba consumar el
matrimonio, nadie en esta puta casa lo verá como defensa propia. Benito tenía todo el
puto derecho a su cuerpo. ¡Era su marido, por amor de Dios!
Romero dio un paso adelante pero se detuvo. Lo miré fijamente, desafiándolo
a atacar como quería. Eso me quitaría esta jodida decisión de mis manos.
—No puedes estar hablando en serio —dijo Aria, con ojos implorantes.
Sabía tanto como yo lo que se esperaba en una noche de bodas. A nadie le
importaría que Liliana no hubiera querido casarse con Brasci, que ella hubiera
luchado. No creaba las reglas ni tampoco Dante, pero ninguno de los dos tenía el poder
de cambiar una tradición sin el apoyo de los otros soldados y sus familias.
—Conoces las reglas, Aria. Estoy exponiendo los hechos.
Aria sacudió la cabeza.
—No me importa. Un esposo no tiene derecho a violar a su esposa. ¡Todos en
esta casa deberían estar de acuerdo en eso!
Aria era demasiado blanda para este mundo, también demasiado cariñosa, pero
incluso ella sabía que la mayoría de las mujeres eran reclamadas en su noche de bodas.
Al principio a veces lamentaba habérselo evitado el día de nuestra boda, pero más
tarde me di cuenta que había sido la mejor decisión de mi vida. Si hubiera lastimado
a Aria en nuestra noche de bodas, nunca me habría perdonado.
Romero fue hacia Liliana y envolvió su brazo alrededor de ella.
Amor. Padre siempre nos había dicho a Matteo y a mí que era una debilidad, y
tenía que admitir que tenía razón. Me debilitaba, debilitaba a Matteo, y ahora
debilitaba a Romero, y en consecuencia debilitaba a la Famiglia. Mis tíos atacarían
como buitres una vez que supieran de esto.
—Te dije que esto terminaría en desastre. Así que, déjame adivinar, Liliana
apuñaló a su esposo, te llamó y tú terminaste el jodido trabajo para tenerla para ti
mismo.
—Sí —dijo Romero—. Y para protegerla. Si hubiera sobrevivido habría
culpado a Liliana y habría sido severamente castigada por la Organización.
No pude evitar reírme.
—¿Y ahora no lo harán? La llevarán a juicio y no solo la castigarán
severamente. También nos acusarán de haber planeado esto, y entonces habrá un
jodido baño de sangre. Dante es un tipo frío pero tiene que mostrar fuerza. Proclamará
la guerra en cualquier momento. Todo porque no puedes controlar tu polla y tu
corazón.
—Como si tú pudieras hacerlo. Acabarías con cualquiera que trate de alejar a
Aria de ti —dijo Romero.
Le di un vistazo a Aria. Sus preocupados ojos azules estaban fijos en los míos.
Incendiaría el mundo para proteger a Aria. Si alguien trataba de llevársela, los mataría
y a cualquier otra persona que se interpusiera en mi camino.
—Pero Aria es mi esposa. Esa es una enorme diferencia.
—Si dependiera de mí, Lily habría sido mi esposa desde hace meses.
¿De verdad pensaba casarse con ella? ¿De verdad creía que todos saldríamos
de esta casa vivos?
—Alguien tiene que pagar por esto. Como Capo de la Famiglia tengo que
echarle la culpa a Liliana, y esperar que Dante se lo crea y no comience una guerra.
El agarre de Aria en mi brazo se tensó, sus ojos llenos de lágrimas.
—No puedes hacer eso.
Romero se puso de rodillas ante mí, con sus brazos extendidos.
—Tomaré la culpa por esto. Diles que perdí la cabeza y corrí detrás de Liliana
porque la he deseado por meses. Maté a Benito cuando intentó defender a Lily y a sí
mismo, pero antes de que pudiera violarla, te distes cuenta que no estaba alrededor y
fuiste a buscarme. Entonces no habrá guerra entre la Organización y Nueva York, y
Lily tendrá la oportunidad de una vida nueva.
Lo decía en serio, pero nadie creería esa historia. Sin embargo, que diera su
vida por Liliana mostraba lo serio que iba con la chica. ¿Qué pasaba con las mujeres
Scuderi que nos volvían a todos locos?
—Si esa es la historia que queremos que crean, está faltando algo —dije.
Romero asintió.
—Daré mi vida por esto. Dispárame.
—¡No! —gritó Aria, pero me quité su mano de encima y miré fijamente a los
ojos determinados de Romero. Lo había conocido durante casi toda mi vida.
Habíamos ido de fiesta juntos, nos habíamos emborrachado juntos, luchamos y
matamos juntos. Junto a Matteo, él era en quien más confiaba. Era por eso que había
permitido que fuera el guardaespaldas de Aria. Sabía que jamás le pondría una mano
encima.
Liliana se interpuso entre Romero y yo. El miedo retorciendo su cara. Miedo
de mí y de mi decisión. Estaba acostumbrado a esa mirada en la gente a mi alrededor.
—Por favor —susurró, rogándome con los ojos, con la esperanza de apelar a
un lado que solo Aria podía alcanzar—. Por favor, no lo mates. Haré lo que sea, pero
por favor no lo hagas. No puedo vivir sin él.
Comenzó a llorar, pero no me afectó como lo hacían las lágrimas de Aria.
Romero se levantó y alejó a Liliana.
—Lily, no. Soy un soldado de la Famiglia. Rompí mi juramento de siempre
poner a la Famiglia de primero, y tengo que aceptar el debido castigo.
—No me importa ningún juramento. No quiero perderte —dijo Liliana.
Alcancé mi arma, necesitando terminar con esto, pero Aria apareció frente a
mí y apoyó la palma de su mano contra mi pecho, una palma sobre mi corazón,
apelando a la parte de mí que había estado muerta antes de ella… y en momentos
como estos deseaba que se hubiera quedado de esa manera.
Sus ojos sostuvieron mi mirada.
—Por favor, Luca, no castigues a Romero por proteger a alguien a quien
amaba. Él y Lily son el uno para el otro. Te lo ruego. —Sus manos temblaban contra
mí, y sus ojos me rogaban con ferocidad.
Sabía que debía rechazar su petición, pero odiaba la idea de perder a Romero.
Era uno de los pocos en quien confiaba plenamente. Sabía que recibiría una bala por
mí, y lo más importante, por Aria. Pero también sabía que nunca sería tan
incondicional como había sido porque ahora sus sentimientos por Lily siempre
estarían en el camino.
Aparté las manos de Aria de mi pecho, y su expresión se derrumbó.
—No puedo basar mis decisiones en los sentimientos. Soy el Capo y tengo que
tomar decisiones en beneficio de mi Famiglia.
Romero se acercó a mí, listo para aceptar mi veredicto. No rogaría. Sus ojos no
albergaban ningún juicio por la decisión que esperaba de mí: una sentencia de muerte.
Sostuve su mirada por un largo tiempo, y tomé mi decisión.
—Eres mi mejor soldado. La Famiglia te necesita, y no confío en nadie más
con Aria como lo hago contigo —le dije mientras ponía una mano sobre su hombro,
sorprendiéndonos tanto a mí como a él—. La guerra ha sido inevitable por un tiempo.
No voy a terminar tu vida solo para posponer esa situación por un par de malditos
meses. Vamos a enfrentarlos juntos.
Romero se relajó. No dijo nada, pero pude ver que intentaría compensármelo
por el resto de su vida. Era un hombre leal, un soldado que no quería perder.
—Por supuesto, podríamos no salir de esta casa con vida. Ahora estamos
rodeados por el enemigo.
— La mayoría de los invitados están borrachos o dormidos. Podríamos intentar
escabullirnos. Para cuando se den cuenta de la muerte de Benito mañana por la
mañana, ya estaremos de vuelta en Nueva York —dijo Romero.
Dudaba que fuéramos tan afortunados. Recogiendo mi celular, traté de llamar
a Matteo. Teníamos que encontrar una manera de salir de Chicago, pero ignoró mi
llamada. Probablemente estaba ocupado follándose a su esposa.
—Maldición. Matteo no contesta su jodido teléfono.
—¿Crees que les pasó algo? —preguntó Aria.
—La única cosa que está pasando es que probablemente está follándose a tu
hermana ahora mismo y está ignorando su maldito teléfono —le dije. Romero y yo
llevamos el cuerpo de Brasci al baño antes de que Liliana entrara allí a cambiarse el
vestido de novia rasgado.
Al momento en que Romero fue a ayudarla, y Aria y yo estuvimos solos, ella
se acercó a mí y envolvió sus brazos alrededor de mi cintura, con la mejilla presionada
contra mi pecho.
—Gracias, Luca. Muchas gracias. No olvidaré esto. No creí que fuera posible,
pero por lo que hiciste hoy, te amo aún más. —Se apretó contra mí a medida que
levantaba su cabeza, las lágrimas corriendo por sus mejillas. Las limpié. Mierda. Esta
mujer tenía más poder sobre mí del que nadie había tenido jamás, del que jamás nadie
tendría.
Romero regresó y Aria se apartó. Las demostraciones públicas de afecto eran
algo que tenía que limitar, incluso en torno a Romero.
—Hecho —dijo Romero.
—Bien. Ahora, vámonos. No quiero arriesgarme a quedarnos más tiempo de
lo absolutamente necesario. —Le tendí la mano a Aria. Ella la tomó con una sonrisa
tensa y saqué mi pistola. Tenía que sacarla de esta casa viva sin importar el costo.
Abrí la puerta y me asomé al pasillo. Estaba desierto, pero la fiesta todavía estaba en
su apogeo.
Hice una seña a Romero de que la costa estaba despejada antes de abrir la
puerta ampliamente y salir, arrastrando a Aria conmigo.
No nos cruzamos con nadie mientras íbamos a la habitación de Matteo. Llamé,
pero, por supuesto, el idiota no abrió la puerta. Probablemente tenía su polla enterrada
en el coño de Gianna. Golpeé un poco más fuerte. Una vez más nadie reaccionó. Aria
me lanzó una mirada preocupada, y golpeé el puño contra la madera lo más fuerte que
podía sin correr riesgos. Y finalmente Matteo abrió la puta puerta, solo en calzoncillos
y luciendo una jodida erección.
—¿No captaste la indirecta de que no quería ser interrumpido cuando no
contesté tu maldita llamada? —La mirada de Matteo se movió tras de mí, y sus labios
hicieron una mueca—. Tengo un jodido mal presentimiento.
Lo empujé con fuerza.
—Maldita sea, Matteo, contesta cuando te llamo. Tienes que vestirte. Tenemos
que irnos ahora.
—¿Qué está pasando? —preguntó Gianna, deteniéndose detrás de Matteo con
una bata de satén. Sus labios estaban hinchados como si hubiera estado ocupada
chupándole la polla a Matteo—. Mierda, algo malo está sucediendo, ¿verdad? ¿El
jodido estúpido te lastimó? —Abrazó a Lily. La mano de Aria se tensó en la mía.
—Está muerto —dijo Liliana.
—Bien —dijo Gianna. Y palmeó el hombro de Romero—. Lo hiciste, ¿verdad?
Romero sonrió con tensión.
—Sí, lo que nos lleva a la razón por la que tenemos que apurarnos.
—Romero tiene razón. Tenemos que salir de esta casa antes de que alguien se
dé cuenta que el novio está muerto —dije, perdiendo mi maldita paciencia.
—Siempre pensé que sería el que iniciase una guerra entre la Organización y
la Famiglia. Felicidades, Romero, por demostrarme por una vez que estaba
equivocado —dijo Matteo, sonriendo.
—También pensé eso —dijo Romero.
Todo el mundo había pensado eso. Matteo era el loco. Romero había sido
siempre confiable, pero Liliana obviamente había cambiado eso. Suspiré.
—Odio interrumpir su parloteo pero tenemos que irnos de una puta vez.
Matteo y Gianna se vistieron, y salieron de la habitación y continuamos nuestro
viaje a través de la casa. Cada músculo de mi cuerpo estaba tieso por la tensión al
escuchar el sonido más leve de personas cruzándose en nuestro camino.
Tomamos la segunda escalera en la parte trasera de la casa hasta el primer piso
y nos dirigimos a la puerta que conducía al garaje subterráneo. La mayoría de las casas
en esta área lo tenían porque el espacio exterior era limitado. Escuchamos el ruido de
unos pasos desde el pasillo a la izquierda de la puerta, y mi cuerpo entró en modo
pelea a medida que escudaba a Aria y elevaba mi pistola. Matteo y Romero hicieron
lo mismo. Las cosas habían ido demasiado bien hasta ahora, pero eso había terminado.
Incluso con nuestros silenciadores puestos, un tiroteo crearía una cierta cantidad de
ruido, sobre todo si los atacantes lograban gritar en advertencia. Una bala atravesando
su cabeza era la única solución.
Mi dedo en el gatillo se tensó cuando un chico rubio dobló la esquina. Mierda.
Conseguí no disparar al último momento. Su cabello lo había salvado. Era Fabiano.
Aria se quedó sin aliento, su mano temblando en la mía. Habría corrido hacia
él, si no la hubiera mantenido en su lugar. Los ojos de Fabiano se abrieron de par en
par cuando se detuvo tambaleante y apuntó su propia pistola hacia nosotros. Aún no
había terminado completamente su inducción, y definitivamente aún no había matado
a nadie, no era bueno ocultando sus emociones. El miedo cruzó su rostro antes de que
la sospecha tomara su lugar.
Aria presionó su palma contra mi brazo, intentando obligarme a bajarlo, pero
mantuve mi arma apuntando a Fabiano. Solo era un niño, pero una bala de su parte
era tan mortal como la de cualquier otra persona.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Fabiano con firmeza, alzándose incluso
más erguido de lo habitual y tratando de parecer un hombre. Con el arma y esa
expresión seria, casi logró parecer más que un adolescente.
—Baja esa arma —le ordené.
Fabiano se rio, pero sonaba nervioso y sus ojos mostraban miedo. Tendría que
aprender a ocultarlo mejor si quería sobrevivir en la Organización… si sobrevivía esta
noche.
—De ninguna manera. Quiero saber qué está pasando. —Sus ojos se movieron
de Aria a Gianna, luego a Liliana.
—¿Por qué estás corriendo por ahí con un arma? ¿No deberías estar en la cama?
—preguntó Aria y estaba a punto de dar un paso adelante, pero la empujé hacia atrás.
—Tengo deberes de guardia —dijo Fabiano con un toque de orgullo.
—Pero todavía no te han reclutado —dijo Lily, confundida.
—Comencé el proceso de inducción hace algunas semanas. Esta es mi primera
tarea —dijo Fabi. La mano con su pistola comenzó a temblar ligeramente. No tendría
ninguna posibilidad contra nosotros, incluso si no tuviéramos armas apuntándole.
Estaría a su lado para noquearlo en un abrir y cerrar de ojos, y prefería ese escenario
a matarlo debido a la mujer que estaba a mi lado.
—Padre te lo pidió porque pensaba que sería un primer trabajo fácil, ¿cierto?
Nunca sucede nada malo en las bodas —dijo Liliana con una risa rota.
—Me pidió el trabajo porque sabía que era responsable y competente —dijo
Fabiano, cuadrando sus hombros. Sus ojos volvieron a mirarme, después a Matteo y
Romero.
—En serio no piensas que puedes matarnos a los tres, ¿cierto? —preguntó
Matteo con una sonrisa torcida.
Gianna le lanzó una mirada fulminante.
—Cállate, Matteo.
—Puedo tratar —dijo Fabiano. Los dedos de Aria alrededor de mi brazo se
apretaron, y su mirada prácticamente me quemaba.
—Fabiano —dije, intentando sonar razonable, aunque el tiempo estaba en
nuestra contra y solo quería salir de una jodida vez de aquí—. Son tus hermanas. ¿En
serio quieres arriesgarte a hacerles daño?
—¿Por qué está Lily aquí? ¿Por qué no está con su marido? Quiero saber qué
está pasando. ¿Por qué están intentando llevársela con ustedes? Es parte de la
Organización, no de Nueva York.
—No puedo quedarme aquí, Fabi. ¿Recuerdas cómo me dijiste que no debía
casarme con Benito? ¿Que eso no estaba bien? —dijo Liliana.
—Eso fue hace mucho tiempo, y hoy le dijiste que sí. De todos modos, ¿en
dónde está?
Liliana miró a Romero con una expresión que incluso un niño de doce años
podría entender.
—Lo mataron, ¿verdad? —siseó Fabiano, y levantó su arma una vez más—.
¿Acaso fue algún tipo de truco para debilitar la Organización? Padre siempre dijo que
nos apuñalarían por la espalda algún día.
Aria intentó avanzar hacia él otra vez, pero la empujé hacia atrás con una
mirada fulminante.
Entrecerró los ojos.
—¡Es mi hermano!
—Es un soldado de la Organización. —Tal vez pensaba que, por ponerla en
primer lugar, otros mafiosos también olvidarían que su primera elección siempre
debería ser la mafia.
—La Famiglia no trató de debilitar a la Organización. Esto no es sobre poder.
Todo esto es culpa mía. Benito intentó lastimarme y lo apuñalé. Por eso tengo que
irme. Padre me castigaría, inclusa tal vez me mataría —dijo Liliana con voz suave.
Fabiano dio un paso atrás.
—¿Mataste a tu marido? —Matteo me miró por encima de la cabeza de Gianna.
Él estaba esperando a que le diera la oportunidad de disparar, y si no fuera por el
cuerpo tembloroso de Aria a mi lado, no habría vacilado.
—No sabía qué más hacer.
Fabiano señaló a Romero.
—¿Qué hay de él y tú? No soy estúpido. Hay algo pasando entre ustedes dos.
—Hemos estado juntos por un tiempo. Sabes que nunca quise casarme con
Benito, pero padre no me dio opción.
—Así que quieres dejar Chicago y la Organización por Nueva York como
Gianna y Aria —dijo Fabiano.
Liliana asintió.
—Tengo que hacerlo.
—Podrías venir con nosotros —sugirió Aria. Sus ojos encontraron los míos,
suplicantes.
Miré a Fabiano.
—Podrías formar parte de la Famiglia. —A mi familia no le gustaría, y
probablemente tendría que matar a unos cuantos para mostrar fortaleza.
Fabiano negó con la cabeza.
—Padre me necesita. Soy parte de la Organización. Hice un juramento.
—Si aún no estás completamente reclutado, no es tan vinculante —dijo Matteo.
Una puta mentira. Matteo y yo mataríamos a cualquier iniciado que decidiera
interrumpir la inducción, sin mencionar unirse a la Organización.
—No voy a traicionar a la Organización.
Esperaba esa respuesta. Fabiano había sido educado en la Organización,
sabiendo que algún día seguiría los pasos de su padre.
—Entonces vas a tener que evitar que nos vayamos. Y no vamos a dejarte.
Habrá sangre, y tú morirás.
Fabiano se encontró con mi mirada.
—Tengo buena puntería.
También estaba aterrorizado.
—Te creo. Pero, ¿eres mejor que nosotros tres? ¿En serio quieres que tu
hermana Lily sea castigada? Si la obligas a quedarse, firmas su sentencia de muerte.
El conflicto se mostró en su rostro.
—Si los dejo irse, y alguien lo averigua, también me matarán. Podría tener una
muerte franca si intento detenerte.
—Podrías, y ellos te alabarían, pero igual estarías muerto. ¿Quieres morir hoy?
—Todavía era joven. Le tenía más terror a la muerte que a nosotros. Aún no la había
enfrentado con suficiente frecuencia.
Fabiano bajó su arma unos centímetros. Dudé que se diera cuenta.
—Nadie tiene que averiguar que nos dejaste ir. Podrías haber tratado de
detenernos pero éramos demasiados —dijo Romero.
—Pensarán que estaba asustado y hui, y por eso escaparon.
Le di a Romero una señal. Podía decir que teníamos a Fabiano.
—No si resultas herido. Podríamos disparate en el brazo. Se supone que era un
primer trabajo fácil, nadie espera que seas capaz de detener a los mejores luchadores
de Nueva York. No lo considerarán contra ti si sales herido.
Aria me fulminó con la mirada.
—¿Quieres dispararle a mi hermano?
—¿Y si lo lastimas seriamente? —preguntó Lily.
—Podría atinarle a un grano en su mentón si quisiera, creo que puedo
arreglármelas para acertarle a un lugar no problemático en su brazo —dijo Matteo—.
Y nos estamos arriesgando al no matarlo, así que un brazo herido en verdad no es gran
cosa.
Los ignoré y centré mi atención en el chico.
—Entonces, ¿qué dices, Fabiano?
Había conflicto en sus ojos, pero luego bajó su arma.
—Está bien. Pero tendré que pedir ayuda. No puedo esperar más de unos
minutos o ellos empezarán a sospechar.
Mantuve mi arma apuntando a Fabiano, al igual que Romero y Matteo.
—Unos pocos minutos deberían ser suficientes para que nosotros nos alejemos.
Nos seguirán una vez que averigüen lo que está pasando, pero cinco minutos nos darán
suficiente distancia entre ellos y nosotros. Dante no es alguien a quien le guste pelear
en descampado, así que dudo que vaya a enviar a sus hombres en una loca persecución
de auto. Nos atacará después, una vez que haya planificado la mejor manera de
lastimarnos.

Después de que fingiéramos un tiroteo y Matteo le disparara al brazo de


Fabiano, nos apresuramos hacia nuestros autos alquilados. Romero y Lily tomaron el
frente en su auto, y el resto de nosotros subimos al otro vehículo. Matteo estaba detrás
del volante, Gianna a su lado, mientras Aria y yo nos sentábamos en el asiento trasero.
Miré por la ventana y, después de unos minutos, tres autos negros de la Organización
comenzaron a perseguirnos.
—Abajo —ordené, y Aria obedeció de inmediato, acurrucándose en el asiento
con preocupación y miedo en su rostro. Bajé la ventanilla, preparándome para
disparar. Hasta ahora los hombres de Dante no habían disparado ni un solo tiro,
probablemente porque todavía estábamos en una zona residencial. Ni él ni yo
necesitábamos atención adicional de la prensa o la policía. Para el momento en que
pasamos a un área industrial, extendí mi arma y comencé a disparar. Nuestra ventana
se rompió y Aria dejó escapar un grito. Disparé de nuevo y golpeé al tirador en la
cabeza. Mi siguiente bala desgarró el neumático y el auto se salió de control. Los otros
dos vehículos mantuvieron su persecución, pero finalmente disminuyeron la
velocidad. Dante debe haber dado la orden para que se retiraran. Pronto atacaría,
después de haber hecho un plan donde pudiera lastimarnos más. Mierda.
Cuando estuve seguro que no nos atacarían una vez más, bajé la mirada hacia
donde estaba presionada Aria contra el asiento. Le quité los fragmentos de vidrio del
cabello y los hombros, y ella abrió los ojos, mirándome con confianza. Confiaba en
que la protegería, pero maldita sea, hacerlo se había vuelto más difícil hoy.
—Jamás podrás volver a Chicago —le dije en voz baja a medida que se
sentaba—. Jamás volverás a ver a tu hermano.
Su expresión se desplomó, y se apretó contra mí y hundió su cara en mi cuello.
La abracé mientras lloraba. Matteo se encontró con mi mirada a través del espejo
retrovisor. Ambos sabíamos que se armaría una buena guerra pronto, y tendríamos las
manos ocupadas controlando a nuestros tíos y manteniendo a la Organización fuera
de nuestro territorio.
Amor. La raíz de la debilidad.
Mierda.
Aria volvió a levantar la cabeza, esos jodidos ojos azul claro atrayéndome
como siempre lo hacían.
14
Aria
Traducido por Kalired y Naomi Mora

Corregido por Masi

L
uca todavía estaba enojado conmigo, desde que había descubierto que
sabía lo de Lily y Romero, y no se lo había dicho. Desde que Dante
Cavallaro nos había declarado la guerra por eso, el estado de ánimo de
Luca no había mejorado.
Nunca me levantaría la mano ni me insultaría, pero estaba siendo más frío que
de costumbre. Me buscaba en las noches, todavía me hacía el amor, pero había una
barrera entre nosotros. No estaba segura de cómo derribarla de nuevo.
Después de regresar a nuestro ático tras la boda de Lily y Romero, presioné mi
mano contra su pecho por encima de su corazón, mirando fijamente hacia sus ojos
grises.
—Luca, lamento no haberte contado lo de Romero y Lily. Por favor, no te
enojes. No puedo soportarlo. Te necesito. Te amo. Solo quería proteger a Lily, no
traicionarte.
Sus ojos se suavizaron ligeramente.
—Y yo necesito proteger a la Famiglia y a ti, pero eso será más difícil ahora
que estamos en guerra con la Organización. Ahora tenemos a los rusos y a ellos en
nuestra contra, y luego está la Camorra en Las Vegas. Si también deciden atacarnos,
o Dios no lo quiera, cooperan con la Organización, estaremos en problemas.
Me estremecí.
—¿Es una posibilidad real que suceda?
—La Camorra no es muy fuerte en este momento, pero eso puede cambiar.
Desde que empecé a manejar los libros para la Famiglia, estaba más
involucrada en el negocio, pero Luca aún se aseguraba que solo experimentara una
parte pequeña de lo malo.
—Pero la mayoría de tus hombres no te culpan por romper la tregua con la
Organización, ¿verdad? Te son leales porque eres fuerte y capaz.
Luca sonrió sombríamente.
—Quieren guerra, pero no les gusta la razón por la que Dante la declaró. Y que
hiciera capitán a Romero, tampoco ha sido bien recibido. En su mayor parte, son solo
mis tíos agitando las mierdas, pero si mis otros lugartenientes deciden ponerse de su
lado, tendré una oleada de asesinatos que realmente no estoy deseando.
Me estremecí.
—Ten cuidado.

Habían pasado seis semanas desde que la guerra había sido declarada; seis
semanas con nada más que silencio de Chicago, de Fabi.
Estaba preocupada por él, no podía dejar de estarlo. Mi cabeza estaba
zumbando mientras decoraba el árbol de Navidad en el enorme salón de nuestra
mansión con Lily y Gianna. Este año pasaríamos la mayor parte de la Navidad en los
Hamptons. Luca nos quería fuera de Nueva York. Las cosas ahí estaban tensas ahora
mismo porque todos temían las represalias de Dante y la Organización.
Estábamos solo a principios de diciembre, pero esperaba que las decoraciones
navideñas elevaran nuestro espíritu.
Gianna me echó un vistazo.
—Estás muy callada.
Suspiré.
—Estoy preocupada por Fabi. Ahora que ya no puedo hablar con Val, no
tenemos forma de saber cómo está.
—Val dijo que creyeron su historia y no lo castigarán. Estará bien —dijo
Gianna con firmeza. Y me pregunté si en realidad creía lo que decía.
—No lo sabemos. Eso fue hace más de un mes. Odio que tenga que celebrar la
Navidad sin nosotras. En el pasado al menos podíamos visitarlo en Chicago, pero este
año estará solo con padre y su esposa nueva.
Mi padre nunca había sido amable con Fabi y ahora que tenía una esposa nueva,
una joven que podía dar a luz más herederos, me preocupaba que estuviera menos
dispuesto a ser amable con mi hermano pequeño.
—Fabi está a punto de ser miembro de la Organización; celebrar la Navidad
sin nosotras es el menor de sus problemas —dijo Gianna. Sonaba tan… indiferente
por todo el asunto. Tal vez porque Fabi era varón. Ella pensaba que los hombres en
nuestro mundo nacían con sangre en sus manos.
—Todavía es solo un niño. Y ni siquiera pudimos felicitarlo en su cumpleaños.
—Había cumplido trece años hacía un par de semanas, y no me habían permitido
hablar con él ni enviarle un regalo. Me dolía el corazón de solo pensarlo.
Lily no dijo nada. Todavía se culpaba por todo. Sabía que era feliz como la
esposa de Romero. Se hacía evidente cada vez que lo miraba, pero a veces intentaba
ocultarnos su felicidad como si eso mejoraría nuestra situación.
Gianna negó con la cabeza.
—Aria, tienes que aceptar lo que no puedes cambiar. Tienes que parar, y no
puedo creer que esté diciendo esto, tienes que dejar de ir en contra de las órdenes de
Luca.
Parpadeé hacia ella.
—¿Tú diciendo eso? Huiste, y yo te ayudé.
—Lo sé. Pero ahora estoy casada con Matteo, parte del clan Vitiello, y a
diferencia de ti, sé exactamente qué tipo de hombre es mi marido. Pero sigues
olvidando qué es Luca.
—¿Y qué es? —desafié, girándome para mirarla con los ojos entrecerrados.
Había pasado un tiempo desde que Gianna y yo habíamos tenido una pelea, pero todos
habíamos estado al límite en las últimas semanas.
—Un Capo. Un monstruo. Un asesino.
—Así es Matteo —la interrumpí—. Y sigues ignorando sus órdenes. Sigues
provocándolo.
—Es un juego entre nosotros, Aria. Pero a Luca no le gustan los juegos. Es el
Capo del Este. Y por ti su territorio está siendo amenazado. Hará lo que sea para seguir
siendo el Capo. Está en su sangre. Y si al final, tiene que elegir entre el poder y tú,
elegirá el poder.
Me quedé sin aire. Lágrimas furiosas inundaron mis ojos. Lily se interpuso
entre nosotras.
—Oigan, basta.
Hice a un lado a Lily y me acerqué a Gianna, encontrando su mirada fija.
Escuché a los hombres entrar, pero no les presté atención.

Luca
—Dante se tomará su tiempo antes de atacar. Es un hombre de planes —dijo
Matteo de nuevo, como si no lo supiera. El problema era que no sabía cuándo atacaría.
Solo podía esperar que Orazio, cuñado de Dante, estuviera involucrado en cualquier
plan desde el principio y nos avisara lo antes posible.
—¡Oh, maldita sea, no me mires así! —gritó Gianna.
Mis ojos encontraron a Aria y Gianna enfrentándose como si estuvieran a punto
de atacarse en cualquier momento.
—No todos podemos ser tan egoístas como tú, Gianna —siseó Aria.
Matteo me lanzó una mirada como si yo supiera lo que estaba pasando.
Normalmente eran inseparables. Y nunca había escuchado a Aria hablarle así a su
hermana.
Gianna rio.
—Al menos no soy estúpida o suicida.
—Suicida, no… eso no es para ti. Siempre te aseguras de cubrirte las espaldas,
incluso si eso significa que otros salgan lastimados.
Gianna palideció. No estaba segura si Aria se refería al accidente
automovilístico de Matteo o algo más, pero sea lo que sea, dio en el blanco.
—Al menos luché contra este estilo de vida, mientras tú estabas feliz de que te
vendieran a Luca como una maldita puta.
Silencio.
Aria se marchó hecha una furia y la seguí. Matteo se haría cargo de su propia
esposa. Encontré a Aria en nuestra habitación, mirando por la ventana, con el cuerpo
temblando. Puse mis manos sobre sus hombros.
—¿Cuál es el problema entre Gianna y tú?
—Está siendo una perra —dijo Aria con voz temblorosa.
—Esa es su naturaleza. —Aria dejó escapar una risa ahogada y se volvió hacia
mí. Pasé mis manos por su cabello y se inclinó hacia el toque—. Si alguien es una
puta, es ella.
Aria frunció los labios.
—No quiso decir eso.
Me reí.
—¿Ya volviste a defenderla?
Los ojos de Aria parpadearon con necesidad y sus manos se deslizaron por mi
pecho hasta mi cinturón. Con su mirada fija en la mía, comenzó a desabrocharme el
cinturón.
—Te necesito —susurró. No tuvo que decirlo dos veces. Saqué su vestido sobre
su cabeza mientras Aria dejaba caer mis pantalones. Cuando mi polla finalmente se
liberó, envolví un brazo alrededor de su espalda y agarré su muslo con el otro, para
luego levantarla. Jadeó cuando la empujé sobre mi polla, sus músculos apretándose a
mi alrededor. Apoyándola contra la pared, la besé con fuerza hasta que se relajó
alrededor de mí antes de comenzar a follarla.
Había intentado mantenerme enojado con ella por ocultarme el romance de
Romero con Lily, pero no pude. Al momento en que vi sus ojos tan llenos de amor,
mierda, mi propio corazón se ablandó. Maldición, mi oscuro corazón cruel siempre se
ablandaba por esta mujer.
Llevé la boca hasta su garganta y la mordí ligeramente, chupando la piel,
marcándola. Mía. Maldita sea, siempre mía.
Aria gritó cuando golpeé su punto G y mis bolas se apretaron con ese sonido.
—Sí —gruñí antes de chupar uno de sus pezones con mi boca. Aria se arqueó
hacia arriba y embestí aún más fuerte. Sus dedos se clavaron en mis hombros, a
medida que la follaba contra la pared.
—¡Luca! —gritó mientras sus paredes se apretaban con fuerza, su elegante
cuello expuesto de nuevo. Marqué otro punto y su espasmo se intensificó, sus uñas
arañando mi piel y al final, me corrí con un violento estremecimiento. Presioné mi
frente contra la fría pared a medida que Aria hundía su rostro en el hueco de mi cuello.
Sin retirarme de ella, la llevé a nuestra cama y nos acomodé ahí, yo encima de ella.
Envolvió sus brazos fuertemente alrededor de mí como si estuviera preocupada de
que desapareciera.
La besé, frunciendo el ceño ante la melancolía en su rostro, pero luego abrió
los ojos y me dio una sonrisa pequeña.
—¿Estamos bien?
Asentí, preguntándome por qué estaba preguntándolo otra vez.
—No estoy enojado contigo, Aria. No puedes evitar ser quién eres como yo no
puedo evitar ser quién soy. —Ella necesitaba ayudar a los demás, principalmente a
sus hermanos. Lo entendía. Si podía aceptar mi oscuridad, yo podía intentar aceptar
que de vez en cuando actuaba por preocupación por sus hermanos. Aunque no me
gustara.
Aria presionó su rostro contra mi pecho y respiró profundamente. Estaba
siendo emocional, incluso más de lo normal. Tal vez se había dado cuenta de mis
propias preocupaciones. Y las cosas solo empeorarían. En tres días tenía una reunión
con mis capitanes y lugartenientes, y tenía la sensación de que el tío Gottardo abriría
fuego contra mí nuevamente. No estaba seguro cuánto compartir con Aria, y decidí
mantener la información al mínimo por ahora, hasta que volviera a su antiguo ser.

Aria
El arrepentimiento pesaba mucho sobre mis hombros. Arrepentimiento por
haberme roto frente a Luca en un momento tan crucial. Necesitaba ser fuerte para él.
Y arrepentimiento de mi pelea con Gianna esta mañana. No habíamos hablado desde
entonces, ni siquiera durante la cena y estaba empezando a molestarme, pero era
demasiado orgullosa para dar el primer paso.
Tal vez mañana lo intentaría después de que una noche de sueño nos hubiera
calmado. Luca estaba en la ducha. Tendría que irse a Nueva York temprano a la
mañana siguiente y probablemente no regresaría durante varios días. Tenía una
reunión con la Famiglia, eso era todo lo que compartiría… porque estaba preocupado
por mi emotividad.
Suspirando, alcancé mi píldora anticonceptiva en el cajón, estremeciéndome
de miedo cuando me di cuenta que había olvidado tomar mi píldora ayer, otra vez. En
los últimos meses también me había olvidado de tomar algunas píldoras. Me quedé
con el paquete en mis manos, contando los días desde mi último período, pero no
podía recordarlo. Ya me había pasado que no tuviera mi período a tiempo, en los
meses previos a mi boda con Luca, porque mi cuerpo no toleraba muy bien el estrés
y el miedo. Tal vez era lo mismo esta vez.
Mi celular vibró en mi mesita de noche, y me lancé hacia él cuando reconocí
el número. Llevando el teléfono a mi oído, salí del dormitorio silenciosamente y bajé
por el pasillo hacia uno de los dormitorios de invitados vacíos, donde me encerré.
—¿Fabi?
—Aria —dijo Fabi con voz ronca. Sonaba como si estuviera teniendo
problemas para respirar y mi corazón se apretó de miedo.
—¿Qué pasa?
Pausa.
—Nada —soltó—. Quería escuchar tu voz.
—¿Estás bien? No suenas bien.
—Padre estaba enojado hoy. Siempre está enojado porque todas ustedes se
fueron —dijo Fabi simplemente, y solo podía imaginar lo que eso significaba.
Tragué fuertemente.
—Puedo hablar con Luca una vez más y pedirle que te deje venir.
—¡No! —jadeó Fabi—. Eso es traición. Soy parte de la Organización. No
debería estar hablando contigo. Somos enemigos.
Tomé aliento.
—No lo somos.
—Tengo que irme.
—¿Fabi? —Hubo un silencio en el otro extremo. Me quedé mirando la pantalla.
Fabi había terminado la llamada. Comencé a temblar, abrí la puerta y me dirigí de
regreso a nuestra habitación en trance.
Luca todavía estaba en el baño cuando me acosté. ¿Qué podía hacer? Hablar
con Luca no cambiaría nada. Luca tenía suficiente con lo que lidiar, especialmente
con la próxima reunión de la Famiglia. Pero ¿podría ocultarle esto?
Cuando Luca salió del baño, agotada y tensa, tomé una decisión. Me encargaría
de esto por mi cuenta.

Luca me dio un beso prolongado antes de irse por la mañana. Para el momento
en que se fue, me incorporé y agarré mi computadora portátil, revisando los vuelos a
Chicago. Consideré mis opciones. No podría irme por mucho tiempo antes de que
alguien notara mi desaparición. Tendría que tomar el primer vuelo disponible y
regresar en un avión posterior el mismo día. Mordiendo mi labio, vacilé. No podía
usar las cuentas de Luca ni mi cuenta bancaria. Si las comprobaba, notaría que algo
estaba mal.
Mis dedos temblaron a medida que tomaba mi decisión. Había sido la contable
de la Famiglia durante casi un año, y manejaba varias de las cuentas bancarias.
Traición.
Solo tomaría prestado el dinero y lo devolvería lo antes posible. Reservé mis
vuelos con la cuenta que usábamos para la Esfera rápidamente, y luego cerré la sesión.
En dos días me iría a Chicago y esperaba regresar con Fabi.
Ahora solo tenía que encontrar una manera de salir de las instalaciones de
nuestra mansión sin que nadie se diera cuenta. Fui a mi vestidor y revolví en los
cajones superiores hasta que encontré mi peluca castaña. La necesitaría para no ser
detectada en Chicago.
Mi pulso se aceleró en mis venas ante lo que estaba a punto de hacer. Había
encontrado una manera de traerme a Lily y Gianna a Nueva York conmigo. Ahora
necesitaba salvar a Fabi de nuestro padre antes de que pudiera romper a mi hermanito.
Bajé las escaleras y encontré a Gianna y Lily sentadas en la mesa del comedor.
No vi a Sandro por ninguna parte, ni a los nuevos guardias que Luca había colocado
en las instalaciones en las últimas semanas. Romero estaba afortunadamente en Nueva
York con Luca y Matteo, ya que esta era su primera reunión oficial como capitán.
Me senté, y Gianna y yo dijimos al mismo tiempo:
—Lamento lo que dije.
Nos miramos por un momento entre sí, luego nos echamos a reír. Lily dejó
escapar un suspiro de alivio. Y la sonrisa desapareció lentamente de mi cara.
Gianna hizo una mueca.
—Oh, no. No me gusta esa mirada en tu cara.
—¿Qué pasa? —preguntó Lily, dejando su taza de café.
Alcancé un biscote de almendras y me serví un café, intentando ordenar mis
pensamientos. Cuando estaba a punto de tomar un bocado, mi estómago se revolvió y
lo dejé de nuevo en mi plato. Estaba demasiado nerviosa para comer. Tenía la
sensación de que vomitaría si intentaba forzarme a tomar un bocado.
—Aria, escúpelo —murmuró Gianna—. Estás tramando algo.
—Fabi me llamó ayer —susurré.
Lily se sacudió en su silla, con los ojos muy abiertos.
—¿Lo hizo? —preguntó Gianna con incredulidad.
—Padre le está haciendo pasar un mal rato. Creo que está golpeando a Fabi
mucho peor que antes.
—Ese bastardo. Pensé que estar casado con su niñata esposa mejoraría su
estado de ánimo.
—No lo hizo. Es culpa nuestra que Fabi se quedara solo con nuestro padre.
Tengo que intentar traerlo a Nueva York conmigo.
Gianna negó con la cabeza.
—No me digas que quieres ir a Chicago.
—Aria —dijo Lily implorando—. Es muy peligroso. Eres la esposa del Capo.
—Lo sé —dije con firmeza—. Pero también sé que jamás me perdonaré si no
compruebo a Fabi e intento ayudarlo. No merece que lo dejen solo. Volaré a Chicago,
y nada de lo que digan me detendrá. —Me quedé callada—. ¿Me ayudarán? —Lily y
Gianna intercambiaron una mirada—. Te ayudé a escapar, Gianna, y guardé un secreto
por ti, Lily. Creo que no es mucho pedir su ayuda.
—No es que no queramos ayudarte, pero estamos preocupadas —dijo Lily en
voz baja—. Y deberíamos ir a Chicago juntas. No creo que debas ir sola. Fabi no es
solo tu responsabilidad. También es nuestro hermano.
—Sabes que no podemos desaparecer todas a la vez —dije—. Eso atraerá
demasiada atención. Será lo suficientemente difícil ocultar mi desaparición y lo sabes.
Gianna entrecerró los ojos.
—Ya tienes un plan, ¿cierto?
Asentí, y les dije lo que tenía en mente.
Cuando terminé, Gianna negó con la cabeza.
—Eso es una genialidad o una locura, no puedo decidirlo.
—Funcionará, eso es todo lo que importa.
Lily se mordió su labio inferior.
—Si te atrapan, Luca estará furioso.
—E incluso si tu plan funciona, ¿cómo vas a explicar la repentina aparición de
Fabi en Nueva York? —preguntó Gianna.
—Les diré que Fabi escapó de Chicago y vino hasta aquí. Luca lo recibirá.
Gianna se levantó y se dejó caer en la silla a mi lado, tomando mis manos.
—Aria. No estás intentando hacer una pequeñez. La Famiglia está en guerra
con la Organización. Luca se volverá loco si descubre que fuiste a Chicago a sus
espaldas.
—¡No es nuestra guerra! ¿Por qué se supone que debemos mantenernos
alejadas de nuestro propio hermano solo porque unos mafiosos deciden que se odian?
Gianna resopló.
—¿Te das cuenta que esas son mis palabras?
—Pero, Gianna tiene razón. Luca estará furioso.
—No lo descubrirá. —Nunca podría averiguarlo. Se preocuparía horriblemente
si se enteraba que fui al territorio enemigo.
15
Aria
Traducido por Akanet y Leerlover

Corregido por Masi

L
uca estaba vinculado a la Famiglia de una manera que yo nunca lo
estaría. Era leal a Luca, pero él tenía que entender que esa lealtad no era
igual a la obediencia incondicional. Luca, Romero y Matteo todavía
estaban ocupados en Nueva York, y por la tarde la reunión de la Famiglia estaría en
su apogeo. Eso mantendría a todos ocupados.
Tenía que evitar a cuatro guardias. Tres de ellos estaban en lugares diferentes
en el jardín, solo uno de ellos en la mansión con nosotros. Me levanté a las tres de la
mañana, me vestí, empaqué mi bolso y salí de mi habitación a hurtadilla. Gianna y
Lily me esperaban en el pasillo oscuro.
—¿Listas? —susurré.
Gianna hizo un ruido evasivo.
—Sí —susurró Lily—. Fingiré tener una pesadilla y gritaré tan fuerte como
pueda y cuando los guardias lleguen corriendo, Gianna irrumpirá y actuará como una
perra y les dirá que guarden silencio porque no te sientes bien.
Sabía que de esa manera solo nos desharíamos de dos guardias. Un guardia
permanecería cerca del agua porque ese era el lugar más vulnerable en las
instalaciones, ya que no había puertas que superar. Solo podía esperar que los demás
se distrajeran lo suficiente como para poder escaparme. Tenía todos los códigos de
seguridad necesarios porque Luca confiaba en mí.
Abracé a mis hermanas antes de atravesar la casa. Un guardia siempre estaba
en la sala de estar abierta. Me agaché y esperé el grito de Lily. Cuando llegó, el primer
guardia salió corriendo de la sala de estar y subió las escaleras como esperaba, y
aproveché el momento para bajar las escaleras y deslizarme hacia el ala este. Los
gritos de Lily se apagaron cuando ingresé el código en la cerradura de nuestra puerta
trasera y salí. Me puse un gorro de lana y corrí por el césped, cerca de los arbustos
hacia las puertas principales. El guardia se había ido de su lugar. Las puertas eran
altas, coronadas con alambre de púas y zumbando con electricidad. Era el lugar menos
probable para que los intrusos ataquen así que los guardias lo abandonaban de
primero. Sonriendo, tecleé el segundo código en el sistema. La puerta parpadeó una
vez, de modo que salí y reactivé la cerradura.
Se suponía que estas puertas mantenían a la gente fuera, no para encerrarnos.
Sin embargo, tendría que pedirle a Luca que aumentara la protección en todo el
perímetro una vez que regresara a Nueva York. Sin perder más tiempo, corrí por el
camino sinuoso hasta que llegué a la esquina donde le había ordenado al conductor de
Uber que me recogiera. Cuando vi los faros del auto, podría haberme reído de alivio.
Gianna y Lily se encargarían del resto. Los guardias no me vigilarían en mi habitación
a menos que lo provocáramos, y Luca no tenía motivos para sospechar nada, ni nadie
más. Confiaban en mí.
Aparté a un lado mi culpa.

