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La conexión entre sexo, brujería y posesiones es toda una constante durante los tristes y oscuros años del siglo

XVII, y es
el origen de esta extraña historia, donde un sacerdote acabó quemado en la hoguera. Sucedió en 1634 en el interior de
un convento de madres Ursulinas ubicado en el pueblo francés de Loudun a 300 kilometros de Paris.

Esta probablemente sea la historia sobre posesión demoníaca colectiva más conocida de la historia pues 17 religiosas,
casi todas muy jóvenes, que llegaban para reforzar la presencia del catolicismo en una población donde los protestantes
hugonotes eran mayoría afirmaron haber sido seducidas por el cura y como consecuencia de estas relaciones quedar
poseídas por el demonio. Aunque el suceso de las monjas endemoniadas de Loudun, es el más famoso caso de posesión
demoníaca colectiva, no es el único, pues unos años antes, en 1610, otro sacerdote francés fue acusado de brujería en
Aix, por haber seducido a todas las monjas de su comunidad, que quedaron poseídas. Por esas fechas, la Inquisición
Española investigó otro caso similar en el convento de San Plácido en Madrid, donde la madre superiora confesó que ella
y veintisiete monjas más, habían mantenido relaciones sexuales con un demonio, llamado Peregrino, y habían quedado
poseídas.

El párroco de la localidad de Loudun, era un joven y atractivo cura, bastante mujeriego y del que se conocía que había
seducido, y probablemente dejado embarazada, a la hija del fiscal del rey. Ésta no era la única de sus conquistas, y su
afición a las mujeres le había creado no pocas enemistades.

El sacerdote llamado Urband Grandier tuvo una seria disputa contra uno de sus enemigos, que era amigo del cardenal
Richelieu. El asunto acabó en juicio en París y Grandier acabó en los calabozos y suspendido de sus tareas eclesiásticas.
Más tarde y gracias a sus influencias, fue restituido en su cargo, aunque a raíz de varios enfrentamientos se ganó el odio
del cardenal Richelieu, primer ministro del rey Luis XIII.

Cuando Grandier llegó a Loudun, el convento se encontraba bajo la dirección de la madre superiora, Juana de los
Ángeles, una mujer poco agraciada e intrigante, que se sintió atraída por el joven párroco. Para acercarse más a él y
poder intimar, le pidió que fuera su director espiritual y el confesor de las diecisiete jóvenes monjas ursulinas de la
comunidad. Urband Grandier rechazó el ofrecimiento, y el puesto de confesor del convento fue dado al canónigo
Mignon, declarado enemigo suyo.

Urband Grandier párroco de Loudun

Acontecimientos sobrenaturales y posesión demoníaca.

En 1631 varias de las hermanas relataron visiones pecaminosas de espíritus malignos (posiblemente inducidas por el
confesor Mignon), sufrieron temblores inexplicables y se negaron a comulgar. Ante estos fenómenos histéricos, Mignon
vio una excelente oportunidad para vengarse de Grandier.

Mignon llamó a otro párroco, para que dictaminara que las jóvenes monjas estaban poseídas. Tras el veredicto de
posesión diabólica, Mignon y otros curas de la localidad, comenzaron los exorcismos, durante los cuales las monjas
empezaron a blasfemar, a sufrir convulsiones. Se retorcían e incitaban sexualmente a los exorcistas, babeaban y
echaban espuma por la boca, gritaban y contaban sueños eróticos y obscenos.

La madre superiora, Juana de los Ángeles, relató a los exorcistas, cómo cada noche dos demonios, Asmodeo y Zabulón,
tomaban posesión de su cuerpo y culpó de ello a Urband Grandier, que le habría dado unas rosas embrujadas. Ante las
amenazas que se cernían contra él, Grandier recurrió al arzobispo de Burdeos, amigo suyo, y consiguió detener los
exorcismos a mediados de marzo de 1663.

Condena por brujería y exorcismos.

Nuevos exorcismos.

La tranquilidad duró poco tiempo para el pobre párroco. Un juez, amigo del cardenal Richelieu, Jean de Laubardemont,
llegó a Loudun y Grandier cometió la torpeza de enfrentarse políticamente a él. Con este pretexto, sus enemigos, con la
ayuda del cardenal Richelieu, consiguieron acusarlo de brujería. Empezaron de nuevo los exorcismos y las monjas
confesaron entre convulsiones, espumarajos y gestos soeces, que una infinidad de demonios las poseían, y todas
acusaron a Grandier de haberlas embrujado.

Diecisiete monjas poseidas por el demonio

La Madre Superiora acusó al párroco de tener cinco “marcas del demonio” en la espalda, en las piernas y en los
testículos. Un médico taladró sin piedad, con un punzón, el cuerpo del sacerdote buscando algún punto indoloro. No hay
que tener mucha imaginación para suponer que no encontró ninguno y que los gritos de dolor fueron desgarradores.

Muerte en la hoguera.

En el verano de 1634, Grandier fue torturado para que confesase su culpa. Literalmente, le trituraron las piernas a
golpes para obtener la confesión. Como la tortura no logró su fin y él seguía proclamando su inocencia, fue declarado
culpable y condenado a morir quemado en la hoguera. El 18 de agosto, en un gesto de “piedad” le prometieron qué si
confesaba, le darían muerte por estrangulamiento antes de ser quemado, para ahorrarle el sufrimiento de las llamas.
Grandier proclamó a gritos que era inocente y murió abrasado. De la densa humareda salieron sus últimas palabras:
“Señor, perdona a mis enemigos.”

Al poco tiempo de la muerte de Grandier, muchos de los que tomaron parte en su condena murieron repentinamente,
como si una maldición hubiera caído sobre ellos, por la injusticia cometida.

Tras la muerte de Urband Grandier, las posesiones y los exorcismos continuaron hasta 1637 con una enorme afluencia
de público. La Madre Superiora era la protagonista del espectáculo y afirmaba que los demonios le habían dejado escrito
en su piel los nombres de Jesús, María y José. Estuvo a punto de morir, pero se curó milagrosamente, según ella por
intercesión de San José. Se hizo famosa por sus estigmas y por su “milagro”. Peregrinó por toda Francia, fue recibida por
la reina y murió en “olor de santidad” en 1665 de una hemiplejía.

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