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Agradecimientos

Quiero agradecer enormemente a Fangtasy por tu traducción, tu dedicación,


esfuerzo, y cooperación, gracias preciosa por este excelente trabajo

Moderadora
Arhiel

Traductora
Fangtasy

Correctora
Arhiel

Lectura Final
Genobruja

Diseño

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Sinopsis

Donde Vive La Oscuridad


SERIE GUARDIANES DE LA ETERNIDAD – LIBRO 8,5

Alexandra Ivy
Título original: Where Darkness Lives
Soy una Were Purasangre, y orgullosa de ello. . .

Nadie está más sorprendida que Sophia, cuando es golpeada por un impulso maternal
desconocido para estar más cerca de sus hijas.
Pero en lugar de ser recibida por un comité de bienvenida, ella es recibida por unos
secuestradores... y debe cargar con un magnífico guardaespaldas en una misión de:
proteger - y seducir. .

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Índice
Agradecimientos ............................................................................ 1
Sinopsis ........................................................................................... 3
Índice ............................................................................................... 4
Capítulo Uno .................................................................................. 6
Capítulo Dos ................................................................................. 18
Capítulo Tres ................................................................................ 30
Capítulo Cuatro ............................................................................ 38
Capítulo Cinco .............................................................................. 50
Capítulo Seis ................................................................................. 62
Capítulo Siete................................................................................ 74
Capítulo Ocho............................................................................... 84
Capítulo Nueve ............................................................................ 97

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DEDICATORIA DE ALEXANDRA IVY

Para Don, que me mantuvo cuerda con un montón de queso fresco y muy
necesaria comodidad cuando me estaba ahogando en la nieve...
¡te amo!

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Capítulo Uno
Sofía era una mujer que se enorgullecía de ser idolatrada por sus
compañeros Weres purasangre.
¿Por qué no la habrían de adorar?
No sólo se las había arreglado para parir a una camada de cuatro hijas
saludables en un momento en el que los Weres rondaba la extinción, sino que
una de sus hijas, Darcy, se las habían arreglado para aparearse con Styx, el Rey
de todos los vampiros, mientras que su otra hija, Regan, se había casado con el
vampiro guardián de más confianza de Styx, Jagr, y una tercera, Harley, había
aterrizado como compañera de Salvatore, el actual rey de los Weres.
Se estaba ahogando literalmente con tanto yerno de sangre real.
Y si eso no fuera suficiente, su cuarta hija, Cassandra, había sido revelada
como una vidente, la más rara de todas las criaturas. Aunque ella estaba
actualmente desaparecida, maldito fuera el infierno.
Sophia se enorgullecía igualmente de su reputación de ser la "perra de todas
las perras."
Era una reputación que había trabajado muy duro en ganarse y la razón
principal por la que había vacilado antes de haber decidido regresar a Chicago
para comprar la extensa casa de ladrillo en el vecindario más exclusivo cerca de
las orillas del lago Michigan.
No quería que nadie pensara que se había vuelto maternalmente
sentimentaloide en su vejez. Bueno, podría estar secretamente encantada de que
su hija Harley estuviera esperando su primera camada de niños. Y podría tener
el más ínfimo deseo de instalarse en una guarida cerca de su familia.
No era como si fuera a sentarse a tejer patucos.
Demonios, acababa de abrir un club de striptease de alta gama con los
mejores bailarines masculinos Were, lo mejor que se pueda encontrar en el
hemisferio norte. La Casa de las Fieras de Sophia pronto sería conocida como el
único destino para las mujeres de gustos distinguidos.
Humana o demonio.
Y, por supuesto, ella ya había logrado causar un gran revuelo entre sus
altaneros vecinos.
Sin vanidad excesiva sabía que era guapísima.
Su pelo era una cortina de pálido oro satinado que caía hasta el centro de
su espalda. Tenía la cara en forma de corazón con rasgos frágiles que estaban

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dominados por un par de ojos de un verde intenso. Y su delgado cuerpo, que
vestía actualmente con unos pantalones de cuero ajustados y un escaso top, que
apenas era un sujetador, que podría (y que con frecuencia lo hacía) parar el
tráfico.
Pero era la sexualidad ardiente lo que calentaba el aire a su alrededor,
junto con el hambre depredador de su sonrisa, lo que hacía que los hombres
tropezaran con la lengua cuando ella estaba cerca.
Y lo que hacía que las mujeres la detestaran nada más verla.
La agitación acerca de su llegada sin duda había añadido una guinda a su
traslado a la orgullosa y enormemente pretenciosa comunidad rodeada por un
cercado.
Y se ganó un enemigo.
Sophia se sacudió de encima ese pensamiento desagradable mientras
caminaba enérgicamente sobre el suelo de baldosas de su vestíbulo para abrir
de un tirón una de las puertas dobles de roble que estaba enmarcada por altas
ventanas arqueadas.
—Lárgate—, gruñó.
Haciendo caso omiso de su advertencia, el alto Were de pelo azabache
vestido con un traje negro de Gucci con una camisa blanca y corbata de seda
azul pasó junto a ella.
Salvatore, el rey de todos los Were, tenía un aire regio con sus rasgos
arrogantemente hermosos y unos ojos dorados que brillaban con el poder de su
lobo. Su cabello estaba engominado y peinado en una cola de caballo en su
nuca, y sus labios se curvaron en una sonrisa sardónica.
—¿Es esa la manera de saludar a tu yerno favorito?— Preguntó, cruzando
los brazos sobre el pecho.
Sophia plantó las manos en las caderas, no iba a permitir ser intimidada.
Salvatore podría ser su rey, pero ella ya había cumplido con creces en cuanto a
su deber para con su gente.
Ella ya había dejado de recibir órdenes.
—¿Has encontrado a Cassandra?— Preguntó, refiriéndose a su hija
desaparecida.
Salvatore hizo una mueca. —Todavía no.
—Entonces no eres mi yerno favorito y no tenemos nada que discutir. —
Ella hizo un gesto con la mano hacia la puerta que seguía abierta. —Ta-ta.
—Cristo, Sophia. —Salvatore frunció el ceño, su acento Italiano más
pronunciado de lo habitual. —¿Por qué no eres razonable?
Era una discusión tediosamente familiar.

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—Por razonable supongo que quieres decir, '¿Por qué no puedo ser una
buena chica y dejarme encarcelar en la mazmorra de Styx?
El rey soltó un bufido. —Difícilmente una mazmorra. Puede que no me
gusten las sanguijuelas, pero ni siquiera tú puedes negar que la guarida de Styx
es la mejor pieza inmobiliaria de Chicago. Hace que la mayoría de los museos
parezcan deslucidos.
Era cierto.
La guarida de Styx y Darcy, que estaba a sólo unos pocos kilómetros al
norte, era un mausoleo extenso lleno de acres de mármol y dorados y obras de
arte de valor incalculable.
Su propia casa tenía la mitad del tamaño de aquélla, pero por lo que a ella
se refería era muy superior.
El gran salón, con el piso por debajo del nivel del resto de la casa, estaba
decorado en tonos de gris pálido y plata, con una pared de cristal con vistas a la
piscina y a las canchas de tenis distantes. La cocina era grande y estaba bien
ventilada, con una mesa rinconera para desayunar y un comedor adjunto. Una
doble escalera curva que conducía desde el vestíbulo hasta el dormitorio
principal en la planta alta, que tenía una cama lo suficientemente grande para
dar cabida a un equipo de fútbol y un hidromasaje construido en el interior que
haría a cualquier Were ronronean de placer.
Y su cuarto de baño... era la fantasía de toda mujer, con una ducha que
recorría toda la longitud de una pared, mientras que la bañera era lo
suficientemente profunda para ahogarse en ella.
De ninguna manera iba a renunciar a sus comodidades para esconderse en
el sótano de una sanguijuela.
O al menos, esa era la historia que les había dado a sus hijas cuando éstas
intentaron convencerla para que ella se les uniera.
Y ella se estaba ciñendo a esa historia.
—Hace frío—, informó a su invitado no deseado. —Y está plagado de
chupasangres.
—Tus hijas están todas instaladas y a gusto.
—Bien. Ellas necesitan tu protección. —Estaba realmente aliviada de saber
que Darcy, Harley y Regan estaban ocultas de forma segura. Si tan sólo
Cassandra estuviera con ellas podría por fin respirar con tranquilidad. —Yo, sin
embargo, no lo estoy.
—Estos son tiempos peligrosos, Sophia. Incluso para una Were
purasangre.
Ella puso los ojos en blanco.
Sí, rey de lo obvio.

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No había un demonio vivo que no fuera consciente de que el Señor Oscuro
estaba amenazando con volver de su destierro y desatar el infierno. O que había
todo tipo de cosas desagradables arrastrándose en las sombras.
Lo cual era precisamente el porqué sus hijas actualmente se estaban
ocultando en la guarida de Styx.
Y el porqué no tenía intención de ponerlas en ningún peligro futuro.
—He estado cuidando de mí misma durante siglos.
Salvatore estudió su expresión testaruda.
—No tienes que seguir haciéndolo nunca más—, dijo al fin con voz suave.
—Tienes una familia.
Hubo un tiempo en que esas palabras le habrían producido una erupción
cutánea. Ahora hacía que se le calentara el corazón, con una extraña emoción.
Demonios, tal vez ella estaba haciéndose vieja.
—Una familia es como la medicina. —Ella curvó los labios en una sonrisa
sardónica. —Mejor en pequeñas dosis.
Los ojos dorados llamearon mientras su lobo merodeaba cerca de la
superficie.
—También soy tu rey. Yo podría hacer que fuera una orden el unirse a
nosotros.
Su sonrisa se ensanchó, ribeteada con una advertencia que hizo al gran
depredador palidecer.
—Y yo podría contarle a Harley acerca de aquellas ninfas trillizas que tú…
—Bien—, bruscamente la interrumpió, dirigiéndose hacia la puerta. —Ten
cuidado.
—¿Qué peligro podría estar corriendo aquí?
—Confía en mí, el mal puede acechar en cualquier parte. —Salvatore hizo
una pausa en la amplia terraza para mirar hacia los lejanos hogares rodeados de
sus terrenos perfectamente cuidados. —Incluso en los barrios residenciales.
Sophia logró ocultar su pequeño escalofrío.
—Concéntrate en encontrar a Cassandra—, dijo. —Si te necesito, te
llamaré.
—Cuídate... —Salvatore le lanzó una sonrisa burlona. —Abuelita.
Sophia entrecerró los ojos.
Bueno, podría estar perfectamente ilusionada con que Harley estuviera
embarazada, pero no había manera en el infierno de que se pusiera al día con lo
de ser "abuelita".

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—Llámame eso de nuevo y la camada que Harley está gestando serán los
últimos bebés que seas capaz de engendrar.
Con una risita, Salvatore se dirigió hacia su BMW, que estaba estacionado
junto al Lamborghini de suspensión baja de ella.
Sophia observó su partida con un débil ceño fruncido.
No había esperado que Salvatore se rindiera tan fácilmente.
Lo cual sólo podía significar una cosa.
Esta particular batalla no se había terminado.
La Casa de las Fieras de Sophia era un edificio de ladrillo de dos pisos que
discretamente se mezclaba con los negocios más conservadores que se
alineaban en la tranquila calle de Chicago.
Una vez dentro, sin embargo, no había nada discreto en la alfombra
carmesí y el brillante papel tapiz dorado. O los candelabros venecianos que
derramaban luz sobre las cabinas acolchadas que estaban organizadas para
estar orientadas hacia el escenario que quedaba a un nivel inferior.
Había una atmósfera de indulgente lujo que elevaba su club por encima de
todos los demás.
Bueno, eso y los increíblemente hermosos strippers masculinos que
podrían enviar a toda una audiencia de mujeres en un frenesí de gritos de
excitación.
Entrando por la puerta de atrás, Sophia se abrió paso más allá de los
vestuarios, hacia la planta principal, con una sonrisa de satisfacción curvando
sus labios mientras sus empleados corrían de un lado a otro, preparándose para
la inminente avalancha de clientes.
Este lugar podría ser sólo otro club de striptease para algunas personas,
pero para ella era su manifestación tangible de independencia.
Se detuvo un momento para apreciar la vista de Dmitri y Dominic
practicando su baile de rutina. Los gemelos Were habían emigrado
recientemente de Rusia y eran tan exquisitamente guapos que era un milagro
que no hubieran derretido Siberia.
Altos y esbeltos, con el pelo corto y rubio de punta, y con ojos azules como
el hielo, se movían con la gracia fluida de todos los purasangre. Combina eso
con el diminuto tanga de piel curtida que era lo único que cubría sus perfectos
cuerpos pálidos... y deliciosos.
Entonces su sonrisa se distorsionó cuando vio al hombre de pie cerca del
borde del escenario, su mano extendida hacia Dmitri. ¿O era Dominic?
Troy, príncipe de los duendes, era un hombre grande y musculoso, con la
constitución de un luchador profesional y el gusto por la moda de una drag
queen. En este momento estaba vestido con pantalones de spandex plateados y

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una camisa transparente color jade que ofrecía un buen vistazo de su amplio
pecho.
Su largo y brillante pelo rojo caía por su espalda como un río de fuego, y
sus ojos esmeralda bailaban con un perverso sentido del humor que era
contagioso.
Él era como una mariposa exótica que rezumaba una sensualidad
descarada.
—Mmm... —dijo lentamente mientras Sophia se detenía junto a él, sin
apartar la mirada de los bailarines cercanos. —Delicioso como siempre, mi
amor.
Alargando el brazo ella le dio un cachete a su mano. —No tocar la
mercancía, Troy.
El duende hizo un puchero, pero, dejando caer su brazo, se volvió hacia
ella. —Pero ya sabes cómo me encantan ellos, tan altos, rubios y peludos.
—A ti te encantan de cualquier manera que puedas conseguirlos.
—Es cierto. —Troy se pasó las manos por su camisa, relamiéndose los
labios. —Un duende sabio nada a favor de la marea.
Ella soltó un bufido. Troy nadaba un montón a favor de la marea. Lo cual,
por supuesto, significaba que tenía conexiones en todo el mundo de los
demonios.
Y eso era precisamente la razón por la que Sophia había contactado con él
unos días antes.
—¿Trajiste lo que te pedí?
Con una risita que debería haberle ofrecido una considerable advertencia,
el alzó su mano, señalando hacia una puerta cercana.
—¿No lo hago siempre?
Sus labios se separaron, pero sus palabras fueron olvidadas cuando un
hombre salió de las sombras.
No, no era un hombre... un Were purasangre, rápidamente se corrigió,
captando el olor salvaje de su lobo. Y tan pecaminosamente guapo que hizo que
su corazón golpeara contra sus costillas.
Ella escondidamente apretó las manos en puños mientras él caminaba
hacia adelante. ¿Qué demonios le pasaba?
Toda su vida había estado llena de hermosos hombres poderosos. Todos
ellos ansiosos por la oportunidad de impresionarla. Ya fuera para ganarse el
derecho a criar con ella. O simplemente para disfrutar de unas cuantas noches
depravadas de placer.
Pero ella no podía recordar ni siquiera sentirse como si acabara de saltar
por el borde de un acantilado y estuviera cayendo en picado a través de la nada.

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¿Era por eso por lo que no podía respirar?
Más que un poco perturbada por su reacción poco bienvenida, estudió con
recelo al extraño.
Era guapo, pero no tenía la refinada elegancia de sus bailarines.
El pelo negro azulado lo llevaba corto, como si no pudiera tomarse la
molestia de perder tiempo con él, pero el estilo severo sólo enfatizaba la
marcada belleza masculina de su cara. Su piel era del color del rico bronce que
provenía del calor latino y sus ojos más negros que marrones.
Era más alto que ella, quizás un metro ochenta y tres, pero estaba macizo,
lleno de músculos que se ondulaban debajo de la ceñida camiseta negra que
hacía juego con un par de pantalones negros de combate.
Despiadado.
La palabra fue susurrada en su mente al mismo tiempo que su potente
calor la envolvió haciendo arder su sangre con una pulsante percepción que ella
no había sentido en décadas.
—Buen... Dios—, murmuró.
Troy se aclaró la garganta, haciendo un pobre trabajo ocultando su
diversión de ir-a-mear-y-no-soltar-gota.
Idiota.
—Sophia, este es Luc. Luc, Sophia. —El duende agitó una mano lánguida
hacia el enorme Were. —¿No está él para morirse?
La mirada de Sophia se estrelló contra la ardiente mirada oscura, su piel
sintiéndose de repente demasiado apretada para su cuerpo.
Mierda. Mierda. Mierda.
Este Were era un problema con P mayúscula y era la última cosa que
necesitaba.
Alzando su barbilla, ella permitió que su mirada examinara lentamente
aquel cuerpo que suplicaba ser lamido de pies a cabeza, permitiendo
deliberadamente que sus labios se curvaran en una mueca de desprecio.
Neandertales como este eran siempre hiper-arrogantes. Un insulto a su
orgullo y estaría saliendo por la puerta inmediatamente a la carrera.
—Te pedí un guardaespaldas, no un pobre aspirante a stripper—, se burló.
Los ojos oscuros se estrecharon, pero en lugar de golpearse el pecho y
largarse rápidamente como había estado esperando, éste dio un paso más cerca,
el rico aroma del almizcle masculino tentando sus sentidos.
—Bien, porque no estoy por la labor de hacer exhibiciones públicas. —Su
voz se deslizó sobre ella como chocolate caliente, suavemente, decadente. —Por
supuesto, si quieres una actuación privada podrías pedírmela adecuadamente.

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Oh, no iba a seguir ese camino.
Ni siquiera en su mente.
—Lo que quiero es protección, no otro niño bonito—, dijo ella con los
dientes apretados, empujando sus manos contra su pecho mientras se
preparaba para marcharse.
Deja que Troy trate con el tonto musculoso. Ella había terminado.
Sólo que no lo había hecho.
A pesar de que sus palmas se estrellaron contra su pecho, sus dedos
capturaron sus muñecas en un agarre irrompible. Al mismo tiempo la hizo girar
tirando de ella, hasta que su espalda se presionó con fuerza contra su tórax y le
sujetó los brazos sobre su pecho.
—Sé lo que quieres—, gruñó él, su cara enterrada en su cuello que dejaba
al descubierto su top estilo sujetador de color rojo.
Ella se estremeció, diciéndose a sí misma que era por la indignación de
haber sido maltratada, y no excitación al rojo vivo ante el roce de su aliento
cálido sobre la piel, o la sensación de su cuerpo presionado tan íntimamente
contra ella.
—Os dejaré a los dos jugar. —Troy se rió entre dientes, meneando sus
dedos mientras se movía más allá de ellos.
—Ciao.
—Troy—, espetó ella con incredulidad. Sin duda… ¿el duende no tenía
intención de dejarla a solas con este... psicópata?
Evidentemente la tenía.
—No te preocupes, te enviaré mi factura—, le aseguró pavoneándose
mientras salía por la puerta.
—Idiota—, murmuró, su loba merodeando impacientemente justo a flor
de piel. No estaba enojada, estaba... ansiosa. Como si detectara que algo
trascendental estaba a punto de suceder. Lo cual era tan inquietante como la
facilidad con la que la había capturado.
—¿Podemos hablar ahora?—, preguntó suavemente.
—No hasta que me sueltes.
—Si insistes—, se burló, sus labios rozando el pulso palpitante en la base
de su garganta antes de que él liberara lentamente su sujeción.
Manteniendo la cabeza alta, Sophia se negó a mirar en su dirección, en vez
de eso se dirigió a través de la alfombra carmesí.
—Terminaremos esto en la privacidad de mi oficina.
Sintió como él la seguía caminando detrás de ella. —Tú eres la jefa.
—En realidad, eso todavía no está decidido.

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A pesar de sus abultados músculos y sus impresionantes habilidades de
combate, Luc no era estúpido. Diablos, hasta este momento siempre se había
enorgullecido de ser el más inteligente Were del lugar.
Ahora tenía que preguntarse si se había dejado el cerebro allá en Miami.
No es que fuera del todo culpa suya, él rápidamente se aseguró a sí
mismo, con la mirada apuntando al mejor culo en el que jamás había puesto los
ojos mientras éste se bamboleaba por la habitación. Un hombre tendría que ser
un santo para pensar con claridad estando cara a cara con Sophia.
Incluso advertido acerca de su belleza letal, había sido sorprendido en su
primera mirada a los delicados rasgos que parecían como si apenas acabara de
superar sus años de adolescencia, y a su cuerpo delgado que estaba exhibido de
forma favorecedora con sus pantalones de cuero y su diminuto top-sujetador.
Él había esperado una mujer dura y cansada que apagase su apetito sexual
con su hinchada vanidad. No una mujer exquisita que trataba de ocultar su
vulnerabilidad detrás de un caparazón frágil. O una cuyos ojos esmeralda
contenían un miedo obsesivo.
El macho que había en él quería arrastrarla a la cama más cercana y
enseñarle el verdadero significado de aullarle a la luna. El lobo que había en él
quería lanzarla sobre su hombro y llevarla a la seguridad de su guarida.
Era la reacción de su lobo la que era más preocupante.
La lujuria podía manejarla.
¿Pero la posesión?
Estaba aturdiendo su ingenio y poniendo en peligro su misión.
Sombríamente hizo a un lado ese pensamiento inquietante.
Él estaba aquí con un propósito. Ya era hora de ponerse a ello.
Siguiéndola a su oficina privada, alcanzó a sacar las hojas de papel
dobladas que había metido en el bolsillo de atrás. Su primer cometido en este
asunto era asegurarse de que era contratado como guardaespaldas de Sophia.
Por supuesto, él no diría que no a una invitación para un arreglo más...
íntimo, una voz susurró en el fondo de su mente.
Sin duda, lo haría más fácil si mantenía un ojo sobre ella.
Su ojo y mucho más...
Su polla se endureció y, con una maldición entre dientes, desvió su
atención a su alrededor. Cualquier cosa para evitar abalanzarse sobre Sophia y
tumbarla sobre el ancho escritorio de nogal.
La habitación era amplia, con estantes de madera a lo largo de una de las
paredes que contenían una impresionante colección de huevos Fabergé de valor
incalculable. Al otro lado de la habitación, una chimenea de mármol estaba
enmarcada por dos sillones de cuero color crema a juego con el sofá de poca

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altura que había bajo la ventana. El suelo estaba cubierto por una alfombra
persa. Y las cortinas eran de un terciopelo color melocotón suave.
Él no estaba sorprendido por la sobria elegancia de la habitación.
Aunque Sophia estaba vestida actualmente como una chica motorista,
poseía un aire de sofisticación que era tan parte de ella, como su abrasadora
sensualidad.
Una combinación letal.
Directamente pisándole los talones, Luc sonrió irónicamente cuando ella
se movió a toda prisa para poner el escritorio entre ellos, volviéndose para
enviarle una mirada de frustración.
Él no era el único que luchaba contra una atracción no deseada.
Estúpidamente satisfecho por su reacción, tiró los papeles sobre el
escritorio.
—Ten.
Con el ceño fruncido se inclinó hacia adelante, estudiando los papeles sin
llegar a tocarlos en realidad. ¿Acaso temía que le mordieran?
—¿Qué es esto?
—Mis referencias.
Ella ojeó la página superior, levantando la cabeza abruptamente.
—¿Miami?
—Diversión al sol—, murmuró. —Deberías probarlo.
—He estado en Miami.
—No recientemente—, dijo con absoluta confianza, su mirada
deslizándose sobre su piel lechosamente blanca. ¿Sería su sabor como el de la
crema? —Lo hubiera sabido si estuvieras en mi ciudad.
—¿Tu ciudad?
—Mía.
Ella lo miró con una flagrante desconfianza. —Si eres un pez gordo en
Miami, ¿por qué querrías viajar a Chicago para convertirte en un matón a
sueldo?
Él se encogió de hombros. —Me viene bien estar fuera de Florida por una
cuantas semanas.
Los ojos esmeralda se endurecieron. —¿Problemas con alguna mujer?
—¿Importa?—preguntó. —El duende corrió la voz de que estabas
dispuesta a pagar mucho dinero por un guardaespaldas experimentado. Yo soy
el mejor que hay. Fin de la historia.

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—No, no es el fin de la historia. —Arrojó sus excelentes referencias a la
basura. Sin duda, donde pertenecían. Las había falsificado en su camino a
Chicago. —Estoy muy lejos de contratarte.
Luc se desplazó para posarse sobre la esquina del escritorio, cruzando los
brazos sobre el pecho.
—¿Cuál es el problema?
—No eres lo que necesito.
Una pequeña sonrisa curvó sus labios. Sonaba... petulante. —¿Sabes al
menos lo que necesitas, Sophia?
Su mandíbula se tensó. —Sé lo que no necesito. Un culo engreído que me
cabree.
Él contuvo a su lobo. Ahora no era el momento de demostrar que era un
macho dominante que era digno de su respeto.
Necesitaba que Sophia creyera que era ella quien estaba al mando.
—El duende no me habría elegido si yo no fuera el mejor en lo que hago,
¿verdad?
Sus labios se tensaron. —Para ser un guardaespaldas hace falta más que
tener músculos y habilidades para la lucha. Necesito a alguien que pueda pasar
desapercibido en este ambiente.
—Puedo pasar desapercibido.
—¿Es una broma? —Ella levantó las manos en el aire. —Parece como si
estuvieras invadiendo un país pequeño.
Él echó un vistazo a su camiseta negra y a sus pantalones. Había dejado
deliberadamente su Glock y sus dos Uzis en el coche. Por supuesto, tenía su
práctica y excelente S & W metida en una funda en la parte baja de su espalda.
—¿Qué significa eso exactamente?
—Esto significa que tú no eres adecuado para el trabajo. —Con una
elevación de la barbilla, ella rodeó el escritorio y se dirigió a la puerta. —Lo
siento.
Con una velocidad que era impactante, incluso para un Were purasangre,
Luc alargó su mano para agarrarla del brazo, haciéndola girar para que así
quedara de pie entre sus piernas extendidas.
Estaban nariz con nariz, la electricidad chisporroteando en el aire entre
ellos.
Una embriagadora combinación de agresión y sexo en estado puro.
—¿Sabes lo que pienso? —Su voz era ronca.