Apenas el avión estaba apenas cuando las náuseas se apoderaron de mí. Nunca
había reaccionado a volar de esa manera. Me desabroché el cinturón de seguridad
rápidamente y corrí hacia el baño. Vomitar en un estrecho baño de avión clasificaba
alto en mi lista de cosas de no hacer nunca, pero no podía mantener mi comida dentro.
Para el momento en que me incliné sobre el inodoro azul grisáceo, mi estómago
expulsó mi desayuno. Apreté el botón para vaciar el baño rápidamente y me lavé las
manos y la cara.
Todavía me sentía mal, y poco a poco me asaltó una horrible sensación. Mi
periodo todavía estaba atrasado. La llamada de Fabi me había distraído, pero ahora
todo volvió. Las píldoras olvidadas, mis náuseas. Llevaba casi dos semanas de retraso.
Me hundí contra la pared, intentando recordar cuándo había sido la última vez
que pasó. En los primeros años de mi periodo menstrual, habían sido muy erráticos,
pero desde que comencé a tomar la píldora poco antes de mi matrimonio con Luca,
eso había cambiado. Aún sucedía a veces, de dos a tres días… ¿pero casi dos semanas?
Las cosas habían sido muy estresantes en los últimos meses por Lily y Romero.
¿Con qué frecuencia me había olvidado de tomar la píldora? No estaba segura. No las
había contado. Debí haberlas contado después de mi llamada con Fabi.
Definitivamente algunas veces, pero había estado demasiado ocupada
preocupándome por mi hermana, por Luca, mi matrimonio y todo lo demás como para
prestarle mucha atención.
Tal vez estaba sacando las conclusiones equivocadas. Podría ser que me
estuviera enfermando de gripe, o que mi estómago estuviera reaccionando al estrés.
Sí, eso era todo.
Con una mano temblorosa, abrí la puerta y volví a mi asiento. La azafata me
lanzó una mirada preocupada, pero le di una sonrisa rápida para demostrar que estaba
bien. No quería que hicieran un aterrizaje de emergencia porque pensaran que estaba
enferma gravemente.
De vuelta en mi asiento, me sentí abrumada por la preocupación. No podía
dejar de hacerme preguntas. ¿Y si estaba embarazada? La última vez que Luca y yo
habíamos discutido el asunto, él había estado muy convencido de no querer tener hijos
en un futuro cercano. Las cosas eran demasiado peligrosas como para traer un bebé a
este mundo. Pero, ¿cuándo cambiaría eso, especialmente ahora que Dante nos había
declarado la guerra? Esta guerra era ridícula.
No tenía sentido preocuparme por nada. Las náuseas no significaban que estaba
embarazada. Una vez que regresara a Nueva York, podría hacerme una prueba de
embarazo y entonces sabría más. Hasta ese momento tenía que centrarme en la tarea
en cuestión. Tenía que ponerme en contacto con Val, convencerla de organizar una
reunión con Fabiano y tratar de convencerlo para que venga conmigo a Nueva York.
Sin embargo, lo último no se lo mencionaría a Val.

Era extraño estar de vuelta en Chicago.


La ciudad en la que había crecido ya no se sentía como mi hogar, y no porque
hubiera una guerra entre la Famiglia y la Organización. No era la misma persona que
había sido hace más de cuatro años atrás cuando me fui a Nueva York.
Sin embargo, a pesar de la guerra, la ciudad no se sentía diferente de lo que se
había sentido durante cualquier otra visita. Todo estaba en paz. La gente estaba
esperando ansiosamente las vacaciones de Navidad.
Mi cabello estaba escondido debajo de mi peluca y una bufanda estaba envuelta
alrededor de la mitad inferior de mi cara. Afortunadamente, el invierno de Chicago
justificaba ese tipo de atuendo, de modo que no llamaría la atención. Ni siquiera mi
grueso abrigo de lana evitaba que el frío me mordiera la piel.
Caminé por las calles libremente, como no lo había hecho en mucho tiempo.
Era emocionante sentirse tan libre. Me había acostumbrado a la jaula de oro que era
mi vida. Amaba a Luca. No podía vivir sin él, pero a veces deseaba tener más
libertades. Sabía que había límites a lo que él podía permitirme. Me había ayudado a
ir a la universidad por un tiempo, algo que muy pocos hombres en su posición habían
hecho, pero en última instancia, él y yo siempre estaríamos limitados por las reglas de
la vida de la mafia.
Esta era la primera vez en muchísimo tiempo que no tenía un guardaespaldas
detrás de mí. Observé a los transeúntes, preguntándome cómo pasaban sus días, cómo
se sentía el estar libre de los confines de la mafia, de los que en realidad nunca estaría
libre, ni mis hermanas, ni siquiera Gianna cuando estaba huyendo porque siempre
había sido eso: huir.
Nunca me había molestado tanto la vida de la mafia como le pasaba a Gianna,
pero a veces anhelaba momentos de libertad. La universidad me había dado una
probada, pero siempre sería solo eso: una pequeña probada. Jamás abandonaría mi
mundo, no porque Luca no lo permitiera, aunque eso también era cierto, sino porque
era el único lugar al que realmente pertenecía. Era el mundo que conocía.
Esperaba que Val no hubiera cambiado su rutina desde la última vez que
hablamos por teléfono. Había cronometrado todo mi plan alrededor de eso.
Esperé frente al restaurante donde ella quedaba con Bibiana para almorzar
todos los miércoles, acunando un café para llevar entre mis manos cubiertas por
guantes en un intento de calentarme a pesar de la temperatura helada. Me inundó el
alivio cuando finalmente se detuvo una limusina Mercedes negra con ventanas
tintadas frente al restaurante y Val salió tan alta y majestuosa como siempre, su tripa
de embarazada presionada contra su abrigo. Ya debe tener unos nueve meses de
embarazo. ¿Me vería así dentro de ocho meses? Aparté ese pensamiento. Este no era
el momento de soñar despierta.
Val no estaba sola. Sostenía la mano de una niña pequeña, su hija de tres años,
Anna. No pude evitar sonreír, pero dejé de hacerlo cuando me di cuenta que nunca la
vería crecer a pesar de ser su madrina. Dos guardaespaldas las siguieron hasta el
restaurante. Conocía sus rostros, pero no sus nombres.
Mirando a un lado y al otro de la carretera para asegurarme que no pasaba
ningún auto, crucé la calle con rapidez y me dirigí al restaurante bistró. No tenía una
reserva, pero esperaba que pudieran hacerme un hueco. Me acerqué al camarero
quitándome el gorro de lana, y esperando que mi peluca escondiese mi identidad. Sin
embargo, tuve que bajarme un poco la bufanda. Di la espalda a la zona de las mesas.
Sabía que los guardaespaldas de Val estarían observándome, porque había entrado
detrás de ellos.
—¿Mesa para dos? —preguntó el camarero, un veinteañero muy apuesto.
—Solo yo —dije, luego me quité el abrigo, dejando al descubierto unos jeans
oscuros y una blusa blanca, para que así los guardaespaldas de Val viesen que solo
era una mujer pequeña, una don nadie, sin armas y me redujeran a alguien sin
importancia.
El camarero sonrió.
—No me digas que no tienes a nadie que te lleve a desayunar. Una chica guapa
como tú no debería comer sola.
Parpadeé, llevándome un momento darme cuenta que estaba flirteando
conmigo. Nunca nadie lo había hecho antes en Nueva York. La mayoría de la gente
conocía mi cara y aunque oficialmente Luca fuese tan solo un hombre de negocios
con un historial sospechoso, todo el mundo sabía lo que era en realidad. Sin mencionar
que nunca estaba en ninguna parte sin guardaespaldas.
—Sí hay alguien —dije dándome cuenta del largo tiempo que había pasado
desde que Luca y yo salimos a cenar. Mi corazón se apretó de culpa. Cuando volviera,
le pediría que haga una reserva en el restaurante coreano donde me llevó en nuestra
primera cita.
—Sígueme, tengo una mesa para ti.
Me arriesgué a echar un vistazo por encima de mi hombro, pero como había
sospechado, los guardaespaldas ya no me estaban prestando atención. Tenían la
mirada puesta en Val y su hija, y solo en algunas ocasiones miraban una mesa a la
derecha llena de hombres vestidos con traje. Los hombres de la mafia siempre
consideraban peligrosos únicamente a otros hombres.
Me senté donde me indicó el camarero y me alisé la peluca, preocupada de que
se hubiera movido por el gorro de lana que me había quitado, pero parecía que estaba
bien colocada. Después de pedir un té de menta para calmar mi estómago y una tortilla
con aguacate y tostadas, fingí estar ocupada mirando mi celular antes de volverme a
arriesgar a echar un vistazo a Val. Bibiana se unió a ella con su propia hija unos cinco
minutos después de sentarme. Todavía me maravillaba lo saludable que se veía desde
que su marido había sido asesinado.
El camarero me trajo el té y la comida, pero me volvió a preguntar cómo estaba,
y flirteó un poco más. Era un poco molesto, pues tenía que centrar mi atención en Val.
Tenía que hallar el momento perfecto. Apenas toqué mi comida. Siempre me había
gustado el aguacate, pero tan solo un pequeño mordisco había incrementado mis
náuseas y tan solo un largo sorbo de té me impidió correr hacia los baños.
Val y Bibiana estaban riendo de algo, sin prestar atención a Anna por un
momento, y entonces ocurrió. A Anna se le cayó la bebida sobre sí y comenzó a llorar.
Me levanté deprisa y fui al servicio de mujeres. Una vez allí me escondí en un baño y
esperé. Mi corazón martilleó en mi pecho cuando escuché la puerta del servicio abrirse
y un momento después, pasos. Tacones.
—Está bien, cariño —dijo Val suavemente. Sonreí ante el amor en su voz.
Pronto, el llanto de su hija se detuvo. Tiré de la cadena y Val se calló. Cuando salí del
baño, dejó de centrar su atención en limpiar el vestido de su hija con una toallita. Tuvo
que mirar un par de veces mi rostro para reconocerme. Sus ojos se abrieron de par en
par, y movió su mirada brevemente hacia el baño detrás de mí, suponiendo que no
estaba sola. ¿Pensaba que era una trampa?
Por Dios, era su prima.
—Hola, Val —dije sonriendo.
Se relajó muy despacio y me devolvió la sonrisa, pero después, frunció el ceño.
—¿Qué estás haciendo aquí?
La frente de Anna se arrugó con confusión. Era idéntica a Val. Cabello castaño
y los mismos rasgos de su rostro, excepto por los ojos azules pálidos de Dante. ¿Cómo
se vería mi hijo y el de Luca? Me toqué el vientre, preguntándome y dándome cuenta
que estaría feliz si descubriese que estaba embarazada.
Val siguió mi mano con la mirada y la aparté rápidamente. Se alejó de su hija,
acercándose a mí y me envolvió en un abrazo, pero su vientre lo hizo difícil. Cuando
se alejó, sus ojos eran cálidos.
—Es tan bueno verte otra vez, pero no deberías estar aquí. Es demasiado
peligroso.
—¿Tía Aria? —preguntó Anna con su voz aguda, reconociéndome finalmente
a pesar de mi peluca.
Val se giró con rapidez y presionó su dedo contra sus labios.
—Shh, Anna. Nadie puede saber que Aria está aquí, ¿de acuerdo? Está jugando
a las escondidas, y no queremos que la atrapen, ¿cierto?
—Sí —dijo Anna asintiendo rápidamente y vino hacia mí. Me agaché hasta
ella y la abracé.
—Cada día estás más grande.
—Dentro de poco seré una hermana mayor —dijo orgullosa.
—Lo sé. Estoy segura que serás una hermana mayor estupenda. —Asintió
incluso con más entusiasmo.
Sonó un pequeño golpe en la puerta, seguido de una profunda voz masculina.
—Señora Cavallaro, ¿está todo bien ahí dentro?
—Sí, dame otro minuto, Enzo. Me he tenido que quitar el suéter para limpiarlo,
Anna también lo manchó.
Sonreí, sabiendo lo que había hecho. Su guardaespaldas no entraría sabiendo
que podía arriesgarse a ver a la mujer de Dante medio desnuda.
Cuando Val se giró para mirarme, sollocé:
—Vale, he venido para ver a Fabiano. Esa es la única razón por la que estoy
aquí.
Me miró con tristeza.
—No creo que tengamos mucho tiempo antes de que Enzo empiece a
sospechar.
—Lo sé. ¿Qué tal si quedamos esta tarde?
—Será difícil librarme de mis guardaespaldas. Desde que vuelvo a estar
embarazada, y desde que se ha declarado la guerra, Dante es más precavido que nunca.
—Después de un momento me miró con resolución en sus ojos—. Pero, estoy segura
que me las apañaré.
—¿Puedes apañártelas para que Fabi también esté allí?
Enzo volvió a llamar a la puerta.
—¿Señora Cavallaro?
Val puso los ojos en blanco.
—¡Sí, saldré en un momento! —Hizo una pausa—. Aria, no estoy segura si
podré traerlo, pero veré qué puedo hacer. ¿A las cinco de la tarde en Santa Fe? —Val
se salpicó la blusa con agua.
—Ahí estaré.
Le di otro abrazo a ella y a Anna antes de volver a meterme al baño, y un
momento después las escuché salir del servicio. Esperé unos pocos minutos hasta que
otra clienta entró antes de salir y volver a mi mesa. Val estaba hablando con Bibiana
como si nada hubiera pasado. Se había convertido en una actriz muy buena durante
su matrimonio, pero también yo. Pagué y dejé el restaurante antes de que los
guardaespaldas de Val me estudiaran una vez más después de todo. El frío de Chicago
me rodeó a medida que caminaba por las calles. Sabía dónde quería ir, a mi viejo
hogar, para ver si Fabiano estaba allí, pero ese era un riesgo que no podía correr. Si
padre me reconocía, me entregaría sin pensárselo dos veces.
Tenía que encontrar una cafetería donde pudiese esperar hasta que me
encontrara con Val más tarde, pero primero compraría un cuchillo tan solo para estar
segura.
16
Aria
Traducido por LizC y âmenoire

Corregido por Masi

L
legué al Santa Fe treinta minutos antes y elegí un puesto en la ventana
para así poder vigilar la calle. Confiaba en Val, pero no era estúpida.
Era mi amiga, pero más que eso era la esposa de Dante. No creía que le
contara lo de nuestra reunión, pero prefería ser muy cautelosa.
El camarero me trajo un té. Podía decir que le parecía extraño que estuviera
tomando té de menta para la cena, pero era lo único que podía soportar en este
momento. Estaba medio tentada de ir a una farmacia y comprar una prueba de
embarazo mientras esperaba la reunión, pero había decidido no hacerlo.
Una mujer embarazada con un largo abrigo negro me llamó la atención cuando
salía de un taxi. Prácticamente corrió hacia el restaurante y, un momento después, Val
apareció dentro sin Fabiano, pero ya había temido que ese fuera el caso. Ella me vio
e hizo un gesto al camarero para indicarle que se uniría a mí.
Val se deslizó en la cabina frente a mí.
—Aria —dijo con una sonrisa suave, pero me di cuenta que estaba tensa.
No había traído a su hija. Por supuesto que no. Esta no era nuestra guerra pero
éramos parte de ella. El camarero se acercó y tomó su orden antes de que se fuera otra
vez.
—Anna es tan hermosa, Val. La extrañaré terriblemente —le dije—. ¿Cuándo
vendrá tu hijo?
—En unas tres semanas, si decide llegar a tiempo —dijo con una sonrisa—.
¿Qué hay de ti y Luca, quieren hijos?
Aparté la mirada y sin pensarlo, mi mano fue a mi estómago.
—Yo sí. Pero Luca no traerá niños a la guerra.
Ella asintió. Pero había una mirada de complicidad en sus ojos.
—Es por eso que Dante no quería un segundo hijo, pero nunca es un buen
momento para traer niños a nuestro mundo. Nuestros hombres a veces están tan
envueltos en guerras de drogas y juegos de poder que olvidan lo que realmente
importa.
—La familia —terminé, y ella asintió. Nos miramos entre sí. Esta ya era más
información de la que nuestros esposos probablemente querían que compartiéramos.
Se suponía que Val era mi enemiga.
Como si también recordara eso, su expresión se tensó.
—¿Por qué estás aquí, Aria?
—Ya te lo dije, por Fabi. Estoy preocupada por él. Es Navidad y está solo.
Val no me contradijo, porque conocía a mi padre.
—¿Cómo le va? —pregunté con preocupación, recordando mi última llamada
con él, que aún me desgarraba el corazón.
Val se encogió de hombros.
—Todavía está en el proceso de inducción. Parece estar bien, físicamente, por
lo que puedo decir.
La ropa podía cubrir muchas cosas… ambas lo sabíamos.
—¿Crees que hay alguna manera de que pueda verlo?
Sus ojos parpadearon con incertidumbre.
—Es parte de la Organización. No estoy segura que sea una buena idea.
Sus lealtades estaban con Dante y, sin embargo, aquí estaba, pero su amistad
para mí tenía límites.
—Pero también es mi hermano, mi sangre, Val. Prácticamente lo crie hasta que
tuve que irme a Nueva York. Quiero protegerlo como lo haría una madre con su hijo.
—No estaba segura si eso era cierto, ya que todavía no tenía hijos, pero sabía que Val
lo entendería. Tocó su vientre redondo, sus cejas oscuras fruncidas.
—Esta guerra es tan innecesaria —murmuró.
—Nuestros esposos no estarían de acuerdo. ¿O hay alguna forma en que
podrías convencer a Dante para que regrese a la tregua?
Val suspiró.
—Orgullo y honor. Evitarán que tanto Luca como Dante forjen otra tregua.
Ambas sabemos que nunca se agradaron mucho.
—Desearía que eso no fuera cierto —dije en voz baja. Mis ojos siendo atraídos
hacia la entrada porque la puerta se abrió.
Me quedé inmóvil cuando registré al hombre alto que entró al restaurante.
Cabello rubio, ojos fríos, vestido con un traje gris de tres piezas.
Val siguió mi mirada y palideció.
—No le dije nada, Aria. Yo nunca…
Se detuvo junto a nuestra cabina. Dante Cavallaro.
—No lo hizo —confirmó con una voz tan peligrosa que envió un escalofrío por
mi espalda. Apuntó sus fríos ojos azules sobre Val—. Pero en un momento como este,
no voy a dejarte ir a ningún lado sin mi conocimiento.
—Me seguiste —lo acusó, mirando a su celular descansando sobre la mesa.
—Eso, sí, y Enzo reconoció una cara familiar esta mañana durante tu almuerzo
con Bibiana, pero no estaba seguro, y cuando me envió una foto de Aria y le pedí que
la agarrara, ya había desaparecido.
¿Enzo había conseguido sacarme una foto? Dios, era una idiota. Dante me
sobresaltó cuando se deslizó en mi cabina, no en la de Val. Me vi obligada a
deslizarme hacia un lado para darle espacio para sentarse. De esa manera
impidiéndome mi ruta de escape. Mi ritmo cardíaco se duplicó.
Los ojos de Val se ensancharon, y la preocupación llenó su rostro.
Preocupación por mí.
—Dante —dijo con voz apaciguadora.
—Vete. Dos de mis hombres te están esperando. Te llevarán a casa.
—Dante —lo intentó de nuevo.
—Valentina —gruñó bruscamente, y la mirada que le envió me hizo temblar.
Apoyé mis manos temblorosas en mi regazo.
Se levantó lentamente, con los ojos llenos de disculpa cuando aterrizaron en
mí.
—Gracias, Val, por venir aquí —le dije, intentando mantener mi voz tranquila
pero fallando miserablemente.
Ella asintió, luego se volvió y se fue.
Dante inclinó su cuerpo hacia mí. Me encontré con su mirada, intentando
esconder que él me asustaba, pero a pesar de lo buena actriz en la que me había
convertido, sabía que podía ver a través de mí. Su propia cara no revelaba nada.
¿Podría esperar misericordia? ¿Compasión? Pero sabía la respuesta a esa pregunta.
Dante gobernaba a la Organización. Era como Luca en muchos aspectos.
—Voy a llamar al camarero ahora y pagar la cena. Nos levantaremos juntos, te
quedarás a mi lado, iremos a mi auto y entrarás —dijo en un tono sin emoción alguna,
sus ojos con una clara advertencia.
Tragué, y asentí. Porque era todo lo que podía hacer. No era como si en realidad
tuviera opción. Forcé una sonrisa cuando llegó el camarero. Dante pagó y se levantó.
Tomó mi abrigo que había arrojado sobre el respaldo y me lo tendió, su cara una
máscara de cortesía. Aunque sus ojos contaran una historia diferente.
Me puse de pie y dejé que me ayudara a ponerme el abrigo. Temblé cuando sus
manos tocaron mis hombros y se inclinó más cerca, su boca junto a mi oreja.
—No intentes correr o hacer nada estúpido, Aria. Odiaría tener que lastimarte.
Le di otro asentimiento brusco y soltó mis hombros, luego tomó mi mano. Me
tensé aún más, pero lo seguí afuera y hacia su Mercedes. Abrió la puerta del pasajero
para mí, su mirada estudiando nuestros alrededores a medida que me deslizaba en él.
Cuando cerró la puerta, respiré temblorosamente. Mi corazón latía frenéticamente en
mi pecho. Estábamos en guerra. Guerra. Y yo era la esposa del Capo, y me había
dejado capturar por la Organización.
No entres en pánico.
Chicago fue mi hogar una vez. Dante me ha conocido toda mi vida.
Dante no era conocido por lastimar a las mujeres, pero ¿y si me usaba como
ventaja? Una fuerte oleada de náuseas se apoderó de mí, y requerí de toda mi fuerza
de voluntad para forzarla hacia abajo.
Dante se puso detrás del volante y sacó el auto a la calle.
—Supongo que estás sola. —Estaba concentrado en el tráfico, pero sabía que
era consciente de todos mis movimientos.
—Sí —contesté.
—No deberías haber venido a Chicago —dijo mientras miraba el espejo
retrovisor como si esperara que alguien nos siguiera. Temía que tuviera razón. Luca
había estado en lo cierto. Actuaba sin pensar cuando concernía a mis hermanos.
Finalmente, Dante desvió el auto hacia un lado, sobresaltándome, y pisó los
frenos. Estábamos en una zona desierta cerca de las pistas. Él no dijo nada. Cerré mis
ojos. Este era un lugar donde nadie me oiría gritar, un lugar donde los cuerpos podrían
ser eliminados. Mis dedos se aferraron a mis rodillas cuando recordé el cuchillo, que
había comprado esta tarde, en mi bolso. Un bolso que estaba entre mis pies en el
espacio para las piernas. Pero para lograr llegar hasta él, tendría que inclinarme y abrir
el cierre. Y para lograr salir viva de este auto después de clavar un cuchillo en Dante,
necesitaría un milagro.
Abrí mis ojos, mirando hacia mi bolso. Luca y yo habíamos practicado la
autodefensa a lo largo de los años y podría haberme defendido contra un hombre
inexperto, pero Dante era el Jefe. Podía matar sin romper a sudar.
Pero entonces, Dante se estaba inclinando sobre mí, alto y aterrador, su brazo
rozando mi muslo y haciéndome apartar de él, mi cabeza chocando con la ventana.
—No —jadeé.
Los ojos azules de Dante se encontraron con los míos, la comprensión
reflejándose en su rostro, pero no se apartó de inmediato, todavía demasiado cerca
como si estuviera esperando algo. Después se enderezó, sosteniendo mi bolso en su
mano. Lo había alcanzado entre mis piernas. Solté un suspiro y limpié rápidamente
una lágrima traidora de mi cara, esperando que mi reacción emocional no fuera porque
estaba embarazada. ¿Y si estaba poniendo en riesgo a este bebé? Dios, ¿qué había
hecho?
Dante abrió mi bolso, sacó el cuchillo y lo puso en el compartimiento lateral,
luego volvió a colocar el bolso en el espacio para las piernas.
Todavía estaba presionada contra la ventana, mi pulso acelerado.
—Aria —dijo Dante con firmeza, dirigiendo mi mirada hacia sus ojos. No eran
exactamente blandos, pero al menos habían perdido parte de la amenaza—. Eres la
esposa de Luca; una guerra no cambiará eso. E incluso si no fueras su esposa, no
tendrías que temer eso de mí o de nadie más en Chicago. Lo juro.
—Gracias, Dante —susurré. Me enderecé en mi asiento, avergonzada por mis
acciones.
—No hay necesidad de agradecerme por respetar tu cuerpo —dijo.
—Entonces, ¿qué vas a hacer conmigo?
Me miró sin un destello de emoción.
—Supongo que, esa es la pregunta. Debería usarte para castigar a Luca y la
Famiglia.
Me estremecí.
—O al menos usarte como ventaja para chantajearlo.
Eso era lo que temía.
—Luca es Capo. No arriesgará nada por la Famiglia.
Dante sonrió fríamente.
—Pero tú eres su esposa, y vi la forma en que te mira. Solo hay una cosa por
la que Luca arriesgaría su posición como Capo, y esa eres tú.
Oh Dios, si Luca perdía su territorio o la confianza de sus hombres por mi
culpa, nunca me perdonaría.
—Creo que estás sobreestimando mi valor. La primera elección de Luca
siempre será la Famiglia.
Dante inclinó su cabeza, mirándome como un activo.
—Y creo que tú estás subestimando tu valor por una buena razón.
—No lo hago. Luca no arriesgará su territorio. No lo conoces tan bien como
yo.
—Y ese es el problema —dijo—. Si Luca se negara a nuestras peticiones,
tendría que intentar convencerlo.
—Al hacerme daño —dije.
Él asintió.
—Al hacerte daño. No me gusta mucho infligir dolor a las mujeres. —Pero
tendría que hacerlo—. Sin embargo, la Organización es donde reside mi
preocupación. —Lo dijo como si hubiera elegido.
—Todavía está Matteo, y el resto de la Famiglia. Luca tiene que considerar sus
deseos.
—Luca sabe cómo hacer que la gente vea las cosas como él quiere que las vean.
Luca es el Capo más fuerte que Nueva York ha visto en mucho tiempo. Sus hombres
lo admiran, pero no conocen su debilidad.
Yo era su debilidad.
Las lágrimas escocieron mis ojos. Nunca tuve la intención de volver débil a
Luca, y tenía que asegurarme que él no pareciera de esa manera frente a sus enemigos,
porque eso es lo que Dante era. Tomé una respiración profunda.
—Luca hará cualquier cosa para seguir siendo Capo. Está en su sangre. En
última instancia, si tiene que elegir entre el poder y yo, elegirá el poder, créeme. —
Me encontré con la mirada fría de Dante y esperé que no pudiera ver que mis palabras
eran una mentira.
Dante no dijo nada por un tiempo, solo se me quedó mirando fijamente.
—Quizás. Pero quizás solo estás intentando salvarte a ti y a Luca. Quizás te
das cuenta que tú estando aquí podría significar el fin de la Famiglia.
—Sin importar lo que me hagas, Luca no renunciará a su territorio. Luca no se
inclinará ante nadie.
—Pero tampoco retrocederá y permitirá que te torturen.
Me sacudí en mi asiento, la sorpresa ensanchando mis ojos antes de poder
enmascararlo, y los labios de Dante se curvaron en una sonrisa de complicidad.
Maldita sea la mafia. Maldita sea Dante y su manipulación. Me obligué a
calmar mi pánico y dije firmemente:
—No lo hará. Atacará a Chicago y matará a cada hombre. Mostrará fuerza, no
debilidad. Luca es el hombre más despiadado que conozco, Dante, y he crecido
conociéndote. No confundas su posesividad con otra cosa. Soy su posesión, y
derribará tu ciudad y tu hogar para recuperarla. —Tuve que forzar cada palabra más
allá del nudo en mi garganta, a través de mi miedo. Tenía que ser fuerte por Luca, no
podía permitir que Dante me usara contra él. Haría cualquier cosa por Luca.
Dante se inclinó hacia delante, sus ojos duros.
—Y haré lo mismo con Nueva York. Creciste viendo mi máscara civilizada,
Aria. No lo confundas con mi verdadera naturaleza. Luca lleva a su monstruo en el
exterior; yo mantengo el mío enterrado hasta que lo necesito.
No lo dudaba. Luca atacaría y Dante tomaría represalias. La gente moriría. Tal
vez mis hermanas, tal vez Fabi. Tal vez Luca. Y no podía permitirlo. Sopesé mis
opciones. Podía intentar suicidarme, pero entonces Luca definitivamente destruiría
Chicago. Podía intentar rogarle a Dante que me perdonara porque era mujer, pero su
expresión implacable me daba pocas esperanzas. Intentar seducirlo estaba
completamente fuera de discusión, no es que me pareciera un hombre que dejaría que
sus instintos básicos dominaran la lógica, y además, estaba Val. No es que alguna vez
besaría a alguien más que a Luca. Dios, estaba empezando a perder la cabeza. Mi
estómago se retorció y mi náusea se estrelló contra mí tan fuerte que alcancé la puerta
para salir pero estaba cerrada, por supuesto.
—Aria —dijo Dante en advertencia.
—Voy a vomitar —jadeé, y con una mirada a mi cara, desbloqueó la puerta.
Salí y corrí hacia la parte trasera del auto, luego me incliné y vomité el té y el panecillo
que había comido por la tarde. Me apoyé en el maletero del Mercedes, intentando
recuperar el aliento. Las perneras grises del pantalón de Dante aparecieron en mi
visión periférica, pero ni siquiera estaba avergonzada. Estaba más allá de ese punto.
Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas cuando me aferré al auto.
—Toma —dijo Dante en voz baja, sosteniendo un pañuelo.
Lo tomé con un “gracias” murmurado, luego me limpié la boca. Preparándome,
levanté la cabeza y me encontré con la mirada de Dante. Estaba frunciendo el ceño.
—¿Acaso es miedo o algo más? —preguntó.
Me quedé mirando sus ojos azules. Dante era padre y Val estaba embarazada
otra vez. Tenía que confiar en que eso me salvaría. Decidí ir por la verdad
inquebrantable.
—Ambos. Nunca te he tenido más miedo que hoy.
La expresión de Dante no cambió, pero eso no significaba que mis palabras no
tuvieran un pequeño efecto en él. Necesitaba esperar que lo tuvieran.
—Pero eso no es todo —dije, luego vacilé. Admitir un embarazo nos salvaría
a Luca y a mí, o lo condenaría a él y a la Famiglia—. Estoy embarazada.
Los ojos de Dante volaron hacia mi estómago.
—¿Estás embarazada del hijo de Luca?
No estaba segura, pero todo apuntaba hacia eso. Me enderecé a pesar de mis
náuseas y mareos.
—Sí.
—Espero que entiendas que no puedo tomar tu palabra en el asunto —dijo
Dante con voz dura.
Parpadeé aturdida.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero pruebas.
—¿Pruebas? —repetí—. ¿Y si mis palabras prueban ser verdad?
—Entonces, ya decidiré. —La cara de Dante era una máscara impenetrable—.
Vuelve al auto, Aria.

Dante me llevó a una farmacia, pero tuve que quedarme en el auto cerrado
mientras él compraba una prueba de embarazo. Estaba empezando a pensar que había
cometido un gran error al decirle a Dante que estaba embarazada. Si la prueba
demostraba que estaba embarazada, tendría aún más influencia contra Luca, y si la
prueba demostraba que había mentido, estaría menos dispuesto a perdonarme de
alguna manera. A veces pensaba que podía jugar estos juegos de poder porque había
visto a Luca y Matteo jugarlos, pero nuestros hombres tenían años de experiencia en
el asunto.
Cerré los ojos y presioné mi palma contra mi estómago aún plano, sin estar
segura de lo que debía esperar. Abrí los ojos cuando la puerta se abrió y Dante entró.
Sus ojos se posaron en mi mano sobre mi estómago y la retiré.
Extendió el paquete y cerró la puerta.
—¿Dónde se supone que debo tomar la prueba?
—No puedo llevarte a ningún lugar público. Odiaría encontrar a alguien que te
reconozca.
Porque lo obligaría a actuar.
Se alejó del bordillo y nos llevó de regreso a un estacionamiento abandonado
cerca del agua.
—¿Aquí? —pregunté.
—Aquí. No puedo tomar en consideración tu modestia. —Dejó el auto y lo
seguí. Miré a mi alrededor, temblando—. Escóndete detrás del maletero; esperaré
aquí. Si haces algo para despertar mis sospechas, te observaré, ¿entendido? —Dante
me miró con los ojos entrecerrados y asentí bruscamente, luego caminé hacia la parte
de atrás y me desabroché los pantalones. Dante me dio la espalda y me bajé los jeans
y las bragas antes de agacharme y con torpeza sostuve la varita de prueba entre mis
piernas. Me tomó un tiempo antes de poder relajarme lo suficiente para soltarme, pero
Dante no dijo nada.
Me enderecé y puse la prueba en el maletero, después me vestí.
—Hecho —dije.
Dante se volvió, buscó en su auto, luego caminó hacia mí y me tendió unas
toallitas.
—Estás preparado —dije con una risa amarga.
—Por lo general, me limpio la sangre con ellas.
Estudié su rostro. ¿Estaba intentando intimidarme o solo estaba siendo
honesto? No podía decirlo, no lo conocía lo suficientemente bien para eso.
Esperamos el tiempo restante en silencio hasta que Dante me hizo una señal
con la cabeza. Me estiré hacia la prueba con dedos temblorosos y abrí la tapa.
Miré hacia la prueba y comencé a llorar.
Embarazada.
Dante me observaba en silencio. Le mostré la prueba, pero ya lo sabía. Más
silencio siguió.
—Luca no lo sabe —dijo Dante.
Asentí para confirmarlo. Me aferré al borde del auto. Estaba embarazada con
el hijo de Luca. Un bebé. Me miré y un terror como ninguna otra cosa que hubiera
conocido jamás se apoderó de mí. Había venido a Chicago, al territorio enemigo, con
el bebé de Luca dentro de mí. Era tan estúpida, tan tan estúpida.
—Aria. —La voz de Dante fue más suave de lo que había sido en toda la tarde
y lo miré de nuevo, y durante varios minutos ninguno de los dos se movió. No estaba
segura qué hacer.
—Sé que debes pensar en la Organización —susurré, pero me silenció con su
mano levantada.
—Te dejaré ir. Luca es mi enemigo. No creo que eso vaya a cambiar en ningún
momento cercano, pero eres una mujer inocente y llevas a su hijo. Espero que él
hiciera lo mismo si Valentina alguna vez cayera en sus manos, lo que no pasará. —
Ferocidad destelló en sus ojos. Protector como Luca. Valentina era la debilidad de
Dante como yo era la de Luca.
No estaba segura de lo que Luca habría hecho si estuviera en la posición de
Dante. Quería creer que habría tomado la misma decisión.
—Pero Aria, no te equivoques: si alguna vez me cruzo con Luca, lo mataré y
no será rápido.
Me estremecí porque le creía.
—No le hablarás a Luca sobre esto —dijo, una orden.
—No lo haré, créeme. —Si Luca se enteraba de esto, perdería la cabeza.
Me dio un asentimiento tenso.
Di un pequeño paso hacia él.
—Gracias, Dante. Muchas gracias.
Otro asentimiento cortante.
—¿Tienes un boleto de avión?
—Sí, mi vuelo sale en tres horas.
—Te llevaré al aeropuerto.
Regresamos al interior del auto y una vez más mi mano encontró mi estómago,
todavía sin ser capaz de creer que había un pequeño ser humano creciendo dentro de
mí. El resultado de mi amor con Luca.
Dante estaba tenso junto a mí, mientras conducía para llevarme hacia el
aeropuerto. Se detuvo frente a la terminal de salidas, luego se giró hacia mí y una
expresión depredadora se apoderó de su rostro.
—Jamás regreses a Chicago, Aria. Esta es la única vez que voy a hacer esto,
pero la próxima vez haré lo que sea necesario para asegurar que la Organización gane
esta guerra.
—¿No puede haber paz de nuevo? Por tus hijos y los nuestros. Por Fabi y todos
los otros que sufrirán en esta guerra.
Dante sonrió fríamente.
—Si Luca me entrega a Romero y a Liliana, y si Luca se disculpa, entonces
quizás pueda haber paz.
Luca no haría ninguna de las dos cosas y ambos lo sabíamos. Dos hombres que
se odiaban mutuamente, y más hombres ansiosos por desollarse entre ellos nos
llevaban a todos hacia la oscuridad, a los niños y mujeres por igual, y mi hijo nacería
en este mundo oscuro.
Nacidos en Sangre. Jurados en Sangre. Entro vivo y me voy muerto.
—Vete —dijo Dante y lo hice. Nunca más miré atrás a medida que entraba en
el aeropuerto. Nunca más vería Chicago otra vez, nunca más vería a Fabi de nuevo.
Presioné mi mano contra mi estómago, buscando consuelo. Tenía que confiar en que
Fabi era lo suficientemente fuerte como para sobrevivir en la Organización. No podía
arriesgarlo todo nuevamente, no con un bebé creciendo dentro de mí, no si quería
proteger a Luca y a nuestra familia.
Mientras abordaba el avión, me pregunté una vez más si Luca habría hecho lo
mismo. ¿Habría dejado que Val se fuera?

Luca
Mi control estaba colgando de un hilo a medida que escuchaba a mis hombres.
También Matteo lucía como si tuviera toda la intención de liberar a nuestros tíos de
la carga de su vida.
Tío Gottardo y tío Ermano parecían estar en una discusión silenciosa pero
apuesto a que estaban haciendo planes sobre cómo derrocarme detrás de puertas
cerradas. Ermano era un cobarde, y Gottardo solo era marginalmente mejor, pero con
el tiempo actuarían. Tal vez Gottardo mandaría al hijo legítimo que le quedaba para
matarme.
—La guerra era inevitable —gruñí—. Lo saben tan bien como yo. No finjan
que no han estado esperando por una oportunidad para derramar de nuevo la sangre
de la Organización. —Mis lugartenientes asintieron y también lo hicieron la mayor
parte de mis capitanes. Aunque Gottardo y Ermano no lo hicieron.
Levanté la mirada hacia el techo alto de la central eléctrica. La había elegido
para cada reunión con mis capitanes y lugartenientes durante los últimos tres años
para recordarles mi declaración sangrienta. Tenía la sensación de que necesitaban que
les refrescaran la memoria.
Gottardo azotó su puño contra la mesa, trayendo mi mirada de vuelta hacia él,
y apartó la mano pacificadora de Ermano con un manotazo.
—Suficiente —murmuró—. Arriesgaste demasiado al traer aquí a la más joven
de las Scuderi y ascenderlo a él a capitán. —Gottardo asintió hacia Romero con un
resoplido condescendiente.
Romero se tensó en su silla, pero Gottardo se giró de nuevo hacia mí.
—Todo porque dejaste que esa perra rubia Scuderi te manejara por la polla.
Empujé la gran mesa para apartarla y agarré a mi tío por el cuello, levantándolo
de la silla y lanzándola hacia el otro lado. Lo estrellé contra la pared y coloqué mis
dos manos alrededor de su cuello y apreté lo más fuerte que pude. Su rostro se puso
rojo, sus ojos saliéndose de sus órbitas. Me arañó, golpeó y rasguñó, pero no aflojé
mi agarre. Nadie se atrevió a venir en su ayuda mientras luchaba por su vida.
Me le quedé mirando fijamente a los ojos como había hecho muchos años atrás
cuando había matado a su hijo. Sus huesos cedieron, perforando su carótida y esófago.
Se atragantó, la sangre derramándose por sus labios. Tosió, y se ahogó con su propia
puta sangre. La sangre cubrió mi rostro y camisa a medida que él resollaba. No aflojé
hasta que la luz dejó sus malditos ojos, luego solté mi agarré y dejé que su cadáver
cayera al suelo ante mis pies. Todo se había quedado completamente en silencio a mi
alrededor. Enfrenté a mis hombres. Mis manos, rostro y camisa estaban cubiertos de
sangre, y por la mirada en el rostro de Matteo (llena de sorpresa y fascinación
enfermiza) supe que parecía una visión salida directamente del infierno.
—Soy su Capo. Gobierno sobre la Costa Este. Los gobierno a todos ustedes.
Si alguien tiene un problema conmigo, entonces adelántense y díganmelo a la maldita
cara, y les garantizaré una jodida muerte rápida. Pero juro por el cielo y el infierno
que aplastar la garganta de mi tío lucirá como un final misericordioso para el siguiente
hijo de puta que se atreva a insultar a mi esposa. No soportaré ninguna falta de respeto
de ninguna clase.
Muchos hombres asintieron en acuerdo; otros lucían como si se hubieran
cagado en sus pantalones. Me importaba un carajo.
—Esta reunión se terminó.
Hice señas hacia los hombres de mi tío y entonces apunté al hijo que le
quedaba, quien no lucía particularmente triste por el fallecimiento de su padre.
—Lleva su cadáver de regreso a casa contigo. Espero que no vayas a compartir
el destino de tu padre y hermano un día de estos.
Me giré, terminando de una jodida vez con esta puta reunión. Matteo se
mantuvo cerca detrás de mí mientras salía rápidamente de la central eléctrica y me
dirigía hacia mi Aston Martin.
Matteo se paró frente a mí antes de que pudiera ponerme detrás del volante.
—Creo que debería conducir. No estás precisamente cuerdo en este momento.
Empujé las llaves hacia él.
—¿Eso crees? —murmuré.
Se dirigió hacia el maletero, regresando un momento después y me ofreció una
camisa blanca limpia.
—Quizás deberías cambiarte. No quiero tener que explicar esto a la policía si
nos atrapan. No todos ellos están en nuestra nómina, ¿recuerdas?
Me quité mi camisa y limpié mi rostro y manos con ella, pero el tinte rosa
permaneció. Romero se acercó detrás de nosotros y le entregué la camisa.
—¿Puedes quemar esto?
Asintió, sus ojos preocupados a medida que contemplaba mi camisa. No
necesitaba su maldita preocupación. Estaba bien.
Me metí en el auto y Matteo se acomodó detrás del volante. Condujimos en
silencio, pero siguió mirando en mi dirección.
—¿Estás bien?
Fruncí mi ceño.
—He matado a mucha gente. ¿Crees que todavía me preocupa?
—La última vez que aplastaste una garganta, estuviste un poco inestable
después de eso. De todas formas, has estado al borde últimamente teniendo en cuenta
lo que ha estado sucediendo.
Al borde era una extraña manera de ponerlo. Desde que la guerra había
comenzado, las voces en la Famiglia que me querían fuera se estaban volviendo cada
vez más fuertes. Todavía eran una pequeña minoría, pero dificultaban mi vida. Quizás
esta noche había silenciado a algunos enemigos, o quizás me había ganado algunos
nuevos. Todavía era difícil decir cuál. Tendría que reemplazar a mis tíos con
lugartenientes jóvenes, más confiables. Los había tolerado durante demasiado tiempo.
Era tiempo de que se retiraran antes de que tuviera que matar a otro.
—¿De vuelta con nuestras esposas? ¿O necesitas tiempo adicional para
enfriarte? —preguntó Matteo.
—No necesito tiempo para enfriarme. Estoy bien. Todo lo que quiero es tener
el cuerpo desnudo de Aria debajo del mío.
Matteo me dirigió otra mirada. Difícilmente mencionaba alguna vez el sexo
con Aria. Odiaba compartir siquiera esa pequeña parte de Aria con alguien. Pasamos
el resto del camino en silencio. Generalmente mi pulso se ralentizaba después de
matar, pero esta vez no lo hizo. Cuando nos detuvimos en el camino de entrada de la
mansión, todavía estaba alterado. Romero llegó poco tiempo después y juntos
entramos a nuestra casa. Estaba tranquila cuando entramos a la sala de estar. Las
mujeres habían terminado de poner las decoraciones navideñas. Un árbol de navidad
brillaba en rojo y plata. Necesitaba una Navidad pacífica, no podía esperar por algunos
días de calma con mi verdadera familia.
Mi teléfono celular sonó, anunciando un correo electrónico. Lo saqué de mi
bolsillo trasero. Era de un contacto periodista y la línea del asunto decía: Urgente,
seguido por una docena de signos de exclamación. Me detuve e hice clic en el correo
electrónico.
Obtuve esto de un colega en Chicago y evité que llegara a las rondas o
peor, a los titulares.
Hice clic en las tres fotos adjuntadas.
17
Matteo
Traducido por Masi, Smile.8 y Lyla

