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Sinopsis Informe Nacional sobre Desarrollo Humano 2002 i

Introducción

Al despuntar el nuevo siglo, el objetivo del presente Informe es evaluar el estado del desarrollo
humano en Bolivia. Al mismo tiempo, busca mostrar cómo las opciones para avanzar en este
sentido dependen, en importante medida, de las capacidades políticas de la sociedad y sus
actores.

Para fundamentar esta propuesta se presenta un doble balance. En primer lugar, se evalúa la
situación y las perspectivas socio-económicas del desarrollo humano mostrando, a su vez, las
disimetrías entre ritmos de desarrollo social y de crecimiento económico, así como las
dificultades que hoy enfrenta el país para avanzar de manera articulada en ambos campos. En
segundo lugar, se presenta un balance de las capacidades políticas de algunos de los
principales actores del país, incluyendo instituciones del Estado, sistema de partidos, medios de
comunicación de masas, líderes políticos y sociales, sectores pobres y opinión pública en
general.  

El primer balance se ha alimentado de análisis estadísticos, censales y datos secundarios y el


segundo se ha basado en la realización de entrevistas, grupos focales y una encuesta nacional.
Este doble balance culmina con la elaboración de escenarios prospectivos sobre el desarrollo y
la democracia en Bolivia.

El país ha avanzado en estas dos décadas en varios planos del desarrollo humano y de la
democracia política; es quizás, con todos los límites del caso, una de las democracias menos
frágiles de la región. Sin embargo, existen importantes obstáculos que se deben superar. Los
límites para el desarrollo humano, tal como lo plantea el Informe, marcan hoy un momento de
inflexión y cambio tanto en el sentido del desarrollo como en los contenidos de la democracia.
Esto supone buscar una nueva articulación entre ambos. Bolivia ha empezado a vivir un
momento complejo de cambio en las tendencias estructurales, iniciadas en la década de los 80
y que derivan de la democracia y de la economía de mercado.

La inflexión hace insostenible la idea de una continuidad sin cambio.

 ElInforme plantea que la crisis en curso permite visualizar el alto grado de interdependencia
entre la economía y la política a nivel local, nacional y global. También se infiere de la

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información obtenida de los actores sociales consultados que la confianza política y la dignidad
ciudadana constituyen tanto problemas presentes como condiciones indispensables para
reorientar la economía en aras del desarrollo humano del país. Restituir esta confianza y
dignidad es condición para que la política gane en capacidad constructiva, vale decir, en
capacidad legitimadora y dinamizadora de un estilo de desarrollo capaz de combinar
proactivamente la inserción global con el crecimiento económico interno.

En este contexto, una condición clave para la inflexión es el fortalecimiento de una política que
sea capaz de promover la dignidad y la confianza de los ciudadanos entre ellos y con las
instituciones del Estado. Se trata de una política que busque ampliar y fortalecer los espacios
democráticos de deliberación ciudadana. En dicha deliberación se jugaría la calidad del sistema
de toma de decisiones en democracia, aumentando la capacidad política de los ciudadanos
como actores del desarrollo, tanto en el plano reflexivo como en el de la acción. Es por ello que
este Informe ha enfatizado como idea-fuerza que las capacidades políticas democráticas,
especialmente las que estimulan prácticas deliberativas mediante las cuales la sociedad
construye opciones y acuerdos, promoverán mejor el desarrollo humano del país y
consecuentemente favorecerán una mayor cohesión social y lograrán disminuir la pobreza.

Los planteamientos desarrollados por el IDH 2002 se eslabonan con las principales
preocupaciones y propuestas realizadas en los dos anteriores. El Informe de 1998 planteó un
horizonte estratégico para conjugar com-petitividad auténtica, equidad progresiva y una
institucionalidad legítima y eficiente. Presentó como eje articulador un salto educativo de la
sociedad boliviana, donde la formación en códigos de modernidad pudiera vincularse con las
identidades culturales. El Informe del 2000 planteó que los valores y las aspiraciones de unidad,
respeto a la diversidad y equidad en la diferencia, que los bolivianos manifestaban como suyos,
podían sustentar un desarrollo humano que fuera resultado de compromisos que se
transformasen en acuerdos y resultados.

El presente Informe ha retomado estas ideas e intentado avanzar sobre esta base. Se ha
combinado la necesidad planteada en el Informe de 1998 de conciliar dinamismo económico,
equidad social e institucionalidad, con la necesidad, expresada al final del segundo Informe, de
dar mayor espacio político a las potencialidades deliberativas y a la voluntad de compromiso de
los actores sociales. Esto último implica fortalecer el desarrollo de las capacidades políticas
bolivianas para ir transitando hacia una democracia sólida donde la confianza y el compromiso
de los bolivianos constituyan no sólo un bien en sí mismo, sino también un resorte decisivo para
el desarrollo de todos.

La sinopsis que se presenta a continuación se divide en dos partes: la primera resume los
principales hallazgos y conclusiones del Informe; la segunda propone, desde un balance de
escenarios prospectivos, las bases para la direccionalidad que el país podría asumir hacia el
futuro partiendo del momento actual de crisis e inflexión. Esto no significa que con el Informe se
busque un parámetro definitivo de comprensión del desarrollo de Bolivia, sino más bien apoyar

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el debate en pos de respuestas que fortalezcan la democracia y el desarrollo, a partir y en
función de la gente.

I. Conclusiones
1. Un patrón desequilibrado de desarrollo humano

A pesar de avances en los indicadores de educación y de salud, Bolivia aún se encuentra con
rezagos significativos si se la compara con otros países de América Latina. Además, la rigidez
del crecimiento del PIB per cápita y su desigual distribución han generado un patrón
desequilibrado de desarrollo humano.

Al considerar las últimas dos décadas en el país se observan significativos avances en los
niveles educativos de la población, la reducción de tasas de analfabetismo y el acceso, aunque
segmentado, a algunos servicios sociales básicos. Pese a estos importantes logros, al
compararse con los niveles que ostentan como promedio los países latinoamericanos, es
evidente que Bolivia aún se encuentra en una situación de rezago en muchos aspectos.
Particularmente todavía hay camino por recorrer para mejorar los niveles de esperanza de vida
y mortalidad infantil.

Se debe valorizar los progresos de Bolivia en el mejoramiento de varios indi-cadores sociales,


más aún si se considera que estos logros se han alcanzado sin el correlato del crecimiento
económico. Entre esos progresos figuran los importantes saltos en educación y alfabetización y
el acceso a saneamiento básico, lo que se contrapone al bajísimo incremento del PIB per cápita
a lo largo del último medio siglo.

Una explicación de esta disimetría entre un relativo mayor desarrollo social frente a
rendimientos tan bajos en crecimiento económico, es que los bajos niveles de desarrollo social
de Bolivia en la década de los 50 tuvieron un importante margen ascendente debido a cambios
estructurales. Entre ellos se pueden nombrar cambios demográficos que experimentó el país en
las últimas décadas (pasando de la fuerte primacía rural a la creciente primacía urbana),
políticas sociales relativamente poco "complejas" (vacunaciones masivas, expansión de la
infraestructura educativa, entre otras) y las transformaciones sociales impulsadas por la
Revolución Nacional (reforma educativa y reforma agraria principalmente). Muchos de los
actuales logros sociales son todavía el resultado de tales cambios.

Sin embargo, la rigidez del crecimiento del PIB per cápita en el país, así como la desigual
distribución del mismo, coloca hoy un techo al desarrollo humano. Si bien Bolivia recuperó tasas
positivas de crecimiento económico desde finales de los 80, estos avances no se reflejaron en
reducciones significativas de la pobreza y se mostraron extremadamente frágiles en su
continuidad, tal como lo muestra la actual crisis económica. La pobreza se perpetúa por un

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patrón de modernización en el que la mayoría de la población trabaja en sectores de baja
productividad y alta vulnerabilidad social y por brechas eco-nómicas entre regiones y entre
zonas urbanas y rurales.

