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Ante este posible encuentro nos encontramos con algunos problemas, la teología
de los manuales omite con frecuencia el hacer la distinción precisa entre el modo propio
de la existencia humana y la simple presencia de las cosas materiales, además se ha
perdido así mismo de vista el acto tan simple del encuentro con Dios.
La humanidad siempre va en busca del sacramento con Dios, desde la Iglesia del
paganismo religioso, en la fase precristiana llegando a la Iglesia de los primogénitos; el
hombre no puede alejarse de Dios, porque Dios no le abandona, es por eso que al
principio del caminar Dios está presente y el que es religioso debe vivir de una manera
eclesial y sacramental. Por eso Israel, es la primera fase de la Iglesia, es el fruto de la
intervención misericordiosa de Dios.
Por lo tanto, como Dios, Cristo es en todo igual al Padre. Pero esto de tal manera
que el mismo es lo que es por el Padre; al recibir todo del Padre, el Hijo se conforma
totalmente a él. El amor humano de Jesús es la traducción humana del amor mismo de
Dios.
Los sacramentos, son una manifestación concreta del acto salvífico celestial de
Cristo, lo que era visible en Él, ha pasado a los sacramentos de la Iglesia. Es entonces
la Iglesia sacramento del Cristo celestial, la esencia de ella es pues la gracia final de
Cristo, Él se hace presente históricamente y visiblemente en toda la Iglesia como
sociedad visible.
Ante esta sociedad visible, existe una función jerárquica, en donde los mismos
fieles son Iglesia, la Iglesia es la presencia visible de esta actividad perfecta de Cristo en
y por su humanidad glorificada, en ella está resguardado el sacramento, es un acto
salvífico personal del mismo Cristo celestial, en forma de manifestación visible de un acto
funcional de la Iglesia, por lo tanto, la validez de un sacramento es pues el equivalente
de su eclesialidad auténtica.