Corregido por Masi

S
iempre había sospechado que habría un momento en que la oscuridad
tanto en Luca como en mí se alzaría demasiado, tan alto que se
derramaría y ahogaría toda la luz, todo lo bueno que quedaba. Temía que
este fuera el momento para Luca.
Evité que Romero se acercara a Luca con una mano contra su pecho. Romero
frunció el ceño, pero luego miró a Luca y se tensó. Yo, también, estaba congelado por
la aprensión.
Luca y yo habíamos pasado toda nuestra vida juntos, pasamos por lo malo y lo
peor, matamos y sufrimos, reímos y peleamos. Nunca había sido realmente cauteloso
con mi hermano. Ni siquiera cuando aplastó la garganta de nuestro primo, ni cuando
me había amenazado por hablar mal de Aria, pero hasta ahora nunca había visto esa
mirada en su rostro.
No estaba seguro lo que lo tenía mirando de esa manera, pero solo conocía una
cosa que tenía el poder de ponerlo de rodillas, una sola cosa que podía destruir a Luca,
que podía hacer que perdiera toda la cordura y se rompa de una vez por todas. Era la
única persona que pensé que evitaría que se rompiera en primer lugar.
—¿Luca? —pregunté con cuidado.
Miraba una foto en su pantalla. Me acerqué y lo que vi hizo que me congelara
en el lugar. Era una foto de Aria tomándose de las manos con Dante. Me tomó un
momento comprender lo que estaba viendo. Ni siquiera tenía sentido. Romero
también echó un vistazo a la foto y frunció el ceño.
Gianna, por supuesto, eligió ese momento para entrar en la sala de estar en nada
más que un camisón, pero se detuvo cuando nos vio. Sus ojos se desviaron de mí hacia
Luca y la sonrisa desapareció de su rostro.
—¿Dónde está Aria? —le pregunté bruscamente.
—No uses ese tono conmigo —murmuró, sus ojos disparándose a Luca una
vez más, que aún no había movido un músculo y que todavía estaba mirando su
teléfono, pero sabía que él estaba escuchando.
—Gianna, ¿dónde carajo está Aria? Esto es serio —gruñí.
Lily apareció detrás de ella, pero Romero sacudió la cabeza y le hizo un gesto
para que no se acercara.
—¿Dónde? —le preguntó a ella.
—No lo sé —respondió en voz baja, pero era una mentira. Romero lo sabía.
Yo lo sabía. Luca lo sabía.
—¿Está en Chicago? —pregunté.
Gianna y Lily intercambiaron una mirada pero permanecieron en silencio.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Gianna.
Y Luca levantó los ojos del teléfono.
—Mierda —murmuré porque esa mirada en sus ojos… me asustó totalmente.
—Lily —comenzó Romero, pero no pudo terminar cualquier advertencia que
quisiera expresar.
—¿Sabían sobre esto? —preguntó Luca con un tono de voz que nunca había
escuchado en él. Bajo, oscuro, a punto de romperse. Giró su teléfono para que Gianna
y Lily vieran la foto de Aria tomándose de las manos con Dante, luego hizo clic en la
foto siguiente que mostraba a Dante con sus manos en el hombro de Aria, su boca
junto a su oreja en un gesto íntimo. Y la siguiente, la peor: Aria en un auto con Dante
y él inclinándose sobre ella, de espaldas a la cámara, ocultando la mayor parte de su
cuerpo de la vista. No podías ver sus caras, pero estaban cerca y su brazo se extendía
entre sus piernas.
Lily jadeó sin aliento, y de alguna manera fue la gota que colmó el vaso. Luca
rugió y arrojó el teléfono. Se rompió contra la pared. Después agarró el árbol de
Navidad y lo arrojó al suelo. Agarré el brazo de Gianna y la empujé hacia la puerta de
entrada.
—¡Sal! Ve al auto y espérame.
Gianna se negó a irse, a diferencia de Lily, que había permitido que Romero la
llevara afuera.
—Luca, deja de ser una idiota. ¡Aria nunca te engañaría, estúpido imbécil! —
gritó Gianna.
Luca había sacado un cuchillo y estaba mirando la hoja fijamente, con el pecho
y los hombros agitados, su rostro una máscara de agonía pura. Nunca lo había visto
así. Ni siquiera cuando nuestro padre nos había torturado con cuchillos, encendedores
y agujas.
Agarré el brazo de Gianna con más fuerza y la saqué de la casa, dirigiéndome
hacia mi Porsche, sin importarme que estuviera descalza. Ella trató de liberarse.
—Basta, Matteo. ¡Se está equivocando! —gritó.
No la escuché. Necesitaba ponerla a salvo y luego regresar con Luca e intentar
evitar que se desmoronara y se transformara de forma aterradora en un asesino en
serie. La empujé dentro del auto, después cerré las puertas. Gianna golpeó contra las
ventanas.
Romero había encerrado a Lily en su jeep y me miraba con preocupación.
—Aria no lo engañaría —dijo.
—¿Estás seguro de eso? —murmuré.
—Tienes que calmarlo antes de que haga algo que no se pueda deshacer —dijo
Romero.
Asentí.
—Vete.
—Tomaré una habitación en un hotel cercano. Llámame si me necesitas.
Gianna comenzó a gritar, volviéndome loco, pero no la dejé salir del auto. No
la quería ni remotamente cerca de Luca cuando estaba de ese modo.
Con una respiración profunda, volví a la mansión. Luca aún sostenía el cuchillo
en su mano derecha, pero en su mano izquierda sostenía su iPad, y esa mirada
agonizada persistente en su rostro.
—¿Luca? —me aventuré a decir. No reaccionó. Me acerqué más. Había abierto
las fotos en el iPad como si verlas en un formato más grande las hiciera menos reales.
—Ya arrojaste mucha mierda en tu camino hoy. Tal vez deberías intentar
calmarte antes de permitirte actuar por ira.
Luca dejó el iPad en la mesa de la sala y fue al armario de licores. Si no soltaba
ese maldito cuchillo pronto, podría considerar sacar el mío. Agarró una botella de
whisky, la abrió con los dientes, escupió el tapón de rosca y tomó un trago profundo.
El alcohol no lo haría menos peligroso.
—Vete —gruñó.
—Luca, amas a Aria.
Luca se tambaleó hacia mí, y tuve que luchar contra las ganas de sacar un arma.
—¡Amor! —Me fulminó con la mirada—. Podrás estar bien con que Gianna
hubiera estado follando por ahí a tus espaldas, pero yo no puedo… no puedo soportar
la puta idea de Aria… —Su voz se quebró y la furia contrajo su rostro. Gianna no
había estado follando por ahí, pero era inútil discutir con Luca, y definitivamente no
lo dejaría encender mi propia ira—. ¡Vete! —rugió—. ¡Vete con tu esposa y déjame
manejarlo por mi cuenta!
Asentí y di un paso atrás.
—Luca, algunas cosas no se pueden deshacer —repetí lo que Romero me había
dicho.
Luca me dio la espalda, sus hombros temblando de ira y, lo que era peor, dolor.
Sabía que podía lidiar con lo primero, pero lo último, era algo con lo que él nunca
antes había tenido que lidiar.
Aun así no podía interferir, no sin arriesgarme a pelearme con Luca, y hoy uno
de nosotros moriría. Podría estar dispuesto a morir por Gianna e incluso por Luca,
pero no por Aria, no cuando podría haber engañado a mi hermano. Retrocedí, mi
pecho se sentía jodidamente apretado. No estaba seguro si volvería a ver a Luca, no
al Luca que conocía, porque si lastimaba a Aria, no se recuperaría. De todas formas,
no estaba seguro que se recuperara.
Gianna se aferró a mi camisa cuando me puse detrás del volante.
—Matteo, bastardo, ¡déjame ir a ver a Luca!
—No —siseé. Luca apenas toleraba a Gianna en los mejores días, y hoy estaba
peor que nunca… y eso que había estado con él en cada momento malo y peor de su
vida.
—Entonces déjame llamar a Aria. Tengo que advertirle. Luca ha perdido la
cabeza. La matará si cree que lo engañó. Es un imbécil posesivo.
Luca no mataría a Aria porque era un imbécil posesivo. La mataría porque
había hecho que la amara y confiara en ella, y maldita sea, lo había traicionado, le
había roto su maldito corazón. Encendí el auto pero Gianna me empujó el brazo.
—¡Matteo, maldita sea!
—Tendrán que resolver esto solos.
—¿Resolver esto? La única forma en que Luca resolverá esto es con su jodido
cuchillo. Matteo, te lo juro, si dejas que tu hermano lastime a Aria, habremos
terminado.
Las lágrimas brillaban en sus ojos, pero no interferiría.
—Para que yo detenga a Luca, tendría que invalidarlo y para que tuviera éxito,
tendría que matarlo. Y eso no es algo que puedes pedirme, Gianna. No cuando tu
hermana provocó esto ella sola. Conoce a Luca mejor que nadie.
—No lo engañó, Matteo —susurró Gianna desesperadamente—. Nunca lo
haría. Ama a Luca. Y él va a destruirlo todo.
—No —gruñí—. Aria lo destruyó todo. Rompió la confianza de Luca. Debería
haberlo sabido. Luca no es alguien que haya amado o confiado en alguien como lo
hace con Aria. Ella no debería haber actuado a sus espaldas.
Gianna sacudió su cabeza.
—No lo engañó. No lo hizo. Él debe darse cuenta de eso. —Cerró sus ojos y
dejó escapar un sollozo que desgarró mi corazón. Gianna no era de llorar, y nunca
había oído un sonido así saliendo de ella.
—Luca ama a Aria más que su propia vida —dije—. Se suicidaría antes de
matarla.
Con otra persona, esas palabras habrían sido una mentira, pero Aria podría ser
la única que podía romper el corazón de mi hermano y salir indemne al final.

Aria
¿Será que Luca estaría feliz cuando le contara del bebé? No quería niños
todavía, pero esperaba que cambiara de opinión con mi embarazo. La parte más difícil
sería mantenerlo en secreto de Lily y Gianna hasta que se lo contase a Luca. No estaba
segura de cuándo acabaría sus negocios en Nueva York ni cuándo volvería a los
Hamptons.
No había guardias en el perímetro cuando el conductor del taxi me dejó en las
puertas. Puse el código en el teclado de las puertas, y luego entré, confundida. Había
pensado que tendría que colarme, pero no había nadie alrededor. La mansión, también,
estaba extrañamente tranquila cuando entré y las cortinas en la sala de estar estaban
cerradas, evitando que la luz de la mañana se colara en el interior. Todo el mundo
debe haberse ido, pero ¿por qué?
La preocupación se instaló en la boca de mi estómago.
—¿Lily? —llamé—. ¿Gianna?
—No están aquí —llegó un gruñido bajo detrás de mí.
Luca.
Estaba sentado en el sofá en la oscuridad. Busqué el interruptor y nos bañé en
el suave resplandor.
—¿Luca?
Mis ojos vieron el árbol de Navidad en el suelo, adornos rotos en pedazos, y
junto a él el celular roto de Luca. ¿Qué había pasado aquí?
¿Había habido otro ataque de la Bratva?
Mis ojos se encontraron con Luca encorvado en el sofá, vestido con una camisa
blanca con las mangas enrolladas. Sus codos estaban apoyados en sus fuertes muslos
y estaba mirando algo. No levantó la vista para mirarme.
Me acerqué a él lentamente, preocupada por su comportamiento extraño. Sus
hombros estaban agitados con sus respiraciones como si hubiera corrido varios
kilómetros. Me detuvo a su lado y seguí su mirada a la pantalla en negro de su iPad.
—Un asociado de la prensa me contactó con fotos que se suponía que iban a
llegar a los titulares —dijo en una voz fría.
Esa voz no era una que normalmente usara conmigo.
—¿Fotos?
Luca tocó su iPad y se encendió.
Jadeé sin aliento.
La pantalla mostraba una foto tomada a través de las ventanas del restaurante
que había elegido para mi reunión con Val. Pero Val no estaba en ella.
Me mostraba con las manos de Dante sobre mis hombros. Estaba detrás de mí,
con el rostro inclinado hacia mí, y su boca cerca de mi oreja como si estuviera
susurrando secretos cuando lo único que había hecho era advertirme que no huyera.
La siguiente foto era de Dante y yo saliendo del restaurante juntos, de la mano.
Mi cara estaba baja, de manera que Luca no veía lo tensa que había estado en ese
momento.
Luca hizo clic en la siguiente foto.
Una foto de mí en un auto con Dante, y parecía como si él tuviera su mano
entre mis piernas… y no porque hubiera alcanzado el bolso.
La bilis subió por mi garganta.
Se veían mal.
Realmente mal. Se verían mal para alguien que tuviera una confianza promedio
en la gente, pero Luca era desconfiado, receloso y cauteloso. Para él estas fotos solo
podían llevar a una conclusión. Pero no podía creer en serio que tuviera una aventura
con Dante, ¿verdad? Dios, debería darse cuenta. Me conocía.
—Luca —susurré, yendo a tocar su hombro, pero me congelé cuando levantó
sus ojos hacia los míos. Nunca había visto esa mirada en sus ojos. Estaba totalmente
loco de ira.
Quise correr lo más lejos que pudiera.
Mis ojos se posaron en la botella vacía de whisky a sus pies. Luca se la había
bebido casi toda. Parte del líquido ámbar se había derramado y manchado la alfombra
beige, pero también había manchas más oscuras. Mi mirada pasó lentamente a sus
manos, que estaban aferrando un cuchillo. Una de sus manos estaba cerrada alrededor
de la hoja tan fuerte que la sangre estaba goteando de su mano y cayendo sobre la
alfombra.
Sabía que tenía que correr, pero eso habría sido admitir un crimen que no había
cometido. No había engañado a Luca, jamás lo haría. Y las palabras que Luca me
había dicho la noche de bodas pasaron por mi mente. ¿Tu padre nunca te enseñó a
ocultar tu miedo de los monstruos? Te perseguirán si corres.
—Estás sangrando. Te has hecho daño —dije con una voz suave, intentando
llegar a él. Necesitaba llegar más allá de los demonios que el alcohol y las fotos
comprometedoras habían convocado.
Su rostro se retorció con tanta rabia, que retrocedí. Liberó la hoja y más sangre
goteó por su mano cuando se enderezó desde el sofá.
Retrocedí un poco, no pude evitarlo.
El brazo con el cuchillo colgaba inútil a su lado.
Me obligué a mirarlo a los ojos una vez más. Luca estaba en alguna parte.
Detrás de la ira y el dolor, mi Luca estaba allí.
—Luca, por favor, escúchame. No es lo que parece.
—Entonces, ¿no dejaste que Cavallaro tuviera lo que es mío? —rugió. Y estaba
sobre mí, su mano ensangrentada cerrada sobre mi antebrazo. Aún sostenía el cuchillo.
—¡Nunca haría eso! Siempre serás el único hombre con el que quiero estar.
Fui a Chicago para reunirme con Val y hablar con Fabi. Pero Dante siguió a Val y
quiso hablar conmigo. Eso es todo, lo juro.
—¿Y cuánto vale tu juramento? Ya me has traicionado antes.
—Nunca te he mentido. Nunca te he engañado. Ayudé a mis hermanas y no
siempre te conté todo, pero nunca te mentí. —Era él quien me había engañado, y no
era como si nunca me hubiera ocultado un secreto… como Matteo pidiendo la mano
de Gianna.
Sus ojos parecieron atravesarme. No solo había ira en ellos, y en realidad la
otra emoción me preocupaba más, porque era agonía.
—Luca, ¿puedes por favor dejar el cuchillo? Me estás poniendo nerviosa.
Sus ojos bajaron a la hoja cubierta de sangre como si se hubiera olvidado de
ella y la soltó, ni siquiera vacilando a pesar de lo que pensaba que había hecho. El
acero resonó en el suelo, salpicándolo aún más con sangre. Después sus ojos se
alzaron de nuevo. Me atrajo fuertemente contra él y me besó con fuerza, brutalmente.
Solo había rabia y desesperación en su beso.
Sabía lo que quería, lo que necesitaba. Y lo habría hecho de buena gana si la
prueba no hubiera cambiado todo. Luca no quería hacerme daño, pero la última vez
que había estado tan enfadado de esta forma cuando habíamos tenido relaciones
sexuales, había sido más brusco de lo que podía correr el riesgo tan temprano en el
embarazo. Tenía que proteger a nuestro hijo y a Luca. Jamás se perdonaría si hacia
daño a nuestro bebé.
Sus manos recorrieron mi cuerpo con avidez, y una pequeña parte de mí se
sintió eufórica ante la sensación, pero me alejé de él rápidamente.
—¡No! —Él intentó atraerme una vez más contra él—. ¡Luca, para! ¡No quiero
esto!
Sus labios estaban a centímetros de los míos y respiraba con dureza, sus ojos
como acero fundido.
—¿Te niegas?
Reprimí un comentario despectivo. Me había negado antes, cuando no me
había sentido bien o no estaba de humor, y siempre había cumplido mi deseo. Sabía
que estaba borracho y herido, y al borde de perder el control. Que todavía no me había
mostrado lo mucho que me amaba. Había matado a su primer hombre a los once años,
había matado y torturado a muchos más, se había llamado a sí mismo un monstruo sin
piedad en muchas ocasiones. Y sabía lo que era. Con otros.
—Es curioso que digas que no has estado con Dante, y sin embargo no puedas
soportar mi toque.
Dios, ¿pensaba que mi negativa admitía que lo había engañado?
—No hagas nada que lamentarás mañana —dije en voz baja, rogándole con los
ojos.
Sus labios se curvaron en una sonrisa cruel. Tan malvada.
—¿Qué te hace pensar que lamentaré nada?
Sabía que lo haría porque lo conocía mejor que nadie, mejor que él mismo.
—Nuestro amor es demasiado importante.
—Amor —escupió la palabra—. El haberte amado ha sido mi mayor error. No
voy a hacerlo otra vez.
¿Amado? Podía sentir mi corazón hacerse añicos al mirar hacia su cara
amenazante.
—Luca, por favor. —Alargué mi mano hacia él, pero alejó mi toque. Solo había
una cólera helada en sus ojos.
—Porque eres mi esposa, vivirás. No esperes más. Hemos terminado.
No podía comprender lo que estaba diciendo. Lo miré fijamente, con mi
garganta obstruida, el corazón palpitando feroz en mi pecho. Por un momento vaciló,
pero luego se dio la vuelta y se marchó, dejándome allí sola.
Me hundí en el sofá, donde Luca había estado sentado antes. El cuero todavía
estaba caliente. Toqué mi estómago y lloré. Lloré porque podría haber destruido
nuestro amor. Que Luca se hubiera permitido amarme en primer lugar había sido un
milagro. ¿Y si lo había perdido para siempre?
Todavía estaba sentada en el mismo lugar cuando Matteo entró cautelosamente
en la sala un par de horas más tarde. Presionó el botón que abría las cortinas y la luz
inundó la habitación. Parpadeé dos veces, pero mis párpados se sintieron como si
estuvieran hechos de plomo. Bajé la palma de mi estómago lentamente.
—No te mató —dijo Matteo. Su voz sin revelar sus emociones. Sus rasgos
faciales eran similares a los de Luca, pero Matteo era un chico bonito de portadas
donde Luca era todo líneas duras y atractivo en bruto. Aun así, se parecía lo
suficientemente a Luca como para encender mi corazón con pena.
Caminó hacia mí, sus ojos observaron mi ropa ensangrentada y la sangre en el
sofá y el suelo.
—¿Necesitas un médico?
—No es mi sangre —susurré con voz ronca.
Matteo no dijo nada por un tiempo, solo me observó.
—Hacerlo sangrar. Eres bastante buena para ser mujer.
Levanté mi mirada para encontrarme con él directamente. Mis ojos ardían con
lágrimas sin derramar, pero ya no podía llorar más. Lloré por horas. Me puse de pie,
con las piernas temblorosas. Agarré el brazo de Matteo. Me lo permitió, solo
contemplándome sin emociones.
—Matteo, no hice nada. Lo juro por mi vida. Lo juro por mi… —Me detuve.
Casi había dicho “hijo”—. Por favor, ayúdame. Ayúdame a hacer que Luca vea la
verdad.
—Las fotos.
—Las fotos me muestran con Dante en un restaurante y un auto. Hablamos.
Consideró usarme contra la Famiglia para tener ventaja. Eso es todo.
—Entonces, ¿por qué te dejó ir, Aria? ¿Por qué?
Me quedé mirando a Matteo. No podía contarle sobre el niño cuando ni siquiera
se lo había contado a Luca.
—Porque aún tiene una pizca de decencia en su cuerpo.
Una oscura sonrisa curvó sus labios.
—¿De verdad?
—Llama a Dante, llama a Valentina. Te dirán lo que yo te dije.
—Como si su palabra significara algo. Son el enemigo. Recuerdas de eso, ¿no?
—Entonces, busca a la persona que tomó las fotos. Probablemente tomaron
más fotos que prueban mi inocencia. ¿No es extraño que Luca reciba solo las fotos
que hacen que parezca que fui infiel? Tal vez alguien quiere debilitar a Luca al destruir
nuestro matrimonio. Tal vez sea la Organización, o alguien de la Famiglia.
Me di cuenta que Matteo en realidad lo estaba considerando.
—¿Y en serio crees que Luca te necesita para ser fuerte? ¿Crees que podrían
debilitar a la Famiglia si destruyen tu matrimonio con mi hermano?
Quise decir que sí, pero ya no estaba segura de nada. Estaba tan rota y
confundida.
—Sabes que moriría gustosamente por Luca —dije en su lugar—. Lo amo más
que cualquier otra cosa.
Excepto por el niño creciendo en mí. Nuestro hijo.
—Entonces tal vez deberías tomar ese cuchillo y acabar con tu vida.
Me quedé estupefacta.
—¿Crees que está mejor sin mí? Luca me ama.
¿O amaba? Mi corazón se apretó con un dolor tan agudo que casi me derrumbé.
—Volvería a ser lo que era antes de ti. Sería peor que eso. Sería el monstruo
que necesita para reinar sobre Nueva York. Tal vez mataste cualquier pequeña parte
de él que era capaz de amar.
Asentí mecánicamente, mis entrañas agitándose violentamente mientras
luchaba por mantener la compostura. Me aparté de la ira de Matteo, incapaz de
soportarlo porque sabía que tenía razón para estar enojado. Luca no era un hombre
normal. Él era Capo. Fue criado para ser Capo y por mí había arriesgado tanto, y ahora
pensaba que lo había engañado. Si alguna vez lograba recuperar su confianza, nunca
volvería a hacer nada sin él, ni por Gianna, ni por Lily, ni por Fabi, ni por nada en este
mundo.
—Sabes que he visto a nuestro padre empujar una aguja debajo de las uñas de
Luca, lo he visto cortar a Luca con un cuchillo, lo he visto golpear a Luca tan fuerte
que perdió el conocimiento, pero a pesar de eso, nunca vi a Luca mostrar la agonía
que tenía en su cara cuando te vio con Dante.
Presioné la palma de mi mano contra mi boca y sollocé. No podía soportar la
idea de haber lastimado a Luca de esa manera.
—No lo engañé —me atraganté—. Si no me crees, tortúrame. Tú mismo lo
dijiste una vez: si usas tu cuchillo sobre mí, no podré guardar un secreto.
Matteo se dio la vuelta para mirarme y negó con la cabeza.
—No importa lo que crea, siempre y cuando Luca crea que le fuiste infiel.
Toqué su antebrazo.
—Por favor, Matteo, ayúdame a demostrar mi inocencia. Por favor, no solo por
mí.
—Incluso si no lo engañaste, fuiste a sus espaldas. Visitaste territorio enemigo
y arriesgaste no solo tu vida, sino también la de Luca. Él habría puesto su vida delante
de Dante para salvarte; ¿habías pensado en eso cuando te paseabas por Chicago?
—Solo quería ver a Fabi. Es época navideña —dije sin voz.
—Sí, bueno, ahora todos tendremos una Navidad jodidamente maravillosa,
gracias a ti.
Las esquinas de mi visión se volvieron negras. Me sentí débil. No estaba segura
si era por el embarazo, porque no había comido nada en casi un día o porque mi
corazón se estaba rompiendo. Me balanceé y mis piernas se doblaron sobre sí mismas.
—Mierda —gruñó Matteo y me agarró de los brazos, deteniendo mi caída. Me
ayudó a sentarme en el sofá antes de ponerse en cuclillas delante de mí. Agarró mi
barbilla e inclinó mi cara hacia arriba de modo que encontrara sus ojos duros e
implacables—. ¿Juras que no engañaste a Luca?
—Lo juro, Matteo. Jamás engañaría a Luca. Lo amo. No hay otro hombre y
nunca lo habrá.
Suspiró y soltó mi barbilla.
—Intentaré poner mis manos en el fotógrafo que tomó las fotos, y luego
conversaré con él largo y tendido. No será fácil. No puedo ir a Chicago, y hay muy
pocos hombres que pueda enviar allí en mi lugar, pero puede haber otra manera…
Aun así, incluso si consigo poner mis manos en el hombre y él prueba tu inocencia,
no puedo prometer que Luca se deje convencer. La única razón por la que creyó que
lo engañaste en primer lugar es porque fuiste a sus espaldas. —Volvió a negar con la
cabeza—. Maldición. —Se enderezó—. ¿Estás segura que no quieres ver al Doc? Te
ves horrible.
—Estoy segura —dije rápidamente. No quería que el Doc supiera que estaba
embarazada. Se lo diría a Luca. No estaba obligado por la confidencialidad médico
paciente como otros doctores.
—Voy a liberar a Gianna ahora —dijo Matteo con un suspiro.
—¿Liberarla? —susurré.
—La encerré en el auto.
Mientras salía, llevó su celular a la oreja.
—¿Romero? Sí, necesito que vengas.
Me quedé mirando la alfombra con las manchas de sangre. La sangre de Luca.
—¡Aria! —El grito de Gianna me hizo saltar y la vi corriendo a toda prisa, con
el cabello revuelto y el camisón medio desgarrado como si hubiera luchado, para
luego arrojarse sobre mí, abrazándome tan fuerte que no podía respirar. Se sacudió
contra mí, y algo húmedo golpeó mi garganta.
Apoyé mi mano en su cabello.
—Shh. Estoy bien.
—No, no lo estás —susurró Gianna a medida que se retiraba, sus ojos
repasándome antes de pasar al desastre en la alfombra—. ¿Te lastimó?
Sacudí la cabeza incluso cuando mi corazón se apretó con fuerza.
—Pensé que te mataría. Quise advertirte, pero Matteo, el maldito imbécil, no
me dejó.
Sentía que parte de mí había muerto, pero Luca nunca me mataría.
—Matteo intentaba salvar tu bonito trasero —le dijo Matteo a Gianna—.
Aunque algo impida a Luca romperle el cuello a Aria, no le impedirá hacerlo contigo,
confía en mí.
—No estoy hablando contigo —gruñó Gianna bruscamente, y esta vez no fue
un juego.
Toqué su pierna.
—Él quería protegerte. No te enojes con él, por favor. Ya es bastante malo que
haya destruido mi propio matrimonio; no quiero ser responsable de otro.
—Luca entrará en razón —dijo, pero sus palabras carecieron de convicción.
El sonido de la puerta al abrirse y cerrarse me llenó de esperanza, pero cuando
entraron Lily y Romero, no Luca, me desinflé. Lily también se acercó a mí y me
abrazó con fuerza, sus brazos temblando. Sus ojos estaban rojos de llorar. La culpa se
estrelló sobre mí.
—Estábamos muy preocupados por ti —dijo. Levanté los ojos hacia Romero,
que estaba junto a Matteo escuchándolo, pero los ojos de Romero estaban en mí.
Había compasión en ellos, no enojo como esperaba, y por alguna razón eso empeoró
las cosas.
18
Matteo
Traducido por Kalired y Naomi Mora

Corregido por Masi

I
ntenté llamar a Luca a su segundo celular una vez más, pero no contestó.
¿Dónde diablos estaba?
Mis ojos se desviaron hacia Aria, Gianna y Lily.
Cuando entré en la mansión hace quince minutos y vi las huellas sangrientas
de las manos en la puerta y las manchas de sangre en el suelo de mármol, estaba seguro
que iba a encontrar muerta a Aria, y en última instancia también a Luca, porque
matarla habría sido su final, pero estaba milagrosamente ilesa.
Maldición, Luca, ¿dónde estás?
Estaba con sed de sangre, sin duda. ¿Y si iba de camino a Chicago? ¿Y si ya
estaba tratando de matar a Dante por su cuenta?
¡Mierda!
Saqué mi segundo celular y llamé a Orazio, luego colgué y esperé a que me
devolviera la llamada en caso de que no pudiera hablar libremente en este momento.
Pasaron cinco minutos antes de que me devolviera la llamada, y para entonces ya
estaba en mi auto y me dirigía a Nueva York. Necesitaba encontrar a Luca antes de
que lo mataran, o que la policía lo atrapara mientras mataba a los demás.
—Matteo, ¿qué puedo hacer por ti? —dijo Orazio.
Nunca me había sentido más aliviado de que Orazio fuera nuestro espía en la
Organización. Había estado trabajando con nosotros durante dos años y nunca nos
había decepcionado.
—En caso de que Luca aparezca en Chicago, asegúrate de noquearlo antes de
que se acerque a Dante.
—¿Qué? —murmuró Orazio—. ¿Qué quieres decir?
—No importa.
Orazio se quedó en silencio. De todos modos, no era un hombre muy
comunicativo.
—Necesito que encuentres a alguien para mí. Es un fotógrafo. Te envié un
correo electrónico con los detalles. Consíguelo lo más rápido posible y pregúntale
quién le pagó para tomar las fotos de Dante y Aria.
—Espera, ¿qué? ¿Qué fotos?
—Lee mi puto correo electrónico. Y cuando termines de preguntarle, lo
llevarás a Nueva York.
Silencio.
—¿Quieres que vaya a Nueva York?
—No por mucho tiempo. Volverás a Chicago una vez que hayas entregado al
fotógrafo.
—Lo haré —dijo Orazio, pero podía escuchar un toque de vacilación en su
tono.
—Has estado trabajando para nosotros durante dos años —le recordé. Si Dante
lo descubría, incluso el estado de Orazio como hermano de Valentina no le concedería
una muerte rápida.
Orazio captó la amenaza tácita y colgó. Me traería a ese fotógrafo, y entonces
tendría una conversación muy larga e intensa con ese hijo de puta.

Era de noche cuando Demetrio me llamó. Era nuestro primo e hijo bastardo de
Gottardo.
—¿Qué pasa?
Todavía no había encontrado ningún rastro de Luca y no podía involucrar a
nadie en la búsqueda excepto a Romero. Si corría el rumor de lo que había sucedido,
las cosas se pondrían incómodas en la Famiglia.
—Alguien mató a todos los miembros del MC Jersey.
Mi pie en el acelerador aflojó.
—¿Dónde?
—En la sede del club. Estoy aquí. Se suponía que Orfeo y yo nos reuniríamos
con su presidente para darles una advertencia, pero alguien llegó antes que nosotros.
Maldición.
—Estaré ahí en treinta minutos.
Pisé el acelerador a fondo y me incliné sobre mi Kawasaki, moviéndome a
través del tráfico a una velocidad cegadora.
Al momento en que vi las caras de Orfeo y Demetrio, supe que era malo.
Habían sido hombres de la mafia por cinco años y habían visto muchas mierdas. Eran
buenos soldados, eficientes y leales. Entré en la sede del club y mi nariz se obstruyó
por el hedor. Sangre. Sudor. Orina. Mierda.
Miedo.
Mis ojos captaron el maldito desastre. Extremidades, piel y sangre por todas
partes.
—¿Cómo saben que estos son todos los miembros?
—Contamos los cuerpos —dijo Orfeo con una mueca.
—No veo ningún cuerpo —murmuré. Alguien había desgarrado prácticamente
cada cuerpo. Vi un hacha cubierta con sangre en el suelo y trozos de carne.
—Contamos las cabezas —agregó Demetrio con una sonrisa irónica,
intercambiando una mirada con Orfeo.
Las cabezas también estaban en malas condiciones, pero todavía eran
reconocibles como cabezas.
—Quemen todo. No dejen ningún rastro —ordené.
—¿No quieres saber quién hizo esto? —preguntó Orfeo.
—No —gruñí—. Quémenlo todo.
Sabía quién había hecho esto, y tenía que asegurarme de detenerlo antes de que
la situación empeorara.
—Maldita sea —exclamó Demetrio, con los ojos llenos de comprensión. Orfeo
y él intercambiaron una mirada. Eran mejores amigos desde el nacimiento—. Fue
Luca, ¿verdad?
Consideré mis opciones. Luca necesitaba aparentar fortaleza. Si intentaba
ocultar su participación, la gente sospecharía. Me encogí de hombros.
—Pensó que enviaría un buen mensaje a los otros moteros. Tomen fotos antes
de quemarlo todo, y envíenlas a todos los putos MC de nuestro territorio que quieran
orinar en nuestro estanque.
Orfeo dejó escapar una risa incrédula, con una mezcla de disgusto y respeto en
su rostro.
—¿Hizo esto solo? Mierda, es una bestia.
Me di la vuelta y los dejé hacer su tarea.
¿Dónde diablos estaba mi hermano?

Luca
Vi a la chica sacudir su culo desnudo antes de balancearse alrededor del poste,
sus ojos oscuros estaban clavados en los míos, sus labios pintados de rojo se abrieron
en una sonrisa coqueta. Ella cayó al suelo y se arrastró hacia mí, su top bastante
holgado revelando sus grandes tetas falsas.
—Veo que estás comprobando a nuestra nueva stripper —dijo Matteo a medida
que se hundía en el sillón a mi lado. Lo ignoré cuando la chica rodó sobre su espalda
y retiró su parte superior, revelando unos grandes pezones perforados, que comenzó
a retorcer mientras me follaba con sus ojos. Podría llevarla a una de las habitaciones
en la parte trasera del Pergola y follarla sin piedad.
—He estado buscándote desde ayer —dijo Matteo, con la voz tensa.
Se inclinó hacia adelante, bloqueándome mi vista de la chica. Le entrecerré los
ojos. Sus ojos castaños estudiaron mi cara como si estuviera buscando un puto tesoro
escondido en algún lugar.
—Te ves tranquilo.
—Estoy tranquilo —dije.
—Demetrio me dijo que recibió la noticia de que alguien había masacrado a
todos los miembros del MC en Nueva Jersey. ¿Recuerdas? ¿Los cabrones que
pensaban que podían hacerse cargo del comercio de armas en Jersey?
Vi a la chica por encima de la cabeza de Matteo. Regresó al poste y giraba a su
alrededor en topless, con las tetas sacudiéndose de ida y vuelta.
—Estuve allí. Un completo baño de sangre. Extremidades y piel por todas
partes. Diez muertos. —Matteo enarcó las cejas—. Fueron cortados en trozos. La
mayor parte del trabajo se realizó con un hacha, pero algunos consiguieron un poco
de amor con un cuchillo carnicero. —Se inclinó hacia delante y dio un golpecito al
cuchillo atado a mi pecho.
La bailarina se alzó en el poste y extendió las piernas en una amplia V. Matteo
se giró hacia ella.
—¿Por qué no te pierdes de una puta vez?
Los ojos de ella se abrieron por completo y soltó el poste antes de correr hacia
los vestuarios. Mis ojos siguieron su culo. No me había follado el culo de nadie desde
Grace hace cuatro años.
—¿Tengo que desnudarme para que me escuches?
Me recosté en mi silla.
—Estoy escuchando.
—Asumo que hiciste eso.
—Sus gritos y su sangre se sintieron como un jodido paraíso —murmuré.
Matteo negó con la cabeza.
—Maldición, Luca. No vas a perder los putos estribos conmigo, ¿verdad? La
última vez que te vi… mierda. Y ahora estás todo tranquilo… eso es extraño incluso
para ti.
—Estoy tranquilo.
Matteo se recostó en su silla, poniendo distancia entre los dos, y supe que
odiaría lo que diría a continuación.
—Vi a Aria en la mansión ayer por la mañana.
Mi corazón se sintió jodidamente oprimido, pero mantuve una expresión
tranquila.
—Se quedará ahí. No regresará a Nueva York. Haz que Sandro la vigile.
Matteo se frotó las sienes.
—Luca, escucha, sé que no quieres oírlo, pero no creo que Aria te haya
engañado.
Me puse de pie, mis ojos atraídos por la puerta de la habitación donde había
desaparecido la stripper. Matteo empujó mi pecho, sus ojos ardiendo de furia.
—Maldita sea, ¿vas a parar esta mierda? Me estás volviendo jodidamente loco
y te he visto en tu peor momento. —Hizo una pausa—. Aunque tengo que admitir que
lo que hiciste en esa sede puede ser la mierda más retorcida que he visto alguna vez.
—Viste las fotos de Dante y Aria —gruñí a través de mi jodida garganta
apretada. Apreté mis puños, odiando que mi cuerpo me traicionara.
—No demuestran nada. Hablé con Orazio. Tiene al fotógrafo en sus manos y
nos lo traerá mañana mismo.
—No puedo perder ahora a Orazio. Lo necesitamos como espía.
Matteo puso los ojos en blanco.
—Lo sé, y volverá a Chicago. —Había aumentado de rango desde que
Valentina se casó con Dante. Como su hermano era nuestra ventaja perfecta—.
¿Escuchaste lo que dije? Podemos hablar mañana con el fotógrafo. Orazio ya lo
interrogó y es como dijo Aria, se reunió con Val, luego Dante se unió a ellas y obligó
a Aria a salir con él del restaurante, pero mañana puedes hacer que te diga lo mismo
otra vez si no me crees.
Asentí, pero aparte de eso no reaccioné. Por fuera era de piedra, pero no podía
controlar mis jodidas entrañas. Me sentía jodidamente aliviado, pero ya no importaba.
Lo de ayer me había demostrado una cosa: me había debilitado por culpa de Aria. Era
una debilidad… una debilidad que no podía permitirme como Capo.
—Entonces, ¿me ayudarás a interrogar a ese imbécil?
Sonreí.
—Por supuesto.
Matteo frunció el ceño.
—No estoy seguro que en realidad entiendas lo que te estoy diciendo.
—Oh, lo hago —dije en voz baja—. Aria fue a Chicago a mis espaldas. Eso es
un hecho. No me engañó, ¿a quién carajo le importa? —Las palabras parecieron
chamuscar mi garganta. Una maldita mentira. Incluso pensar en Aria estando con
alguien que no sea yo se sentía como una puñalada en el corazón.
Una debilidad.
Nunca había sido débil en mi vida.
Aria era una debilidad que no podía permitirme.
Matteo negó con la cabeza.
—Da igual. Mañana hablaremos con ese fotógrafo. Tal vez serás más tolerable
después.

