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Liderazgo - Yo Lo Llamaba Oliver Mi Hermano
Liderazgo - Yo Lo Llamaba Oliver Mi Hermano
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8/1/2020 Liderazgo | Yo lo llamaba Oliver mi hermano
Lo oíamos reír mientras veíamos la televisión o mover los brazos para que la
cama rechinara. Lo escuchábamos toser a medianoche.
-Bien… -respondí al joven alumno-, supongo que podrías decir que era un
vegetal. Yo lo llamaba Oliver, mi hermano. Tú lo habrías querido mucho.
Mi padre los sacó de la habitación, por el corredor, hasta llegar afuera, donde mi
madre se recuperó rápidamente, y así terminó todo.
No había ninguna señal de que algo anduviera mal, pero una tarde mi madre llevó
a Oliver frente a una ventana y lo sostuvo en sus brazos; Oliver miraba
directamente hacia el sol, sin parpadear; en ese momento mi mamá se dio cuenta
de que Oliver era ciego.
Mis padres advirtieron durante los siguientes meses que Oliver no podía alzar la
cabeza ni gatear, caminar o cualquier otra cosa. No sostenía nada en la mano y
no podía hablar. De modo que lo llevaron al hospital Monte Sinaí, en Nueva York.
La única explicación en la que todos concordaban era que el gas que mi madre
inhaló dormida durante el tercer mes de embarazo afectó a Oliver, causándole la
grave condición incurable antes de que naciera.
El doctor dijo que quería dejarles claro que no se podía hacer absolutamente
nada por Oliver. No quería darles falsas esperanzas y les dijo que podrían
mandarlo a un asilo. Pero mis padres respondieron:
Supongo que ese era un consejo sensato. El doctor pensó que Oliver
posiblemente no viviría más de siete años, tal vez ocho.
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8/1/2020 Liderazgo | Yo lo llamaba Oliver mi hermano
Para mí, fue criado en un hogar donde la tragedia se convirtió en felicidad, lo cual
explica en gran medida por qué soy el esposo, padre, escritor y maestro que soy
ahora.
Todo ese tiempo Oliver reía y dormía entre sus sábanas limpias, bajo la ventana,
día tras día.
Y él me respondió:
-No fueron los años, sino que simplemente me preguntaba «¿Podré alimentar
hoy a Oliver?» Y la respuesta siempre era: «Sí puedo».
Alimentar a Oliver toda su vida fue como dar de comer a un niño de ocho meses.
Su cabeza siempre yacía sobre sus almohadas. Si se le acercaba a la boca una
cucharada de comida, él sentía la cuchara, abría la boca, luego la cerraba y
finalmente tragaba.
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Aún puedo oír el sonido del cubierto que tocaba el plato en el silencio de la
estancia.
Cuando tenía veinte años conocí a una joven y nos enamoramos. Tras unos
meses, la invité a cenar para que conociera a mi familia.
Por supuesto que ya le había hablado de mi hermano. Ella respondió que no, que
no quería verlo. Sentí como si me hubiera abofeteado. Sólo dije algo cortés y fui
al comedor.
Poco después conocí a Rosemary, una hermosa joven de cabello y ojos oscuros.
Me preguntó los nombres de mis hermanos y me regaló un ejemplar de «El
principito»; le encantaban los niños.
Pensaba que era maravillosa y la llevé a casa para que conociera a mi familia.
Hubo presentaciones otra vez, charla circunstancial y cena. Luego llegó el
momento de alimentar a Oliver.
Entré a la cocina, tomé el plato, el huevo tibio, los cereales, la leche y el plátano,
y preparé su comida. Después pregunté mansamente a Rosemary si quería subir
para verlo.
Así que le extendí el plato y ella dio de comer a Oliver, una cucharada cada vez.
El poder del impotente. ¿Con qué muchacha se casaría usted? Hoy, Rosemary y
yo tenemos tres hijos.
Christopher De Vink
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8/1/2020 Liderazgo | Yo lo llamaba Oliver mi hermano
Deseo escribir sobre la fe, acerca de cómo se alza la luna sobre nieve fría,
noche tras noche fiel aun cuando mengua desde la plenitud,
transformándose lentamente en esa curva imposible de luz antes de la
oscuridad final. Pero yo mismo no tengo fe, me niego el más mínimo
resquicio. Entonces permitamos que éste, mi pequeño poema, como una luna
nueva, esbelta y apenas abierta, sea la primera plegaria que me abre hacia la
fe.
David Whyte
Anthony Robbins
Gene Egidio
Blaine Lee
Una mujer que tuvo éxito en los negocios y que amasó una pequeña fortuna,
en cierta ocasión se me acercó para preguntarme qué podría hacer ella de
importancia, pues se sentía mal al compararse conmigo, que había dedicado
toda una vida de servicios y compasión a los intocables de la India y los
desposeídos del mundo. Le dije:
-Lo que yo hago, usted no puede hacerlo.
La mujer quedó anonadada. Su intención era genuina, su deseo era real y se
preguntaba porqué era rechazada y continué diciéndole:
-Lo que yo hago no puede hacerlo usted; pero lo que haga usted, no puedo
hacerlo yo. Las necesidades son grandes, y ninguno de nosotros,
incluyéndome a mí misma, podemos hacer grandes cosas, pero sí las
pequeñas, con gran amor, y juntos lograremos algo maravilloso.
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