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El (relativamente) viejo problema de las relaciones entre medios y las sociedades en las que la
expansión de las redes de comunicación se lleva a cabo, ha recibido un gran impulso en
aproximadamente las últimas dos décadas. La “mediatización” nombra a un proceso cuyas
entidades consideradas sujetas son, en la mayoría de los casos, las sociedades en tanto tales o
subsistemas particulares de estas. El período histórico bajo escrutinio es el de la modernidad, y
a veces el de la modernidad tardía, Hjarvard: “la mediatización no es ningún proceso universal
que caracterice a todas las sociedades. Es principalmente un desarrollo que se ha acelerado
particularmente en los últimos años del siglo veinte sobre todo en las sociedades occidentales
modernas y altamente industrializadas, como Europa, Estados Unidos, Japón, Australia y otras
similares”. Adoptaré aquí el punto de vista casi opuesto, a favor de una perspectiva histórica de
la mediatización a largo plazo. Esto justifica la calificación de esta perspectiva como
“antropológica”.
-persistencia en el tiempo de los signos materializados: las alteraciones de las escalas de espacio
y tiempo se vuelven inevitables, y narrativamente justificadas;
-el cuerpo de las normas sociales que definen las formas de acceso a los signos ya autónomos y
persistentes.
-En tercer lugar, (1) y (2) explican la consecuencia más impresionante de la mediatización: la
aceleración del tiempo histórico.
Aceleración del tiempo histórico: durante los dos siglos que siguieron a la invención de
Gutenberg, Europa cambió económica, política, social y culturalmente, más que en los
anteriores mil o quinientos años. En los últimos diez años, Internet ha alterado las condiciones
de acceso al conocimiento científico más de lo que estas condiciones cambiaron desde el
surgimiento de las instituciones científicas modernas durante el siglo XVII. La transformación del
mundo musical, por ejemplo (en todos sus aspectos: composición, performatividad y
audiencias), durante las dos o tres décadas posteriores a la invención de la grabación, a fines de
siglo XIX.
Viene bien recordar la sistematización que establece José Luis Fernández (2008) a propósito de
la novedad mediática, de acuerdo con tres series: la de los dispositivos tecnológicos, la de los
géneros y estilos, y la de las prácticas de “intercambios discursivos”1 (2008, p. 33). Esto revela
un verdadero carácter expansivo o “radial” de la innovación (Verón, 2013), que no se puede
tomar como homogénea, ni como siempre iniciada desde lo tecnológico.
Por mediatización entendemos todo proceso por el que se exteriorizan las operaciones mentales
mediante algún procedimiento que permita trascender el tiempo, el espacio o la interrelación
corporal plena, haciendo circular sentido materializado.
La historia de los medios muestra que ningún medio desaparece; cada medio, que se vuelve así
un “viejo” medio, pasa entonces a integrarse en una nueva configuración de uso. Formas
antiguas persisten, resignificadas en un nuevo contexto. (Verón)
Desde el punto de vista semiótico, eso que llamamos “realidad” está tan construido (o si
deseamos, tan puesto en escena) como lo que le oponemos como “ficcional”: puesta en escena
y puesta en sentido son sinónimos (Verón, 1989).
Los medios, cada uno a su manera, no son más que dispositivos de cambio de escala. La televisión
masiva es el soporte mediático que se define por una ruptura de escala que concierne, no al
orden de lo tercero como en la prensa escrita, sino al orden de lo icónico en el enunciado y de lo
indicial en la enunciación: esto se constituye históricamente en la relación de mirada: el eje Y-Y;
“los ojos en los ojos” (Verón, 1983).