Orazio asintió hacia mí a medida que le estrechaba la mano. Solo era un par de
centímetros más bajo que yo. Estaba inequívocamente relacionado con Valentina.
Mismos ojos, mismo color de cabello. Al menos no se la vivía adulando a Dante.
Dante. Mi sangre hervía solo de pensar en él, de sus manos sobre los hombros
de Aria, de su boca junto a su oreja y en su jodido brazo entre sus piernas…
Matteo me empujó.
—¿Lo dejarás estar de una puta vez? No puedo tenerte provocando otro baño
de sangre.
—¿Por qué no? Estoy seguro que eso silenciará a muchos de nuestros
enemigos.
Matteo negó con la cabeza antes de volverse hacia Orazio, quien escuchaba
con leve interés.
—¿Dónde está el imbécil? —preguntó Matteo.
—En el maletero. Se orinó en sus pantalones. Por eso no lo quería en mi asiento
trasero —dijo Orazio. Nos llevó a la parte trasera de su BMW y abrió el maletero. Un
tipo bajo y gordo de unos treinta años estaba acurrucado en su interior. Apestaba a
orina, mierda y sudor. Parpadeó hacia nosotros con los ojos llorosos, su boca cubierta
con cinta adhesiva.
Lo agarré por la garganta y lo saqué, luego lo arrojé al suelo. Detrás de
nosotros, el edificio de la antigua central eléctrica de Yonkers se elevaba hacia el
cielo.
Puerta al infierno.
Le sonreí al hombre lloriqueando en el suelo mientras me observaba como si
yo fuera el diablo.
—¿Así que tomaste esas fotos? —pregunté con un gruñido bajo cuando me
arrodillé junto al hombre, sacando mi cuchillo de la funda en mi pecho. Retiré la cinta
para que así pudiera hablar, pero aún más que eso: para así poder escuchar sus gritos.
Observó la hoja con completo horror.
—¡Por favor! Solo hice lo que me pagaron por hacer. No quería hacer ningún
daño.
Mi sonrisa se ensanchó. Esto era a lo que estaba destinado a ser. Brutal. Cruel.
Despiadado. No el jodido lío emocional en el que Aria me convirtió.
La mayoría de las veces dejaba que Matteo se encargara de la tortura porque
era un maestro en eso. Le encantaba jugar con sus víctimas. Yo prefería la matanza.
Hoy no. Orazio y Matteo retrocedieron a medida que lidiaba con el fotógrafo. Hacía
mucho que había revelado su último secreto cuando hundí mi cuchillo en su puto
corazón y le concedí la muerte. Durante mucho tiempo, hubo silencio después de eso
mientras intentaba controlar mi furia.
Dante había dejado que el fotógrafo tomara esas fotos y me las había enviado
porque sabía que Aria era mi maldita debilidad. Había esperado que perdiera el
maldito control, había esperado que hiciera un alboroto, tal vez incluso atacar
Chicago. No estaba seguro.
Orazio se aclaró la garganta.
—También descubrí ayer que Gottardo y Ermano contactaron a Dante hace
unas semanas para ayudarlo a derribarte. Dante desconfiaba de ellos, pensó que era
una trampa, pero en nuestra reunión de ayer, Scuderi lo alentó a confiar en ellos.
—Los maldito Gottardo y Ermano. Esos jodidos bastardos —susurré,
concentrándome en ellos en lugar del hecho de que el maldito Dante Cavallaro había
intentado hacerme creer que Aria tenía una aventura con él. ¡Qué lo jodan!
¡Amor, una maldita debilidad!
Matteo me observaba con cautela, como si pensara que le rompería el cuello a
Orazio solo para matar algo.
—Al menos solo son ellos y un par de soldados rasos. Nada que no podamos
manejar.
—Oh, lo manejaremos —le dije—. Desearía no haberle dado a Gottardo una
muerte rápida.
—Le aplastaste la garganta, Luca. Hay mejores maneras de morir —dijo
Matteo. Las cejas de Orazio se alzaron con leve curiosidad.
—Mucho mejor de lo que Ermano recibirá.
—Por supuesto —dijo Matteo.
—Si no te importa, regresaré a Chicago antes de que alguien se dé cuenta que
me he ido —dijo Orazio. Le di un rápido asentimiento. Intercambió algunas palabras
más con Matteo antes de partir.
Matteo se acercó a mi lado.
—Entonces Aria no te engañó.
—Deberíamos atacar esta noche. Quiero eliminar la raíz de nuestro problema
lo antes posible. La familia está llena de traidores, siempre supe que Gottardo era uno
de ellos. Y ahora Ermano también. Esos dos siempre fueron estúpidos.
Matteo frunció el ceño.
—Luca, ¿escuchaste lo que dije?
Me acerqué a su rostro.
—Mantente fuera de mi matrimonio, Matteo, y más te vale que te asegures de
que tu propia esposa no te convierta en un maldito tonto.
Matteo no dijo nada, y era lo mejor porque una vez más estaba sediento de
sangre.
Esa noche, Romero, Matteo y yo atacamos la casa de vacaciones de Ermano en
los Hamptons. Se suponía que Ermano debía regresar a Atlanta por la mañana. Nunca
regresaría. Orfeo y Demetrio se dirigieron a capturar al otro hijo legítimo de Gottardo.
Sabía que Demetrio no tendría problemas en encargarse de su hermanastro. No había
ningún amor entre esos dos.
Maté al primer soldado de Ermano al retorcer su cuello antes de que pudiera
gritar una advertencia, Matteo acabó con el segundo con su cuchillo. Sin esperar a ver
si Romero había derribado al tercero, corrí escaleras arriba, acabando con ellos de dos
en dos. Se abrió una puerta a mi derecha, balanceé mi cuchillo hacia la persona y lo
alcé al último segundo, empalando la hoja un par de centímetros por encima de la
cabeza de una niña. Su boca se abrió para gritar y puse mi mano en sus labios. Forcejeó
mientras mi brazo se envolvía alrededor de su cintura. Luchó aún más fuerte cuando
me incliné hacia su oreja.
—No hagas ningún sonido. No te pasará nada, Kiara. —Sus ojos parpadearon
con reconocimiento—. ¿Dónde está tu padre?
Mi prima apuntó hacia la puerta al final del pasillo, con la parte superior de sus
brazos llena de moretones. La solté y me miró con los ojos completamente abiertos,
envolviéndose los brazos alrededor de sí misma. Mis ojos captaron los moretones en
sus clavículas y su mejilla hinchada. Ermano era definitivamente el hermano de mi
padre.
Matteo corrió hacia mí y empujé a Kiara hacia él, luego me arrastré hacia la
puerta que había indicado. No había mentido. No tenía ninguna razón para hacerlo.
Antes de que pudiera abrir la puerta, alguien más lo hizo. Su esposa estaba delante de
mí. Ermano debe haberla enviado a investigar el ruido. Maldito cobarde.
La empujé hacia un lado y apenas logré evitar una bala. Ermano se estaba
escondiendo detrás de la enorme cama, disparándome. Un fuerte ruido sordo sonó un
segundo antes de que me arrojara al suelo y sacara mi propia pistola. Mirando por
encima de mi hombro, vi a su esposa en el suelo, sangrando por una herida en su
cabeza. Ermano le había disparado a su propia esposa por accidente, o tal vez a
propósito, ¿quién sabía lo que pasaba en la cabeza del maldito cabrón lunático? Yo
no le dispararía. Eso sería demasiado rápido.
Matteo se agachó en el pasillo, y me indicó que me quedara abajo.
Me arrastré más cerca de la cama.
—¿Qué quieres? —gritó Ermano.
—Sal, y entonces obtendrás una muerte rápida —gritó Matteo. Como si eso
fuera a suceder. Lo destrozaría pedazo por pedazo, músculo, hueso y piel.
Me arrastré aún más cerca de la cama. Podía ver las rodillas de Ermano a través
del resquicio debajo de la cama. Apunté hacia su rótula derecha y disparé. Su grito
desgarrador fue música para mis oídos. Me levanté del suelo y estuve junto a mi tío
en dos grandes zancadas, agarrándolo por la garganta y levantándolo hasta que
estuviéramos al nivel de los ojos.
—Puedes despedirte de esa muerte rápida, tío —gruñí.
Dos horas después, Matteo y yo dejamos la mansión. Romero se ocuparía de
la brigada de limpieza. Cuando nos acercamos al Porsche Cayenne de Matteo, una
despeinada cabeza castaña se asomó desde el asiento trasero.
—Mierda —murmuró Matteo—. Me olvidé de Kiara.
Me froté una mano sobre la cabeza.
—¿Qué edad tiene?
—No tengo ni idea. Tenemos demasiados primos. ¿Doce?
Suspirando, abrí la puerta trasera y me incliné. Kiara se apartó de mí y presionó
sus piernas contra su pecho.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté en el tono más civilizado que pude lograr
después de cortar a su padre en pedazos.
Me observó como si fuera a matarla.
Escudriñé la cara de Kiara atentamente, intentando recordar.
—¿Doce?
Tragó fuertemente.
Cerré la puerta y Matteo le echó llave antes de deslizarme en el asiento del
pasajero.
—¿Dónde? —preguntó Matteo.
Era nuestra prima, y tenía que asegurarme que estuviera a salvo, pero mis
opciones eran limitadas. Era demasiado joven para casarse, y el honor me dictaba que
escogiera a mi familia, pero ¿en quién podía confiar? Tía Egidia y su esposo Felix en
Baltimore eran los más decentes del grupo.
—Egidia. Hasta entonces la llevaremos con Marianna y su esposo.
—¿Qué pasará conmigo? —susurró finalmente.
Todavía estaba aferrándose sus piernas contra su pecho.
—Estarás a salvo.
Matteo puso los ojos en blanco.
—Nadie te hará daño, Kiara, y menos Luca o yo.
Me alegré cuando dejamos a nuestra prima en la casa de Marianna. Su esposo
era un soldado leal y se aseguraría que Kiara estuviera a salvo hasta que pudiera
mudarse con la tía Egidia.
Más tarde, Matteo condujo hasta el punto de encuentro que habíamos acordado
con Demetrio y Orfeo: la central de energía en Yonker. Angelo, el último hijo legítimo
de Gottardo, estaba atado a una silla.
Me fulminó con la mirada cuando me acerqué, luego escupió a los pies de
Demetrio.
—Traes vergüenza a nuestro nombre. Hijo de puta. Mi padre nunca debió
haberte dado la bienvenida en nuestra casa.
—¿Bienvenida? —siseó Demetrio.
—Él es mío —le advertí antes de que Demetrio pudiera clavar un cuchillo a su
hermanastro. Saqué mi propio cuchillo—. Veamos qué tipo de secretos tienes para
nosotros, Angelo.
Después de esta noche, la Famiglia estaría libre de traidores y lista para
enfrentar la guerra con la Organización, y los guiaría con un enfoque brutal sin las
cadenas de amor que me frenaban. Sin importar cuánto tiempo tomara, sin importar
cuántas vidas costaría, derribaría a Dante Cavallaro, incluso si eso me mataba.
19
Aria
Traducido por Akanet y LizC

Corregido por Masi

R
omero se quedó con nosotros en la mansión casi constantemente en los
días posteriores a que Luca me dejara con el corazón roto. Sabía que él y
mis hermanas estaban preocupados por mí porque apenas comía
últimamente. No por falta de intentarlo, sino que el olor de la mayoría de los alimentos
me hacía sentir enferma. Luca se quedó en Nueva York. Ni siquiera me había enviado
un mensaje en tres días, y apenas podía soportarlo. Desde nuestra boda, había estado
con él todos los días prácticamente, y lo extrañaba terriblemente, no solo de noche.
Me desperté antes del amanecer, sintiendo frío a pesar de las dos mantas que
usaba en la noche. Me deslicé fuera de la cama, agarré mi bata de baño y la arrojé
sobre mi camisón antes de salir de mi habitación, bajar las escaleras, y luego salir a la
terraza. Temblando, busqué en las instalaciones hasta que mis ojos encontraron a
Romero haciendo carreras cortas y burpees como todas las mañanas. Gianna y Lily
seguían dormidas, y seguirían dormidas durante varias horas más.
Después de unos minutos, se dio cuenta de mi presencia y corrió hacia mí, con
la camisa pegada a su pecho sudado.
—Aria, ¿qué pasa?
Dejé escapar una risa ahogada, mirándolo fugazmente, y él asintió.
—Va a recapacitar —dijo—. Sabe que no le fuiste infiel. Matteo encontró al
fotógrafo y él confirmó tu historia.
Sabía lo que eso significaba, sabía que un hombre había pasado por el infierno
en la tierra para que yo pudiera demostrar mi inocencia, pero no había culpa. Me sentía
vacía.
—¿Cuándo?
—Ayer.
Luca no me había contactado, así que o aún creía que lo había engañado o en
realidad ya no me amaba más.
Toqué mi estómago y miré hacia el océano.
—Necesita tiempo para calmarse. Que fueras a Chicago a sus espaldas, eso
deja cicatrices y llegó en el peor momento posible. Luca está lidiando con mucha
mierda de su familia en este momento.
Suspiré, esperando que Romero tuviera razón, esperando que Luca nos diera
otra oportunidad. No podía imaginar una vida sin él a mi lado.
—Necesito pedirte un favor —dije finalmente, y Romero se tensó.
—Aria, ahora no es el momento de hacer nada que pueda enojar aún más a
Luca.
—Lo sé. ¿No crees que no lo sé? —susurré con dureza—. Pero no me habla.
Dijo que ha terminado conmigo, y no tengo tiempo para esperar a que me perdone.
Romero frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que necesitas que haga?
—Necesito que me lleves a Nueva York a ver un médico. —Me toqué el
estómago otra vez y Romero siguió el movimiento.
Se acercó un poco, sorprendido.
—¿Estás embarazada?
—Eso es lo que decía la prueba de embarazo. Esa es la razón por la que Dante
me dejó ir.
El rostro de Romero se tensó con odio.
—¿Dante sabe que estás embarazada? Maldita sea —dijo, retorciendo los
labios—. Deberías decírselo a Luca.
—No —dije con firmeza—. No cuando está enojado, no cuando no quiere tener
nada que ver conmigo. No quiero que se sienta obligado a volver conmigo por el niño.
Quiero que él vuelva a mí porque quiere. Y no está en el mejor estado de ánimo ahora
mismo.
—Eso es cierto —dijo Romero lentamente. Y podría decir que estaba
escondiendo algo—. No podrás ocultarlo con el tiempo.
Mi estómago se tensó.
—¿Crees que seguirá enojado conmigo por meses? —Su rostro me dio la
respuesta que había temido. Tal vez en serio lo había perdido.
Un hombre que nunca había dormido en una cama con otra persona, que nunca
había estado cerca de personas sin un arma, ni siquiera con su hermano, porque desde
muy temprana edad se había enterado de que la confianza hacía que te mataran, había
confiado en mí y yo lo había arruinado.
—Si me dejas tomar una ducha rápida, podemos salir de inmediato —dijo
Romero pasado un rato.
Me tomó un par de segundos procesar sus palabras.
—Sí, por favor. Me prepararé.
Cuarenta minutos después, Romero y yo nos dirigíamos a Nueva York. Gianna
y Lily aún estaban dormidas cuando nos fuimos, y Sandro y otros dos guardias
vigilarían.
Una vez más me había puesto la peluca para que la gente no me reconociera.
Nadie podía enterarse de mi embarazo.
—¿Se lo dirás a tus hermanas? —preguntó Romero.
Dudé.
—Preferiría que esto se mantuviera entre nosotros por un tiempo. —Romero
me lanzó una mirada conflictiva, pero luego asintió. Sabía que no le gustaba ocultarle
cosas a Lily, pero habían pasado muchas cosas en los últimos días, y necesitaba
tiempo para descubrir las cosas por mí misma antes de involucrar a más personas.
Romero se quedó en la sala de espera mientras yo seguía a la doctora Brightley
a la sala de tratamiento. Ella confirmó mi embarazo y me dijo que estaba de seis
semanas. Cuando salí después de eso y Romero me llevó al ascensor, extrañé tanto a
Luca que no pude contener las lágrimas. Debería haber estado allí conmigo, debería
haber compartido este momento de alegría conmigo.
Romero me tocó el hombro, pero me apoyé en él, buscando consuelo, y después
de un momento de vacilación, me abrazó.
—Aria, Luca volverá contigo.
Quería creerle, no quería nada más. Asintiendo, me aparté y me limpié los ojos,
avergonzada por mi arrebato. Incluso si la ausencia de Luca me rompía el corazón,
tenía que ser fuerte por nuestro bebé.
Estaba nerviosa. Esta era la primera vez que vería a Luca en tres semanas. No
habíamos hablado ni mensajeado. Al principio le había escrito un par de mensajes,
pero me di por vencida cuando los ignoró. Si él necesitaba espacio, se lo daría incluso
si eso me mataba.
—Deberíamos celebrar sin los hombres —murmuró Gianna—. Solo van a
arruinarlo todo. —Se refería a Luca, y me preocupaba que tuviera razón. ¿Cómo esta
Navidad podría ser algo más que un gran desastre con la forma en que estaban las
cosas?
Salí de la ducha y tuve que agarrarme al tocador de mármol cuando una ola de
vértigo me golpeó. Estaba de nueve semanas y aún no se notaba, pero el embarazo
gobernaba mi vida de todos modos. Había perdido más de cuatro kilos en las últimas
tres semanas porque no podía retener ningún alimento. La doctora Brightley aún no
estaba preocupada, ya que el bebé se estaba desarrollando como debería. Me puse la
ropa interior y entré en el dormitorio. ¿Luca compartiría una cama conmigo esta
noche?
—Mierda, Aria —dijo Gianna, frunciendo los labios mientras me observaba—
. Has perdido mucho peso.
—Estás exagerando —dije jovialmente. Agarré el vestido de lana color crema
y me lo puse. Solía abrazar mis curvas, pero ahora me quedaba suelto.
Gianna enarcó las cejas.
—Eso no se ve como si estuviera exagerando.
—No es nada —dije con firmeza.
Gianna se acercó.
—Estás tan jodidamente pálida. Y esas sombras bajo tus ojos. —Negó con la
cabeza—. Sabes qué. Solo nos pondremos un mínimo de maquillaje. Les dejaremos
ver lo que están haciendo.
Estaba demasiado cansada para protestar y le permití aplicar un toque de base
y rímel.
—Voy a matarlo si te trata como a una mierda. Lo juro. Voy a clavar uno de
los cuchillos de Matteo en su jodido y cruel corazón.
—Gianna —dije en advertencia—. Yo soy la que actúo a sus espaldas.
—Fuiste a visitar a nuestro hermano menor. Luca te engañó con Grace solo
porque no quisiste ceder, y no te dijo cuando Matteo le pidió permiso a nuestro padre
para casarse conmigo. Y apuesto a que te mintió sobre más cosas de las que no
sabemos, pero solo porque no lo obedeces como un perro bien entrenado, se siente
traicionado. Estúpidos mafiosos orgullosos.
Deseé que solo fuera el orgullo lo que retenía a Luca, pero sabía que era más…
era más oscuro y más poderoso.
Lily golpeó y asomó la cabeza.
—La cena está lista. Marianna dice que podemos sentarnos.
—¿Está aquí? —pregunté, odiando cómo se rompió mi voz.
La expresión de Lily se suavizó.
—Sí, Matteo y él llegaron hace quince minutos. Están abajo con Romero.
Gianna miró su reflejo en mi espejo. Ella también apenas había visto a Matteo
porque prefería quedarse conmigo, todavía enojada con él, mientras él estaba con
Luca en Nueva York.
Me enderecé, esperando poder mantener la compostura. Mi embarazo me
estaba convirtiendo en un lío emocional.
Gianna me apretó la mano y no la soltó.
—Vamos, Aria. Nos tienes a nosotras. Nada cambiará eso jamás. Podrán tener
a su Famiglia y sus hermanos de juramento, pero nosotras somos hermanas, somos
sangre, y estaremos a tu lado hasta el final de todos los días.
Lily tomó mi otra mano con una sonrisa resuelta.
—Si no puedes soportar su presencia, entonces nos iremos. Podemos cenar en
la cocina. Solo nosotras tres.
Luché contra las lágrimas.
—No llores —ordenó Gianna—. Pensará que es por él. No le des ese poder.
Pero él tenía ese poder sobre mi corazón, y no había nada que pudiera hacer al
respecto. Resistí el impulso de tocar mi vientre, prueba de un amor perdido.
Tragué, y asentí.
—Vamos.
Salimos de la habitación, entramos en el pasillo y nos dirigimos hacia la
escalera. Entonces escuché su voz profunda, y solo el agarre de mis hermanas me
mantuvo en movimiento. El agarre de Gianna en mi mano se volvió aplastante cuando
bajamos la escalera, más cerca de su voz. Una vez entramos en el comedor, mis ojos
se centraron en Luca, de pie junto a Matteo y Romero, pareciendo tranquilos. No había
señales de que las últimas tres semanas lo hubieran afectado. ¿Podía seguir adelante
solo así? ¿Podía apagar su amor tan fácilmente como eso?
Lily apretó mi mano y Gianna se puso rígida a mi lado.
—Qué se joda, Aria. Qué todos se jodan —susurró ella.
Y estaba decidida a seguir su consejo, pero entonces Luca volvió la cabeza y
me miró directamente, y mi mundo se derrumbó. Hubo breves momentos de esperanza
en estas semanas de desesperación, ya sea porque intenté convencerme que podía vivir
sin Luca, o porque logré convencerme que entraría en razón.
Ahora, a medida que sus duros ojos grises me miraban como a cualquier otro,
con un escrutinio frío y sin un toque de calor, ambas esperanzas se convirtieron en
polvo.

Luca
—No arruinarás esta Navidad para todos nosotros, ¿verdad? —preguntó
Matteo. Como si su relación con Gianna hubiera ido bien en las últimas semanas. Él
había sido mi sombra en Nueva York y Gianna se había negado a ir con él. Apenas
eran civilizados entre sí.
Puse mis ojos en blanco.
—No te preocupes. Aria es mi esposa en papel, pero eso es todo. —Había
cerrado mis jodidas emociones en las últimas tres semanas, y no tenía ninguna
intención de cambiar eso. Tenía cosas más importantes de las que preocuparme: como
derribar a Dante y la Organización con él. No era algo que pudiera manejar en unas
pocas semanas o meses, y ciertamente no mientras mis acciones siguieran alimentadas
por la furia. Necesitaba trazar un plan que garantizara nuestro éxito de una vez por
todas.
Un movimiento cerca de la puerta atrajo mi atención y giré mi cabeza hacia
ella, y un martillo de emociones se estrelló contra mí.
Aria, en toda su esbelta gracia y su largo cabello rubio, estaba entre sus
hermanas. Mis ojos se detuvieron en las oscuras sombras bajo sus ojos, en la forma
en que sus pómulos se habían afilado, en la forma en que su vestido colgaba de su
cuerpo. La culpa se estrelló contra mí, pero la aplasté. No tenía ninguna razón para
sentirme culpable. Era ella la que me había traicionado.
—Solo en papel, eso es todo, mi culo —murmuró Matteo.
Aparté mi mirada de Aria, endureciéndome. Fui a la mesa del comedor y tomé
mi asiento habitual. Matteo se sentó frente a mí, mirándome como si estuviera a punto
de perder la cordura. Si no detenía ese constante escrutinio pronto, perdería mi cordura
con él.
Después de un momento de vacilación, Aria se hundió a mi lado, y su dulce
aroma floral inundó mi nariz.
No me tocó, y yo tampoco la alcancé.
Gianna se sentó frente a mí con una mirada de completo odio. Le devolví la
mirada, dándole toda la fuerza de mi ceño fruncido de Capo, y con el tiempo miró
hacia otro lado. Había terminado de ser tolerante. Era el Capo, y maldita sea, actuaría
como uno.
Cuando Romero y Lily también hubieron tomado asiento, Marianna entró con
nuestra comida. Ella me frunció sus labios pero no dijo nada. Comimos en silencio
por un rato. Aria apenas había tocado su comida, ni había bebido nada de su vino. Sus
manos temblaban mientras sostenía su tenedor.
No la dejaría manipularme para que me sintiera culpable.

Aria
Poco después de la cena, tuve que excusarme y tropezar hasta uno de los baños
de huéspedes para vomitar. Romero se reunió conmigo unos minutos después. Estaba
arrodillada en el suelo, con los brazos apoyados en la tapa del inodoro cerrado y la
mejilla apoyada en ellos.
Romero se agachó a mi lado, con voz suave.
—Díselo, Aria.
—Pensará que quiero usar el embarazo como una manera de culpa para
recuperarlo. No voy a hacer eso. Quiero que vuelva conmigo por amor, Romero. —
Mi voz se quebró y las lágrimas brotaron de mis ojos.
Romero me contempló en silencio. Esta vez no me dijo que Luca recapacitaría.
Se enderezó y tendió su mano. Dejé que me pusiera de pie, me lavé las manos y me
enjuagué la boca.
Manteniendo la cabeza en alto, volví a la sala de estar y al comedor, pero solo
encontré a Lily y Gianna, acurrucadas en el sofá.
—Fueron al salón a beber whisky —murmuró Gianna.
—Oh —dije en voz baja.
A pesar de mi cansancio, permanecí en la sala el mayor tiempo posible, con la
esperanza de que Luca se uniera a nosotros, pero no lo hizo y, finalmente, caminé
hasta nuestra habitación y me acosté. No estaba segura cuánto tiempo pasó cuando
escuché el chirrido de la puerta. Girándome, mis ojos encontraron la forma alta de
Luca, y la esperanza se hinchó en mi pecho.
—¿Luca? —susurré.
No dijo nada, y encendí la luz. Estaba hurgando en los cajones y sacó los
pantalones de chándal antes de volverse para irse.
—¿No te vas a quedar? —pregunté, odiando cómo me temblaba la voz.
Sus hombros se tensaron bajo su camisa. No se dio la vuelta cuando habló con
voz dura.
—No. ¿Pero puedo follarte si eso es lo que quieres?
Aspiré con dificultad.
—No hagas esto.
Sin otra palabra más, se fue y después de un momento, apagué las luces con
dedos temblorosos.
La próxima vez que habló conmigo fue durante el desayuno a la mañana
siguiente, para informarme que tendríamos que asistir a la fiesta de Fin de Año del
senador Parker juntos. Regresó a Nueva York después de eso.
20
Aria
Traducido por LizC

Corregido por Masi

—H
azme un favor y no vayas —suplicó Gianna. Habíamos estado
buscando nuevos vestidos para la fiesta por cerca de dos horas,
y mi náusea estaba empeorando cada vez más. Sabía que
Gianna y Lily estaban preocupadas, pero no podía decírselo. Se suponía que Luca lo
averiguara primero, pero ¿cómo iba a suceder eso?
Hojeé la exhibición de vestidos.
—Plantearía preguntas si Luca va solo.
—Aria, por favor.
Miré por encima del hombro a mi hermana. Algo en su voz me preocupaba.
—¿Qué no me estás diciendo?
Gianna se acercó más a mí.
—Matteo mencionó que Grace estará allí.
Mis dedos sobre el vestido se tensaron.
—Pensé que estaba en Inglaterra.
—Estaba. Está casada con un rico hombre de negocios inglés, pero asistirá a la
fiesta.
Tragué con fuerza.
—Puedo manejarla.
Gianna me agarró del brazo.
—Aria esto se pondrá feo. No vayas. Por favor.
Forcé una sonrisa.
—No te preocupes por mí. —Saqué un elegante vestido de color crema largo,
avancé al vestidor y me lo puse. Se ajustaba al cuerpo con una espalda baja. Escaneé
mi estómago. ¿Era obvio que estaba embarazada? Gianna asomó la cabeza y me puse
rígida, pero solo silbó.
—Llévate ese. Te ves impresionante. Deja que Luca vea lo que se está
perdiendo.
Ningún vestido revelador convencería a Luca de amarme otra vez. No
funcionaba así.

Sandro nos recogió a Gianna y a mí en la mansión y nos llevaron a Nueva York,


donde nos reunimos con Luca y Matteo en el garaje de nuestro apartamento. Luca
estaba vestido con un elegante traje negro, acentuando sus hombros anchos y su
cintura estrecha.
Él ni pestañeó cuando me vio en mi vestido. Su rostro era de piedra, y sus ojos
congelaron mis entrañas con su frialdad. Sin una palabra, me metí en el asiento del
pasajero de su auto. Condujimos en silencio hacia la casa de la ciudad de Parker.
Antes de salir, Luca se volvió hacia mí, pero sus ojos no albergaban calor.
—No queremos llamar la atención sobre nosotros, así que actuaremos de
manera civilizada. —Levantó las cejas en petición silenciosa y asentí en acuerdo.
Luca salió del auto y abrió mi puerta. Me preparé para lo que sucedería pero al
momento en que la palma de Luca tocó mi espalda desnuda, cada músculo de mi
cuerpo cobró vida con necesidad y anhelo.
Los dedos de Luca se tensaron contra mi piel, y levanté la vista pero encontré
su rostro completamente en blanco. Me condujo hacia la casa sin una palabra ni una
mirada.
Gianna y Matteo ya estaban allí, bebiendo champán y hablando. Parecían que
se llevaban mejor de nuevo, o tal vez estaban siendo civilizados en público como Luca
y yo.
Luca me guio hacia ellos y dejó caer su mano al momento en que llegamos.
—Nos conseguiré algo de beber. —No esperó mi respuesta y se fue.
Gianna frunció el ceño a su espalda antes de darme una sonrisa alentadora.
Intenté darle una sonrisa a cambio, pero sus cejas se fruncieron. Ella se acercó y agarró
mi brazo.
—Aria, no lo dejes ganar. No le des ese poder sobre ti —susurró con dureza.
Asentí y me puse mi máscara pública, con la cabeza en alto. Luca no regresó y
cuando escaneé la habitación, lo encontré conversando con el senador Parker. Fue
entonces cuando la vi. Grace Parker. Alta, preciosa y vestida con un mono ajustado
que dejaba poco a la imaginación. Estaba sola, ningún marido inglés a la vista.
Recordé cuando lo atrapé con ella, recordé la sensación de decepción y tristeza, y ni
siquiera lo había amado en ese entonces.
Luca la vio casi al mismo tiempo que yo, y sus ojos no se movieron de ella.
¿Era así como quería castigarme?
—No se atrevería —siseó Gianna.
La respuesta de Matteo llegó a través de la niebla en mis oídos.
—No lo hará.
Grace se acercó a Luca con una sonrisa sexy, y Luca sonrió. Recordaba ese
aspecto de las fotos que había visto de él en sus días de soltero: como un hombre que
sabía lo que tenía para ofrecer y que tomaba lo que las mujeres le ofrecían.
Mi estómago se contrajo tan fuerte que las náuseas se apoderaron de mí. Giré
sobre mis talones y me apresuré a ir al baño al final del pasillo. Apenas logré cerrar la
puerta y alcanzar el inodoro antes de vomitar, vomitando violentamente hasta que no
quedó nada en mi estómago. Gotas de sudor cubrían mi frente. Alcancé el rubor con
dedos temblorosos.
El suave golpe de Gianna sonó unos momentos después.
—Aria, déjame entrar.
Me enfrenté al espejo y me toqué el estómago.
—Aria, por favor, déjame ayudarte.
No podía ayudarme. Esta era una batalla que tenía que pelear sola porque era
una batalla contra mi corazón.
Las palabras de Luca de hace unas semanas pasaron por mi mente: Hemos
terminado.
Sí, así era.

Luca
Grace me rodeaba como un buitre. Se había casado con un viejo hijo de puta
con millones en su cuenta bancaria, pero ahora me follaba con los ojos como lo había
hecho en el pasado.
—¿Ya te has aburrido de tu esposa? Te dije que no podía satisfacerte.
—No hables de ella —dije en advertencia. Parecía haber olvidado mi
advertencia de la última vez.
Matteo levantó sus cejas hacia mí desde el otro lado de la habitación. No veía
a Aria ni a Gianna por ninguna parte, y estaba jodidamente contento. Aria con ese
vestido casi blanco, como una puta aparición, un jodido ángel.
Una debilidad.
—No estoy aquí para hablar, no te preocupes —ronroneó. Mis ojos cayendo
atraídos por su escote.
—Entonces, ¿para qué estás aquí? —pregunté crispando mi labio.
—Para follar. —Sonrió—. Vamos, Luca.
La seguí a unos pasos detrás, con mis ojos en su trasero en esa burla de atuendo.
Me condujo a su antiguo dormitorio, una habitación de la que tenía buenos recuerdos.
Grace cerró la puerta y se volvió hacia mí, lamiendo sus labios rojos.
—Oh, echaba de menos tener tu polla en mí, Luca —canturreó a medida que
se me acercaba y se inclinaba para besarme.
—Sin besos —gruñí, fulminándola con la mirada. Hizo un puchero pero no
volvió a intentarlo. Nunca me había gustado besarla, ahora menos que nunca.
Sus largas uñas rastrillaron por mi pecho, luego más abajo. Tuve que luchar
contra el impulso de apartar su mano. No estaba duro todavía, ni siquiera cerca. Su
jodido toque de hecho me estaba disgustando.
La confusión parpadeó en su rostro, luego una sonrisa atrevida.
—¿Vas hacerte de rogar?
—Uno de los dos tiene que hacerlo —murmuré, odiándola y odiándome a mí
mismo.
Ella se sonrojó, pero no dejó que mi dureza la disuadiera. Se puso de rodillas,
adoptando una expresión inocente. Se veía jodidamente falsa. Y tuvo el efecto opuesto
en mí de lo que ella pretendía. Recordé las sonrisas inocentes de Aria, sus toques
inocentes cuando la hice mía.
Aria.
Mierda.
Siempre Aria…
Entonces recordé la última vez que me había llevado a su boca, sus labios
perfectos, sus burlas. Amaba la forma en que se había vuelto más segura con respecto
al sexo a lo largo de los años. Amaba su aroma, su sabor, su piel sedosa. Maldita sea.
Amaba jodidamente todo de ella, todavía la amaba. Amaba cada puto centímetro de
ella, pero sobre todo su risa y sonrisas, y la forma en que me miraba con amor y
confianza.
Retrocedí de los dedos de Grace en mi cremallera. Ella dejó caer su mano,
entrecerrando los ojos.
—¿Ahora qué? No me digas que no puedes engañar a la buenorra de Aria.
Agarré su brazo en un apretón de muerte.
—No te atrevas a insultarla. Ni siquiera digas su nombre. —La empujé lejos
de mí, tan jodidamente furioso que apenas podía controlarme. Furioso conmigo
mismo por mi debilidad, por mis inútiles sentimientos. Luego me di la vuelta y volví
a la fiesta.
Matteo estuvo a mi lado en un instante.
—Ese fue el rapidito más veloz del mundo. —Su voz era extraña, pero no tenía
paciencia para analizar su estado de ánimo.
—No pude hacerlo. Ni siquiera pude dejar que me chupara la polla. Maldición.
—¿En qué diablos me había convertido?
—Por Aria.
Apreté mis manos en puños, queriendo destruir algo, queriendo matar y
mutilar.
—Soy un maldito débil —dije en voz baja.
—¿Débil? —Se rio Matteo—. Luca, mataste una sede llena de moteros, los
hiciste en pedazos, torturaste a nuestro tío durante horas sin pestañear, y no sentirías
ni un arrebato de remordimientos si mataras a todos los cabrones presentes en esta
habitación. No eres débil por tus sentimientos por Aria. Nuestro padre era un imbécil
sádico y demente.
—Soy como un perro castrado.
Matteo gimió, fulminándome con la mirada.
—Sabes que Aria nunca te engañó. Esa mujer siempre ha sido y siempre te
pertenecerá solo a ti, Luca.
—Lo sé —gruñí. Y maldita sea, sabía que me había sido fiel, no solo porque el
fotógrafo hubiera confirmado su historia, sino también porque Aria no era así. No me
engañaría. Me di cuenta de eso rápidamente, pero todavía estaba jodidamente enojado
con ella por estar yendo a mis espaldas, y mierda, era demasiado orgulloso para
disculparme—. Y al parecer tampoco puedo engañarla.
—Te tiene jodidamente sometido.
Si fuera solo eso. Tenía mi corazón frío en un agarre implacable, y no podría
zafarme.
Mis ojos escudriñaron a la multitud una vez más y finalmente encontré a Aria.
Gianna estaba a su lado, prácticamente sosteniéndola. Aria se veía pálida y entonces,
sus ojos se posaron en mí, y supe que me había visto irme con Grace. Se enderezó y
sostuvo mi mirada.
Esto era. Mi forma de deshacerme de la debilidad que me convertía en un
objetivo fácil para Dante.
—Discúlpate — murmuró Matteo—. Por el amor de Dios, Luca, discúlpate de
una jodida vez con ella.
—No —dije con firmeza—. Hemos terminado.
21
Aria
Traducido por LizC y âmenoire

Corregido por Masi

e puse el abrigo más grueso que tenía, una bufanda y unos guantes

M antes de salir a la terraza y luego bajé la pendiente hacia el agua.


Observé la salida del sol sobre el océano, respirando el aire frío. Me
quedé así durante mucho tiempo cuando unos pasos sonaron detrás de mí. Me di la
vuelta, esperando a Gianna, pero en lugar de eso Matteo se dirigía hacia mí, vestido
solo con pantalones deportivos y una camisa a pesar de las bajas temperaturas. Él y
yo no habíamos intercambiado más que unas pocas palabras en las últimas cuatro
semanas. Me volví hacia el agua, no muy segura si quería que molestara este momento
de casi paz. Ya casi nunca dormía más de unas pocas horas por la noche. Pero le debía
un agradecimiento.
Matteo se detuvo a mi lado.
—Gracias —dije en voz baja—. Por encontrar al fotógrafo aunque fuera en
vano. —Cuatro semanas, y poco a poco me estaba dando cuenta que era eso. Que el
amor que había dado por sentado, nunca lo experimentaría de nuevo.
—Hace tres años le guardaste un secreto a Luca por mí —dijo Matteo con voz
grave y somnolienta—. Si no lo hubieras hecho, no estaría aquí hoy.
Me volví hacia él e incliné la cara hacia arriba. Nunca habíamos hablado de ese
día en los años siguientes.
—Lo hice por Luca —dije porque era la verdad y ambos lo sabíamos. El mero
hecho de decir su nombre incendió mis entrañas.
Matteo asintió, sus ojos castaños estudiando los míos.
—Y también encontré a ese fotógrafo por él, porque él te necesita.
Sonreí tristemente.
—Las últimas cuatro semanas demuestran que te equivocas. Luca vive su vida
como solía hacerlo. Es libre otra vez, libre para ir de fiesta y llevar a las mujeres a su
cama. —Dios, esas palabras abrieron un agujero en mi pecho, y mi garganta se apretó
hasta que estuve segura que me ahogaría.
Hasta la fiesta de Fin de Año había albergado un destello de esperanza, pero
había terminado, terminado con la esperanza de algo que nunca iba a suceder, hecho
con el dolor constante.
Matteo sacudió su cabeza con una sonrisa.
—No se acostó con esa perra. No la tocó, no hizo nada. —Alcé mis cejas—.
Cuatro semanas y Luca no se ha follado a nadie, no ha tocado ni a una sola mujer, no
le han chupado la polla. Si hubiera terminado contigo, ya se habría follado a la mitad
de Nueva York, confía en mí. El bastardo sin sentimientos parece tener un corazón
después de todo, y late solo por ti. Simplemente es demasiado estúpido para
mostrártelo.
El alivio me inundó, pero una parte de mí no estaba segura si importaba que
Luca todavía me fuera fiel. ¿Había esperanza para nosotros? ¿Para nuestro amor? Tal
vez estaba demasiado roto.
—Ve a él —dijo Matteo implorando—. Es jodidamente orgulloso.
Me giré de nuevo al océano y no dije nada. No iría a Luca. Lo había intentado
al principio, pero él seguía rechazándome, aunque sabía que no lo había engañado. Él
tenía que dar ese pequeño paso hacia mí, mostrarme que todavía había esperanza para
nosotros. Tenía que protegerme no solo a mí misma sino también a nuestro bebé.
—Luca quiere que dejes que el Doc te chequee por tu pérdida de peso.
—No pensé que lo hubiera notado, después de todo, ni siquiera me mira.
Matteo frunció el ceño.
—Él mira, confía en mí. —Esperó, luego suspiró—. Aria, ¿no puedes
simplemente disculparte con él de una puta vez incluso si no lo dices en serio? Uno
de los dos tiene que dar el primer paso.
—Voy a tomarme un té —dije, dejándolo allí parado. Si Luca estaba
preocupado, podía decírmelo, y sin embargo, una parte de mí no podía detener el
estúpido alivio en mi interior de que todavía se preocupara por mi bienestar.
Entré, contenta por el calor. El frío había ayudado con las náuseas, pero ahora
que estaba dentro, habían regresado. Después de quitarme el abrigo, la bufanda y
los guantes, me dirigí hacia nuestra cocina y encendí la tetera eléctrica para
prepararme el té. Una de las criadas había vuelto a poner las bolsas de té en el estante
superior, incluso aunque las hubiera bajado todas las veces. Me volvía loca. Agarré
una silla pero vacilé; con mi mareo el riesgo a caerse era demasiado grande. Solté la
silla, abrí la puerta del estante y tomé una espátula.
Me puse de puntillas e intenté empujar el paquete con las bolsas de té del
estante con la espátula, pero solo logré empujarlo más hacia atrás. Una sombra cayó
sobre mí y me eché hacia atrás con sorpresa, luego me quedé inmóvil. Luca metió la
mano en el estante y agarró el paquete, luego lo dejó en la encimera. Su rostro era de
piedra, pero había un indicio de algo en sus ojos.
Desvié mi mirada.
—Gracias —dije en voz baja.
No dijo nada, solo asintió antes de dirigirse a la cafetera. Me permití un
momento para mirarlo. Como Matteo, llevaba pantalones de chándal negros, pero no
se había molestado con una camisa. Nunca quise tocar a alguien más que a Luca ahora
mismo. Extrañaba su cercanía, su calidez. Dios, extrañaba su amor. Mis ojos se
detuvieron en el tatuaje en su hombro.
Iré a donde vayas, sin importar lo oscuro que sea el camino.
Me di la vuelta rápidamente, tragando con fuerza, y preparé mi té, queriendo
salir de la cocina lo más rápido posible. Con mi taza en una mano, me dirigí hacia la
puerta cuando una nueva ola de náuseas mezcladas con mareos se estrelló contra mí.
La taza dejó mi mano, estrellándose en el suelo, derramando té caliente sobre mis pies
descalzos, pero apenas registré el dolor porque mi visión se volvió negra y traté de
llegar a la mesa para estabilizarme. El suelo se estaba acercando rápidamente cuando
unos brazos fuertes me envolvieron, alzándome, y mis palmas se presionaron contra
un pecho caliente. Contuve el aliento, con la frente apoyada contra los músculos
duros. Respiré profundamente, un aroma familiar, un aroma de comodidad y amor.
Mi visión se aclaró lentamente.
—¿Aria?
El tono suave que extrañaba tanto. Mi corazón pareció curarse y romperse al
mismo tiempo.
Levanté mi cabeza y miré a la cara de Luca. Preocupación. ¿Había
preocupación ahí? Sus cejas estaban fruncidas. Dios, amaba a este hombre.
A medida que nos mirábamos, prácticamente pude ver la máscara de Luca caer
en su lugar una vez más, una máscara tan impenetrable como el acero. Fría y dura.
Debo haber imaginado la preocupación. Dejé caer mis manos de su pecho y retrocedí,
haciendo una mueca cuando me di cuenta que mis pies se habían quemado
ligeramente.
—Deberías tratar eso con ungüento —dijo Luca con firmeza—. Llamaré al Doc
para que pueda examinarte.
Me obligué a dar un paso resuelto incluso cuando mi cuerpo gritaba para
acercarme más a él, incluso cuando mi corazón gritaba más fuerte por su cercanía.
—No lo necesito. Estoy bien.
Solo te necesito a ti.
Antes de que pudiera expresar estas palabras, me arrodillé y comencé a recoger
los fragmentos. Cuando me arriesgué a mirar hacia arriba, Luca me estaba observando
con una mirada que no pude descifrar. Parecía casi enojado pero no del todo. De
repente, me alcanzó, me agarró del brazo y me levantó.
—Vete.
Solo me quedé mirándolo.
—Tengo que limpiar esto. Las criadas no volverán hasta mañana.
Los ojos de Luca me fulminaron.
—Vete. —¿Y su voz temblaba con… rabia?—. Solo vete.
Me giré y me fui.

