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REFLEXIONES QUE UN PROFESOR DE VEINTISÉIS AÑOS TIENE DESPUÉS

DE LEER A ZYGMUNT BAUMAN

Vivimos en tiempos de cambio, de terrible cambio y tempestad. Sobre todo si tomamos en


cuenta que la historia de nuestra cultura comenzó con la agricultura y lo establecido marcó
su territorio como indicador de civilización. Por eso, leer a Bauman hablar sobre la
modernidad líquida me remite a pensar en el desarrollo de nuestro mundo, porque todo está
basado en permanecer y dejar una huella. Al menos eso sucedió con muchas generaciones
que nos precedieron: la vida se basó por muchos milenios en el logro, avance y crecimiento,
mientras más duradero, mejor.
Hoy la sociedad no es así ¿en qué momento cambió? La sociedad ha comenzado a
cambiar sus propiedades físicas, ahora se desliza pero ¿fue resultado de nuestra propia cultura
que busca la permanencia o es el nacimiento de una nueva forma de concebir el mundo?

Me identifico
"A través de los jóvenes nos ponemos en contacto con una civilización que nos está
vedada y en ellos vemos la sociedad del mañana, nos asomamos al mundo futuro"
Pedro Arrupe SJ.
Me identifico con la sociedad que describe Bauman porque tengo 26 años y vivo de lleno en
esta sociedad de la rapidez y la comodidad. Además soy profesor porque lo he decidido y
compruebo que Arrupe tiene razón, todavía no conocemos la sociedad del futuro pero en los
jóvenes podemos vislumbrarla. La cuestión es: yo a mi edad no quiero construir una sociedad
como la que actualmente conozco, como me fue enseñada. Por eso me siento parte de una
nueva generación, entiendo la modernidad líquida que se describe. Además confirmo que
gracias a los enormes cambios y avances tecnológicos, muchas acciones de mis alumnos de
15 años, a quienes no adelanto ni una década, me desconciertan. Yo no me siento
comprendido por el paradigma educativo imperante y además no entiendo a mis alumnos.
Concuerdo con el ejemplo de Bauman, sobre la persona que está desesperada porque
no puede enseñar sobre compromiso a sus hijos, él dice seguramente tampoco hay muchas
pruebas de compromiso en las vidas de esos mismos padres y ¡es eso! Las instituciones han
caído todas, ninguna se salva gracias al gran poder de la información. No estoy hablando de
internet solamente: en el caso de la frase de Bauman, es un hecho que nuestra generación la
piensa demasiado antes de establecer un compromiso, son demasiados los divorcios que
conocemos como para engañarnos y pensar que será fácil. Además hemos sido testigos de
cómo nuestros padres empeñaron sus vidas por cumplir con un mandato social y ahora
muchos (no todos) viven la amargura de saberse dentro de un matrimonio que no quieren,
añorando la vida que podrían haber tenido.

Me toca también como profesor


Me identifico cuando se explica que la educación se toma hoy como un producto y no como
un proceso. Existe una presión constante por colgarnos diplomados, reconocimientos y
constancias para hacer nuestro currículum más deseable. Muchas veces me pregunto ¿para
qué? ¿qué sentido tiene el vendernos como lo más actualizado? Entiendo cómo funciona el
mercado, porque es en lo que se ha convertido la educación. Pero además me encuentro frente
a una encrucijada: entiendo este mundo académico-competitivo-laboral pero además he
decidido dedicarme a educar ¿por qué?
Bauman explica que para esta generación la perspectiva de cargar con una
responsabilidad de por vida se desdeña como algo repulsivo y alarmante. También
comprendo este sentimiento ¿por qué entonces dedicarme a un proceso educativo que
seguramente me requerirá una vida entera sin ver resultados? Muchas personas que conozco
no cuestionan esto, son colegas que viven dando clases como un oficio pero que jamás se
involucran con el alumno ni con su proceso ¿para qué? Si se irán en tres años. Al menos eso
dicen. Además cumplen con lo que el autor explica como la negativa a aceptar el
conocimiento establecido, porque cuando quiero explicarles la importancia de formar,
siempre encuentran un ejemplo de coyuntura nacional que confirma su desesperanza: no
puedes confiar en nadie, entonces no has de formar a nadie y así te ahorras una decepción
más.
También me toca en lo más profundo, prefiero a veces olvidarme de los demás,
tenerlos siempre a la mano pero no conmigo para no involucrarme. Cuando Bauman habla
de la memoria y lo hace desde la organización, me queda claro que el paso de la comunidad
al individuo se da porque comenzamos a valorar ser diferentes a todo y a todos. Como estoy
en una gran carrera por ser diferente, no puedo detenerme a observarte ni a hacerte un espacio
en mi vida, porque me estorbas. De hecho, si me parezco a ti, pierdo el juego. Lo comprendo
porque lo vivo y necesito con urgencia ser diferente porque así me lo han enseñado ¿por qué
entonces sigo apostando por la educación?

