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COMO CONTRAER UN MATRIMONIO INFERNAL

Por: JAY HALEY

Existen numerosos artículos, libros y terapeutas profesionales que ofrecen consejos acerca de cómo
mejorar o salvar matrimonios. Lo que falta es una guía que enseñe a hacer del matrimonio una desgracia. Cabe
admitir que algunas personas disfrutan del matrimonio, pero, ¿qué sucede con las innumerables parejas
casadas que procuran tener un matrimonio desdichado, que se ven obligadas –pues de lo contrario no lo harían
—a discutir tanto y a proporcionarse mutuamente tan poco placer? Resueltas a ser desgraciadas, esas
personas no tienen a quién recurrir en busca de asesoramiento. Con frecuencia se divorcian y vuelven a
casarse una y otra vez. Cada matrimonio es una búsqueda para encontrar uno más horrible que el anterior,
cuando si se hubieran quedado con la primera pareja y hubiesen recibido un poco de enseñanza quizás
habrían encontrado allí, los dos, suficiente desdicha.

Se dice que cualquier persona puede tener un matrimonio feliz y que, en cambio, es uno mismo quien debe
provocar su propio fracaso matrimonial; lo que no es del todo exacto. Muchas personas carecen de la habilidad
necesaria para hacer de su matrimonio un infierno y no comprenden el desarrollo natural del matrimonio lo
suficientemente bien como para aprovecharlo. Aquí presentaremos las oportunidades de desdicha matrimonial
en función de las fases de desarrollo: cómo empezar mal un matrimonio, cómo empeorarlo en los primeros
años, con qué motivo pelear cuando ya no tenemos el pretexto de los niños, y cómo acrecentar la desdicha de
la pareja en la vejez, cuando faltan las energías.

Todas las autoridades convienen en que el matrimonio implica realizar una tarea. Lograr un matrimonio
desgraciado exige un esfuerzo consciente. Sin embargo, si uno empieza mal la tarea, facilita considerablemente
el trabajo. En términos generales, hay dos maneras de iniciar un enlace con el propósito de que el sufrimiento
llegue a ser inevitable: una consiste en casarse por razones equivocadas, y la otra en casarse con quien no
deberíamos. Empezar mal un matrimonio es como echar bien los cimientos de una casa: la infelicidad se integra
a la estructura desde el primer momento.

La más conocida de las razones equivocadas para casarse es la de precipitarse en el matrimonio como
medio de evitar alguna otra cosa. Para salir de una mala situación, se elige una mala compañía que ha de durar
toda la vida. Hay muchas situaciones de las cuales quisiéramos escapar: uno puede casarse para salir de la
pobreza, para no ir más a la escuela, para no tener que ganarse la vida trabajando. La razón errónea más
común para casarse es escapar de la propia familia. Si los padres están constantemente regañando para que
mantengamos limpia la habitación, y evitar así que la suciedad se propague al resto de la casa, o nos obligan a
volver temprano para dormir algunas horas, o nos recuerdan muy a menudo la conveniencia de no abusar del
alcohol y las drogas es natural que no nos queda otro camino que huir de esa opresiva atmósfera. Si tan sólo
pudiésemos lograr encontrar a un joven o un joven con quien casarse y compartir los gastos, además de vivir en
nuestra propia casa, obtendríamos la libertad. Se calcula que la huida del hogar es la causa del 81% de los
matrimonios que acaban siendo un infierno, cuando los cónyuges tienen menos de 21 años. “Por fin libres, por
fin libres”, es el grito de los jóvenes que escapan hacia sus propios hogares con la esperanza de que, a partir de
ese momento, jamás tendrán que limpiar la casa, podrán salir toda la noche, consumir alcohol y drogas hasta
caer postrados y, en general, disfrutar de la liberación.