Unos días después estaba acurrucada en el sofá, leyendo un libro cuando


Gianna se unió a mí. Ella asintió hacia mi libro.
—¿Es bueno?
Me encogí de hombros. Tenía problemas para concentrarme en algo por mucho
tiempo. Leí la misma página dos veces y aún no sabía qué había sucedido. Me tendió
un plato con galletas.
—Intenté hornear.
—No sabes hornear. —Gianna no tenía más talento que yo en la cocina. Lily
era la única que podía cocinar algo comestible de forma remota, pero estaba pasando
unos días con la familia de Romero. Gianna, por otro lado, siempre estaba alrededor,
una sombra constante.
—Pruébalas —instó Gianna.
Alcancé una y di un mordisco vacilante, pero el olor a masa caliente y chocolate
me revolvió el estómago. Pensar que me había encantado el chocolate antes de mi
embarazo. Tragué rápidamente el bocado y luego volví a dejar la galleta.
—Aria, ¿puedes por favor dejar de matarte de hambre? —siseó Gianna
de repente.
Mis ojos se abrieron con sorpresa.
—No me estoy matando de hambre —dije—. Me ves comer.
—Sí, y no es mucho, y también te veo yendo al baño después. Vamos, no vale
la pena que acabes con bulimia por Luca.
Él valía cualquier cosa.
—¿Me veo tan mal? —Me miré por encima. Había perdido peso. Mi cuerpo
estaba aprovechando mis reservas para asegurarse que el bebé pudiera crecer, y
afortunadamente lo hacía. La doctora estaba satisfecha con su crecimiento después de
todo.
Gianna puso los ojos en blanco.
—Harías que las modelos de pasarela estuvieran celosas.
—Claro, a excepción de los veinticinco centímetros de estatura que me faltan.
—Y luego está tu ropa —dijo, gesticulando hacia mi blusa holgada—. Es como
si ya no pudieras soportar mostrar tu cuerpo.
Cerré mis ojos.
—¿Acaso Luca dijo algo?
—En realidad no estoy en buenos términos con él, como ya sabes.
Lo sabía. Mi familia se estaba desmoronando y no había nada que pudiera
hacer.
Discúlpate con Luca.
Pero ya me había disculpado, le había rogado que no destruyera nuestro amor
y él me había apartado. La voz de Gianna me arrancó de mis pensamientos.
—Por lo que Matteo ha dejado escapar, Luca está jodidamente preocupado.
Todos lo estamos, Aria. ¿Por qué crees que Luca de repente está pasando la mitad de
la semana en los Hamptons? Es porque quiere mantenerte vigilada. No entiendo al
imbécil, pero obviamente todavía se preocupa por ti en su propia manera retorcida.
Retorcí mis dedos. Había notado su incrementada presencia, pero no me había
atrevido a esperar que fuera por mí. Me eché un vistazo otra vez, hacia la casi
imperceptible hinchazón de mi vientre. ¿Cuánto tiempo más sería capaz de mantener
oculto mi embarazo? No quería que nos arregláramos solo por el embarazo. Quería
que encontráramos la manera de estar juntos de nuevo por nuestra cuenta, porque
nuestro amor era lo suficientemente fuerte como para superarlo todo. Pero con el
tiempo, ya no sería capaz de ocultarlo. Después de todo, ya estaba en la duodécima
semana.
—Aria. —La voz de Gianna me trajo de vuelta. Su rostro estaba contraído por
la con preocupación—. Por favor.
Tomé una respiración profunda.
—Estoy embarazada.
Gianna retrocedió de golpe, jadeando.
—Mierda. —Miró hacia mi estómago—. ¿Cuánto tiempo tienes?
—Doce semanas.
El alivio se asentó en sus rasgos.
—Entonces, ¿por eso es que estás enferma?
Asentí.
—Supongo que es por mi mala suerte que las náuseas todavía no se hayan ido
—dije con una pequeña risa.
—Mala suerte mi trasero. Tienes la peor de las suertes, quedar embarazada con
el niño de Luca. —Frunció el ceño—. Pensé que estabas tomando la píldora.
—Así era. Pero cuando todo el drama con Lily y Romero se desencadenó, lo
olvidé algunas veces. No quería que sucediera. Luca de momento no quiere hijos. —
O tal vez nunca.
Gianna niveló su mirada con mi estómago y estiró su brazo, pero se detuvo a
un par de centímetros de distancia.
—¿Puedo tocarla?
Miré a nuestro alrededor. Estábamos solas.
—Claro.
Puso su mano contra mi protuberancia, y me relajé bajo su toque.
—Todavía es tan pequeño. Es difícil pensar que hay un pequeño humano ahí
dentro.
—Lo sé —dije mirando hacia la mano de Gianna contra mi protuberancia y
deseando que fuera la mano de Luca. Lágrimas brotaron en mis ojos.
—Oh, Aria —murmuró Gianna y me atrajo hacia un abrazo—. Odio verte de
esta manera.
—Me siento tan sola, Gianna. Lo extraño.
—Ves su rostro enojado casi todos los putos días, Aria.
—Extraño cómo solía ser conmigo. Extraño sus besos y su toque, extraño su
cuerpo junto al mío durante la noche. Extraño su amor. —Tragué—. Extraño ser
abrazada.
Gianna palmeó su regazo y bajé mi cabeza hasta ahí, luego comenzó a pasar
sus dedos por mi cabello como solía hacerlo cuando éramos más jóvenes. Cerré mis
ojos y me permití relajarme bajo su toque. Todavía tenía a mis hermanas y al bebé
dentro de mí. Su amor sería lo que me impulsaría de ahora en adelante. ¿Sería
suficiente? No estaba segura, pero tendría que serlo. Gianna comenzó a tararear una
melodía tranquilizadora y las lágrimas pasaron más allá de mis pestañas. Me
derrumbé, estaba tarareando una canción de cuna que mi madre nos cantaba
ocasionalmente.
Se quedó en silencio y se tensó debajo de mí cuando sonaron unos pasos
conocidos.
Me preparé antes de abrir mis ojos.
Luca y Matteo se habían detenido en el vestíbulo, observándonos. El rostro de
Luca era una máscara desprovista de emociones. Me mantenía fuera, tal como lo había
hecho durante las últimas semanas. Levanté mi cabeza de las piernas de Gianna,
conteniendo la urgencia de tocar mi vientre mientras me enderezaba.
—Discúlpame —dije a Gianna y me puse de pie, luego subí las escaleras. Luca
no me siguió. Ya nunca lo hacía.
Luca
Un tarareo bajo nos recibió cuando Matteo y yo entramos a la mansión.
Seguimos el sonido hacia la sala de estar, y mi pecho se comprimió por la visión ante
nosotros. Aria yacía acostada en el sofá, su cabeza en el regazo de su hermana,
mientras Gianna acariciaba su cabello rubio. Aria estaba llorando, sus ojos cerrados,
sus lágrimas bajando por sus mejillas perfectas, pero demasiado pálidas. Tan
jodidamente pálidas.
Gianna se congeló, su mirada endureciéndose a medida que se asentaba en mí.
No se molestaba en ocultar su desprecio. No me importaba ni mierda, pero ver a Aria
así, eso me afectaba. Abrió esos sorprendentes ojos azules lentamente, y cuando
encontraron mi mirada, dolor y desesperanza los llenaron. Mierda. Era como un
cuchillo en el estómago. Era peor que eso.
Se enderezó pero sus movimientos fueran lentos, como si ya no estuviera
segura de su cuerpo, como si algo la estuviera reteniendo. No podía decir lo que era,
no tenía manera de leerla porque bajó su cabeza cuando pasó junto a mí rápidamente
y subió las escaleras. Me evitaba, y la mayor parte del tiempo me sentía aliviado por
eso porque hacía las cosas más fáciles, hacía más fácil ignorarla, hacía más fácil
olvidar los sentimientos que ella podía evocar.
Cuando se había derrumbado en la cocina hace algunos días, pensé que perdería
el control, y entonces cuando se había puesto de rodillas, luciendo pequeña y sin
esperanzas, quise aplastarla contra mi pecho. No debía estar nunca de rodillas, no se
suponía que luciera rota. Era una maldita reina entre las ratas.
Cada vez que estaba cerca, cuando me sentía obligado a mirar su rostro, me
costaba mucho retener la disculpa que había amenazado con salir de mí. Ella había
sido quien me había traicionado en primer lugar, no de la forma en que la acusé, pero
una traición de todas formas. Tres veces había actuado a mis espaldas por sus
hermanos.
Gianna saltó fuera del sofá y se dirigió rápidamente hacia mí.
—¿Ahora qué? —le preguntó Matteo con sus manos levantadas, pero ella lo
ignoró y me empujó fuertemente. Estreché mis ojos mientras la veía, sin alterarme a
pesar de su ímpetu. Sus manos se cerraron en puños y pude decir que tenía toda la
intención de golpearme.
Matteo también debe haberlo visto, porque tomó su muñeca y murmuró:
—Gianna, contrólate.
—¿Controlarme? Él es quien necesita controlarse. —Lo apartó y me volvió a
mirar con el ceño fruncido—. ¿No puedes sacar tu cabeza de tu trasero por un jodido
segundo y disculparte con Aria, estúpido idiota? Lo estás destruyendo todo.
Ya me había acostumbrado a sus insultos. Tenía suficiente sentido de
supervivencia para guardárselos para cuando solo estábamos entre familia, y sabía
que toleraba sus faltas de respeto por Matteo y Aria.
—¿Disculparme? —pregunté en voz baja, frunciendo el ceño hacia ella en
respuesta, pero no retrocedió.
—Sí, disculparte. Sabes que no te engañó y la trataste como basura. Todavía lo
haces.
—No la trato como basura.
Sabía que Aria no me había engañado, pero permanecía el hecho de que había
actuado a mis espaldas. Había tomado dinero de la cuenta bancaria de la Famiglia.
Había ido a Chicago en tiempos de guerra, se había dejado ser capturada por Dante.
Si él no la hubiera utilizado para hacerme perder la cabeza, todavía estaría en sus
manos y sea mujer o no, estábamos en guerra.
Gianna sacudió su cabeza, indignada. Era una mirada en ella a la que estaba
acostumbrado.
—Se está desvaneciendo más cada día, ¿no lo ves? ¿Es tu orgullo lo
suficientemente importante como para perder a la única persona que no piensa que
eres un psicótico asesino serial?
Había visto que Aria estaba perdiendo peso, pero todavía no estaba cerca de
ser peligroso. Le había preguntado al Doc. Me había asegurado que lucía lo
suficientemente saludable, incluso si no la hubiera examinado en un tiempo, porque
ella no quería que lo hiciera.
—Soy un asesino —dije simplemente.
—Lo es —dijo Matteo con un encogimiento de hombros, luego añadió en un
intento por aligerar el ambiente—: Ya sea psicótico o sociópata, eso definitivamente
todavía está en discusión.
Gianna sacudió su cabeza, luego se dio la vuelta y se alejó enfurecida.
Matteo suspiró y pasó una mano por su cabello.
—Tus problemas con Aria también están haciendo de mi vida un infierno. Ya
apenas estoy teniendo sexo, ni siquiera sexo enojado y Gianna es la mejor en el sexo
enojado, déjame decírtelo.
No lo dudaba. Esa mujer tenía la furia de cincuenta gatos salvajes enojados.
Era completamente intolerable, tan diferente de su hermana. Aria odiaba las
discusiones, intentaba mantener a la gente unida con su hermosa sonrisa y sus palabras
amables.
Mierda. Esa sonrisa lenta que comenzaba con una suave curva en las comisuras
de su boca perfecta y luego se extendía hasta que atravesaba todo su rostro, amplia y
maravillosa.
Un maldito agujero en mi estómago se abría cada vez que recordaba su sonrisa.
Llevaba un tiempo sin sonreír.
Matteo me observó en silencio con una expresión demasiado conocedora.
—Tal vez Aria empezó este desastre, pero solo tú será el que lo termine, Luca.
—No me disculparé.
—Bien, pero estoy tan jodidamente cansado de este ambiente tenso que nos
está arrastrando a todos. No solo a ti y a Aria, sino a Gianna, a Liliana, a Romero y a
mí. Es jodidamente molesto, mierda, y va a hundirnos a todos. Si estás tan seguro que
no te disculparás con Aria por acusarla de engañarte y por tratarla mal, entonces al
menos deja que se termine para bien. Ya has cambiado tanto en la Famiglia. Haz la
diferencia y tramita un divorcio, así podrás regresar a hacer tu recorrido por todas las
chicas de Nueva York y Aria podrá encontrar a un buen tipo con quien casarse.
—¡No! —gruñí—. Aria es mía. Y mataré a cada hijo de puta que se atreva a
tocarla. No habrá ningún maldito divorcio. Nunca. Y no quiero follar con nadie…
—Más que ella —terminó Matteo. Se encogió de hombros—. Entonces tus
bolas se van a volver azules y se van a caer, porque no creo que Aria vaya a dar el
primer paso otra vez.
22
Aria
Traducido por Masi, Smile.8, Lyla y Kalired

Corregido por Masi

Y
a era tarde en la mañana. No había dormido la mayor parte de la noche
porque me había sentido mal, pero al mismo tiempo me había sentido
demasiado cansada para levantarme de la cama. Girándome, mis ojos
encontraron el espacio vacío a mi lado en la cama. Mis dedos trazaron la suave tela.
Todavía me quedaba dormida en mi lado de la cama y siempre despertaba medio
ocupando el lado vacío de Luca, como si mi cuerpo intentara buscarlo en la noche.
Ocho semanas de noches solitarias.
Me puse la bata suelta de seda que ocultaba mi barriga y salí del dormitorio
con los pies descalzos. La casa estaba en silencio, pero a lo lejos oí el rumor de unas
voces profundas.
Me sorprendió encontrar a Luca y Matteo todavía en la mesa del desayuno. Sus
platos estaban cubiertos de migajas, pero habían terminado de comer y parecía que se
quedaron atrapados en una discusión. Otro plato también estaba cubierto de migajas,
pero Gianna ya había hecho su salida. Ella y Luca en una habitación… eso no duraba
mucho. Probablemente estaba en el gimnasio. Lily y Romero se habían ido a Nueva
York ayer por la mañana.
Ambos hombres levantaron la vista hacia mí. No dije nada, ni me encontré con
sus miradas. Estaba demasiado cansada para lidiar con mis sentimientos. Tragándome
mi náusea, alcancé el termo con té de frutas que Marianna siempre preparaba para mí,
y lo serví en una taza. Tomé un sorbo del té de frutas caliente, sin sentarme. No podía
aguantar nada más ahora mismo en la mañana, y no quería arriesgarme a sentarme
para no tener que correr al baño.
Luca me estaba observando, sus ojos deteniéndose en mis pómulos, luego en
mis clavículas. Sabía que podía ver mis huesos sobresaliendo bruscamente. La bata
no podía ocultar cada parte de mí. Había perdido aún más peso en las últimas dos
semanas. Estaba empezando a preocuparme por el bebé, pero simplemente no podía
retener la comida. Tomé otro sorbo de té, con una mano agarrando el borde de la mesa
para estabilizarme. Las mañanas eran siempre las peores.
—Deberías sentarte —sugirió Matteo, y su voz me hizo levantar la vista porque
albergaba preocupación.
Luca se levantó de la silla, tomó la canasta de bollos daneses y la tendió hacia
mí. No estaba cerca, nunca más cerca.
—Marianna consiguió tus bollos de almendras favoritos. Necesitas comer.
Sus ojos grises lucieron más suaves de lo que los hubiera visto en mucho
tiempo, pero había dejado de tener esperanza.
Bajé la mirada hacia los productos horneados y sentí que mi estómago se
revolvía. Levanté la vista. Sus ojos parecían desesperados.
—Aria, por favor —agregó. Casi nunca decía “por favor”, especialmente no
frente a los demás, ni siquiera a Matteo. Una violenta oleada de malestar se apoderó
de mí. Negué con la cabeza, luchando contra las náuseas.
—No puedo —gruñí, después me di la vuelta y caminé lentamente escaleras
arriba. Correr me habría hecho vomitar. Me alegró que Luca ya no me siguiera. Hacía
esto más fácil.
Vomité lo poco que aún tenía en mi estómago, luego me cepillé los dientes en
un aturdimiento y me lavé con una toalla. Mareada como me sentía no podía
arriesgarme a entrar a la ducha.
Regresé al dormitorio y me desvestí, y entonces me di la vuelta para mirar el
espejo de cuerpo entero.
—¿Qué me estás haciendo? —susurré con cariño. Catorce semanas. Abracé mi
barriga. Desnuda como estaba, no había duda de que estaba embarazada. Me di la
vuelta, mirándome de lado en el espejo. Un bebé. Me acaricié la barriga ligeramente,
deseando que fueran las manos de Luca, necesitando su toque y su amor tanto que
dolía.
La puerta del dormitorio se abrió de pronto.
—Aria. —Era Luca.
Me giré, alejándome del espejo, y corrí hacia el perchero donde había dejado
mi bata. La arranqué de ahí e hice que todo se derrumbara. Me estremecí cuando
golpeó el suelo delante de mis pies, luego coloqué la bata delante de mi frente desnudo
rápidamente.
Luca se congeló al entrar en la habitación, sus ojos moviéndose del perchero
hasta donde aferraba mi bata como si fuera mi salvación.
El arrepentimiento parpadeó en su rostro, pero no me atreví a tener esperanzas.
—Aria, ¿me tienes miedo? —preguntó en voz baja.
¿Lo tenía? Miré a Luca. Lo había tenido ocasionalmente en los días posteriores
a que él hubiera pensado que lo había engañado, pero ya no. No me había lastimado
cuando pensó que lo había traicionado de la peor manera posible. Él nunca me haría
daño.
—No —dije con convicción.
Avanzó hacia mí, sus movimientos lentos y cuidadosos para no asustarme
mientras levantaba el perchero y lo enderezaba. Me miró a los ojos y la emoción que
vi tocó mi fibra más sensible.
—No me importa el dolor. Puedo lidiar con la tortura. Pero cuando te vi con
Dante, y pensé que tú… —Se calló, su rostro retorcido en agonía—. Quise matarte, y
quise matarme a mí mismo porque sabía que era demasiado débil para hacerlo.
Menuda lógica.
—Lamento haberte hecho pensar que no podías confiar en mí. Pero Luca, te
amo. Jamás dejaría que otro hombre me tocara, jamás te traicionaría así. Nunca.
—Lo sé —dijo en voz baja. Todavía no superaba la distancia restante entre
nosotros. Tal vez porque todavía me estaba protegiendo con la bata de baño como si
tuviera miedo de lo que haría con mi desnudez—. ¿Aún me amas? —preguntó, con
expresión expuesta. No era Capo en ese momento; era mi esposo, el hombre que
amaba y que me amaba a su vez.
—Por supuesto —dije. No pensé que pudiera dejar de amarlo—. ¿Y tú? ¿Me
amas?
Él rio, un sonido oscuro y crudo. Y dio un paso más cerca, pero luego se detuvo.
—Te amo demasiado. Es jodidamente doloroso. Me está matando cada
segundo que no estoy contigo, cada segundo teniendo que fingir que no te amo. Odio
verte enferma por mi culpa.
—No estoy enferma —protesté.
Hizo un gesto hacia mis clavículas.
—Has perdido mucho peso, Aria. No soy ciego.
Me encogí de hombros.
—No es nada que no pueda manejar.
—Perdóname —dejó salir. Mis ojos se abrieron por completo. Nunca antes
había dicho esas palabras. Un Capo no pide perdón, ni lo concede. Esa era una de las
lecciones de su padre que había tomado en serio.
Sus ojos no eran fríos, ni duros, ni cautelosos. Sin defensas. Estaba de vuelta.
Mi Luca estaba de vuelta. Empecé a llorar. Y él salvó la distancia restante.
—¿Aria?
Levanté la mirada hacia él tímidamente, hacia su mirada dolida.
—Por supuesto que te perdono, si tú también me perdonas.
—¿Cómo podría no perdonarte? —preguntó y acunó mis mejillas—. Te amo.
—Se inclinó y me besó suavemente. Me había estado ahogando y él era mi aire. Era
mi vida, mi amor, mi todo. Su beso fue dulce. Sin posesividad, solo amor. Separé mis
labios y su lengua me probó. Había echado de menos esto. Lo había echado de menos
a él.
Dejé caer la bata y presioné mis manos contra su pecho, sintiendo los latidos
de su corazón. Sus manos bajaron de mis mejillas a mis hombros, luego bajaron por
mi espalda y mis costillas. Tan cerca de mi barriga. Él se alejó.
—Tus costillas —dijo en voz baja—. Aria, tienes que comer. No te dejaré morir
de hambre. Deja que te ayude.
Le sonreí.
—No hay nada que puedas hacer, Luca.
Lo entendió mal. Su rostro se retorció con miedo puro.
—¿Estás realmente enferma?
—Dios, no —dije rápidamente. Retrocedí un paso pero él solo me miraba a la
cara, sin comprender, y no a la pequeña protuberancia. Agarré su mano y puse su
palma sobre mi vientre.
La mirada en su rostro no tuvo precio. De sorpresa total. Incredulidad. Sus ojos
se dispararon a su mano en mi barriga. Todavía no era grande y se veía aún más
pequeña en comparación con su fuerte mano, pero era inconfundible.
—¿Qué? —preguntó, su voz quebrándose.
—Estoy embarazada de nuestro bebé, Luca.
Sus ojos volvieron a los míos lentamente. No dijo nada.
La incertidumbre me llenó.
—Lo siento. Olvidé tomar la píldora cuando todo se fue al desastre con la boda
de Lily con Brasci. Sé que no querías traer un bebé a este mundo. Por eso no te lo
había dicho todavía. Y esa fue la razón por la que Dante me dejó salir de Chicago
ilesa. Estaba embarazada entonces, y se lo dije. Lo siento, Luca.
Con un sonido grave en su garganta, se arrodilló, sorprendiéndome, con la
mano todavía en mi vientre. Se inclinó hacia adelante y presionó un suave beso contra
mi estómago, luego apoyó su frente contra mi piel desnuda, respirando con dureza.
Exhalé estremeciéndome, y por supuesto comencé a llorar otra vez.
Levantó su mirada hacia la mía.
—Oh, Aria. Arrasaré el mundo hasta los cimientos por ti y nuestro hijo. Ojalá
me hubiera disculpado antes. Ojalá no te hubiera dejado pasar por esto sola. —Se
levantó y me besó ligeramente. Profundicé el beso y metí mis manos debajo de su
camisa y las puse sobre sus abdominales. Lo necesitaba, necesitaba su cercanía más
de lo que nunca antes había necesitado nada.
Él me devolvió el beso y luego se apartó.
—¿Qué hay del bebé?
—Está bien. Podemos tener relaciones sexuales. Hablé con el ginecólogo. —
Luego vacilé—. ¿O no me encuentras atractiva con una barriga?
Luca se rio.
—Eres la mujer más sexy y hermosa del mundo, Aria, con o sin barriga. —Me
levantó en sus brazos y me llevó a la cama. Luca me dejó en el colchón y dejó que sus
ojos me vieran por completo—. Oh, mierda. Eres tan hermosa, Aria.
Sus dedos rozaron mis rizos recortados pero luego se detuvo, con expresión
incierta, como si estuviera pidiendo permiso. Separé mis piernas para él. No quitó sus
ojos de mí cuando deslizó sus dedos entre mis pliegues y me acarició expertamente,
conociendo cada toque y movimiento que disfrutaba. Mi respiración se volvió
irregular a medida que observaba a ese hombre fuerte y poderoso, mi hombre,
arrodillado entre mis piernas, sus manos dándome placer.
Él dejó escapar un suspiro, su expresión oscureciéndose con el deseo mientras
bajaba la cabeza entre mis piernas y mi centro se tensó con anticipación. Jadeé cuando
sentí su lengua deslizarse a lo largo de mi carne. Ya estaba tan lista para él. Había
pasado demasiado tiempo desde que había estado con él.
—Luca, te quiero dentro de mí.
Pero no se dejó disuadir y se acomodó por completo entre mis piernas, sus ojos
en mi cara cuando sus labios se cerraron sobre mi clítoris y succionó. Grité cuando mi
orgasmo me golpeó, inesperado y con fuerza. Había pasado demasiado tiempo,
demasiado tiempo sin su toque.
Luca gimió contra mi centro, y la vibración hizo que mis ojos se cerraran
alucinados, pero no detuvo su ataque suave. Me relajé bajo su lengua y boca, dejé que
me guiara hacia el dulce olvido a medida que una ola nueva de placer me atravesaba.
Después de mi segunda liberación, no pude aguantar más.
—Luca, por favor, te necesito.
Luca dejó un rastro de besos por mi cuerpo, sobre mi cadera, mi estómago, las
costillas, antes de detenerse en mis pechos, que habían crecido. Él sonrió y solté una
pequeña risa, que trajo su atención de vuelta a mi rostro y sonriera.
—Echaba de menos esto.
—¿El sexo? —pregunté, sintiéndome caliente, húmeda y desesperada por más.
—Tu risa —murmuró antes de bajar la cabeza a mis pechos y comenzar a
prodigarlos con besos. Su boca se cerró alrededor de mi pezón y gemí, sintiendo que
otra liberación se acercaba. Lo mordisqueó y chupó durante un rato, sus ojos grises
en mi cara mientras me retorcía y gemía—. Luca, por favor.
Se enderezó y sacó su camisa por encima de su cabeza, dejando al descubierto
el torso musculoso por el que siempre quería pasar mis manos, pero no apartó sus ojos
de mí. Sus manos se movieron a sus pantalones, que no hacían nada para ocultar el
bulto debajo de ellos, y los bajó junto a sus calzoncillos. Necesitaba esto tanto como
yo. Me estremecí con anticipación cuando subió de nuevo a la cama y se acomodó
sobre mi cuerpo mientras abría aún más mis piernas para él.
Apoyó su peso sobre sus codos a medida que acercaba su boca para otro beso.
Bajando una mano entre nosotros, se alineó, su punta apretándose contra mí. Elevé
mis caderas para que él se deslizara un par de centímetros, y ambos gemimos ante la
sensación.
Se empujó dentro de mí lentamente hasta que estuvo casi enterrado por
completo, pero me di cuenta que estaba refrenándose. Lo miré a los ojos y agarré su
firme trasero.
—Te quiero todo dentro de mí.
Los tendones de su garganta se flexionaron, su expresión reflejando su
conflicto.
—No quiero hacerte daño a ti o al bebé.
—Luca —dije, apretando mi agarre en su trasero—. No puedes. Confía en mí,
siempre y cuando no pierdas todo el control y seas rudo conmigo otra vez.
Como si recordase ese día, sus labios se retorcieron con odio hacia sí mismo,
pero no se lo permití. Alcancé la parte posterior de su cabeza y lo atraje para darle un
beso, y finalmente se deslizó el resto del camino dentro de mí y gemimos como uno
solo.
—Maldición —dijo con voz áspera, presionando su frente contra la mía, su
pecho agitado—. Olvidé lo apretada que eres, lo jodidamente perfecta que te sientes.
Se retiró un par de centímetros, solo para deslizarse dentro de mí otra vez. Gemí
ante la sensación de plenitud. Su cuerpo fuerte sobre mí, su longitud dentro de mí, sus
ojos ardiendo al mirarme con amor, necesidad y hambre. Me sentía a punto de
explotar. Empujó lentamente, como si estuviera saboreando cada momento, y pude
sentir cómo me salía de control, pero no quería dejarme ir. Quería que este momento
durase para siempre.
Me embistió un poco más fuerte, su piel cubierta de sudor, su boca apretada
mientras luchaba por controlarse.
—Aria, ha pasado demasiado tiempo. No sé cuánto tiempo puedo durar —dijo
entre dientes.
Toqué su mejilla, sosteniendo su mirada.
Que hubiera permanecido siéndome fiel, a pesar de quién era, a pesar de lo que
había pensado al principio que yo había hecho… significaba todo para mí. Tal vez no
era nada por lo que debería estar agradecida, nada por lo que las mujeres normales
estarían agradecidas, pero sabía lo que muchos mafiosos hacían a espaldas de sus
esposas, y ni siquiera eran Capos. Luca podría tener una chica nueva todos los días si
quería. Podría tener más que eso.
—Estoy cerca —jadeé cuando él ajustó sus embestidas hacia arriba para llegar
a mi punto G y me agarré a sus hombros. Los dedos de mis pies se curvaron, mis
dedos se clavaron en su piel. Tan cerca.
Luca se tensó y entonces se corrió con una sacudida violenta, y provocó que
llegara al clímax. Grité mi liberación, aferrándome a sus hombros mientras me
embestía un par de veces más antes de que su frente colapsara sobre la almohada, su
respiración áspera contra mi garganta. Todavía sostenía su peso lejos de mí,
probablemente preocupado por aplastar al bebé.
Quise saborear este momento para siempre, la sensación de su calor y poder,
escuchando su respiración rápida, pero mi cuerpo tenía mente propia, y obviamente,
intentó expulsar cualquier pequeña cantidad de té de frutas que hubiera permanecido
en mi estómago.
—Luca —gemí intentando separarme de él, combatiendo el vómito que
luchaba por salir.
Su cabeza se levantó de golpe, frunciendo el ceño con preocupación. Se apartó
de mí rápidamente y se deslizó en la cama. Para el momento en que fui libre de
moverme, me apresuré a salir de la cama y corrí hacia el baño. Apenas pude llegar
antes de vomitar mi té. Temblando y con sensación de desmayo, me dejé caer de
rodillas.

Luca
Por un momento no estaba seguro qué hacer cuando Aria huyó al baño, pero
entonces me decidí a seguirla. La oí vomitar, sin embargo, cuando entré en el baño,
estaba de rodillas en el suelo, temblando, sus dedos extendiéndose sin fuerza en su
regazo y su cabello rubio ocultando su cara. Parecía pequeña y vulnerable, y una feroz
actitud protectora me inundó. Mis ojos se detuvieron en la pequeña protuberancia a
medida que avanzaba hacia ella y tiraba de la cadena. Aria llevaba a nuestro bebé.
¿Cómo podría pensar alguna vez que no la encontraría atractiva con su barriga? Era
la mujer más hermosa en este planeta. El amor de mi vida, y casi la había perdido, la
había abandonado. Era un puto idiota.
Tomé una toalla del armario y la dejé bajo el agua caliente durante un par de
minutos antes de volverme hacia Aria, ponerme en cuclillas a su lado y ofrecérsela.
Tomó la toalla con un avergonzado “gracias”, después se secó su pálida cara. No tenía
por qué sentir vergüenza; había visto cosas mucho peores en mi vida que una mujer
embarazada vomitando. Le froté la espalda con cuidado, la preocupación llenándome
mientras sentía su columna sobresaliendo demasiado agudamente.
—Principessa, deberíamos dejar que Doc te vea.
Ella inclinó su cabeza hacia arriba, su frente reluciendo de sudor.
—Pero ni siquiera es ginecólogo, Luca. Dudo que pueda ayudar.
Tal vez tenía razón. Doc podría remendar heridas de cuchillo y de bala más
rápido que nadie que conociera, pero por lo general no traía bebés al mundo.
—¿Quién es tu ginecólogo?
—El doctor Max Brightley —dijo, y la posesividad mostró su lado oscuro.
¿Tenía un ginecólogo hombre? La idea de que cualquier hombre viera a Aria así, me
hacía subirme por las paredes de los celos.
Aria dejó escapar una risa suave, sus mejillas pálidas enrojeciendo.
—Oh Luca, ¿no me digas que estás celoso de mi doctor?
—Sabes que soy un bastardo posesivo. ¿Por qué eso todavía te sorprende?
Negó con la cabeza.
—¿Puedes ayudarme a ponerme de pie?
Me enderecé y la puse de pie, soportando su peso. Se balanceó suavemente.
—Vamos a ver al doctor Max ahora. Quiero tener unas palabras con él.
—Luca —reprendió Aria—, no voy a ir si es solo para que puedas intimidar a
mi doctor.
—No solo para intimidarlo. También quiero saber por qué no dejas de perder
peso.
—Hay cosas que no se pueden cambiar, Luca. El embarazo no es algo en lo
que puedas influir. Tienes que confiar en mi cuerpo.
Confiaba en Aria, y me encantaba su cuerpo, pero era obvio que necesitaba
ayuda. Estaba acostumbrado a encontrar una solución a los problemas, y si no era
capaz de encontrar una solución por mí mismo, obligaba a la gente a encontrar una
por mí… e iba a hacer que el doctor Brightley viera con qué tipo de hombre se estaba
metiendo.
—Necesito una ducha, pero me preocupa desmayarme —dijo Aria. La conduje
hacia la ducha, después abrí el grifo y esperé hasta que estuvo caliente antes de meter
a Aria gentilmente y alcanzar el champú. Rocié una pequeña cantidad en la palma de
mi mano, pero Aria sacudió la cabeza—. Eso no es suficiente.
—Eso es el doble de lo que uso —dije.
Sus ojos se dirigieron a mi cabello corto.
—Si tuviera el cabello corto como el tuyo, también necesitaría menos champú.
—No —dije con más fuerza de lo previsto.
Puso los ojos en blanco, pero me di cuenta que todavía no se sentía bien. Doblé
la cantidad de champú y empecé a masajear el cabello de Aria. Me encantaban sus
mechones rubios, pero lavarlos era jodidamente molesto. En el tiempo que me llevó
sacar todo rastro de champú, me habría vestido y estaría de camino al médico, pero
disfruté de tocarla así. Aria cerró sus ojos mientras el agua caliente corría por su cara,
y otra vez mis ojos se deslizaron más abajo a la prueba de su embarazo.
—¿Cuántas semanas tienes?
—Catorce semanas —murmuró Aria a medida que levantaba la mirada hacia
mí. Cerré el grifo y agarré una toalla. Un embarazo tomaba nueve meses; eso era más
o menos todo lo que sabía. La envolví en ella y luego la alcé para sacarla de la ducha,
cuidando no golpear su cabeza en el cristal.
—Todavía puedo caminar —dijo con una sonrisa, pero la llevé de vuelta a la
habitación y la deposité en el banco frente a la cama. Me tomé mi tiempo secándola,
disfrutando de la sensación de su piel suave mientras las puntas de mis dedos la
rozaban. Y pensar que me había negado esto durante tanto tiempo.
—¿Sabes qué es? —pregunté, intentando mantener la voz relajada, aunque la
idea de que Aria lo hubiera averiguado sin mí a su lado se sentía como una puñalada
en el corazón.
—No —respondió en voz baja, pasándose los dedos por el cabello mojado—.
Probablemente todavía es demasiado pronto y no quería saberlo. Esperaba que
pudiéramos descubrirlo juntos. —Su voz se quebró, y presioné mi frente contra su
muslo desnudo. Olía ligeramente a vainilla y a la muy limpia dulzura propia de Aria.
—Lo haremos. Estaré allí para ti en cada paso del camino de ahora en adelante,
lo juro.
Sentí a Aria mover su cabeza y cuando levanté la mirada, estaba llorando de
nuevo.
—Aria —dije con voz angustiada—. ¿Por qué lloras otra vez?
Odiaba ver sus lágrimas. Me hacían sentir como un monstruo, porque sabía que
yo era la razón.
—Estoy emocional por las hormonas, Luca, eso es todo. —Intentó sonreír, pero
se veía temblorosa—. La fecha probable de parto es en julio.
Faltaban cinco meses y medio. De repente, imágenes de mi propio padre
aparecieron, inadvertidas y desagradables. Tenía pocos buenos recuerdos del hombre.
Matteo y yo definitivamente nunca le habíamos amado. No había sido lo que
cualquiera consideraría un buen padre, ni siquiera en nuestro mundo. ¿Cómo se
supone que iba a ser un padre para nuestro hijo? Aria, tenía un instinto maternal
innato, pero yo era un destructor, un asesino.
Esos pensamientos me atormentaron mientras ayudaba a Aria a vestirse. Me
miraba de manera ocasional, obviamente, notando mi estado de ánimo. La inseguridad
llenaba sus ojos.
—¿Estás bien?
—No te preocupes por mí, principessa —dije, entrelazando nuestros dedos.
Hizo un gesto vacilante.
—No te ves feliz.
—Estoy feliz de que estés embarazada, Aria, confía en mí —dije con firmeza.
Levanté nuestras manos enlazadas y besé la palma de su mano—. ¿Cómo podría no
estar feliz con una pequeña versión de ti?
Su expresión se relajó.
—Podría ser un niño, entonces sería una pequeña versión de ti.
Mi estómago se tensó. Sabía que los mafiosos, especialmente un Capo, se
suponía que tenían que concebir un heredero, pero no quería un hijo. Con un hijo las
posibilidades de que actuase como mi padre para hacer fuerte al chico serían
demasiado grandes. No quería convertirme en él. Una vez más, Aria notó mi
vacilación, y me frunció el ceño. Mierda. Me conocía demasiado bien.
—¿Quieres una niña? —preguntó con sorpresa.
—Sí —contesté sin vacilar. No había ningún sentido en pretender que no me
importaba el género.
Buscó en mi cara como si las respuestas a sus preguntas estuvieran escondidas
allí.
—¿Te preocupa no ser capaz de amar a un hijo como a una hija?
—Amaré a nuestro hijo sin importar el género porque es tu carne y sangre,
Aria. Pero con un niño, tendré que pensar en su futuro. —No dije más, no quise dar
más detalles. No tenía sentido discutir esto cuando ni siquiera sabía si era un niño—.
Deberíamos salir ahora —dije, tirando de ella. Mi agarre en ella se apretó cuando se
tambaleó de nuevo, así que la atraje en mi contra a medida que la conducía fuera de
nuestra habitación y hacia la planta baja. El primer piso estaba vacío. Matteo
probablemente se había ido en busca de Gianna.
—¿Gianna sabe lo de tu embarazo? —pregunté cuando guiaba a Aria hacia mi
nuevo Mercedes Clase G negro estacionado en la calzada. Lo había comprado para
distraerme. Por supuesto no había funcionado.
—Ella y Lily… —Se detuvo, mordiéndose el labio.
—Y Romero —terminé.
La preocupación inundó su rostro.
—Tuve que involucrarlo para que pudiera protegerme cuando fui al
ginecólogo. Sabía que habrías odiado que fuera allí sin protección, y no podía
pedírselo a Sandro. Te lo habría dicho enseguida.
Asentí mientras abría la puerta para ella. De todos modos, tendría que hablar
con Romero. Ella se deslizó al interior, pero no sin darme otra mirada preocupada.
—No te enojes con él. Me ayudó mucho. No sé qué hubiera hecho sin él.
Ahogué mi ira. No estaba dirigida a Aria, ni siquiera a Romero. Ella no debería
haberse visto obligada a confiar en Romero en primer lugar. Cerré la puerta, rodeé el
capó y me puse detrás del volante.
Aria se durmió durante el viaje de regreso a Nueva York y la dejé. Parecía
agotada. Con su camisola, su barriga no se notaba, y sin embargo mis ojos seguían
volviendo al lugar.
Después de estacionar el auto en una zona de carga, desperté a Aria. Se
incorporó, sorprendida. Sus ojos miraron a nuestro alrededor.
—¿Ya estamos en Manhattan?
—Dormiste durante el viaje —le dije.
—Lo siento. —Miró por la ventana—. ¿Estás seguro que no seremos
remolcados?
—Sí —contesté. Salí, captando la atención del dueño del restaurante cuya zona
de carga estaba bloqueando. Él me reconoció. Nos pagaba a cambio de protección.
Ayudé a Aria a salir del vehículo y la tomé de la mano. Enderezó su espalda,
sosteniendo su cabeza en alto. Esto era público. Y Aria sabía lo que se esperaba de
los dos. Siempre podríamos ser seguidos por los paparazzi. Por lo general, mis
contactos se comunicaban conmigo antes de publicar alguna foto, pero prefería no
comprometernos a las fotos en primer lugar. El fiasco de Dante/Aria había sido
bastante malo, y todavía hacía que mi sangre hierva.
—Espero que el doctor Brightley tenga tiempo para nosotros —dijo Aria, a
medida que la seguía hacia un edificio con varios doctores para todo tipo de problemas
médicos. De esa manera al menos la gente no sospecharía que Aria estaba
embarazada. No quería que se corriera el rumor tan pronto y, si era posible, nunca.
Estábamos en guerra y los niños eran demasiado vulnerables. Ya era bastante malo
que Dante supiera del embarazo, pero necesitaba mantenerlo en secreto para nuestros
otros enemigos, y eso significaba que tendríamos que asegurarnos que nunca hubiera
una foto de prensa de Aria embarazada o con nuestro hijo. Movería cielo y tierra para
garantizar su seguridad.
Cuando entramos en el área de recepción de la clínica, los ojos de la
recepcionista se volvieron hacia nosotros, ensanchándose cuando me reconoció. Por
supuesto que me conocía. Eché un vistazo hacia la puerta cerrada de la sala de espera
a nuestra derecha. No estaba interesado en que otros pacientes nos vieran aquí y
difundieran rumores. Dimos un paso hacia la recepción.
—Señora Vitiello, no la esperábamos hoy —dijo la recepcionista.
—Creo que eso no será un problema —dije con una sonrisa de labios cerrados
que siempre tenía el mismo efecto en las personas. Las mejillas de Aria se pusieron
rojas.
La recepcionista parpadeó y luego apartó la vista rápidamente, palideciendo.
—Ehh, por supuesto. Solo tendré que consultar primero con mi jefe. Tenemos
bastantes pacientes en la sala de espera. Tal vez puedan sentarse hasta que los llame.
—No —dije—. Ciertamente entiendes que no quiero llamar la atención sobre
mi esposa y yo. Confío en que honrarás nuestro deseo de mantenernos en secreto. —
La sonrisa se volvió más amplia pero mis ojos se entrecerraron.
Ella asintió y le hizo un gesto con la mano a otra mujer que vestía un uniforme
de enfermera azul.
—¿Puedes por favor llevar al señor y la señora Vitiello a una sala de
tratamiento?
Después de un vistazo, la enfermera se escabulló y nos abrió una puerta.
Entramos y cerró la puerta detrás de nosotros, dándonos privacidad. Aria se volvió
hacia mí con una expresión exasperada.
—Luca, ¿tenías que ser tan…? —Agitó una mano en mi dirección como si eso
lo dijera todo.
—¿Tan? —repetí.
—Tan dominante —terminó antes de hundirse en una de las dos sillas frente a
un escritorio blanco. El otro mueble en la habitación era la silla que ningún hombre
quería ver de cerca con sus extraños soportes metálicos para las piernas, y una
plataforma con una máquina de ultrasonido a su lado.
Levanté una ceja.
Aria negó con la cabeza.
—No importa.
Me moví a su lado, pero no me senté. Mi entorno me hizo preferir estar de pie.
—Luca —comenzó—, mi doctor es muy directo. No quiero que lo tomes a mal
y actúes todo Capo.
No tuve la oportunidad de responder porque se abrió la puerta y entró una
figura alta, una mujer con cabello corto castaño y lentes. Doctora Brightley, se leía en
su etiqueta. Le envié una mirada a Aria y ella sonrió inocentemente. La doctora se
acercó a mí sin vacilación ni sorpresa inicial. Sus recepcionistas deben haberla
advertido. Acepté su mano extendida, sorprendido por su agarre firme. Si hubiera sido
un hombre, habría respondido con mi propia versión de un fuerte apretón.
—Soy la doctora Brightley, y usted debe ser el evasivo padre, señor Vitiello.
—Sus palabras fueron cortantes, su sonrisa desaprobadora.
Le mostré una sonrisa tensa.
—Usted debe ser la doctora incapaz de ayudar a mi esposa —dije con voz
mortal.
Aria se levantó de su silla y se acercó a nosotros para estrechar la mano de la
doctora Brightley.
—Lo que quiere decir es que todavía no puedo comer nada sin vomitarlo.
La doctora Brightley frunció el ceño, comprobando a Aria de pies a cabeza.
—¿Has perdido peso desde la última vez que nos vimos?
Aria asintió.
—No mucho.
—Estás por debajo de peso, señora Vitiello —dijo con un suspiro antes de
nivelar su mirada en mí—. Lamentablemente, mis opciones son limitadas. Podría
darle a su esposa una infusión para mejorar su suministro de nutrientes, pero aparte
de eso, hay poco que pueda hacer. —Se volvió hacia Aria—. Tus náuseas podrían
estar relacionadas con el estrés emocional, ¿lo has considerado?
Aria palideció, y me tensé. ¿Aria había hablado con la doctora de nuestros
problemas personales? Sus ojos se encontraron con los míos y sacudió la cabeza
ligeramente para decirme que no lo había hecho. La doctora debe haber basado su
suposición en mis faltas a las citas anteriores. El arrepentimiento dejó un sabor amargo
en mi boca. Me encontré con la mirada de la doctora, mi rostro una máscara de calma.
No era su asunto lo que sucedía a puerta cerrada.
—No creo que sea eso —dijo Aria en voz baja, pero con firmeza. Tomó mi
mano y la apreté ligeramente en respuesta—. Queríamos averiguar el sexo de nuestro
bebé hoy, ¿si es posible?
La doctora Brightley asintió.
—Por favor, desabotona tu vestido y acuéstate en el banco. No puedo
prometerte nada ya que todavía es temprano.
Cuando la doctora comenzó el ultrasonido, me puse nervioso. Tomé la mano
de Aria, pero mis ojos estaban enfocados en la pantalla de ultrasonido. Al principio
no vi mucho, solo formas inidentificables en gris y negro moviéndose constantemente,
pero de repente una cara se distinguió. Una carita perfecta. Nariz, orejas, labios. A
continuación, la doctora nos mostró las manos, diez dedos diminutos y pies. No podía
creer que un humano completamente formado, nuestro hijo, estuviera dentro de Aria.
La doctora hizo un acercamiento en el área entre las piernas del bebé y sonrió.
—No puedo estar completamente segura hasta más adelante en el embarazo,
pero parece una niña.
Casi me hundí de alivio. Una niña. Una pequeña versión de Aria. No un niño
que abrigara mi oscuridad, una oscuridad que tendría que animar para ayudarlo a
sobrevivir en la Famiglia.
Aria apretó mi mano y me volví hacia ella. Sonreía. Le di un pequeño
asentimiento, sintiendo los ojos de la doctora en mí.
—Sería bueno si tu esposa tuviera tanta relajación como sea posible. El bebé
aún está creciendo, pero si sigue perdiendo peso, es posible que tengamos que
ingresarla en el hospital para mayor seguridad.
Di un asentimiento conciso.
—Ganará peso, no se preocupe.

Nos dirigimos a nuestro ático después de la cita. Aria estaba demasiado


cansada para el viaje de una hora de regreso a los Hamptons, y tenía la sensación de
que quería regresar a nuestro apartamento. Había pasado casi todo su tiempo en los
Hamptons durante las últimas semanas.
Podía decir lo feliz que estaba de volver cuando se dirigió a la azotea y dejó
que su mirada se deslizara sobre el horizonte. Me acerqué detrás de ella y envolví mis
brazos alrededor de su cintura, todavía aturdido por su barriga.
—¿Qué tal si pedimos sushi y holgazaneamos en el sofá?
Me dio una mirada.
—¿Sushi? ¿No estás olvidando algo? —Puso su mano sobre la mía.
No lo entendía.
Se rio.
—Los hombres son tan despistados. No se me permite comer pescado crudo ni
carne cruda, y es mejor no pedir nada sin cocinar en caso de que el restaurante no lave
lo suficiente sus productos.
—Si les dijera que los laven, lo harían, créeme —dije. Si algo le sucediera a
Aria o a nuestra hija porque alguien lo arruinaba, les mostraría que los monstruos
caminaban por la tierra.
—Lo sé. —Se dio la vuelta en mis brazos, tocando mi mejilla—. Mi gran
malvado mafioso.
Me atraganté con una carcajada. Aria era la única que bromearía al respecto.
Me incliné, haciendo de mi voz el susurro mortal que usaba cuando la gente me
disgustaba.
—Soy malo, e incluso peor, soy Capo.
Aria se estremeció, pero definitivamente no por miedo. Envolvió sus brazos
alrededor de mi torso y presionó su cara contra mi pecho.
—Dios, extrañaba esto.
Acaricié su cabello sedoso y luego seguí por su columna hasta la suave curva
de su trasero. Se estremeció de nuevo y se acercó aún más.
—Necesitas comer —le dije, incluso si mi pene tenía otros planes. Asintió,
pero no se movió—. ¿Qué tal pasta? Eso no puede ser malo para el bebé, ¿verdad?
—Gnocchi à la Genovese para mí —dijo sin dudarlo—. Y tal vez uno de esos
deliciosos pasteles de almendra. ¿Vas a hacer un pedido en Da Daniele?
Sonreí.
—Por supuesto.