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Ella podría haber roto su agarre. Luc podría ser físicamente más fuerte,
pero ella no era inofensiva. Todo el mundo sabía que no había nada más
peligroso que una hembra Were cabreada.
En cambio, le hizo frente a su mirada feroz con la suya propia.
—No me importa.
—Creo que tienes miedo.
Ella se puso rígida, sus ojos brillando con fuego esmeralda.
—Suéltame.
—Tienes miedo porque me deseas.
Ella quería negar la verdad de sus palabras. Luc podía leerlo en su rostro
exquisito. Pero no era estúpida. Incluso aunque él no pudiera sentir sus
temblores reveladores con su toque, o ver la forma en que sus ojos se dilataban
cuando éstos se deslizaban por su cuerpo, él podría oler su excitación.
—He deseado, y tenido, a un sinnúmero de hombres en los últimos años—
, ella le informó. —Gran cosa.
Él gruñó, a su lobo no le agradó pensar en ella con otro amante.
—Nunca has tenido un hombre como yo…—, él comenzó, congelándose
abruptamente cuando captó el destello de luz por el rabillo del ojo. Una mira
telescópica que reflejaba la luz del sol.
—Mierda1.
Actuando por puro reflejo, Luc empujó a Sophia al suelo y aterrizó encima
de ella, cubriéndola con su cuerpo más grande.
Ella maldijo, pero antes de que pudiera tratar de quitárselo de encima, el
sonido de un disparo resonó en la habitación, seguido de una explosión de
vidrio roto.
Luc se quedó inmóvil, esperando otro tiro. Cuando no pasó nada, por fin
se retiró para dirigir una mirada escrutadora sobre el pálido rostro de Sophia.
—¿Estás herida?, gruñó.
Ella negó con la cabeza. —No.
—Bien. —Con un movimiento fluido se puso de pie y salió corriendo para
saltar por la ventana rota. —Quédate aquí.

1 NdeT: En español en el texto original.

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Capítulo Dos
Quédate aquí.
El condenado Were estaba delirando si pensaba que podía darle órdenes
como si fuera un perro mascota, Sophia se dijo a sí misma, rápidamente
poniéndose en pie y siguiéndolo a través de la ventana rota.
Bueno, él le había salvado la vida. Y si bien le molestaba como el infierno
haber necesitado su protección, estaba dispuesta a ofrecerle su gratitud.
Pero eso no quería decir que él fuera a ir por ahí dándole órdenes y
esperando que ella las obedeciera.
Algún bastardo había tratado de matarla e iba a encontrar a quién
demonios fuera el causante.
Luego le iba a arrancar su corazón y a alimentar con él a los buitres.
O al menos ese era el plan.
Arreglándoselas para cruzar a través de la ventana sin rebanar una arteria
principal, Sophia se detuvo al darse cuenta de que Luc ya había cruzado la calle
y había entrado en el edificio de ladrillo, de oficinas, de tres plantas.
Mierda, él era rápido.
E impíamente fuerte.
Y tan gloriosa y espectacularmente masculino que la ponía adolorida en
todos los lugares correctos.
Lo cual, por supuesto, era el porqué estaba tan nerviosa cuando él estaba
cerca. Y el porqué estaba tan reacia a contratarlo como su guardaespaldas.
Incluso prefería arrancarse la lengua de un mordisco antes que admitirlo.
Al darse cuenta de que el disparo ya había atraído atención no deseada,
Sophia se obligó a caminar a un ritmo regular cruzando la calle y entrando en el
edificio donde el francotirador debía haber apuntado hacia ella. Los seres
humanos eran siempre tan fácilmente asustadizos. Unos cuantos disparos,
incluso cuando no eran ellos el objetivo, y estaban a punto de entrar en pánico.
La hacía desear transformarse y realmente darles algo que temer.
Murmurando entre dientes al darse cuenta de que su atacante podría estar
a medio camino de St. Louis a estas alturas, ella abrió la puerta de cristal y entró
en el vestíbulo vacío.

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Cautelosamente olfateó el aire, captando el olor tentador de Luc que se
mezclaba con el de los seres humanos que llenaban el edificio. Pero no había
ningún indicio de otro demonio en la zona.
¿Podría haber sido un mortal quien le había disparado?
Perpleja, Sophia ignoró el banco de ascensores y abrió la puerta de la
escalera. Ella vaciló sólo el tiempo suficiente para asegurarse de que nada
estaba al acecho en las sombras antes de comenzar a subir los escalones
metálicos incrustados contra la pared.
Tuvo sólo un segundo de preaviso antes de que Luc saltara de la planta
superior al suelo, directamente ante ella.
Presumido, ella murmuró en silencio, incluso mientras su sangre se agitaba
ante la gracia de sus movimientos y el poder de su cuerpo masculino.
Entonces, a regañadientes alzando la mirada del impresionante ancho de
sus hombros, se encontró con su ardiente mirada negra.
—¿Qué parte de 'Quédate aquí' no entendiste?—, le espetó, su voz
moderada para asegurarse de que no hacía eco.
Ella puso bruscamente sus manos en las caderas. —Yo soy la jefa aquí y no
recibo órdenes de ti. —Su expresión se endureció. —Ni de nadie.
—Sorpréndeme—, murmuró.
—¿Qué?
—Es mi trabajo protegerte—, gruñó, acercándose tanto que su calor abrasó
su piel. —Y si eso significa darte órdenes entonces tú las obedecerás.
¿Entendido?
—¿Por qué tú...?
Rozándole cuando pasaba junto a él, se dirigió hacia las escaleras. Ella
descartó el segundo piso, sabiendo por el ángulo de la bala alojada actualmente
en su escritorio que debía haber sido disparada desde la tercera planta.
Personalmente prefería sus habilidades para hacer un trabajo de forma íntima y
personal, pero también era una tiradora bien entrenada.
Continuando hacia arriba, sintió a Luc directamente siguiéndole los pasos.
Demonios, hacía más que sentirlo. Los aguijonazos de su ira picaban en su
piel, advirtiéndola de que su lobo merodeaba a flor de piel.
Un poderoso lobo, reconoció estúpidamente.
Uno que era más que un digno rival para su propia loba.
Tratando de deshacerse de la distracción de su proximidad, Sophia se
detuvo en el rellano de la planta superior. Antes de que pudiera alcanzar el
pomo de la puerta, sin embargo, se produjo un chirrido tenue en la escalera por
debajo de ellos.

19
El sonido apenas había llegado a sus oídos cuando Luc la tenía empujada
contra la pared, enjaulándola con su cuerpo más grande. Al mismo tiempo se
produjo el crujido ensordecedor de un disparo seguido de un alarido
desgarrador cuando una bala atravesó la lámina delgada de metal exactamente
donde habían estado parados menos de un segundo antes.
—Por Dios2. —Retrocediendo, Luc pasó una mirada escrutadora sobre su
tensa figura. Una vez que se aseguró que estaba libre de lesiones, se trasladó
para mirar por encima de la barandilla. —Quédate aquí. —Volvió la cabeza
hacia atrás para mirarla con ojos que eran más lobunos que humanos. —Esta
vez harás lo que te digo o te esposaré a la puerta. ¿Entendido?
Sin molestarse en esperar por su respuesta, el idiota estaba saltando desde
lo alto de las escaleras, persiguiendo a su atacante de gatillo fácil con un
temerario desprecio por la cordura, el instinto de conservación, y las leyes
básicas de la gravedad.
No es que debiera molestarse en estar preocupada.
Luc era obviamente un matón entrenado que probablemente pasaba gran
parte de su tiempo persiguiendo locos. Si quería recibir una bala o dos para
demostrar que era un Were grande y fuerte, entonces déjalo.
Excepto que él le había salvado la vida, una pequeña voz le susurró en el
fondo de su mente.
Dos veces.
Por lo menos le debía un gracias antes de que hiciera que lo mataran, ¿no?
Esa era la única razón por la que se paseaba por el rellano estrecho en vez
de regresar a su club y seguir adelante con su día.
—Un dolor en el culo—, murmuró entre dientes, volviendo la cabeza
mientras Luc trotaba fácilmente escaleras arriba.
—¿Estabas diciendo algo?—, preguntó él con una leve sonrisa
jugueteando en las comisuras de su boca.
Ella pasó una mirada rápida sobre su magnífico cuerpo, negándose a
permitirse a sí misma fijarse demasiado en los ondulantes músculos y en los
anchos hombros que estaban expuestos a la perfección por la camiseta ajustada.
Él estaba ileso.
Eso era todo lo que importaba.
—¿Encontraste al que disparó?
—Nada. —Apretó la mandíbula con frustración. —Quienquiera que fuera
se las arregló para entrar y salir del edificio sin dejar rastro.
—¿Una bruja?

2 NdeT: En español en el texto original.

20
—Imposible decirlo sin más información. —Se encogió de hombros. —
Haré una búsqueda más exhaustiva cuando el edificio se cierre por la noche.
Ella se aclaró la garganta. —No te he dado las gracias.
Esperando que se regodeara, Sophia fue tomada por sorpresa cuando de
repente él dio un paso adelante, agarrándola por los brazos mientras la
contemplaba con una mirada feroz.
—No quiero que me lo agradezcas, Sophia. Quiero que me dejes hacer mi
trabajo.
Ella se estremeció cuando el calor de sus manos abrasó su piel desnuda, su
loba gruñendo bajo con aprobación.
Traidora.
—No te he dado el trabajo.
Sus ojos se estrecharon. —He escuchado una gran cantidad de rumores
acerca de ti, pero ninguno de ellos mencionaba que fueras estúpida.
Se puso tensa. Hasta este momento nunca le había importado un comino
lo que la gente dijese acerca de ella.
¿A quién le importaba si era conocida como una inmoral puta sin corazón?
Ahora frunció el ceño al pensar que él podría estar juzgándola sin conocer
la verdad.
—¿Qué rumores?— Gruñó.
—Que eres la reina de las perras.
—Es cierto. —No tenía sentido tratar de negar eso. Y no es que quisiera
hacerlo. —¿Qué más?
La oscura mirada recorrió su cara. —Que eres exquisita.
—También es cierto.
—Que fuiste bendecida con cuatro hijas purasangre. Un regalo asombroso
para nuestra gente.
Ella bajó la mirada. Aunque la noticia del talento de la profecía de Cassie,
así como su desaparición reciente, no eran secretos de estado, todavía no eran
de conocimiento público.
Cuantas menos personas lo supieran, mejor.
—Sí.
—Y que eres una superviviente—, continuó, haciendo caso omiso de su
repentina cautela. —Lo cual es la razón por la que eres lo suficientemente
inteligente como para buscar ayuda cuando la necesitas.
Ella levantó la cabeza con una sonrisa irónica. —Ladino.

21
—Habilidoso—, se corrigió, la frustración aún hirviendo en sus magníficos
ojos. —Y desafortunadamente con retraso a la hora de llegar a la fiesta. Llévame
de vuelta al principio. —Sus cejas se unieron en un ceño mientras ella vacilaba.
—¿Sophia?
Apretó los dientes. Maldita sea. Él era un lobo en plena caza.
Él no iba a dejar pasar esto.
—No estoy muy segura—, murmuró.
—Algo te ha asustado o no habrías sentido la necesidad de un
guardaespaldas.
—Todo ha sido tan... infantil.
Sus manos aflojaron su agarre así pudo pasar sus dedos ligeramente hacia
arriba y hacia abajo a lo largo de su brazo, enviando una serie de temblores de
placer por todo su cuerpo.
—¿Infantil?
Luchó para mantener su mente en la dirección correcta. Algo nada fácil
cuando sus pensamientos estaban siendo consumidos por la intriga de cuán
rápido podría tenerlo despojado de su ropa y presionado contra la pared.
Las cosas que podría hacerle a ese fantástico cuerpo.
Mmmm.
Los ojos de él se dilataron cuando la especia de su excitación saturó el aire,
su cuerpo tensándose con un hambre en respuesta. Con una maldición en voz
baja, ella tiró de su mente de vuelta a la conversación.
¿Dónde estaban?
Oh sí, su acosador asesino.
Se encogió de hombros. —Comenzó con notas rencorosas que dejaban en
mi puerta.
—¿Qué decían?
—Lo de siempre. 'Te odio'. 'Vete, perra.' 'Puta'. —Sus labios se curvaron en
disgusto. —Algo que un humano pueril haría.
—¿Qué más?
—Mis neumáticos rajados. Una rata muerta que dejaron en mi piscina. —
Su mirada se movió más allá de él hacia el agujero de bala en el suelo. Unos
centímetros más y ella habría sido ensartada. —Por lo menos hasta hoy.
Su ceño se profundizó, su expresión distraída. —Extraño.
—¿Es extraño que alguien trate de matarme a balazos, o es extraño que no
lo hayan intentado antes?—, preguntó con sequedad.
—Por lo general no se agrava con tanta rapidez.

22
Se obligó a aguantar su mirada inquisitiva con su inquietante percepción.
¿No era lo suficientemente malo que su simple contacto pudiera hacer que
su loba jadease de necesidad, sino que también tenía que ser inteligente?
—¿Te refieres a los ataques?
—Exactamente—. Sus manos se movieron para que sus pulgares
estuvieran acariciando la línea sensible de su garganta, haciendo una pausa
sobre el ritmo inestable de su pulso. —Es un gran jodido salto pasar de
garabatear una nota desagradable a apretar un gatillo. La mayoría de la gente
nunca progresa hasta ese punto. Y los que lo hacen tardan más que unos pocos
días en pasar de malvado a psicótico.
—Hmmm. —Su expresión era evasiva. —Veo a donde quieres llegar.
Sus ojos se estrecharon. —¿Cuándo recibiste tu primera amenaza?
—Unos días después de que me mudé a mi nueva casa. Hace dos
semanas—, rápidamente respondió. —Supuse que era una vecina celosa.
—¿Nada antes de eso?
—Un montón. —Sus labios se curvaron con ironía. —Soy la reina de las
perras, ¿recuerdas? Pero la mayoría de mis enemigos tienen las pelotas para
enfrentarse a mí cara a cara y no arrastrarse por ahí como un adolescente
angustiado.
Él asintió con la cabeza lentamente. —Hábleme de tus vecinos.
—Sólo he conocido a un puñado. —No se había visto especialmente
afectada por la falta de un comité de bienvenida. —La mayoría de ellos son
mortales. Tremendo aburrimiento.
—¿Pero no todos?
—No. Hay un vampiro que tiene una guarida justo detrás de mi cancha de
tenis.
Sus pulgares acariciaron arriba y abajo a lo largo de su garganta con una
intimidad que debería haber hecho que su loba gruñera en advertencia. El
cuello de un Were estaba considerado fuera del alcance de todos, excepto de sus
compañeros de manada de más confianza.
En cambio, ella se resistió al impulso de echar la cabeza hacia atrás y
ofrecer su carne tierna a sus dientes.
Cristo, ¿que andaba mal con ella?
—Un vampiro no perdería su tiempo con notas y rajando neumáticos—,
dijo, su mirada siguiendo el camino de sus dedos, con un brillo profundo en sus
ojos. —Cabreas a uno y van directamente a por tu garganta. Literalmente.
—Kirsten está apenas saliendo de sus años de expósito—, le informó. —
Ella aún está a merced de sus emociones humanas.

23
Él pareció alejar de sus pensamientos a la vampiresa, aunque Sophia no
dudaba de que había guardado la información en el fondo de su mente.
No estaba permitido que nada se le pasara por alto a este Were.
Ni el pensamiento más reconfortante.
—¿Alguien más?
—Hay una ninfa en la manzana. —Sophia hizo una mueca. —Ella es
siempre amable en público, pero tengo la sensación de que no tiene ninguna
intención de convertirse en mi mejor amiga para siempre.
—Ella podría ser responsable de los hostigamientos en curso, pero las
ninfas no suelen estar sedientas de sangre.
—No has visto lo posesiva que es con su amante actual. —Sophia se
estremeció. Había habido un destello fanático en los ojos de la ninfa cuando ésta
le había presentado su novio a Sophia, sus manos aferrándose a él con una
desesperación embarazosa. —Es espeluznante.
Luc enarcó una ceja oscura. —¿Un amante?
—Un cur. —Los curs eran seres humanos que habían sido mordidos en
lugar de haber nacido como Weres purasangre. Eran capaces de transformarse,
pero no podían controlar sus cambios como un Were podía hacerlo, y no eran
inmortales, aunque su esperanza de vida se incrementaba en gran medida. —
Bueno, más o menos.
—¿Qué significa eso?
—Él ha sido convertido, puedo olerlo, pero es un patético aspirante como
cur. —La imagen de su cuerpo corto y rechoncho, y su pálido rostro, le
revolvían el estómago a Sophia. —Es una vergüenza para los curs de cualquier
parte. Nunca me he encontrado a una criatura tan tímida.
Él dio un paso adelante, presionando su cuerpo contra la pared. —No es
tu tipo en absoluto.
—Tú no sabes nada de cuál es mi tipo. —Bajando la cabeza, permitió que
sus labios se rozaran sobre el pulso acelerado en la base de su garganta.
—Sé que yo soy tu tipo.
Diablos, ambos sabían que lo era.
Ella estaba cada vez más en llamas con su mero toque.
¿Qué pasaría si en realidad la besara?
No tenía intención de quedarse a averiguarlo, empujo su tórax con las
manos.
—Ugh—, murmuró ella, caminando a su alrededor y bajando las escaleras.
Ya era bastaba malo que hubiera pasado el día esquivando balas. No iba a
empeorarlo convirtiéndose en otra víctima del encanto fatal de Luc.

24
No tenía duda de que había suficientes víctimas ensuciando las calles de
Miami.

Luc terminó su barrido del edificio de oficinas y estaba saliendo en su


Mercedes negro SL550 Roadster pasando junto al guardia uniformado que
estaba abriendo las puertas de la urbanización de Sophia cuando su teléfono
móvil sonó.
Una mirada al parpadeante ID3 e hizo una mueca, sabiendo que no podía
ignorar la llamada.
Subiendo el estéreo del coche, se puso el teléfono en la oreja. Había
demasiados demonios con un oído muy superior para correr riesgos.
—¿Qué pasa?— Preguntó, suspirando ante la respuesta de su interlocutor.
"Sí4.
Me dirijo de nuevo a su casa ahora. —Apretó la mandíbula. —No, ella no
sospecha nada. Todavía no. Pero es demasiado inteligente para que pueda
engañarla por mucho tiempo. —Hubo otra explosión de palabras agudas. —Sí,
entendido. Me mantendré en contacto.
Lanzando su teléfono al asiento del copiloto, Luc aparcó su coche al final
de la calle delimitada por árboles. Entonces, considerando brevemente los
beneficios de transformarse, dio una sacudida a su cabeza y corrió hacia la casa
de Sophia.
Él ya había llamado a su lobo para husmear en el edificio de oficinas. Su
forma humana no podría, ni de lejos, igualar sus sentidos de lobo, pero pese a
que era más fuerte que la mayoría de los Weres, no quería desperdiciar energía
innecesariamente.
No cuando no podía estar seguro de que no la necesitaría para proteger a
Sophia.
Al llegar al parque de casi medio acre5 que rodeaba la casa de Sophia, hizo
un rastreo rápido por los terrenos, incluyendo la casa de la piscina, antes de
entrar en su casa a través de las puertas del patio.
Había comprobado su sala de estar, un dormitorio de invitados, y el
gimnasio totalmente equipado, antes de dirigirse a la cocina.

3 NdeT: Identificador de llamada.


4 NdeT: En español en el texto original.
5 NdeT: Un acre equivale a 40,47 áreas, o lo que es lo mismo, a 4.047 metros cuadrados.

25
Como era de esperar, se encontró a Sophia apoyada contra la encimera de
mármol, con los brazos cruzados sobre el pecho. Lo debió haber percibido en el
momento en que entró en su finca.
Deteniéndose en el centro del piso de baldosas de cerámica, Luc dejó que
su mirada recorriera su esbelto cuerpo apenas cubierto por una camiseta roja de
encaje y pantalones cortos de seda a juego.
Él reprimió un gruñido, con la mirada alzándose a su hermosa cara
enmarcada por el pelo dorado pálido.
La lujuria no le importaba. ¿Qué macho no estaría caliente e incitado ante
la vista de una hermosa hembra, medio desnuda?
Pero el sentido de reconocimiento de su lobo, como si ella... le
perteneciera, era inquietante.
Sobre todo cuando sus ojos esmeralda brillaron con una advertencia que
estaba lejos de ser de bienvenida.
—¿Tus deberes incluyen allanamiento de morada?
Él deliberadamente miró hacia la puerta que conducía desde el rincón
habilitado con una mesa para desayunar orientado hacia el patio. Un hada del
rocío podría romper la cerradura endeble como el culo.
—No, pero incluyen una inspección de tu sistema de alarma.
Ella soltó un bufido. —Soy una Were purasangre. Eso es todo el sistema de
alarma que necesito.
Frunciendo el ceño ante su tono indiferente, se dio la vuelta con una
mirada de frustración.
Dios6.
¿Sabía ella cómo su aparente falta de preocupación estaba desafiando a su
lobo a hacer lo necesario para protegerla?
—Obviamente, no si algún lunático ha conseguido pasearse por tu casa sin
ser descubierto—, gruñó.
—El lunático siempre entró cuando yo estaba en el club. —Ella dejó que su
mirada fuese a la deriva hasta sus pesadas botas y de nuevo a sus ojos
entornados. —Por lo menos hasta esta noche.
—Necesitas un sistema de alarma.
Ella exhaló un suspiro puramente femenino de exasperación ante su
expresión testaruda.
—¿Encontraste algo en el edificio de oficinas?
Él pasó por delante de ella para abrir la nevera y sacó una botella de
cerveza perfectamente fría. Girando la tapa, se bebió la mitad de un solo trago.

6 NdeT: En español en el texto original.

26
—Descubrí que la secretaria de la compañía de reclamaciones de seguros
se está quedando hasta tarde para quemar el combustible de medianoche7 del
portero.
—¿Combustible de medianoche?
Él sonrió. —Y que el oficial de préstamos está durmiendo en el sofá en su
oficina. Sin duda, su esposa lo echó.
Su mirada se detuvo un momento tortuoso en sus labios antes de que ella
estuviera visiblemente cuadrando sus hombros.
—Fascinante.
—Eso fue sólo en el primer piso.
—¿Has encontrado alguna pista que nos pueda llevar a mi acosador?
—Nada. —Él se termino la cerveza y arrojó la botella en la papelera de
reciclaje. —Lo que significa que son muy, muy buenos. O muy, muy
afortunados.
—¿Así que, básicamente, tienes absolutamente nada?
Él ignoró su burla, moviendo hasta que pudo agarrar la encimera a cada
lado de sus caderas, atrapándola eficazmente.
Iba a obtener respuestas.
De una manera u otra.
—En realidad, tengo una pregunta.
Ella se tensó, su poder arremolinándose a través del aire. Curiosamente,
sin embargo, no hizo ningún movimiento para empujarlo.
—Déjame ver si entiendo—, se burló en cambio. —Irrumpes en mi casa a
una hora intempestiva. Te sirves tú mismo de mi alijo privado de cerveza
importada. Y ahora, sin tener absolutamente ninguna información para mí,
esperas que yo juegue a Veinte Preguntas. —Ella levantó la barbilla. —Y, como
guinda del pastel, ¿se supone que tengo que pagarte un salario semanal por el
privilegio?
Su mirada se deslizo hasta la deliciosa visión de sus pechos bajo el encaje
rojo.
—Sí, pero añadiré noches de sexo alucinante gratis.
Él escuchó como su corazón se detuvo por un segundo, el olor de su
pronta respuesta más tentadora que cualquier perfume.
Aún así, ella se mantuvo rígida, claramente tan cautelosa como él lo estaba
por la poderosa fuerza de su atracción.
—¿Cuál es tu pregunta?—, preguntó con voz ronca.