Y el niño dejó de dar vueltas


“¡Desdichados aquellos con recuerdos persistentes cuando encuentran que las confiables
sendas de ayer al poco tiempo terminan en callejones sin salida o en arenas movedizas, o
cuando descubren que las pautas de conducta convertidas en hábitos que alguna vez
contaban con garantía absoluta comienzan a provocar desastres en lugar del éxito
asegurado!”
Zygmunt Bauman
No comulgo con la idea de Paul Virilio (citado en el texto), sobre que el mundo actual ya no
tiene ningún tipo de estabilidad, está todo el tiempo deslizándose, escurriéndose
silenciosamente. Considero esto una falacia porque el mundo, en su calidad de planeta, poco
ha cambiado desde que el ser humano lo recuerda. A pesar de todos los cataclismos naturales,
no existen cambios tan grandes como los que el mismo humano ha creado, pero sólo para el
ser humano. Ha cambiado la sociedad, no el mundo. Pienso que es el mismo ser humano el
que ya no encuentra qué transformar, que se ha cansado de tratar de detener el tiempo, la
luna, la luz, el mar. Comenzó como un homínido que descubre el fuego y comienza a adaptar
su ambiente. Hoy todo tiene nombre, pertenece a una nación y está sujeto a una ley. Ya todo
parece estar clasificado y tener precio. El hombre ha corrido esta carrera por un largo tramo
pero NADA en el mundo ha cambiado. El sol sigue saliendo, la luna también.
El mundo sigue siendo incomprensible porque dentro de este mundo el ser humano
encuentra su propia vida y como ni ésta puede explicar, el planeta entero sigue siendo un
enigma. El ser humano es el que se siente inestable, como un niño que al dar vueltas sobre
su propio eje observa divertido los cambios en colores y formas que pasan frente a sus ojos.
Naturalmente al terminar de moverse desearía volver a ver el mundo como antes pero no
puede: sus ojos y su sentido del equilibrio están alterados y parece que todo sigue
moviéndose, aunque él ya no quiera seguirlo haciendo. Entonces la experiencia se torna
aterradora, el niño tendrá miedo y deseará que eso termine, para volver a sentirse como antes.
En este ejemplo todos sabrán que el niño provocó su estado y que eventualmente volverá a
mirar al mundo con alegría y tranquilidad. Pero por ahora no puede, experimentó y aunque
el entorno siempre siguió en su mismo lugar, el niño comenzó a dar vueltas sobre su propio
eje, así la humanidad comenzó a transformar el mundo que conoció pero éste no cambió. A
pesar de los grandes inventos para explotar los recursos naturales, la naturaleza sigue su
camino y el hombre no ha podido vencer a la muerte.
Este niño ha dejado de dar vueltas, la civilización se vio a sí misma destrozada por
dos guerras mundiales, por la hambruna y las escandalosas diferencias socioeconómicas que
imperan en el mundo. El dolor y el miedo causan el mismo mareo que siente el niño,
queremos detenernos y ser felices. Añoramos aquella sabiduría de los antiguos, quisiéramos
vivir una vida sencilla pero el mundo es el que ahora parece moverse, porque nuestro
pensamiento sigue alborotado como el sentido del equilibrio de este niño. Ese que se marea
y deja de dar vueltas, así la sociedad se ha asqueado de sí misma y sus ganas de ver al mundo
como algo diferente a lo que siempre ha sido y será.
Somos los hijos de la generación X, los millenials, los que hemos nacido después de
ese desencanto frente al mundo y sus guerras. El miedo de nuestros padres hacia un mundo
que parece dar vueltas, que fue divertido hasta que sintieron náuseas por su propio actuar, es
el mundo que nos quisieron mostrar. Pero nosotros nacimos sin dar vueltas, crecimos
conscientes de las mentiras que todas las instituciones nos mostraban para asegurarse que
cuando creciéramos íbamos a girar como nuestros padres, nos divertiríamos así. No
queremos, porque vemos a su generación llorar y sufrir para que el mundo deje de girar.
Nosotros vemos el mundo después de creer la forma en que las instituciones nos lo quisieron
mostrar y decimos ¡es una mentira! El ejército nos hace ver todo como campos de batalla, la
economía nos dice que somos fuerza de trabajo, el consumo nos dice que somos lo que
poseemos, la iglesia nos dice que somos buenos o malos, la política nos dice que el poder de
uno sobre el otro es la única forma de sobrevivir.
No creemos nada, porque somos hijos de personas que lo creyeron todo y somos
conscientes que nada de eso les trajo la felicidad que tanto añoraban. Aún más, gracias a la
información que obtuvimos por la tecnología, somos más conscientes de las desigualdades y
los abusos que el ser humano ha tenido por el mundo en el que vive. Es de hecho este mundo
el que nos hace observar el absurdo de las instituciones actuales, ya no hay en quién confiar
ni vale la pena apostar la vida por un proyecto. Vale la pena vivir y vivir para ser
profundamente feliz. No por nada somos la generación que comienza a buscar una sociedad
realmente sustentable y ha hecho de ésta su bandera. Nos burlamos del absurdo de una
persona persiguiendo un empleo y usamos el dinero para vivir, no para ser felices. La
felicidad nos la dan todas las cosas que el dinero no puede comprar, no nos importa que para
todo lo demás exista mastercard. O al menos es el ideal.