Cuarenta minutos más tarde estábamos acomodados en el sofá de la sala de


estar con nuestra orden de comida, Aria en una de mis camisas blancas y yo solo con
un pantalón de chándal gris y una camiseta. Abrí las cajas y coloqué un pequeño
montón de ñoquis en el plato de Aria.
—¿Quieres un bocado de mi ossobuco?
Miró la carne y sacudió la cabeza rápidamente.
—No creo que pueda comerlo.
Le tendí el plato y ella lo aceptó, recostándose en el sofá, con las piernas
desnudas bajo el cuerpo. Olió su comida vacilante. Observándola, ataqué mi propio
plato.
Aria tomó el tenedor y les dio un mordisco a sus ñoquis, luego sonrió.
—Parece que está bien.
Terminé con mi plato principal, la focaccia y la tapenade antes de que Aria
hubiera comido la mitad de su plato y la caja todavía estuviera medio llena de ñoquis.
Sintiendo mi mirada en ella, levantó la vista.
—No tienes que vigilarme. Puedo comer. —Sonrió para suavizar sus palabras.
—No lo suficiente —dije. Y acaricié su rodilla—. Vamos, principessa. No me
hagas alimentarte a la fuerza.
Suspiró.
—Me preocupa que me siente mal si como demasiado rápido.
—Tal vez necesitas dejar de preocuparte por eso. —Hice una pausa—. ¿La
doctora tenía razón? ¿Te sentías enferma por nuestra pelea?
Aria tragó otro bocado antes de dejar el plato en su regazo.
—No lo sé. ¿Quizás? Eres la persona más importante en mi vida. Eres el padre
de nuestra niña y no pude confiártelo durante tanto tiempo. Dolió, dolió mucho más
que cualquier otra cosa que haya sentido en mi vida.
—Maldita sea —murmuré. El remordimiento todavía era una sensación extraña
y desconocida en mi cuerpo.
—También fue mi culpa, Luca. Debí haberme dado cuenta de cómo te tomarías
que fuera a Chicago sin tu permiso. Como dijiste, sé qué clase de hombre eres.
—¿Un imbécil posesivo y controlador? — Y eso no era ni siquiera el peor de
los rasgos de mi carácter, pero Aria lo sabía, lo sabía y me amaba a pesar de todo.
—Sí —dijo con una sonrisa pequeña—. Y el hombre que amo con todo mi
corazón. —Tocó el lugar sobre mi corazón—. Mío.
—Solo tuyo. Siempre.
Se llevó otro bocado de ñoquis a sus labios y lo tragó. Su voz se volvió muy
suave cuando habló de nuevo.
—¿Alguna vez has flaqueado?
—¿Flaqueado?
—Grace. U otras mujeres.
Sus hombros estaban tensos.
—No —respondí con firmeza—. Solo podía pensar en tu sonrisa. —Y era la
puta verdad. Estaba totalmente dominado cuando se trataba de Aria.
—¿Y tú? —No pude evitar el gruñido de mi voz.
Aria, de hecho, echó la cabeza hacia atrás y carcajeó. Dio otro bocado y luego
llenó su plato con el resto de su comida.
—Ni siquiera sabría coquetear con otro hombre, Luca. Eres el único hombre
del que puedo imaginar estar cerca. Es como si tu posesividad activara un interruptor
en mi cerebro y me hiciera incapaz de tolerar la cercanía de cualquier otro hombre.
Sonreí, y Aria resopló. Tomó otro poco de comida Tuve que reprimir una
sonrisa. Ni siquiera se daba cuenta de lo mucho que estaba comiendo.
Alcancé el control remoto y encendí el equipo de música. Una suave melodía
comenzó a reproducirse desde los altavoces, y luego una profunda voz masculina
comenzó a cantar. Los ojos de Aria brillaron con reconocimiento; era su álbum
favorito de Rag'n'Bone Man. Sonrió, esa jodida y perfecta sonrisa se apoderó de su
hermosa cara. ¿Cómo había pasado ocho semanas sin eso? ¿Sin ella?
Dejó su plato, mirándome, la seriedad desterrando su sonrisa.
—Prométeme que nunca más volveremos estar peleados por tanto tiempo. No
creo que pueda soportarlo otra vez.
Abrí mis brazos y se subió a mi regazo, envolviendo mi cuello en un fuerte
abrazo.
—Lo prometo, y tú prométeme que nunca más vas a actuar a mis espaldas, sin
importar lo que sea. Ir sola a Chicago, fue suicida.
—Lo sé —dijo en voz baja—. Fue por Fabi. Me llamó la noche en que te fuiste
a Nueva York.
Era una traición. Si Dante lo averiguaba, tendría que eliminar a Fabi.
La voz de Aria tembló a medida que continuaba:
—Mi padre es cruel con Fabi. Lo está golpeando, y estoy tan preocupada que
pueda empeorar. Quería ayudarlo. Eso es todo.
Lo entendía. Aria no podía evitarlo. Pero Fabi era un iniciado. Él
experimentaría, y haría, cosas mucho peores que una paliza.
—¿Lo viste?
Sacudió su cabeza.
—Le fallé.
—No habría venido contigo a Nueva York. Es leal a la Organización. —Aria
tragó con fuerza. Acaricié su espalda, queriendo tranquilizarla. Había estado
preocupada por mucho tiempo—. Fabi es fuerte. No tendrá ningún problema para
sobrevivir en la Organización.
Y si no era lo suficientemente fuerte, esperaba que Aria nunca lo descubriera.
—¿No puede haber de nuevo paz? —Aria me rogó con sus ojos, pero esto era
algo que no podía darle.
—Mientras sea Capo, no habrá paz con Dante Cavallaro. —No después del
maldito incidente de la foto.
—Dante no me lastimó. No lo haría.
Me puse tenso, reavivando la ira, pero me lo guardé.
—Es Capo, y estamos en guerra. La próxima vez que te ponga las manos
encima, no te dejará ir, confía en mí. Tú eres la ventaja que él y la Organización
necesitan en mi contra. Está bajo tanto fuego como yo. —No mencioné que había sido
el responsable de las fotos. No serviría nada más que para preocupar a Aria, y en su
estado no necesitaba más estrés del que ya había sufrido.
La preocupación apareció en sus ojos.
—¿Tu familia todavía está en tu contra? Gianna me dijo que mataste a uno de
tus tíos la noche que viste mis fotos con Dante.
—Lo hice, aplasté su garganta frente a la reunión de lugartenientes y capitanes.
—No mencioné que también maté a Ermano y Angelo, a los malditos moteros y a los
hombres de la Organización que había atrapado demasiado cerca de nuestras
fronteras. Los envié a Dante en varios paquetes. Había matado a muchos en las últimas
semanas.
Aria soltó un suspiro lento.
—Y luego me viste con Dante.
—Enloquecí, Aria. Maldita sea, enloquecí por completo.
Me besó.
—¿Cómo pudiste pensar que te engañaría con Dante?
Pasé mi mano sobre su suave pantorrilla y los ojos de Aria se entrecerraron.
Había sombras debajo. Comencé a masajear sus pantorrillas, sintiendo cómo se
relajaba bajo mi toque. Entonces sus ojos se abrieron lentamente.
—Prométeme que nunca golpearás a nuestra hija. Sé que muchos hombres en
nuestro mundo piensan que es la única forma de disciplinar a los niños.
—Aria —dije con dureza—. Muchos hombres en nuestro mundo piensan que
un marido debería disciplinar a su esposa de la misma manera, y nunca te levanté la
mano y no lo haré. Y juro por todo lo que me importa en este puto mundo que nunca
lastimaré a nuestra hija.
El sonido de su celular la hizo saltar y echó un vistazo hacia la pantalla, que
descansaba sobre la mesa. Gianna, por supuesto.
Aria suspiró, luego alcanzó su teléfono y tecleó una rápida respuesta antes de
silenciarlo y devolverlo a la mesa.
—¿Qué le dijiste?
—Que estoy contigo en Nueva York.
—¿Solo eso? Sabes que no dejará de molestarnos hasta que le cuentes cada
pequeño detalle —murmuré, inclinándome hacia adelante y pasando mis labios por
su delicada garganta.
—Lo dejé en silencio.
—Como si eso fuera a detenerla —dije, y en ese preciso momento mi teléfono
comenzó a sonar—. Matteo. —Ni siquiera tuve que mirar la pantalla. Gianna
probablemente le había ordenado que comprobara a su hermana.
Aria negó con la cabeza con una sonrisa suave.
—Está preocupada por mí. Le di muchas razones para estar preocupada.
Y yo era la maldita razón.
Mi teléfono no paró de sonar.
Aria se echó hacia atrás para darme una mirada.
—No se rendirán.
Con un gemido, alcancé mi propio teléfono y tomé la llamada de Matteo.
—Estoy ocupado —murmuré.
—¿Ocupado en el buen sentido o en el malo? —preguntó Matteo. Podía
escuchar las réplicas chillonas de Gianna al fondo.
—No estoy seguro de lo que consideras en buen sentido —dije a medida que
le indicaba a Aria que se recostara. Lo hizo sin dudarlo y comencé a frotarle las
pantorrillas y los pies. Su rostro se suavizó aún más, y mi corazón negro como el
alquitrán se ablandó a su vez al mirarla.
—Luca —dijo Matteo con un toque de tensión en su voz. Gianna debe haber
estado alterando sus nervios las últimas semanas. Estaba incluso más inestable que de
costumbre, pero ¿quién era yo para hablar?—. ¿Aria está contigo?
—Sí —contesté, mientras presionaba con mi pulgar la planta del pie de Aria,
provocando un suave gemido.
—Maldita sea, Luca, solo dime si está bien.
—Está bien, Matteo. Ella y yo resolvimos las cosas.
—Gracias al maldito Señor —dijo Gianna en el fondo—. Déjame hablar con
él —le dijo Matteo, y luego me preguntó—: ¿Cuándo volverán?
—Mañana, pero solo para recoger algunas cosas. Aria se quedará conmigo en
Nueva York a partir de ahora.
Aria me miró entonces, y pude ver que estaba contenta.
—Bien —dijo Matteo lentamente.
Colgué, harto de la voz de fondo de Gianna, deseando poder también apagar el
sonido de mi celular, pero como Capo eso era jodidamente imposible.
—¿Le contarás a Matteo del embarazo? —preguntó Aria, mordiéndose el labio.
—Sí, mañana. Necesito su ayuda para aumentar tu protección.
—¿Aumentar mi protección? —preguntó Aria. Levanté un pie y le di un beso
en el tobillo.
—Oh, sí —murmuré.
Aria no protestó. Dejó escapar un bostezo y sonrió avergonzada.
—Lo siento. No he dormido muy bien sin ti.
—Tampoco yo —admití. Perdí la cuenta de las veces que había despertado a
media noche, extendiendo la mano para buscarla y me asustaba porque no había
estado allí hasta que recordaba el por qué.
Me levanté del sofá y alcé a Aria contra mi pecho. Sus brazos rodearon mi
cuello y presionó su mejilla contra mi hombro, soltando un pequeño suspiro.
—Nos vamos a la cama. Necesitas descansar.
La llevé en brazos por las escaleras, hasta nuestro dormitorio y luego al baño,
colocándola frente al lavado. Ella sacudió su cabeza.
—Estoy embarazada, no inválida.
Mis ojos se movieron hacia la protuberancia oculta debajo de mi camisa. No
me detendría ante nada para proteger a Aria y nuestra hija. Me miró y luego asintió.
—No cambiarás de opinión al respecto.
—No lo haré.
La ayudé a quitarse la camiseta y se puso un camisón sobre la cabeza, que
mostraba la insinuación de su vientre. La vista me hizo jodidamente feliz, lo que me
sorprendió. En realidad, nunca había considerado tener hijos. Había sido un concepto
abstracto.
Cuando nos preparamos para acostarnos, no pude dejar de admirarla. Se lavó
la cara y se tensó un momento antes de que sus dedos agarraran el borde. Agarré su
cintura de inmediato.
—¿Aria?
—Un mareo —dijo a modo de disculpa. La levanté en mis brazos y la llevé a
nuestra cama, donde la acosté y me tendí a su lado, acercándola. Se acurrucó contra
mi cuerpo, sus dedos aferrándose con fuerza a mis bíceps como si temiera que me
fuera a ir si no me sujetaba. Besó mi pecho antes de que sus ojos se elevaran a los
míos. Tomé su mejilla y me dio esa sonrisa que cada vez calentaba aún más mi frío
corazón.
Se durmió a los pocos minutos entre mis brazos, pero permanecí despierto y
escuché su respiración rítmica durante mucho tiempo, no porque no pudiera dormirme
sino porque no quería hacerlo. La sensación de Aria en mis brazos era lo mejor. Con
cuidado, moví mi mano hasta que descansó sobre su estómago. Si todavía fuera capaz,
tal vez este habría sido un momento para llorar, pero la última vez que lo hice fue
cuando vi a mi madre en su propia sangre después de cortarse las muñecas, y eso no
volvería a pasar. Sin embargo, mi pecho se sintió tirante por la emoción.
23
Luca
Traducido por Naomi Mora y Akanet

Corregido por Masi

l día siguiente, regresamos a los Hamptons para recoger algunas

A prendas que Aria necesitaba. Se quedaría en Nueva York conmigo de


ahora en adelante. La quería cerca, y me necesitaban en Nueva York.
Cuando entramos en la mansión, Gianna y Matteo estaban sentados a la mesa
del comedor, desayunando. Era cerca de la hora del almuerzo, así que probablemente
habrían dormido hasta tarde o, más bien, follado hasta tarde como siempre. Gianna se
levantó de su silla y corrió hacia nosotros. Liberé a Aria. Antes de que Gianna abrazara
a su hermana, me lanzó una mirada mordaz.
—¿Estás bien? ¿El bruto te trató bien?
Me tensé. Maldita sea, ¿acaso estaba sugiriendo que había maltratado a Aria?
Incluso cuando pensé que se había follado a Dante, no le había puesto una mano
encima. Había matado y torturado a gente por mucho menos. Aria me dirigió una
mirada de disculpa antes de dirigirme hacia Matteo mientras ella y su hermana se
dirigían a la zona de estar y se sentaban.
Matteo me dio una palmada en el hombro.
—¿Finalmente te sacaste la cabeza del culo?
Mis ojos permanecieron en Aria. Tenía problemas para dejarla fuera de mi vista
ahora que la tenía de vuelta, ahora que sabía lo vulnerable que era.
—¿Qué hay de ti? Pensé que se habían arreglado.
—Lo hicimos.
Me volví hacia Matteo, quien me observaba con cautela.
—Aria está embarazada de mi hijo.
Los ojos de Matteo se abrieron de par en par, su mirada desplazándose hacia
Aria y luego de regreso a mí.
—¿Vas a ser padre?
¿Podría haber sonado más sorprendido? Lo miré, luego me centré en Aria,
quien al parecer estaba aplacando a Gianna.
—Tal vez esa fue una de las razones por las que Dante la dejó ir y eligió la
táctica de la foto para debilitarte.
Asentí.
—Tal vez. Si alguna vez pongo mis manos sobre él, le preguntaré si quería que
matara a mi propia esposa.
—Sabía que no la matarías. Probablemente pensó que arriesgarías un ataque
sin pensarlo en su territorio, hacia él, para que así pudiera matarte.
No conocía los motivos de Dante, pero le daría una muerte insoportable si
alguna vez lo atrapaba.
—¿Cómo te sientes con eso de convertirte en padre?
Me encogí de hombros.
—Nuestro padre no fue un modelo a seguir.
—No, eso es seguro —murmuró Matteo. Intercambiamos una mirada larga.
Nuestra infancia había sido un maldito suplicio. Si no nos hubiéramos tenido, nos
habríamos vuelto locos.
—Es una niña. Hará las cosas más fáciles —agregué.
Matteo sonrió.
—Si es tan hermosa como Aria, entonces tendremos las manos llenas
manteniendo alejados a los hombres.
Mis labios se curvaron en una sonrisa dura.
—Déjalos que vengan.
Matteo se echó a reír, la emoción flameando en sus ojos ante la perspectiva de
sangre, luego se calmó y buscó mis ojos. En las primeras semanas después de recibir
las fotos de Dante y Aria, después de haber caído profundo y sacrificar a los moteros,
y aún después de eso, él había estado preocupado.
—Me alegra que no te hayas vuelto completamente loco.
Toqué su hombro.
—Esa habría sido tu oportunidad de convertirte en Capo.
Matteo era alfa como yo. Odiaba que le dijeran qué hacer, odiaba tener que
inclinarse ante nadie. Eso le había ganado más de una sesión de tortura por parte de
nuestro padre. Sin embargo, nunca había usado mis momentos de debilidad para
mejorar su posición.
—Que guardaras mi espalda en lugar de clavar un cuchillo en ella, aunque te
di muchas oportunidades, Matteo, eso nunca lo olvidaré.
Matteo asintió, después su boca se torció en su sonrisa molesta.
—Puedo ver que las hormonas del embarazo ya se te han contagiado.
—No aguantes la respiración por más arrebatos emocionales, imbécil.
Matteo golpeó mi estómago, pero apreté mis músculos antes del impacto y no
hice ningún sonido.
—Sé que los reservas solo para Aria.
Mis ojos se dirigieron a Aria. Levantó la mirada y como siempre el calor se
asentó en mi cuerpo.

Matteo y Gianna habían regresado a Nueva York con nosotros hace dos días.
Sabía que era porque Matteo quería vigilarme y porque Gianna quería vigilar a su
hermana, pero, sinceramente, no podía importarme menos por qué habían tomado su
decisión. Romero y Lily ya habían estado en Nueva York, porque como nuevo capitán
se requería su presencia, y Lily tenía que ayudar a la madre de Romero que se había
roto la pierna. Aria estaba feliz de tener de nuevo a su familia alrededor. Ella y sus
hermanas estaban sentadas en el sofá, hojeando revistas de bebés que Lily había
traído.
Mientras no tuviera un segundo guardaespaldas para ella, no la dejaría salir del
apartamento a menos que estuviera con ella.
—Tal vez puedo asumir algunos turnos —sugirió Romero.
Negué con la cabeza. Había arreglado las cosas con él y habría preferido que
protegiera a Aria otra vez, pero eso ya no era una opción.
—Ahora eres capitán, y eres marido. Eso cambia las cosas.
Los ojos de Romero se dirigieron hacia Lily, y supe que no podía dejar que
protegiera a Aria. Sus prioridades habían cambiado, y conociendo el impacto del
amor, sabía que ninguna amenaza lo haría elegir la vida de Aria sobre la de Lily si
alguna vez llegaba a eso.
—¿Qué piensas de Demetrio? —pregunté.
—Es un buen luchador, leal y desapegado. Solo está la Famiglia para él —dijo
Romero, y su boca se tensó de culpa—. Consiguió a Angelo para nosotros, no
parpadeó cuando mataste a Gottardo.
Demetrio había odiado a su padre y a sus medio hermanos. Como hijo bastardo,
había sufrido viviendo con ellos. Estaba agradecido de que los hubiera matado.
—Estoy considerando convertirlo en el lugarteniente de Washington si se
prueba a sí mismo.
—El incentivo adicional definitivamente ayudará —dijo Matteo.
Romero asintió, pero no parecía convencido.
—Todavía es joven.
—Veinte. No eras mucho mayor cuando empezaste a proteger a Aria.
—¿Confías en él con Aria? —preguntó Matteo.
Mis ojos se movieron a mi esposa, que estaba sonriendo a sus hermanas, su
palma presionada contra su vientre.
—No. Pero no tengo muchas opciones. No puedo cuidarla todo el tiempo. Y
conozco la debilidad de Demetrio. La usaré para mantenerlo en línea si es necesario.

Demetrio entró en nuestro gimnasio, con ojos cautelosos mientras se posaban


en Matteo y en mí. Usualmente trabajaba con Orfeo, el hijo de uno de mis capitanes,
y era obvio que desconfiaba de mis razones para llamarlo aquí. Era uno de los pocos
miembros de la familia que podía soportar, aunque siendo un bastardo, ni siquiera era
considerado oficialmente de la familia. Siempre había sido un activo leal.
—Luca, Matteo —dijo con cuidado, deteniéndose a unos pasos de nosotros.
Sus ojos se fijaron en mi ropa con el ceño fruncido. Ya me había cambiado a
pantalones deportivos, nada más. No tenía sentido salpicar sangre en una camisa.
Su mirada se movió hacia el ring de boxeo detrás de mí y la tensión llenó su
cuerpo. Era alto, de la altura de Matteo, pero un par de centímetros más bajo que yo,
y no tan musculoso, pero eso era un hecho.
Podía ver precaución y una pizca de preocupación en sus ojos, pero no alcanzó
su arma ni intentó correr.
—¿Me llamaste? —Su voz era firme y me miró directamente a los ojos.
Asentí, y me acerqué un paso más a él. No retrocedió.
—En los últimos años has demostrado tu lealtad, y estoy considerando
convertirte en lugarteniente de Washington.
Sus ojos registraron sorpresa. Washington era una de las ciudades más
importantes de mi territorio y él solo era el hijo bastardo de mi tío Gottardo, no alguien
quien debiera heredar el título de su padre; pero era alguien que nunca me había dado
motivos para desconfiar. Normalmente se habría convertido en capitán, no más.
—Es un honor —dijo—. ¿Qué necesito hacer para demostrar mi valía? —
Todavía precaución y cautela.
—Protegerás a mi esposa durante el próximo año.
Los ojos de Demetrio se ensancharon.
—¿Qué hay de Sandro?
—Será el segundo guardia, pero quiero a alguien tan letal como tú cuando no
esté cerca. Veamos si tengo razón en que eres la mejor opción.
Asentí hacia Matteo.
Sacó su cuchillo y le dio su sonrisa de tiburón.
—También deberías sacar tu cuchillo. Intentaré no matarte.
Demetrio se quitó la chaqueta y desenvainó un cuchillo largo y curvo, luego lo
sostuvo al nivel del pecho mientras se enfrentaba con Matteo.
Matteo se lanzó. Los cuchillos sonaron. Demetrio mantuvo el suyo, pero por
supuesto, Matteo no iba por el asesinato. Sin embargo, estaba feliz con lo que vi.
—Suficiente —dije—. Ahora vas a pelear conmigo.
Demetrio se limpió la sangre de un corte en la mejilla, luego me miró con
recelo.
—Sin armas —dije.
Soltó el cuchillo y lo ataqué. Aterricé unos cuantos golpes duros contra sus
costados, estómago y cara, pero él también consiguió darme algunas veces, no lo
suficiente como para caer de rodillas, pero era mejor que nada. Finalmente, agarré su
garganta y lo arrojé al suelo, después clavé mi rodilla en su pecho. Aflojé mi agarre
sobre su garganta lo suficiente para que él respirara y entonces acerqué mi cara.
—Aria es mi esposa. Es mía.
Tragó con fuerza, con una pizca de ira en sus ojos oscuros.
—Nunca haría nada, lo juro.
—No tengo que decirte lo que haré si la tocas.
—Todo el mundo sabe que ella está fuera de los límites, Luca —gorgojeó—.
No estoy loco. Y no te ofendas, pero no es mi tipo.
Matteo se rio.
—Demetrio, tienes pene. Es tu tipo. Soy el hermano de Luca e incluso yo puedo
admitir que me gusta lo que veo.
Le lancé a Matteo una mirada. Se encogió de hombros.
Demetrio negó con la cabeza.
—Es hermosa —admitió y mis dedos se crisparon—. Pero prefiero las de fuera
de este mundo. No están tan restringidas como nuestras mujeres.
Incliné la cabeza. Pensaba lo mismo antes de Aria, pero estaba feliz con su
reacción. No pude detectar una mentira.
—La protegerás con tu vida.
—Estará a salvo conmigo —dijo con firmeza. También le creí, pero seguía
prefiriendo a Romero, siempre lo preferiría. Aun así, ahora era capitán y no podía
pedirle que se retirara de esa posición, y sus sentimientos por Lily lo hacían demasiado
volátil. Si tenía que elegir entre Aria y Lily, la elección era clara.
Liberé a Demetrio y me enderecé, luego le tendí la mano. La tomó, lo levanté
y le di una palmada en el hombro, después bajé la voz amenazadoramente.
—Orfeo es como tu hermano, y su familia siempre ha sido más cercana que la
tuya.
Dejé el resto sin decir, que si la jodía, Orfeo sería quien pagaría el precio.
Demetrio se puso rígido.
—Puedes confiar en mí con tu esposa, Luca. Lo juro por mi honor. —Se tocó
el tatuaje.
—No confío en nadie, pero te probarás a ti mismo.
—Lo haré. ¿Hay alguna razón por la que Sandro ya no sea suficiente? —
preguntó con cuidado.
—Está embarazada —respondí, incluso aunque mi cuerpo se erizó al admitirlo.
Demetrio asintió, pero pude ver la pizca de aprensión en su expresión. Bien, él
sabía qué tipo de responsabilidad le daba.
—Estará a salvo.
—Si sospechas de alguien, lo inhabilitas primero y luego preguntas. Prefiero
lidiar con las consecuencias de matar a alguien demasiado pronto que a alguien
demasiado tarde, ¿entendido?
Demetrio dio otro asentimiento.
—¿Lo harás público?
—No —dije—. No quiero que la gente se entere hasta que no haya forma de
evitarlo, e incluso entonces solo la Famiglia. No quiero fotos del embarazo de Aria o
nuestro hijo en la prensa. Si notas a un fotógrafo, atrápalos, o al menos consigue su
nombre, y me ocuparé de ellos. Dante ya lo sabe. Tenemos que evitar que la Bratva o
la Camorra se enteren. ¿Entendido?
Había captado el indicio de sorpresa en su rostro cuando mencioné que Dante
lo sabía, pero no me molesté en explicarlo.
—Entendido —dijo.
Le di otra mirada dura antes de añadir:
—Mañana te presentaré a mi esposa.
Demetrio inclinó la cabeza.
Aria
Luca siempre había sido protector. Ya estaba acostumbrada a eso. Pero desde
que se enteró de mi embarazo, su protección había alcanzado un nuevo nivel. Apenas
me dejaba fuera de su vista y definitivamente no me dejaba sola con Sandro. Sabía
que encontraría un guardaespaldas nuevo para mí y era obvio que la idea no le sentaba
bien a Sandro, pero él y yo nunca nos habíamos llevado bien. Romero había sido como
un amigo, e incluso hermano, pero Sandro siempre fue solo mi guardaespaldas.
Luca se acercó al ascensor cuando comenzó su ascenso, pero me quedé atrás
contra la encimera de la cocina. Las puertas se abrieron y un joven alto dio un paso
adelante. Estrechó la mano de Luca y entonces lo siguió hacia mí, con los ojos
evaluándome cuidadosamente. Recordaba los agudos ojos de ónix y el cabello negro.
—Este es mi primo, Demetrio —dijo Luca.
Era un hijo bastardo. Había oído a la gente susurrar sobre eso y lo había odiado.
Lo había visto varias veces a lo largo de los años, la primera vez en mi boda, había
sido un adolescente entonces, un par de años más joven que yo. ¿Debe tener veinte,
veintiuno ahora? Inclinó la cabeza con respeto y yo sonreí y caminé hacia él,
extendiendo mi mano. Demetrio miró a Luca, y no pude evitar poner los ojos en
blanco. Pero en realidad, ya estaba acostumbrada a estas alturas de este tipo de
comportamiento en los soldados de Luca. Luca notó mi reacción y sonrió.
No esperé a que dijera que estaba bien, tomé la mano de Demetrio y la sacudí.
Intenté recordar cuándo lo había visto por última vez, probablemente en alguna
función familiar o quizás incluso en el funeral del padre de Luca.
—Encantada de verte de nuevo, Demetrio. ¿La última vez fue en el funeral de
Salvatore?
Sacudió la cabeza, con la mano rígida en la mía.
—No, la última vez fue hace tres años cuando Luca me dio una paliza en el
gimnasio por sugerir que lucharía contigo.
Mis ojos se abrieron por completo y reí a medida que lo soltaba.
—Oh, bueno. Supongo que es un día que no te gusta recordar. —Había
cambiado mucho desde entonces. Definitivamente ya no se veía como un niño, y no
había nada inseguro en él. Se había endurecido como todos los hombres de la mafia
lo hacían eventualmente.
—No —dijo—. Era una lección que necesitaba aprender.
Luca observaba a su primo con ojos agudos. Podía decir que no confiaba en él
como confiaba en Romero, pero si Luca había elegido a Demetrio, sabía que estaba a
salvo con él.
—Tengo muchas ganas de conocerte —le dije.
La sorpresa cruzó su rostro antes de que lo enmascarara.
—¿Por qué no te quedas a cenar?
Sus ojos oscuros se movieron hacia Luca, quien asintió.
—Aria prefiere conocer a sus guardaespaldas. —Ahogué mi molestia por la
necesidad de Demetrio de obtener la aprobación de Luca.
Matteo y Gianna también se unieron a nosotros.
Demetrio estuvo tenso durante la cena, pero fue educado y no demasiado
intimidante, así que me sentí lo suficientemente cómoda en su presencia.

Esa noche, cuando Luca y yo nos acostamos en la cama, pregunté:


—¿Por qué él?
—Ha demostrado su valía una y otra vez en los últimos años. Mi tío Gottardo,
su padre, era un pedazo de mierda sin valor, pero Demetrio es un soldado leal. Quiero
ponerlo a prueba.
—¿A prueba?
—Necesito un lugarteniente para Washington, y quiero darle el trabajo. —Me
acarició el cabello—. Y él es letal. No tiene apegos reales. Su madre está muerta, y
no está casado ni nada.
—Entonces, crees que no tendrá problemas para arriesgar su vida por mí —le
dije.
Luca sonrió oscuramente.
—No dudará en morir por ti, confía en mí, porque si algo te sucede mientras
estás bajo su vigilancia, estableceré un nuevo récord.
Me estremecí por la corriente oculta en su tono.
—Récord —repetí, aunque tenía la sensación de que lo sabía.
Luca negó con la cabeza y me besó dulcemente, suavizando los ojos.
—Nada te pasará a ti ni a nuestro bebé, créeme.
—No puedes encerrarme, Luca. Todavía quiero trabajar con los libros.
Necesito hacer algo. Estas últimas semanas sin nada que hacer fueron un infierno.
Él suspiró.
—Cuando comience a notarse, tendremos que mantenerte fuera del ojo público
tanto como sea posible, o al menos asegurarnos que no seas reconocible.
—Puedo conseguir otra peluca —bromeé.
Luca rio entre dientes.
—Sí, esa podría ser una opción. —Sus dedos en mi cintura se volvieron más y
más distractores.
—¿Qué piensas acerca de convertir la pequeña habitación de invitados en la
guardería?
—¿La grande no?
—Está abajo.
Dio un tenso asentimiento.
—Tienes razón, nuestra hija necesita estar cerca de nosotros. —Cerró los ojos
brevemente—. ¿Cómo voy a protegerlas a ambas?
Pasé mis dedos por su tatuaje de la Famiglia.
—Nada va a pasarnos.
Se relajó un poco, pero quedó un poco de tensión. Me senté y los ojos de Luca
se entrecerraron con confusión. Bajé mis manos sobre su firme estómago hasta la
cintura de sus calzoncillos. No le había hecho sexo oral desde que nos habíamos
reconciliado, temiendo que mi náusea se activara si accidentalmente me golpeara la
parte trasera de la garganta, y eso no era algo que quisiera que sucediera.
Se endureció de inmediato y el deseo brilló en sus ojos. Sin embargo, dijo:
—Aria, no tienes que hacer esto.
Arrastré hacia abajo sus calzoncillos y su polla se liberó.
—¿No quieres mi boca sobre ti?
Hizo un sonido extraño en lo profundo de su garganta, medio riéndose, medio
gruñendo.
—Estoy a punto de venirme solo por tener tu cara cerca de mi polla.
Me reí, y él sonrió, luego se tensó cuando me incliné, tomé su punta en mi boca
y lo rodeé con mi lengua. Su sabor tensó mi centro con excitación; sin signos de
náuseas. Animada por la reacción de mi cuerpo, deslicé más de su longitud en mi boca
y succioné mis mejillas, estableciendo un ritmo lento.
Luca gimió, un sonido bajo que hizo que la humedad se acumulara entre mis
piernas. Me miraba con los ojos entornados, flexionando los hombros mientras
apretaba las sábanas. Cuidé su punta especialmente como a él le gustaba y jugué con
sus bolas.
—Aria —dijo con voz áspera—. Maldición, esto se siente tan bien.
Se endureció más y lo chupé más fuerte, disfrutando de la forma en que su
cuerpo se tensó y su respiración se volvió irregular. Probé los primeros indicios de su
semen, pero antes de que pudiera correrse en mi boca, Luca me empujó hacia atrás
con suavidad y se liberó sobre su estómago a medida que su polla se contraía.
Seguí masajeando sus bolas y luego me moví para acariciar sus muslos
musculosos.
—¿Por qué hiciste eso? —pregunté con curiosidad.
Luca me dio una sonrisa saciada.
—No quería arriesgarme a que tuvieras náuseas.
Resoplé.
—No te habría vomitado. —Luego agregué—: Creo. Me siento bastante bien.
—Y era cierto. Mis náuseas habían desaparecido casi por completo desde que Luca
había regresado a mi vida.
—No quería arriesgarme —dijo en voz baja, luego se limpió con un pañuelo
de papel antes de tomar mi brazo y acercarme más—. Siéntate en mi estómago.
Me senté a horcajadas sobre él como había pedido, y él levantó sus piernas para
poder apoyarme en ellas antes de sacar mis piernas de debajo de mí y separarlas,
dejándome desnuda ante su mirada hambrienta.
Me estremecí cuando sus ojos tomaron su tiempo evaluándome.
—Tan mojada porque tenía mi polla en tu boca —gruñó, y yo temblé de
excitación, separando mis piernas un poco más.
Disfrutaba dándole placer a Luca. Me hacía sentir poderosa, pero no era solo
eso. Me encantaba cómo se relajaba cuando le daba placer con mi boca. Era una
hermosa vista.
Arrastró sus palmas por mis piernas y las yemas de sus dedos acariciaron la
sensible piel de mi muslo interno, pero no me tocó donde lo necesitaba, solo me miró
con atención mientras me retorcía sobre él.
—Por favor —jadeé.
Su dedo se demoró en el borde exterior de mis pliegues.
—¿Me estás rogando? ¿Rogando para correrte?
—Sí —dije con dureza.
—¿No sabes que rogar no funciona conmigo? —preguntó sombríamente, y casi
me corrí escuchando su voz.
—Luca, por favor.
—¿Por favor qué?
Entrecerré los ojos, pero su mirada era dominante y posesiva, y mi corazón se
tensó.
—Por favor, tócame, te lo ruego.
Hundió dos dedos en mi interior insoportablemente lento, y su boca se abrió a
medida que me observaba. Me liberé con fuerza antes de que estuviera a medio
camino dentro de mí, inclinándome hacia atrás contra sus rodillas, gimiendo y medio
delirando por el alivio.
Luca movió sus dedos en un ritmo suave mientras cabalgaba mi orgasmo, sus
ojos moviéndose desde mi centro hacia mi cara.
Lo acompañé meciendo mi pelvis ligeramente mientras él se deslizaba dentro
y fuera lentamente, curvando sus dedos profundamente dentro de mí. Presionó su
pulgar contra mi clítoris y empujó más fuerte en mi interior, y grité de nuevo, incapaz
de contener mi liberación, pero aun así Luca no paró. Sus dedos mantuvieron su dulce
tortura y me volví a correr, derrumbándome hacia adelante, con las palmas
presionadas contra su pecho, jadeando y sudando. Los ojos grises de Luca sostuvieron
los míos.
—No creo que pueda correrme de nuevo —jadeé, sintiéndome casi a punto de
desmayarme.
—Relájate, principessa. Dale un momento. Tenemos que recuperar el tiempo
perdido.
Me recosté contra sus piernas otra vez, y él me siguió follando con sus dedos
lentamente, sin prisa. Su estómago estaba resbaladizo por mi excitación y sus
movimientos hacían sonidos vergonzosamente húmedos. Gemí y su mirada se volvió
más posesiva increíblemente. Tomó mucho tiempo, pero al final mis paredes se
apretaron casi dolorosamente y otra liberación me sacudió desde dentro.
Luca se incorporó, reclamando mi boca, y me aferré a él.
—Increíble —susurró a medida que sus labios rozaban mi tierna garganta, y
todo lo que pude hacer fue asentir.
24
Aria
Traducido por LizC

Corregido por Masi

R
odé sobre el lado de la cama de Luca. Todavía olía a él, y mi corazón se
hinchó. Luca se había ido antes del amanecer para ir a Washington DC
para ver si el actual lugarteniente controlaba la situación después de la
muerte de Gottardo, pero volvería esta noche. Me obligué a levantarme porque en
realidad tenía hambre. Ni siquiera podía recordar la última vez que había tenido
hambre en la mañana.
Cuando bajé a la cocina, Demetrio ya estaba sentado en la barra, leyendo algo
en su celular, pero se levantó al momento en que me vio.
—No soy la reina —dije con una risa—. No tienes que levantarte.
Él me miró un momento, y entonces se sentó de nuevo. Era diferente de
Romero. No era tan accesible. Tomé un té y un plátano, y me apoyé en la encimera
frente a él. Podía ver que no estaba seguro de cómo manejarme. Solo podía imaginar
lo que Luca le había dicho.
—¿Cuánto tiempo has sido un mafioso? —le pregunté, sosteniendo mi taza y
soplando sobre ella para enfriarla.
—Cinco, no seis años ahora. Me dejaron entrar en mi decimocuarto
cumpleaños.
—Y ahora estás atascado siendo mi guardaespaldas —dije con curiosidad—.
Apuesto a que no habrías elegido el trabajo.
Se encogió de hombros, pero me di cuenta que había golpeado un nervio. Por
supuesto, nunca lo diría.
—Hago lo que Luca me pide que haga. Y que él me permita cuidar a su esposa
es un honor. Me demuestra que confía mucho en mí.
—Eso es cierto —dije. Especialmente porque Demetrio no solo me estaba
protegiendo a mí, sino también a nuestro bebé—. Y no serás mi guardaespaldas para
siempre. Escuché que te convertirás en lugarteniente.
Demetrio negó con la cabeza.
—Eso no está determinado todavía. Solo si pruebo mi valor. E incluso
entonces… —Hizo una mueca.
Incliné la cabeza.
—A Luca no le importa que tu padre no estuviera casado con tu madre.
—Otros lo hacen. Era su amante —dijo con un amargo giro de su boca.
Escuché que ella se había suicidado por el asunto, pero no podía preguntarle
los detalles. No tenía derecho a hacer presión.
Asentí.
—A muchos no les gustará verte subir en las filas. Y son ellos los que no
deberían preocuparte.
Los ojos de Demetrio parpadearon con reconocimiento como si empezara a
verme como un ser humano, no solo una cosa que tenía que proteger.

Luca
Aria estaba estirada en el sillón en la terraza de la azotea disfrutando de los
primeros días cálidos de primavera. Su vientre sobresalía inequívocamente ahora, y
estaba confinada en el ático la mayoría de los días por eso. Hasta ahora, casi nadie
sabía de su embarazo excepto la familia más cercana y unos pocos soldados leales.
No tenía absolutamente ninguna intención de cambiar eso. Dante y su familia
habían desaparecido completamente del ojo público desde que Valentina había dado
a luz a su hijo hace seis meses. A excepción de unos pocos ataques menores en
Pittsburgh y el fiasco de la foto, Dante había permanecido bajo perfil, quizás por sus
hijos o porque estaba planeando algo grande.
—¿Qué pasa? —preguntó Aria en voz baja, mirándome de pie en la puerta de
la terraza.
Sacudí la cabeza y avancé hacia ella.
—Nada.
Frunció el ceño, pero no insistió con el asunto. Me hundí a su lado y se movió
un poco para darme espacio.
—No tienes que llevar tus preocupaciones solo, Luca. Estar embarazada no
me hace frágil.
Sonreí oscuramente. Era frágil, vulnerable. Era adonde apuntarían mis
enemigos si les diera una oportunidad, y tenía tantos enemigos, ya no en la Famiglia,
no desde mis últimas limpiezas, pero aún quedaban suficientes enemigos. Matteo y
yo, junto con mis hombres, habíamos tenido tantas matanzas en los últimos meses,
que ya casi no podía deshacerme del tinte rosa en mi piel. Pero por cada enemigo que
mataba, parecía surgir uno nuevo.
Aria se tensó y yo hice lo mismo a su vez. Su mano salió disparada, agarrando
la mía y presionando mi palma contra su vientre, y ahí fue cuando lo sentí: una patada.
Cerré los ojos porque aún me parecía imposible que fuera padre, que Aria
estuviera cargando a nuestro bebé.
—¿Has pensado en los nombres? —susurró Aria, y abrí los ojos, todavía secos,
siempre secos.
Me tomó un momento darme cuenta de lo que estaba hablando.
—Mi abuela se llamaba Marcella.
Las rubias cejas de Aria se alzaron.
—¿La versión femenina de Marte, el dios de la guerra?
Me incliné y besé el estómago de Aria, luego sus labios.
—Nuestra hija será fuerte. No se inclinará ante un marido. Nunca tendrá que
temer a un hombre, eso lo juro.
—Marcella —dijo Aria con voz espesa, y esa mirada en sus ojos que me
atrapaba cada vez, aún después de casi cinco años. Siempre me atraparía.
Mi celular arruinó el momento y no pude evitar gruñir. ¿Acaso mis soldados
no podían lidiar con una puta cosa sin mí? Pero cuando miré hacia abajo a la pantalla
y vi el nombre de Orazio, lo levanté de inmediato y me puse de pie.
—¿Qué pasa? —No era el momento de su informe mensual, y si sentía la
necesidad de llamar, era una maldita mala señal.
—Dante fue contactado por Benedetto Falcone.
—¿Qué? —gruñí.
Aria se incorporó con los ojos completamente abiertos, y le di la espalda.
—¿Cuándo?
—Hace un par de días atrás. Falcone parece estar buscando apoyo. Se está
volviendo más débil. Muchos de sus hombres están empezando a resentirse por sus
formas sádicas e impredecibles de gobernar. Quiere forjar una tregua con la
Organización.
Si eso sucedía, esta guerra alcanzaría a Nueva York y no solo las fronteras
exteriores.
—¿Qué dijo Cavallaro?
—No confía en Falcone y se negó a una reunión.
—¿Cambiará de opinión?
—Podría hacerlo, pero lo dudo. También escuché un rumor de uno de mis
contactos en Inglaterra. Un rumor sobre el hijo de Falcone.
—¿Hijo? —Recordaba vagamente que el jefe de la Camorra tenía varios hijos,
pero eso era todo lo que sabía. Nunca me había molestado con la Camorra.
—Su hijo mayor, Remo. Tiene diecisiete años y ha desaparecido con sus
hermanos del internado al que asistían. No creo que aún sea de conocimiento público
en Las Vegas. Falcone podría estar ansioso por mantenerlo en silencio.
—¿Por qué?
—Porque Remo Falcone supuestamente quiere matar a su padre y apoderarse
del Oeste.
—¿Tengo que preocuparme por él?
—No lo sé, pero por lo que he oído, se pasó las vacaciones intentando matar a
su padre y el resto del tiempo matando por diversión. Sus hermanos pueden haber
asistido a esa escuela, pero Remo, es un asesino nacido y criado como tal.
Como si necesitara otra preocupación añadida a mi lista.
—Si está ocupado intentando matar a su padre, no causará problemas en otros
lugares, supongo.
—Tal vez. Pero si surge un nuevo Capo en Las Vegas, podrían volver a la vieja
fuerza, si logra unir a los lugartenientes del Oeste.
—Consideraré hacer algo con la Camorra, pero por ahora no quiero darles más
razones para trabajar con la Organización.
—Entendido.
—Mantén tus oídos y ojos abiertos, Orazio.
—Lo haré.
Colgó y cuando me di la vuelta, Aria estaba cerca, con la palma de la mano
contra su estómago y la preocupación en su rostro. Forcé una sonrisa.
—No hay nada de qué preocuparse.
Ella inclinó la cabeza con una mirada de complicidad.