Pese a que partir de 1989 se intentó construir un marco conceptual integral que guiara los
esfuerzos del gobierno boliviano para encarar los graves problemas de pobreza e inequidad y
que en 1993, en esa misma dirección, se creó el Ministerio de Desarrollo Humano, la política
social no ha podido todavía contar con un marco de acuerdos e instrumentos básicos que
puedan ser considerados "políticas de Estado" para que no se vea afectada por cambios de
administración. La Estrategia Boliviana de Reducción de Pobreza tiene actualmente el desafío
de constituirse en un primer antecedente de este tipo de política. Igualmente, pese a los
esfuerzos y avances realizados en los diferentes Diálogos Nacionales desde 1997, los acuerdos
políticos y sociales sobre principios básicos que deberían guiar las políticas de reducción de la
pobreza son limitados. Los acuerdos necesitan transformarse en políticas de Estado sostenibles
en el largo plazo. Ello además supone vincular estas políticas con estrategias de desarrollo
económico.

La dificultad para plantear metas y marcos conceptuales integrales se ha traducido en esfuerzos


dispersos y políticas públicas altamente fragmentadas. A pesar de que se han realizado
avances e innovaciones importantes, como la Reforma Educativa y la Participación Popular, la
ausencia de una visión articulada se ha manifestado principalmente en la incapacidad para
pensar la dimensión económica de los problemas sociales. Se mantiene, por lo tanto, una
diferenciación marcada entre política económica y política social. Cabe asimismo mencionar que
la dimensión política del desarrollo constituye una instancia articuladora.

Es muy posible que los logros en indicadores de desarrollo humano puedan verse también
negativamente influenciados por la dificultad de disminuir los niveles de pobreza monetaria de
los bolivianos. Dicho de otra manera, existirían techos importantes para el mejoramiento de los
indicadores sociales y la provisión de servicios públicos debido a dos factores: (i) la importancia
del nivel de ingresos de los hogares como determinante en el mejoramiento de indicadores de
educación y salud y (ii) la dificultad para sostener los niveles de gasto social, financiado en gran
medida por la cooperación externa, ante la ausencia de un mayor crecimiento económico en el
futuro, algo que es además insostenible en el largo plazo.

Para avanzar en la senda del desarrollo humano se debe, entonces, actuar agresivamente
sobre los rezagos y brechas sociales que aún persisten y se debe prestar mayor atención a los
vínculos entre capacidades humanas (educación, mejor salud) y crecimiento económico. Esto
implica intervenir en los factores que dificultan el logro de tasas de crecimiento económico más
elevadas y sostenidas e impiden que sus beneficios lleguen a los más pobres. Aquí se
argumenta a favor de una lógica de promoción del desarrollo humano a partir de la cual las
políticas económicas y sociales se complementen y refuercen mutuamente.

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2. Crecimiento económico y pobreza: Los límites de la NPE (Nueva Política Económica)

Si bien con las reformas económicas de los últimos 15 años se logró recobrar un crecimiento
económico positivo, no se ha logrado disminuir los niveles de pobreza y desigualdad. El escaso
dinamismo y la decreciente productividad de los sectores de la economía donde se concentra la
mayor parte del empleo explican las grandes dificultades para generar un círculo virtuoso que
asocie mayor crecimiento económico con disminución significativa de la pobreza.

El crecimiento limitado del PIB per cápita en los últimos quince años, su escaso impacto en la
reducción de la pobreza y la aguda crisis económica en el año 2001 serían un reflejo de los
obstáculos del patrón de crecimiento que se inició en 1985, y estarían evidenciando un
momento de inflexión. En el Informe se sostiene que es imperioso revertir el círculo vicioso de
un crecimiento precario, incapaz de disminuir sig-nificativamente la pobreza, para ir generando
círculos virtuosos que impriman simultáneamente mayor dinamismo al crecimiento y a la calidad
de la inserción externa, lo que repercutiría positivamente en los niveles de equidad, empleo y
desarrollo humano.

Considerando el retroceso y la inestabilidad de la economía boliviana a inicios de la década de


los 80, el Informe destaca que desde 1987 el PIB per cápita tendió a incrementarse soste-
nidamente y la economía boliviana presentó tasas de inflación decrecientes en un contexto de
déficits públicos controlados. Igualmente, de ser prácticamente inexistentes en 1985, las
exportaciones tradicionales representan aún hoy la mayor parte de las exportaciones bolivianas.
Se ha producido entonces un importante cambio pese a que ellas se encuentran todavía
bastante concentradas en pocos productos de escaso valor agregado.

Sin embargo, pese al retorno al sendero del crecimiento a partir de 1987, dos serios problemas
se plantean acerca de su sostenibilidad: (i) la inversión pública sigue siendo crucial para el
desarrollo del país pero depende en un gran porcentaje de los recursos de la cooperación
internacional; y (ii) la inserción internacional de la economía se traduce en déficits externos
crónicos, por ser fuertemente dependiente de la atracción de capitales externos.

Al mismo tiempo, hay evidencias empíricas que muestran que el crecimiento económico de los
últimos quince años habría generado una mayor concentración del ingreso, y que sólo habría
podido beneficiar marginalmente a los pobres en la medida en que estos han multiplicado su
oferta laboral. Aunque en 1997 prevalecía el mismo nivel de pobreza urbana que en 1985, la
fuerza laboral era un 30% mayor y este incremento se debía al ingreso de más miembros del
hogar al mundo del trabajo.

Por otra parte, la evolución decreciente de la productividad del trabajo en sectores importantes
de la economía (agricultura, industria, transporte y comercio) sugiere la existencia de un círculo

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vicioso que estaría restringiendo tanto el crecimiento económico como la reducción de la
pobreza. En efecto, en la medida en que estos sectores representan, de forma estable, el 50%
de la estructura del valor agregado nacional y generan el ingreso principal del 60% de los
hogares urbanos y del 90% de los hogares rurales, su escaso dinamismo -causa y
consecuencia del deterioro de la productividad laboral- está limitando fuertemente el crecimiento
global de la economía y la reducción de la pobreza en el país. Por otra parte, la crisis económica
de 2000-2001, resultante de la conjunción de una serie de shocks exógenos, de carácter
temporal y permanente, a partir de 1998, parece haber evidenciado las deficiencias
estructurales del aparato productivo nacional. Además, la crisis aún no concluye.

Hay dos aspectos que serán críticos al momento de discutir escenarios para la economía
boliviana: (i) los límites que impone al crecimiento la contradicción inherente al régimen
económico implementado por la Nueva Política Económica (NPE) que no ha podido modificar la
estructura sectorial del crecimiento y que tampoco ha impulsado los sectores de actividad que
tradicionalmente explicaban el crecimiento económico; (ii) las perspectivas alentadoras en el
mediano plazo en cuanto al nuevo rol estratégico del país como centro energético, lo cual
probablemente implica mayores inversiones extranjeras en el sector hidrocarburos y una
situación fiscal relativamente más holgada para el Estado boliviano.

En este contexto, en el mediano plazo, aparecen dos escenarios: el primero apunta a que un
nuevo tipo de crecimiento económico emerja, finalmente, como corolario de las políticas de
ajuste estructural. Dicho crecimiento estaría impulsado principalmente por el boom económico
de las empresas transnacionales y también, aunque sólo en la medida en que sean capaces de
modernizar su aparato productivo y atraer Inversión Extranjera Directa (IED), por los sectores
agrícola y manufacturero "moderno-exportadores". Este escenario, con este nuevo tipo de
crecimiento, tendría poca capacidad de generar empleo y tendería a acentuar aún más la
desigual distribución del ingreso. Es limitada su capacidad para lograr reducciones importantes
en la incidencia de pobreza y mejoras sostenidas en materia de desarrollo humano.