Por desgracia, cuando la única finalidad del casamiento es escapar de la propia familia, el casamiento
mismo no tiene objeto. No hay ninguna razón para que la pareja casada goce mutuamente el uno del otro si la
elección no se efectuó con ese fin. Incluso una persona de inteligencia limitada puede lograr un matrimonio
infernal si procede así. Cuando no se elige al compañero por razones de compatibilidad, en pocas semanas los
integrantes de la pareja no pueden seguir soportándose más el uno al otro. Empiezan a pelear por cuestiones
como quién debe mantener la casa limpia, quién volvió o no volvió a una hora razonable, y la bebida y la droga
los llevan a la ruina en vez de proporcionarles placer. Una vez estructurada esta situación, la joven pareja
necesita muy poco esfuerzo para alcanzar la desgracia matrimonial. Si están particularmente decididos a
disfrutar de la aflicción, pueden añadir el embarazo como razón para casarse y abandonar la propia familia. Los
progenitores incluso estimularán el casamiento si ven que el futuro bebé hace engordar la silueta de la hija. Al
añadirse un bebé al santuario de la joven pareja se da el toque final: las oportunidades de desdicha aumentan.
El bebé puede empeorar la relación entre los jóvenes consortes que ya estaba mal de buen principio; quizá los
mantenga despiertos de noche aún más que cualquier fiesta y, por lo general, el hijo engendra un furor
reprimido en quienes se encuentran irremisiblemente sujetos por esa criatura a la que deben cuidar. Se montan
interminables altercados con motivo de a quién le toca hacer tal o cual cosa por el bebé, quién debe
entendérselas con los organismos de protección social que intervienen cuando se les acusa de descuidar al
niño, y –por sobre todas las cosas—quién tuvo la culpa de que empezaran por tener al bebé.

COMO ELEGIR MAL A LA OTRA PERSONA

Equivocarse en la elección de la persona con quien uno se casa proporciona un número de ocasiones de
infelicidad casi igual al brindado por el matrimonio que obedece a razones equivocadas. ¿Cómo se logra elegir
consorte de tal manera que el matrimonio resulte un infierno? La respuesta es sencilla, y no exige la aplicación
de complejos tests psicológicos de incompatibilidad. Tampoco es necesario cometer un grave error en la
elección, como el de optar por una persona de raza, religión o clase distintas de las nuestras, si bien estas
elecciones son la raíz de inevitables querellas y, por lo tanto, tienen sus méritos. Fundamentalmente, la elección
de una persona con quien casarse debe cumplir dos requisitos: él o ella han de presentar interesantes
defectos diferentes de los propios, y además hace falta tener el propósito de reformar a esa persona para
librarla de ellos. La pareja clásica, con frecuencia utilizada de modelo en el asesoramiento prematrimonial hacia
la desdicha, consiste en la mujer que se muestra muy responsable, atraída por el hombre cuyos defectos
consisten en ser demasiado irresponsable y despreocupado. Ella admira la confianza de él en sí mismo, su
voluntad de llevar una buena vida y su entretenida compañía. Los defectos de ella siempre han residido en ser
demasiado tímida y responsable y en que no puede entregarse a sus deseos. El hombre la elige por los mismos
criterios, y cuenta con que ella corregirá su tendencia a extralimitarse, porque desea sentar cabeza. Una vez
casados, los consortes se dedicarán sin pérdidas de tiempo a reformar al otro. Ella insistirá en que él busque un
trabajo mejor y de horario más largo, en que no piense tanto en una carrera que le agrade, no beba tanto ni
vaya de reunión en reunión, y en que ahorre dinero. El quizá le pida agritos que deje de contar el dinero, que
disfrute de salir de vez en cuando y no sea tan mortalmente aburrida. Por simple que parezca este esquema,
cualquier pareja –sin necesidad de mayor imaginación—puede emplearlo para atormentarse durante muchos,
muchos años. No se necesita ingenio, sino sólo persistencia.

El mismo programa, pero con inversión del género es igualmente pródigo en oportunidades. La mujer activa
y dominante en su carrera y vida social es atraída por el hombre silencioso y quieto, cuyos defectos consisten
en ser demasiado tímido y no tener confianza en sí mismo. A su vez, el se siente atraído por ella, poseedora de
todo el ánimo que a él le falta y parte del cual espera recibir. Una vez casados, ambos tratan inmediatamente de
reformarse uno al otro. Es evidente que este contrato permite lograr fácilmente la desgracia matrimonial. A ella
le basta calificarlo, a intervalos regulares, de mansa oveja, para que él, sutilmente, la rebaje poniéndola a su
nivel. Al comportarse como una mansa oveja, le da a entender que ella es una mujer insoportablemente
dominadora.