7 NdeT: La autora usa la expresión “midnight oil” que es una metáfora para referirse al semen.

27
—Dime lo que me estás ocultando.
Sus ojos se abrieron ampliamente antes de que ella apresuradamente
suavizara su expresión.
—¿Ocultando? —Levantó una ceja, tratando descaradamente eludir su
pregunta. —¿Qué demonios te hace pensar que estoy ocultando algo?
—Una Were purasangre no contrata a un guardaespaldas sólo porque está
siendo acosada.
Esa comprensión le había golpeado mientras la veía alejarse airadamente
de él en la escalera. Había empezado a detener su retirada allí mismo para
exigirle una respuesta, pero la rígida postura de su columna le había advertido
que no estaba de humor para cooperar.
Y en verdad, había estado tan molesto por estar siendo conducido de un
lado a otro, como un tonto, por el pistolero misterioso que supo que
inevitablemente empeoraría las cosas si quería tratar de arrancarle la verdad.
Ahora él no iba a dejarlo hasta que supiera exactamente qué diablos estaba
pasando.
—Mi yerno me hizo prometer que no mataría a ninguno de mis vecinos el
día que me mudé aquí. —Ella trató de mantenerse firme. —Pero no dijo que no
pudiera contratar a alguien para matar por mí.
—Maldita sea, Sophia, no puedo ayudarte si no eres honesta conmigo—, le
espetó. —Dímelo.
Se miraron el uno al otro, el aire se llenó de un calor sofocante, mientras
ambos luchaban en una batalla silenciosa por el dominio.
Al final Sophia murmuró una maldición, sintiendo su implacable
determinación.
—El acoso ha sido molesto, pero lo hubiera ignorado si no hubiera
empezado a sentir que me estaban dando caza—, confesó a regañadientes.
—Dando caza. —Él se aferró a esas reveladoras palabras. —¿No
perseguida?
Una sombra oscureció sus hermosos ojos. —Ha sido algo más que un
pervertido al acecho entre los arbustos y espiando en mi ventana.
—Explícate.
—No puedo. —Su tono agudo no disimuló enteramente su inquietud. —
Sólo sé que ha habido alguien siguiendo mis movimientos durante la semana
pasada. Y ha habido…— ella volvió la cabeza para mirar por la ventana, como
si esperara ocultar así su expresión, —…incidentes.
—¿Qué incidentes?
—Un día yo estaba cruzando la calle y casi fui atropellada por un coche.
Al día siguiente estaba corriendo por el parque y fui atacada por un pitbull

28
rabioso. Luego, hace dos días, casi me rompen la cabeza con un macetero de
piedra que cayó desde lo alto de un edificio por delante del cual estaba
pasando.
Los dedos de Luc se tensaron sobre la encimera de granito, su lobo
enfurecido por la sola idea de alguien aterrorizando a esta hembra.
Su hembra.
Cuando finalmente pusieron sus manos sobre el acosador, éste iba a hacer
que el cobarde lo lamentara mucho, mucho.
—¿Por qué no me dijiste esto desde el principio?— Le preguntó, su voz
gruesa.
Ella se volvió para apuñalarle con una mirada. —En caso de que no hayas
captado el mensaje, he estado tratando de deshacerme de ti, no de darte una
razón para quedarte.
No, él había captado el mensaje.
Su mirada melancólica se deslizó hasta la curva sensual de su boca antes
de regresar al fuego esmeralda ardiendo en sus ojos.
—¿Y pensaste que si descubría que alguien ha estado tratando de matarte,
en lugar de simplemente acosarte, sería más que probable que yo me quedase?
—Por supuesto—, dijo ella, mirándolo como si él estuviera siendo
particularmente lento. —Eres un alfa.
—Es cierto.
—Lo que significa que te conviertes en un hombre de las cavernas cuando
piensas que hay una damisela en apuros que podría necesitar tu protección. —
Su mirada le advirtió que ni siquiera tratara de negar la verdad de sus palabras.
—No te culpo. Todo eso está causado por la testosterona que te está pudriendo
el cerebro.
Como si fuera atraído por un imán, su mirada regresó a sus labios, era
demasiado fácil imaginar los estragos que podrían causar mientras éstos
avanzaban por su cuerpo.
—Hace algo más que pudrirme el cerebro. ¿Quieres que te lo demuestre?

29
Capítulo Tres
Diablos, sí.
Quería que se lo demostrara tan desesperadamente que apenas podía
respirar.
Lo cual era exactamente el porqué necesitaba que se fuera.
Involucrarse con un macho alfa era demencial en las mejores
circunstancias.
Añade un maniático desconocido tratando de matarla, y la extraña
necesidad de su loba de marcarlo de manera que todas las demás hembras
supieran que él estaba fuera de los límites, y todo ello se convertiría en una
receta para el desastre.
—¿Ves? —Lo acusó mientras le acariciaba la mejilla con sus labios. —
Hombre de las cavernas.
Se movió para mordisquearle el lóbulo de su oreja. —Hay algunos
beneficios.
Oh... Cristo.
Ella ya podía sentir los beneficios. Éstos se estaban derritiendo a través de
su cuerpo, aflojándole las rodillas y haciendo que sus caderas se presionaran
con impaciente necesidad contra el duro empuje de su creciente erección.
En un momento ella iba a arrancarle la ropa y empujarlo sobre las
baldosas de cerámica.
O tal vez sobre la mesa del desayuno.
No era caprichosa mientras fuese caliente y sudoroso, y durase hasta que
ella estuviera demasiado saciada como para moverse.
Vívidas imágenes de ella cabalgando ese cuerpo bronceado y perfecto la
hicieron abruptamente empujarlo lejos para poder dirigirse a la puerta.
—Es tarde, desaparece—, murmuró, haciendo caso omiso de su loba, la
cual gruñía con frustración.
Ella realmente no esperaba que obedeciera su orden. Luc era un Were que
siempre haría lo que él quisiera, cuando él quisiera. Pero ella no había esperado
que en realidad la levantara en brazos, acunándola contra su magnífico pecho
mientras se dirigía hacia las escaleras cercanas.
—¿Qué demonios?— Jadeó.

30
—Tienes razón. Ya es tarde. —Él sonrió ante su expresión furiosa. —
Deberías estar en la cama.
Una sacudida de emoción al rojo vivo la atravesó.
Maldita sea.
Ella entrecerró los ojos. —¿Crees que no te haré daño?
—Soy tu guardaespaldas. —Con asombrosa facilidad la subió por las
escaleras curvas y por el pasillo para entrar en su dormitorio. No se detuvo
mientras cruzaba la alfombra plateada que acentuaba la decoración en blanco y
negro. Llegando al fin a la cama de ébano con el edredón bien remetido por
debajo del colchón, la depositó en el edredón de rayas blancas y negras y se
enderezó para observarla con una mirada encapotada. —Es mi deber arroparte.
Ella se incorporó hasta adoptar una posición sentada, apoyándose sobre la
pila de almohadas plateadas.
—¿Tu deber?
Sus ojos oscuros hicieron un examen hambriento a lo largo de su cuerpo,
su propio cuerpo tenso mientras se esforzaba por atar corto el deseo palpitando
en el aire.
—Podría haber un poco de placer involucrado.
Ella se estremeció. No sólo por el timbre áspero de su voz que la advirtió
de que él estaba pendiendo de un hilo, sino por el brillo posesivo en esos ojos
oscuros.
—No me voy a librar de ti, ¿verdad?— Dijo en un suspiro.
—¿Quieres hacerlo?
—No me gustan los neandertales.
—Puedo ser tan sensible como el que más. —Su mirada se dirigió a la
extensión de piel pálida expuesta por su pequeña camiseta. —Con la
motivación adecuada.
Podía sentir físicamente el calor de su mirada, acariciándola con un placer
abrasador.
Maldita sea, ¿por qué no podía ser sólo otro tipo increíblemente caliente
que podría usar, y ultrajar, y dejar de lado cuando ya hubiera tenido bastante?
—Vas a tratar de darme órdenes—, lo acusó con frustración, —diciéndome
lo que puedo y no puedo hacer…
—Voy a mantenerte viva—, la interrumpió.
—No seré enjaulada. —Ella negó con la cabeza. —No de nuevo.
Lamentó las palabras tan pronto como se le escaparon de los labios, de
repente se volvió para observar los grabados originales de Rembrandt que
colgaban de la pared.

31
—Sophia. —Sintió el colchón hundirse bajo el considerable peso de Luc
cuando éste se sentó en el borde de la cama. Cuando se negó a reaccionar a su
presencia, él alzó su brazo para ahuecarle su mejilla con la mano y tiró de ella
para encontrarse con su mirada escrutadora. —Háblame.
—Has cumplido con tu deber, ahora déjame en paz—, le espetó.
Su pulgar rozó su labio inferior. —Sophia.
—¿Qué quieres?
—Quiero que me digas por qué crees que te enjaularía.
Ella alzó los hombros con inquietud. —Es sólo una expresión.
—Es mucho más que eso—, insistió tercamente. —Cuéntamelo.
—Luc.
—Por favor.
Ella se quedó inmóvil por la sorpresa. Apostaría su bolso favorito de
Hermès que este hombre no habría dicho la palabra con P más de una vez o dos
en su larga existencia.
El hecho de que había dejado a un lado su orgullo para usarla ahora
socavó cualquier esperanza de resistirse a su suave súplica.
—Conoces la historia de nuestro pueblo—, ella le dio una evasiva,
sintiéndose peligrosamente vulnerable.
—Eso no es nada conciso.
—Durante demasiado tiempo nos hemos mantenido al borde de la
extinción.
—Sí, pero eso todo está a punto de cambiar ahora que Salvatore ha
destruido al señor de los demonios—, señaló, refiriéndose a la reciente batalla
del rey de los Weres con el demonio que había estado drenándolos de sus
poderes durante siglos. —Ya nuestra fuerza está regresando. Incluso aquellos
antiguos poderes que han sido casi olvidados. —Sus labios se curvaron en una
sonrisa triste. —Poderes peligrosos.
—¿Supongo que te refieres a Salvatore descubriendo que Harley es su
verdadera pareja?
Él asintió con la cabeza. —Como ya he dicho... peligrosos.
Sophia tenía que estar de acuerdo con él.
El verdadero emparejamiento entre Weres se había convertido en nada
más que una leyenda lejana hasta el impactante vínculo entre Salvatore y
Harley. Ahora había rumores de que más y más purasangre se están
emparejando.
¿Qué se sentiría al saber que estabas irrevocablemente atada a un
compañero?

32
¿Que nunca más volvería a desear a otro en su cama?
Se dijo a sí mismo que era un pensamiento horrible.
Y casi se lo creyó.
—Salvatore parece asquerosamente encantado consigo mismo, y tengo
que admitir que Harley está contenta.
Sus dedos trazaron la línea de su mandíbula. —¿Pero tú todavía estás
atormentada por nuestro pasado?
¿Atormentada?
Sonaba dramático, pero Sophia no podía negar que definía bastante bien
los recuerdos que se negaban a dejarla en paz.
—Yo fui una de las menos de una docena de hembras capaces de quedar
embarazadas—, ella admitió abruptamente.
Él se quedó inmóvil. —Una criadora.
—Sutil—, murmuró, extrañamente ofendida por el término que se
utilizaba para esas raras hembras fértiles.
—Lo siento. —Hizo una mueca. —Nunca consideré la carga que debes
haber llevado.
Había sido más que una carga. Sin sus poderes habituales, las mujeres
Weres, no sólo se habían vuelto cada vez más infértiles, sino que habían perdido
la capacidad de controlar sus cambios durante el embarazo.
Eso casi había sido el final de los purasangre.
—Cuando una raza está tratando de sobrevivir, todos debemos poner de
nuestra parte—, dijo, haciendo todo lo posible para mantener el dolor
persistente oculto.
Como era típico, Luc no se dejó engañar.
—Y todos tenemos que llevar nuestras cicatrices—, dijo en voz baja, algo
en su voz sugiriendo que tenía algunos recuerdos desagradables propios.
—Sí.
La estudió en silencio, sus dedos continuando causando estragos en sus
sentidos, mientras acariciaban su mejilla y luego tiernamente le colocó el pelo
detrás de su oreja.
—¿A cuántos niños has perdido?
Ella se estremeció ante la hiriente pregunta. —Cientos.
—Oh... cara.
Bajó los ojos, incapaz de soportar la compasión brillando en sus ojos
oscuros.

33
—Juré que había acabado cuando Salvatore me convenció para intentarlo
una vez más. —Sus entrañas hechas un nudo. Quería olvidar aquellos días de
no ser más que una máquina de criar, de la que se esperaba que tratara de
gestar una camada año tras año interminable. —Él quería alterar el ADN de mis
bebés para que no pudieran transformarse y así más probablemente pudieran
gestar a un bebé hasta el final.
—Y ahorrarles el dolor que tú sufriste.
Sus labios se crisparon. —Ese era el plan.
—Y funcionó. —Hubo un orgullo inconfundible en su voz. —La nación
entera Were celebró el nacimiento de tus cuatro hijas milagro.
—Quienes fueron robadas inmediatamente de la habitación de los bebés—
, le recordó, no dispuesta a revelar su confusión de emociones por haber sido
capaz de dar a luz a sus hijas, sólo para que ellas desaparecieran. La ira, el
pavor, el miedo aplastante que la hizo distanciarse emocionalmente a sí misma
de las hijas a las que nunca se le permitió coger en brazos. —Pasé los últimos
treinta años buscando a mis hijas.
—¿Y ahora?
—Ahora llegó “mi tiempo”. —Se encontró con su mirada fija con una
inclinación obstinada de su barbilla. —No tengo responsabilidades, a nadie
dependiendo de mí, a nadie tratando de controlarme. ¿Lo entiendes?
Luc lo entendía.
Realmente lo hacía.
Esta mujer había pasado toda su vida con el destino de su pueblo
descansando sobre sus hombros.
¿Era de extrañar que fuera tan repulsiva en su afán de mantener su
independencia?
Desafortunadamente estaba en peligro.
Y aunque él no estuviera poseído por una necesidad de protegerla, cada
vez más creciente, él estaría obligado por su deber de mantenerla a salvo. Sin
importar si eso significaba obligarla a aceptar su ayuda.
Y hacer de ella una enemiga de paso.
Él siseó ante esa idea extrañamente dolorosa, su mano pasando a trazar la
línea de su esbelta garganta.
—Lo entiendo, cara—, él gentilmente le aseguró, —pero eso no cambia el
hecho de que alguien está tratando de hacerte daño.
Ella hizo un sonido de disgusto. —Lo cual es el porqué he contratado a un
guardaespaldas.
Él sonrió, su lobo petulante mientras ella dejaba que sus dedos saborearan
la piel satinada de su cuello.

34
Era un toque íntimo que transmitía confianza. Y a su lobo le transmitía...
posesión.
—Así que, al menos, ¿accedes a contratarme?
—Supongo—, murmuró. —Sólo Dios sabe qué es lo siguiente con que me
vendría Troy.
—Bien. —Él ignoró su flagrante falta de entusiasmo. Una vez que
estuviera seguro de que estaba a salvo, él se concentraría en enseñarle el placer
de tenerlo como su guardaespaldas personal. —Entonces mañana prepara una
bolsa de viaje.
Él sintió que su corazón dio un salto bajo sus dedos. —¿Disculpa?
—Te voy a llevar a Miami.
Ella maldijo, apartando de un golpe su mano mientras sus ojos brillaban
con un poder peligroso.
—De ninguna maldita manera.
Se tragó su gruñido ante su desafío directo. Era hora de razonar con la
hembra, no... ¿Qué había dicho? ¿Volverse un cavernícola con ella?
—Una vez que sepa que estás fuera de la línea de fuego, puedo
concentrarme en localizar a tu vecino homicida.
—No.
—Sophia.
—No—, repitió ella, con un filo de “fin de discusión” en su voz. —Me
acabo de mudar a esta casa y acabo de comenzar mi negocio. No voy a salir
corriendo y esconderme como un cobarde duende de la niebla.
—Sólo sería por unos pocos días.
—No puedes saber eso. —Ella le sostuvo la mirada, silenciosamente
advirtiéndole que no sería convencida. —Podría llevarte semanas o incluso
meses.
Sus dientes se apretaron. —Entonces quédate con una de tus hijas hasta
que yo aclare este enredo.
—¿Y ponerlas en aún más peligro?— Ella negó con la cabeza. —De
ninguna manera.
Sus dedos rodearon su cuello, no a modo de amenaza, sólo en señal de
frustración.
—Tú eres...
—La jefa.
Sus miradas se enfrentaron y Luc, con rapidez, barajó sus limitadas
opciones.

35
Él podría obligarla físicamente a ir a Miami. Tenía la fuerza bruta y la
formación necesaria para mangonear a cualquiera excepto al rey.
Pero incluso mientras el pensamiento le pasaba por su mente, él lo
descartó.
Sabía, sin duda alguna, que convertirla en su prisionera virtual, incluso si
era por su propio bien, rompería algo frágil en el interior de ella.
—Obstinada8—, dijo en un susurro, inclinándose para sacarse las botas.
Luego, haciendo caso omiso de su repentino ceño, se levantó de la cama
para quitarse la camiseta. Se había quitado el cinturón y estaba desabrochando
su pantalón cuando ella recuperó la voz.
—Si estás haciendo una audición para un puesto en mi club, tengo que
advertirte que sólo escogemos bailarines experimentados—, dijo con voz
áspera.
Él se encogió de hombros, bajándose los pantalones y pateándolos a un
lado para quedarse con nada más que sus bóxers de seda negra.
—Si la montaña no viene a Mahoma...
—¿Entonces él recibe una patada en sus pelotas?
Él se estiró sobre el colchón a su lado, ocultando una sonrisa cuando captó
su mirada disimulada comiéndose con los ojos sus piernas musculosas antes de
subir para pararse en la amplia extensión de su tórax.
Ella podría querer que se fuera, pero eso no le impedía desear su cuerpo.
Y, francamente, él estaba bien con eso.
Por ahora.
—No puedo protegerte si no estoy cerca de ti.
—Eso no incluye compartir mi cama.
—De hecho, lo hace. —Tendido sobre su espalda, metió las manos detrás
de la cabeza. —Por lo menos hasta que consiga instalar un sistema de
seguridad.
Ella se inclinó sobre él, su expresión dura, incluso si no podía disimular el
olor de su ardiente excitación.
—Si tienes que quedarte, entonces puedes dormir en otra habitación.
—Demasiado lejos.
—Entonces, usa la silla. —Ella señaló hacia la silla gris carbón que se
encontraba junto a la ventana. —Hay una manta de sobra en el armario.
—¿Qué pasa, Sophia?—, bromeó. —¿Tienes miedo de no poder evitar
saltar sobre mí mientras duermo?

8 NdeT: En español en el texto original.

36
Inesperadamente los ojos esmeralda se oscurecieron, como si él la hubiera
herido.
—A pesar de los rumores que afirmas haber oído acerca de mí, no me abro
de piernas para cada hombre que se cruza en mi camino—, dijo con frialdad.
Dios9.
Lamentando sus palabras irreflexivas, se incorporó sobre sus codos,
contemplándola con una mirada sombría.
—Ese nunca fue un rumor que yo haya oído, y no me lo hubiera creído si
lo hubiera escuchado.
—Sí, claro.
—Sophia, estoy aquí para protegerte. —Sus labios se separaron y él
apresuradamente presionó un dedo sobre éstos para detener sus palabras
airadas. —Espera. No voy a insultar tu inteligencia negando que te deseo. —
Permitió que su hambre hirviera a fuego lento en el aire, el calor agitando los
hilos de satén de su pelo. —Desesperadamente. O que voy a decir 'no' cuando
finalmente aceptes que soy irresistible. —Con un esfuerzo, contuvo su doliente
deseo, necesitando que se diera cuenta de que siempre estaría a salvo a su
cuidado. Física y emocionalmente. —Pero hasta ese momento, no espero nada
de ti excepto tu cooperación para mantenerte con vida.
Su expresión seguía siendo desconfiada. —¿Tienes la intención de pasar la
noche conmigo y no tener sexo?
Ambos, el lobo y el hombre, gimieron ante la sola idea de las largas horas
que tenían por delante, pero su sonrisa nunca vaciló.
—Puedo mantener nuestra relación platónica si tú puedes.
Era un desafío directo.
Uno del que ningún lobo podría retractarse.
Su mandíbula se apretó. —Los bóxers se quedan puestos.
Su sonrisa se ensanchó. —Tú eres la jefa.
Dándole la espalda, ella alargó el brazo para apagar la lámpara Tiffany.
—Cristo, debo haber perdido la cabeza.

9 NdeT: En español en el texto original.

37
Capítulo Cuatro
Caía la tarde cuando Sophia se despertó.
Teniendo en cuenta que el amanecer ya estaba en su máximo apogeo
cuando ella por fin se quedó dormida, no era una sorpresa que hubiera
dormido hasta tarde.
Fue, sin embargo, una sorpresa darse cuenta de que no sólo estaba
envuelta por los fuertes brazos de Luc, sino que se había amoldado tan
estrechamente a su cuerpo que bien podría haber sido un maldito percebe
incrustado en el casco de un barco.
Su cabeza estaba acurrucada bajo su barbilla, su oreja presionada sobre el
ritmo constante de su corazón, y tenía una pierna echada sobre su cadera.
Patético.
Sintiendo que él estaba despierto y muy consciente de su vergüenza, ella
inclinó la cabeza hacia atrás con la intención de matarlo con una mirada
iracunda.
En vez de eso, se le olvidó cómo respirar.
Santa... mierda, era tan guapo.
Dolorosa y rompedoramente hermoso.
Sin poder evitarlo su mirada vagó sobre los rasgos masculinamente
cincelados que eran sólo enfatizados por su densa barba mañanera y su cabello
despeinado. Los altos pómulos, la frente ancha, los ojos casi negros que podrían
hacer que una mujer se derritiera a cien pasos de distancia.
No fue hasta que sus labios se abrieron para revelar sus dientes, que eran
sorprendentemente blancos en contraste con su piel bronceada, que se acordó
de que quería darle un puñetazo en su perfecta nariz, no...
Otras cosas.
Otras cosas lascivas y deliciosas.
—Si pretendías utilizar este lado de la cama deberías haberlo dicho ayer
por la noche—, ella le informó, apartando las manos de su espalda para
presionarlas contra su pecho.
Él le sonrió con una satisfacción perezosa. —Tú eras quien quería que
fuera más sensible.
—Dije que no quería que actuaras como un cavernícola—, le corrigió. —
Además no es nada sensible buscarme a tientas mientras estoy dormida.

38
Las manos de Luc fueron a la deriva sobre sus caderas, tocándola con una
familiaridad que debería haber sido ofensiva, no excitante.
—Estabas gimoteando y agitándote hasta que por fin te tomé en mis
brazos—, afirmó. —Una vez que te tuve acurrucada contra mí dormiste como
un bebé.
Sus labios se separaron para negar su ridícula afirmación, sólo para
cerrarlos de golpe cuando un vago recuerdo pasó por su mente, una pesadilla
en la cual estaba siendo perseguida en un bosque oscuro por un enemigo
invisible.
Murmurando su opinión acerca de Weres arrogantes que deberían ser
castrados, ella se empujó para salir de entre sus brazos y se dirigió a su cuarto
de baño.
—Necesito una ducha.
—¿Qué hay del desayuno?
—¿Me parezco a Julia Child10?—, le preguntó, haciendo una pausa para
enviarle un ceño fruncido de advertencia. —Ni siquiera pienses en abrir esta
puerta.
Él sonrió, con aspecto comestible mientras metía sus manos detrás de su
cabeza, la sábana de satén cayendo para revelar su ancho pecho y sus
abdominales como una tabla de lavar.
—Podría frotarte la espalda.
Ferozmente negándose a permitir que la tentadora imagen tomara forma
en su mente, Sophia cerró la puerta de un portazo y echó el cerrojo.
No es que pensara que Luc se inmiscuiría en su privacidad. Él podría ser
agobiante a la hora de protegerla, pero nunca se impondría a una mujer no
dispuesta.
¿Por qué habría de hacerlo?
Él, sin duda, tenía todo un harén esperándolo en Miami.
Negándose a considerar por qué ese pensamiento hacía que su loba
gruñera, Sophia se quitó la camiseta y el pantalón corto antes de entrar en la
ducha y abrir el agua fría a todo volumen.
Una media hora más tarde estaba vestida con un diminuto bikini amarillo
con un pareo a juego que le caía hasta las rodillas, atado alrededor de su esbelta
cintura. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta y su expresión era
desafiante.

10
NdeT: Fue una chef, autora y presentadora de televisión, americana. Es reconocida por
facilitar la gastronomía francesa al público americano con el debut de su libro de cocina, El Arte
de la Comida Francesa y los subsecuentes programas de televisión, siendo el más notable The
French Chef, que se estrenó en 1963.

39
No había elegido su traje de baño favorito para hacer a Luc olvidarse de
aquellas hembras que ahora estaba convencida que él tenía que haber dejado
atrás. Eso sería francamente infantil, se dijo mientras se dirigía hacia el delicioso
aroma de cebolla friéndose, ajo, pimientos y tomates frescos.
Era sólo que ella siempre pasaba unas horas en la piscina antes de ir a su
club.
Por supuesto, si hacía que su mandíbula se le aflojara, en ese caso no se
quejaría.
Su sonrisa arrogante duró hasta que entró en la cocina para captar la
imagen de Luc de pie junto a la cocina, todavía vestido con nada más que sus
bóxers de seda.
Instintivamente levantó su mano para asegurarse de que no tenía babas
goteando de su barbilla.
Mierda.
La mayoría de las mujeres venderían sus almas para entrar y encontrar a
este dios bronceado preparándoles el desayuno.
Incluso ella, se dio cuenta de repente.
Por un alocado momento consideró el placer de cruzar la habitación y
envolver sus brazos alrededor de su estrecha cintura para presionarse contra su
espalda.
Entonces, repentinamente, recordó que él no estaba allí porque se había
fascinado de su encanto. O incluso porque pensara que ella era caliente.
Él estaba allí porque su vida estaba en peligro. Y aunque ella no dudaba ni
por un instante que él sería más que feliz haciendo realidad algunas de sus
fantasías más profundas, sería una tonta si pensara que sería algo más que un
conveniente cuerpo femenino que estaba dispuesto a utilizar hasta que fuese
hora de partir.
No sabía por qué esa idea debería hacerla sentirse de repente
malhumorada, pero sabía que sus dedos le picaban con las ganas de arrojar
algunos de sus vasos de cristal de Baccarat.
En cambio, se obligó a esbozar una sonrisa ocasional en sus labios
mientras cruzaba hasta el rincón donde desayunaba, donde la mesa estaba ya
preparada, rematada con rosas frescas del jardín.
—¿Sintiéndote como en casa?— Dijo arrastrando las palabras,
instalándose en una silla de mimbre acolchada.
Eficientemente preparando un plato con un montículo de dorados huevos
revueltos que cubrió con su espesa salsa de tomate, cruzó la habitación para
ponerlo en el centro de la mesa. Sophia respiró hondo, captando el aroma
picante de los chilis picados, y el comino, y el orégano.