Tomando en cuenta los principios básicos del estilo implementado por la NPE, el segundo
escenario requiere un Estado capaz de actuar en la economía a través de un sistema de
incentivos que favorezca las ganancias de productividad en los sectores tradicionales de la
economía, mientras que, al mismo tiempo, los nuevos sectores dinámicos continúen atrayendo
importantes niveles de IED, generen divisas y mayores recursos fiscales. Se trata, por lo tanto,
de aprovechar las oportunidades creadas por el dinamismo del sector de hidrocarburos para
promover un patrón sistémico de competitividad. En este nuevo contexto, un desarrollo
económico socialmente incluyente, concebido con una visión territorial e integral, aparece como
uno de los ejes decisivos para dinamizar la actividad económica, mejorar la distribución del
ingreso, aumentar su impacto en la reducción de la pobreza y lograr mejoras sostenibles en los
niveles de desarrollo humano.

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3. Las reformas institucionales son fundamentales, pero están incompletas

Las reformas institucionales iniciadas a mediados de los 80 no han logrado fortalecer


plenamente la legitimidad y la eficiencia del Estado y, en alguna medida, han contribuido a la
vulnerabilidad del mismo.

Si bien las transformaciones estatales iniciadas en la crisis de mediados de los 80 (tales como la
reforma a la Constitución, la descentralización administrativa conocida como Participación
Popular y la profunda transformación del sistema de justicia) han generado importantes avances
en el plano institucional y económico, resultan insuficientes para perfilar un nuevo orden estatal
fundado en la legitimidad y la eficiencia que pueda, a su vez, responder a los retos de la
globalización y conjugarlos con un estilo económico que promueva el desarrollo humano.

Se requiere, pues, consolidar y a la vez avanzar en nuevos cambios institucionales que


modernicen y democraticen el funcionamiento del sistema de partidos, el Poder Legislativo y el
Poder Judicial. Este desarrollo institucional no debe reducirse a una mera racionalización formal
del Estado o su adecuación al estilo económico aplicado a partir de 1985. Por el contrario, debe
ser congruente con el escenario de desarrollo incluyente que aquí se plantea. Un nuevo
ordenamiento estatal que sea capaz de articular proactivamente la inserción externa y el
desarrollo nacional, de ampliar el espacio de lo público en que se debaten y deliberan las
opciones de desarrollo y sus aspectos concretos y de incorporarse en la lógica de redes que
demanda la sociedad de la información y el conocimiento.

La evaluación realizada en el Informe sobre tres instituciones básicas de la democracia


boliviana (sistemas de partidos, parlamentario y judicial) muestra una paradójica situación en la
cual el proceso de reforma, si bien ha permitido importantes logros, en alguna medida también
ha contribuido a la fragilidad del sistema político y a la deslegitimación del mismo. Esto permite
inferir que la institucionalización de la democracia en Bolivia no es lineal sino que consta de
avances y retrocesos y que todavía no se ha logrado que las reformas institucionales potencien
la capacidad de representación partidaria, y de participación ciudadana.

Una explicación de este fenómeno es que las reformas buscaron profundizar la capacidad de
representación del sistema político preservando los privilegios patrimoniales de la sociedad po-
lítica. Un problema central para la sociedad política boliviana ha sido encontrar la manera de
profundizar reformas que impugnen el régimen de prebendas en el que tradicionalmente ha
operado la política boliviana. Este sistema de relaciones clientelares, tan arraigado en la historia
política nacional, ha bloqueado tanto la representatividad partidaria como el ejercicio de la
ciudadanía democrática, es decir, la modernización de la política.

El desafío en este momento de inflexión es orientar las reformas hacia la construcción de un

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nuevo orden estatal que amplíe y promueva espacios de representatividad, participación y
deliberación ciudadanas y que sirva de bisagra para conciliar la democracia política con un
desarrollo incluyente. Probablemente esta orientación hacia las reformas permitirá aumentar, a
su vez, la confianza de los distintos sectores de la sociedad civil en las instituciones políticas.
Dicha confianza es fun-damental para que el Estado pueda desempeñar el rol que le
corresponde en la reorientación del desarrollo económico.

4. Los medios de comunicación de masas juegan un rol en la política

Los medios de comunicación de masas, especialmente la televisión, han pasado a jugar un rol
decisivo en la política. Esto está asociado con una creciente influencia de los medios en la
definición de temas de tratamiento público, con un cierto control sobre los actos estatales y con
el fortalecimiento de opciones en la sociedad civil, pero también con una inhibición de la lógica
argumentativa en la disputa política. Este rol también está acompañado por un proceso, no
absoluto, de transnacionalización del mercado y la industria cultural.

Es indudable la creciente influencia de la comunicación masiva, particularmente la televisión, en


el ejercicio de la política. Si, por una parte, la política ha cambiado con la democratización, por
otra, la democracia representativa asumió un nuevo rostro con la irrupción de los medios. Estos
son hoy decisivos en la competencia electoral, la fiscalización pública de la gestión
gubernamental, la merma de la confianza popular en los partidos y la incursión de actores
sociales en el escenario mediático con demandas étnico-culturales de fuerte contenido de
identidad.  

Por otra parte, la industria mediática ha tendido, como en casi todo el mundo, a la privatización,
concentración y transnacionalización de su propiedad. La comunicación social ha incorporado,
en su dinámica institucional, nuevas pautas de relación entre periodistas y políticos,
empresarios mediáticos y actores políticos. Con el protagonismo de los medios, se ha
agudizado la personalización de la representación política y modificado la retórica del discurso
político. De esta forma, tal como se analiza en el Informe, se inhibe la lógica argumentativa en la
disputa política y electoral y en el tratamiento de los asuntos de interés general. Por otra parte,
se ha ampliado la incidencia de los medios en la política, puesto que, además de ser el
escenario donde se construye la verosimilitud del hecho político, los medios de comunicación de
masas se han constituido en actores que definen la agenda de los temas susceptibles de
tratamiento público. Algunos de sus operadores se convirtieron en líderes de opinión, en
candidatos o incluso en autoridades.

Los medios de comunicación de masas en Bolivia conforman un sistema heterogéneo y


segmentado. Por un lado, están las redes privadas que responden a intereses de grupos
empresariales o líderes políticos cuya influencia es decisiva en la gestión política. Por otro lado,

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existe la red estatal que responde a los designios gubernamentales, aunque con menor
influencia en la opinión pública. Finalmente destaca el amplio conjunto de medios de propiedad,
en buena medida de la Iglesia Católica, cuya labor no está sometida a intereses empresariales
privados o partidistas y dispone de gran legitimidad ante la ciudadanía.

 La paradoja radica en que, por un lado, los medios responden a la lógica de mercado, de
reordenamiento de la propiedad sobre los mismos y a los intereses del poder político y, por otro,
favorecen el control sobre los actos gubernamentales y fortalecen la autonomía de la sociedad
civil mediante la creación de múltiples esferas públicas y la formación de opinión ciudadana
sobre los asuntos políticos. Esta es una complejidad cultural que es necesario asumir.

Pese a los riesgos de concentración y privatización de los medios, la propia lógica de la


competencia permite diversificar las voces en el espacio público-mediático.

También concurre en ello la existencia de estaciones radiales y televisivas de carácter local que
representan espacios idóneos para forjar prácticas deliberativas sobre temas de interés general.
Debido a su escala y flexibilidad permiten un diálogo ciudadano donde distintos actores locales
pueden argumentar y debatir intereses y aspiraciones. Es preciso fortalecer esta lógica de
descentralización en la formación de la opinión pública, dado que compensa el centralismo
noticioso en las redes nacionales que seleccionan los temas de la agenda política.