Las variaciones de tal tema son tan conocidas como las palomas para los estudiosos de las aves; sin
embargo, es posible señalar específicamente un caso más común. Este tipo de pareja presenta lo que se
denomina el “Síndrome del Ingeniero”, porque corrientemente se lo observa en las parejas en que el marido
pertenece a la industria de la electrónica. La mujer elige, en esta situación, a un marido cuyos defectos son
opuestos a los que ella tiene. El es lógico, exacto, racional y más bien poco emocional (salvo en circunstancias
extremas, cuando la computadora se avería, y se queda tan desconsolado que es preciso llevarlo al hospital).
Ella es afectuosa, emocional, propensa a deshacerse en lágrimas y tiende a gritar y armar un cisco por
cualquier controversia sobre un tema susceptible de discusión, por ejemplo, su manera de llevar la casa. Desde
luego, él la ha elegido porque busca una persona capaz de expresar una emoción y de estimular así esa
tendencia en él mismo. El resultado es inevitable: al presentarse el desacuerdo, la mujer pierde el control y se
pone histérica. El se retrae, y se dice: “¿Por qué no puede una mujer ser racional y razonable?” Basta un
pequeño esfuerzo por parte de uno u otro para que ella se pase la vida llorando, mientras él está afuera
trabajando en su coche de modelo deportivo, perfeccionando sin cesar algo que ya perfeccionó.

Esta manera de iniciar un matrimonio –casándose por una razón poco válida o eligiendo a la persona que
no corresponde—constituye la manera más simple de asegurar la desgracia matrimonial. Si la pareja ha tenido
un comienzo más oportuno, se necesita más ingenio para llegar a convertirlo en desgraciado.

PROBLEMAS DE LAS RELACIONES ÍNTIMAS Y DE LAS RELACIONES EXTERNAS

Todo matrimonio puede encontrar dos terrenos propios para sacarles el máximo partido: cómo hacer el
amor y cómo pelear. El mejor momento de empezar con los problemas sexuales es en los primeros años del
matrimonio, si se los cultiva bien, pueden continuar durante los próximos años que vendrán (o que no vendrán).
Las variaciones sobre este tema son muchas y la mayoría de las parejas están en condiciones de ejecutar
todas. A veces se oye decir a gente sencilla, poco educada: “Ah, si yo tuviera la educación de ese hombre, haría
a mi mujer tan desgraciada como él hace a la suya”. Ingenuidad. En la tarea de construir la desdicha
matrimonial las ocasiones son iguales para todos. No hay discriminaciones para raza, clase social o inteligencia,
como puede comprobarlo cada uno con sólo caminar por la ciudad y prestar oído a la acción que se desarrolla
en los hogares de los distintos vecindarios. La única diferencia reside en que en los barrios pobres la desgracia
se oye mejor, porque la densidad de población es mayor y las construcciones son más endebles.

El despertar del deseo y su liberación constituyen un complejo proceso fisiológico y psíquico en cuyo
desarrollo cronológico no es difícil interferir. Por lo general, la costumbre aconseja iniciar la actividad sexual en
el momento inoportuno, en el lugar inadecuado, con la frecuencia errónea y en la forma impropia. El novato
elige una de esas equivocaciones. El experto se asegura el éxito ingeniándoselas para utilizar todas en el curso
de un matrimonio. El marido que puede servirnos de modelo a todos siempre querrá hacer el amor con su mujer
cuando no está interesada o se encuentra ocupada en alguna otra cosa, pretenderá hacerlo en la alfombra de la
sala al mediodía, cuando los chicos están a punto de volver de la escuela para comer, o cada tres horas durante
la noche, o en una postura tal que les permita a los dos al mismo tiempo mirar la televisión. Las protestas por
parte de ella provocan furiosas acusaciones de frigidez. La mujer digna de tal esposo esgrimirá técnicas no
menos poderosas. Puede permanecer totalmente indiferente, o bien despertar el deseo masculino y a
continuación perder interés. En otras ocasiones le gritará exigiéndole que continúe la actividad sexual
inmediatamente después del acto, y protestará agriamente si él se ve en dificultades para complacerla. Si se la
acusa de incoherencia, ella podrá aducir que se encuentra antes o después de su período, o durante éste.