40
—Deberías darme las gracias—, murmuró, tomando asiento al otro lado
de la pequeña mesa, su sonrisa claramente malvada. —He tenido a mujeres
suplicando de rodillas para degustar mis huevos rancheros11.
Eso no fue lo único por lo que ellas suplicaron, ella silenciosamente
reconoció, apilando su plato hasta arriba con huevos revueltos antes de tomar
un sorbo de su zumo de naranja recién exprimido.
El cielo.
Alzó la vista para pillarlo observándola con una expresión indescifrable.
—¿No deberías estar improvisando mi sistema de alarma o algo así?
—Tenemos que hablar primero. —Él asintió con la cabeza hacia su plato.
—Come.
Ella puso los ojos en blanco ante su tono de mando. —¿Vas a darme una
chuchería si ruedo por el suelo y me hago la muerta?
Sus labios se crisparon. —¿Qué quieres de mí?
—Pídeme, en vez de ordenarme.
—¿Me dan crédito por no echarte sobre mi hombro y llevarte de vuelta a la
cama?— Sus ojos ardían fogosos cuando se desplazaron a lo largo de su cuerpo
casi desnudo. —Eso es lo que el hombre de las cavernas de mi interior me está
instando a hacer. Y mi lobo está de acuerdo.
Lo mismo que su loba.
No importaba un poco de hombre de las cavernas.
No cuando el resultado final era un poco de sexo en estado puro y
espectacular.
Ella paleó los huevos a su boca, apenas tomándose tiempo para degustar
el sabor audaz mientras dejaba limpio su plato. Cualquier cosa para distraerla
del vacío doloroso entre sus piernas que se estaba volviendo casi insoportable.
Una vez terminado, ella apartó su plato. Realmente había estado delicioso
y chifladamente se preguntaba si había algo en lo que este Were no era perfecto.
—¿Qué quieres discutir?
Después de haber despachado su propio plato, Luc se recostó en su silla,
con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Una fiesta.
—¿Discúlpame?
—Quiero que organices una fiesta.
Poco a poco entornó los ojos. —¿Qué tipo de fiesta?

11NdeT En español, en el texto original.

41
Él soltó una risa repentina. —No del tipo que estás pensando.
—¿Ahora puedes leer mi mente?—, murmuró, fingiendo que la
enloquecedora imagen de Luc flotando en su bañera de hidromasaje con una
bandada de duendes del agua dando placer a su cuerpo desnudo no se había
destellado en su mente.
Él se inclinó hacia delante, su mano extendiéndose para cubrir la de ella.
—Te dije que no estoy por la labor de demostraciones públicas. Sobre todo
cuando se trata de sexo—, le aseguró con una voz llena de promesas broncas. —
Me gusta un mano a mano12, con mucha privacidad y un montón de tiempo. —
Los ojos oscuros brillando con diversión pecaminosa. —Y de vez en cuando con
esposas.
—¿Esposas? —Fingió que su toque suave no estaba enviando una
necesidad candente a través de sus venas. —¿Necesitas restricciones para tener
a tus ligues? ¿O es para evitar que se escapen?
Él se levantó los dedos hasta labios. —Algún día, muy pronto, te mostraré
exactamente lo que hago con ellas.
Con un gemido bajo retiró su mano. De un momento a otro iba a estar
arrojando a un lado la mesa y arrastrándose sobre él como una arpía
hambrienta de sexo.
—Entonces, ¿por qué quieres que sea la anfitriona de una fiesta?
Él se encogió de hombros, con una persistente diversión en sus ojos. —Es
la forma más conveniente de reunir a todos tus vecinos a la vez para que pueda
interrogarlos.
—¿Crees que van a confesar que son unos maníacos homicidas entre
Martinis de manzana?
—Es más fácil leer a la gente cuando están en grupo—, explicó. —Si hago
entrevistas de puerta en puerta, ellos estarán en guardia.
—No me digas—, murmuró, su mirada deslizándose sobre los pesados
músculos de su pecho.
Incluso vestido él sería el tipo de visitante de improviso que haría que sus
vecinos se escondieran debajo de sus camas y llamasen a la policía.
Su sonrisa se ensanchó. —De esta manera se sentirán más cómodos.
—¿Y serán más propensos a revelar algo?
—Esa es mi esperanza.
Tenía que admitir que tenía sentido, reconoció, poniéndose de pie.

12NdeT: En el texto original aparece en español la expresión “mano y mano”, que es la variante
que se emplea en Estados Unidos para nuestro “mano a mano” que significa haber arreglado
cierta situación que presentaba cierto desequilibrio, aclarar un asunto, o estar “frente a frente”
en una pelea o acontecimiento deportivo o en una conversación.

42
Como él dijo, sus vecinos serían más propensos a bajar la guardia durante
el curso de una fiesta. Especialmente si podía contar con una botella de néctar
de Troy. Unas pocas gotas en las bebidas de sus huéspedes y sus inhibiciones se
reducirían. Tal vez no hasta el punto de revelar sus secretos más íntimos, pero
estarían más dispuestos a "compartir".
—Está bien. —Se aclaró la garganta mientras él se enderezaba, sus
músculos ondeando bajo el sol de la tarde que entraba sesgadamente a través
de la pared de vidrio. —Enviaré las invitaciones.
—No vas a servir realmente Martinis de manzana, ¿verdad?— preguntó,
desplazándose para estar demasiado cerca.
—¿Cómo se supone que voy a explicarles tu presencia?— Ella exigió
bruscamente.
—Soy tu último amante, por supuesto.
Ella bufó ante su estudiada sugerencia. —Podrías ser mi hermano. O el
chico de la piscina.
Su mano se levantó para acariciar la línea de su cabello, siguiendo la curva
de su oreja.
—A duras penas soy lo suficientemente guapo para ser el chico de la
piscina, y no queremos conmocionar a los nativos si se me ocurre hacer esto
delante de ellos.
Una parte de ella sabía que se aproximaba un beso. También sabía que
podía detenerlo dando un simple paso hacia atrás. En cambio, inclinó hacia
atrás la cabeza para encontrarse con su boca descendiendo, sus labios
separándose en señal de invitación a un beso profundo y hambriento.
Él gimió, sus manos agarrando sus caderas mientras sus lenguas se
enredaban en una danza silenciosa de necesidad mutua.
Un placer apasionante explotó a través de ella, haciéndola arquearse
contra su polla que se estaba endureciendo mientras sus manos recorrían un
impaciente camino sobre su poderosa espalda.
Él era tan deliciosamente cálido.
Y masculino.
Cruda e inexcusablemente masculino.
El beso se profundizó cuando ella frotó sus doloridos pechos contra su
tórax desnudo, su sangre en llamas con la necesidad de sentirlo sumergiéndose
profundamente dentro de su cuerpo.
Como si sintiera su deseo desesperado, sus manos rozaron la curva de su
cintura, ahuecando sus pechos para tentar sus sensibles pezones con sus
pulgares.

43
Ella gruñó con aprobación, arqueándose hacia sus caricias insistentes
mientras sus manos se deslizaron por debajo de los bóxers de satén para
ahuecar los duros músculos de su perfecto culo.
Riendo suavemente le mordisqueó el labio inferior antes de susurrar
contra su boca.
—Esto no es para nada fraternal.
Ocupada agradeciendo a los dioses por no estar emparentada con este
intensamente sexy Were, Sophia fue tomada por sorpresa cuando un ladrillo fue
arrojado a través de la ventana sobre el fregadero.
Ambos se pusieron rígidos en estado de shock, pero Luc rápidamente se
recuperó y estuvo de inmediato fuera de sus brazos y corriendo hacia las
puertas francesas que daban al patio trasero.
Sophia sintió un breve destello de miedo al darse cuenta de que él estaba
desarmado, mientras corría tras el intruso sólo para hacer una mueca cuando la
reacción violenta de su poder crepitó en el aire. Incluso sin cambiar había pocos
demonios que podrían igualar su fuerza.
Y si se transformaba en lobo...
Bueno, ella se compadeció de cualquiera lo suficientemente estúpido como
para interponerse en su camino.
Por supuesto, una bala de plata podría derribar al más poderoso de los
Were, una voz ansiosa susurró en el fondo de su mente.
Una voz que se apresuró a aplastar.
Luc podía cuidar de sí mismo. Ella se negó a considerar siquiera la idea de
que resultara herido.
Apretando sus manos en puños, ella volvió su atención hacia los
fragmentos de vidrio esparcidos a través del piso.
Maldito sea el infierno.
¿Qué era eso de que la gente fuese reventando sus ventanas últimamente?
No sólo eran un dolor en el culo cambiarlas, sino que dejaban un
estropicio que ella no estaba de humor para limpiar.
Abriéndose paso a través de los fragmentos brillantes, Sophia alargó la
mano para coger el ladrillo del fregadero, en absoluto sorprendida al encontrar
una nota garabateada en la parte posterior.
"Lárgate o muere."
Predecible. Retorcido. Y francamente un cliché.
Lanzando el ladrillo sobre la encimera, se movió para coger una escoba y
barrer los cristales rotos y arrojarlos a la basura.

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Acababa de terminar cuando Luc volvió, sus ojos brillando con la furia de
su lobo.
—¿Has encontrado algo?—, le preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
—No—, gruñó, su frustración espesando el aire hasta que fue difícil
respirar. —Quienquiera que tiró el ladrillo ya se había largado, y hay
demasiados aromas para captar el de una persona específica. —Su mandíbula
tensando sus músculos mientras luchaba por contener sus emociones. —Sé que
no era un humano.
—¿Cómo?
Se desplazó para recoger el ladrillo, probando su peso mientras su mirada
observaba las palabras de advertencia en éste.
—A diferencia de un demonio, ellos tendrían que estar de pie en tu patio
para lanzar esto a través de la ventana. No hay manera de que pudieran haber
escapado antes de que pudiera atraparlo.
Ella asintió con la cabeza coincidiendo con él. —Entonces eso reduce las
opciones.
—No lo suficientemente.
Sintiendo su disgusto consigo mismo, Sophia frunció el ceño. —¿Qué
pasa?
—Hay algo raro—, gruñó.
—¿Raro?
—Si alguien realmente quiere tu muerte, no te advierte,— murmuró,
lanzando el ladrillo a la basura.
Estaba en lo cierto. Ella estaba entrenada lo suficientemente como para
saber que el mejor asesino era el que se movía a través de las sombras y
golpeaba antes de que su presa siquiera sintiese el peligro.
—El disparo fue bastante genuino—, señaló, compartiendo su confusión.
—Así lo fue la bala.
—Sí, el hijo de puta arruinó mi escritorio.
—Volví a extraerla. —Su expresión era sombría. —Era plata.
Ella se estremeció. —Supongo que un loco no siempre actúa con sentido.
Él parecía como si quisiera morder algo.
Duro.
—¿Cuáles son tus planes para el día?—, preguntó repentinamente.
Ella se encogió de hombros. —Unas cuantas horas en la piscina y luego ir
al club.

45
—Voy a llamar a una empresa de seguridad para instalar el sistema de
alarma. —Él merodeó hacia la puerta. —No te vayas sin mí.

Haciendo caso omiso de la multitud de mujeres borrachas que chillaban


con desenfreno salvaje al macho Were girando sobre el escenario, Luc se apoyó
en la barra de roble tallado y bebió un sorbo de su coñac.
Nadie le culparía por estar de un humor de perros.
No sólo no estaba más cerca de descubrir quien estaba tratando de hacer
daño a Sophia, sino que estaba tan atormentado por su rabiosa lujuria que
apenas podía pensar.
Mierda.
Se suponía que esto era un trabajo sencillo.
Entrar, solucionar el problema, y salir.
Eso es lo que él hacía.
Arreglaba problemas.
Pero desde el instante en que había visto a Sophia, el trabajo había pasado
de ser simple a ser simplemente una locura.
Demostrando su punto, su mirada pasó rozando la multitud
entremezclándose, aterrizando con infalible puntería sobre la hembra de pelo
dorado que era responsable de su malestar actual.
Se veía exquisitamente elegante con un traje pantalón de seda color marfil.
La chaqueta se adapta perfectamente a su esbelta figura, el pronunciado
escote en V revelando la exuberante curva de sus pechos. Los pantalones se
aferraban a sus largas piernas antes de acampanarse por encima de un par de
tacones de ocho centímetros.
Su cabello claro metido en un moño suave en la parte posterior de su
cabeza, el estilo perfectamente diseñado para despertar a su lobo casi en un
frenesí mientras imaginaba sus labios y sus dientes hocicándole a lo largo de su
cuello.
Preguntándose qué haría si él la lanzaba sobre su hombro y se dirigía a su
oficina, la agradable fantasía de Luc fue interrumpida cuando observó a un
duende pelirrojo moviéndose para estar al lado de Sophia.
El alto fey se parecía un poco a Troy, pero llevaba su pelo corto, y su
cuerpo mucho más voluminoso estaba cubierto por un traje de Armani negro en

46
vez de spandex. Una sonrisa apareció en su hermoso rostro cuando se inclinó
para susurrarle algo al oído a Sophia.
Un gruñido surgió de la garganta de Luc mientras sus dedos se aferraban
al vaso que sostenía hasta que éste se hizo añicos.
Ignorando el Cognac que se derramó sobre su mano, Luc se movió
sigilosamente hacia adelante, con la mirada clavada en el fey que parecía no
saber que estaba jugando con la muerte.
La multitud se apartó ante él, las hembras emitiendo pequeños jadeos de
excitación nerviosa, cuando ávidamente lo vieron cruzar la habitación. Él era
indiferente a la agitación de interés causada por su apretada camiseta, y los
pantalones anchos negros, y la fluida gracia de sus movimientos.
Sólo tenía un pensamiento en su mente.
Deteniéndose justo detrás de Sophia, alargó su brazo alrededor de ella
justo cuando el fey tenía la intención de cogerle la mano. Él agarró la muñeca
del tonto, apenas reprimiendo sus ganas de aplastar los huesos bajo sus dedos.
—Tócala y me aseguraré de que nunca uses esa mano de nuevo—, le
advirtió, su voz engrosada por su lobo.
—Mierda. —Los claros ojos verdes se ensancharon cuando el duende le
miró con una sorprendida alarma. —¿Quién demonios eres tú?
—Luc.
—¿Trabajas aquí?
Liberando su agarre sobre el duende, Luc envolvió su brazo
posesivamente alrededor de la cintura de Sophia, su barbilla apoyada sobre la
parte superior de su cabeza.
—Mi único trabajo es complacer a Sophia.
Manteniéndose rígida, Sophia cubrió la mano de él con la suya,
disimuladamente permitiendo que sus garras se clavaran en su carne.
Una pequeña advertencia de que no estaba contenta con su proclamación
pública.
—Terminaremos nuestro debate mañana, Andrew—, ella suavemente
prometió al duende cauteloso. —¿En mi oficina?
—A las cuatro en punto—, el fey murmuró, con cautela a la espera de la
pequeña inclinación de cabeza de Luc en señal de aprobación antes de
retroceder y desaparecer entre la multitud.
Duende inteligente.
Obviamente tenía el suficiente sentido común como para no cabrear a un
Were. En especial, no a uno en celo.
Por supuesto, una hembra Were era igualmente peligrosa.

47
Liberándose de su agarre, Sophia se volvió para apuñalarlo con una
mirada furiosa.
—¿Estás demente?—, dijo entre dientes.
—Es extraño. —Sus labios se crisparon. —Esa pregunta ha estado
pasándoseme por la mente con creciente frecuencia. —Él asintió con la cabeza
hacia el duende que huía. —¿Quién era ese?
—Mi distribuidor de licores, quien me estaba ofreciendo un trato muy
dulce hasta que llegaste pisando fuerte como Conan el Bárbaro—, dijo con voz
ronca. —¿Qué estabas haciendo?
Ah, ahora esa era una pregunta capciosa.
Durante los siglos pasados los Weres no habían sido criaturas celosas. La
necesidad imperiosa de tener hijos había destruido el instinto de encontrar a esa
compañera especial.
¿Era de extrañar que estuviera tan desconcertado como Sophia por su
urgente deseo de asegurarse de que todos los machos de Chicago entendieran
que esta mujer era de su propiedad?
—¿Has pensado en el hecho de que has abierto este club, al mismo tiempo
que te mudaste a tu nueva casa?—, se apresuró a improvisar.
—¿Y?
Él hizo un gesto con la mano hacia el escenario donde otro excesivamente
hermoso Were estaba despojándose de sus ropas.
—Así que tu acosador misterioso podría ser alguien que conociste aquí.
Sus labios se tensaron, pero era obvio que ella estaba considerando sus
palabras.
—¿Y cómo nos ayuda lo de golpearte el pecho y públicamente marcarme
como tu última muñeca barbie?
Sus cejas se levantaron. —¿Muñeca barbie?
—No me presiones.
Él se encogió de hombros. —Ahora todo el mundo sabe que tienen que
pasar sobre mí para llegar a ti.
—Genial. —Ella no parecía especialmente satisfecha por su lógica. —¿Qué
pasa si deciden no llamar la atención hasta que te vayas? Luego estaré de vuelta
en el punto de partida.
—Pero yo no me voy a ir—, le aseguró, moviéndose hacia adelante para
trazar la línea de su terca mandíbula. —No hasta que esté absolutamente seguro
de que estás a salvo.
Tal vez sintiendo que nada menos que la muerte iba a apartarlo de su
lado, ella dejó escapar un suspiro, su mirada desplazándose a la horda de

48
mujeres que lo estaban estudiando con una atención absorta que se suponía
debían reservar para el entretenimiento.
—Tanto empeño para pasar desapercibido—, se rindió con un amargo
ceño fruncido.
Él sonrió, su dedo bajando para seguir el pronunciado escote de su
chaqueta de seda.
—Tenías razón, para empezar—, él murmuró, su voz engrosándose
cuando ella sufrió un pequeño escalofrío de placer. —Yo no paso desapercibido.

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Capítulo Cinco
Los servicios de catering humanos habían llegado precisamente a las ocho
para transformar el patio trasero en el cliché predecible de un paraíso oriental.
Farolillos de papel brillaban cerca de la piscina. Manteles negros y rojos
cubrían las largas mesas del buffet que estaban llenas de platos de sushi. Y
abanicos cursis de seda habían sido colocados en cada silla para ser ofrecidos
como obsequio de fiesta.
No era el estilo habitual de Sophia.
Prefería champán y caviar.
Pero teniendo en cuenta que uno de sus invitados estaba, probablemente,
tratando de matarla esto era tan bueno como podría serlo.
Ella, sin embargo, logró poner sus manos sobre el néctar que necesitaba, y
generosamente roció las bebidas de la ninfa y de su amante cur, así como la de
la vampira, había hecho todo lo posible para asegurarse de que la fiesta no era
un completo fracaso.
No es que eso fuera necesario, ella amargamente reconoció, viendo la
multitud de mujeres revoloteando alrededor de Luc como abejas sobre la miel.
Pero claro, ¿por qué no habrían de revolotear?
Parecía un dios bronceado tendido sobre una tumbona al lado de la
piscina llevando nada más que un Speedo13 negro que no dejaba nada a la
imaginación.
La media docena de hembras mortales estaban tan cautivadas por la vista
que en realidad estaban arrodilladas junto a la tumbona, como si le estuvieran
adorando, mientras la vampira de pelo negro con ojos marrones y piel muy,
muy, pálida, había plantado su culo en el borde de la silla, inclinándose hacia
adelante como si tuviera miedo de que a Luc le hubiera pasado desapercibido el
par de tetas que apenas había cubierto con un bikini color escarlata.
¿De quién fue la estúpida idea de hacer de esto una fiesta en la piscina? se
preguntó con disgusto.
Ah, sí, de ella.
¿Y por qué?
A causa del condenado Were que había pasado los últimos cuatro días
prácticamente ignorándola.

13 NdeT: Marca de ropa de baño.

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De pie cerca de las puertas francesas que conducían a su cocina, Sophia
dejó escapar un suspiro de frustración.
Supuso que debería estar encantada.
¿No había dejado claro que no tenía intención de compartir su cama? ¿O
su cuerpo?
Pero después de que el sistema de alarma había sido instalado
profesionalmente, y Luc se había mudado a la habitación de invitados al final
del pasillo, ella no se había sentido tan aliviada como debería. Y se había
sentido aún menos aliviada cuando comenzó a desaparecer durante horas y
horas, entrando y saliendo sin previo aviso.
¿Estaba a la caza de su misterioso acosador? ¿O el hecho de que no había
habido más ataques le había dado la excusa para encontrar a otra mujer para
aliviar su lujuria?
Se dijo a sí misma que no le importa un comino, incluso cuando
bruscamente había decidido celebrar la fiesta en la piscina. ¿Por qué no mostrar
su nuevo biquini sexy color rosa de Dolce y Gabbana? Pero incluso mientras
enviaba las invitaciones había sospechado que sus razones tenían mucho menos
que ver con su vanidad y mucho más que ver con Luc.
Estúpido Were.
Bebiendo a sorbos su Martini de manzana mientras ella imaginaba el
placer de transformarse para poder arrancar más fácilmente las gargantas de las
bobaliconas que rendían homenaje al hombre que la estaba volviendo loca,
Sophia captó de repente el tufillo de una ninfa que se aproximaba.
Volviendo la cabeza, vio a la mujer con el pelo castaño rojizo y ojos grises
ahumados detenerse a su lado.
Victoria tenía exuberantes curvas como la mayoría de las ninfas y
actualmente estaba mostrando esas curvas para su máximo provecho con un
traje de baño negro sin hombreras de una sola pieza que era escotado hasta su
ombligo.
La mujer sonrió cuando su mirada se desvió hacia Luc. —Nunca
mencionaste que tenías un amante.
Sophia apenas se tragó su gruñido.
Contrólate, Sophia, en silencio se reprendió.
La oportunidad de interrogar a esta mujer era precisamente la razón por la
que había accedido a celebrar esta estúpida fiesta.
—Mis relaciones privadas son justo eso... —Ella clavó una fría sonrisa en
sus labios. —Privadas.
—Si querías privacidad, entonces nunca deberías haberte mudado a este
barrio—, dijo la ninfa, arrastrando las palabras. —Somos incurablemente
curiosos, y mucho más interesados en la vida de los demás que en la nuestra.

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—¿No es eso un poco patético?
—Tal vez. —Una expresión maliciosa cruzó la bonita cara de la ninfa. —
Por supuesto, entiendo tu reticencia a compartir. Es delicioso.
—Es obvio que no eres la única que piensa así—, Sophia le espetó
mientras Kirsten pasaba un provocativo dedo por el pecho desnudo de Luc.
Victoria frunció la nariz. —Esa vampira debería ser estacada y
abandonada a la espera del sol.
Sophia estaba pensando más en la línea de arrancarle la cabeza.
Rápido y sencillo.
—¿No eres una gran fan de Kirsten? —En lugar de eso se obligó a
preguntar.
—Es una puta.
Sophia alzó una ceja ante el filo cortante en la voz de Victoria. —No te
reprimas. Cuéntame cómo te sientes.
—Ella finge no tener interés en mi Morton, pero he visto cómo lo huele
cuando él está cerca.
—Ella todavía es un expósito, sin duda olfatea todo lo que tenga sangre
caliente.
—¿En serio?—La ninfa envió a Sophia una sonrisa burlona. —¿Entonces
no te importa que ella en este momento esté aferrada a Luc?
—Por supuesto que no. —Era un milagro que las palabras no la ahogaran.
—Confío en Luc.
Victoria resopló. —No mientas. Quieres lanzar a la perra a las brasas de la
barbacoa y verla volverse llamas.
Sophia aplastó a toda prisa la deliciosa imagen.
Concéntrate, Sophia. Concéntrate.
—Si decido que tengo que defender mi territorio, me enfrentaré a ella
directamente. —Ella entrecerró los ojos. —No tengo ninguna tolerancia hacia
las criaturas que atacan de forma anónima.
La ninfa palideció y se apresuró a retroceder. —No sé lo que quieres decir.
Sophia puso los ojos en blanco. La estúpida hembra bien podría haberse
tatuado "culpable" en la frente.
Agarrando su brazo, Sophia la detuvo. —No huyas, Victoria. Tenemos
mucho que discutir.
—Por favor—, la ninfa alegó. —No me hagas daño.
—Todo depende de ti—, gruñó. —Confiesa y no te mataré aquí y ahora.