Existe una relación ambivalente entre la lógica de los medios de comunicación y la expansión
de la democracia deliberativa y, por lo tanto, es necesario procurar mayor sinergia. La labor de
los medios es fundamental en la esfera pública; por tanto, el espacio mediático, desde la
perspectiva del desarrollo humano, además de informar, entretener y educar, debe convertirse
en un espejo de la diversidad étnico-cultural de la sociedad y en un espacio de encuentro entre
sujetos diferentes para forjar una comunidad de pertenencia y un destino compartido. Esta
necesidad es similar a las demandas que apuntan a la diversificación del sistema de
representación política mediante la ampliación de la representación partidista. En la medida en
que la diversidad de actores sociales no estén representados en el sistema político ni en el
espacio mediático, su irrupción en la arena política asumirá características de impugnación al
régimen democrático y eliminará las posibilidades de una construcción de la voluntad política
basada en el reconocimiento del otro que es la condición fundamental para una deliberación
democrática. Sin embargo, esto no debe entenderse como el mero fortalecimiento de la
participación social, sino también como el fortalecimiento del sistema de partidos y del propio
régimen institucional. En realidad, en la sinergia de estos elementos descansa la potencialidad
de una genuina renovación democrática en Bolivia.

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5. Desencuentros y encuentros ante la crisis

Los líderes políticos y sociales, por un lado, coinciden en que hay un agotamiento de los
procesos de reforma, reflejado en una crisis de confianza y en los limitados resultados en
crecimiento económico y en integración social; por otro lado, éstos divergen en cuanto a su
respuesta a esta problemática. Existen, empero, potencialidades para un nuevo consenso
nacional.

Los líderes políticos y sociales bolivianos perciben a la vez una situación de agotamiento y de
cambio ante los procesos de reforma iniciados en 1982. Plantean que tal situación estaría
asociada a la crisis de confianza entre partidos y con la sociedad, y a los pobres resultados de
las políticas económicas y su impacto social. Si bien varios reconocen avances políticos,
sociales y culturales de los distintos procesos y sus momentos, advierten sus deudas
pendientes y limitaciones en cuanto a desarrollo institucional, justicia, integración social y, muy
especialmente, en relación con la incapacidad del Estado para alimentar a la sociedad con una
visión de futuro. Tales percepciones son compartidas por los líderes sociales, pero adquieren
valoraciones distintas según sean los condicionamientos por distintos intereses económicos,
étnico-culturales, regionales, corporativos e ideológicos de tales liderazgos.

Las orientaciones de los líderes políticos van desde un incremento de la capacidad de gestión
del cambio con una nueva integración entre lo económico y lo político, hasta la búsqueda de
nuevas autonomías regionales y nuevos pactos socio-políticos. Las orientaciones de los líderes
sociales, por su parte, giran mayoritariamente en torno a una revitalización del comunitarismo,
pero con fuertes diferencias que plantean desde el rediseño de la democracia liberal en base a
valores y prácticas andinas o amazónicas, hasta orientaciones más radicales.

Frente a la dialéctica entre continuidad y cambio, los líderes de los partidos perciben, desde sus
distintos intereses y matices, que es posible una transformación dentro del "modelo", mientras
que los líderes sociales tienden a plantear una crítica más radical. Dadas las fuertes diferencias
en las visiones sobre el cambio, la crisis económica, la confianza y las protestas, y en las
propuestas para el futuro político y económico del país, cualquier salida políticamente sólida
requiere acuerdos. Ellos podrían girar en torno a resultados concretos e implicar procesos
participativos y de control social amplios, transparentes y públicos. Aun más, si el país desea
avanzar necesita desbloquear los intereses particularistas y plantear metas compartidas de
interés nacional.

Es fundamental reconstruir las relaciones de confianza entre los partidos y entre éstos y los
líderes sociales. Desde el enfoque del desarrollo humano éste no es sólo un requisito
procedimental o institucional, sino también la base de una cultura política de igualdad
democrática y dignidad ciudadana. La confianza necesita constituirse en función de valores,
demandas y prácticas de la vida cotidiana de los bolivianos. De allí que la ampliación de
espacios deliberativos es medio y fin, principio de legitimidad y proceso del aprendizaje político

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institucional.

Los líderes políticos de los tres partidos mayoritarios coinciden en que la crisis puede resolverse
mediante cambios en el sistema de partidos, mientras los líderes de partidos minoritarios
muestran mayor apertura hacia lo social, e incluso postulan pactos político-sociales de
gobernabilidad. Esto último es compartido por los líderes sociales, si bien los más radicalizados
no ven posibilidades de pactos sociopolíticos con los partidos.

En general, los líderes partidarios alientan una renovación democratizadora en la estructura de


sus mismos partidos y una mayor apertura hacia la sociedad. Este cambio en las orientaciones
ya ha comenzado a incidir en la dinámica política. Pero mientras en los liderazgos políticos son
preocupaciones prioritarias la economía y la política económica, los líderes sociales, en cambio,
privilegian las demandas sociales. En la óptica del desarrollo humano parece fundamental no
sólo integrar ambos discursos, sino hacer que el tema de unos penetre en la reflexión de los
otros, sin olvidar que el sentido último del desarrollo económico es el desarrollo de las
capacidades de las personas, las comunidades y las sociedades.

Las orientaciones comunitaristas en los liderazgos sociales plantean desafíos claves para el
desarrollo humano. Históricamente, estas orientaciones han constituido formas de oposición y
crítica a las relaciones de poder de Bolivia y han oscilado entre el privilegio de la reproducción
organizacional comunitaria y posiciones comunitaristas radicales. Las nuevas orientaciones
comunitarias presentes, aunque con distinta intensidad en el conjunto de los líderes sociales,
fluctúan entre una defensa de la organización comunitaria en una sociedad pluralista y una
sobrevaloración de la identidad indígena que discrimina a quien no integra dicha identidad. Lo
nuevo de dichas orientaciones es que se asocian al rechazo y/o a la crítica de las fuerzas
económicas y políticas de la globalización. Parte del liderazgo social defiende sus intereses
legítimos y busca reposicionarse en las nuevas condiciones nacionales e internacionales. Pero
otra parte tiende a encerrarse en un comunitarismo agresivo y absolutista. Ambas posturas,
aunque divergentes, reaccionan a una modernización que no incluyó ni incorporó
suficientemente a las masas indígenas en el desarrollo tecnoeconómico ni en las decisiones
políticas.

El riesgo de estas orientaciones para el futuro de la democracia es que devengan movimientos


excluyentes "desde abajo", donde la autoafirmación de la identidad propia lleve a una violenta
negación del otro. La exclusión política, económica, social y cultural a la que han sido
endémicamente sometidos estos actores podría así internalizarse reactivamente, convirtiéndose
en confrontación dura entre estos grupos y el Estado y el resto de la sociedad.

Según el estudio, las mujeres están presentes en forma mayoritaria cuando se trata de pobreza
y trabajo pero están prácticamente ausentes cuando se trata de poder y esferas de decisión.
Esa es la principal conclusión del Informe respecto de la problemática de género en su relación

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con la democracia y la política. Como lo han demostrado diversos estudios, la participación de
las mujeres en Bolivia en relación con la de los hombres en las esferas de decisión política es
estadísticamente insignificante. Ellas están ausentes tanto de las esferas de decisión
gubernamental como de las partidarias y sociales. El ámbito de la política continúa siendo
masculino, lo que no puede ser atribuido solamente al hecho de una presencia mayoritaria de
hombres en él; se trata, ante todo, de un problema de poder cultural.

En un contexto general, el tema del gas aparece ante los líderes a la vez como una oportunidad
y como una amenaza. Oportunidad, por el acceso a nuevos recursos que podrán invertirse en
promoción social y desarrollo de las comunidades. Amenaza, porque los recursos que la
explotación del gas deje al país puedan traducirse en nuevas prebendas o en beneficios de
grupos económicos particulares, agravando así la brecha social o la desconfianza de la gente
hacia los líderes políticos. Justamente por ello es que el tema del gas debe abrirse al debate y a
la deliberación ciudadana con el fin de potenciar el desarrollo humano.