Una forma básica para tener problemas sexuales, utilizada por muchas parejas durante años, consiste en
no decir al consorte qué es lo que le gusta y lo que no le gusta, y a continuación acusar a la otra persona por no
proporcionarle placer. Una mujer que sólo puede llegar al orgasmo de una cierta forma debe evitar decírselo al
marido y, durante todo el matrimonio, podrá sentirse frustrada y simular orgasmos. El hombre que prefiere ver a
su esposa desnuda debe apagar cortésmente todas las luces con el fin de no molestarla. Las posibles
variaciones de este sencillo tema de la evitación son claras y van desde evitar las discusiones hasta evitarse el
uno al otro. Si uno de los consortes mira la televisión hasta tarde y el otro se acuesta temprano, esquema
habitual de muchas parejas, cada noche anuncia la evitación sexual.

DISPUTAS

Aparte de los problemas de la intimidad, el problema opuesto a aquéllos, es decir, las dificultades que se
presentan en la relación externa, es esencial para que la pareja tenga un matrimonio infernal. Afortunadamente,
las parejas han aprendido antes a especializarse en disputas y riñas, porque han podido observar durante años
el espectáculo ofrecido por sus progenitores. Sin embargo, cada generación quiere aportar sus propias
contribuciones, de modo que parte considerable del tiempo matrimonial se consagra a desarrollar innovaciones
en este campo. Aquí se describirán, para ayuda del novicio, los procedimientos más habituales.

Las disputas constituyen el instrumento de que se sirve la naturaleza para mantener vivo el matrimonio. La
desgracia matrimonial exige pelear de tal modo que nada cambie y las reyertas puedan reiterarse una y otra
vez. En caso de que llegue a resolverse una dificultad, es necesario encontrar otra que sirva de motivo para
reñir la próxima vez, y la mayoría de las parejas no tienen bastante energía o imaginación como para forjar
continuamente nuevos obstáculos. Entonces lo mejor es dejar sin solución algunos problemas y remachar sobre
ellos durante el tedio matrimonial. Las dos maneras de poner fin a las rencillas de modo tal que vuelvan a
repetirse una y otra vez se encuentran en los extremos opuestos: retraerse y enfurruñarse, o provocar una
escalada de la violencia, de modo que la disputa concluya en forma muy desagradable y molesta, pero sin que
nada quede resuelto.

La forma de exteriorizar incluye disputas que van desde la violencia manifestada como ataque verbal hasta
los enfurruñamientos, silencios y retraimientos. Retraerse es la mejor manera de poner fin a una discusión para
que nada cambie. Si la pareja se sumerge en el silencio cada vez que surge una disputa, terribles cuestiones
pueden ser alimentadas y mantenidas durante años. A veces es todo un problema poner fin al retraimiento de
modo que la pareja pueda volver a reñir. En casos extremos, el enfurruñamiento sólo concluye cuando los
cónyuges deben hablarse porque el niño se rompió una pierna o sobrevino un terremoto. Muchas cuestiones
pueden seguir pendientes durante no menos del 42% de lo que dura el matrimonio. El récord lo posee una
señora que se quejó de la forma en que él dijo “Sí” en la ceremonia de la boda: no volvió a dirigirle nunca más la
palabra.
La violencia es el otro extremo a que una pareja puede recurrir para mantener en marcha las disputas sin
resolver nada. A veces se considera que sólo ciertas personas pueden ser violentas, pero en realidad esto no se
cumple. Incluso parejas que en política son pacifistas y que tratan bondadosamente a los animales pueden
asestarse golpes. Desde luego, golpearse públicamente puede atraer la atención a la comunidad, de modo que
con la violencia hay que ser moderado y cauto. Más vale empezar poco a poco, con un puñetazo al brazo, por
ejemplo, y aumentar gradualmente la gravedad de los golpes, de manera que en cuestión de meses haya
narices aplastadas. Como con toda brutalidad, es importante avanzar poco a poco: se explora cada nivel hasta
que la pareja se acostumbra. Entonces da la impresión de que el siguiente nivel de ataque no es tan alto. La
pareja que adopta este tipo de escalada puede sentirse sinceramente sorprendida si los vecinos se alarman por
la sangre y las fracturas óseas.