Pero no todos son así


Aunque los millenials, los que tenemos ideas que revolucionarán el mundo, apostamos por
ser felices, existen muchos otros de nuestra misma generación que no. Aún hay hogares
donde al nacer, a los niños se les pone a dar vueltas para que transformen el mundo a la idea
familiar de felicidad: tecnología, dinero, placer, inmediatez, poder o belleza. Son muchos los
que siguen el camino del consumo que sus padres creyeron y que hoy en forma de mirreyes
pueblan mi Puebla. Normalmente son hijos de personas que no se han cansado de girar, no
han abierto los ojos ni van a hacerlo en muchas generaciones.
Existen otros que son hijos de padres que se cansaron ya de dar vueltas y están tirados
en el suelo, relamiendo sus heridas, pidiendo que la seguridad del ayer vuelva. Estos hijos
viven desesperanzados porque conocen la decepción de tener papás que fueron crédulos y no
son felices, pero que no pueden darles otro camino que el de lamentarse. Algunos padres
todavía ponen a sus hijos a dar vueltas, los elevan y les piden que se superen, que no hagan
lo que ellos hicieron. En el fondo no creen que funcionen, pero cuando los hijos vuelvan a su
casa derrotados por la falta de a)salud b)dinero c)amor (porque es el paquete que todos le
desean a sus hijos), les enseñarán como se vive en un trabajo cualquiera porque así es el
mundo. Ni modo, a resignarse.
También tengo compañeros que son de una raza extraña, pero real y creciente. Los
papás dieron muchas vueltas, se cansaron, se marearon, lloraron y ahora han vuelto a ver el
mundo tal y como es: el sol sale, la luna también y lo hacen para todos. Son papás que no
necesitan mandatos políticos, religiosos ni morales para mostrarle al mundo qué es lo que
pasa. Estos millenials se frustran muy a menudo, porque les toca ver a personas girando sobre
su mismo eje, o mareados y llorando en el suelo, pensando que el mundo es rápido y vigoroso,
o terrible y nauseabundo.
Es por ellos
Esa tercera raza extraña, la de los millenials que hoy nacen hijos de papás que miran al mundo
como es (porque si el sol y la luna salen para todos, todos somos iguales), es la que me ha
puesto loco, de cabeza, me hace despertar por las mañanas y dormir tranquilo por las noches
(porque sé que siguen naciendo personas así). Ellos nacen en lugares desiguales, porque la
gente que cambiará al mundo está naciendo hoy en cualquier lugar. La frustración que viven
al ver un mundo idiotizado sobre sí mismo o desesperanzado hasta la náusea, puede hacer
que ellos se convenzan de ser una anomalía de la naturaleza. No, esa raza de jóvenes que
está naciendo y mira con extrañeza a las instituciones en peligro de extinción, esa que tiene
miedo del futuro porque sabe que no encaja en ninguna descripción de puesto gerencial, ni
le interesa… es esa la que va a transformar al mundo. Es por ellos que me dedico a educar.
Pero ojo, no quiere decir que sólo daré clases por unos cuantos. El entorno educativo
recibe por igual a alumnos que giran sobre sí mismos, a los que viven asqueados y a los que