Finalmente, dadas las tensiones entre los líderes sociales y los políticos, hoy es necesario
encontrar una nueva síntesis entre economía, política y sociedad que gire en torno al interés por
lo público. Ella puede construirse desde la política, a partir de procesos deliberativos donde las
distintas orientaciones puedan discutir sus opciones con equidad en el habla, y cuyo resultado
sean pactos y acuerdos que promuevan el desarrollo humano.

6. Percepciones y orientaciones de los pobres: en busca de la confianza y la dignidad perdidas

Los pobres sienten y viven un proceso de deterioro político, económico y social y reaccionan
frente a esto de distintas maneras, desde el fatalismo o el individualismo hasta la voluntad de
participación, pero a todos los une una fuerte demanda de dignidad.

El desarrollo humano no sólo aspira a reducir los niveles de pobreza, sino que busca promover
el protagonismo de los propios pobres en los procesos que los lleven a desarrollar capacidades
y posibilidades para realizar sus proyectos de vida. Superar la pobreza no es sólo cuestión de
recursos económicos o productivos; es también cuestión de respeto cultural y de auténtico
ejercicio de ciudadanía. Ser pobre, para los pobres en Bolivia, no significa sólo carecer de
recursos económicos, sino no poseer comunidad. Se podría decir que pobre, en la Bolivia
democrática, es el que no tiene ciudadanía. Por lo mismo, es necesario considerar la
subjetividad cotidiana de los pobres, conocer sus percepciones y orientaciones, ver cómo se
ven a sí mismos, al resto de la sociedad y al poder político, y cómo valoran los factores
institucionales y sociales que inciden en su situación. El enfoque privilegia el nivel local y el
sectorial, la pequeña política cotidiana, pues es allí donde anidan las grandes limitaciones de la
democracia y el desarrollo en Bolivia. No son pocos los testimonios que recogió el Informe sobre

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este tema.

Los pobres, desde su subjetividad, sienten y viven intensamente un proceso de deterioro


político, económico y social, y reaccionan frente a él de distintas maneras que van desde el
fatalismo o individualismo, hasta la voluntad de participación y deliberación. Hay claramente una
demanda instalada de ciudadanía articulada sobre todo alrededor de la búsqueda de dignidad.
La gente pobre quiere ser respetada en todos los planos de su vida cotidiana. La exigencia de
dignidad es, pues, tanto una condición de la ciudadanía como una tarea de la política. Sólo una
ciudadanía activa, impulsada por la demanda de dignidad, permitirá a los sectores excluidos
transformarse en actores centrales del desarrollo humano definiendo políticas y estrategias,
pero sobre todo devolviendo la dignidad a aquellos que les fue arrebatada o que nunca lograron
tenerla.

La pobreza, vista por los propios pobres, asume un carácter multidimensional. Se la vincula con
falta de ingresos y de empleo estable, poca educación, alimentación inadecuada, la migración o
el abandono de la comunidad, pero también con características menos corrientes como el abuso
o el engaño por parte de las autoridades, la desunión en la comunidad o el desconocimiento de
derechos. Los pobres son pragmáticos: sólo creen en resultados. Estos múltiples factores no se
presentan aislados, sino están estrechamente vinculados unos con otros, formando un tejido
complejo de percepción que articula distintas dimensiones a la vez. Analíticamente, se
separarán distintos planos de percepción para profundizar el enfoque, pero no se debe olvidar
que sólo en la complejidad articulada de los diferentes factores es que se comprenderá el
conjunto de la problemática.

También es multidimensional la crítica de los pobres a la política. Por una parte, la política y los
políticos son percibidos como incapaces de solucionar los problemas de la gente y de liderar el
desarrollo del país. Igualmente, se critica a la política como un sistema conspirativo de lucha
interna y corrupto, que no permite acuerdos ni direccionalidad clara. También es reiterada la
crítica al patrimonialismo cerrado que no deja participar a otros actores en la escena política.
Muy relacionada con esta tendencia está la crítica al hecho de que los políticos no conocen la
realidad ni la pobreza de la gente. Además, se tiene una fuerte percepción de promesas
incumplidas, vale decir, de contenidos en las campañas electorales que nunca se cumplen
luego en el espacio concreto de la vida cotidiana. Para los pobres urbanos, la política es
principalmente una forma de empleo y, en menor medida, un mecanismo de representación o
procesamiento de demandas.

Con relación al Estado, las opiniones expresadas por los pobres pueden agruparse en aquéllas
que valoran y reconocen los esfuerzos de ampliación de la oferta de servicios sociales
realizados en los últimos años y aquellas que enfatizan el carácter excluyente de muchos de
estos esfuerzos. Sin embargo, incluso en los casos con percepción positiva, hay un fuerte
énfasis en la demanda de acciones que resuelvan los problemas de carácter productivo y
económico que enfrentan estas familias. Al mismo tiempo, hay una crítica al tipo de proyectos

13
que impulsan las autoridades que no corresponden a las expectativas de las poblaciones.

Con relación a la demanda de dignidad, el sentimiento de falta de respeto en la vida cotidiana


por parte de los funcionarios públicos es generalizado entre los pobres. Existe una clara
sensación de frustración ante los sistemas de representación, lo que explica el permanente
reclamo de que los líderes emerjan directamente de la comunidad. En el caso de las mujeres,
esta falta de dignidad se percibe como desfase entre su alta responsabilidad en la reproducción
básica de la sociedad y su baja representación e ingerencia en la política pública. Sienten, en
general, su dignidad doblemente avasallada: cuando son humilladas en sus protestas y en las
agudas disimetrías que padecen en las relaciones de poder en todos los niveles.

Con relación a las orientaciones para la acción, existe una preferencia por invo-lucrarse en los
espacios locales, donde se quiere participar en el control de lo público, y sólo se lo puede hacer
desde la participación de la comunidad. La gente desea saber qué sucede con el dinero en el
nivel local, cómo se administra lo público y cómo se puede colaborar para mejorar las cosas,
pero quiere tener certeza de que lo que va a hacer tendrá beneficios y estará directamente
vinculado con sus necesidades.

El trabajo con grupos focales ha permitido reconocer y distinguir cuatro opciones entre los
pobres. La primera es la opción estatista, vale decir, la idea de que son el Estado y la nueva
tecnocracia estatal quienes deben solucionar los problemas. En esta opción, los pobres se ven
como beneficiarios pasivos. La segunda es la fatalista que revela tanto la renuncia a la acción
colectiva como a la solución estatista (resignación de tipo religioso, refugio cerrado en la
comunidad y ausencia de visión de futuro). La tercera es la individualista, que no reclama
intervención del Estado para la solución de los problemas y descansa en la alta capacidad de la
acción individual, sin considerar proyectos colectivos. Y la cuarta opción es la comunitarista, que
exige una alta capacidad de acción colectiva, con una intensa participación de la comunidad.

En este ámbito posiblemente una salida deliberativa, que construya un espacio público donde
las distintas personas puedan dialogar y donde los derechos ciudadanos sean igualitarios para
todos los miembros de la comunidad política, permitirá restituir la confianza de los pobres en la
política e infundir en ellos un sentimiento de dignidad recuperada y comprometerlos a participar
como actores en el logro de mayor desarrollo humano. Un espacio donde la palabra de cada
persona tenga el mismo valor y el otro sea considerado como igual. Es decir, una comunidad
política.

7. Las capacidades políticas pueden impulsar el desarrollo y la democracia

En Bolivia existen importantes capacidades políticas que pueden impulsar el desarrollo y la


democracia, pero están distribuidas en la población de una manera dispersa. Sin embargo, a

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través de procesos deliberativos públicos y con metas orientadas hacia un bien común, ellas
pueden sustentar el desarrollo humano.