Matteo y yo estábamos en nuestro camino fuera de la Esfera y de vuelta a casa


a nuestras mujeres cuando un hombre joven en la barra con cabello oscuro me llamó
la atención. Se desenvolvía con cierto aire de seguridad y violencia apenas contenida.
Sus ojos oscuros se clavaron en los míos y no apartó la mirada. Era un adolescente,
pero sus ojos revelaban que había visto y hecho más que la mayoría de los hombres
adultos. Me detuve y Matteo también.
—¿Lo conoces? —pregunté en voz baja, alcanzando mi Beretta.
Matteo negó con la cabeza, también metiendo la mano debajo de la chaqueta.
El chico sonrió con una jodida sonrisa torcida y se levantó. Cicatrices cubrían
sus brazos y una cruzaba su ceja. Con una última mirada desafiante, dejó mi club.
Matteo y yo lo seguimos y, al momento en que salimos, saqué mi arma, mis ojos
estudiando la calle oscura en busca de señales de él.
—Luca Vitiello —dijo una voz desde la oscuridad.
Apunté mi arma en esa dirección.
—Da un paso adelante —ordené.
Y lo hizo, levantando las manos con la misma sonrisa torcida en su rostro. No
mostraba miedo. Asentí hacia Matteo, quien se lanzó y agarró el brazo del chico y
presionó su cuchillo contra su garganta. El tipo no intentó defenderse, ni siquiera se
inmutó, solo me miró a los ojos de modo que saqué mi propio cuchillo. Ya veríamos
cuánto tiempo mantendría esa sonrisa torcida. Matteo lo arrastró más profundo en la
oscuridad y me acerqué mucho más al lunático de mierda.
—¿Micrófonos? —le pregunté a Matteo.
Sacudió la cabeza.
—No voy a gritar —dijo el lunático de mierda.
—Ya veremos —le dije en voz baja—. ¿Quién eres tú?
Su sonrisa se ensanchó, y perdí el puto control. Agarré su brazo y clavé
mi cuchillo. Matteo puso su mano sobre la boca del chico, pero no necesitó hacerlo.
El chico se estremeció pero no hizo ningún ruido, y no estaba completamente seguro
que no disfrutara del dolor. Un reto.
Matteo me miró a medida que apartaba la mano de la boca del chico.
—¿Quién eres? —gruñí.
—Remo Falcone.
Maldición.
—¿Y qué, por favor, dime qué estás haciendo en mi territorio?
—Buscando alianza. Voy a matar a mi padre y a todos sus hombres y
apoderarme de Las Vegas, y tú puedes ser mi aliado o mi enemigo… depende de ti.
Matteo resopló.
—Pensar que hay alguien que está más loco que tú y yo.
Le di a Remo mi sonrisa más fría.
—¿Qué tal si te mato ahora?
—Entonces mi hermano tendrá que lastimar a tu esposa.
Lo agarré por su garganta.
—¿Qué acabas de decir?
—Tu ático está bien vigilado —prosiguió—. No hay una buena posición de
tiro, ni siquiera para el mejor tirador desde los edificios circundantes, excepto uno.
Hay una ventana en un rascacielos cercano que permite una toma clara si alguien está
apoyado en la barandilla de tu azotea. Es un tiro difícil. Pocos hombres podrían
golpear un objetivo desde esa distancia. Pocos hombres podrían haber descubierto ese
lugar. Por suerte, uno de esos hombres es mi hermano Nino, un verdadero genio. Y tu
bella esposa se está apoyando contra esa barandilla justo mientras hablamos.
Dejé caer mi mano de su garganta, mi estómago apretándose fuertemente.
Matteo se encontró con mi mirada, bajando su cuchillo.
—¿Qué es lo que quieres? —dije con rabia apenas controlada. Me concentré
en eso porque las otras emociones me debilitarían, y tenía la sensación de que Remo
sabía cómo usar las debilidades.
—Solo tu atención —contestó—. No tengo ninguna intención de lastimar a tu
esposa. —Llevó el corte del brazo a sus labios y succionó la sangre—. Quiero que te
mantengas fuera de mi lucha, y no quiero que ayudes a mi padre sin importar lo que
te ofrezca. Pronto seré Capo, y para entonces quiero que recuerdes este día —dijo,
con los labios y dientes cubiertos con su propia sangre.
Loco y peligroso.
Dio un paso atrás.
—¿Pensé que querías saber si era aliado o enemigo?
Él inclinó la cabeza.
—Creo que podrías necesitar más tiempo para pensarlo. Quizás algún día
podamos hacer lo que se debería haber hecho hace mucho tiempo: destruir la
Organización y dividir su territorio entre nosotros. Cuando mi padre te contacte,
recuerda que podría haber matado a tu bella esposa y no lo hice, Luca. No me importa
tu territorio, pero quiero lo que es mío, y haré cualquier cosa para conseguirlo. —
Caminó lentamente hacia atrás y desapareció en las sombras, y luego el motor de una
motocicleta rugió.
Saqué mi celular de mi bolsillo trasero y llamé a Aria.
Al momento en que ella contestó, siseé:
—¡Entra ahora!
Ella contuvo el aliento pero escuché movimientos.
—Luca, ¿qué está pasando?
—¿Dónde estás? —pregunté, ya corriendo hacia mi auto. Matteo estaba detrás,
hablando con Demetrio y ordenándole que enviara a todos los soldados disponibles
para buscar a Nino y Remo Falcone.
—En la sala de estar. Demetrio está bajando las persianas. ¿Qué está pasando?
—Permanece adentro.
Colgué, mi pulso acelerado con furia y miedo por igual.
—¿Qué diablos fue eso? —murmuró Matteo.
—Una advertencia —gruñí. La Camorra nunca había estado en mi enfoque.
Eso cambiaría ahora.
Para el momento en que entré en el ático, Aria vino corriendo y la apreté contra
mi cuerpo. Orfeo se había unido a Demetrio. Parecía confundida y asustada.
—¿Qué está pasando? Nadie me dice nada.
—Falsa alarma —le aseguré, y frunció el ceño.
Besé su frente y luego avancé hasta Orfeo.
—Encuentra a alguien que haya sido francotirador. Quiero encontrar ese lugar.
—Orfeo asintió y salió corriendo.
No encontramos el lugar hasta que pegaron una carta a la puerta de la Esfera
dos días después con instrucciones. No estaba seguro qué tipo de juego estaba jugando
Remo Falcone, pero tampoco podía arriesgarme a pelearme con él. Dante y la
Organización debían permanecer en mi enfoque. No podía tratar con la Camorra
además de eso.
25
Aria
Traducido por LizC, Masi y âmenoire

Corregido por Masi

E
staba empezando a contar los días para mi fecha de parto. Me sentía
como un rinoceronte, y encontrar una posición cómoda en la noche era
casi imposible. Apoyé mi cadera contra la encimera de la
cocina; incluso estar de pie era una molestia ahora.
Luca entró en la cocina y besó mis labios.
—¿Cómo estás?
Había estado casi constantemente a mi lado, desde el incidente que llevó a
Demetrio a bajar las persianas y empujarme lejos de las ventanas. Luca no había
compartido detalles conmigo, pero debe haberlo preocupado por completo
porque Matteo había manejado la mayoría de los negocios en las semanas posteriores.
Solo en las últimas dos semanas, Luca había comenzado a relajarse un poco.
—Hambrienta. —Siempre lo estaba. Donde al principio la comida había sido
una lucha, ahora comer era todo lo que podía hacer. Por suerte, no había ganado
mucho peso. Agradecía eso a mis buenos genes.
Luca me tocó la barriga.
—¿Y cómo está ella?
Puse mi mano sobre la suya.
—Está muy activa. No me permite dormir mucho por la noche.
—Lo sé. Pronto el embarazo habrá terminado.
—Dudo que durmamos mejor entonces.
Luca acarició mi vientre con su pulgar.
Unos pasos resonaron, y se enderezó y apartó la mano un momento antes de
que Demetrio doblara la esquina, entonces se quedó helado.
—¿Te quedarás en casa hoy?
Luca no podía mostrar este tipo de gentileza delante de sus hombres. Al menos
no ocultaba sus sentimientos tanto cuando Matteo estaba cerca.
—No —dijo Luca—. Tengo que reunirme con los capitanes.
Apoyé las yemas de mis dedos brevemente sobre su pecho, sobre su corazón,
y su tatuaje. Ten cuidado. Le dijeron mis ojos, y él lo supo. Me dio un beso breve y
posesivo antes de irse.
Tomando un libro, salí al jardín de la mansión y Demetrio me siguió. Gianna y
Lily ya estaban tomando el sol a finales de junio, pero no podía soportar el calor en
mi estado por mucho tiempo. Extrañaba Nueva York, pero después del incidente, Luca
había insistido en que me quedara en nuestra mansión. Sin embargo, ahora que se
acercaba mi fecha de parto, tendría que regresar a Nueva York en los próximos días,
ya que ahí es donde estaba el hospital que Luca había elegido.
Me las arreglé para sacar mi cuerpo de mi vestido y hundirme en una de las
sillas de sol con un gemido. La parte inferior de mi bikini estaba oculta por mi vientre,
y por un momento me pregunté si me los había puesto de la manera correcta.
Gianna levantó sus gafas de sol e intercambió una mirada divertida con Lily.
—Espera a que estés embarazada y no puedas moverte más —murmuré
mientras me estiraba, gimiendo de nuevo.
—No tengo absolutamente ninguna intención de quedarme embarazada,
créeme. Ni Matteo ni yo queremos tener hijos.
Lily se mordió el labio.
—Me encantaría tener hijos con Romero, pero esperaremos unos años más
hasta que sea un poco mayor.
Nunca pensé que me convertiría en madre a los veintitrés años, pero ahora era
feliz.
Gianna miró a Demetrio, que estaba sentado a la mesa del jardín a la sombra.
—¿No te estás sofocando con ese atuendo?
Estaba usando una camisa manga larga negra y jeans negros, y levantó la
cabeza en confusión.
—No estoy aquí para disfrutar.
Gianna resopló.
—El cielo no permita que nadie se divierta por aquí.
Me reí.
—Déjalo en paz.
Demetrio me dio una sonrisa agradecida, luego volvió a dejar que su mirada
vagara sobre el perímetro. Me quedé dormida con el sol en la cara, pero al final me
desperté porque Marcella levantó una tormenta. Parpadeé contra la luz del sol.
—¿Qué hora es?
—Ni idea —dijo Gianna, bajando un libro que había estado leyendo. Miré
hacia el océano, preguntándome si podríamos volver a Italia el año siguiente. Estas
últimas semanas de estar confinada en la mansión me hacían anhelar la vasta extensión
del mar.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste afuera? —preguntó Gianna,
mirándome preocupada.
—Estoy afuera ahora mismo.
—Sabes a lo que me refiero.
—Romero dijo que es mejor que el embarazo de Aria permanezca en secreto,
incluso si la gente especula que Aria tuvo una crisis mental al estar casada con Luca.
Le eché un vistazo de inmediato.
—¿Qué?
Lily hizo una mueca.
—Porque has desaparecido del público en los últimos cuatro meses. Existe el
rumor de que estás en rehabilitación o en un centro psiquiátrico, y otro en el que Luca
te está encerrando porque eres demasiado hermosa y no puede soportar que otros te
miren.
—Qué clase de mierda es esa —murmuró Gianna—. Eso suena como un rumor
que Matteo podría propagar solo por diversión.
Cerré los ojos, riendo suavemente.
—Creo que prefiero el rumor de ser demasiado hermosa a estar loca. —
Entonces miré hacia abajo en mi barriga—. Incluso si no me siento muy hermosa en
este momento.
—Una vez que hayas sacado a ese bebé de tu interior, recuperarás tu viejo
cuerpo en muy poco tiempo —dijo Gianna.
—Al menos Luca no está sacando panza por solidaridad —dijo Lily con una
sonrisa—. Leí que muchos hombres ganan más peso durante el embarazo que sus
esposas. Se llama embarazo solidario o algo así.
—Eso es llevar la solidaridad un poco demasiado lejos —dijo
Luca desde detrás de mí, y solté un grito de sorpresa, mirando por encima de mi
hombro. Estaba parado con los brazos cruzados sobre el pecho, y solo llevaba puesto
su traje de baño.
¿Embarazo solidario? No, eso definitivamente no le había pasado a Luca.
Estaba tan marcado como siempre, todo músculo, sin grasa.
Matteo apareció detrás de su hermano, sonriendo, y palmeó los abdominales
de Luca.
—Creo que puedo sentir un pequeño bulto.
—El único bulto que tendré alguna vez está en mis pantalones, y mantendrás
tus manos fuera de él.
—Dejen de hablar de bultos, ¿quieren? —murmuró Gianna. Matteo se inclinó
sobre ella; él también estaba vestido solo con traje de baño.
—¿Por qué? Amas mi bulto.
—Está bien —dije, mi nariz arrugándose, y traté de sentarme. Un escarabajo
en su espalda tenía más rango de movimiento que yo. Luca extendió su mano, con una
sonrisa alrededor de su boca, pero en sus ojos había algo feroz y protector como de
costumbre cuando mostraba mi vulnerabilidad actual.
Suspirando, dejé que me pusiera de pie. Toqué su musculoso estómago.
—Casi deseo que hubieras ganado peso, así no me sentiría tan descomunal.
Luca se inclinó, con la mano en mi vientre.
—Aria, no seas ridícula. Eres hermosa y aún pequeña. —Estaba a punto de
protestar, pero su mirada me hizo callar.
No podía encontrar una posición cómoda. El dolor en la parte baja de mi
espalda había empeorado en la última semana, y esta noche era especialmente grave.
Coloqué la almohada de lactancia debajo de mi vientre y luego cerré los ojos,
intentando encontrar el sueño. Eran solo las diez, pero ahora estaba cansada todo el
tiempo. Todavía me faltaban cinco días para la fecha de parto oficial, pero el tiempo
parecía arrastrarse ahora que el nacimiento se acercaba.
Debía haberme quedado dormida, cuando un dolor agudo en la parte baja de
mi abdomen me despertó bruscamente. Mis ojos se abrieron de golpe, y jadeé.
Apoyé mi brazo para empujarme en una posición sentada, pero con el dolor resultó
dos veces más difícil. Cuando finalmente logré sentarme en el borde del colchón, tuve
que recuperar el aliento. No estaba segura si esto era normal. Por la fuerza del dolor,
solo podía asumir que estaba teniendo contracciones.
Me acaricié el estómago, esperando que el dolor disminuyera antes de alcanzar
mi celular en la mesita de noche. Pensé en llamar a Luca, pero sabía que tenía una
reunión con sus soldados esta noche sobre una estrategia para incendiar los
laboratorios de la Bratva y probablemente más de lo que no me estaba contando. No
quería molestarlo si esto resultaba ser una falsa alarma. Dudé, y luego decidí enviarle
un mensaje. ¿Cuándo estarás en casa?
Me las arreglé para enviarlo antes de que otra contracción me convirtiera en un
jadeo sibilante. Agarrando el colchón, intenté respirar a través del dolor. No estaba
funcionando tan bien como esperaba.
—¡Demetrio! —llamé cuando encontré mi voz. Me levanté de la cama y me
arrastré hacia la puerta, mi teléfono agarrado en una mano. Vibraba. Eché un vistazo
a la pantalla.
Dos horas. ¿Estás bien?
Llegué a la puerta y sostuve el asa por un par de segundos antes de abrirla.
—¡Demetrio!
Apareció en la escalera, con el cabello recogido y la cara somnolienta. Debe
haberse quedado dormido.
—¿Está todo bien?
—Por supuesto que no, o no te habría llamado —murmuré, después me sentí
mal por desquitar mi dolor con él, pero otra contracción me impidió disculparme.
Los ojos de Demetrio se ensancharon.
—¿Estás…?
—Busca a Gianna —ordené, cuando quedó claro que Demetrio no tenía ni idea
de qué hacer. Demetrio corrió hacia el ascensor y apretó el botón, pero sin el código
no podría enviar el ascensor al apartamento de Matteo. ¿Tenía que hacer todo yo?
Me aferré a la barandilla, intentando bajar las escaleras para ayudarlo en su
inútil esfuerzo, pero a mitad de camino tuve que detenerme para respirar de nuevo.
Mi celular vibró una vez más.
¿Aria? ¿Estás bien?
Estaba aferrando el teléfono con tanta fuerza que me sorprendió que aún no se
hubiera convertido en polvo.
—Llama a Matteo —le dije a Demetrio con los dientes apretados.
No lo miré para ver si seguía mi orden, pero unos minutos más tarde el ascensor
sonó y Gianna salió corriendo, vestida con una bata y seguida por Matteo en bóxer y
camiseta.
Gianna prácticamente voló por los escalones y se detuvo a mi lado. Se congeló
con sus manos casi tocándome.
—¿Aria? ¿Qué pasa? ¿Ya viene el bebé?
Me tragué una réplica y asentí.
—Vamos, tenemos que llevarte a un hospital —dijo, apoyando su mano
ligeramente sobre mi brazo.
Matteo estaba parado en el primer peldaño y detrás de él estaba Demetrio, todos
mirándome como si necesitaran mi guía.
—No creo que pueda caminar en este momento —solté.
Gianna palideció.
—Haz algo. Debes saber qué hacer —le dijo Matteo a ella, dando un paso más
cerca.
—¿Por qué sabría qué hacer? ¿Porque soy mujer? —siseó Gianna—. Nunca he
sacado a un bebé de mi vagina, como muy bien sabes.
Oh, Dios. En serio no necesitaba una de sus discusiones ahora.
—Matteo, ¿puedes ayudarme, por favor? —susurré. Gianna no era lo
suficientemente fuerte como para llevarme, y tenía la sensación de que no podría
caminar mucho más. Esto iba mucho más rápido de lo que pensaba.
Él se puso en marcha de inmediato.
—¿Qué necesitas que haga?
Otra contracción y me balanceé hacia adelante, agarrando los brazos de Matteo.
Él me estabilizó.
—Llama a Luca.
—Tienes que soltarme —dijo con voz tensa. De ninguna manera. Necesitaba
algo a lo que aferrarme, y Matteo podía agarrarme mejor que Gianna. Apreté sus
brazos con más fuerza y él pareció darse cuenta que no iba a soltarlo.
Gianna sacó su propio celular.
—Sí, es Aria —fue lo primero que dijo. Claro que Luca sabía que era por mí
cuando Gianna lo llamó. Mi mensaje de texto probablemente le había provocado un
ataque de pánico—. La llevaremos al hospital. —Asintió, luego terminó la llamada y
me miró—. Ya está de camino.
—¿Puedes caminar? —preguntó Matteo.
Di un pequeño asentimiento, sintiéndome un poquito más fuerte. Bajé un
escalón, el agarre de Matteo firme en mi brazo. Tomó lo que pareció una eternidad
descender los peldaños restantes con Gianna, Demetrio y Matteo mirándome como si
fuera una bomba a punto de explotar.
El teléfono de Gianna sonó.
—No, todavía estamos en casa. Aria es demasiado lenta.
Le fruncí el ceño. ¿Lenta? Me sorprendía que pudiera caminar todo el camino
cuando parecía que mis entrañas se estaban desgarrando. Hice una pausa para
recuperar el aliento. Matteo me sorprendió envolviendo su brazo alrededor de mi
hombro y deslizando el otro debajo de mis piernas antes de levantarme en sus brazos.
Sabía que no podría haber sido fácil para él. Había ganado casi catorce kilos durante
el embarazo. Aún no era grande, pero definitivamente ya no era un peso ligero.
—Gracias —murmuré.
Sus ojos oscuros se suavizaron. Matteo y yo habíamos tenido nuestros
conflictos, pero sabía que él me llevaría a salvo al hospital.
—Todo estará bien —me aseguró Gianna. Habría sido más convincente si no
se viera como si estuviera al borde de una crisis nerviosa.
—Iré a por el auto —dijo Demetrio y luego desapareció en el ascensor. Parecía
como si el diablo estuviera detrás de él.
—¡Oye! —dijo Matteo, pero las puertas ya se habían cerrado y se estaba
dirigiendo hacia abajo, dejándonos varados en el ático hasta que el ascensor
regresara—. ¿Qué diablos está haciendo?
Gianna apuñaló el botón del ascensor varias veces, pero todavía estaba de
camino hacia el garaje subterráneo.
—¿Para qué diablos va por el auto? De todos modos, está estacionado justo al
lado de las puertas del ascensor. Idiota.
—Está nervioso —dije en voz baja, disfrutando de un momento de casi sin
dolor, pero luego otra contracción endureció mi columna vertebral y grité, apretando
el agarre de Matteo. Él se tambaleó y se tensó.
—Mierda —gruñó, y Gianna presionó el botón de nuevo, como si la violencia
fuera a hacer que el dispositivo técnico funcionara más rápido.
—¿Podrás mantener al bebé adentro hasta que estemos en el hospital? —
preguntó Matteo con preocupación.
Puse los ojos en blanco. Lo hacía sonar como si pudiera cerrar la puerta allí
abajo.
—No lo sé.
—¡Por fin! —exclamó Gianna cuando el ascensor llegó a nuestro piso y las
puertas se abrieron, mi corazón dio un vuelco de alivio. Luca estaba en el interior y
sus preocupados ojos grises se enfocaron en mí. Sin decir una palabra, se dirigió hacia
Matteo y me tomó de los brazos de su hermano. Luca me sostuvo contra su pecho
como si no pesara nada. Bajó la cara y me besó suavemente antes de dirigirse hacia el
ascensor. Podía sentir los latidos de su corazón acelerado, pero su rostro estaba
tranquilo y calmaba mis propias preocupaciones. Con él a mi lado, todo estaría bien.
—¿Dónde está Demetrio? —preguntó Matteo.
—Lo envié al hospital para asegurarse que sea seguro —dijo Luca, sus ojos
nunca abandonaron mi rostro, y sostuve su mirada porque el dolor parecía más
soportable así. Matteo abrió la puerta de su Porsche Cayenne para nosotros, pero
cuando Luca estaba a punto de dejarme en el asiento trasero, una contracción más
fuerte sacudió mi cuerpo. Convulsioné, cerré los ojos y solté un pequeño grito.
—Eres fuerte, Aria —murmuró Luca contra mi frente—. Y estoy aquí para ti.
Ojalá pudiera quitarte el dolor.
Lo miré a través de los párpados medio cerrados. Inhalé y exhalé, dentro y
fuera, buscando consuelo en sus suaves ojos. Al sentir que me relajaba, Luca me puso
en el asiento trasero, luego se subió detrás de mí para que así estuviera descansando
contra su pecho. Matteo y Gianna se sentaron al frente, y Matteo condujo su auto
como un lunático.
Llegamos al hospital con el bebé todavía en mi interior, pero me llevaron de
inmediato a la sala de parto.
—Denle algo para el dolor —ladró Luca al momento en que el primer doctor
se cruzó en nuestro camino. Solo escuché algo como “demasiado tarde” antes de que
otra oleada de dolor oscureciera todo lo demás.
Luca rozó mi mano con sus labios a medida que me aferraba a él a través de
cada contracción. Ya no encontraba tiempo para recuperar el aliento, y estaba al
máximo de lo que podía soportar.
Las cejas de Luca se fruncían, su expresión casi desesperada. Luego frunció el
ceño a las enfermeras.
—Hagan algo —gruñó.
—Un último empujón —alentó la partera.
No pensé que tuviera la energía para otro empujón, pero entonces a través de
la niebla de la agonía, sonó un llanto. Mi bebé. Mi hija.
Los ojos de Luca se dispararon hacia mi cara y luego más abajo.
Me hundí de alivio cuando la partera levantó a un pequeño ser humano cubierto
de sangre. Por un momento, Luca no se movió, entonces me besó la mejilla y la sien,
el asombró visible en su rostro, de modo que solté una risa incrédula. La partera hizo
un rápido chequeo antes de poner a nuestra hija en mis brazos.
Luca soltó mi mano para así poder sostenerla. Le acaricié su pegajoso cabello
negro. Tenía mucho, tan negro como el de su padre. Le sonreí a Luca, quien observaba
a nuestra pequeña con una mirada congelada en su rostro.
—Tiene tu cabello —susurré mientras respiraba su aroma, intentando
memorizarlo. Sus ojos aún eran de color gris azulado. Era difícil decir de qué color
realmente.
—Es tan pequeña —dijo Luca en voz baja. No hizo ningún movimiento para
tocarla. Parecía casi asustado de hacerlo. Tal vez el doctor y la partera, que todavía
estaban en la habitación con nosotros, evitaban que mostrara su afecto, pero eso no le
había impedido ser afectuoso conmigo—. Marcella —murmuró, y las lágrimas
escocieron mis ojos por la ternura en su voz cuando llamó a nuestra bebé por su
nombre por primera vez.
—¿Quieres sostenerla?
Los ojos de Luca pasaron de Marcella a mí, luego tragó fuertemente.
—No.
Fruncí el ceño, mi corazón constriñéndose ante su negativa.
—¿Por qué no?
Levantó sus fuertes manos con sus cicatrices, como si eso respondiera a mi
pregunta.
—Es tan pura y frágil. Yo…
—No la romperás, si eso es lo que te preocupa —dije suavemente, pero sacudió
su cabeza y acunó mi mejilla—. Tú sostenla. Es hermosa.
Di un pequeño asentimiento, sofocando mi decepción. Inclinándome hacia
adelante, rocé mis labios contra las suyos.
—Te amo.
Luca miró hacia el doctor, quien estaba escribiendo algo en la esquina de la
habitación. Toqué su mano para mostrarle que entendía que no podía decírmelo de
vuelta con alguien más en la habitación. Sabía que me amaba, amaba a Marcella, a las
dos, y no eran necesarias las palabras.

Luca no dejó nuestro lado cuando fuimos llevadas a una habitación privada
después de suturarme. Poco después de que nos acomodaran, Gianna y Matteo
entraron. Estaba cansada y quería descansar después de un parto agotador, pero
llevaban esperado un largo rato y quería darles la oportunidad de que vieran a
Marcella.
Gianna vino hasta la cama para abrazarme gentilmente, mientras Matteo
envolvía a su hermano en un abrazo.
—No puedo creer que ahora seas padre —dijo Matteo con una sonrisa.
Luca asintió como si tampoco pudiera creerlo, sus ojos regresando a Marcella,
quien estaba durmiendo en la cuna junto a mí. Lucía parecía casi perdido. No estaba
segura qué hacer para ayudarlo.
Hice una seña hacia la cuna.
—¿Por qué no la sostienes, Gianna?
Gianna se enderezó, pero no se estiró hacia Marcella.
—Sabes que no soy buena con los niños —dijo vacilantemente.
No podía creerles. Luca no quería cargar a nuestra hija y ahora Gianna tampoco
quería cargar a su sobrina.
Matteo dejó salir un suspiro y se acercó hacia la cuna. Luca se movió hacia
adelante como si estuviera a punto de detener a su hermano, pero entonces se congeló.
Matteo también debe haberlo visto, pero lo ignoró. Deslizó una mano debajo de
Marcella mientras yo me enderezaba en la cama.
—Asegúrate sostener su cuello. Todavía no puede mantener su cabeza
levantada.
Matteo levantó la vista. Quizás pensó que lo detendría, pero Matteo y yo nos
habíamos estado llevando muy bien en los últimos meses. No confiaba en él como
confiaba en Luca. Ni siquiera cerca, pero sabía que protegería a Marcella. Y entonces
la alzó de su cuna y los ojos de ella se abrieron, un poco de baba escurrió por sus
labios y hacia la manga de la camisa de él. Pero no pareció importarle.
—Es un milagro que la humanidad sobreviviera con lo incompetentes y frágiles
que son los recién nacidos —murmuró Matteo a medida que veía hacia mi hija.
—Eso es porque nos aseguramos que nadie tenga la oportunidad de lastimarlos.
Creo que Marcella estará bien protegida —dije, encontrando la mirada de Luca. Un
feroz instinto protector se reflejaba en sus ojos.
Luca y Matteo intercambiaron una mirada que hizo que Gianna pusiera sus ojos
en blanco, pero sonreí. Si alguien alguna vez siquiera consideraba lastimar a Marcella,
quería que se encontraran con la ira devastadora de Luca y Matteo.
Luca
Marcella tenía mi cabello. Cada vez que había imaginado a nuestra hija, se veía
como Aria: cabello rubio y ojos azules. No había considerado que parte de mí estaría
tan obviamente reflejada en ella. No había considerado que tendría nada de mí. Aria
era pura, amable y hermosa. No había muchas buenas cualidades que yo pudiera
ofrecer. Pero Marcella era hermosa con su cabello negro. Pura perfección como su
madre.
Para el momento en que la vi me había enamorado, y al ver a Aria con Marcella,
amé a mi hermosa esposa aún más. Ambas eran mi vida. La luz en mi oscuridad, y
sabía que lo arruinaría si tocaba a Marcella. Era frágil. Nunca había visto dedos de los
pies y manos tan pequeños. La rompería. La contaminaría con mi oscuridad.
Matteo la sostuvo sin esas reservas. Tenía tanta sangre en sus manos como yo,
era tan retorcido y cruel, pero la sostuvo, sostuvo a mi hija. Quise detenerlo, no quería
que sus manos asesinas estuvieran sobre mi inocente hija, pero la expresión de Aria
había evitado que lo hiciera y ahora tenía que quedarme aquí parado mientras mi
hermano arrullaba a mi hija en sus brazos. Sabía que nunca tendría que preocuparme
por Marcella cuando Matteo estuviera cerca. La defendería. Mataría, mutilaría y
quemaría por defenderla, como yo lo haría. Ambos teníamos nuestros demonios, pero
proteger a nuestros seres amados… era uno de los pocos rasgos de carácter positivos
que teníamos.
La mirada de Aria quemaba un agujero en mi pecho. Quería que fuera quien
sostuviera a Marcella. Pero me dio una sonrisa tranquilizadora, y luego bostezó.
Estaba pálida, había perdido mucha sangre.
—Es momento de que se vayan. Aria necesita descansar —dije.
Matteo dejó a Marcella en su cuna antes de acercarse a Aria y abrazarla,
seguido por Gianna. Después salieron de la habitación, dejándonos solos.
—No tienes que quedarte —susurró Aria.
Caminé hacia ella, quitándome mis zapatos y subiéndome en la cama con ella.
Era un acomodo estrecho, incluso con el cuerpo de Aria acurrucado contra el mío.
Hizo un gesto de dolor cuando se movió y fui cuidadoso de no lastimarla cuando
envolví mis brazos alrededor de ella.
—Me quedaré —dije firmemente. Apoyó su mano sobre mi corazón como
hacía a menudo. Algunas veces me preguntaba si era para asegurarse que tuviera un
corazón que latía. Cubrí su mano con la mía y soltó una exhalación.
—Siempre que estás a mi lado, sé que todo estará bien.
—Duerme, principessa. Te protegeré.
—Y a Marcella —añadió, medio dormida.
—Tanto a ti como a Marcella, hasta el día de mi muerte.
Su respiración se regularizó, y permití que mis ojos se cerraran. Por supuesto
que no dormiría. Este no era nuestro ático ni nuestra mansión. Romero y Matteo se
asegurarían que hubiera hombres vigilando los pasillos, pero también estaría vigilante.
Quienquiera que quisiera lastimar a mi esposa y a mi hija, tendría que pasar por mí.

Aria fue dada de alta al siguiente día. Probablemente los doctores querían que
nos fuéramos de modo que ya no tuvieran que lidiar más con guardias armados. Había
visto lo aterrorizados que estaban de nosotros. Todos sabían quiénes éramos. No me
importaba. Me alegraba tener a Aria de regreso en nuestro ático donde ella y Marcella
estuvieran más seguras que ahí fuera en un hospital público, especialmente desde que
había comprado las oficinas en el edificio frente a nuestra terraza y colocado a un
francotirador en la parte alta.
A Aria todavía no se le permitía cargar nada pesado dado que todavía tenía
dolor, así que Matteo tuvo que cargar a Marcella hasta su transportador. Aria no dijo
nada, pero Matteo se estaba burlando jodidamente de mí con sus ojos. Sabía que el
muy cabrón me molestaría al respecto más tarde.
Y tenía razón. Al momento en que Aria y Gianna estuvieron acomodadas en el
sillón, y Marcella estuvo dormida en su cuna junto a ellas, Matteo me acorraló en la
cocina cuando estaba a punto de preparar café para nosotros.
—¿Qué demonios está mal contigo, Luca? —murmuró, colocándose justo
frente a mí. Miré hacia nuestras esposas, pero estaban absortas en su conversación.
—Mantente fuera de mis asuntos. —Presioné el botón de la cafetera.
Matteo sacudió su cabeza.
—Es tu hija. ¿Por qué no la tocas? Incluso yo puedo decir que está matando a
Aria verte actuar como un completo idiota.
Estreché mis ojos hacia él.
—Nuestro padre era un imbécil sádico, no un ejemplo a seguir en lo que
significa ser un buen padre. Soy como él en tantos aspectos, ¿quién dice que no seré
también un padre de mierda?
Matteo rio. Maldita sea, se rio en mi cara.
—Mierda. Escucha las estupideces que dices. No eres para nada como nuestro
padre en lo que importa. Violaba y golpeaba a nuestra madre. Tú te cortaste el brazo
porque no quisiste obligar a Aria en tu noche de bodas. La tratas como a una maldita
reina, y tratarás a tu hija como una princesa. Ahora déjate de tonterías. Luca.
—Maldición, Matteo, me haces sonar como un santo. Me conoces.
—Santo, pecador, como si me importara una mierda —se burló Matteo—. Te
conozco. Sé que te gusta matar, te gusta derramar sangre tanto como a mí. Sé que
disfrutas rebanando a nuestros enemigos y a los traidores. Sé que te gusta ser temido.
Te gustan sus gritos y sus ruegos. Eres un maldito enfermo como yo, pero eres un
maldito enfermo que ama a su esposa y a su hija, y quien derramaría su propia sangre
y se cortaría las extremidades antes de lastimarlas.
Empujé la taza llena de café hacia Matteo sin una palabra y tomé un trago de
mi propio café negro. No creí que fuera a vivir para ver el día en que Matteo fuera la
voz de la razón entre nosotros dos. No me gustaba ni un poco.
—Ya veremos cómo lo manejarás cuando te conviertas en padre.
Matteo sacudió su cabeza.
—Gianna y yo no queremos niños en este momento, quizás nunca.
Mis cejas se alzaron con sorpresa pero no tuve la oportunidad de preguntarle
por eso ya que Romero y Lily llegaron para el almuerzo.
Después de saludar a Aria y echar un vistazo a Marcella, Romero se acercó
hasta donde Matteo y yo estábamos, estrechando mi mano con una sonrisa.
—Felicidades. Tu hija es hermosa.
Lo era, hermosa como Aria.
Aria levantó la mirada y encontró la mía, las comisuras de sus labios alzándose.
26
Aria
Traducido por Smile.8

Corregido por Masi

C
uando todos se fueron y Luca y yo estuvimos a solas con Marcella una
vez más, él se acercó a nosotras y bajó la mirada hacia la cuna donde
estaba Marcella. La miró como si quisiera tocarla, sostenerla, pero no
se permitiera a sí mismo hacerlo. Me puse de pie.
—Voy al baño. ¿Vigilas a Marcella?
Luca asintió lentamente, pero sus ojos parpadearon con preocupación. Moverse
seguía siendo difícil, así que me tomó un tiempo subir las escaleras hacia nuestro
baño. Todo tomaba más tiempo, y estaba lavándome las manos cuando oí el llanto de
Marcella. Me apresuré a salir, pero me detuve en la puerta de nuestra habitación,
asomándome a través de la rendija para ver hacia Luca, quien estaba rondando junto
a la cuna.
No estaba segura cómo hacerle ver que no le haría daño.
—¿Aria? —llamó y me escondí detrás de la puerta, esperando.
Mi estómago tensándose ante el llanto de Marcella. Tomó toda mi fuerza de
voluntad no correr hacia ella y acunarla en mis brazos.
—Está bien —dijo Luca en voz baja.
Me arriesgué a echar otra mirada.
Luca seguía cernido sobre la cuna, mirando hacia abajo como si estuviera
matándolo. Estaba a punto de entrar, de interferir y calmar a Marcella, cuando
finalmente llevó los brazos hacia la cuna. Me había visto cargarla. Dudó, y después la
levantó de su cuna, sosteniendo su pequeña cabeza con sus fuertes dedos de la manera
en que yo lo hacía. Se veía diminuta en sus grandes manos fuertes. La acunó en el
hueco de su brazo, después acarició su mejilla con su pulgar. Mi corazón estalló de
tanto amor, que fue casi doloroso.
—Shhh, princesa, shhh. Todo está bien. —Ella se calmó, sus grandes ojos
intentando centrarse en él—. Dios, eres tan pequeña —susurró, su dedo rozando su
pequeña mano y sus diminutos dedos.
—Ves —dije, entrando al rellano—. No la rompiste.
Levantó la mirada y luego frunció el ceño.
—Lo preparaste.
—No lo preparé. Marcella llora cuando quiere. Pero decidí no ir a ella como
haría normalmente.
Bajé las escaleras lentamente, y Luca se movió hacia mí, extendiendo su mano
libre para ayudarme. Mi corazón se hinchó cuando puse mi mano sobre el brazo de
Luca sosteniendo a nuestro bebé.
—Disfruta de estar en tus brazos. —Su mirada se movió de nuevo a nuestra
hija.

Luca
El llanto de Marcella se intensificó a medida que se agitaba en la cuna. Aria
todavía estaba arriba, pero tenía que calmar a nuestra hija.
—¿Aria?
No respondió y Marcella continuó llorando, su cara arrugada en un puchero,
sus brazos y piernas sacudiéndose. Mierda. Mi corazón se rompía con su llanto.
Conteniendo la respiración, extendí la mano hacia la cuna, deslizándola
cuidadosamente bajo Marcella, asegurándome que mis dedos soportaran su cabeza, y
la alcé para sacarla. Era tan pequeña entre mis palmas. La acuné en el hueco de mi
brazo y acaricié su suave mejilla con mi pulgar.
—Shhh, princesa, shhh. Todo está bien. —Se calmó, parpadeando y abriendo
los ojos.
—Ves, no la rompiste —dijo Aria cuando apareció en lo alto de la escalera.
No lo había hecho y no lo haría.
Aria se unió a nosotros en la planta baja. Nunca la había visto más feliz que en
este momento mientras me observaba con Marcella. Envolví mi brazo libre alrededor
de ella, atrayéndola hacia mi costado, y me dio esa sonrisa lenta y preciosa.
—Ves, tu oscuridad no se adueñó de mí y tampoco de ella, Luca. Marcella te
verá como yo te veo, como alguien que la sostendrá cuando lo necesite, alguien que
la ama y la protege.
—Me haces humano, Aria —dije en voz baja.
Sus cejas se fruncieron.
—No digas eso. Eres humano.
Sonreí oscuramente.
—Si alguna vez alguien se atreve a hacerte daño a ti o a Marcella, no verán mi
lado humano.
Aria asintió.
—Nadie jamás tendrá la oportunidad de hacernos daño, Luca.
Tenía razón. Movería cielo y tierra para garantizar su seguridad. Estar en guerra
con la Organización haría esto más difícil. Tenía que vigilar a la Organización y a la
Bratva, por no hablar de los MC locales que continuaban dándoles problemas a mis
lugartenientes en el Sureste. Pero mi mayor preocupación comenzaba a ser la Camorra
en Las Vegas.
Tenía que asegurarme que la Organización no comenzaba a trabajar con la
Camorra, o las cosas se volverían conflictivas. Sin embargo, mientras Benedetto
Falcone continuase matando a sus lugartenientes, Dante continuaría viéndole como
alguien demasiado volátil, y sin continuidad en sus filas, a Benedetto le faltaría el foco
necesario para poner sus vistas más allá de sus fronteras. Pero ¿quién podría decir
cuánto duraría eso? Remo Falcone había desaparecido, pero sabía que estaba ahí
fuera, y un día volvería aparecer en el Oeste. No me daría problemas otra vez, no hasta
que matase a su padre y se convirtiera en Capo, pero entonces las apuestas ya estarían
hechas. Se mediría conmigo. Todavía era joven y no tenía nada que perder, pero
olvidaba que yo tenía algo por lo que luchar. Quizás su padre me lo quitaría de las
manos y mataría a su hijo antes de eso.
27
Aria
Traducido por Lyla y Kalired

Corregido por Masi

L
uca estaba tenso cuando regresó tarde una noche seis meses después del
nacimiento de Marcella. Lo observé mientras se desvestía, sus
movimientos bruscos, sus ojos preocupados.
—¿Luca? —pregunté en voz baja, pero sacudió la cabeza y se acostó a mi lado
completamente desnudo. Su necesidad reflejada claramente en sus ojos. Me subí sobre
él, mis labios encontrando los suyos a medida que sus manos recorrían mi espalda y
luego se sumergían entre mis piernas.
Me estremecí sobre él, pero quería sentirlo dentro de mí. Me deslicé hacía abajo
y me acomodé sobre su erección. Con mis manos contra su pecho, comencé a mover
mis caderas mientras lo veía a los ojos. Sabía que Luca tenía mucho con lo que lidiar
en este momento, pero él intentaba mantener los problemas lejos de Marcella y de mí.
A menudo esta se sentía como la única forma en que podía darle consuelo.
Más tarde, cuando me acurruqué en sus brazos, volvió a estar tenso.
—Luca, por favor, dime qué te está molestando.
—Mi tía Flavia contactó conmigo.
Fruncí el ceño. No recordaba ese nombre.
—¿Flavia?
—Era la hermana menor de mi padre, pero escapó con un Camorrista cuando
yo era pequeño.
Mis cejas se alzaron. Nunca la había mencionado, pero dada su traición no me
sorprendía.
—Vive en Las Vegas, y recientemente su esposo fue ejecutado por Falcone por
traicionar a la Camorra.
—¿Y ahora quiere volver a Nueva York?
Luca negó con la cabeza.
—No. Benedetto Falcone la está utilizando para contactar conmigo y
convencerme de que trabaje con él.
Levanté la cabeza.
—Trabajar con la Camorra. ¿No dijiste que Falcone era completamente
impredecible y sádico?
—Probablemente es el único que hace que mi padre se vea como un ser humano
medio decente —murmuró Luca—. Y no voy a trabajar con la Camorra. No mientras
esté bajo el poder de Benedetto Falcone. Pero no quiero que él trabaje con la
Organización.
—¿Crees que es una posibilidad?
—Dudo que Dante vea a Falcone como un aliado confiable.
—¿Así que lo rechazarás? ¿Qué pasará con tu tía?
Luca hizo una mueca, y me di cuenta que no me había contado todo.
—Ella y sus hijas probablemente serán castigadas.
Estudié su rostro.
—La Camorra no perdona a las mujeres de ninguna manera.
—No lo hace —dijo Luca—. Falcone probablemente hará que las chicas sean
violadas. Es un castigo efectivo contra las mujeres.
Me puse rígida, no pude evitarlo.
Luca me acarició la mejilla.
—Estoy exponiendo los hechos, amor. Hay una razón por la que en el pasado
haya sido una estrategia en momentos de guerra.
—¿Cuántos años tienen las chicas, tus primas?
—Diecinueve. —Pausa—. Y quince.
Me liberé de su agarre y salí de debajo de las sábanas y me senté en el borde
de la cama, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Quince. Esa es la edad que
tenía cuando mi padre aceptó mi compromiso con Luca. Había sido una niña, y la
prima de Luca también era una niña. Tragué con fuerza. La hija de alguien. La idea
de que algo así pudiera pasarle a Marcella me revolvió el estómago.
Luca se sentó y besó mi hombro antes de voltear mi rostro hacia él. Sus ojos
grises buscaron los míos.
—Aria, no puedo trabajar con Falcone. No quiero tener nada que ver con él.
No está cuerdo, ni siquiera para nuestros estándares.
—¿Puedes prometerme que Marcella nunca tendrá que temer algo así? —Ni
siquiera podía decir la palabra. Las lágrimas escocían en mis ojos.
Luca agarró mis brazos y me acomodó en su regazo, sus ojos feroces y oscuros
por la emoción.
—Ni tú ni Marcella serán lastimadas, Aria. Nunca. Haré lo que sea para
asegurarme que nuestro territorio sea un lugar seguro. Mientras yo sea Capo, están
protegidas, y no me importa si tengo que ir allí y matarlo yo mismo, pero justo en este
momento son débiles.
Asentí.
—Si existe la posibilidad de ayudar a tu tía y tus primas sin trabajar con
Falcone, ¿lo harás?
Luca lo consideró por un momento.
—Tal vez. Son mujeres. Pero eso también plantea un problema. No me gusta
torturar a las mujeres, así que no tengo manera de interrogarlas para averiguar sus
motivos.