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Los ojos plateados brillaban con lágrimas aterrorizadas. —¿Cómo supiste
que era yo?
—Soy una Were purasangre.
Victoria frunció el ceño ante la respuesta deliberadamente vaga de Sophia.
—La bruja me prometió que el amuleto disfrazaría mi olor por completo.
Un amuleto de ocultación.
Así es como la mujer se había colado en su patio sin dejar un rastro.
—¿Por qué?— Sophia exigió.
—Sabes el porqué.
Era el turno de Sophia para fruncir el ceño, su mirada moviéndose hacia el
cur macho de corta estatura y robusto, con la constitución de una boca de
incendios. Tenía el pelo castaño y ojos claros con características comunes y
corrientes.
—¿No puedes haber pensado que estaría interesada en Morton?
Victoria inhaló ofendida. —Él es perfecto. ¿Por qué no lo habrías de
querer?
¿Por dónde empezar?
Sophia cogió lo primero que vino a su cabeza. —Es un cur.
—¿Y?
—Y los curs y los Weres no se mezclan—, Sophia le espetó. —Ahora dime
por qué me has estado acosando.
La ninfa se lamió los labios. —Yo...
—¿Qué?
—No me gustaba cómo Morton te observaba cuando pensaba que yo no
estaba mirando.
Sophia maldijo. —¿Así que pensaste que podías acosarme para que me
largara?
—Valía la pena intentarlo. —La ninfa se encogió de hombros. —No podía
obligarte físicamente a marcharte.
—¿Y cuando eso no funcionó?—Sophia la presionó.
—No entiendo.
—¿Te inclinaste por una solución más permanente?
Hubo un silencio de asombro antes de que Victoria al fin negara
lentamente con la cabeza. —¿Permanente?
—¿Atropellarme con tu coche?— Sophia sugirió dulcemente. —Soltar un
pitbull rabioso para atacarme?

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Victoria perdió otra capa de color. —Estoy enamorada, no loca.
—No hay mucha diferencia—, murmuró Sophia.
—Tal vez no, pero sé que ninguna de esas cosas en realidad te matarían—,
dijo Victoria. —Sólo te cabrearían.
Sus palabras se burlaban de Sophia en su cabeza, pero por el momento
estaba demasiado preocupada por comprender la sensación de que debería
estar perturbada por el comentario.
—Una bala de plata a través del corazón sería letal—, señaló.
La ninfa levantó las manos de forma conciliadora. —Mira, yo dejé algunas
notas, una rata muerta, y rajé tus neumáticos.
—¿El ladrillo a través de mi ventana?
—Sí, el ladrillo—, admitió. —Pagaré los daños si eso es lo que quieres.
Sophia le dio a la rencorosa hembra una pequeña sacudida antes de
empujarla lejos con repugnancia.
—Lo que quiero es que me dejes jodidamente en paz.
—De acuerdo. —Victoria visiblemente luchó para recuperar la
compostura, pasándose sus temblorosas manos sobre su cabello mientras su
mirada se trasladó a Luc. —Creo que es obvio para todo el mundo en el barrio
que tú estás pillada.
Sophia se puso tensa. —No estoy 'pillada'.
—¿No? Dudo que el Were estuviese de acuerdo. La forma en que te mira...
—Ella emitió una pequeña risita. —Me da escalofríos.
Sophia siguió la mirada de la ninfa, encontrando a Luc mirándola con un
calor que hizo que el mismo aire chisporroteara.
¿Escalofríos? Todo su cuerpo temblaba.
—Él es un alfa—, ella vagamente replicó.
—No tiene nada que ver con que sea un alfa y todo que ver con él hecho
de que es un hombre. —Victoria dejó escapar un suspiro femenino de placer. —
Y que hombre.
El poder de Sophia hizo que el pelo de la ninfa se agitara con la
advertencia. —¿Pensé que estabas perdidamente enamorada de tu cur?
—Lo estoy, pero no estoy ciega. —No del todo suicida, la hembra volvió
su atención a Sophia. —Sigue mi consejo y enciérralo antes de que alguna
mujerzuela intente robártelo.
Sophia apretó sus manos en puños, su mirada todavía prisionera de la de
Luc mientras distraídamente consideraba la logística necesaria para mantener a
tal poderosa bestia cautiva.
Preferiblemente en su cama.

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Luc era un típico macho Were.
De sangre caliente, en pleno funcionamiento, y poseyendo una fina
apreciación por el sexo opuesto.
Esta noche, sin embargo, tenía que apretar los dientes contra las suaves
manos femeninas que aprovechaban cada oportunidad para tocar su piel
expuesta y la plétora de tetas bamboleándose bajo su nariz.
Sólo había una mujer que él quería que tocara su cuerpo o que le ofreciera
la tentación de sus firmes y deliciosos pechos.
Ese conocimiento debería haberlo hecho aullar de terror en la noche.
Pero si los últimos días le habían enseñado algo eso fue que era demasiado
tarde para evitar su necesidad obsesiva por Sophia.
Incluso cuando él estaba a kilómetros de distancia de Chicago ella
consumía sus pensamientos, la imperiosa necesidad de volver a su lado era un
dolor persistente que no podía ser negado. Y cuando ella estaba cerca...
Dios14.
Fingiendo indiferencia para ocultar su aguda percepción de la hembra
Were, por no mencionar su salvaje necesidad de arrastrar su cuerpo casi
desnudo lejos de los embobados invitados masculinos, Luc vigilaba
secretamente cada uno de sus movimientos.
Y por eso supo el segundo preciso en que la ninfa se acercó a ella.
Tensándose, él luchó contra su instinto de correr al lado de Sophia. Él no
tenía que escuchar sus palabras para saber que Sophia estaba al mando de la
acalorada discusión, o para sospechar que ella estaba logrando sonsacar
información de forma intimidatoria de la ninfa.
Un hecho confirmado cuando Victoria cruzó la terraza para agarrar el
brazo de su amante y, con miradas nerviosas hacia Sophia, le instó a cruzar el
césped hacia la puerta lateral.
Claramente, Sophia era más que capaz de contenerse. Al menos cuando el
enemigo estaba cara a cara.
Pero cuando se volvió para entrar en la casa a través de las puertas
francesas, sin ni siquiera una mirada en su dirección, ya no pudo negar sus
primitivos instintos de macho.

14 NdeT: En español en el texto original.

55
No hay nada como ver a su presa intentando escapar para sumir a un
depredador en un frenesí.
Casi derribando a la manada de hembras reclinándose contra su tumbona,
Luc se puso en pie y siguió la estela de Sophia. A él le importó un comino los
quejidos de protesta. Lo único que importaba era llegar a la mujer que le había
hecho un nudo de tal forma que no podía pensar con claridad.
La alcanzó cuando ésta cruzaba la cocina a oscuras, moviéndose con un
estallido de velocidad le bloqueó el camino.
—¿Qué descubriste?—, exigió.
Ella se detuvo de mala gana, con las manos en las caderas. —¿Cómo sabes
que descubrí algo?
—Parecías muy sociable con la ninfa. Dudo que estuvierais
intercambiando recetas.
Un fuego esmeralda centelleó en sus ojos. —¿Es eso un insulto a mis
habilidades culinarias?
Sus labios se curvaron al recordar cuando volvió a casa ayer por la noche
para encontrarse a Sophia esperándolo sentada a la mesa, con una expresión
expectante revelando su orgullo por la creación horrenda humeando en su
plato.
Fue un testimonio de su devoción por ella que hubiese sido capaz de
tragar más de dos cucharadas.
—Cara, he comido demonios babosa crudos que sabían mejor que tu pastel
de carne.
Su poder se estrelló contra él, casi enviándolo hacia atrás tambaleándose.
—Era pan de salmón, y puesto que nunca quise cocinar para ti, en primer
lugar, espero que te haya provocado una intoxicación alimentaria.
—Creo que casi lo hizo. —Dio un paso hacia un lado apresurado cuando
ella intentó rodearlo para esquivarlo. —¿Adónde vas?
Su mandíbula se tensó. —A la cama.
Él siseó, su cuerpo reaccionando con una violenta excitación ante su
simple declaración.
No estaba ayudando el que se hubiera pasado las últimas cuatro horas
imaginando lo fácil que sería cortar los cordones que mantenían de una pieza
su pequeña excusa de traje de baño.
De repente, su Speedo le quedaba dolorosamente apretado.
—¿A esta hora?
—Estoy cansada.

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¿Cansada? Mierda. Nunca se había sentido más sobreexcitado en su vida.
Como si todo su cuerpo estuviera zumbando a causa de una electrizante
anticipación.
Él se acercó más, su lobo saboreando el olor cálido de mujer y de poder.
Hasta conocer a Sophia nunca se había fijado en si una hembra podría
igualar su fuerza. Mientras ella fuera atractiva y lo suficientemente inteligente
como para mantener su interés fuera de la cama él lo consideraba una buena
relación.
Ahora, se encontraba con su lobo hinchando el pecho ante el conocimiento
de que esta mujer era capaz de reprimirse.
Incluso reprimirse ante él.
Sus dedos se alzaron para agarrar un mechón pálido de pelo dorado,
saboreando la sensación de su suavidad sedosa.
—Todavía tienes invitados.
—Ellos no están esperando mi compañía—, dijo ella, la inquina en su voz
inconfundible. —Sólo trata de mantener el ruido contralado. No queremos que
la vigilancia privada de la vecindad reviente la fiesta.
Una sonrisa lenta y lasciva curvó sus labios. —¿Por qué, Sophia? ¿Estás
celosa?
Manteniéndose tensa, se encontró con su mirada burlona. —Soy una Were.
—¿Y?
—Y no somos celosos.
Su risa sin humor se hizo eco a través de la cocina. —Si eso fuera cierto,
entonces yo no habría esperado fuera de tu club a que ese condenado duende
apareciera sólo para poder dejarle claro que él no debía ni siquiera sonreírte
durante vuestra reunión.
Ella parpadeó sorprendida ante su contundente confesión. Como debería
ser. Él se había sentido como un idiota esperando al duende que acudía a su cita
programada con Sophia y luego lo abordó como si fuera un asesino letal en vez
de un inofensivo distribuidor de licores.
Por supuesto eso no lo detuvo.
Se habían sentido forzado a asegurarse de que el fey entendía que Sophia
le pertenecía.
—Me preguntaba por qué Andrew parecía como si se hubiera tragado la
lengua—, murmuró.
—Tuvo suerte de que todavía tenía lengua después de verlo susurrarte
palabritas dulces al oído—, dijo secamente.

57
Ella resopló, cruzando los brazos sobre el pecho. —Al menos él no iba a
manosearme como un pulpo.
Ah. Estaba celosa.
Gracias a Dios.
—¿Te refiere a Kirsten? —, preguntó en un tono excesivamente inocente.
Sus ojos se estrecharon. —Nunca me he preocupado por las sanguijuelas
de sangre fría, pero a cada uno lo suyo, supongo.
—Exactamente lo que pienso yo.
No dándole tiempo para reaccionar, Luc cogió a Sophia en brazos y salió
de la cocina.
—¿Qué estás haciendo?
Ella frunció el ceño, pero sorprendentemente no hizo ningún esfuerzo por
luchar para liberarse de su dominio. Ni siquiera para arrancarle la garganta.
Un progreso.
—Tenemos que hablar.
—Entonces habla—, murmuró ella.
Él cruzó el vestíbulo y fácilmente corrió por las escalera curvas usando esa
excusa para presionarla con fuerza contra su pecho.
—En privado.
—¿Qué pasa con tus admiradoras?
—Al final encontrarán una pieza de caza más fácil. —Él le sostuvo su
mirada petulante, sin molestarse en ocultar su deseo ardiente. —Ésta ya ha sido
empaquetada y etiquetada.
Ella se lamió los labios cuando él entró en su dormitorio y cerró de una
patada la puerta detrás de ellos.
—Luc.
Todavía sosteniéndole la mirada, la cual ahora era cautelosa, la dejó
suavemente sobre sus pies en medio de la habitación, dejando sus manos
apoyadas en sus caderas bien redondeadas.
—No seremos interrumpidos aquí.
Ella arqueó una ceja. —¿Y esa es la única razón por la que elegiste mi
habitación?
Su agarre se intensificó sobre sus caderas, su ya endurecida polla
palpitando con una súplica ansiosa por su atención, pero con un esfuerzo se
obligó a concentrarse en los negocios antes que en el placer.
Más tarde...

58
Oh, las cosas que se proponía hacer.
—Dime lo que descubriste de la ninfa.
Sus labios se tensaron ante su tono de mando, pero no era una tonta.
Tenía que sentir que él estaba colgando de un hilo.
Como si su furiosa erección no lo traicionara.
—Ella era quien me acosaba.
—¿Estás segura?
—Ella no es la bombilla más brillante—, dijo secamente. —Con un poco de
ayuda, confesó haber escrito las notas y haber dejando animales muertos y
haber rajado mis neumáticos. Ah, y haber lanzado el ladrillo a través de mi
ventana. —Hizo un sonido de disgusto. —Perra.
Él asintió con la cabeza. Le había imputado a la ninfa las travesuras
infantiles, pero era agradable tener la confirmación.
—¿Y los atentados contra tu vida?
—Ella no tenía ni idea.
—¿La creíste?
—Sí. —Ella asintió sin dudarlo. —Puede ser una insignificancia, pero no
está lo suficientemente sedienta de sangre para tratar de matarme.
—Así que hay dos enemigos distintos. —Luc sintió como una pieza del
exasperante rompecabezas se deslizaba en su sitio. No es que el acoso estuviese
sufriendo una escalada. Era que estos transcurrían por caminos separados. —
Un misterio resuelto.
Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarlo con una elevación de sus cejas.
—¿Que pasa contigo?
—¿Conmigo?
—Tú fuiste el que insistió en que fuera la anfitriona de esta ridícula
juerga—, ella con aspereza le recordó. —¿Descubriste algo además del tamaño
del busto de Cindy?
—¿Cindy?
—La mortal que estaba adorándote a tus pies.
—Ah. —Él permitió que sus dedos se arrastraran sobre su baja espalda, lo
suficientemente macho para disfrutar de su pique. —¿Esa era la morena o la
pelirroja? Todas empiezan a parecerse entre sí.
—Tú...
Presionó un dedo contra sus labios, deteniendo sus palabras furiosas. —
He empezado el proceso.

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Ella apartó su mano, con los ojos entrecerrados. —¿Qué diablos significa
eso?
Metió la mano en el costado de su Speedo para sacar una pequeña llave.
—Esto.
Ella bufó, nada impresionada. —¿Una llave?
—Se la quité a Kirsten cuando intentaba meterme su lengua por la
garganta—, explicó.
Si las miradas mataran, él estaría muerto en el acto.
—¿Y por qué necesitarías esa llave?— Se las arregló para preguntar con los
dientes apretados.
Era hermosa cuando estaba celosa, decidió.
Unos ojos que brillan intensamente con fuego esmeralda. Sus manos
apretándose en puños. Sus pechos agitados mientras luchaba contra su loba.
Por supuesto, sería aún más bella tendida sobre la cama cercana, su
cuerpo reblandecido por el placer y sus piernas extendidas abiertas en
invitación, reconoció.
Sus manos la acariciaron ascendiendo sobre sus hombros desnudos. —
Una vez que sea de día tengo la intención de buscar en su guarida.
—Ella no pudo haberme disparado. —Su voz se volvió ronca mientras sus
dedos seguían el pronunciado escote del top de su bikini. —El sol ya había
salido.
—Podría tener un cómplice—, dijo, habiendo ya considerado el hecho de
que la vampira podría estar utilizando un socio menos inflamable para
despistarles.
—Hmmm.
Ella trató de sonar escéptica, pero él no pasó por alto su pequeño jadeo de
placer mientras sus dedos se deslizaron bajo la tela de su traje de baño para
encontrar sus pezones ya erectos en anticipación.
Sutilmente la empujó hacia atrás, conduciéndola hacia la cama que había
aparecido en un centenar de fantasías en las últimas cuatro noches.
—Después de que tenga una cita con Morton.
Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona. —¿Hay algo que quieras
compartir conmigo?
Con un movimiento impaciente, le quitó el pequeño top, ahuecando sus
pechos hinchados con una reverencia gentil.
—Un compromiso para ir a jugar al golf.
Ella gimió, sus manos alzándose para agarrarse de sus hombros. Como si
estuviera teniendo dificultades para permanecer de pie.

60
Él conocía la sensación.
—¿Juegas al golf?
—¿No puede ser tan difícil?—, murmuró, distraído por la espectacular
vista de sus pezones rosados que rogaban literalmente por su beso.
—Está bien. —Ella se aclaró la garganta. —Si eso es todo.
Agarrándola por la cintura, la levantó lo suficiente para arrojarla en mitad
de la gran cama.
—Ni por asomo.

61
Capítulo Seis
Sophia se estremeció, levantándose sobre sus codos para mirar al hombre
de pie alzándose sobre ella como un antiguo conquistador.
Debería estar enojada.
¿Cuántas veces le había advertido que no actuara como un hombre de las
cavernas?
Y, sin embargo, no sólo le había permitido arrastrarla a su dormitorio, sino
que no había hecho nada cuando él le había arrancado la parte de arriba de su
bikini y la lanzó sobre la cama como si fuera una especie de botín de guerra.
Tal vez era porque estaba tan condenadamente consumida por sus
anhelos que no podía pensar en otra cosa más que en tener ese cuerpo duro y
bronceado encima de ella.
Respirando hondo, se esforzó para recuperar el control del encuentro que
se estaba saliendo rápidamente fuera de control.
—¿Has estado bebiendo furtivamente del néctar?— Dijo con voz ronca.
Los ojos oscuros brillaban como el ébano pulido bajo la luz de la luna, sus
manos no del todo estables, mientras se quitaba su diminuto Speedo.
—Yo no necesito el néctar para estar en llamas por ti—, gruñó, su enorme
erección creciendo incluso más mientras ella la estudiaba con una mirada ávida.
—Estas últimas noches han sido insoportables.
Su corazón dejó de latir mientras él se tumbaba en la cama junto a ella, el
calor de su cuerpo desnudo como una caldera.
—Esta es una muy mala idea.
—No tan mala como negarnos lo que ambos deseamos. —Su lobo brillaba
en sus ojos cuando él le cogió la mano, presionándola contra su erección. —
Siente lo que me haces.
—Luc.
Incapaz de resistirse a la tentación, ella envolvió sus dedos alrededor de su
eje, explorándolo descendientemente dirigiéndose hacia los pesados testículos
antes de, lentamente, retroceder con una caricia para encontrar la punta ancha
que ya estaba húmeda con su semilla.
—Dios. —Se estremeció, dejando al descubierto una garra para cortar el
cordón que mantenía la parte baja de su traje de baño en su sitio. Ella abrió los
labios para protestar por el destrozo de su ropa cara, sólo para dejar escapar un
gemido cuando él extendió su mano sobre su culo desnudo, sus dedos

62
apretando su carne en señal de promesa del placer venidero. —Hora tras hora
yací en mi cama, oyéndote pasearte de un lado a otro mientras el aroma de tu
deseo llenaba el aire. —Él la miró profundamente a los ojos. —¿Sabes lo que me
costó no acudir a ti? ¿No aliviar tu necesidad?
Ella conocía el tormento de tenerlo tan cerca y aún así demasiado asustada
de admitir su creciente desesperación por él.
—¿Entonces por qué no lo hiciste?
Su mano acarició su espalda, ahuecándole la nuca en un gesto de
consuelo.
—Mi primera prioridad es mantenerte a salvo—, le recordó, una fina capa
de sudor formándose en su frente mientras ella le daba a su polla un lento
bombeo. —No puedo hacer eso si no confías en mí.
—¿Y es por eso que no has tratado de seducirme?
Él soltó una risa ahogada. —Eso y que temía que pudieras cortarme las
pelotas.
Un Were muy, muy, inteligente.
Él sabía muy bien qué decir.
Y cómo tocar, reconoció cuando sus dedos se desplazaron desde la nuca
para trazar la línea de su garganta.
—¿Por qué esta noche?
—Me gustaría decirme a mí mismo que es porque has llegado a aceptar
que sólo quiero lo mejor para ti, pero la verdad es que no soy un santo—,
confesó, la ronquera de su aliento llenando el aire. —Te necesito tan
desesperadamente que no estoy seguro de que pueda sobrevivir otra noche sin
ti.
Sin previo aviso, sus manos se movieron para agarrar sus caderas,
haciéndola rodar hasta que ella estuvo situada encima de él. El placer
sacudiéndose a través de ella cuando su ya húmeda carne se presionaba contra
su gruesa polla.
—Santo cielo—, ella gimió.
—Dime qué quieres esto, Sophia.
Ella bajó la mirada hacia su rostro imposiblemente hermoso que era
implacable por la pasión apenas contenida.
Había luchado contra este momento durante tanto tiempo. Desde el
mismo instante en que entró en la Casa de las Fieras de Sophia.
Sólo ahora, sin embargo, se daba cuenta que no fue su temor a ser
utilizada para simplemente pasar el tiempo lo que la había hecho ser cautelosa
y reacia a permitirle meterse en su cama.

63
Sino algo mucho más oscuro y mucho más peligroso.
Algo contra lo que no podía luchar más.
—Quiero esto—, susurró ella.
Sus manos la acariciaron hasta ahuecarle los pechos, estudiándola con la
evaluativa mirada de un lobo.
Ella no sabía lo que él estaba buscando, pero sintió que era importante.
—Dime que me deseas—, la instó, rodando su tierno pezón entre el pulgar
y el dedo índice.
Oh... Dios.
—Te deseo—, ella dijo exhaló con un susurro.
—Luc. —Su voz estaba llena de necesidad. —Di mi nombre.
—Luc.
—Ahora déjame saborearte.
Ella plantó las manos a ambos lados de su cabeza, bajando su cuerpo hasta
que él pudo plantar un beso con la boca abierta en la base de su hombro. Ella se
estremeció, frotándose contra su erección dura mientras su lengua dibujaba una
ruta húmeda a lo largo de la línea de su clavícula.
Él apretó las manos sobre sus caderas, sosteniéndola con fuerza contra él,
mientras le negaba el alivio de mecerse contra él.
—No vas a arrepentirte de esto por la mañana, ¿verdad?
Ella se rio roncamente cuando volvió su cabeza para rozar sus labios a lo
largo de su mandíbula, deleitándose con el roce áspero de su barba. No tenía
duda de que tenía que afeitarse más de una vez al día para parecer civilizado.
Ese pensamiento era extrañamente erótico.
—¿Lo harás tú?
Él siseó de placer. —No, pero no quiero ser arrojado de una patada a la
calle porque me culpes de aprovecharme de ti.
—Nadie se aprovecha de mí. —Ella mordisqueó su labio inferior. —Y no
soy una joven tonta que no sabe lo que quiere de un momento para otro. Soy
una Were adulta y te quiero a ti.
Un gemido se arrancó de su garganta mientras sus labios viajaron sobre la
curva de su pecho, por fin aferrándose a su pezón adolorido.
Sus ojos se cerraron fuertemente cuando un placer crudo y salvaje la
recorrió.
—Oh... Dios, sí.
—¿Te gusta esto?

64
¿Gustarle?
Demonios, ella lo acusó de ser un hombre de las cavernas, pero sus
instintos en este momento no podían ser más primitivos.
Que alguien le dé un garrote y ella se aseguraría de que este hombre
nunca abandonara su cama.
—Es perfecto—, susurró.
—Tú eres perfecta.
—No dirías eso si me hubieras visto con luna llena—, bromeó con un
pequeño suspiro. —Me gano el título de Reina de las Perras.
—Me gusta que seas una perra. —Su boca atormentando su pezón,
lamiendo y mordiendo hasta que los dedos se le clavaron en sus hombros. —Y
que no tengas miedo de decir lo que piensas. Y que patearás culos cuando sea
necesario.
Ella se estremeció, sus palabras suaves tan afrodisíacas como su toque
magistral.
Dioses, ella estaba en llamas.
Después de esperar tanto tiempo para aliviar este dolor ardiente, ella
había planeado disfrutar de una seducción lenta y totalmente aburrida, pero la
pagana necesidad de tenerlo enterrado profundamente en su interior estaba
llegando rápidamente a un nivel crítico.
Como si sintiera que ella estaba cayendo fuera de control, Luc se echó
hacia atrás para observarla con una mirada que envió diminutos temblores por
la espina dorsal de Sophia.
Era una mirada que hablaba de necesidad y anhelo y... posesión.
Levantando las manos, le enmarcó su rostro con las palmas, tirando de
ella hacia abajo para besarla con una dulzura dolorosa. Sophia suspiró. Ella no
sabía lo que le había hecho al destino para que le dejara caer este hombre
delicioso en sus brazos, pero tenía la intención de saborear cada momento que
él se quedara con ella.
Sus manos se extendieron sobre los músculos marcados de su pecho. Su
piel era una tentación cálida y sedosa, y con un gemido de necesidad ella se
trasladó para arrastrar sus labios por su cara y bajando por la fuerte columna de
su garganta. Su estómago se contrajo con una feroz necesidad, su loba
deleitándose en el limpio aroma de la piel masculina.
—Sabes a calor y a sol—, susurró ella mientras continuaba con sus caricias
provocadoras.
—Se supone que debo ser yo quien te saboree a ti,— gruñó él, sus manos
agarrando sus caderas mientras buscaba cómo recuperar el control.
Tan alfa.