La información revelada permite plantear que en Bolivia existen distintas capacidades políticas
que, orientadas hacia un objetivo de bien común, pueden sustentar el desarrollo humano. Existe
capital social, compromiso con el país, una relativa confianza institucional y, finalmente, una
importante proporción de gente que tiene una actitud comprometida con el cambio y disposición
a la deliberación. Evaluando en su conjunto estas capacidades políticas, solamente un 5.6% de
los bolivianos no tiene ninguna; la mayoría (80.2%) tiene entre una y tres de estas capacidades,
mientras que 14.2% reúne cuatro o más de ellas.

Sin embargo, la heterogeneidad del país en términos socioeconómicos y socio-culturales y los


resultados de la encuesta indican que si bien estas capacidades políticas son muy importantes,
ellas están dispersas entre grupos socioeconómicos y socioculturales, entre diferentes áreas y
regiones y entre distintas generaciones. Incluso varias de estas capacidades a veces se
bloquean entre sí.

El procesamiento de la encuesta permite distinguir claras tendencias contrastantes en las


orientaciones de la población boliviana que, además, se agudizan en el actual momento de
crisis. Entre ellas destaca el escaso compromiso con la situación del país de los grupos
socioeconómicos más beneficiados y la disociación que hacen entre su prosperidad individual y
la visión de la crisis general. En contraste, existe un compromiso de las clases más
desfavorecidas, que tienden a vincular directamente su futuro con el del país y que, por lo
mismo y a pesar de todas las adversidades que enfrentan, aún creen en él. Tal contraste es una
barrera que impide promover la idea de un desarrollo nacional compartido. Da la impresión de
que cualquier política que persiga la integración nacional y la cohesión social tendrá que buscar,
antes que nada, encuentros entre los que tienen diferentes apreciaciones para construir, a
través del diálogo, la idea de una Bolivia posible.

El desarrollo humano requiere conjugar altos niveles de capital social, confianza institucional,
disposición a deliberar y bajos niveles de fatalismo. Sin embargo, estas capacidades políticas
son muy heterogéneas en la sociedad boliviana. Así, en el mundo rural es importante el capital
social pero relativamente débil el nivel de confianza institucional. El fatalismo es más fuerte
entre las personas con bajos niveles educativos en las áreas rurales y en grupos etarios que
superan los 55 años.

El oriente boliviano y sus zonas rurales son las que mejor integran la ecuación, mientras que en
las ciudades el capital social de la gente y sus niveles de confianza institucional tienden a
disminuir, aunque, por otra parte, en ellas es menor el nivel de fatalismo y mayor la disposición
a la deliberación (probablemente porque su población cuenta con mayor acceso a servicios, a
educación, a comunicación y a información). A mayor nivel educativo, menor es el fatalismo y
mayor la disposición a la deliberación. A menor nivel educativo, mayor es el capital social y el

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compromiso con el país. Donde existe compromiso con el país en general no existe disposición
a la deliberación y viceversa, tendencia que cruza a distintos grupos socioeconómicos, niveles
educativos, regiones, generaciones y géneros.

Tal heterogeneidad reclama a la política hacer una diferenciación de enfoque y énfasis según
las debilidades y fortalezas en cada grupo. Esto implica que la política debe adecuarse a las
especificidades locales sin perder de vista una visión nacional de desarrollo de capacidades
políticas. Una vez más, el todo no es igual a la suma de las partes.

Desde la perspectiva del desarrollo humano resulta crucial dotar de capacidades de acción a los
grupos más pobres y excluidos. En este sentido, el manejo de códigos de modernidad, como es
una educación moderna que acompañe los cambios en el mundo rural, podría constituir un
importante impulso para revertir el estigma del fatalismo y conjugar el compromiso con el país
con mayor disposición a participar en espacios de deliberación y compromiso.

Existe, a su vez, una relación sinérgica entre la equidad y la disposición a deliberar donde
ambas se alimentan recíprocamente. Por un lado, mientras las personas se sientan
discriminadas, excluidas o víctimas de la inequidad social y económica, su capacidad delibera-
tiva será menor. En ese sentido, factores de exclusión sociocultural, socioeconómica,
generacional o de género, así como una falta de credibilidad de la gente en las instituciones en
tanto genuinas garantes de la equidad en los procesos deliberativos, constituyen enormes
barreras para la deliberación como potencial de transformación política. Pero, por otro lado,
cuanto más se comprometan los pobres en instancias deliberativas, mayor equidad habrá en las
acciones y decisiones que surjan de dichas instancias. Esto lleva a plantear la importancia de
una institucionalidad fuerte, legítima y fundada en valores de equidad como promotora de
procesos deliberativos.

A pesar de que la capacidad de acción colectiva desde la perspectiva de la ciudadanía, se


encuentra fragmentada y desarticulada, puede potenciarse y articularse si se avanza en una
nueva sintaxis política. Una sintaxis que articule las potencialidades de las personas y las
comunidades, y que expanda las capacidades de la gente para que, desde sus valores y
aspiraciones, enfrente mejor los cambios y los riesgos de un mundo cada vez más globalizado.

II. Mirando hacia el futuro desde la inflexión del presente

La situación de inflexión compleja que vive Bolivia necesita de respuestas también complejas,
que necesariamente tendrán que estar asociadas con un aumento de las capacidades reflexivas
de la sociedad, sus liderazgos y sus técnicos. Esta capacidad reflexiva constituye un proceso
permanente de aprendizaje, a partir del cual el país se enriquece con miradas de futuro y

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caminos para plasmar tales ópticas en la práctica.

Precisamente el último capítulo del Informe elabora cuatro escenarios en función de variables
socio económicas y políticas. El primer escenario es de caos, caracterizado por una
fragmentación extrema de conflictos; el segundo es inercial, y su rasgo básico es la relativa
mantención de la situación actual; el tercero es de reforma limitada, cuyo rasgo fundamental es
una modernización parcial de la política y la economía, y el cuarto es de reforma ampliada, cuya
característica básica es un desarrollo socialmente incluyente asociado con una democracia
deliberativa. El anexo al final de la presente sinopsis esquematiza dichos escenarios.

En el texto que sigue se desarrollan algunos lineamientos de políticas tomando como referencia
el cuarto escenario, ya que los otros escenarios no conducen a un desarrollo humano sostenible
y además a lo largo del Informe se ha enfatizado la necesidad de ampliar espacios de
deliberación hacia toda la sociedad boliviana. La deliberación, en esta perspectiva, constituye la
forma de conjugar la ciudadanía democrática con el aprendizaje reflexivo. Allí se juega,
cabalmente, el desarrollo centrado en la gente.

La idea que organiza esta parte considera que la profundización de una renovación de la política
es fundamental para la democracia, renovación que necesariamente debe sustentarse en una
cierta ética del desarrollo. El cambio se expresaría en tres niveles: un Estado moderno, un
desarrollo económico socialmente incluyente y una nueva sintaxis de acuerdos y resultados.

1. La renovación de la política

Se parte de la idea que el futuro de Bolivia puede descansar en una renovación de la POLÍTICA.
Se trataría de generar las condiciones políticas para que un nuevo patrón de desarrollo humano
sea posible, que será viable si los líderes políticos y sociales concuerdan con él. En este
contexto, es fundamental el fortalecimiento del sistema de partidos que, además, tiene que estar
asociado con un mejoramiento sustantivo de la participación ciudadana. En síntesis, un salto en
el desarrollo humano implica una inversión estratégica en la política.

Avanzar en este proceso e imprimirle sinergias positivas requiere, a su vez, fortalecer las
capacidades políticas de los diversos actores de la sociedad civil. Los líderes políticos y sociales
tienen en esto un rol de primera importancia, no sólo porque es un fin de la democracia, sino
también porque ellos podrán, por esta vía, mejorar su propia capacidad de acción, incrementar
su legitimidad ante la ciudadanía e imprimir mayor sustancia en la oferta de proyectos.