observan con extrañeza al mundo. Estoy convencido que todos pueden en su vida dejar de
girar, pasar por la náusea y después mirar al mundo como es (el sol y la luna salen para todos
y eso nos hace iguales, no lo olviden). No todos al mismo tiempo, no todos en el mismo
orden, pero quiero más personas así. El primer trabajo es detectar a los alumnos giratorios,
clamando por pertenecer y alcanzar el estrato social que les corresponde, dispuestos a utilizar
a cualquier persona como recurso para seguir dando vueltas. Su signo distintivo es la gran
emotividad que manejan: cualquier cosa que los saque de su ensimismamiento los deprimirá,
hará enojar, extasiar de felicidad o romper en llanto, necesitan vivirlo rápido y volver a las
vueltas: casa, coche, escuela, Facebook, Vine, Snapchat… y la lista sigue.
Los alumnos mareados son más visibles aún, van contra la corriente en todo y son en
esencia indolentes. Rompen las expectativas que se ponen sobre ellos, para cualquier
argumento tienen un contraargumento y al desautorizar lo dicho, siempre quedan como los
realistas. En parte tienen razón, el mundo es horrible cuando dejas de ensimismarte y te das
cuenta cómo la humanidad ha llegado a podrir sus propias estructuras, así ¿cómo creer en la
familia, la escuela, la iglesia o los partidos políticos? Pero ojo, la consciencia del hastío que
provoca el mundo tampoco les alcanza para responder a la pregunta ¿entonces qué se puede
hacer por arreglarlo? Nada, la respuesta es nada como una canción de Zoé que a todos les
queda pero no saben por qué ¡lo olvidaba! Los mareados se vuelven rápidamente seguidores
de una banda, culto o artista de los nuevos, de los de la desesperanza.
Los jóvenes raros, le recuerdo al lector que son los que han comprendido que el sol y
la luna salen por igual, por mucho que el ser humano haya invertido toda una civilización en
prolongar el día, controlar la tierra, la vida y la muerte. Esos jóvenes se les ve conflictuados
frente al mundo, convencidos de no encajar con lo que su familia, amigos y sociedad les
mandan. Escuchan música para inconformes, pero tampoco se vuelven fanáticos.
Comprenden cuál es el juego detrás de la escuela, por eso no se explican por qué si su
intención es educar, se dediquen sólo a aplicar programas de estudio y evaluarlos.
Comprenden qué debería de hacer una iglesia, por eso se indignan con todas las evidencias
que la hacen quedar como una mentirosa. Estos alumnos pasan la prueba más fuerte cuando
terminan la preparatoria, porque saben que en teoría deben escoger lo que más desean, en lo
profundo. Por eso no comprenden cuando la sociedad les obliga a pensar en lo que te va a
dar dinero, una carrera competitiva, una universidad prestigiosa, ellos no entienden la
presión.
Mi trabajo consiste y consistirá toda la vida en eso: que los ensimismados dejen de
girar, que los mareados dejen de ver formas horribles y comiencen a notar el mundo como es
detrás de la náusea que da el detenerse, que los alumnos que observan con extrañeza al mundo
no teman decir lo que piensan, porque son los que lo van a cambiar.