Un ejemplo ayudará a comprender. Había una vez un doctor en biología, casado con una licenciada en
matemática, que tenía la costumbre de emborracharse todos los sábados por la noche, junto con su mujer,
hasta terminar los a los golpes. Quienes piensan que la educación puede mitigar la violencia de la gente, sepan
que no hay tal cosa y que, en realidad, un mayor nivel cultural puede ofrecer técnicas que no están al alcance
del proletariado. Es el caso de las personas que tienen experiencia en la enseñanza. El marido puede, por
ejemplo, enseñarle a su esposa a boxear. “Ahí va un gancho de izquierda –le dice—y así es como se tira un
directo de derecha.” También pueden recurrir a sus conocimientos de anatomía para golpearse donde más daño
se puedan infligir sin dejar marcas. En el caso del biólogo y la matemática, ella una vez le pegó a él en los
riñones con un tostador. Desde luego, en tal situación, cada uno inculpa al otro por lo que ocurre. La mujer
decía que su marido era un cordero que con la bebida se convertía en lobo. El sostenía que ella lo provocaba
sin ningún motivo, a lo que ella respondía que los ataques de él eran “totalmente inesperados”. Una vez el
marido se declaró resuelto a abandonar la adicción de golpear a su mujer. Juró que no respondería a ninguna
provocación a la violencia. Aquel sábado ella le dijo algo insultante y él le contestó que deseaba evitar una
disputa. Se fue a otra habitación. Ella lo siguió y continuó gritándole, según contó él. El se retiró al vestíbulo.
Ella lo persiguió. El se metió en el dormitorio y cerró con llave la puerta. Ella golpeó la puerta, aullando.
Finalmente, echó la puerta abajo y lo maldijo. Entonces él la golpeó en forma “totalmente inesperada”.

Esta pareja se encontraba en terapia, y el terapeuta insistió en que un hombre no debe agredir físicamente
a su mujer, cualquiera que sea la provocación. Por lo tanto si el episodio se repetía, la esposa debía llamar a la
policía. Así lo hizo ella, lo que puso fin a la violencia, pero por una razón con la cual nadie contaba. La mujer
llamó a la policía para quejarse de que su marido estaba golpeándola y al rato llegó un joven agente. Dijo, en
tono intrascendente: “Bueno, ¿desea usted presentar una denuncia formal, señora?”. La pareja había esperado
que el agente se sintiera impresionado por un episodio de violencia en ese lujoso vecindario de gente bien
educada. Pero cuando el policía actuó rutinariamente, comprendieron que ya había efectuado, en ese
vecindario, varias visitas por la misma causa, y la pareja se sintió molesta al comprobar que sus peleas no
constituían algo insólito. El marido, que era un esnob, no quiso saber nada de seguir golpeando a su mujer,
para no ser vulgar.

La adicción a las drogas, el alcohol y otras sustancias facilita, si no hace inevitable, la desgracia
matrimonial. Sin embargo, sólo se debe apelar a esos recursos si los consortes son poco hábiles. La
embriaguez habitualmente conduce a la desdicha matrimonial, pero antes de recurrir a esa muletilla, el hombre
y la mujer, si están dotados de una capacidad mediana, deben esforzarse por demostrarla. Todo consorte puede
ejercer una moderada violencia psíquica si realmente se empeña en hacerlo.

Los problemas de relación sexual, disputas, violencias y adicciones constituyen otros tantos dispositivos
que deben emplearse durante toda la vida matrimonial desde el casamiento en plena adolescencia hasta los
golpes lanzados desde la silla de ruedas en la vejez. Sin embargo, las diferentes etapas del matrimonio ofrecen
distintas oportunidades para intensificar la aversión.