Lo anterior plantea un desafío tanto ético como práctico. Se trata de construir una nueva "ética
del desarrollo" en función del concepto de bien común. Resulta fundamental que los bolivianos
se pregunten acerca de qué tipo de sociedad sería aceptable y posible, aquella en la que

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deseen vivir y formar a sus hijos. Cuáles serían los lineamientos críticos de orden moral y ético
que la sociedad se puede proponer y aceptar para sí sin subordinarse a una lógica mecánica de
crecimiento o de estabilidad macroeconómica. La deliberación, en este sentido, puede constituir
un magnífico recurso para que la misma sociedad discuta sobre las posibilidades, las opciones y
los sentidos de los cambios. En esta perspectiva, parece elemental asumir con la mayor
responsabilidad posible dos demandas sentidas por todos: dignidad y confianza, que deben
restituirse para promover las capacidades políticas, pero que a su vez se restituyen
dinámicamente ampliando los espacios deliberativos. La dignidad alimenta la autoconfianza y
ésta es requisito para la confianza en los otros. De modo que reconocer la dignidad de las
personas y recomponer la confianza en la sociedad constituyen condiciones fundamentales para
emprender el desarrollo humano.

La dignidad es un fin y un medio para el cambio: un fin por ser un derecho humano en sí; un
medio porque facilitará el desarrollo de la autoestima, tan importante para comprometerse
activamente con los procesos de cambio y asumir constructivamente el actual momento de
inflexión. Se tendrá que promover la dignidad en los distintos ámbitos públicos y privados; a
nivel macro y micro; cotidiana, sectorial y territorialmente. Se debe buscar un trato de mínimo
respeto entre iguales y acabar con el paternalismo tan perjudicial para el desarrollo, así como
garantizar la igualdad de derechos y el acceso al ejercicio ciudadano entre las personas
independientemente de los niveles de educación, salud, ingreso o estatus adscrito.

Lo anterior podría traducirse en políticas concretas que tengan como fin último asegurar la
dignidad y también en imaginación política para idear dinámicas virtuosas en las que dignidad
ciudadana, legitimidad institucional y distribución de oportunidades de desarrollo se alimenten
entre sí.

La confianza, por su parte, es requisito y proceso de construcción social e institucional


fundamental para el desarrollo. Confianza en el otro social, en el otro político, en el otro cultural
y en las posibilidades de futuro. Confianza que otorga credibilidad a las palabras del otro, que lo
valoriza en sus capacidades, que es la base de compromisos y proyectos compartidos.
Confianza que hace posible la reciprocidad a través de reglas, la inversión productiva y la
disposición a comprometerse. Pero también, confianza que surge de la transparencia, la
rendición de cuentas y el cumplimiento de acuerdos.

Conforme a los hallazgos empíricos en el presente estudio, la confianza sólo se recuperará en


función de resultados de desarrollo y conductas ejemplares de las autoridades. En Bolivia es
fundamental crear una mayor legitimidad institucional basada en la participación de la gente en
la construcción de los resultados. Para que esto tenga éxito no bastan políticos ilustrados o
asesores idóneos, sino amplias deliberaciones en las distintas esferas de la vida pública y
privada. Se trata, en definitiva, de aumentar socialmente los niveles de responsabilidad tanto
desde la administración pública central y local como desde los medios de comunicación de

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masas.

¿Cómo sembrar y cosechar confianza? También aquí se requiere imaginación política. En


primer lugar, el sistema educativo y los medios de comunicación pueden impulsar programas y
campañas que giren en torno a la confianza. En segundo lugar, ella puede estimularse en
programas informales de educación, desarrollo comunitario y capacitación para el trabajo. En
tercer lugar, es fundamental el ejemplo que puedan brindar los líderes sociales y políticos,
mostrando que su trabajo gira mucho más en torno a la representación de grupos sociales que
en torno al clientelismo o al prebendalismo. En cuarto lugar, la confianza se construye en el
cumplimiento de acuerdos productivos entre agentes distintos. Finalmente, la confianza se
infunde en la atribución de responsabilidades a la gente en distintos aspectos de la vida
comunitaria.

La cultura cívica de la dignidad y la confianza se tendrían que alimentar correlativamente con un


estado de lo público y con estrategias de desarrollo socialmente compartidas, tanto en el plano
económico como en el institucional. En este sentido, parece fundamental aumentar las
capacidades democráticas de los distintos actores del desarrollo, como también empezar a
plantear un nuevo orden estatal en función de un fortalecimiento de la responsabilidad pública.

En esta perspectiva, un problema fundamental a ser resuelto es el acceso de las mujeres a las
esferas políticas y de decisión. Sin embargo, la problemática sobrepasa los números y abarca
de manera fundamental la calidad de esa participación. El problema no es sólo cuantitativo; es
necesario enfocarse en la calidad, efectividad e impacto de la participación de las mujeres en la
política. Los problemas de género no desaparecen cuando las mujeres logran ingresar a los
dominios de poder; por el contrario, ellos apenas empiezan con el ingreso de las mujeres a
estas esferas. Las prácticas masculinas que gobiernan el juego político son un desafío
permanente en la lucha de las mujeres por mejorar su influencia en el logro de una sociedad
más equitativa. La inequidad* en las relaciones de género y la no participación generalizada de
la mujer en múltiples ámbitos de la ciudadanía constituyen un límite estructural del desarrollo
humano en Bolivia. La deliberación de las mujeres y de la sociedad en una lógica de desarrollo
humano sería un recurso formidable para promover la equidad y la participación.

2. El Estado moderno

El Estado moderno, además de mejorar su capacidad de gestión, debe orientarse hacia lo


público entendido esto como bien común. El Estado puede subordinarse a la democracia y
buscar en la sociedad y en la economía una cultura de competitividad empresarial y un mayor
nivel de integración y cohesión social, particularmente con los grupos más pobres y excluidos de
la sociedad.

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El Estado que trabaja por lo público necesariamente tendría que realimentar la capacidad de
acción de los sujetos del desarrollo y participar en acuerdos que emerjan de experiencias
deliberativas.

En esta perspectiva, y especialmente en esta coyuntura de cambio e inflexión, el Estado puede,


como resultado de pactos, plantear políticas "de Estado", al menos de mediano plazo. El
Informe 2000 había detectado un consenso nacional para resolver temas de modernización
pendientes que tienen que ver con la construcción de instituciones fuertes y legítimas para
disminuir radicalmente la pobreza y lograr una infraestructura sólida para el desarrollo
económico.

Para impulsar este tipo de políticas, el Estado podría consolidar y profundizar procesos de
descentralización a nivel local. Resulta fundamental, por una parte, crear una sinergia entre
capital social y cultura institucional en los municipios de Bolivia y, por otra, desarrollar espacios
participativos a nivel urbano. El Estado debe colocar especial atención al crecimiento del
malestar ciudadano, sobre todo en el eje urbano del país.

Asimismo, las reformas de descentralización han dejado pendiente la vertebración entre lo local,
lo regional y lo nacional. Una política centrada en el desarrollo humano podría promover una
amplia discusión al respecto, colocando especial énfasis en los municipios, ya que estos
constituyen los espacios más genuinos de articulación entre la sociedad y el Estado.

Lo local también cobra especial relevancia en los procesos de globalización en curso, sobre
todo en la medida en que lo territorial se constituya en una suerte de bisagra entre las mismas
redes locales nacionales y las redes virtuales en la sociedad red.

En este contexto, el Estado, aunque en los hechos tiende a perder soberanía, puede tratar de
ampliar su campo de acción en la globalización. De esta manera, una sólida cohesión social
interna, impulsada por políticas orientadas a un desarrollo socialmente incluyente, puede
resultar el mejor recurso del Estado para actuar en un mundo cambiante e incierto. Con todo,
los estudios sobre el Estado en la globalización son aún muy precarios en Bolivia.