Luca
Esta era una reunión que no esperaba con ansias, pero Aria quería que ayudara
a mi tía y sus hijas, así que acepté reunirme con ellas. Al menos, esa era parte de la
razón. La otra era que el Ejecutor de la Camorra había contactado conmigo y se ofreció
a matar a Falcone y a muchos Camorristas de alto rango a cambio de proteger a las
mujeres. Aparentemente, Falcone le había dado a mi prima mayor, Cara, como
recompensa, y ahora quería que ella estuviera a salvo. No confiaba en el tipo, pero
había cumplido su promesa y había matado a Benedetto Falcone y actualmente estaba
matando a más hombres. Quizás pronto la Camorra ya no sería una de mis
preocupaciones. Remo Falcone todavía estaba escondido con sus hermanos.
Nuevamente, había elegido el estacionamiento frente a la central de energía en
Yonkers para la reunión. Matteo miró en mi dirección.
—Todavía tengo un mal presentimiento sobre esto.
Asentí sombríamente cuando finalmente un auto se dirigió hacia nosotros.
Matteo, Romero y yo estábamos en este auto, y Orfeo, así como dos de mis
primos estaban en el vehículo detrás de nosotros.
El auto estacionó a unos tres vehículos de nosotros. Podía ver a un hombre
detrás del volante, así como a tres mujeres con él.
—¿Qué diablos están esperando? —murmuró Matteo.
Una de las puertas del auto se abrió y una joven con el cabello largo y oscuro
salió. Levantó los brazos y se alejó del auto. Un momento después, una mujer mayor
y una niña salieron y también levantaron las manos.
—Esas deben ser nuestra querida tía y primas —dijo Matteo en voz baja—.
Pero el hijo de puta detrás del volante parece decidido a cabrearnos. No estoy seguro
si lo pensó bien.
—Oh, saldrá de ese auto, no te preocupes —le dije, luego abrí la puerta del
auto y salí, sacando mi arma.
La chica mayor, Cara, me miró como si me hubiera alzado del infierno, y su
hermana menor estaba acurrucada junto a su madre.
Matteo y Romero se pusieron a mis lados.
—Vamos a acercarnos a ella —ordené.
—¿Crees que son confiables? —preguntó Matteo dubitativamente.
—No —murmuré—. Pero no son un peligro para nosotros. —Volviéndome a
Romero, agregué—: Te quedas atrás y cuidas nuestras espaldas. —Asintió, con los
ojos dirigidos hacia el auto. Entonces di una señal a mis otros hombres en el otro
vehículo.
Matteo y yo nos acercamos a las tres mujeres, pero nos detuvimos a una buena
distancia.
—Su conductor tiene que salir —ordené, señalando con la cabeza al cabrón
cobarde que todavía estaba escondido en el auto. ¿Qué clase de hombre permite que
las mujeres y las niñas salgan a la línea de fuego mientras él se queda atrás?
Mi prima Cara se volvió hacia el cobarde y le hizo un gesto con la mano. Él no
se movió.
—Si no sale pronto, lo sacaré yo mismo y no le gustará —murmuró Matteo.
Finalmente, el hombre salió con las manos levantadas sobre su cabeza y Orfeo
estuvo sobre él de inmediato, retorciendo sus brazos detrás de la espalda. El maricón
en realidad gritó de dolor. Si la maniobra de Orfeo ya tuvo esa reacción por parte de
él, no le gustaría la conversación que Matteo y yo tendríamos con él más tarde. Orfeo
lo silenció con un fuerte golpe en la parte posterior de la cabeza y arrastró lejos al
cobarde.
La niña más joven comenzó a llorar y Cara tomó su mano, pero eso solo hizo
que la niña llorara más fuerte.
Cara enderezó sus hombros y me miró.
—Soy Cara. Soy tu prima.
—Sabemos exactamente quién eres— dijo Matteo bruscamente.
Les hice una seña para que se acercaran. Tras un momento de vacilación, Cara
fue primero, después la siguieron su madre y su hermana.
—Espera —les dije cuando nos detuvimos frente al auto—. Comprobaremos
que no llevan armas.
Matteo se acercó a nuestra tía, y yo me volví hacia la chica más joven y extendí
una mano hacia ella, pero se apartó con los ojos muy abiertos y llenos de terror.
—Talia —susurró su hermana—, no te hará daño.
—Palparé tus piernas y espalda en busca de armas. Si prefieres no tener mis
manos en tu parte delantera, puedes levantar tu blusa, pero tengo que asegurarme que
no llevas armas encima —le dije con firmeza.
Toqué sus hombros y pude sentir su temblor bajo mi toque. Matteo me envió
una mirada. Toqué su espalda rápidamente y proseguí hacia sus pantorrillas y piernas.
Decidí no tocar la parte interior de sus piernas.
—¿Prefieres levantarte la camiseta?
Era un bastardo sin corazón, pero ni siquiera a mí me gustaba forzar a una chica
que obviamente había pasado por mucha mierda a levantarse su camiseta. Sin
embargo, tenía que estar seguro que no era una trampa, e incluso niñas inocentes
podrían ser manipuladas para convertirse en armas. Con dedos temblorosos, se
levantó la camiseta, revelando piel desnuda y un sujetador liso negro pero sin armas.
Asentí y se la bajó rápidamente.
—Pueden entrar en el auto. Tú, Cara, te sentarás al frente conmigo, y Matteo
se sentará con tu madre y hermana en la parte de atrás.
Las llevaríamos a la Esfera por ahora, mientras Orfeo le sacaba información al
hombre.

Por supuesto, Aria insistió en que las alojásemos durante unos días hasta que
encontráramos un lugar seguro para vivir. No mencioné que la razón principal para
ayudarlas era porque necesitaba a Growl, el antiguo Ejecutor de la Camorra a mi lado,
en caso de que algún día entráramos en guerra con ellos.
Pensé que me encontraría con la protesta de mis tías Egidia y Criminella, pero
estuvieron sorprendentemente felices de tener a su hermana de vuelta. Desde que me
había deshecho de mi taimado tío las cosas habían ido mucho mejor.
Mientras Talia y Cara vivieron en la mansión, Marcella se quedó en Nueva
York y las pocas veces que Aria visitó a mis primas mientras se quedaban en los
Hamptons, dejó a nuestra hija con Romero y Lily. Ocultar la existencia de Marcella
era crucial. Había visto cómo Dante había usado a Aria en mi contra. No quería ni
pensar lo que harían mis enemigos si supieran de Marcella.
Cuando vi Growl por primera vez, mis instintos me dijeron que lo matara a
pesar de nuestro trato. Había sido el Ejecutor de la Camorra durante muchos años. Era
el hijo de Benedetto Falcone, medio hermano de Remo, y todas las cosas hablaban en
su contra. Estaba destinado a ser tan retorcido como ellos, pero era un hombre de
honor y le había dado mi palabra. Había mantenido su parte, había debilitado a la
Camorra. Tendría que probarse a sí mismo en los próximos meses.
En abril, tres meses después de la llegada de Growl, Matteo y yo estábamos
sentados en el área de la sala de estar del ático, discutiendo los últimos
acontecimientos en Las Vegas.
—Pasarán años luchando por el poder. La Camorra está en ruinas, si y cuando
Remo Falcone alcance el poder, si alguna vez se convierte en Capo, gobernará sobre
ruinas —dijo.
Esperaba que tuviera razón. Había hecho todo lo posible para debilitar a la
Camorra, pero aún recordaba nuestro encuentro con Remo Falcone y la mirada en sus
ojos. Tomaría el poder tarde o temprano.
Mi teléfono vibró en mis pantalones, lo saqué y contesté.
—¿Orazio?
Sus informes se habían vuelto menos frecuentes. Dante mantenía la rienda
corta en todos sus soldados.
—¿Fabiano Scuderi ha aparecido en Nueva York?
Me erguí en mi asiento.
—¿Fabiano? ¿Por qué? ¿Qué pasó?
Matteo enarcó las cejas.
—Rocco Scuderi dijo que su hijo desertó, huyó, y no hay rastro de él. Dante lo
está buscando.
Dante lo mataría por desertar.
—No ha aparecido.
—Ha estado desaparecido desde hace dos semanas.
—¿Estás seguro que huyó o Scuderi se deshizo de él? Después de todo,
consiguió un nuevo heredero con su joven esposa.
Orazio se quedó en silencio.
—No lo sé. Scuderi es un hijo de puta. Dante debería haberlo eliminado hace
mucho tiempo, pero mientras viva Fiore Cavallaro, Dante no lo hará. Respeta
demasiado a su padre y no se desharía del Consigliere que eligió.
La desaprobación era clara en su voz. A Orazio no le gustaba cómo se
manejaban las cosas en la Organización, pero no era la razón por la que trabajaba con
nosotros. Era algo personal, algo relacionado con su padre.
—Dante sospecha que hay un topo en la Organización.
—Cuando interferimos en su entrega de armas al maldito MC en Pittsburgh,
probablemente sospechó. —Dante estaba usando tácticas de guerrilla para
debilitarme, apoyando a los MC en mi territorio de modo que se metieran con mis
negocios.
—Tal vez. No estoy seguro de cuánto tiempo estaré a salvo.
Había temido que su trabajo de espía terminara eventualmente.
—Ven a Nueva York. Te reclutaré oficialmente y, cuando mis soldados hayan
trabajado un poco contigo, te convertirás en lugarteniente en Boston.
Se quedó aturdido.
—Me harás lugarteniente.
—Sí —dije. El lugarteniente de Boston estaba a punto de retirarse y solo tenía
hijas, y cabrearía a Dante infinitamente si convertía a su cuñado en mi lugarteniente.
Discutimos algunos detalles más de su incorporación a la Famiglia antes de colgar y
suspiré—. Fabiano desapareció.
Matteo hizo una mueca.
—Ese chico era leal. Dudo que desertara de la Organización.
—Estoy de acuerdo. —Eso dejaba una sola conclusión. Scuderi había
conseguido deshacerse de él—. Maldita sea.
—No podemos decírselo a nuestras esposas. Enloquecerán.
—No se enterarán. No tienen forma de ponerse en contacto con su hermano ni
averiguar lo que sucede en Chicago.
Aria y yo habíamos acordado no guardarnos secretos entre nosotros, pero era
una promesa que no podría cumplir. Aria se culparía si descubría que su hermano
estaba muerto. Sufriría y nunca se lo perdonaría. Era un secreto que tenía que guardar
para protegerla.
Matteo y yo nos quedamos en silencio cuando Aria bajó las escaleras con
Marcella en sus brazos, Gianna unos pasos detrás. Marcella se estaba sacudiendo
salvajemente, su abundante cabello negro todo desordenado.
Aria rio y puso a Marcella en el suelo. Sus ojos azules ansiosos aterrizaron
sobre mí y Marcella gateó hacia mí, su trasero cubierto de pañales bamboleándose de
arriba abajo. Me incliné hacia adelante y extendí mis palmas. Gateó más rápido,
haciendo ruidos agudos de risitas. En cuanto me alcanzó, la agarré y me puse de pie,
lanzándola sobre mi cabeza como un cohete. Chilló alegremente y la giré hacia los
brazos extendidos de Matteo, quien la lanzó al aire y la atrapó de nuevo.
Aria se echó a reír, un sonido alegre y relajado. No podía contarle lo de
Fabiano. Ahora teníamos nuestra propia familia. Matteo sopló contra el vientre de
Marcella y su risa se volvió aún más salvaje. Nunca hubiera pensado que podría amar
la risa de nadie tanto como la de Aria, pero Marcella me traía la misma sensación de
satisfacción. Tomé a Marcella una vez más y la sostuve contra mi pecho. Su pequeña
mano presionó contra mi boca, y se rio con una enorme sonrisa desdentada mientras
besaba su palma.
La mayor parte de mi vida había pensado que no había mejor sonido que los
gritos de agonía de mis enemigos. Qué maldito idiota había sido.
28
Aria
Traducido por Naomi Mora, Akanet y LizC

Corregido por Masi

Seis años después…

o! —gritó Amo, dando un pisotón con su pie. Recogió sus

—¡N zapatos y los arrojó a través de la habitación. Ya era alto para


sus tres años y podía lanzar muy lejos para un niño pequeño.
—No saldremos si no te pones los zapatos —dije, sofocando un suspiro.
Era escandaloso, impulsivo y terco. Era una versión pequeña de Luca, cabello
negro, ojos grises, con pizcas del temperamento de Matteo.
—Recoge tus zapatos y póntelos.
Amo sacudió su cabeza, cruzando los brazos sobre su pequeño pecho.
—¡No!
—Amo. —La voz de Luca fue firme.
La mirada de Amo se desvió rápidamente hacia Luca, que estaba parado en la
puerta, y sus ojos se abrieron por completo pero luego alzó la barbilla. Estaba en su
fase desafiante. Aunque hasta ahora, nunca había sido desafiante con Luca.
—No —dijo.
Luca entró.
—¿Qué dijiste?
Amo bajó la mirada hacia el suelo.
—No. —La vacilación osciló en su voz.
Mis ojos se lanzaron entre Luca y Amo. Sabía que Amo seguiría los pasos de
Luca. Un día se convertiría en Capo. Se convertiría en un hombre de la mafia antes
de que fuera mayor de edad. Tendría que ser fuerte para las tareas que tenía por
delante, templado, y tendría que aprender a respetar. Luca se detuvo frente a nuestro
hijo. Nunca levantaba la mano contra Amo o Marcella, nunca los lastimaba de ninguna
otra manera y nunca lo haría, de todos modos, por lo general ellos obedecían.
Luca se agachó, su expresión implacable.
—Mírame —ordenó, y Amo levantó los ojos hacia los de su padre. Luca señaló
los zapatos—. Los recogerás y te los pondrás. ¿Entendido, Amo? —Su voz albergaba
autoridad y Amo asintió lentamente, pero su expresión seguía siendo desafiante a
medida que caminaba penosamente hacia los zapatos. Sin embargo, se agachó y se
puso los zapatos.
Luca negó con la cabeza. Toqué su brazo.
—Esa fase pasará —le aseguré.
Sonrió con ironía.
—Se parece demasiado a Matteo. Necesitaré la paciencia de un santo.
La frustración de Amo aumentó cuando no logró atarse los zapatos, y lágrimas
enojadas llenaron sus ojos grises. Me di cuenta que quería lanzar de nuevo sus zapatos.
Luca se acercó y se puso en cuclillas, luego le mostró a Amo cómo hacerlo.
Amo sonrió cuando logró hacerlo por sí mismo.
—Recuerda, Amo, no llores cuando alguien pueda verte. Ni siquiera por ira o
frustración —dijo Luca en voz baja, pero con firmeza—. Está bien llorar cuando estás
a solas, con tu madre o conmigo.
Amo asintió y parpadeó un par de veces. Luca se puso de pie y le tendió la
mano.
—Vamos a ver la nueva moto de tu tío. Es incluso más rápida que la última.
Amo tomó la mano de Luca y le sonrió a su padre.
Eran tan parecidos que mi corazón rebosaba de una felicidad ridícula. Luca
había estado preocupado por ser demasiado duro con su hijo, especialmente si se
parecía a él, pero no tenía que preocuparse. Era estricto con Amo, pero nunca cruel.
No se parecía en nada a su padre.
Luca
Después de haber inspeccionado la nueva moto de Matteo, Amo salió corriendo
otra vez, probablemente para molestar a su hermana.
—Me muero de hambre —dijo Matteo—. ¿Por qué no entramos y verificamos
si tus pequeños monstruos nos dejaron alguna sobra?
Recorrimos el camino de entrada y entramos en la mansión. Con sus seis años,
Marcella se parecía mucho a su madre, a excepción del cabello negro. Corrió hacia
mí al momento en que entré, Amo pisándole los talones.
Abrazó mi torso, mirándome con un puchero.
—¡Amo me pegó!
Mis ojos volaron hacia mi hijo. Amo fulminó a su hermana.
—¡Ella me pegó primero!
—Porque tomaste mi muñeca y le arrancaste la cabeza.
Entrecerré los ojos mirando a mi hijo.
—Nunca levantes tu mano contra tu hermana, ¿entendido?
Dio un asentimiento reacio. Atrapé a Marcella sacándole la lengua y le di un
golpecito en la barbilla con el dedo para que la alzara. A menudo era demasiado
indulgente con ella, pero era difícil ser estricto cuando me miraba con los ojos y la
cara de su madre.
—Y no volverás a golpear a tu hermano.
Se sonrojó.
—Está bien.
Me volví hacia Amo, quien miraba triunfantemente a su hermana.
—¿Por qué arrancaste la cabeza de la muñeca?
Su cara se arrugó con disgusto.
—Marci hizo ruidos de besitos y me dijo que la besara.
Matteo se apoyó contra la puerta, riéndose.
—¿Por qué no torturas a tu tío? —sugerí.
Por supuesto, Amo no necesitó que se lo repitiera. Con un grito de batalla, se
abalanzó hacia Matteo y se aferró a su pierna como un mono araña. Marcella no se
quedó atrás y comenzó a tirar del brazo de Matteo, intentando ponerlo de rodillas.
—Misericordia —gimió y cayó. Puse los ojos en blanco ante su actuación
teatral, pero a mis hijos les encantó. Matteo comenzó a hacerles cosquillas y Amo
salió corriendo, fuera de su alcance y se escondió detrás de mí. Me reí entre dientes y
alboroté su cabello. Se apretó contra mi pierna. Parecía ridículo que alguna vez
hubiera pensado que sería cruel con un hijo. Era más estricto con él y tenía que
fortalecerlo, pero jamás lo lastimaría como nuestro padre nos había lastimado a
Matteo y a mí.
Matteo atrapó a Marcella y comenzó a hacerle cosquillas.
—¡Ayuda! —gritó entre risitas. Amo me soltó y se lanzó contra Matteo para
ayudar a su hermana. Mi sonrisa se esfumó al segundo en que Amo alcanzó la pistola
de Matteo en la pistolera de su cintura.
—No —gruñí bruscamente, y él retiró su mano de inmediato. Tanto Marcella
como él me miraron con los ojos completamente abiertos.
Matteo se aclaró la garganta y señaló su funda.
—Nunca tocarán un arma sin el permiso de su padre o el mío.
Ambos asintieron, pero aun así lanzaron miradas en mi dirección. Suspirando,
me acerqué a ellos y les revolví el cabello, sintiéndome contento cuando se relajaron,
olvidando mi tono brusco.
—¿Por qué no van a buscar a su madre?
Con un asentimiento y una sonrisa, se apresuraron a irse.
—No habría permitido que tocara el arma —me aseguró Matteo mientras me
enderezaba.
—Lo sé —dije. Eventualmente, Amo aprendería a manejar armas y cuchillos,
pero bajo nuestra supervisión y no a los tres años de edad.
Mi celular sonó. No reconocí el número. Levanté el teléfono a mi oreja.
—¿Sí?
—Luca —dijo una voz masculina—. Ha pasado un tiempo. Soy Fabiano.
Casi dejé caer el maldito teléfono.
—¿Fabiano Scuderi? —Le hice un gesto a Matteo para que me siguiera afuera
y activé el altavoz.
—Te estoy llamando en nombre de mi Capo.
Las cejas de Matteo se alzaron.
—¿Tu Capo? —repetí, todavía intentando procesar la noticia de que este era
Fabiano.
—Remo Falcone. Estoy seguro que has oído hablar de él. —Un toque de
diversión sonó en su voz.
Por supuesto había oído hablar de él. Desde que se hizo cargo de Las Vegas y
la mayor parte del Oeste, era un persistente dolor de cabeza.
—Nos contactaste para negociar las rutas de entrega de tu mercancía. Soy su
Ejecutor, y me gustaría ir a Nueva York para negociar en nombre de Remo.
Matteo me lanzó una mirada y articuló en silencio la palabra Ejecutor. Habían
pasado semanas desde que le había enviado un mensaje a Remo a través de un
intermediario. La Organización estaba interceptando nuestras entregas de drogas, y el
territorio de Remo era nuestra mejor opción para encontrar nuevas rutas de entrega.
No confiaba en Remo ni un poco, pero las drogas eran nuestro principal negocio y
tenía que tomar decisiones que ayudaran a la Famiglia, a pesar de mis sentimientos
personales hacia Remo. Ya que trabajar con Dante estaba fuera de discusión, solo
quedaba la maldita Camorra, incluso si odiaba ese pensamiento.
—Lo hice —dije con cuidado.
—Tenemos un enemigo común, Luca, y esa es la Organización. Creo que
tenemos mucho de qué hablar.
No me gustó su tono, pero accedí a una reunión en tres días y luego colgué.
—No está muerto —murmuró Matteo—. Nuestras esposas estarán encantadas
de verlo otra vez.
—Es Ejecutor de la Camorra, Matteo.
—Entonces, ¿no se lo contarás a Aria?
Consideré mis opciones. Si no le contaba a Aria que su hermano vendría a
Nueva York, estaría desconsolada, pero siendo el hombre de Remo, también estaría
desconsolada al verlo.
—¿Cómo pudimos omitir esto? —murmuré.
—Tenemos suficiente qué hacer con la jodida Organización, la Bratva y esos
malditos moteros. No es como si tuviéramos tiempo libre para preocuparnos por la
maldita Camorra. Nunca invadieron nuestro territorio ni nos causaron problemas.
Asentí, pero aun así. Si Remo había logrado mantener la existencia de Fabiano
en secreto durante tanto tiempo, eso significaba que sus hombres eran totalmente
leales y tenía un control de hierro sobre su ciudad. Sabía que Nino Falcone era su
segundo al mando, y eran los únicos sobre los que había escuchado, pero trabajaban
discretamente.
—¿Cuál crees que es su verdadera motivación para la visita? —preguntó
Matteo finalmente.
No estaba seguro. Remo era impredecible. Su aparición en Nueva York hace
seis años había demostrado eso.
—Lo averiguaremos.

Aria estaba saltando prácticamente por los nervios a mi lado. Growl negó con
la cabeza, haciendo una mueca. Sus ojos buscaron los míos. Aria aún pensaba que se
reuniría con el hermano que recordaba, pero él no sería ese chico. Growl, Matteo y yo
lo sabíamos. Growl había sido el Ejecutor de la Camorra durante años y, por lo que
nos había dicho, Fabiano debe haberse convertido en alguien sin piedad para
convertirse en el Ejecutor de Remo.
Me tensé cuando la puerta se abrió y un hombre alto y musculoso, con cabello
corto y rubio, y ojos azules entró. La última vez que lo había visto, había tenido
problemas para esconder sus emociones. Había superado eso. Su frío escrutinio tensó
mis músculos. Growl tocó su arma, el odio escrito en su rostro cuando los ojos de
Fabiano se posaron en él.
Aria se apresuró hacia adelante y no fui lo suficientemente rápido como para
detenerla.
Fabiano entrecerró los ojos y se tensó cuando ella lo abrazó. Saqué mi arma,
apuntándole directamente a la cabeza, y también lo hicieron Growl y Matteo.
Su mano se enroscó alrededor del cuello de Aria cuando ella se aferró a él, y
sonrió. Debí haberlo matado hace siete años cuando aún era un niño. Le sostuvo el
cuello de una manera que le permitiría romperlo fácilmente. Aria levantó la vista, y
finalmente se dio cuenta. Este ya no era su hermano.
—No hay necesidad de sacar las armas —pronunció Fabiano en un tono lento
y seguro de sí mismo—. No he viajado todo el camino para lastimar a mi hermana.
Bajó la mano, y di un paso adelante y aparté a Aria de él.
—Dios mío —susurró ella—. ¿Qué te pasó?
—Tú, Gianna y Liliana pasaron.
Aria estaba a punto de llorar junto a mí.
—No entiendo.
—Después de que Liliana también se fuera, padre decidió que algo debe estar
mal con todos nosotros. Que tal vez la sangre de madre corriendo por nuestras venas
era el problema. Pensó que yo era otra desgracia del lote. Intentó arrancármelo a través
de palizas. Tal vez pensó que, si sangraba lo suficiente, me libraría de cualquier rastro
de esa debilidad. Para el momento en que la zorra de su segunda esposa dio a luz a un
niño, decidió que yo ya no era útil. Le ordenó a uno de sus hombres que me matara.
Pero el hombre se apiadó de mí y me condujo a un foso en Kansas City para que la
Bratva pudiera matarme. Tenía veinte dólares y un cuchillo. Y le di buen uso a ese
cuchillo.
Apreté mi agarre sobre Aria porque ella hizo un movimiento para acercarse a
él.
—No quisimos lastimarte. Solo quisimos salvar a Liliana de un matrimonio
horrible. No pensábamos que necesitarías que te salváramos. Eras un niño. Ibas de
camino a convertirte en un soldado de la Organización de Chicago. Te habríamos
salvado si lo hubieras pedido.
—Me salvé a mí mismo.
—Todavía podrías… dejar Las Vegas —dijo Aria con cuidado.
Le disparé una mirada. ¿Estaba ciega a la verdad? Fabiano era un hombre leal,
pero sus lealtades estaban con Remo Falcone. Me pregunté cómo lo había hecho.
¿Cómo Remo, ese retorcido adolescente de hace tantos años, se había ganado tantos
seguidores leales? ¿Cómo se las había arreglado para unir a todos los lugartenientes
del Oeste? La Camorra era tan fuerte como lo había sido en el pasado, y ese era un
maldito problema.
Fabiano se echó a reír.
—¿Estás sugiriendo que deje la Camorra y me una a la Famiglia?
—Es una opción.
No, no lo era. Y no lo habría aceptado, ya no.
Fabiano me desafió con sus ojos.
—¿Ella es el Capo o tú? Vine aquí para hablar con el hombre que dirige el
espectáculo, pero ahora creo que podría ser una mujer después de todo.
La provocación era su táctica, como había sido la de Remo en el pasado.
—Es tu hermana. Habla porque yo le permití hacerlo. No te preocupes, Fabi,
si tuviera algo que decirte, lo haría.
—No somos tus enemigos, Fabi —dijo Aria.
Lo éramos. Si no fuera por Aria, habría acabado con Fabiano en este momento.
—Soy un miembro de la Camorra. Ustedes son mis enemigos. Tengo un
mensaje de Remo para ti. —Encontró mi mirada y su sonrisa torcida hizo que me
hirviera la sangre—. No tienes nada que ofrecer a Remo ni a la Camorra, a menos que
tal vez le envíes a tu esposa para que la disfrute.
Me lancé hacia él, con ganas de aplastar su jodida garganta, pero Aria se
interpuso en el camino y tuve que detenerme en seco o me la habría llevado por
delante.
—Cálmate, Luca —rogó Aria, con los ojos llenos de desesperación.
Sacudí la cabeza con rabia apenas contenida a medida que miraba a Fabiano.
Lo mataría un día.
Fabiano hizo una reverencia burlona.
—Supongo que eso es todo.
—¿No quieres saber cómo están Lilly y Gianna? —preguntó Aria esperanzada.
Que no mencionara a Marcella y Amo me dijo que, a pesar de su esperanza, sabía que
su hermano era una amenaza y no de la familia.
—No significan nada para mí. El día que se marcharon a sus mimadas vidas en
Nueva York, dejaron de existir para mí.
Fabiano se dio la vuelta y se fue, y se lo permití. Lo dejé ir por Aria, y porque
no podía arriesgarme a pelear con la Camorra en este momento.
Matteo giró su cuchillo entre sus dedos, parecía como si quisiera ir tras Fabiano
y cortarle la garganta.
Aria se volvió hacia mí con los ojos completamente abiertos.
—¿Qué le pasó?
—La Camorra —gruñó Growl—. Y el maldito Remo Falcone. Coincidí con él
solo unas cuantas veces, pero incluso de niño mi hermanastro era… —Negó con la
cabeza—. No puedo encontrar la palabra correcta.
—Sí —dijo Matteo.
Aria pasó junto a mí y se dejó caer en el sofá, de espaldas a nosotros.
Hice un gesto para que mi hermano y Growl nos dejaran a solas. Cuando
salieron, toqué el hombro de Aria. Levantó la mirada hacia mí, con lágrimas
contenidas en sus ojos. Apoyó su mejilla contra mi mano en su hombro.
Después levantó un pedazo de papel.
Fruncí el ceño.
—Fabiano lo puso en mi bolsillo pidiéndome una reunión esta noche. —Tragó
fuertemente—. A solas.
—No irás.
Se levantó y alzó la barbilla.
—Iré. Tengo que darle una última oportunidad.
—Aria, él no la aceptará. Sabes por qué te quiere a solas.
Miró hacia otro lado.
—No lo sabes. Es mi hermano. Tal vez necesita hablar conmigo a solas. —
Pero podía ver la duda en su expresión.
—Vamos a casa —le dije—. Y esta noche nos encontraremos con él juntos.
Ella asintió.
Cuando entramos en nuestro ático, Lily, muy embarazada, estaba sentada en el
sofá con Amo y Marcella. Aria se acercó a nuestros hijos y los abrazó con fuerza y
besó sus cabezas. Lily frunció el ceño, con la mirada inquisitiva. No sería yo quien le
dijera a una mujer que tendría un bebé en cualquier momento que su hermano era
miembro de la Camorra, y Aria tampoco parecía muy ansiosa por compartir esa
información.
—¡Mamá, puedo hacer una parada de manos! —dijo Marcella con orgullo.
Amo asintió con entusiasmo.
—Entonces veámoslo —la animé.
Marcella se levantó.
—Tienes que agarrar mis pies, papá.
—Lo haré. —Se acercó y luego cayó hacia adelante. Con su ímpetu habría
seguido de largo, pero la atrapé por los pies.
Aria aplaudió. Levanté a Marcella del suelo por las piernas y comenzó a reírse
cuando la mecí de ida y vuelta. Amo me asaltó.
—¡A mí también!
Bajé a Marcella y agarré a Amo, dejándolo también colgando de cabeza.
Aria se echó a reír, sacudiendo la cabeza.
—Tu cabeza se está poniendo roja, Amo.
Levanté a Amo más alto para poder ver su cara, y él sonrió más ampliamente.
—¡Más alto!
Se lo concedí, pero cuando su cabeza se volvió demasiado roja, lo bajé.
—Ahora vayan a lavarse las manos —dijo Aria, y Marcella y Amo se fueron
corriendo hacia el baño.
—¿Puedes cuidarlos también esta noche? —pregunté.
Liliana miró entre Aria y yo.
—¿Pasó algo?
Aria negó con la cabeza.
—No. Luca y yo solo necesitamos algo de tiempo para nosotros.
—Está bien —dijo Liliana lentamente—. Romero me recoge en treinta
minutos. ¿Podemos llevar a Marcella y Amo a casa con nosotros y traerlos de vuelta
mañana para almorzar?
—Gracias —dijo Aria, abrazando a su hermana.
Eran casi las dos de la mañana cuando subimos a nuestro automóvil y nos
dirigimos hacia el punto de encuentro que Fabiano había mencionado en su nota. Aria
estaba muy callada a mi lado. Alcancé su mano y me dio una sonrisa agradecida.
Parecía resuelta, no devastada como me había temido. Le daba vueltas a un
brazalete en su muñeca izquierda. Era la primera vez que se lo había visto puesto.
Usualmente solo usaba el brazalete que yo le había dado. Estacioné en una calle lateral
y me giré hacia Aria. Ella notó mi mirada en su muñeca.
—Era de mi madre. Quiero dárselo a Fabiano.
—Aria, sé que aún piensas que puedes apelar a su corazón, pero créeme cuando
digo que como Ejecutor de la Camorra, no puede permitirse un corazón blando.
Me dio una sonrisa extraña.
—Estoy rodeada de hombres como él. Son mi familia. Estoy casada con uno.
—Mis dedos se apretaron alrededor del volante—. ¿O estás diciendo que Fabiano ha
terminado peor que tú?
No estaba seguro de lo que Fabiano había hecho o no había hecho, pero yo
había cometido casi cualquier crimen imaginable. Solo había una diferencia entre
la Famiglia y la Camorra, y era el único crimen del que no era culpable de cometer.
—No perdonan a las mujeres, Aria.
Tragó audiblemente.
—Lo sé. Pero tengo que creer que hay algo bueno en él. —Tocó mi pecho
donde estaba mi tatuaje de la Famiglia—. Conseguí llegar hasta ti. Quizás puedo
llegar hasta él.
Si alguien podía hacerlo, entonces era Aria. Después de todo, se había ganado
mi corazón.
Había empezado a nevar cuando salimos del auto. Saqué mi Beretta,
escuchando ruidos sospechosos, pero estaba tranquilo excepto por el sonido del tráfico
en la distancia.
Aria se estremeció.
—No lo mates. Por favor.
No dije nada. No era algo que pudiera prometer. Si él hacía un movimiento
equivocado, lo terminaría antes de que pudiera lastimar a Aria.
—No menciones a Marcella ni a Amo —le advertí.
Frunció el ceño.
—Luca, amo a mi hermano, pero caminaría a través del fuego por mis hijos y
por ti. Jamás pondría en riesgo su seguridad. Hemos luchado tan duro para
mantenerlos en secreto de nuestros enemigos. No pondré eso en la línea por Fabiano
ni por nadie.
No estaba seguro de cuánto tiempo más podríamos mantenerlos en secreto.
Estaban haciéndose mayores. Nos habíamos alejado del público por ellos, y había
amenazado a algunos periodistas que pensaban que podían escribir algo sobre
nosotros. Nada se había hecho público. Dante había hecho lo mismo y
sin Orazio como espía, no sabría nada de sus hijos.
Le di a Aria un asentimiento y le hice un gesto para que siguiera caminando.
Levanté mi arma pero me quedé atrás. Vi a Fabiano cuando doblamos la esquina.
Estaba apoyado contra la pared, viéndose jodidamente relajado.
Sus ojos se centraron en Aria, pero no me notó. Apunté a su cabeza.
—Hola, Fabi —lo saludó Aria y le mostró su nota—. ¿Dijiste que querías
hablar conmigo a solas porque necesitabas mi ayuda?
Se acercó aún más con una jodida mirada en su rostro que no me gustó ni un
poco. Aria lo dejó acercarse mucho más de lo que habíamos acordado. Sin embargo,
la mano con su arma todavía colgaba débilmente a su lado.
Sus ojos se volvieron hacia mí y sonrió cuando me vio.
—Finalmente siendo prudente, Aria —dijo, y hubo un destello de algo en su
rostro que no pude ubicar.
—Sé una o dos cosas sobre la vida de la mafia. —Ella inclinó la cabeza hacia
él—. ¿No estás preocupado por tu vida?
—¿Por qué lo estaría?
Parecía un hombre que hubiera enfrentado a la muerte en muchas ocasiones y
no le temía. No tenía nada que perder, y eso lo convertía en un enemigo peligroso.
Aria se desató el brazalete y se lo tendió.
—Era de madre. Me lo dio poco antes de su muerte. Quiero que lo tengas.
—¿Por qué? —murmuró, mirando el brazalete, luego a Aria.
—Porque quiero que recuerdes.
—¿La familia que me abandonó?
—No, el chico que solías ser y el hombre que aún puedes ser.
Aria era demasiado buena para este mundo incluso después de años como mi
esposa.
—¿Quién dice que quiero recordar? —Se inclinó hacia Aria, su cara demasiado
cerca de la suya, y solté el seguro en mi Beretta. —Fabiano se enderezó—. Quieres
que sea un hombre mejor. ¿Por qué no empiezas con el hombre que está apuntando a
mi cabeza con un arma?
Aria empujó el brazalete contra su pecho y él lo tomó.
—Tal vez un día encontrarás a alguien que te ame a pesar de lo que te hayas
convertido, y te hará querer ser mejor. —Finalmente se alejó—. Adiós, Fabiano. Luca
quiere que sepas que la próxima vez que vengas a Nueva York, lo pagarás con tu vida.
No bajé la pistola cuando Aria se dirigió hacia mí, pero Fabiano no hizo ningún
movimiento para seguirla. Estaba mirando el brazalete. Me recordó a mí mismo
cuando era más joven, antes de Aria. Sin ella, hoy sería un hombre diferente. Tal vez
me habría vuelto como mi padre.
Aria llegó a mi lado y envolví un brazo alrededor de ella antes de guiarla lejos.
Consideré enviar a alguien a matar a Fabiano, pero decidí no hacerlo. La guerra con
la Camorra era lo último que necesitaba en este momento.

Aria guardó silencio durante el camino a casa, y todavía no había dicho nada
cuando entramos en nuestro ático a primera hora de la mañana. Le di el tiempo que
necesitaba para enfrentarse a la realidad. Cuando finalmente nos acomodamos en la
cama, Aria se estiró sobre su espalda, y yo, de costado frente a ella, rompí el silencio.
—¿Estarás bien? No te culpes a ti misma. Fabiano tomó sus decisiones, no tú.
Me preocupaba que Aria hiciera algo loco por su hermano otra vez.
Sus ojos azules lucían solemnes cuando contestó.
—Estoy bien —dijo—. Lo estoy, sinceramente. Fabiano es un hombre adulto.
Es el Ejecutor de la Camorra. No es el niño que conocí. Ya no puedo protegerlo más
y no es mi trabajo. Tú, Marcella y Amo son mis prioridades. Ustedes son los que tengo
que cuidar.
Podía decir que lo decía en serio, pero en el fondo siempre esperaría que
Fabiano se volviera humano otra vez. Tal vez en algún momento tendría razón. Había
ablandado mi corazón cruel; ¿quién era para decir que no pasaría lo mismo con
Fabiano?
Le acaricié la mejilla y sus párpados revolotearon. Se veía tensa y cansada, y
sin embargo jodidamente hermosa.
—Gírate, principessa —ordené, y rodó sobre su estómago sin protestar. Me
arrodillé a su lado en la cama y pasé las manos por su suave piel, masajeando su
tensión. Dejó escapar un suave suspiro, su cuerpo relajándose. Mis ojos se arrastraron
por su espalda hasta su culo perfecto. Apreté los globos redondos, luego mordí
ligeramente la suave carne antes de calmar el escozor con mi lengua. Aria tembló, y
gimió suavemente. Amasé sus nalgas mientras arrastraba besos con la boca abierta
por su espalda.
Le aparté el cabello y mordisqueé ligeramente su cuello a medida que mis
dedos se hundían entre sus pliegues, encontrándola mojada. Volvió la cabeza hacia un
lado, mordiéndose el labio inferior, y entré en ella lentamente. Gimió, cerrando los
ojos de placer. Observé su cara mientras la follaba con mis dedos. Arqueó su culo al
ritmo de mis empujones, conduciendo mis dedos aún más profundo.
Cuando mi polla ya estaba dolorosamente dura, me acomodé sobre ella y
deslicé mi punta, saboreando su calor por un momento antes de llenarla por completo.
Su espalda se arqueó contra mi pecho. Apoyé los codos, la encerré con mi cuerpo y
comencé a empujar en ella lentamente al principio, luego más rápido y más fuerte.
Besé su garganta y después la mordí, marcándola, y sus paredes se cerraron contra mí
a medida que gritaba su liberación. Reduje mis embestidas, esperando que recuperara
el aliento antes de volver a acelerar el ritmo. Teníamos el ático para nosotros esta
noche, así que quería hacerla gritar lo más seguido posible.
Puse mi mano debajo de su cuerpo, frotando su clítoris mientras la embestía
más fuerte. Aria se corrió una vez más, temblando y jadeando, y cuando mi propia
liberación me controló, quedó abrumada de nuevo y se corrió por tercera vez.
Me quedé encima de ella, cuidando sostener la mayor parte de mi peso a
medida que besaba su cuello y garganta, para luego reclamar su boca con un beso.
—Todavía me marcas —dijo con un toque de diversión, rodando sobre su
espalda—. ¿En serio crees que hay alguien por ahí que no sabe que soy tuya?
Acaricié el leve moretón en su garganta.
—Tú eres mía —dije en voz baja—. Y no son ellos a quienes se los recuerdo,
es a mí, porque incluso después de once años a veces todavía me parece imposible
que te tenga, que te ame y que me ames.
Los dedos de Aria se arrastraron hasta mi omóplato con el tatuaje, sus ojos
cálidos y feroces a la vez.
—Iré a donde vayas, sin importar lo oscuro que sea el camino.
Agarré su muñeca con el brazalete que le había dado hace muchos años y la
llevé a mis labios, besándola.
—Incluso en la hora más oscura, tú eres mi luz.

FIN
Extra de Bound by
Vengeance
Epílogo
Cara
Traducido y corregido por LizC

o es mucho —dijo Ryan en voz baja mientras me llevaba a su

—N apartamento. Estaba en Harlem, cerca de un pequeño parque


para que así pudiera pasear con Coco y Bandit allí cuando no
tuviera tiempo de sacarlos a los límites de la ciudad. Había tenido que dejar la mayoría
de sus ahorros en Las Vegas, y había rechazado la oferta de Luca para un avance.
Quería ganar el dinero que usara y yo lo respetaba, incluso lo admiraba. Ryan tendría
que abrirse camino en la Famiglia. Tendría que probarse a sí mismo ante sus
semejantes mafiosos.
Mucha gente todavía desconfiaba de él, y eso no cambiaría pronto. La Camorra
era odiada en esta ciudad. Lo seguí dentro y apreté su mano. Coco y Bandit se
precipitaron con entusiasmo, ladrando y moviendo sus colas. Les di unas palmaditas
en la cabeza mientras Ryan me llevaba a través del pequeño corredor hacia la sala de
estar. No era tan espaciosa como las habitaciones de la casa de mi familia, pero
tampoco era exactamente pequeño. Las únicas piezas de mobiliario fueron un sofá
beige, una mesa de centro y un televisor adjunto a la pared.
—Creo que esto podría necesitar un toque femenino —dije con una pequeña
risa a medida que observaba las paredes desnudas y la falta de decoración en general.
Ryan me miró de forma extraña.
—Pensé que podrías mudarte conmigo.
Tragué. No lo había esperado. Desde que había venido a Nueva York hace tres
semanas, nuestra relación había sido cuidadosa, vacilante. Me había mudado a un
apartamento con mi madre y Talia, mientras intentaba ayudarlas a sanar, y Ryan había
estado ocupado ganándose el respeto y la confianza de Luca y el resto de la Famiglia.
Nos habíamos visto unas cuantas veces para pasear a los perros juntos, pero a
excepción de unos pocos besos, Ryan no había iniciado ninguna cercanía física, ni yo.
Este era un nuevo comienzo para los dos, y necesitábamos tiempo para
encontrarnos y encontrar nuestro camino de nuevo juntos.
—¿Quieres que vivamos juntos?
Ryan miró hacia otro lado, los ojos ámbar reflejando su confusión interna.
—Conozco las reglas de nuestro mundo. Sé que una mujer honorable como tú
no debería vivir con un hombre antes de casarse, y quiero casarme contigo, pero
pensé…
—¿Quieres que nos casemos? —exclamé. Mi corazón latía con furia en mi
pecho.
Se frotó el cuello y luego se encontró con mi mirada.
—Sí. Yo… no se suponía que perdieras tu inocencia antes del matrimonio, y
la gente en la Famiglia podría juzgarte por ello. Pero fue mi culpa. No tenías elección
y quiero hacer las cosas bien.
Toqué su pecho, sintiéndolo subir bajo mis palmas.
—No quiero que nos casemos porque te sientas culpable. Si nos casamos tiene
que ser porque lo queremos.
—Quiero casarme contigo —dijo con voz ronca.
—Y yo quiero casarme contigo —le dije en voz baja—. Pero creo que
deberíamos vivir juntos por un tiempo, y permitir que mi madre y mi hermana se
acostumbren a la idea. Han pasado tantas cosas, creo que todos necesitamos más
tiempo.
Él asintió, luego ahuecó mi mejilla.
—¿Pero te mudarás conmigo?
Miré alrededor.
—Si me das rienda suelta sobre las decoraciones.
Ryan sonrió. La expresión aún no se veía practicada en su cara, pero me
encantó verla.
—Trabajaré duro para que podamos tener algo más grande pronto.
—No me importa eso. Solo quiero que seamos felices, y no necesitamos lujos
para eso.
—Quiero hacerte feliz.
Toqué su mejilla y me puse de puntillas, presionando mis labios contra los
suyos.
—Y yo quiero hacerte feliz. Mereces la felicidad tanto como yo.
No dijo nada, pero todavía había un indicio de duda en sus ojos. Aún pensaba
que no merecía ser feliz, pero le probaría que estaba equivocado.
Profundicé el beso y luego susurré:
—Quiero estar contigo.
Los ojos de Ryan brillaron de deseo, pero vaciló, incluso mientras sus manos
rozaban mis caderas ligeramente.
—Pensé que podrías querer esperar hasta que nos casemos antes de volver a
tener relaciones sexuales.
Me reí y luego sacudí la cabeza.
—No quiero esperar. Quiero hacerte el amor.
Hizo un sonido áspero en su garganta y finalmente sus besos se volvieron más
ansiosos. Me levanto y me llevó hacia su habitación, donde me acostó con cuidado en
la cama. Me desnudó sin prisas, sus ojos absorbiendo cada centímetro.
—También quiero verte —le dije, y observé con reverencia cómo se
desnudaba, revelando tatuajes, cicatrices y músculos.
—Nadie nunca me ha mirado como tú —gruñó a medida que se acomodaba
encima de mí.
—Porque nunca te han visto realmente —dije, luego gemí mientras llevaba su
boca a mi pecho.
Podía ver cómo se obligaba a frenar, a tocarme ligeramente, a mostrarme a
través de sus toques lo que sentía, y disfruté este lado más suave de él.
Cuando finalmente moldeó nuestros cuerpos y comenzó a moverse lentamente,
me incliné hacia delante y besé la cicatriz alrededor de su garganta suavemente. Sus
embestidas vacilaron brevemente, pero luego acunó mi cabeza y bloqueó su mirada
con la mía. No podía esperar para casarme con él, para darle la familia que nunca
tuvo. Por alguna razón esto se sintió como nuestra primera vez porque ambos nos
habíamos reunido libremente, felices, sin reservas… y así era como debía ser.

FIN
Próximo Libro

Born in Blood Mafia Chronicles #7


Sobre la Autora
Cora Reilly es la autora de la serie Born in Blood Mafia, Camorra Chronicles
y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos peligrosamente sexy.
Antes de encontrar su pasión en los libros románticos, fue una autora publicada
tradicionalmente de literatura para adultos jóvenes.
Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así como con el
hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días soñando despierta con
libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje o cocina platos muy picantes de
todo el mundo.
A pesar de su licenciatura en derecho, Cora prefiere hablar de libros a leyes
cualquier día.

Born in Blood Mafia Chronicles:


1. Luca Vitiello
2. Bound by Honor
3. Bound by Duty
4. Bound by Hatred
5. Bound by Temptation
6. Bound by Vengeance
7. Bound by Love
8. Bound by the Past

The Camorra Chronicles:


1. Twisted Loyalties
2. Twisted Emotions
3. Twisted Pride
4. Twisted Bonds
5. Twisted Hearts
6. Próximamente
Créditos
Moderadoras
LizC M.Arte

Traductoras
Akanet Leerlover Naomi Mora
Âmenoire LizC Smile.8
AstraBasha Lyla Yona
Camifl M@r Yoshioka13
Infinity Masi
Kalired MEC

Correctoras
M.Arte Paop
Masi Rasm

Recopilación y revisión final


LizC

Diseño
Genevieve

También podría gustarte