LAS FASES INICIALES

Según lo han sostenido con frecuencia los entendidos, la pareja casada debe trabajar por su matrimonio.
Cuando no empieza mal, ambos deben acentuar los esfuerzos. Generalmente, la fase inicial es el momento
oportuno para pelear con motivo de los parientes. Todavía no hay niños disponibles, y para los amoríos aún no
es el tiempo. De modo que, en esa etapa, el recurso esencial para activar problemas consiste en dejar que los
parientes políticos se entrometan en las cosas de la pareja y a continuación pelearse por ese motivo. Pasar las
vacaciones en casa de la familia de ella, o bien pasarlas con los familiares de él, constituye un sólido motivo de
discusión. Desde luego, si los padres le compran una casa o aportan dinero, la joven pareja está obligada a
instalarse cerca y extender al seno del matrimonio las tensiones del marco familiar ampliado. Una productiva
razón de disputa consiste en trabajar con un pariente político. La mujer, por ejemplo, debe insistir en que el
marido tome el trabajo que le ofrece su suegro. A continuación, muchas de las peleas entre ellos pueden girar
en torno de las intrusiones de dicho personaje en el matrimonio. Cualquier motivo de queja que tenga el marido
por su trabajo, ella puede tomarlo como una crítica a su familia, para argüir que no podrían sobrevivir
económicamente si no fuese porque su padre ha salvado al incompetente marido.

El triángulo formado con la suegra puede ser utilizado con todas sus variaciones clásicas, y el marido, si es
sabio, inducirá a su madre a instruir a la esposa sobre cómo debe atenderlo, por ser ella, la suegra, quien
conoce bien ese punto. Recientemente se otorgó un premio, en el “Banquete del Matrimonio Infernal”, a una
madura pareja que durante cuarenta y dos años había logrado discutir acerca de su suegra. Mayores ambos de
sesenta años, crecidos los hijos, y que ya habían abandonado el hogar, marido y mujer no podían vivir juntos
porque la madre de ella, que tenía noventa y dos años, había expulsado al marido de la casa durante una
discusión sostenida doce años atrás. Aquellas parejas temerosas de que el problema de la suegra no perdure, y
de que ellos dos se vean obligados a buscar otro motivo de discusión, deben celebrar esa longevidad de los
progenitores, fenómeno relativamente nuevo, y sentirse confortados por el caso que se acaba de relatar, prueba
de que la disputa por la suegra puede durar toda la vida.

HIJOS

El progreso de un matrimonio se puede entender como una serie de pruebas destinadas a establecer si el
actual consorte promete suficiente desgracia, o si es posible elegir algo mejor, para que ahora corresponda
divorciarse. La llegada de un niño trae nuevas oportunidades a las parejas que están a punto de separarse
porque en el hogar no reina suficiente descontento. Se puede pensar en esto de la siguiente manera: cuando un
hombre y una mujer se conocen, saben que en cualquier momento pueden dejar de verse. Cuando se
comprometen, pueden pensar que si la relación no marcha bien no tienen necesidad de casarse. El día del
casamiento, pueden decirse: “El divorcio es fácil, y si esto no sale como a mí me gusta nos diremos adiós, por
más que a la boda haya concurrido toda esa gente”. Pero con la llegada de un niño la pareja tiene ahora nuevas
responsabilidades que la obligan a mantenerse unida y a sufrir, lo que abre nuevos y maravillosos caminos
hacia la discordia. Existe el peligro, por supuesto, de que un niño pueda mejorar el matrimonio. Sin embargo, lo
más probable es que el nacimiento del retoño proporcione toda una sinfonía de nuevas ocasiones de crearse
dificultades uno al otro. Incluso la cuestión de concebir o no a un hijo, o de conservarlo una vez concebido,
brinda la oportunidad de intensas disputas.