65
—¿Tienes alguna objeción?—, susurró ella, moviéndose constantemente
hacia abajo.
—Oh, demonios, no.
—¿Y qué tal esto?
—Sophia—, dijo con voz áspera cuando ella alcanzó los ondulantes
músculos de la parte baja de su estómago.
—¿Mmmm?
—Soy un Were que te ha estado deseando desde hace mucho tiempo—,
dijo entre dientes. —Tengo que estar en tu interior cuando me corra.
Ella profirió una risa gutural, extrañamente complacida por sus palabras.
No es que tuviera bastante de su juego. Deliberadamente frotando su cuerpo
mientras subía a lo largo del cuerpo de él, Sophia saboreó las chispas eléctricas
desatadas por la fricción de la piel desnuda de ambos.
Había pasado tanto tiempo desde que había sentido un deseo tan
sobrecogedor. Demonios, no estaba segura de haber necesitado alguna vez a un
hombre como necesitaba a Luc. Cada uno de sus nervios se sentía vivo,
sensibilizado hasta el punto que pensó que podría entrar en combustión.
—No puedes haber estado deseándome desde hace tanto tiempo—,
murmuró ella. —Nos conocemos desde hace sólo una semana.
Sin previo aviso, él levantó sus caderas, robándole el aliento cuando la
feroz extensión de su erección se instaló en el calor húmedo entre sus piernas.
Ella se arqueó, la persistente palpitación en su sexo regocijándose cuando
la punta ancha de él se deslizó justo dentro de su cuerpo. Pero en lugar de
empujarse a casa, él le agarró las caderas y la miró con ojos abrasadores.
—Yo te conocí hace una semana—, dijo en un tono espeso. —Pero te he
esperado toda mi vida—, murmuró Luc.
Oh mierda, ella estaba en problemas.
—Luc.
—Ahora me toca a mí... torturarte un poco—, la informó, atrayéndola
hacia sus labios en espera. —Quiero que me supliques antes de haya terminado.
Con una sonrisa maliciosa, Luc marcó sus labios con un beso de pura
hambre. El sabor de su lobo en su lengua crepitaba a través de ella, haciendo
estallar pequeños fuegos artificiales de placer.
Luego moviendo su boca sobre su rostro, la acarició a lo largo de su cuello
arqueado. Los dedos de Sophia se clavaron en sus hombros mientras él tiraba
de ella hacia arriba, capturando su fruncido pezón entre los dientes. Ella emitió
un suave gruñido mientras él la lamía y chupaba, con la cabeza echada hacia
atrás ante la insistente dicha pulsando a través de ella. Él volvió su atención al
otro pecho, instando deliberadamente su deseo a alcanzar un estado febril.

66
Tenía que tenerlo dentro de ella.
Necesitaba estar tan profundamente conectada a él que alcanzaran juntos
el paraíso.
Pero incluso mientras luchaba para deslizarse sobre su polla que la estaba
esperando, Luc despiadadamente tiró de ella hasta dejarla de rodillas. Con un
gemido estrangulado ella miró hacia abajo para ver su boca explorar los
músculos apretados de su estómago, su lengua asomándose para enviar
escalofríos de placer a través de ella.
Ella gimió, sus espesas pestañas descendiendo mientras él acariciaba la
curva de su cadera y hacia el interior de su muslo.
Bueno, ella podría tomar un pequeño desvío antes de montarlo como una
vaquera.
Luego sus exploradores labios encontraron su húmeda hendidura y
cualquier pensamiento lógico fue destruido. Oh, esto era bueno. Esto era tan
alucinantemente fantástico.
Luchando para no tambalearse hacia atrás mientras su lengua acariciaba
su muy sensible carne, ella clavó sus dedos en el grueso satén de su cabello.
Había algo un poco travieso en cabalgarlo a horcajadas mientras él
expertamente la lamía, aunque ella tenía la intención de volverse mucho más
traviesa antes de que terminara la noche.
No había olvidado esas esposas que había mencionado....
Sin soltarle las caderas, Luc encontró el centro de su placer, chupándola
suavemente mientras la presión mágica comenzó a construirse.
—Luc, estoy cerca—, se quedó sin aliento.
—Sí—, murmuró, guiándola hacia atrás para poder posicionarla sobre su
tensa erección.
Luego, lentamente penetró su canal húmedo.
Sophia siseó mientras se ensartaba incluso más profundamente. Ella sabía
lógicamente que era grande. Por todas partes. Pero cuando él la estiró hasta el
límite, tuvo que admitir que ella no había considerado realmente la sensación
de ser empalada por un eje tan generosamente proporcionado.
Mierda.
Realmente cuanto más grande, mejor.
Y cuando un hombre sabía qué hacer con un instrumento tan sumamente
hermoso, entonces era nada menos que un regalo para las mujeres.
Brevemente saboreando su profundo y constante ritmo, Sophia puso por
fin sus manos sobre su tórax, meciendo sus caderas para salir al encuentro de
sus embates ascendentes. Ella sonrió con satisfacción perversa cuando sus
dedos convulsivamente la agarraron de las caderas.

67
Él no era el único con talento.
—Dios, te siento tan bien,— jadeó. —Tan bueno.
Sophia se levantó hasta que la punta de su polla estaba casi en su entrada
antes de sumergirse hacia abajo. Sus caderas se levantaron del colchón, con los
ojos brillantes mientras su lobo se esforzaba para ser liberado.
Sophia se rió entre dientes, encantándole la sensación de ser quien tenía el
control, incluso cuando ella sabía que se trataba de una ilusión que él le estaba
ofreciendo.
Justo como le estaba ofreciendo la ilusión de que él era suyo.
El único lobo destinado a ser suyo por toda la eternidad.
Abruptamente aplastando ese pensamiento perturbador, se concentró en
la sensación de los embates cada vez más profundos de Luc, sus suaves jadeos
llenando el aire mientras sus músculos se tensaron en preparación para el
orgasmo inminente.
Luc intensificó su agarre, enterrando su rostro en la curva de su cuello.
Luego, todavía bombeando dentro de ella a un ritmo vertiginoso, él hundió sus
dientes en su carne, enviándola a un clímax demoledor.
Sophia se estremeció en éxtasis, convulsionándose a su alrededor cuando
él dio un empuje más y gritó con el placer violento de su propia liberación.
Luc rodó hacia un lado, envolviendo sus brazos alrededor del cuerpo
tembloroso de Sophia mientras luchaba por recuperar el aliento. Su mente daba
vueltas a causa del asombroso placer que seguía provocándole temblores a
través de su cuerpo.
No sólo el orgasmo que había desgarrado a través de él con la fuerza de
un tsunami, sino la sensación de su carne bajo sus colmillos cuando la había
marcado con su mordisco.
Una maldita pena que la marca no durase. No estaría en absoluto
disgustado si la tuviera caminando por ahí con una exhibición descarada de su
pertenencia.
Por desgracia, incluso ya ahora su piel estaba curándose, volviendo a la
seda perfecta e incólume que lo tentaba a inclinarse y hundir sus dientes en ésta
con otro mordisco.
Él gimió, su cuerpo endureciéndose.
Ahora que pensaba en ello, estaba tentado a empezar todo de nuevo. Esta
vez no iba a dejar que la embrujadora Were le provocara y le condujera a una
rápida conclusión.
Tenía la intención de tomarse horas para darle placer.
Tenerla suplicando por su liberación.

68
Y lo más importante, para asegurarse de que se había atrincherado tan
profundamente dentro de ella que ésta nunca, nunca, deseara a otro amante.
Acurrucándose contra su pecho, Sophia dejó escapar un suspiro de
satisfacción.
—Eso fue...
—¿Sensacional?— Le ofreció, sus labios tentándola sobre su frente y
bajando por la longitud delgada de su nariz. —¿Tanto que te ha cambiado la
vida? ¿El mejor que has tenido nunca?
—Adecuado.
Él soltó un bufido. La tierra se acababa de mover.
Para ambos.
—¿Adecuado?
Él bajó la cabeza para tentar deliberadamente el punto sensible justo
debajo de la oreja, riéndose cuando ella se estremeció en respuesta inmediata.
—Está bien, tal vez estuvo por encima del promedio—, susurró con voz
ronca.
—Estás jugando con fuego, cara. —Mordisqueando el lóbulo de su oreja,
plantó besos hambrientos a lo largo de su cuello, haciendo una pausa para
hocicar la tierna carne que tenía la intención de mantener entre sus dientes
mientras los conducía a ambos a un clímax explosivo. —¿Quieres que te
recuerde lo bueno que es esto que entre tú y yo?
Ella gimió, sus manos marcando a fuego un camino de calor sobre su tórax
y bajando por su estómago.
—Se va a repetir—, le aseguró. —Lentamente.
A pesar de su fuerza física, Luc había sido siempre sorprendentemente
intuitivo. En verdad, era su capacidad de leer a otros lo que hacía de él un
asesino tan letal.
Cualquier Were podía utilizar sus dientes y garras para luchar contra sus
enemigos. Pero un soldado que podía predecir lo que su oponente iba a hacer
antes de hacerlo, no tiene precio.
No era intuición, sin embargo, lo que le hizo echarse hacia atrás para
estudiar a su acompañante con una mirada escrutadora. No, esto era mucho
más profundo. Mucho más... íntimo.
—¿Sophia?
—¿Hmmm?— Murmuró ella, sus manos continuando el camino de
destrucción hacia su polla totalmente erecta.

69
Mierda, quería olvidar la preocupación que se cernía meticulosamente en
su subconsciente. ¿Seguramente lo que estuviera molestando a Sophia podía
esperar?
Al menos durante unas pocas horas.
Luego, al captar el olor de la cautela enhebrado a través del rico olor
especiado de su deseo, él dejó escapar un pequeño suspiro, cogiéndole la mano
a un mero latido de corazón antes de que ella capturara su eje y pusiera fin a
cualquier pensamiento coherente.
—Hay algo en tu cabeza.
Ella esbozó una sonrisa deliberadamente perversa. El tipo de sonrisa que
pretendía distraer a cualquier varón con sangre en las venas.
—¿Un sexy Were de metro ochenta y tres de altura que piensa que él es
todo eso?
Llevando su mano a los labios, le dio un beso en los nudillos, sin apartar la
mirada de su pálido rostro.
—Buen intento, pero sé cuando una mujer está distraída. —Él sonrió con
ironía. —No es un problema que suelo tener cuando estoy en la cama con una.
Ella puso los ojos en blanco. —De verdad necesitas trabajar en la confianza
en ti mismo.
—Sophia, dime qué te está preocupando.
Hubo un largo silencio mientras interiormente debatía las probabilidades
de mantener sus secretos. Entonces, claramente aceptando que no había una
oportunidad en el infierno de hacerlo, dejó escapar un suspiro de resignación.
—No estoy segura de que realmente quieras saberlo.
Él siseó, sus músculos rígidos, mientras se preparaba para un golpe
invisible.
—Maldita sea—, dijo con voz áspera. —Si tratas de convencerme de que te
arrepientes de nuestro…
—No, no es eso.
—Dímelo.
Se lamió los labios, con aspecto extrañamente vulnerable. —Me sentí
atraída por ti desde el momento en que nos conocimos.
—Yo sabía que tenías buen gusto. —Su voz permanecía tensa incluso
mientras suavemente metía un rizo dorado detrás de su oreja.
—Pero me dije a mí misma que sería una idiota si cedía a esa atracción.
—¿Por qué?
Ella bajó las pestañas, como si pudiera de algún modo esconderse de su
mirada escrutadora.

70
—Porque no iba a ser un oportuno revolcón que sería olvidado en el
momento en que regresaras a Miami.
Él se quedó inmóvil, sus cejas se apretaron en un ceño. —¿Eso es lo que
pensabas de mí? ¿Que yo tenía la intención de usarte y abandonarte?
—Yo no estaba juzgándote—, dijo. —He disfrutado de más que mi justa
parte de relaciones sin sentido.
¿Se suponía que eso debía tranquilizarlo?
Dios.
Abruptamente rodando sobre su espalda, él puso un brazo sobre su cara.
¿Por qué no conseguía un poco de sal para frotarla en su herida?
—Tienes razón, no quiero escuchar esto—, murmuró.
Él la sintió volviéndose para presionarse contra su costado, su mano
ligeramente recorriendo su pecho en un gesto de disculpa.
—Luc, déjame terminar—, declaró en voz baja.
Se negó a mirarla. Tal vez estaba siendo infantil. Después de todo, no
podía negar que había tenido unos cuantos encuentros de una noche en el
pasado. Y aunque él nunca había usado intencionalmente a una mujer, podría
haber habido algunas que habían querido más de lo que estaba dispuesto a
ofrecer.
Pero la idea de que Sophia pudiera alguna vez haber desechado su
poderosa conexión juzgándola como un asalto de lujuria sin sentido, lo
cabreaba.
Regiamente.
—Dilo—, gruñó.
—Me estaba mintiendo a mí misma.
—¿Acerca de qué?
Hubo la menor vacilación antes de que ella dejara escapar un profundo
suspiro.
—Acerca de ti y de por qué estaba aterrorizada de dejar que te metieras
en mi cama.
Él bajó el brazo, a regañadientes encontrándose con su mirada
preocupada. —Entonces, ¿cuál era la razón?
—Tenía miedo de que nunca pudiera dejarte ir.
Las palabras contundentes colgaban en el aire mientras Luc les permitió
lentamente aliviar la enfermiza bola de pavor que se había alojado en su
estómago.

71
Al fin se alzó una mano para tocar ligeramente su pálida mejilla.
—¿Sophia?
—Mi loba te reconoció desde el principio—, admitió. —Yo entendí...
—No te detengas ahora, cara—, la engatusó, desesperadamente,
necesitando oír las palabras.
—Yo entendí que tú me perteneces.
—Ah.
Los ojos esmeralda brillaron ante su respuesta evasiva. —Te advertí que
no te gustaría saberlo.
Su risa estaba llena de pura alegría cuando él la puso bajo él,
inmovilizándola contra el colchón con su cuerpo mucho más grande.
—¿Cómo es posible que pienses que no querría saber cómo te sientes?
— Gruñó él, sin saber si quería zarandearla o besarla hasta dejarla sin sentido.
La maldita mujer podía hacerlo sentir tan inseguro y torpe como un
cachorro.
Sus ojos se abrieron ampliamente cuando sintió la punta roma de su
erección situarse en la húmeda entrada entre sus piernas.
—Viniste aquí para hacer un trabajo, no para emparejarte.
Él ahuecó su mejilla, su pulgar rozando la curva sensual de sus labios.
Hace apenas unos días la palabra compañera le habría producido urticaria.
Ahora no podía imaginarse su vida sin esta mujer.
—No importa por qué he venido, sólo que no tengo intención de
marcharme nunca.
Sus brazos se envolvieron alrededor de su cuello, sus ojos esmeralda
brillando con una emoción que se hacía eco en su corazón acelerado.
—¿Nunca?
No lo dudó. —Te pertenezco ahora.
—¿Mío?
Una sonrisa curvó sus labios, luego antes de que pudiera adivinar sus
intenciones, ella había capturado su pulgar entre sus dientes, chupándolo
suavemente.
Él gruñó de placer, la sensación de su lengua frotando su pulgar haciendo
que su polla le doliera anhelando la misma deliciosa atención.
—Así como tú eres mía—, juró él, bajando la cabeza para presionar
impacientes besos sobre su cara.
Una necesidad ardía al rojo vivo a través de él, pero en algún lugar en el
fondo de su mente sintió un breve momento de inquietud.

72
No era sólo su temor por su seguridad, aunque eso era una constante y
mordaz preocupación. Hasta que hubiera capturado y asesinado al hijo de puta
que trataba de hacer daño a Sophia él siempre estaría nervioso.
No, esto era más personal.
Pero igualmente preocupante, se dio cuenta con una punzada de sorpresa.
No era que lamentara sus acciones. Había hecho lo que se le ordenó. Y lo
más importante, sus acciones habían sido siempre en su empeño de proteger a
esta mujer.
Pero algo le advertía que Sophia podría no estar encantada cuando ella
descubriera que él aún no había sido del todo sincero con ella.
Brevemente consideró la noción de confesarle todo. Era, sin duda, lo que
debía hacer. Pero incluso mientras la idea flotaba en su mente, Luc fue distraído
bruscamente cuando las piernas de ella se envolvieron alrededor de sus
caderas, sus uñas mordiendo su culo en una súplica silenciosa por su liberación.
Ya habría tiempo más tarde, se aseguró a sí mismo, aplastando la pequeña
voz de advertencia.
Mucho, mucho más tarde.

73
Capítulo Siete
Era tarde por la mañana, cuando Sophia y Luc se deslizaron en la casa de
Kirsten, ambos adoptando su forma lobuna para hacer un rápido barrido de su
lujosa guarida.
Una vez que era evidente que no había nada sospechoso más allá de una
colección obscenamente enorme de zapatos Manolo Blahnik a la que Sophia
tenía totalmente la intención de ponerle sus codiciosas manos encima, Luc le
dio un mordisquito juguetón en sus cuartos traseros y se dirigieron de regreso a
su casa.
Siguiéndolo escaleras arriba al dormitorio de… ella... de ellos, ella tuvo la
oportunidad de admirar a su lobo.
Y él era bien digno de ser admirado.
Una gran bestia con colmillos enormes y piel oscura, era del tamaño de un
pony con un amplio pecho y gruesas patas musculosos. Sus ojos brillaban con el
fuego de la medianoche de su lobo, pero había una inteligencia inequívoca que
era tan peligrosa como toda la fuerza de su pesado cuerpo.
Oh sí, él estaba muy, muy, muy bien.
Una opinión que sólo se enfatizó cuando una luz brillante rodeó su cuerpo
como un halo cuando se transformó de nuevo a su forma humana.
Él se estremecía mientras su cuerpo oscilaba entre lobo y hombre, la
antigua magia pulsando a través del aire. Entonces la transformación había
terminado, y con una notable capacidad para recuperarse, Luc estaba
poniéndose en pie, su cuerpo desnudo era toda perfección cincelada envuelta
en una suave seda bronceada.
Ñammmmm.
Sophia se concentró en su propia transformación, disfrutando el doloroso
estiramiento de los músculos y el crecimiento brusco de los huesos. Había una
satisfacción primitiva en invocar sus poderes.
No tan rápida como Luc en recuperar su equilibrio, Sophia se puso
lentamente de pie y se vistió con la corta bata de seda que yacía sobre la cama.
Al otro lado de la habitación, Luc ya estaba vestido con unos pantalones cortos
color caqui y una camiseta polo que podría haberle hecho parecer civilizado si
no fuera por la sombra de la barba ya oscureciendo su mandíbula y el brillo
salvaje en sus ojos.
—¿Encontraste algo?—, preguntó, en referencia a su reciente viaje a la
guarida de la vampira.

74
—No.
Fue hacia el espejo de cuerpo entero pegado a la pared detrás de la puerta,
alisándose el pelo hacia atrás.
—Lo que parece dejar al cur como el último de nuestros sospechosos.
—¿Morton?— Ella resopló. —No puedo imaginármelo como un maníaco
homicida.
Se volvió para descubrirla mirándole el culo. Una sonrisa de suficiencia
curvó sus labios.
—Las apariencias son, demasiado a menudo, engañosas.
Sophia hizo una mueca, imaginándose al rechoncho cur similar a una boca
contra incendios. —Tendrían que ser excesivamente engañosas.
Él se encogió de hombros. —Pronto lo averiguaré.
—Suponiendo que sea culpable, no sé cómo caminar por un campo de golf
golpeando una bola blanca va a convencer al cur para que confiese.
Luc cruzó la habitación para plantarse directamente en frente de ella. —Él
no tiene que confesar.
—¿No?
Alzó la mano para agarrar un mechón de su cabello, alisándolo entre sus
dedos.
—Dame el tiempo suficiente a solas con él, y sabré si es culpable.
—Hmmm. —Estudió la confianza suprema grabada en su rostro. —No
eres un lector de mentes, ¿verdad?
—Tengo un considerable número de talentos, cara. —Su voz se redujo a un
ronco y lento tono que la hizo temblar. —No todos ellos implican una cama.
—Perro arrogante.
Él hizo una pausa, con aire ausente girando su pelo alrededor de su dedo.
—¿Cuáles son tus planes para el resto del día?
Ella hizo un gesto vago con la mano, esperando que él realmente no fuera
un lector de mentes.
—Oh, ya sabes.
—¿Saber qué?
—Esto y aquello.
Sus ojos se estrecharon. —tu 'esto y aquello' no incluiría una visita a
Victoria, ¿verdad?
Maldita sea. ¿Cómo había sabido que estaba planeando algo?

75
—¿No es eso lo que las viudas del golf hacen?— Preguntó ella. —¿Hacerse
compañía las unas a las otras con una botella de Chardonnay?
—No.
Ella plantó sus puños sobre las caderas. —¿Disculpa?
—Es demasiado peligroso.
Qué extraño. Ella habría pensado que su apareamiento le habría facilitado
la comprensión de su aversión a recibir órdenes.
Él podría también haber ondeado una bandera roja delante de un toro.
—¿Cómo diablos puede ser demasiado peligroso? —Dijo ella con los
dientes apretados. —El cur va a estar jugando al golf contigo, no acechando
debajo del sofá.
Su expresión era dura, tan inflexible como el granito. —La ninfa podría
estar trabajando con él.
—Ya te dije que ella no sabía nada acerca de los intentos para matarme.
—Podría estar mintiendo—, respondió él. —E incluso si no es responsable,
ella hará lo que sea necesario para proteger a su amante si se da cuenta de que
sospechamos de él.
Ella dio un paso hacia delante, clavando su dedo en el centro de su pecho.
—Déjame ver si entendí bien—, gruñó. —¿Tienes la intención de pasar
toda la tarde con un cur que podría ser, o no, un asesino sediento de sangre,
pero no se me permite tomar una copa de vino con una maldita ninfa?
Él ni siquiera se inmutó ante su feroz acusación. —Yo no soy al que están
dando caza, Sophia.
Sus dientes se apretaron ante la veracidad de sus palabras.
Era terca, no estúpida. Y si bien la irritaba como el infierno, tuvo que
admitir que tenía su punto.
La razón por la que había contratado a un guardaespaldas no había
desaparecido sólo porque se había enamorado del hombre, ¿verdad? La única
cosa sensata que podía hacer era dejar que él hiciera su trabajo.
Incluso si la idea de entretenerse jugando con sus pulgares mientras Luc
buscaba a su enemigo le daba ganas de aullar de frustración.
—Maldita sea. —Ella miró a Luc, en este momento haciéndolo totalmente
responsable. Hey, ¿para qué estaban los compañeros? —Odio sentirme inútil.
—Nunca serás inútil, cara, pero sólo por ahora es necesario que tengas un
cuidado especial—, él murmuró, colocándole el pelo detrás de la oreja. —Deja
que te proteja.
¿Cómo si le estuviera dando alguna elección?
Ella dejó escapar un suspiro. —Está bien.

76
—Está bien, ¿qué?— Preguntó, casi como si no confiara en ella.
Imagínatelo.
—No visitaré a la ninfa—, le aclaró.
—¿Te quedarás en casa?
—No.
—Sophia.
Ella se encontró con su ardiente mirada con un terco ceño fruncido. Había
accedido a renunciar a su plan de investigar en la casa de Morton en busca de
signos de su culpabilidad, pero que la condenen si se iba a quedar atrapada en
su casa como una damisela en apuros.
—Tengo que ir al club.
—Puede sobrevivir un día sin ti.
—Hoy no—, insistió. —Tengo los cheques de las nóminas para firmar y un
nuevo bailarín programado para una audición.
Él se quedó inmóvil, el olor de su lobo llenando el aire. A la bestia no le
gustaba la idea de que ella estuviera cerca de otro macho.
Comprensible. Ella rebanaría sus pelotas si pensara que él estaba
husmeando tras otra hembra.
—¿Un nuevo bailarín?—, gruñó.
—Sí. —Su lenta sonrisa le aseguró que él era el único hombre que ella
quería. —Él es un Were de China que supuestamente hace cosas con sus
nunchakus15 que hace que las mujeres se derritan.
Sin previo aviso ella estuvo envuelta por unos brazos posesivos, y
apretada contra el ancho pecho de Luc.
—Cuando vuelva esta noche te mostraré mis nunchakus—, prometió,
plantando un beso con la boca abierta en la base de su cuello. —Apuesto a que
son más grandes.
Una apuesta segura, ella reconoció en silencio, envolviendo sus brazos
alrededor de su cuello.
—Sólo asegúrate de que regresas—, ella le ordenó, estudiándolo con
preocupación indisimulada.
Él podría ser el más grande, el más malo Were del vecindario, pero había
un psicópata por ahí que tenía una pistola con balas de plata y no tenía miedo
de usarlas.

15 NdeT: El nunchaku (japonés: nunchaku) es una de las armas tradicionales de las artes
marciales asiáticas formada básicamente por dos palos muy cortos de entre 30 y 60 cm unidos
en sus extremos por una cuerda o cadena.

77
—Te lo prometo. —Sus labios mordisquearon abriéndose camino hasta la
curva de su cuello, deteniéndose justo debajo de su oreja. —Y, Sophia.
Ella se estremeció, su cuerpo instintivamente arqueándose contra él. —¿Sí?
—Tenemos que hablar.
Echándose hacia atrás lo miró con un cauteloso ceño fruncido.
Esas palabras fueron tan buenas como una ducha fría.
—¿Por qué no me gusta cómo suena eso?
—Sólo necesito que sepas... —Reprimió sus palabras, su expresión
imposible de leer.
—¿Qué?
Hubo una pausa, como si estuviera considerando sus palabras. Luego le
dio un breve meneo a su cabeza.
—Más tarde.
Bueno. Su vaga inquietud se convirtió francamente en preocupación.
—¿Luc?
—Lo siento. —Se inclinó para robarle un beso abrasador que envió rayos
de excitación a través de ella antes de volverse para dirigirse a la puerta. —¿No
puedo llegar tarde a nuestra hora H.
Ella observó su partida con un obcecado enojo, sabiendo que sería una
pérdida de tiempo tratar de obligarlo a revelar lo que le estaba preocupando.
Él confesaría cuando estuviera bien y listo para ello.
Alzando sus manos en el aire se dirigió a la ducha.
—Hombres.