3. El desarrollo socialmente incluyente

El desarrollo o la modernización incluyente, como se ha venido argumentando en el Informe,


constituye una formidable herramienta de cambio con equidad. Esto implica repensar los
beneficios de la inserción externa a fin de que sean proactivos desde el punto de vista de la
integración social, la difusión del conocimiento para la productividad y para la vida y la
democratización del bienestar. Implica, también, ampliar hacia los sectores más pobres o
vulnerables el acceso a la capacitación, al crédito, a los mercados y a la protección social.

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Implica revertir los círculos viciosos de la reproducción de la pobreza en los campos de la
educación, el empleo, la salud y la cultura. Implica la capacidad de traducir el valor de la
diversidad cultural en las opciones reales de distintos grupos culturales para realizar sus
proyectos de vida. Implica, como se señala reiteradamente en el Informe, construir relaciones
sinérgicas entre la ampliación de la democracia y la humanización del desarrollo. Bolivia sobre
todo necesita reconstituir una cohesión social nacional sobre la base de sus propios valores
culturales e históricos. La idea de unidad y los valores de diversidad y equidad en la diferencia,
como se concluyó en el Informe de Desarrollo Humano de 2000, son cruciales a la hora de
pensar un futuro con identidad.

Un ejemplo de desarrollo económico socialmente incluyente puede darse a partir de las formas
en que se invierten los recursos provenientes del gas. La industria energética asociada con el
gas natural y otros recursos naturales puede constituir una maravillosa oportunidad para
promover un desarrollo centrado en la gente. Para ello es necesario pensar estratégicamente la
explotación del gas y cómo el país puede capitalizar las concesiones en hidrocarburos e invertir
los recursos. Es posible institucionalizar un Fondo de Competitividad para que los recursos
provenientes del gas permitan modernizar otros campos de la economía nacional, así como
repensar un Fondo de Inversión Social con recursos del gas que no sea un mero paliativo para
los pobres frente a las crisis, sino realmente una forma de capitalizar a los sectores más
precarios y vulnerables del sistema productivo mediante educación, créditos y eslabonamientos
con la economía moderna.

Pero la modernización sería muy frágil si no estuviese promovida por acuerdos de cooperación
entre el Estado y los diferentes actores políticos y sociales del desarrollo. Como se ve a lo largo
del Informe, hay demandas de integración social instaladas en una multiplicidad de actores,
sobre todo en los grupos más excluidos. Sin embargo, no se ha logrado convertir tales
demandas en estrategias legítimas, participativas y eficientes que promuevan tal modernización.
La Ley de Participación Popular, el Diálogo Municipal en relación a los programas de lucha
contra la pobreza iniciados en el año 2000 y el consenso empresarial latente para resolver los
temas pendientes de la modernización, registrado en el IDH Bolivia 2000, constituyen
antecedentes significativos.

4. Hacia una nueva sintaxis del desarrollo

Los líderes políticos están conscientes de la necesidad de profundizar las reformas en función
del desarrollo social. En el mismo sentido, los líderes sociales están preocupados por satisfacer
las necesidades mínimas de empleo y de bienestar que demanda la gente, como por mejorar
los niveles de participación social y de incidir en los resultados del desarrollo. Sin embargo, los
espacios de comunicación y diálogo son débiles, accidentados, a veces forzados y, sobre todo,
de carácter coyuntural. El Estado y la sociedad civil podrían profundizar, principalmente a nivel

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local y sectorial, una política de acuerdos y resultados en función de la modernización
incluyente, el desarrollo del capital social y la expansión de la cultura institucional.

Vale la pena insistir en que Bolivia necesita colocar el tema de la pobreza, la integración y la
cohesión social en el centro del debate político. Se deben promover los compromisos entre
partidos y sociedad en torno de propuestas específicas para incrementar las capacidades de
acción de los más pobres y construir pactos y acuerdos para disminuir la pobreza, como
condición fundamental para el desarrollo económico e institucional del país. Bolivia tiene la
posibilidad de hacerlo.  

En este contexto es necesario construir un diseño institucional de gestión moderna que trate de
fortalecer las capacidades políticas y ciudadanas de los pobres, tomando en cuenta las
características específicas de cada grupo en cuestión. En esto pueden hacer un aporte
importante los medios de comunicación, sobre todo, aquellos más cercanos a las comunidades,
como son las radios locales. Pero también, y en particular, los gobiernos locales tienen que
aprovechar el hecho de que gran parte de las orientaciones de los grupos sociales coinciden en
valorizar el espacio público local como el más idóneo para plasmar proyectos y comprometerse
en la gestión pública. A escala nacional, como ya se mencionó, el Estado puede plantearse
frente a la ciudadanía como protagonista y conductor de una política que busque avanzar tanto
en equidad como en la promoción de competitividades genuinas en las empresas nacionales y
transnacionales para que ellas compitan con éxito en el mercado internacional. La competencia
política electoral podría ser el momento y el espacio en que los diferentes proyectos políticos
planteen sus estrategias. La gente finalmente decidirá con su voto.

El capital social de los bolivianos puede convertirse en un importante recurso para promover las
capacidades políticas y el desarrollo humano. Sin embargo, ello supone que debe construirse
una sinergia entre este capital social y el desarrollo institucional. En este sentido, es
especialmente atractivo proponer programas de mutuo aprendizaje entre el mundo rural oriental,
rico en cultura institucional, y el mundo andino, poderoso en capital social. Esto, además,
fortalecería la integración nacional.

Se puede crear una conciencia pública sobre la necesidad de fortalecer las capacidades
políticas de los ciudadanos en, por lo menos, cuatro planos: el compromiso con el país, la
expansión del capital social, la capacidad de adaptarse al cambio y el incremento de las
capacidades deliberativas. El Informe ha constatado que existen estas capacidades, pero son
escasamente reconocidas por la misma sociedad e incluso por los líderes políticos y sociales.
Para promover una línea de desarrollo humano parece importante que la gente sepa valorizarse
y valorizar su propia capacidad de acción. Este puede ser otro formidable instrumento para
combatir el pesimismo y la falta de compromiso.

Se debe partir por reconocer tanto las diversas fortalezas como las múltiples debilidades en la
misma sociedad. Existen problemas serios que traban las capacidades políticas prácticamente

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en todos los estratos sociales de la sociedad boliviana. En gran medida los conflictos y los
bloqueos para el desarrollo humano en Bolivia se encuentran precisamente en esas
vulnerabilidades políticas de los bolivianos. Por lo mismo, la sociedad tendría que asumir estos
problemas endémicos, pero al mismo tiempo puede enfrentarlos con instrumentos que la oferta
política, tanto central como local, puede generar.

En este ámbito no sólo le cabe un papel a la oferta política. Igualmente útil será promover
debates entre intelectuales, artistas y académicos, y ligarlos a los movimientos sociales y a las
demandas de la sociedad civil. El debate ilustrado no tiene por qué ser privativo de las elites.
Puede ser importante que estas polémicas vinculen la realidad cotidiana de la gente con los
cambios en el mundo moderno. Asimismo, fomentar espacios de comunicación entre las
ciencias y técnicas duras con las blandas, en función del desarrollo del país, puede convertirse
en una importante palanca para promover la modernización incluyente.

Finalmente, es necesario reflexionar brevemente sobre el rol de los intelectuales y en general de


las ciencias sociales para el desarrollo. La propuesta de este informe no responde a una
reflexión de "expertos" que darían respuestas técnicas a un conjunto de problemáticas, ni de
intelectuales hipercríticos que se limitan a la denuncia sin buscar un futuro a la vez realista y
que promueva el desarrollo humano. Esta perspectiva pretende intervenir en el debate público
sin sustituir a los actores sino contribuyendo a construir y elevar su capacidad de acción a partir
de conocimientos que son resultado de una investigación de largo aliento. Además, felizmente,
en medio de múltiples opciones.

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i
Texto disponible en: http://idh.pnud.bo/ webportal/Publicaciones

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