Existen dos formas usuales de lograr la desdicha matrimonial en el instante del nacimiento:
a) La mujer puede ignorar al marido y preocuparse exclusivamente por el vástago que lleva en el
seno. Cuando él vuelve del trabajo a casa y anuncia: “Hoy me ha ocurrido la cosa más importante de mi
vida”, ella puede decir: “Que bien, cariño. ¿Quieres sentir cómo patea el bebé?” Por su parte, el marido
puede actuar como si no hubiera un niño en camino. Cuando la mujer, en su noveno mes del embarazo,
vuelve exhausta del trabajo, el hombre a lo mejor se queja de que ella, simplemente, ya no tiene la casa
arreglada como antes y que está descuidando sus deberes.
b) Mientras la mujer estimula al marido a resentirse por el bebé, él puede acrecentar el infortunio
conyugal en una forma tan común que apenas si es necesario describirla. En ese momento la esposa se
encuentra más vulnerable, porque se siente desgarbada, torpe y poco atractiva. El esposo debe elegir ese
momento para alzar vuelo y entregarse a los placeres de la vida. Puede eclipsarse con otras mujeres, beber
demasiado, huir de la casa cuando la consorte más lo necesita y, en general, compartir la experiencia del
nacimiento no estando allí. Mientras ella da a luz en Filadelfia, él puede estar en parranda en Schenectady.
Estas formas de compartir las fatigas del parto establece la base de la amargura matrimonial para los
próximos años. Muestra cómo puede utilizarse a un bebé, para promover la desgracia en la pareja, antes de
que él mismo sea capaz de hablar o de causar problemas.

Existen tantas maneras de disputar en torno a los niños, que han inspirado un tipo especial de terapia:
terapia infantil; exigiría un índice de doscientas páginas tan sólo compilar los diferentes tipos de querella. En
general se las puede dividir en dos clases: aquellas en que las discordias matrimoniales se expresan en función
de los niños, y aquellas en que se inculpa a los niños por las discordias.

La mayoría de las parejas aprenden fácilmente a utilizar a los niños para exteriorizar conflictos del
matrimonio. Si una mujer le tiene inquina al marido por el aire de superioridad con que la trata por ser mujer,
puede discutir con él sobre el derecho de la hija a ser considerada igual a los hijos varones. Si el marido está
desesperado por el desorden en que la esposa tiene sumido al hogar, puede quejarse a gritos de que la hija no
limpia su habitación. La mujer que desea decirle “imbécil” al marido quizá ponga de relieve la necesidad de
someter al hijo, que tanto se parece a él, a una serie de tests, porque tal vez sea retardado.

Evidentemente, la posibilidad de separación disminuirá a medida que aumente el número de hijos


disponibles a los que se puede inculpar de las desdichas matrimoniales. La pareja sin hijos no cuenta con ese
margen de acción. Por espantoso que sea el matrimonio, una pareja quizá lo atribuya exclusivamente a ese
niño difícil que le crispa los nervios. O bien puede ofrecer la excusa más común del sufrimiento marital:
Debemos sobrevivir a esas disputas y seguir desgraciadamente juntos por esas horrorosas criaturas”.

AMORÍOS

A medida que los niños crecen y se dedican a la escuela, o a su propia búsqueda de la pareja insostenible,
los casados deben encontrar otros recursos. En esa etapa, un amorío suele ser una de las mejores
posibilidades de intensificar la desdicha. Así como una pirámide puede recibir solidez si se construye sobre una
base triangular, también se logra la infelicidad matrimonial si se traza un triángulo con alguna persona que
coopere a un amorío. Pero, en relación con esta perspectiva, descartemos inmediatamente los amoríos que no
perturban un matrimonio; en efecto, muchas parejas se estabilizan gracias a las complicaciones
extramatrimoniales. La supuesta víctima no le reclama nada porque se siente aliviada de que su cónyuge se
entretenga en otro lugar. La amante de rutina o el amorío discreto no dejan margen para la discordia.