El exclusivo club de campo al sur de la ciudad era precisamente lo que Luc


había estado esperando. Una gran casa club diseñada en un estilo tudor con
piscina adjunta, canchas de tenis, establos y con un mantenimiento impecable.
El campo de golf que lo rodeaba estaba igualmente bien cuidado. Las
calles eran estrechas con bunkers profundos de arena y una línea de árboles
alzándose sobre el entorno que podrían haber supuesto un reto para un
humano. Luc, sin embargo, poseía la fuerza para simplemente golpear la pelota

78
por encima de cualquier obstáculo y alcanzar el lejano green16, con frecuencia
terminando a escasos centímetros de la bandera que ondeaba con la brisa de
verano.
En el momento en que habían llegado a los últimos nueve hoyos, su
superioridad física habían logrado precisamente lo que deseaba.
Morton había pasado de ser un acompañante casual a un cur furioso que
estaba echando humo con una frustración que enrojecía sus mejillas redondas y
hacía que sus ojos parpadearan con chispas de color carmesí, mientras trataba
de contener a su lobo.
A diferencia de los Weres de pura sangre, los curs estaban a merced de su
bestia y aunque Luc no quería que el hombre se transformara, lo quería tan
preocupado por controlar su temperamento que sus defensas se redujeran.
¿Quién sabía lo que podría revelar?
Dejando a un lado su palo de golf después de sacar uno idéntico del cinco,
Luc se unió a su compañero en el carrito de golf, casi cayéndose cuando el cur
pisó bruscamente el acelerador.
—Buen tiro—, dijo Morton con los dientes apretados.
Luc se recostó indolentemente hacia atrás en el asiento, sonriendo con una
arrogancia perezosa de diseño personalizado para enfurecer a su compañero.
—No ha estado mal.
—¿No ha estado mal?— Morton frunció el ceño. —Fue un hoyo de un solo
golpe.
—¿Eres un poco competitivos con esto, campeón?
Con aspecto considerablemente parecido a un malvavisco con su cuerpo
cuadrado y blando cubierto de una camisa blanca y pantalones a juego, Morton
se aferró al volante del carrito de golf y se esforzó para no hacer algo estúpido.
—Mi nombre es Morton, no campeón—, espetó—, y cuando hago algo, me
gusta hacerlo bien.
—¿No lo hacemos todos?
Sus pálidos ojos brillaban con un fuego carmesí. —Algunos más que otros.
Luc soltó una risita, estirando su brazo para dar una palmada al hombre
en la espalda, con fuerza suficiente para hacerle batir sus dientes.
—Sabes, Morty-boy, si no te conociera mejor podría pensar que no te caigo
bien.
El cur apretó los dientes, sin duda contando hasta diez.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Chicago?— Por fin le preguntó.

16NdeT: Parte del campo de golf que consiste en una zona delimitada de unos 550 metros
cuadrados de promedio, con el terreno muy bien alisado y hierba fina y muy corta.

79
—¿Esperando librarte de mí?
—Yo creía que los barrios residenciales serían un aburrimiento.
Luc le ofreció una sonrisa burlona, estudiando en secreto la tensión que
emanaba del cur.
Hasta ahora todo lo que había logrado captar era la aversión natural de
Morton hacia un compañero detestable. Era hora de subir la apuesta.
—Es cierto, pero hay beneficios—, dijo arrastrando las palabras. —Sophia
es humeantemente caliente entre las sábanas.
El macho hizo un ruido sibilante. —Típico.
—¿Has dicho algo?
Sin previo aviso, el cur desvió el carrito fuera del camino y se dirigió hacia
una espesa mata de árboles. Girándose en su asiento, estudió a Luc con una
repugnancia que ya no trataba de ocultar.
Luc ocultó una sonrisa. Acción al fin.
—Sophia es venerada entre nuestro pueblo, pero por supuesto un hombre
como tú sólo consideraría sus propios placeres.
Luc se detuvo ante las feroces palabras.
Había un borde de locura que él había estado buscando, pero no sonaba
como el hombre que intentara matar a la hembra.
Por supuesto, siempre había esos bastardos que estaban dispuestos a
asesinar el objeto de su fantasía si no la podía tener.
Él se repantigó sobre el asiento de cuero, fingiendo no haber notado que
estaba a un suspiro de distancia de transformarse.
—Ella puede ser reverenciada, pero necesita una buena cabalgada como
cualquier otra mujer.
Más fuego carmesí en sus ojos. —Animal.
—Pareces anormalmente interesado en mi relación con Sophia—, Luc se
burló. —¿No tienes a tu propia hembra por la que preocuparte?
Morton tardíamente intentó ocultar su obsesión por su hermosa vecina.
—Yo simplemente pienso que Sophia se merece a un macho más digno.
Luc enarcó una ceja. —¿Un macho como tú?
—Sin duda apreciaría sus hermosas cualidades. —La mirada carmesí se
movió sobre Luc con un desdeñoso fastidio. —A diferencia de ti.
—Si piensas que ella es tan espléndida, entonces ¿por qué no has hecho
algún movimiento para entrarle?— Luc deliberadamente abrió ampliamente los
ojos, como fulminado por un pensamiento repentino. —¿O ya lo has intentado
y has sido rechazado?

80
—Por supuesto que no.
—Sin duda mejor así. —Luc le dio otra palmadita al cur en la espalda,
apenas resistiendo la tentación de dar rienda suelta a sus garras y arrancarle la
garganta. La sola idea de que el canalla había estado en secreto codiciando con
lujuria a Sophia hizo que su lobo adoleciera por sangre. —Sólo entre nosotros,
no creo que ella haya estado nunca interesada. Creo que sus palabras exactas
fueron que eras ‘una pobre excusa de cur’.
Morton se encogió al oír el insulto, pero había una sombría resolución en
su mandíbula. Como si hubiera tomado su decisión y nada fuera a hacerlo
flaquear.
—Eso es sólo porque no me conoce.
—¿Crees que harás avances con ella?— Luc se rió entre dientes. —¿Cómo
un hongo?
—Creo que ella es una mujer inteligente que puede apreciar las
necesidades del deber.
Luc se quedó inmóvil, pillado por sorpresa por las inesperadas palabras.
—¿Deber?
—Precisamente.
Muy bien, ya era suficiente.
No tenía ninguna duda de que Morton era el acosador y tenía la intención
de llegar a la verdad, de una manera u otra.
Él en realidad prefiere la opción de "otra", ya que incluía una gran
cantidad de dolor y carnicería.
—¿Es tu deber tratar de matarla?
Morton parecía un ciervo ante los faros de un coche por una fracción de
segundo, y luego encontrándose con la despiadada mirada de Luc pareció
aceptar que estaba perdido. Con un encogimiento de hombros permitió que su
actuación se viniera abajo con una expresión de astucia instalándose en su cara
regordeta.
—Ah, temía que hubieras adivinado la verdad.
Luc sutilmente se deslizó hacia adelante, no queriendo estar en la posición
en la que podría quedar atrapado contra la barra protectora antivuelco del
carrito.
No es que él creyera ni por un segundo que el cur pudiera vencerlo
físicamente. Aún así, más vale prevenir que curar.
—La única cosa que he adivinado es que eres responsable de acosar a
Sophia.
—Acosar no... —Morton lo corrigió, —ponerla a prueba.

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—¿Qué diablos significa eso?
—A pesar de que siempre he mantenido el mayor respeto por Sophia
desde el nacimiento de sus hijas, tenía que estar seguro de que ella conservaba
su fuerza y su agilidad tras el paso de los años.
Un escalofrío avanzó por la columna de Luc. Había algo mucho más
inquietante en este calmado y casi condescendiente Morton.
—¿Por qué?
—Para tener a mis hijos, por supuesto.
La furia pulsó a través de Luc, su lobo salvajemente tratando de liberarse
de su contención. Mataría antes de permitir que otro hombre le robara a su
compañera.
Y el hombre que había en él estaba totalmente de acuerdo.
Irónico que fuera él quien estaba en un ataque de rabia considerando que
había estado tratando de provocar al cur.
—¿Estás loco?
Con un movimiento suave, Morton metió la mano en el refrigerador
instalado en el asiento entre ambos y sacó una pequeña pistola cargada con un
cartucho.
Luc frunció el ceño. ¿Una pistola tranquilizante? El cur realmente estaba
loco si pensaba que un Were purasangre podía ser derribado por un mero
tranquilizante.
—No vuelvas a cuestionar mi cordura—, Morton lo advirtió, obviamente,
un poco sensible sobre el tema de su estado mental.
Luc juzgó cuidadosamente la distancia entre ellos mientras trataba de
mantener al cur distraído.
—Si la quieres como criadora entonces ¿por qué intentaste matarla?
Morton lo miró como si fuera particularmente lento. —Yo no trataba de
matarla. Admito que me inventé algunos obstáculos para supervisar su estado
físico, pero nunca la dañaría de forma permanente.
—Bastardo—, Luc gruñó, furioso ante la idea de Sophia siendo
sistemáticamente aterrorizada por este psicópata. —Sé que fuiste quien le
disparó. Una bala de plata a través del corazón habría sido muy permanente.
—Yo no estaba disparándole a ella, idiota. —Morton sonrió, pensando
claramente que su cerbatana le proporcionaba ventaja. Un error que Luc estaba
ansioso por demostrarle. —Estaba apuntándote a ti.
Luc frunció el ceño, sorprendido por la confesión. —¿A mí?
—Había cogido prestado el amuleto de ocultación de Victoria para seguir
a Sophia hasta su club cuando llegaste a Chicago. —Su expresión se endureció

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con disgusto. —Supe, por la forma en que estabas mirándola que ibas a
interferir con mis planes.
—¿Qué planes?
—Capturar a Sophia y dejarla preñada con mi camada.
Cualquier pensamiento coherente se perdió cuando una niebla roja
descendió sobre él, su bestia más allá del punto de no retorno.
—De ninguna maldita manera—, gruñó, sus palabras casi ininteligibles.
Pareciendo casi aburrido cuando Luc comenzó a cambiar, Morton apuntó
el arma hacia el centro de su pecho.
—Yo simplemente sabía que ibas a resultar un problema.
A lo lejos Luc escuchó el estallido de la pistola y sintió el dardo hundirse
en su carne, pero, perdido en su transformación, ya era demasiado tarde
cuando se dio cuenta de que sus músculos lentamente se estaban paralizando
mientras la sustancia desconocida comenzaba a fluir a través de su sangre.
Mirando al petulante cur con horror, se dio cuenta de que debería haber
prestado más atención a sus propias advertencias.
Las apariencias realmente eran engañosas....

83
Capítulo Ocho
Sophia iba con retraso.
Después de revisar la nómina y tratar con el servicio de lavandería que se
había olvidado de traer sus manteles y servilletas lavados, se había visto
obligada a calmar a uno de los camareros que había sido insultado por el
barman y localizar la llave del congelador del fondo que se había extraviado.
Por fin fue capaz de instalarse en una silla para hacer la audición al Were
que había viajado miles de kilómetros sólo para actuar en su club.
Desafortunadamente, ella tuvo que esforzarse para concentrarse.
No era que Jian no fuera espectacular. Él casi puso el escenario en llamas
con su cuerpo delgado y musculoso que se movía con una gracia fluida que era
increíble incluso para los estándares Were.
Pero dando golpecitos con un dedo en el reposabrazos de su silla, se dio
cuenta de que se sentía... extraña, trastornada.
Se dijo que estaba simplemente impaciente por volver a casa con Luc. Él
tenía que haber terminado su partido de golf a estas alturas y estaría esperando
su regreso.
Esperemos que, desnudo, en su cama.
¿Qué mujer no estaría ansiosa por terminar su jornada de trabajo?
Contando los minutos hasta que ella cortésmente pudiera dar por
finalizada la audición, Sophia se sorprendió cuando captó un olor familiar.
Girando la cabeza vio al duende de pelo rojo, vestido con una camiseta de
malla plateada y spandex negro, cruzar la habitación para sentarse en la silla a
su lado, colocando un maletín de cuero a sus pies.
—Mmm,— gimió él, su mirada embebiéndose ante la vista del casi
desnudo Were que bailaba en el escenario. —Sabroso.
—Troy. —Sophia arqueó sus cejas. —¿No tienes tu propio negocio que
dirigir?
—Sí, pero la vista no es tan agradable.
Ella alargó su brazo para agarrarle la barbilla, volviendo su fascinada
atención en su dirección.
—Si quieres comerte con los ojos a nuestros talentos, se supone que tienes
que pagar el precio del cubierto.
Él hizo un mohín. —¿Es esa manera de tratar a tu mejor amigo?

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—La última vez que fui a tu casa del café me cobraste un brazo y una
pierna por un cappuccino del tamaño de un dedal—, ella le recordó con un tono
seco.
—Pero lo rocié con mi polvo especial de hadas.
—Polvo especial de hadas, mi culo—, se burló. —Era canela.
Una sonrisa se formó en las comisuras de su boca. —Tal vez.
—¿Supongo que tienes una razón para estar aquí además de tratar de
echar un vistazo?
La sonrisa se desvaneció, dejando el hermoso rostro inesperadamente
sombrío.
—Creo que deberíamos hablar.
—Uh-oh. —Sophia frunció el ceño. —Me parece que estoy escuchando eso
mucho últimamente.
—¿Mucho el qué?
—Nada. —Tratando de librarse de su inquietud persistente y la certeza
repentina de que no le iba a gustar lo que Troy tenía que decirle, Sophia se puso
en pie. —Vamos a mi oficina.
Con un pulgar hacia arriba dirigido a Jian, condujo al duende imponente a
su despacho y cerró la puerta detrás de ellos.
Troy se paseó para inspeccionar su colección envidiable de huevos de
Fabergé.
—Hermosos.
Sophia se trasladó al anti-prohibicionista bar detrás de su escritorio.
—¿Algo para beber? ¿Agua? ¿Brandy?— Ella señaló hacia la elegante máquina
plateada de cappuccino. —¿Un capuchino de diez dólares con polvo de hadas?
—No es necesario. —Troy tomó el asiento enfrente a su escritorio,
abriendo su maletín de cuero para sacar un pequeño recipiente. —Siempre llevo
el mío propio.
—Viniste preparado—, murmuró, tomando nota de la pila de carpetas de
color manila en su maletín. —¿Debo estar preocupada?
Tomó un trago de su recipiente. —No estoy seguro.
Mierda.
Ella se sentó en la silla detrás de su escritorio, su corazón alojado en su
garganta.
—¿Troy?
Él posó el recipiente, observándola con una mirada cautelosa. —Cuando
me pediste que te encontrara un guardaespaldas me dirigí a mis contactos
habituales para localizar uno.

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—¿Es eso un problema?
—Por lo general no.
Ella metió las manos debajo de la mesa, no dispuesta a dejar que el
duende la viera apretando sus puños.
—¿Qué es diferente esta vez?
El duende hizo una pausa, como si estuviera considerando lo prudente de
confesar lo que fuera que le había llevado al club. Sophia se obligó a mantener
la boca cerrada.
¿Cómo no? Si trataba de escabullirse, ella estaba bastante preparada para
sacarle a golpes la verdad.
Al fin él cuadró los hombros y dio el paso. —Después de que era obvio
que estabas disfrutando más que de los servicios profesionales de Luc, decidí
volver a verificar la información de los antecedentes que me dieron.
—¿Y?
—Y es falso.
Una bola fría de temor se le alojó en la boca del estómago. —¿Qué es falso?
—Todo.
—Sé un poco más específico, Troy.
Metió la mano en su maletín y sacó el archivo de la parte superior y lo
arrojó sobre su escritorio.
—Las referencias que figuran en su currículum—, dijo. —Su domicilio. Su
número de seguridad social. Nada de eso es real.
Aplastando el impulso de lanzar la carpeta al otro lado del cuarto, Sophia
sin embargo levantó la mano y lo abrió, ojeando los documentos en su interior.
—Él mintió—, dijo ella al fin.
—Sí.
Con un movimiento impulsivo, Sophia se puso en pie, cruzando la
habitación para mirar por la ventana recién reemplazada.
¿Qué demonios?
Los documentos que Troy había obtenido claramente revelaban que la
dirección de Miami era falsa, junto con las supuestas referencias de Luc.
Pero ¿por qué?
No era como si ella fuera la extravagante Katy Perry. Convertirse en su
guardaespaldas no era un trabajo fantástico por la que un hombre estaría
dispuesto a mentir para conseguirlo.
—Lo siento—, Troy murmuró suavemente.

86
—No tanto como yo—, murmuró ella, envolviendo sus brazos alrededor
de su cintura. ¿Por qué de repente se sentía tan fría? —¿Cómo reza aquel refrán,
‘no hay peor tonto como un viejo tonto’?
Oyó al duende cruzar la habitación para plantarse directamente detrás de
ella, sus manos aterrizando suavemente sobre sus hombros.
—Tú no eres una tonta, Sophia—, le aseguró. —Luc logró engañarnos a
todos nosotros.
—Sí, pero tú no estás durmiendo con él.
—Sólo porque él no me lo pidió.
Sophia comenzó a sonreír cuando fue de repente golpeada por un
pensamiento que hizo que su corazón se le encogiera de agonía.
—Mierda.
Dándole a sus hombros un tirón, Troy le dio la vuelta para encontrarse
con su mirada escrutadora.
—¿Qué?
—Él podría estar trabajando con el maníaco que me ha estado
acechando—, susurró. —Demonios, él podría ser el acosador.
Troy negó firmemente con la cabeza. —No, él no es el acosador. Eso es
algo de lo que estoy absolutamente seguro.
Como lo estaba ella.
Sus labios se tensaron mientras ese pensamiento le susurraba a su
subconsciente.
Ella tenía pruebas de que le había mentido desde el principio de su
relación. ¿Por qué se le hacía imposible aceptar que él jamás haría nada para
lastimarla?
—¿Cómo puedes saberlo?
Con una mueca se trasladó de nuevo hasta donde estaba su maletín que
había dejado sobre su escritorio y sacó otra carpeta.
—Porque es uno de los lugartenientes de mayor confianza de Salvatore—,
dijo, poniendo el archivo en sus manos. —Ten.
Se apoyó contra la ventana, con la cabeza mareada mientras trataba de
procesar otro shock.
Maldito sea el rey de los Weres.
Ella había sabido cuando Salvatore capituló tan fácilmente ante su
negativa a unirse a ellos en la guarida de Styx que estaba tramando algo. Algo
retorcido.
Él era un Were que siempre creía que sabía qué era lo mejor.

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Así que el hecho de que se las había arreglado de alguna manera para
descubrir que estaba buscando un guardaespaldas y había plantado su propio
soldado de confianza en su casa para mantener un ojo sobre ella no era en
absoluto una sorpresa.
Pero eso no hacía que el engaño de Luc fuese más fácil de soportar.
Puede que no fuera su acosador, pero él había usado su deseo y todas las
emociones demasiado vulnerables para asegurarse de que podía quedarse cerca
de ella y cumplir con su deber para con su rey.
El muy... idiota.
Su mirada cayó a la carpeta que estaba aferrando con su mano.
—¿Qué es esto?
—La información que mi investigador privado logró desenterrar. A un
costo considerable, debo añadir. —Troy negó con la cabeza. —El hombre
enterró su identidad más profundo que Jimmy Hoffa17.
—¿Tienes un investigador privado? —Ella preguntó ausentemente,
hojeando las distintas páginas.
Hizo una pausa para coger las fotos de la gran mansión de estuco rodeada
de palmeras que era el verdadero hogar de Luc y una imagen inconfundible de
Luc y Salvatore reuniéndose en un parque a varios kilómetros al oeste de
Chicago.
Otra puñalada de dolor atravesó su corazón.
—Es un mundo peligroso en estos días—, Troy explicó. —No puedes
confiar en nadie.
—No me digas. —Ella lanzó la carpeta a través de la habitación, viendo los
documentos esparcirse a través de su alfombra.
Troy nerviosamente se aclaró la garganta. —¿Vas a estar bien?
¿Lo iba a estar?
En este momento no estaba del todo segura.
El dolor y la decepción clavaron sus garras en ella y parecía letal.
Luego al darse cuenta de que el duende la miraba con una compasión que
no podía soportar, ella echó su pelo hacia atrás.
—Soy Sophia—, anunció, con la cabeza bien alta. —Ningún hombre va a
abatirme. Incluso si él es un mentiroso y sarnoso pedazo de mierda.

17NdeT: Desaparecido el 30 de julio de 1975 a la edad de 62 años, declarado legalmente muerto


en 1982, era un sindicalista del sector de los transportistas en EE.UU. Mantenía relación con la
Mafia, de hecho usaba matones de la mafia para intimidar a las empresas para ganar terreno en
su lucha sindicalista. Pasó 7 años en la cárcel por sobornar a un jurado que investigaba sus
vínculos con jefes de la Mafia. Tras su desaparición no se volvió a saber de él, ni fue hallado su
cadáver.

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Troy dio un chasquido don sus dedos, una sonrisa curvando sus labios. —
Bien dicho, chica.
—Ahora, si me disculpas.
Sophia se dirigió a la puerta, la necesidad de encontrar a Luc era una
compulsión abrumadora.
—Uh, Sophia,— Troy la llamó.
Ella miró por encima de su hombro. —¿Sí?
—Si decides matar a Luc, necesitas asegurarte de que ocultas el cuerpo—,
la advirtió. —Dudo de que tu hijo político esté feliz de saber que sacaste fuera
de circulación a su soldado de más confianza.
Una sonrisa sin humor curvó sus labios. —En realidad, estaba pensando
que podría venirme bien una nueva alfombra de piel curtida frente a mi
chimenea.
Los ojos de Troy se agrandaron. —Caramba.
Saliendo de la oficina, Sophia abandonó del club, su fiera mirada
manteniendo a los ajetreados empleados fuera de su camino.
Ella no estaba de humor para hacer frente a desagües atascados y tangas
desaparecidos.
De hecho, la única cosa para la que estaba de humor era para la sangre y el
caos.
Saliendo como una exhalación por una puerta lateral, estaba a medio
camino atravesando el estacionamiento cuando oyó un leve chasquido. Ella
aminoró el ritmo frenético de su paso en el mismo instante que sintió un
pinchazo en la parte superior de su pecho. Mirando hacia abajo se dio cuenta de
que había un pequeño dardo clavado en su piel.
¿Qué...?
Eso fue hasta donde su confusa mente se las arregló para llegar antes de
que sus músculos se quedaran paralizados y estuviera desplomándose sobre el
suelo pavimentado. Entonces su cabeza golpeó sonoramente de bruces contra el
pavimento y el mundo entero se volvió negro.

Despertándose, Sophia cautelosamente se mantuvo inmóvil mientras


hacía el balance.
Ella no se había ido a las grandes perreras del cielo, gracias a los dioses.

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La cabeza le palpitaba, y podía sentir un extraño collar metálico sujetado
alrededor de su cuello, pero el resto de ella parecía estar de nuevo en
condiciones de funcionamiento.
Con cautela permitió que sus sentidos se extendieran aún más.
Estaba en un sótano, se dio cuenta con una punzada de sorpresa. O por lo
menos bajo tierra.
Y había caído la noche, mientras había estado noqueada.
Ah, y el hedor a cur era espeso en el aire.
El mismo olor que había captado unos pocos segundos antes de que
hubiera recibido un disparo con un dardo.
Un gruñido le cosquilleó en su garganta cuando abrió los ojos para
descubrir a Morton inclinado sobre ella, su rostro del color repugnante de la
pasta, bajo la luz fluorescente.
—Tú. —Ella se incorporó hasta adoptar una posición sentada, apenas
notando el estrecho catre debajo de ella mientras Morton apresuradamente
retrocedió. —Bastardo.
Con un esfuerzo visible el cur detuvo su retirada, reuniendo su coraje
tembloroso mientras le enviaba una mirada de reproche.
—Ahora, Sophia, debo insistir en que la madre de mis hijos no utilice un
lenguaje tan asqueroso—, le informó. —Es indecente.
Aún débil a causa del veneno que había bombeado en su organismo,
Sophia se balanceaba en el borde del catre, preguntándose cuál de ellos había
perdido la cabeza.
Ella apostaría que el cur.
—¿Madre?— Ella negó con la cabeza, tratando de despejar las telarañas.
—¿Estás loco?
Pequeños puntos de color carmesí brillaron en los ojos claros. —No me
presiones.
Oh, que lo presionen iba a ser la última de las preocupaciones del pequeño
idiota, una vez que ella recobrase su fuerza, se aseguró a sí misma, mirando
alrededor de la celda de dos por dos metros que estaba revestida con láminas
de plata.
—¿Dónde estamos?
—Mi guarida privada debajo de la casa de Victoria. —El recobró el control
de su compostura, con una mano alisando su polo blanco. Su otra mano
sostenía un pequeño dispositivo que Sophia sospechaba era algún tipo de arma.
—No te preocupes, ella sabe que no debe venir aquí. No seremos
interrumpidos.
Su labio se curvó con desdén. —¿Sospecha ella que eres un psicópata?