Lo sé porque lo viví
Como diría Platón, nadie dentro de la cueva le creería al iluminado que salió y vio las cosas
como eran. Así dentro de la educación. Sé que como educador me quedaría corto si en un
arranque de modestia (inculcada por el moralismo que impera en mi país) dijera Yo no soy
quién para decirles, pero trato. No estaría haciendo justicia a lo que en la vida me llegó como
regalo y como regalo he de dar. Puedo asegurar que entiendo las experiencias que menciona
Bauman en su texto, como comprendo la analogía del niño que da vueltas, porque lo viví y
no porque me lo contaron.
Sé lo que es vivir en la inmediatez, en el hartazgo y la satisfacción del placer. Sé
también el asco que da conocer la podredumbre de las instituciones y el mundo en su absurda
idea de poder. Pero también sé, lo agradezco, lo que se siente observar al mundo como un
gran entorno donde seres humanos IGUALES cometen el error más grande de todos: pensar
que hay algún factor económico-social-cultural-físico-trascendental, que haga a unos valer
más que otros.
Esta vida líquida, esta modernidad líquida, nos hace transcurrir de un estado al otro
con una velocidad impresionante. A veces me doy cuenta que estoy dando vueltas sobre mí
mismo, imaginándome el mundo como yo quisiera. Luego me desanimo, pero el mejor
momento llega cuando comprendo que a pesar de ensimismarme, siempre podré detenerme
y esperar a que pase el mareo: sólo hasta que tenga la cabeza fresca podré caminar en el
mundo así como es y no como la sociedad lo indica.
Pero no puedo quedarme solo, no puedo morir sin antes explicarle a los demás, a mis
alumnos ensimismados y asqueados, que algo puede cambiar. Pero no quiero mentirles, no
es cuestión de trasformar la sociedad como se transforma al mundo. Eso sería sumergirlos en
la vorágine de pensar que la sociedad ES el mundo. No, quiero explicarles que el sol y la luna
salen por igual para todos, por ello nuestra sociedad da vueltas sobre sí misma, porque no
quiere ver al mundo tal cual es. Pero aún más importante que esto: quiero que los alumnos
que ven el mundo como yo lo veo, se dediquen a cambiarlo. Yo todavía nací en 1989 y creo
que este mundo necesita nacidos en el 2000 (en adelante) para comenzar a verle sentido a la
sociedad que Bauman describe. Recuperando la pregunta que hice al inicio, creo que la
modernidad líquida no debe asustar a nadie, a nadie de la nueva generación que vea al mundo
tal cual es. Ha de asustar a muchos, sobre todo a los que quieren que las instituciones
sobrevivan porque no lo harán. A ellos sí les crecerá la desesperanza porque creen que es el
mundo el que se transforma…
Pero lo que se transforma es la sociedad, no el mundo. A los nuevos, los que vienen
detrás de mí, a ellos se les ocurrirá una forma distinta de ser humano unos con otros. Yo soy
de la avanzada y un día si llego a viejo vislumbraré, como Arrupe, a la sociedad del futuro.
Hoy sólo me puedo dedicar a decirles a los que quieran dejar de ensimismarse, a los que
quieren recuperar la esperanza y a los que ven con extrañeza al mundo: el sol y la luna salen
para todos, eso nos hace (A TODOS) iguales.

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