El objetivo de alcanzar la amargura matrimonial sólo puede lograrse con una aventura que realmente
provoque aflicción al consorte. Los amoríos configuran un continuo, desde aquellos que causan un mínimo de
amargura hasta los que determinan un intenso sufrimiento. En general, los amoríos se dividen en malignos,
desconcertantes y míticos.
a) Maligno. Es el amorío que se tiene con el mejor amigo o amiga, o, en el caso extremo, con un
pariente del consorte. También es un buen candidato un empleado valioso si así se pone en peligro la
seguridad de la empresa y la estabilidad económica de la familia. La aventura maligna es la que mayor
indignación provoca. El “Premio al Amorío” se otorgó recientemente a una mujer que logró tener aventuras
con cada uno de los mejores amigos del marido, sin excepción. Esto dejó al esposo totalmente aislado de
amistades y cada vez más amargado de la vida. Una variación del amorío maligno consiste en elegir a una
persona que es como el consorte en otro tiempo. Un marido elige aquel momento en que su mujer se siente
más vieja y empieza a desesperarse por la edad para tener una aventura con una bonita muchacha de
veinte años exactamente igual a como era la esposa veinte años atrás. En general, la regla de oro del
amorío maligno es la siguiente: “¿A quién puedo elegir para enfurecer a mi consorte, pero no hasta el punto
del divorcio y la separación, aunque sí lo suficiente para que se decida a desquitarse?” Una vez alcanzado
este objetivo, la pareja ha tomado el buen camino hacia el matrimonio infernal.
b) El amorío desconcertante es el mejor, si uno tiene un consorte demasiado confiado. El plan
consiste en inclinarse al romanticismo con alguien que, por constituir una elección totalmente imprevisible,
desconcierta. Por ejemplo, un hombre casado con una mujer elegante y refinada puede tener una aventura
con una gorda sucia, pegajosa e inculta y jactarse de ella ante las amigas de la esposa. Una dama digna,
seria e intelectual puede optar por una aventura con un hombre de ochenta años o con un motociclista de
dieciséis que es el novio de su hija. El mérito del amorío desconcertante radica en que provoca amargura,
pero también incertidumbre, de modo que el cónyuge vacila, no sabe si recurrir a un hospital psiquiátrico o
desquitarse sin misericordia.
c) El amorío mítico permite obtener la desdicha matrimonial sin tener que someterse a la molestia
de buscar realmente una relación con una tercera persona. Para alcanzar el objetivo basta que uno de los
consortes se convenza de que hay una aventura en curso. Esta convicción es fácil de lograr si se empieza
por comprender el principio fundamental: para despertar sospechas es suficiente recurrir a una conducta
sutil, o rudimentaria si el cónyuge es tonto. Contestar en forma extraña una llamada telefónica, olvidar un
número de teléfono en el mármol de la cocina, demorarse inexplicablemente al volver del trabajo, o no estar
donde se supone que uno debe estar, son otros tantos signos de que quizás haya una aventura cuando en
realidad no la hay. En caso de suscitarse una escena con interrogatorio, la negativa debe ser, por supuesto,
demasiado enfática. Se sabe de casos en que las consecuencias de un amorío mítico han durado años,
corroyendo el matrimonio como el óxido corroe un metal.
LUCHAS MARITALES EN LA VEJEZ

Cuando los niños ya son adultos y uno está demasiado viejo para amoríos, ¿cómo se puede mantener la
desgracia? Así como los jóvenes no creen que los ancianos tengan actividad sexual, tampoco creen en las
reyertas en la vejez. Les bastará echar una mirada a la más cercana comunidad donde conviven parejas de
avanzada edad para darse cuenta de su error y no perder las esperanzas.

Toda pareja casada durante muchos años ha desarrollado tal arsenal propio y ha llegado a discutir tan
habitualmente, que sólo necesita un mínimo de signos y señales para provocar los más amargos sentimientos.
Cuando una pareja ha discutido sobre el mismo tema 1.400.000 veces puede seguir el mismo rumbo tan
fácilmente como un tren sigue el trayecto de las vías.

Muchas parejas de ancianos, sentados uno frente al otro en sillas de rueda, si las fuerzas no les alcanzan
para golpearse, sólo necesitan decir una palabra en código para recordar y experimentar todos los sentimientos
dolorosos del caso, sin necesidad de recurrir a la pelea misma. Todavía poseen sus facultades de recordar e
imaginar, por más que difícilmente les quede la energía necesaria para discutir.

En consecuencia, no se debe considerar la ancianidad como un erial, sino esperarla con confianza en la
certeza de que será posible tener un matrimonio infernal aunque sólo resten fuerzas para los movimientos
mínimos. Las personas de edad pueden tener algo más en perspectiva. Muchas de ellas creen que en la vida
venidera se encontrarán en compañía de sus íntimos y parientes. Esto les permite regocijarse con la
perspectiva de continuar las reyertas inconclusas e inaugurar otras nuevas en el lugar que está más allá del
tiempo.

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