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Apenas había terminado su burla cuando Morton presionó un botón del
dispositivo y el collar alrededor de su cuello empezó a chisporrotear. Lo
siguiente que supo fue que una descarga masiva de electricidad se extendió por
su cuerpo, casi haciéndola caer fuera del catre, sobre el suelo de cemento.
—Mierda—, dijo ella en un susurro.
—Te lo advertí.
Apretó los dientes, imaginando el placer de destripar al cur de cara
pastosa, una, y otra, y otra vez....
—¿Qué quieres de mí?
—Te lo dije—, la regañó. —Te he elegido para ser la madre de mis hijos.
—No hay duda de que en tu mente demente crees que debería sentirme
honrada por la oferta, pero me temo que voy a tener que pasar. —Su estómago
se le revolvió ante la sola idea. —Gracias, pero no, gracias.
Incluso preparada para la descarga de electricidad, Sophia no pudo
detener su gruñido de dolor, sus piernas temblando y el sudor recubrió su piel.
—Vas a aprender—, Morton le gruñó.
Su mano se levantó débilmente hacia el metal envuelto alrededor de su
cuello.
—Cristo, ¿de dónde demonios has sacado esto?
—Lo inventé yo mismo—, el cur se pavoneó, como si esperara que Sophia
admirara su obra. —Así como inventé el suero que te noqueó. Soy un científico.
—También lo era el Dr. Frankenstein—, murmuró. —Ya sabes cómo
terminó eso.
Zap.
Ella se inclinó hasta que su frente tocó sus rodillas, luchando contra las
ganas de vomitar.
—Vas a aprender a respetarme—, Morton de repente le gritó, claramente
desquiciado por su rechazo a seguir el juego con sus reglas.
No era ninguna sorpresa.
Morton-el-cur fue una víctima, desde su nacimiento, que sin duda había
sido intimidado y burlado por los demás durante toda su vida.
—¿Por qué?— Ella exigió. —¿Por qué puedes crear dispositivos de
tortura?
—Eso es sólo mi afición. —Su sonrisa estaba ribeteada con un orgullo
petulante. —Mi verdadera genialidad es la química. Lo cual es la razón por la
que Caine me contrató.
Sus ojos se abrieron ampliamente por la sorpresa.

91
Caine estaba desaparecido actualmente junto con su hija Cassandra.
Hubo un tiempo en que había estado bajo el dominio de un señor de los
demonios quien lo había convencido de que estaba destinado a convertir a los
curs en Weres de purasangre.
Una parte de la profecía se había cumplido cuando el mismo señor de los
demonios había encontrado un modo gracias a Caine, en su camino de vuelta al
infierno, transformándolo de cur a Were.
—¿Tú trabajaste con Caine?
El cur se encogió de hombros. —Sí, aunque discrepábamos sobre cómo
lograr nuestro objetivo de convertir a los curs en Weres de purasangre.
—¿Y cómo esperabas lograr tal milagro?
Ella esperaba que él se negara a contestar. ¿No eran los científicos
chiflados generalmente reservados sobre sus extraños experimentos?
En cambio, respondió sin vacilación.
—De la misma manera en que tu rey lo hizo.
—¿Disculpa?
—Tengo la intención de alterar el ADN de nuestros hijos mientras están
todavía en tu vientre.
—Tú...
Las palabras le fallaron, su mente negándose a regresar a aquellos largos
días en la clínica de Salvatore. Ella había estado dispuesta a participar y aún así
había sido casi insoportable. Con esfuerzo aplastó el pánico creciente. Moriría
antes de permitirle a este monstruo que la fecundara. Primero, de todos modos,
trataría de razonar con él.
—Aun suponiendo que te las arreglaras para convertir a nuestros hijos en
Weres, ¿cómo ayuda eso a los demás curs?—, preguntó.
Sus ojos se iluminaron con el resplandor de un verdadero fanático. —
Puedo usar su sangre para ayudar a crear una vacuna que nos transforme a
todos nosotros.
Ella negó con la cabeza, no respecto a tratar de señalar al Dr. Malvado que
la magia que creó a los Were purasangre no podía ser encontrada en un tubo de
ensayo. Siempre era inútil discutir con un verdadero creyente.
—¿Por qué yo?—, preguntó en cambio.
—Tú ya has demostrado ser una criadora fértil.
Ella puso los ojos en blanco. —Vaya, gracias.
Parecía sorprendido por su respuesta. —Lo digo con el mayor de los
respetos.
Le dijo el psicópata a su prisionera electrificada.

92
—¿Y?— Le espetó, sabiendo que tenía que haber más.
—Y cuando te mudaste al vecindario me di cuenta de que el destino me
había sonreído al fin—, admitió. —¿Por qué otra razón podrías estar aquí si no
fuese para cumplir mi destino?
Genial. De todos los barrios que podía haber elegido, tenía que escoger
aquel donde vivía Morton-el-cur-loco-del-culo.
—¿Has pensado en el hecho de que yo podría no estar dispuesta a
convertirme en tu rata de laboratorio?
—Tengo que admitir que ha sido una preocupación—, dijo. —Odiaba la
idea de retenerte como mi prisionera aquí abajo durante meses, quizás incluso
años. Yo no soy un monstruo, después de todo.
Contuvo una risa ante su aparente sinceridad. —Podrías haberme
engañado.
Hizo caso omiso de su respuesta, moviéndose hacia el pequeño taburete
en la esquina de la celda estéril para recoger un guante de cuero grueso.
—Entonces una solución literalmente cayó en mi regazo.
La loba de Sophia estaba en alerta máxima, aunque el suero seguía
bombeándose a través de su torrente sanguíneo, se negó a permitirse
transformarse.
—¿Qué solución?
Utilizando su mano enguantada, el cur alcanzó el pequeño tirador en la
pared, tirando hacia atrás del panel de plata para revelar que la celda estaba
dividida en dos.
Sophia hizo un ruido sibilante ante su horror repentino cuando vio al
oscuro Were que yacía inconsciente en el suelo, un collar de plata alrededor de
su cuello que estaba unido a la pesada cadena atornillada a la pared.
Luc.
Estúpidamente había asumido que él la estaba esperando en su casa. Tal
vez incluso ahora preguntándose por qué ella llegaba tan tarde.
Por un momento el pánico amenazó con consumirla.
Él podría ser un bastardo mentiroso que había roto su corazón, pero la
sola idea de que pudiera estar muerto era suficiente para enviar una agonía
paralizante a través de ella.
Luego, a través de su dolor, ella detectó el latido inconfundible de su
corazón.
Oh... gracias a los dioses.
Estaba vivo.

93
Volvió la cabeza para apuñalar al cur con una mirada feroz. —¿Qué le has
hecho?
—Le di la misma droga que utilicé contigo, aunque en una dosis mucho
más grande. —Él hizo un gesto desdeñoso con la mano. —Finalmente
despertará.
Sophia sintió el repentino incremento del ritmo cardíaco de Luc.
Estaba despierto, ella repentinamente se dio cuenta, pero fingiendo la
inconsciencia. Una tarea que era posible gracias a los sentidos inferiores de
Morton.
Se suavizó su expresión, interiormente haciendo acopio de su fuerza.
Aunque estaba aún débil, sabía que tendría que atacar con rapidez. La cantidad
de plata en la habitación drenaría en cuestión de horas el poco poder que había
recuperado.
—¿Cuál es el propósito de mantenerlo prisionero?— Ella exigió. —Estoy
bastante segura de que no puede gestar a tu camada.
—Mi primer pensamiento fue matarlo—, él admitió, su voz revelando su
profundo pesar por haberse negado el placer. —No sólo porque sabía que él
sería una amenaza para mis planes, sino porque es un verdadero dolor en el
culo. —Él dejó escapar un suspiro. —Entonces me di cuenta de que él podía ser
mi garantía para tu buen comportamiento.
Mierda.
Con un esfuerzo, se obligó a fingir confusión cuando ella temblorosamente
se puso en pie. Necesitaba distraerlo el tiempo suficiente para conseguir alejar
ese maldito dispositivo de su mano.
—No sé lo que quieres decir.
—No estoy ciego. —Sus labios se crisparon con repulsión. —Vi cómo le
mirabas durante tu fiesta.
—Es guapo. —Ella se encogió de hombros. —¿Cómo podría no mirarlo?
—Él te importa—, insistió, el carmesí parpadeando en sus ojos. —Lo que
significa que harás todo lo que yo te pida para asegurarte de que él finalmente
sale con vida de este sótano.
—Tienes razón. —Ella hizo un gesto de su mano para distraerlo de su
disimulado paso hacia adelante.
El bufó. —Por supuesto que sí.
—Tienes razón respecto a que él me importaba. —Otro gesto, otro paso. —
Tiempo pasado.
—No te creo.
—Entonces llama a Troy.

94
Él frunció el ceño. —¿El duende?
—Sí. —Ella se volvió para mirar al inmóvil Were, no teniendo que fingir su
rabia hirviendo a fuego lento. —Justo antes de que tú me abordaras en plan
Man vs Wild18 en el estacionamiento, él me reveló que Luc me había mentido.
Observándola con ojo de halcón, ella fácilmente captó el leve tic nervioso
de sus orejas.
¿Sentimiento de culpabilidad?
¿O malestar por haber sido descubierto?
—¿Cuál fue la mentira?— Morton quería saber.
Ella señaló con el dedo hacia Luc, de nuevo dando un paso adelante. Sólo
un par de pasos más y estaría lo suficientemente cerca para golpear su culo
contra el suelo.
No tenía un plan después de eso, pero estaba dispuesta a tocar de oído.
—Él no es un guardaespaldas como me dijo—, le reveló. —Es uno de los
hombres de confianza de Salvatore y fue enviado a Chicago para espiarme.
Morton frunció el ceño, obviamente renuente a creerla. Su indignación por
la traición de Luc había, después de todo, arruinado sus planes diabólicos. Pero
incluso un estúpido cur podía sentir la sinceridad de sus palabras de enojo.
—¿Por qué desearía el rey espiarte?
—Obviamente, él cree que soy demasiado estúpida como para tomar mis
propias decisiones—, le espetó. —Una opinión compartida por ese Were que
yace en el suelo. —Ella se acercó al cur, manteniendo sus pasos lentos e
inestables, como si estuviera teniendo problemas con el equilibrio. —Así que si
tienes la esperanza de utilizarlo como moneda de cambio entonces tu suerte es
una mierda, porque en lo que a mí respecta puedes cavar su tumba y arrojarlo
dentro.
—No. —Morton presionó su mano enguantada sobre la frente. —Estás
tratando de confundirme.
—¿Qué es confuso?— Con otro paso ella fue capaz de extender la mano y
agarrar su polo blanco, dándole una pequeña sacudida. —¿Dónde está tu
pistola? Le pegaré un tiro yo misma.
—Deja de... —Él la miró con perplejidad, inconsciente de su peligro. —No
hagas esto...
Sabiendo que sólo tendría una oportunidad de fuga, Sophia apartó el
brazo y le golpeó con su puño en la cara con la fuerza suficiente para hacerle
volar a través de la celda y golpear la pared del fondo.
Si hubiera estado con toda su fuerza, el bastardo hubiera estado muerto.

18NdeT: Programa de TV en el que Bear Grylls usa sus conocimientos para sobrevivir en
condiciones extremas, comiendo y bebiendo lo que se encuentra.

95
Tal como estaban las cosas, sólo estaba noqueado y desmadejado.
Con el corazón alojado en su garganta, Sophia se lanzó hacia Luc, quien se
puso de pie, mirándola con una negra mirada ardiente.
No necesitaba ser capaz de leer su mente para saber porque estaba furioso
que estaba tratando de rescatarlo en lugar de escapar.
Haciendo caso omiso de los enormes colmillos que él desnudó mientras se
arrodillaba a su lado, ella apretó las manos alrededor del collar de plata. La
plata chamuscó su piel, quemando su carne, pero no había tiempo para buscar
una llave.
Ya podía sentir a Morton agitándose.
Luc gruñó, usando su gran cabeza para tratar de apartarla, pero ella se
aferró. Podía sentir la plata cediendo y debilitándose bajo su potente forcejeo.
Sólo unos segundos más y ella sería capaz de romperlo por la mitad.
La punzada en su cuello fue la única advertencia antes de que una
descarga de electricidad se disparara a través de su cuerpo. Ella gritó, su
espalda arqueándose bajo el impacto, pero tercamente ignoro el dolor brutal
continuó tirando del collar.
A lo lejos fue consciente de los gruñidos furiosos de Luc y de aún más
descargas eléctricas bailando por su espina dorsal. Cristo. Ella estaba a punto de
desmayarse.
Una vez más.
Fuera de tiempo, Sophia dio un tirón más fuerte, no estando segura de si
realmente sintió el collar partirse bajo su agarre, pero no había error posible en
la sensación del cuerpo enorme de Luc rozándola pasando junto a ella mientras
se lanzaba hacia delante o de los estridentes gritos de Morton.
La muerte grita.

96
Capítulo Nueve
Una vez más, Sophia estaba luchando para salir de un manto de
oscuridad.
Esta vez le llevó sólo unos segundos darse cuenta de que estaba acostada
en su propia cama vestida con una camiseta limpia y pantalones cortos de seda.
Y de que no estaba sola.
Luc llenaba la habitación con su presencia.
El rico aroma masculino. El poder inquieto de su lobo.
Y, sobre todo, la cosquilleante conciencia que ponía su sangre en llamas.
Por un momento demencial sintió una abrumadora oleada de alivio ante
el conocimiento de que ambos habían sobrevivido al sótano del infierno y que
estaban aparentemente a salvo de Morton el cur chiflado.
Luego abruptamente recordó que Luc era un rastrero total que había
jugado con ella como si fuera tonta.
Y que quería darle una patada en las pelotas, no temblar de placer
mientras él se acomodaba en el colchón junto a su cuerpo recostado y le colocó
suavemente un rizo detrás de la oreja.
—¿Sophia?—, murmuró en voz baja. —Sé que estás despierta.
Mantuvo los ojos fuertemente cerrados. La madurez estaba fuertemente
sobrevalorada.
—Vete.
—No.
Ella exhaló un exasperado suspiro. —Te odio.
Él arrastró sus dedos a lo largo de la línea terca de su mandíbula.
—Sophia, abre los ojos.
—¿Te irás si lo hago?
—No.
—¿Qué pasa si consigo un arma y te disparo?
Él se rió entre dientes, sus dedos se desplazaron para dibujar la curva de
su labio inferior.
—No me vas a disparar.
Sus ojos se abrieron de golpe. ¿Cómo si no pudiera mirar con enojo su
hermoso rostro?

97
Desafortunadamente, ella también se las arregló para captar un vislumbre
de sus anchos hombros y de los músculos cincelados de su pecho que estaban
perfectamente perfilados por su negra camiseta ajustada.
Por todos los dioses, era tan hermoso.
Comestible.
Un calor no deseado y traicionero se enroscó en la boca de su estómago.
—¿Por qué no?—, preguntó ella con los dientes apretados.
Una sonrisa la tentaba en sus labios, pero sus ojos oscuros se mantenían
vigilantes. Cautelosos.
—Porque me amas.
Ella se puso rígida ante la acusación. —Culo arrogante.
—Tal vez, pero yo soy tu culo arrogante.
Con una maldición, Sophia se deslizó hasta quedar apoyada contra la pila
de almohadas en la cabecera de la cama, encantada de descubrir que sus
heridas estaban completamente curadas.
Podía sentir la mirada de Luc deslizándose por su cuerpo medio desnudo
con un hambre tangible, pero ella se resistió a las ganas de arrastrarse debajo de
las sábanas.
Ella no le iba a dar la satisfacción de permitirle saber que aún podía
turbarla.
—¿De verdad crees que voy a perdonarte y olvidar que viniste a mí de
manera fraudulenta?— Jadeó. —¿Qué te metiste en mi cama con mentiras? Y
que, incluso después de que nosotros...
—¿Nosotros qué? —Le pregunte cuando sus palabras se interrumpieron.
—Supuestamente nos emparejamos.
Él apretó la mandíbula, su poder espesando el aire. —No hay nada de
'supuestamente' en ello, Sophia. Estamos más que definitivamente apareados.
Ella ignoró su interrupción, a pesar de la voz en el fondo de su mente que
la advirtió de que él tenía razón.
El apareamiento no era como el matrimonio. No podía ponérsele fin con
un par de abogados y una orden de restricción.
Por el momento ella no estaba de humor para admitir que todavía estaban
unidos.
—Incluso entonces continuaste engañándome.
Algo se encendió en sus ojos oscuros. —Lo sé.

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Ella parpadeó. —¿Eso es todo? ¿Es todo lo que tienes que decir en tu
defensa?— Ella bajó la voz, imitando su menos que impresionante explicación.
—'Lo sé'.
—Tenía miedo—, le aclaró.
Sus cejas se apretaron en un ceño. —Si estás tratando de ser gracioso...
—No lo hago.
—¿El Sr. Neanderthal tenía miedo?— Ella dejó que su mirada hiciera un
barrido de la dura y tonificada perfección de su cuerpo. —¿De qué?
—No lo sabía en ese momento. —Él la miró con pesar flagrante. —Yo sólo
sabía que siempre que me decía a mí mismo que tenía que confesarte la verdad,
encontraba alguna razón para posponer lo inevitable.
El corazón le dio un traicionero aleteo. —¿Y ahora?
—Ahora sé que me aterraba que cuando te enteraras de la verdad nunca
fueras capaz de perdonarme. Si te perdía... —Él de repente estiró su brazo para
agarrarle la mano en un apretón casi doloroso, un miedo inquietante llameando
brevemente en sus ojos. —Yo no podría sobrevivir.
Una parte de su furia se desvaneció. No había duda de la sinceridad de
sus palabras.
Ella podía sentir las emociones feroces que pulsaban a través de su cuerpo.
Éstas se hacían eco en su propio corazón.
—¿Exactamente cuál es la verdad?—, preguntó ella, su voz gruesa.
—Creo que sabes la mayor parte. —Su pulgar le acarició la cara interna de
su muñeca, la suave caricia enviando descargas de placer disparándose a través
de ella. —Fui contactado por Salvatore hace dos semanas. Dijo que su suegra
estaba en peligro, pero que era demasiado obstinada para aceptar su ayuda. —
Hizo una mueca. —Para ser honesto, no estaba contento con su solicitud. Yo
soy un soldado, no una niñera.
Sus ojos se estrecharon. —Y yo no soy un mujer de avanzada edad y débil
mental que necesita que la lleve de la mano un macho grande y malo—, le
espetó.
—¿De avanzada edad?—Parecía desconcertado por su indignación. —Eres
una exquisita mujer que acaba de llegar a la flor de la vida.
Una parte secreta de ella sacó pecho ante sus palabras. Estaba, después de
todo, a punto de ser abuela y tenía todo el derecho a estar sensible. Pero todavía
estaba enojada por el hecho de que había sido tratada como si fuera incapaz de
tomar sus propias decisiones.
—¿Y débil mental?— lo presionó.
La frustración endureció su expresión. —Por supuesto que no eres débil
mental. Demonios, eres lo suficientemente inteligente como para asegurarte de

99
que mi vida va a ser una batalla constante para mantenerme a tu altura. Pero no
pediré disculpas por tratar de mantenerte a salvo, cara,— dijo con voz áspera. —
Para hacer eso es para lo que nací.
Está bien.
Eso era exactamente lo que debía decir, con ironía reconoció ella.
No es que ella estuviera dispuesta a aceptar la derrota. Todavía había
algunos huesos que pellizcar.
—Si Salvatore se dio cuenta de que estaba buscando un guardaespaldas,
¿por qué te envió a ti?— Algún día descubriría exactamente cómo había sabido
su hijo político que estaba en peligro y que ella estaba buscando un matón a
sueldo. —Era obvio que estaba tomando medidas para protegerme a mí misma.
—Porque soy el mejor.
Ella soltó un bufido. —Incluso si lo eres, ¿lo dices así, tú mismo?
Su oscura mirada nunca vaciló. —No es un alarde, Sophia, es la pura
verdad.
Ella le creyó.
Había una gran diferencia entre arrogancia y confianza.
Pero ella no aceptó que se tratara sólo de su talento proporcionando
seguridad lo que había impulsado a Salvatore a elegirlo a él.
—¿Y porque tú lo mantendrías informado?
—Sí—, admitió sin dudarlo. —Tus hijas estaban ansiosas por saber que
estabas a salvo. —De repente su agarre sobre su mano se tensó, su lobo
brillando en sus ojos. —Por supuesto, al final te he fallado.
Sophia inhaló fuerte al sentir la culpa que estaba ulcerándose en el interior
de Luc.
Cristo, ella nunca había pensado que él estaría culpándose a sí mismo por
que ella hubiera sido secuestrada por Morton. El cur estaba delirantemente loco.
¿Quién podría haber predicho lo que iba a hacer?
Se inclinó hacia delante para enmarcarle el rostro con sus manos, mirando
fijamente a sus ojos heridos.
—No digas eso.
—Es cierto. Mierda. —Se estremeció, sus manos alzándose para agarrar
suavemente sus muñecas. Como si necesitara asegurarse a sí mismo que estaba
viva e ilesa. —Estaba tan preocupado de que cayeras en una trampa, y yo me
dirigí directamente a una. Y luego, cuando Morton te estaba torturando con ese
maldito collar...
Sin pensarlo, ella se inclinó hacia adelante para detener sus palabras llenas
de dolor con un beso feroz. No podía soportar que él cargara con ese pesar

100
cuando había hecho todo lo posible para mantenerla a salvo. Pero tan pronto
como sus bocas conectaron, el gesto de consuelo hizo combustión
transformándose en algo mucho más intenso.
Peligroso.
Rápidamente ella se echó hacia atrás, lamiéndole sus hormigueantes
labios.
—¿Asumo que está muerto?
Su mirada melancólica permanecía clavada en su boca. —Sí.
—Bien.
Hubo un corto silencio, mientras ambos saboreaban el pensamiento de
que Morton estaba muerto.
Sophia esperaba que el hijo de puta se estuviera pudriendo en el infierno.
Por fin, Luc sonrió lentamente. —Por supuesto, hubo una cosa buena en
haber sido encerrado en ese sótano.
¿Una cosa buena?
Ella frunció el ceño. —¿Recibiste un golpe en la cabeza? Ese lugar era una
pesadilla.
—Arriesgaste tu vida para rescatarme—, él señaló suavemente. —No
habrías hecho eso si no me amases todavía.
—Estaba demasiado debilitada para transformarme—, ella sin convicción
trató de argumentar. —Sabía que te necesitaría para matar a Morton y salir de
allí.
—Mentirosa.
—Luc...
Tirando de sus muñecas, que aún sostenía en un agarre flojo, la besó con
una ternura dolorosa.
—Lo siento, cara—, susurró contra su boca. —Lamento haberte engañado
alguna vez, y si pudiera volver atrás en el tiempo cambiaría todo. Pero lo único
que podemos hacer es seguir adelante.
Ella se echó hacia atrás para estudiar su expresión sombría. En el fondo
ella sabía que él no había tenido la intención de hacerle daño. Por lo menos no
intencionadamente.
Había venido a Chicago como un soldado obedeciendo órdenes. Y al igual
que ella había sido golpeado con la guardia baja por el poder de su
apareamiento.
¿Podía realmente culparlo por ser reacio a confesarle la verdad?

101
No es que no tuviera la intención de mantener su equivocación como
munición para sacarla cada vez que ella metiera la pata. Era casi como tener una
carta para salir en libertad de la cárcel, decidió.
—¿Juras que nunca volverás a mentirme de nuevo?
Podía sentir la tensión drenándose de él ante su pregunta, una pequeña
sonrisa curvando sus labios.
—Juro que nunca te daré una razón para lamentar confiar en mí—, le dijo
arteramente, sabiendo que no debía hacer una promesa que nunca podría
cumplir.
Un Were que podía ser reeducado.
Una buena señal.
—¿Y no interferirás cuando patee el culo peludo de Salvatore?
—Él es mi rey, pero tú... —La mirada oscura le abrasó su cara, su firme
amor ardiendo como un faro. —Tú eres mi compañera.
—Were inteligente—, susurró ella, una deliciosa calidez derramándose a
través de ella mientras envolvía sus brazos alrededor de su cuello. —Tal vez
deberías recordarme por qué eso es una buena cosa.
—Será un placer. —Él la presionó contra las almohadas, sus labios
trazando un camino de erótico fuego bajando por la curva de su cuello. —Para
ambos.

F in

102
Continua Con…

Teme a la Oscuridad
SERIE GUARDIANES DE LA ETERNIDAD – LIBRO 9

Alexandra Ivy

SUS VISIONES LA LLEVAN AL PELIGRO


Hermosa Cassandra es una Were, una Vidente, tan vulnerable como desafiante,
bendecida con visiones que presagian el destino del mundo. Una criatura rara y
delicada, Cassie debe ser protegida a toda costa. Incluso de Caine, un poderoso Cur que
se volvió en un Were purasangre, después de que sus recientes enredos con un señor de
los demonios le han dejado con una grave necesidad de redención. Caine está
moralmente obligado a mantener Cassie fuera de peligro -y eso significa resistir su
potente impulso de seducirla...

Y SÓLO ÉL PUEDE SALVARLA


Cuando las misteriosas visiones de Cassie les llevan dentro y fuera de peligro,
Caine cree que ha encontrado a su verdadera pareja, la mujer con la que está obligado
por toda la eternidad. Cassie está a la vez encantada y asustada por el magnetismo de
Caine, y no está segura si en él -o sus sentimientos por él- se puede confiar.
Pero Cassie no puede permitirse el lujo de dudar de Caín ahora. Un enemigo empeñado
en la destrucción de los mortales está más cerca de lo que creen -y sólo ellos pueden
impedir que el caos gobierne al mundo...

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Serie Guardianes de la Eternidad
01 - CUANDO LLEGA LA OSCURIDAD

02 - SEDUCIDA POR LA OSCURIDAD

03 - PASION EN LA OSCURIDAD

04 - OSCURIDAD REVELADA

05 - OSCURIDAD DESATADA

06 - MÁS ALLA DE LA OSCURIDAD

06,5 - TOMADA POR LA OSCURIDAD

07 - DEVORADO POR LA OSCURIDAD

07,5 – OSCURA ETERNIDAD

08 - VINCULADOS POR LA OSCURIDAD

08,5 - DONDE VIVE LA OSCURIDAD

09 – TEME A LA OSCURIDAD

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